SECRETERIA DE
ESTADO
SECCIÓN PARA LOS ASUNTOS GENERALES
N. 499.748
Del Vaticano, 26
de septiembre de 2001
Señor Cardenal,
hemos recibido la comunicación concerniente al
curso de formación permanente dirigido a los sacerdotes, promovido por esa
Congregación y realizado mediante video-conferencias vía internet.
Se trata de una iniciativa particularmente
significativa, tanto por el interés teológico que suscitan las
intervenciones previstas, como por la novedad del medio tecnológico elegido
para comunicarse sobre todo con sacerdotes, pero también con diáconos,
religiosos, religiosas y fieles laicos que quieran conectarse con la página
Internet oficial de esa Congregación.
Me complazco, por lo tanto, en comunicarle a
Usted las felicitaciones y el agradecimiento del Santo Padre, el Cual, si
bien imposibilitado para participar en la inauguración del curso, asegura
seguir con interés este proyecto, sobre el cual implora la abundancia de los
favores celestes.
Aprovecho la ocasión para saludarlos con
distinguida consideración
De Su Eminencia Reverendísima
dev.mo in Domino
+ Angelo Card. Sodano
Secretario de Estado
___________________________
A Su Eminencia Reverendísima
el Señor Card. DARIO CASTRILLÓN HOYOS
Prefecto de la Congregación para el Clero
Prefecto de la
Congregación del Clero
Prelusión
En ocasión de
la inauguración del curso de videoconferencias
en el campo de
la formación permanente del clero
Vaticano, 29 de
septiembre de 2001
"¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación!" (2 Cor 1, 3)
El Santo Padre, en su solicitud para con los
Sacerdotes e interpretando la voluntad expresada por el Episcopado en el
Sínodo de 1990, ha señalado a la Iglesia la necesidad de una formación
permanente para el Clero católico.
Hoy, la Congregación del Clero, respondiendo a
la voluntad del Papa, ofrece, a través de esta videoconferencia de alcance
mundial por internet, tras una cuidadosa preparación técnica, un instrumento
para profundizar el conocimiento y el amor de Jesucristo, el "Rex Pacificus",
su mensaje y su Iglesia.
En diez sitios de los cinco Continentes se
reúnen simultáneamente trece teólogos para profundizar el tema: "la
Cristología en su desarrollo y sus problemas desde el Concilio Vaticano II
hasta nuestros días".
Hemos querido comenzar por la Cristología
porque "Jesucristo tiene un significado y un valor para el género humano y
su historia, singular y único, que sólo a él pertenece, exclusivo,
universal, absoluto. Jesús es, en verdad, el Verbo de Dios hecho hombre para
la salvación de todos" (Congregación de la doctrina de la fe, Declaración
"Dominus Iesus", 6 de agosto de 2000, n. 15).
En representación de la Congregación del Clero
participan los siguientes profesores: Su Exc. Mons. Rino Fisichella, Su Exc.
Mons. Angelo Scola, Mons. Bruno Forte y el P. Jean Galot, S.I.
En África, el Prof. Su Exc. Joseph Aké
desde Abidjan y el Prof. Stuart C. Bate OMI desde Johannesburg;
en las Américas, el Prof. Silvio Cajiao
S.I. desde Bogotá (Celam) y el Prof. Michael Hull desde Nueva York;
en Asia, el Prof. Luis Antonio G. Tagle
desde Manila y el Prof. Aloysius Chang S.I. desde Taipei.
en Europa, el Prof. Alfonso Carrasco
Rouco desde Madrid.
en Oceanía, el Prof. Gary Devery OFM Cap.
desde Sydney y el Prof. Alapati L. Mataeliga desde Samoa;
Las Conferencias tendrán carácter científico de
alto nivel y explorarán el ámbito de la teología fiel al Magisterio de la
Iglesia Católica.
La Congregación ha escogido a teólogos
pertenecientes a las Pontificias Universidades romanas. Los demás han sido
presentados por sus Ordinarios.
El Clero del mundo, los religiosos y los laicos
que quieran realizar la profundización científica de un saber teológico
seguro podrán hallar un instrumento valioso para su formación.
La Congregación del Clero agradece al Santo
Padre, a los teólogos que participan y a todos aquellos que han hecho
posibile este programa con su generosa colaboración.
