Benedicto XVI presenta a Orígenes
Intervención en la audiencia general de este miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 25 abril 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este
miércoles dedicada a presentar la figura del padre apostólico Orígenes.
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Queridos hermanos y hermanas:
En nuestras meditaciones sobre las grandes personalidades de la Iglesia antigua,
conocemos hoy a una de las más relevantes. Orígenes de Alejandría es realmente
una de las personalidades determinantes para todo el desarrollo del pensamiento
cristiano. Él recoge la herencia de Clemente de Alejandría, sobre quien hemos
meditado el miércoles pasado, y la relanza al futuro de manera tan innovadora
que imprime un giro irreversible al desarrollo del pensamiento cristiano. Fue un
verdadero «maestro», y así le recordaban con nostalgia y conmoción sus
discípulos: no sólo un brillante teólogo, sino un testigo ejemplar de la
doctrina que transmitía. «Él enseñó», escribe Eusebio de Cesarea, su entusiasta
biógrafo, «que la conducta debe corresponder exactamente a la palabra, y fue
sobre todo por esto que, ayudado por la gracia de Dios, indujo a muchos a
imitarle» (Hist. Eccl. 6,3,7).
Toda su vida estuvo recorrida por un incesante anhelo de martirio. Tenía
diecisiete años cuando, en el décimo año del emperador Septimio Severo, se
desató en Alejandría la persecución contra los cristianos. Clemente, su maestro,
abandonó la ciudad, y el padre de Orígenes, Leónidas, fue encarcelado. Su hijo
ansiaba ardientemente el martirio, pero no pudo cumplir este deseo. Entonces
escribió a su padre, exhortándole a no desistir del supremo testimonio de la fe.
Y cuando Leónidas fue decapitado, el pequeño Orígenes sintió que debía acoger el
ejemplo de su vida. Cuarenta años más tarde, mientras predicaba en Cesarea, hizo
esta confesión: «De nada me sirve haber tenido un padre mártir si no tengo una
buena conducta y no hago honor a la nobleza de mi estirpe, esto es, al martirio
de mi padre y al testimonio que le hizo ilustre en Cristo» (Hom. Ez.
4,8). En una homilía sucesiva –cuando, gracias a la extrema tolerancia del
emperador Felipe el Árabe, parecía ya esfumada la eventualidad de un testimonio
cruento- Orígenes exclama: «Si Dios me concediera ser lavado en mi sangre, como
para recibir el segundo bautismo habiendo aceptado la muerte por Cristo, me
alejaría seguro de este mundo... Pero son dichosos los que merecen estas cosas»
(Hom. Iud. 7,12). Estas expresiones revelan toda la nostalgia de Orígenes
por el bautismo de sangre. Y por fin este irresistible anhelo fue, al menos en
parte, complacido. En 250, durante la persecución de Decio, Orígenes fue
arrestado y torturado cruelmente. Debilitado por los sufrimientos padecidos,
murió algún año después. No tenía aún setenta años.
Hemos aludido a ese «giro irreversible» que Orígenes imprimió a la historia de
la teología y del pensamiento cristiano. ¿Pero en qué consiste este hito, esta
novedad tan llena de consecuencias? Corresponde en sustancia a la fundación de
la teología en la explicación de las Escrituras. Hacer teología era para él
esencialmente explicar, comprender la Escritura; o podríamos incluso decir que
su teología es la perfecta simbiosis entre teología y exégesis. En verdad, la
marca propia de la doctrina origeniana parece residir precisamente en la
incesante invitación a pasar de la letra al espíritu de las Escrituras, para
progresar en el conocimiento de Dios. Y este llamado «alegorismo», escribió von
Baltasar, coincide precisamente «con el desarrollo del dogma cristiano obrado
por la enseñanza de los doctores de la Iglesia», los cuales –de una u otra
forma- acogieron la «lección» de Orígenes. Así la tradición y el magisterio,
fundamento y garantía de la investigación teológica, llegan a configurarse como
«Escritura en acto» (cfr. «Origene: il mondo, Cristo e la Chiesa», tr. it.,
Milano 1972, p. 43). Podemos afirmar por ello que el núcleo central de la
inmensa obra literaria de Orígenes consiste en su «triple lectura» de la Biblia.
