Eucaristía: el Misterio de Fe
Es un Pan que se ofrece, una
Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela.
Autor: P. Antonio Rivero LC
Fuente: Catholic.net
¿Por qué
llamamos a la eucaristía Misterio de Fe?
Porque la Eucaristía requiere y presupone la fe.
Se nos dice que es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre subir
las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas
facciones humanas. ¡Qué fe!
Se nos dice que asistimos al Calvario, al Viernes Santo, y vemos unas paredes
frías, unos bancos o sillas. ¡Qué fe!
Se nos dice que Dios nos habla en las lecturas, y escuchamos una voz humana, a
veces femenina, a veces masculina. ¡Qué fe!
Se nos dice que todos los ángeles asisten absortos y comparten nuestra misa,
alrededor del altar, y nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos
monaguillos, y gente de carne y hueso. ¿Dónde se han escondido los ángeles?
¡Qué fe!
Se nos dice que Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las
especies del pan y vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana,
a veces entrecortada por sollozos o por algún ruido de niños. ¡Qué fe!
Se nos dice que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el
Cuerpo de Cristo, y nos sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin
embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo! ¡Qué fe!
Se nos dice que somos una comunidad de hermanos, y vemos a veces a gente
extraña, que ni siquiera conocemos y con la que no siempre estamos en plena
comunión. ¡Qué fe!
Se nos dice que la Misa termina en misión, y resulta que yo termino igual,
vuelvo a casa a hacer lo mismo de siempre, a la rutina de siempre, a las penas
de siempre, a los sufrimientos de siempre.
Sí, la eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en
esa tercera dimensión que se requiere para vivirla y disfrutarla.
¿Cómo preparó Cristo a sus discípulos para la eucaristía, misterio de fe?
Primero en Cafarnaúm les hizo la promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo,
la institución. Allí hizo realidad la gran promesa.
Lo veían día a día entregado a los demás. Se hacía pan tierno para los niños,
consuelo para los tristes, consejo para los suyos, médico para los enfermos.
Jesús vivía a diario las exigencias de la eucaristía. Donación y banquete que
alimenta, sacrificio que se ofrece, presencia que consuela.
La Eucaristía no son ideas bonitas, no son discursos demostrativos. Es un Pan
que se ofrece, una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y
consuela. Y esto fue Cristo durante su vida aquí, en la tierra, y hoy, en la
eucaristía, en cada Sagrario. Y, mañana, en el cielo.
Llegó el día de la gran promesa que narra San Juan en el capítulo 6 de su
evangelio: Yo soy el Pan vivo; quien me come, vivirá. El pan que les daré es
mi carne, para la vida del mundo. Sonaba duro: comer su carne, beber su
sangre, no estaban acostumbrados a ese lenguaje.
¿Cuál fue la repuesta de los oyentes?
La incredulidad. Muchos le abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía
una irracionalidad, les parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este
rechazo fue ciertamente una profunda desilusión para Jesús.
Miró a sus Apóstoles, esperando encontrar en ellos la fe, la adhesión, el
afecto: ¿También vosotros queréis marcharos?. Jesús estaba dispuesto a
dejarlos irse si no creían en la eucaristía, que acababa de anunciarles. Es que
no es posible seguir a Cristo sin creer en la eucaristía.
Afortunadamente, la confesión de Pedro, en nombre de todos, permitió a los
apóstoles continuar en el seguimiento del Maestro. Jesús siempre exigió la fe en
la eucaristía. Sólo con la fe y desde la fe, comulgando obtendremos los frutos
que Él nos quiere dar. Si no, sólo recibimos un trozo de pan, pero sin ningún
fruto.
La Eucaristía requiere un impulso de fe siempre renovado. Hay que dar un gran
salto, de lo visible a lo invisible. Esto se da en cada Sacramento. Ese salto es
la fe.
Jesús pidió fe a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos nuestra
fe cada vez que vivamos la eucaristía. Señor, creemos, pero aumenta nuestra
credulidad. Creemos, pero queremos crecer en nuestra fe.