En este dramático momento de tensión
internacional, elevemos nuestra súplica al Dios único, Señor del Cielo y la
tierra (Lc 10, 21), omnipotente y misericordioso. Esta verdad sobre la
absoluta unicidad de Dios "los cristianos la han heredado de los hijos de
Israel y la comparten con los fieles musulmanes: es la fe en el Dios único"
(cfr. Juan Pablo II, homilía de Astana, 23 de septiembre de 2001).
De esta manera nos unimos a los votos que el
Santo Padre ha hecho recientemente en Asia central y rezamos "para que pueda
reinar en el mundo el bien fundamental de la paz" (Juan Pablo II, Angelus
de Astana, 23 de septiembre de 2001), con la seguridad de que la
profundización de la verdad sobre Cristo es el fundamento más sólido de esta
paz.
La Cristología
hoy: el desarrollo a partir del Vaticano II
y las
características emergentes
Han pasado ya veinte años desde cuando, en
1981, fue publicado mi volumen Jesús de Nazaret, historia de Dios, Dios
de la historia. Ensayo de una cristología como historia, reimpreso
varias veces y traducido en varios idiomas. Este volumen se situaba en la
cumbre de un decenio muy fecundo para la reflexión cristológica católica y
que había visto la aparición de obras magistrales como la del actual
Cardenal Walter Kasper, Jesús el Cristo (publicada en 1974 en alemán
y, sucesivamente, en numerosos idiomas y ediciones) o como la amplia
producción del jesuita Jean Galot, profesor en la Gregoriana. Los años
Ochenta han conocido, del mismo modo, una reflexión fértil sobre Cristo,
caracterizada especialmente por la profundización trinitaria de la
cristologia, de los cuales son testimonio el volumen del mismo Kasper, El
Dios de Jesucristo (1982), la relevante síntesis de Marcello Bordoni,
Jesús de Nazaret. Presencia, memoria, espera, publicada en 1988 (de la
cual es una continuación ideal el ensayo La cristología en el horizonte
del Espírito, publicado en 1995), como también mi libro Trinidad como
historia. Ensayo sobre el Dios cristiano (1985). En los mismos años se
sitúan diversas intervenciones de la Comisión Teológica Internacional sobre
el tema: si el documento titulado Algunas cuestiones concernientes la
cristología (1979) concluye el "decenio cristológico" de la teología
católica postconciliar, otros textos salen a la luz en los años Ochenta,
como ese sobre Teología, cristología, antropología (1981) o ese otro
sobre La conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión
(1986), mientras en los años Noventa se publican dos documentos
significativos sobre la relación entre cristología y destino universal a la
salvación; el primero dedicado a Algunas cuestiones sobre la teología de
la Redención (1995), el segundo sobre El Cristianismo y las
religiones (1996), dirigido a clarificar la cuestión de la singularidad
de Jesucristo, decisiva para un desarrollo correcto del diálogo con las
otras religiones. En este sentido se sitúa igualmente la Declaración
Dominus Jesus, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicada
en el año jubilar con el propósito de proponer una solemne profesión de fe
en Aquel que es en persona la verdad, que libera y salva, Jesús el Cristo.
El mismo magisterio de Juan Pablo II ha
presentado desde el inicio una marcada caracterización cristológica-trinitaria:
el ciclo maestro está representado por las tres Encíclicas Redemptor
Hominis (1979), dedicada al Hijo, Dives in misericordia (1980),
consagrada a Dios Padre y Dominum et vivificantem (1986), sobre la
persona y la obra del Espíritu Santo. La estructura cristológico-trinitaria
vuelve significativamente en el recorrido propuesto para la preparación al
gran jubileo del año 2000 en la Tertio Millennio Adveniente (1994).
