Beverly McMillan: Del negocio del aborto a
la defensa de la vida
La historia de Beverly McMillan es la historia del regreso a la fe desde una
visión de la vida y la ciencia absolutamente agnósticas. Nació en el seno de una
familia católica tradicional pero, cuando comenzó a estudiar Medicina, abandonó
la Iglesia: «Pensaba que Dios era irrelevante para la Ciencia». Durante años, a
Beverly le iba «muy bien» sin la fe. Cuando se licenció, acudió a la Clínica
Mayo para especializarse en Obstetricia y Ginecología: «No sólo me sentía útil»,
reconoce McMillan, «sino que me consideraba una persona buena. Así que, ¿quién
necesitaba a Dios o a esa arcaica Iglesia?». Como médico residente, le enviaron
seis semanas al ala de Obstetricia del Hospital de Cook County en Chicago.
Sorprendida, Beverly se encontraba cada noche con más de veinte mujeres que
acudían allí: eran «clientes» de los centros de abortos clandestinos de Chicago.
«Llegaban sangrando, con fiebre alta y presentaban úteros ensanchados»,
recuerda. McMillan y el médico interno tenían que llevar a cabo otra operación
de dilatación y curetaje para poder extraer los restos infectados del feto que
la clínica ilegal había dejado en el interior del útero.
Después de cientos de casos similares, la ginecóloga, desde su agnosticismo
ferviente, concluyó que la legalización del aborto era la solución: «Yo quería
que la profesión médica empezara a ofrecer procedimientos seguros a las mujeres
que los necesitaran». Así que, cuando en 1973 el Tribunal Supremo legalizó el
aborto en EE UU, McMillan se hizo con una máquina de succión y se ofreció a
practicar supresiones del embarazo en el primer trimestre. Dos años después,
casada y con tres hijos, puso en marcha una clínica abortista en Jackson, la
primera además en todo el estado de Mississippi.
Su vida privada iba bien, y el trabajo en la clínica era abundante. Pero, a
pesar de sus éxitos, Beverly se vio sorprendida cuando se planteó el suicidio:
«No sabía qué era lo que no funcionaba en mi vida. Tenía un buen coche, una gran
casa, tres hijos saludables, toda la ropa que podía desear. Había conseguido
todo lo que quería», explica Beverly. Pero una parte de sí misma le decía que
algo no iba bien. «Basura» religiosa. Acudió a una librería «secular», donde
compró un libro titulado «El poder del pensamiento positivo». Al final del
primer capítulo, el autor presentaba un decálogo de diez puntos para conseguir
una actitud positiva. El séptimo punto revolvió sus esquemas: «Yo lo puedo todo
en Cristo porque Él me conforta». Fue entonces cuando Beverly cerró el libro:
«No me gustaba esa “basura” religiosa», reconoce.
Pero días después, de camino al trabajo, se sorprendió recitándo el séptimo
punto. Y de repente, Beverly comprendió que no estaba sola. Repitió aquella
frase cientos de veces aquel día. Y por fin, todo comenzó a cambiar. Su trabajo
en la clínica, tiempo antes sencillo y gratificante, comenzó a ser difícil y
doloroso: «No entendía por qué. ¡No había leído nada en la Biblia referente a no
practicar abortos! Lo que pasaba es que el Espíritu Santo estaba comenzando a
trabajar en mí», reconoce Sally. Se le hacía cada vez más duro tener que
reconocer en los restos de abortos las extremidades, el cráneo o la columna
vertebral. «Me decía a mí misma: “¿Qué estás haciendo? ¡Esto es un cuerpo
humano!”».
Beverly empezó a asistir a misa y, en 1978, se bautizó y abandonó la clínica
abortista. En 1989, la ginecóloga fue invitada al II Encuentro de Ex Abortistas
celebrado en el hotel Marriot O"Hare de Chicago, donde relató este testimonio. A
partir de ese momento, su conocimiento médico sobre fetología comenzó a ser
esclarecido con las Escrituras: «Fue entonces cuando comencé a compartir mi
historia, mi paso del negocio del aborto a la defensa de la vida».
Tomado de La Razón 12/01/06