Pero antes de ilustrar esta «lectura» conviene dar una mirada general a la
producción literaria del alejandrino. San Jerónimo, en su Epístola 33,
cita los títulos de 320 libros y de 310 homilías de Orígenes. Lamentablemente la
mayor parte de esta obra se perdió, pero incluso lo poco que queda de ella le
convierte en el autor más prolífico de los primeros tres siglos cristianos. Su
radio de intereses se extiende de la exégesis al dogma, a la filosofía, a la
apologética, a la ascética y a la mística. Es una visión fundamental y global de
la vida cristiana.
El núcleo inspirador de esta obra es, como hemos mencionado, la «triple lectura»
de las Escrituras desarrollada por Orígenes en el arco de su vida. Con esta
expresión intentamos aludir a las tres modalidades más importantes –entre sí no
sucesivas, sino más frecuentemente superpuestas- con las que Orígenes se dedicó
al estudio de las Escrituras. Ante todo él leyó la Biblia con la intención de
asegurar el texto mejor y de ofrecer de ella la edición más fiable. Éste, por
ejemplo, es el primer paso: conocer realmente qué está escrito y conocer lo que
esta escritura quería intencional e inicialmente decir. Realizó un gran estudio
con este fin y redactó una edición de la Biblia con seis columnas paralelas, de
izquierda a derecha, con el texto hebreo en caracteres hebreos –él tuvo también
contactos con los rabinos para comprender bien el texto original hebraico de la
Biblia-, después el texto hebraico transliterado en caracteres griegos y a
continuación cuatro traducciones diferentes en lengua griega, que le permitían
comparar las diversas posibilidades de traducción. De aquí el título de «Hexapla»
(«seis columnas») atribuido a esta enorme sinopsis. Éste es el primer punto:
conocer exactamente qué está escrito, el texto como tal. En segundo lugar
Orígenes leyó sistemáticamente la Biblia con sus célebres Comentarios.
Estos reproducen fielmente las explicaciones que el maestro ofrecía durante la
escuela, en Alejandría como en Cesarea. Orígenes avanza casi versículo a
versículo, de forma minuciosa, amplia y profunda, con notas de carácter
filológico y doctrinal. Él trabaja con gran exactitud para conocer bien qué
querían decir los sagrados autores.
Finalmente, también antes de su ordenación presbiteral, Orígenes se dedicó
muchísimo a la predicación de la Biblia, adaptándose a un público de composición
variada. En cualquier caso, se advierte también en sus Homilías al
maestro, del todo dedicado a la interpretación sistemática de la perícopa en
examen, poco a poco fraccionada en los sucesivos versículos. También en las
Homilías Orígenes aprovecha todas las ocasiones para recordar las diversas
dimensiones del sentido de la Sagrada Escritura, que ayudan o expresan un camino
en el crecimiento de la fe: existe el sentido «literal», pero éste oculta
profundidades que no aparecen en un primer momento; la segunda dimensión es el
sentido «moral»: qué debemos hacer viviendo la palabra; y finalmente el sentido
«espiritual», o sea, la unidad de la Escritura, que en todo su desarrollo habla
de Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos hace entender el contenido
cristológico y así la unidad de la Escritura en su diversidad. Sería interesante
mostrar esto. He intentado un poco, en mi libro «Jesús de Nazaret», señalar en
la situación actual estas múltiples dimensiones de la Palabra, de la Sagrada
Escritura, que antes debe ser respetada justamente en el sentido histórico. Pero
este sentido nos trasciende hacia Cristo, en la luz del Espíritu Santo, y nos
muestra el camino, cómo vivir. Se encuentra de ello alusión, por ejemplo, en la
novena Homilía sobre los Números, en la que Orígenes compara la Escritura
con las nueces: «Así es la doctrina de la Ley y de los Profetas en la escuela de
Cristo», afirma la homilía; «amarga es la letra, que es como la corteza; en
segundo lugar atraviesas la cáscara, que es la doctrina moral; en tercer lugar
hallarás el sentido de los misterios, del que se nutren las almas de los santos
en la vida presente y en la futura» (Hom. Num. 9,7).