Sobre esta nota teológica de fondo se puede decir que se armonizan todas las
enseñanzas de este pontificado: desde la reflexión sobre la antropología,
presentada en las Encíclicas mencionadas, además de la Laborem exercens
de 1981 sobre la dignidad del trabajo humano, y en la Carta Apostólica sobre
la mujer Mulieris dignitatem del 1988; pasando por la reflexión sobre
la moral, propuesta en la Veritatis splendor de 1993, en la
Evangelium vitae de 1995, y en las Encíclicas sobre la cuestión social,
Sollicitudo rei socialis de 1988 y Centesimus annus de 1991;
hasta la realizada sobre la eclesiología, delineada a la luz de la
singularidad del Redentor y de la comunión trinitaria en la Redemptoris
Missio de 1991, en la Slavorum Apostoli de 1985, sobre el Oriente
cristiano, y en la Ut unum sint de 1995, sobre el ecumenismo. Un
papel singular reviste, además, la reflexión sobre la Madre del Señor,
ofrecida en la Redemptoris Mater de 1987, donde los diversos aspectos
del misterio son captados en el denso icono de Aquella en la cual todo es
retorno a la obra del Dios trinitario y a su gloria, al servicio de la
misión del Hijo eterno, hecho carne en su seno virginal.
En esta amplia aportación ofrecida a la
cristología por parte de la reflexión teológica y del magisterio de la
Iglesia, desde el Vaticano II hasta hoy, es posible discernir algunas líneas
maestras, que muestran como se ha superado plenamente el manual escolástico
preconciliar "De Verbo Incarnato", en favor de la recuperación del
fundamento bíblico de la inteligencia de la fe, de la relevancia
soteriológica del mensaje sobre Cristo y de su centralidad para la exacta
comprensión de todos los otros aspectos de la teología y de la práxis
cristiana. Son tres las líneas en las cuales se podrían resumir las
características de los desarrollos de la cristología en estos decenios: se
trata de una cristología a) más propiamente trinitaria, b) más marcadamente
histórica y c) decididamente pascual, proyectada en confesar la singularidad
del Crucificado - Resucitado para la salvación del mundo.
a) Una cristología trinitaria: la revelación
de Dios en Jesucristo
En la vida terrena de Jesús de Nazaret puede
reconocerse la revelación de la historia del Dios con nosotros, al mismo
tiempo que su resurrección nos Lo manifiesta como Dios de la historia,
redentor de todo hombre en cada hombre. Cada acto de su existencia terrena,
en cuanto historia del Hijo que ha instalado sus tiendas en medio de
nosotros, interesa toda la vida trinitaria; es decir, implica una relación
con el Padre en el Espíritu Santo. La resurrección demuestra que los dos
sujetos de la "historia" divina que no se han encarnado, el Padre y el
Paráclito, no se han quedado como espectadores ajenos a las obras y a los
días del Verbo en la carne: ellos lo viven con Él, cada uno según su
relación específica, que lo caracteriza como esa persona y no otra. Por
esto, a partir de Pascua se puede decir que toda la historia de Jesús es
revelación de la historia trinitaria de Dios, transparencia mundana del
dedicarse y proponerse de los Tres en las varias relaciones que los unen y
que tienen con el mundo. En Jesús se revela contemporáneamente el rostro
trinitario de Dios y la relación del mundo al Padre, mientras se manifiesta
y dona el Espíritu de la comunión trinitaria y de la reconciliación entre
Dios y los hombres. Se comprende, entonces, como una teología que pase por
alto el vínculo permanente de toda aserción cristológica al misterio
trinitario, según un divorcio de horizontes desafortunadamente frecuente en
los manuales preconciliares, se resuelva por un lado en una cristología
abstracta, árida y conceptual y, por otro, en una doctrina trinitaria
especulativa, poco adherente al concreto revelarse del Dios trinitario en la
economía de la salvación. Recuperar la dimensión trinitaria de la historia
de Jesús es el camino ofrecido al conocimiento de la fe para abrirse a la
profundidad de Dios y hacerse de Él una idea auténticamente cristiana y no
intelectualista, ajena a la confrontación con el escándalo de la Cruz y con
la luz de Pascua.
La profundización trinitaria de la encarnación
del Verbo muestra como la Palabra encarnada retorna al Silencio del origen,
a la profundidad de la cual eternamente proviene y junto a la cual está
eternamente: el Dios que se hizo visible al Dios invisible, el Hijo al
Padre. Como afirma Ignacio de Antioquía, el Padre "se ha revelado a través
de su Hijo Jesucristo, que es su Verbo procedente del Silencio" (Ad Magn.
