CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
MISA DE INAUGURACIÓN
DEL AÑO ACADÉMICOHOMILÍA
DEL CARD. ZENON GROCHOLEWSKI
Queridos hermanos
en el episcopado y en el sacerdocio;
amados rectores y decanos,
profesores y estudiantes;
hermanos y hermanas:
1. La liturgia de la Palabra de hoy, jueves de la XXX semana del tiempo
ordinario, tiene un insólito tono dramático. En la primera lectura (Rm 8,
31-39), san Pablo enumera varios males: aflicción, angustia, persecución,
hambre, desnudez, peligro, espada. Son las pruebas que él sufrió en nombre de
Cristo (cf., en especial, 1 Co 4, 9-13; 2 Co 4, 8-11; 11, 23-28).
Pero nosotros sabemos que las aflicciones nunca faltan a los discípulos de
Jesús. Los amenazadores peligros que el Apóstol enumera incluyen de algún modo
la totalidad de los sufrimientos que el cristiano podría padecer a causa de su
fe.
Al mismo tiempo, y con mayor fuerza, san Pablo afirma su certeza, su convicción
de que nada podrá apartarlo del amor de Dios. "Estoy convencido de que ni
muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni
potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del
amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús". El Apóstol usa el plural colectivo;
por tanto, en su afirmación incluye a cada uno de los fieles, a cada uno de
nosotros.
Aquí no presenta, como hará en su carta a los Efesios (cf. Ef 6, 10-17),
las armas que debemos empuñar para combatir al enemigo. Aquí es Dios mismo
quien, de algún modo, empuña las armas por nosotros. En efecto, ante la prueba,
san Pablo pone su confianza en el amor de Dios, que entregó a "su propio Hijo"
por nuestra salvación: a su Hijo que murió, resucitó y ahora está a la derecha
de Dios, intercediendo por nosotros. "Si Dios está con nosotros —escribe san
Pablo—, ¿quién estará contra nosotros? (...) En todo esto vencemos fácilmente
por aquel que nos ha amado".
2. También en el evangelio (Lc 13, 31-35), san Lucas nos presenta a
Cristo ante los fariseos que le hablan no para darle un consejo benévolo, sino
para que se vaya: "Márchate de aquí". Sus palabras están motivadas por la
enemistad. Jesús, respondiéndoles con gran fuerza, evoca "el tercer día",
cuando "habrá llegado a su término", es decir, el misterio pascual de su muerte
y resurrección. Al odio Cristo responde con amor, con el don de su cuerpo
entregado.
Frente a la prueba Jesús afirma la constancia en su camino de amor: "Hoy y
mañana y pasado mañana tengo que caminar". ¡Qué ejemplo de valentía y de
perseverancia frente a las dificultades nos da Cristo! Tenía ya plenamente
confirmada su decisión cuando emprendió resueltamente el camino hacia Jerusalén,
es decir, hacia la prueba suprema de la pasión y la muerte (cf. Lc 9,
51).
3. Estas reflexiones, que nos sugieren las lecturas de la liturgia de hoy, a mi
parecer no son muy ajenas a nuestra vida diaria. Si se entiende bien, vuestros
estudios son fuente de gran alegría: alegría al aprender, al investigar, al
descubrir y al comunicar la verdad —me viene ahora a la mente la famosa
expresión de san Agustín: "La felicidad es la alegría de la verdad" (Confesiones
X, 23), en donde identifica la verdad con Dios mismo—; la alegría de los
múltiples encuentros con vuestros compañeros de estudio y con los profesores; la
alegría de los intercambios tan enriquecedores entre personas de países
diferentes presentes aquí en la ciudad eterna; la alegría de poder vivir en
Roma, la tierra más ilustre de todas por santidad, etc.
Pero no podemos ignorar que este tiempo de estudio a veces puede coincidir
también con un tiempo de pruebas, diferentes para cada uno: temor ante las
materias nuevas y difíciles; dificultades en el aprendizaje de nuevas lenguas y
al afrontar una cultura totalmente diversa; tristeza por la lejanía de la propia
tierra y de los propios seres queridos; desaliento ante la larga duración de los
estudios y tal vez ante la laboriosa redacción de una tesis, etc.