Sobre todo por esta vía Orígenes llega a promover eficazmente la «lectura
cristiana» del Antiguo Testamento, replicando brillantemente el desafío de
aquellos herejes –sobre todo gnósticos y marcionitas- que oponían entre sí los
dos Testamentos hasta rechazar el Antiguo. Al respecto, en la misma Homilía
sobre los Números, el alejandrino afirma: «Yo no llamo a la Ley un “Antiguo
Testamento”, si la comprendo en el Espíritu. La Ley se convierte en un “Antiguo
Testamento” sólo para los que quieren comprenderla carnalmente», esto es,
quedándose en la letra del texto. Pero «para nosotros, que la comprendemos y la
aplicamos en el Espíritu y en el sentido del Evangelio, la Ley es siempre nueva,
y los dos Testamentos son para nosotros un nuevo Testamento, no a causa de la
fecha temporal, sino de la novedad del sentido... En cambio, para el pecador y
para los que no respetan la condición de la caridad, también los Evangelios
envejecen» (Hom. Num. 9,4).
Os invito –y así concluyo- a acoger en vuestro corazón la enseñanza de este gran
maestro en la fe. Él nos recuerda con íntimo entusiasmo que, en la lectura
orante de la Escritura y en el coherente compromiso de la vida, la Iglesia
siempre se renueva y rejuvenece. La Palabra de Dios, que no envejece jamás, ni
se agota nunca, es medio privilegiado para tal fin. Es en efecto la Palabra de
Dios la que, por obra del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo a la verdad
completa (cfr. Benedicto XVI, «Ai partecipanti al Congresso Internazionale
per il XL anniversario della Costituzione dogmatica “Dei Verbum” », in: «Insegnamenti»,
vol. I, 2005, pp. 552-553). Y pidamos al Señor que nos dé hoy pensadores,
teólogos, exégetas que encuentren esta multidimensionalidad, esta actualidad
permanente de la Sagrada Escritura, para alimentarnos realmente del verdadero
pan de la vida, de su Palabra.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus
palabras en español]:
Queridos hermanos y hermanas:
Orígenes, uno de los más grandes escritores de la Iglesia de los primeros
siglos, fue un testigo ejemplar de la doctrina que transmitía, afirmando que "la
conducta debe corresponderse exactamente con la palabra". Su deseo del martirio,
recordando a su padre que dio la vida por Cristo, se cumple durante la
persecución de Decio, en la cual es arrestado y torturado cruelmente, muriendo
algunos años después.
Orígenes imprime un "cambio irreversible" al desarrollo del pensamiento
teológico, basado en la explicación de las Escrituras, para progresar en el
conocimiento de Dios. La tradición y el magisterio se configuran como "Escritura
en acción". El núcleo central de su obra consiste en la "triple lectura" de la
Biblia. Sus Comentarios reproducen fielmente las explicaciones que daba,
tanto en Alejandría como en Cesarea, y sus Homilías retoman los diversos
significados de las Escrituras. Desde el sentido literal, a través de la
interpretación oral, los fieles deben llegar al significado espiritual más
profundo. Promueve eficazmente la "lectura cristiana" del Antiguo Testamento,
haciendo frente al reto de los herejes que oponían los dos Testamentos hasta
rechazar el Antiguo. "Para nosotros,-afirma-, los dos Testamentos son un nuevo
Testamento".
Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a los sacerdotes que
participan en un curso de actualización, a las Religiosas de la Compañía de
María, a los fieles de Palencia, La Coruña, Toledo y Madrid, así como a los de
Honduras, México y otros países de América Latina. Os invito a acoger en
vuestros corazones las enseñanzas de este gran "maestro" en la fe. Él nos
recuerda que la Iglesia siempre se renueva y rejuvenece con la lectura orante de
la Sagrada Escritura y el coherente compromiso de vida.
[© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]