8,2). La palabra de revelación, que es el Cristo, requiere entonces ser
"trascendida", no en el sentido que pueda ser eliminada o puesta entre
paréntesis, pues ello obstaculizaría simplemente todo acceso a las
profundidades divinas, sino en el sentido que ella es verdad y vida
justamente en cuanto es camino (cf. Jn 14,6), umbral que se abre ante el
Misterio, puerta por la cual es necesario pasar para entrar en el redil de
las ovejas (cf. Jn 10,7), luz venida en las tinieblas para ser la luz, en la
cual veremos la luz (cf. Jn 1,9 y Sal 36,10). Gracias a la dialéctica
trinitaria de Palabra y Silencio, de apertura y de ocultación, en el evento
de revelación la transcendencia divina no es entregada a la inmanencia del
mundo, y la forma histórica de la autocomunicación divina remite a la
inagotable excedencia del misterio santo.
Esta estructura dialéctica de la revelación
está señalada en la misma palabra latina "revelatio", considerada en su
significado etimológico (tal como se podría decir, analógamente, de la
palabra griega "apokalupsis"): el prefijo "re-" tiente tanto el sentido de
repetición de lo idéntico (como en "re-sumo"), cuanto el de pasaje a la
condición opuesta (como en "re-probo"). "Re-velare" quiere decir, por lo
tanto, el acto del pasaje desde lo velado a lo descubierto, la revelación de
lo precedentemente escondido, pero no excluye nunca del todo un permanecer
del velo, es más, incluso un adensarse. Este juego dialéctico se pierde en
el alemán "Offenbarung, offenbaren", donde lo que viene en mente es sólo el
acto de abrirse y, por lo tanto, la condición de lo abierto y manifiesto: en
este sentido, la interpretación hegeliana de la revelación como totalmente
expresiva y constitutiva del Dios que se manifiesta resulta coherente con la
etimología de la palabra alemana. Unicamente una cristología construida
sobre la "re-velatio Dei" - dialécticamente entendida – respeta el caracter
trinitario original de la revelación: es necesario, entonces, orientarse con
decisión hacia una cristología cada vez más "teológica" y, por lo tanto,
cada vez más "trinitaria", tanto como para educar y escuchar en la Palabra
el Silencio del cual proviene y al cual se abre y, por consiguiente, en el
Verbo encarnado la revelación del Padre y del Espíritu Santo.
Afirma San Juan de la Cruz: "El Padre pronunció
una palabra, que fue su Hijo y la repite siempre en un eterno silencio;
luego, en silencio ella debe ser escuchada en el alma" (Sentenze. Spunti
d’amore. [Sentencias. Apuntes de amor], n. 21). Acoger la Palabra
escuchando en ella el divino Silencio es permanecer en el santuario de la
adoración, dejándose amar por el Dios silencioso y atraer hacia Él a través
de la insustituible y necesaria mediación del Verbo: "Nadie va al Padre sino
por mí" (Jn 14,6). Aquí se comprende como una cristología en el horizonte de
la fe está profundamente enraizada en la experiencia creyente del Dios
viviente de la revelación bíblica y, por lo tanto, en la espiritualidad de
la escucha, nutrida de oración. Por esto, separar cristología y
espiritualidad quiere decir privarse del horizonte necesario para obedecer
verdaderamente a la palabra revelada, escuchando en ella el Silencio fontal,
del cual ella proviene y al cual se abre. Reencontrar la unidad de
pensamiento cristológico y de vivencia creyente, más allá de las
dificultades introducidas también en la teología por el racionalismo de la
modernidad, quiere decir volver a la condición hermenéutica originaria y
constitutiva del pensamiento de la fe.