Por eso, ¡cuán consolador resulta escuchar cómo el Apóstol nos recuerda que
ningún obstáculo puede separarnos del amor de Dios; más aún, que con fe todo nos
puede y nos debe acercar a él! Juan Pablo II, de venerada memoria, en su
encíclica Laborem
exercens (14 de septiembre de 1981) sobre el trabajo humano —y los
estudios forman parte del trabajo humano— escribió: "Todo trabajo —tanto manual
como intelectual— está unido inevitablemente a la fatiga. (...) El sudor
y la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva consigo en la condición actual
de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada hombre, que ha sido llamado a
seguir a Cristo, la posibilidad de participar en el amor a la obra que Cristo ha
venido a realizar. Esta obra de salvación se ha realizado a través del
sufrimiento y de la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión
con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el
Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de
Jesús llevando a su vez la cruz de cada día en la actividad que ha sido llamado
a realizar" (n. 27).
¡Cuán grande es la alegría que brota al contemplar a Cristo, en el evangelio de
hoy, afirmando que quiere proseguir su camino "hoy, mañana y pasado mañana"!
4. Pero, ¿cómo perseverar en el empeño? Es necesario afrontar resueltamente el
esfuerzo del estudio y de la investigación con la mirada puesta en Cristo. Los
estudios no son sólo un momento de preparación para vuestra vida y para el
ministerio que se os encomendará en el futuro. No son un paréntesis. Desde este
momento, Cristo desea que los viváis permaneciendo unidos a él.
Así pues, ¡cómo no pensar en la Eucaristía que estamos celebrando a pocos días
de distancia de la clausura del Año eucarístico y de la Asamblea del Sínodo de
los obispos sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la
Iglesia! La experiencia vivida en este tiempo no puede ser sólo un recuerdo:
este año debe constituir para nosotros un nuevo impulso de fe, por la fuerza de
Jesús presente en la Eucaristía.
Durante la celebración del sacrificio eucarístico, antes de la Comunión, el
celebrante pronuncia en voz baja esta humilde oración, que todos los fieles
pueden repetir: "Haz que nunca me separe de ti". ¡Cómo no reconocer en esta
afirmación el eco de las palabras del Apóstol: "Nada nos podrá separar del amor
de Cristo"!
La Eucaristía es un alimento para el viaje, incluido el largo viaje del tiempo
de los estudios.
Recordemos la escena en que el profeta Elías, desalentado, agobiado, deseoso de
morir, se acostó bajo una retama. Entonces se le apareció el ángel del Señor, le
dio un pan cocido en las brasas y una jarra de agua, y le dijo: "Levántate y
come". Elías "se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida
caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb" (1
R 19, 4-8). Pues bien, la Tradición ha visto en este alimento, llevado
milagrosamente a Elías, una prefiguración de la Eucaristía, pan que nos da la
fuerza en nuestro camino cristiano.
Pensando en nuestras fatigas, quisiera recordar que existe un vínculo estrecho
entre la Eucaristía -y, más en general, la oración- y los estudios, como lo
atestigua también la vida de santo Tomás de Aquino, uno de cuyos títulos es
doctor eucharisticus. "Siempre que quería estudiar, entablar un debate,
enseñar, escribir o dictar —nos dice su biógrafo Guillermo de Tocco—, se
retiraba a orar en secreto y rezaba derramando lágrimas para obtener la
inteligencia de los divinos misterios" (Vita S. Thomae Aquinatis auctore
Guillelmo de Tocco, 30). Lo mismo han hecho muchos otros santos.
En el
mensaje que el Santo Padre envió, con motivo del centenario del nacimiento
del padre Hans Urs von Balthasar, al congreso que se celebró en la Pontificia
Universidad Lateranense al principio de este mes, Su Santidad Benedicto XVI pone
como modelo al teólogo suizo, el cual solía hablar de una "teología orante" o
"de rodillas": "El ejemplo que Von Balthasar nos ha dejado —escribe— es (...)
el de un verdadero teólogo, que en la contemplación había descubierto la acción
coherente con vistas al testimonio cristiano en el mundo" (L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 21 de octubre de 2005, p. 8).
Así pues, elevemos nuestra oración a la santísima Trinidad: Padre, en tu Hijo
nos lo has dado todo. Por tu Espíritu Santo, concédenos recorrer con decisión
nuestro camino, cumpliendo con fidelidad la tarea que nos has encomendado, como
estudiante o como profesor. Que el Espíritu nos enseñe a ofrecerte a ti nuestras
alegrías; que nos enseñe a vivir las pruebas en comunión con tu Hijo, del que
nada nos separará jamás. Amén.