Igualmente, se capta aquí la urgencia para que
la reflexión cristológica se sitúe en el interior de la transmisión eclesial
viviente de la Palabra, que de testigo en testigo y de obediencia en
obediencia hace llegar hasta nosotros el agua de la vida. Una cristología
separada de la tradición viva de la fe de la Iglesia - especialmente de
aquella custodiada dentro del "umbral", que es la definición dogmática –
llevaría a aventuras impropias, dudosas e inconsistentes. Ello no tiene nada
que ver con una teología bloqueada por la definición dogmática (¡una "Denzinger-Theologie",
como se diría!); es, más bien, condición de vitalidad del pensamiento
creyente, llamado a dar razón de la esperanza fundada sobre la verdad de la
fe: lejos de ser repetición mecánica de lo que está muerto, la tradición es
vida que transmite vida. La revelación de Dios en Cristo inspira al pueblo
de los peregrinos de la fe, llamado a transmitir a todas las generaciones la
memoria del Eterno, vinculada al texto de la Escritura inspirada, pero
también al contexto del anuncio y de la práxis creyente, en los que el
Espíritu obra para llevar a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad
divina. Una cristología en el horizonte de la fe está, por consiguiente, no
sólo bíblicamente fundada y nutrida de experiencia espiritual, sino que
también es eclesialmente responsable y está atenta en superar las aventuras
de la subjetividad en la objetividad de la "fides Ecclesiae", recibida y
transmitida.
b) Una cristología histórica: la
circularidad entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe
La segunda característica que presenta el
desarrollo de la reflexión cristológica a partir del Vaticano II es la de
ser una cristología histórica: la vuelta a los orígenes establecida
por el Concilio ha significado para la reflexión sobre Cristo una renovada
atención a la historia concreta del Nazareno, narrada por los Evangelios y,
por lo tanto, a los llamados "misterios" de su vida, junto a un sólido
método histórico-crítico. En su verdadera y plena humanidad, Jesucristo es
revelación de Dios: aquí se funda la exigencia de alcanzar, a través de los
trazos del Jesús histórico, la profundidad del misterio que en ellos se
ofrece. No se trata de narrar una enésima historia de Jesús, en la cual
proyectar, más o menos ampliamente, los interrogantes y la sensibilidad del
presente ni, mucho menos, intentar un análisis psicológico de la
personalidad del Nazareno, que sería del todo arbitraria, dados los
elementos a nuestra disposición. Se trata de investigar en los "mysteria
vitae Jesu" las dimensiones de lo humano, que en ellos se manifiestan y, a
través de los cuales, pasa la revelación del Dios viviente, leyendo en la
historia el "kerygma" y en el "kerygma" la historia y captando, en plenitud,
la fecunda circularidad atestiguada en el Nuevo Testamento entre el Jesús
histórico y el Cristo pascual. Se trata de reconstruir la historia de la
conciencia y de la libertad del hombre Jesús, así como la experiencia de su
finitud, vivida conociendo personalmente el dolor y la muerte, en la
convicción fundada en la luz de la Pascua que todo lo que viene a la
verdadera y plena humanidad del Salvador, es quitado a la revelación de su
divinidad.
En Jesús de Nazaret se ofrece el rostro humano
de Dios: cada gesto suyo, cada aspecto de su condición humana, cada instante
de su vida terrenal, es aparición de Dios entre los hombres y debe ser, por
lo tanto, valorizado por la fe y la reflexión cristiana. El tierno amor de
tantos santos a la humanidad del Salvador, la atención al "Dominus
humanissimus", que ha resultado muy a menudo ajena a la teología de los
últimos siglos (desde Suarez en adelante se abandona la exposición de los "mysteria
vitae Jesu" en la articulación del "De Verbo incarnato") y familiar a la
sola piedad cristiana, capta un aspecto profundo de la paradoja cristiana.
Dios no hace competencia al hombre en Jesús de Nazaret: al contrario, lo
humano es plenamente asumido y valorizado en la historia del Hijo del
hombre, como vehículo eficaz, "sacramento" del Hijo eterno entrado en este
mundo. Se comprende, por lo tanto, cuán poco cristianas sean esa teología y
esa piedad que se olvidan de la concreta vida histórica del Salvador, en
todo el realismo e, incluso, el escándalo que la caracteriza. En este
sentido, resulta preciosa la doctrina tradicional de la causalidad
instrumental de la humanidad de Cristo, en virtud de la cual Tomás ha
dedicado a la vida concreta del Nazareno una atención teológica de singular
riqueza: "Todas las cosas que fueron cumplidas en la carne de Cristo fueron
saludables para nosotros en virtud de la divinidad a ella unida" (Compendium
Theologiae 239). ¡El actuar de Jesús es como una parábola viviente de la
acción de Dios!
La mayor atención a la humanidad del Redentor
comporta también una renovada sensibilidad de la teología hacia las
exigencias de la secuela: narrar críticamente la vida del Jesús histórico
significa dejarse comprometer en la "imitación" de Él, de Su opción
fundamental por el Reino de Dios, de sus elecciones de libertad en favor de
los últimos, de Su amor al Padre hasta olvidarse de sí mismo. La secuela no
es simplemente reproducción de un modelo: si así fuese, sería inaccesible a
nuestras fuerzas. Ella puede cumplirse y se cumple sólo en el Espíritu
Santo: el Espíritu es, respecto a la Palabra, como el silencio de la
hospitalidad actualizadora, de la cual mana la elocuencia a menudo
silenciosa del testimonio (cf. Jn 15,26s): "Quién posee realmente la palabra
de Jesús, - afirma San Ignacio de Antioquía –, puede percibir también su
silencio, a fin de que sea perfecto, a fin de que obre a través de las cosas
sobre las cuales habla y, a través de las cuales calla, sea reconocido" (Ad
Eph. 15,1-2). La acción del Espíritu en la historia, reconocida y
acogida mediante el discernimiento de la fe, se expresa sobre todo en la
caridad, en esa fuerza del amor que viene de Dios y por la cual la comunidad
cristiana recoge el desafío de los signos del tiempo, se hace solidaria con
el prójimo concreto y lo sirve en la causa de su promoción más plena y, por
lo tanto, de la liberación de todo cuanto ofende la dignidad de los hijos de
Dios. Sobre este camino se abre a los ojos de la fe la misteriosa presencia
del Señor en la variedad más grande de situaciones humanas: Cristo se
esconde en los pobres, en los hambrientos, en los sedientos, en los
marginados y los que sufren, en los niños explotados, en las mujeres
pisoteadas, en los últimos (cf. Mt 25,31ss). Quién al hambre y a la sed de
todos ellos responde con amor libre y que libera, se convierte en evangelio
viviente, en Palabra escrita, no ya sobre tablas de piedra, sino en la carne
de nuestros corazones (cf. 2 Co 3,3).
La presencia de Cristo en el hoy de dolor y
lágrimas se reconoce, así, en quien ama en su nombre: "En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn,
13, 35). En el amor al prójimo se revela el amor de Dios: "Quien no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). En
este amor, Cristo se hace presente en Su Espíritu y pronuncia Sus palabras
de vida eterna. El otro es, en el Espíritu, un sacramento del encuentro con
el Señor Jesús: lugar del adviento, hora de salvación (cf. Mt 25, 31ss). Una
cristología que no se mida sobre las urgencias de la caridad y de la
justicia, y no ofrezca razones para vivir el éxodo de sí mismo en la secuela
del Hijo en la carne, se desnaturaliza en el ejercicio de la razón, expuesta
a todos los posibles riesgos de la captura ideológica. Las "cristologías de
la práxis" (cristologías de la liberación, cristologías políticas,
cristologías de la esperanza y del "éschaton") muestran aquí tanto sus
riesgos como su potencial positivo, tanto más acogido y desarrollado cuanto
más interpretado y vivido a la luz de la acción del Espíritu en la comunión
de la Iglesia. Una cristología más "militante" – sobre todo en el plano de
la caridad y del compromiso por la justicia para todos, y en el respeto de
la creación deseada por Dios – parece, pues, ser solicitada por el mismo
esfuerzo de situar correctamente la reflexión sobre la secuela del Nazareno
dentro de la misión del Espíritu.
c) Una cristología pascual: la singularidad
de Jesucristo y la salvación del mundo
La tercera característica que emerge de los
desarrollos de la cristología en el postconcilio está vinculada al diálogo y
a la confrontación con las religiones: se trata de una cristología
pascual, llamada a testimoniar la singularidad de Jesucristo respecto a
todos los posibles caminos de acceso al misterio de la divinidad y a la
salvación eterna de los hombres. La fe del Nuevo Testamento no duda en
indicar en el "evento Cristo" el lugar dónde es posible encontrar con
plenitud la autocomunicación divina: Jesús no sólo habla las palabras de
Dios, sino que es la Palabra de Dios, el Verbo eterno convertido en carne,
que se comunica a sí mismo y abre el acceso a la experiencia vivificante de
las profundidades divinas en el don del Espíritu. Sobre esta convicción se
funda la conciencia del cristianismo de ser portador de un mensaje
universal, dirigido a todo el hombre en cada hombre. Y es en virtud de ella
que para los discípulos de Cristo se precisan las condiciones de posibilidad
y los criterios de discernimiento de la eventual presencia de la
autocomunicación divina en las otras religiones, y en el diálogo con ellas.
Afirma la Encíclica Redemptoris Missio
(1990): "Dios llama a sí a todas las gentes en Cristo, queriendo
comunicarles la plenitud de su revelación y de su amor; y no deja de hacerse
presente de muchas maneras, no sólo en cada individuo, sino también en los
pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal y
esencial son las religiones, aunque contengan "lagunas, insuficiencias y
errores"" (55). Las religiones se ofrecen, entonces, no sólo como
expresiones de la autotrascendencia del hombre hacia el Misterio santo, sin
también como posibles lugares de la autocomunicación divina: de nuevo la
Encíclica afirma que para aquellos que "no tienen la posibilidad de conocer
o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia", porque
"viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos
casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas", la salvación de
Cristo "es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa
relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los
ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia
proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el
Espíritu Santo: ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su
libre colaboración" (10). La Encíclica precisa que "la presencia y la
actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también
a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las
religiones... Es también el Espíritu quien esparce "las semillas de la
Palabra" presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en
Cristo" (28).
A la luz de esto, es legítimo considerar que
las religiones no cristianas contienen elementos auténticos de la
autocomunicación divina, cuyo discernimiento es posible para los discípulos
de Cristo en virtud del criterio que es la revelación cumplida en Él: se
comprende, por consiguiente, como no puede ser compartida una valoración
puramente negativa de los mundos religiosos no cristianos y de sus textos
sagrados, vinculada a un pretendido "exclusivismo" fundado sobre la
identificación absoluta entre Iglesia y Reino (como es, por ejemplo, la
posición de Karl Barth). Ni se puede - en dirección opuesta – aceptar el
pluralismo indiscriminado de algunas teologías de las religiones, que hacen
que sea vana la absolutidad del cristianismo e ignoran las lagunas y
resistencias de las otras experiencias religiosas, con el intento de tomar
las distancias de la insistencia sobre la superioridad o definitividad de
Cristo para moverse hacia el reconocimiento de la independiente validez de
otros caminos (como hallamos en la concepción de teólogos como John Hick y
Paul F. Knitter). Entre estas orientaciones contrapuestas hace falta
perseguir el discernimiento que – sin renunciar a proclamar la gracia y el
escándalo singulares de la buena nueva – reconozca la acción del Espíritu
orientada a la luz del Verbo dondequiera que se realice: "Todo lo que el
Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en
las culturas y religiones tiene un papel de preparación evangélica, y no
puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu" (Redemptoris
Missio, 29).
Un reconocimiento similar no frustra, de ningún
modo, el deber misionero del discípulo de Cristo; al contrario, lo motiva
cada vez más, porque sin el criterio constituido por la singularidad del
Señor Jesús y de Su Evangelio no sería ni siquiera posible para el cristiano
discernir y apreciar los valores contenidos en las otras religiones y en sus
libros sagrados, como tampoco el valor de la experiencia religiosa que éstos
ofrecen. "Aunque la Iglesia reconoce con gusto cuanto hay de verdadero y de
santo en las tradiciones religiosas del Budismo, del Hinduismo y del Islam –
reflejos de aquella verdad que ilumina a todos los hombres -, sigue en pie
su deber y su determinación de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es
"el camino, la verdad y la vida"" (Redemptoris missio, 55). Por ello,
el diálogo con las otras religiones "debe ser conducido y llevado a término
con la convicción de que la Iglesia es el camino ordinario de salvación
y que sólo ella posee la plenitud de los medios de salvación" (ib.).
Ni este diálogo - en cuanto unido al deber de proclamar la verdad evangélica
– debe considerarse instrumental, pues conjuga la fidelidad irrenunciable a
la identidad del discípulo de Cristo con el reconocimiento de los "semina
Verbi" dondequiera que estén presentes, y que justamente por esa fidelidad
es posible.
***
Una cristología más teológica; una cristología
más histórica; una cristología más capaz de conjugar estas dos dimensiones
en la confesión de la singularidad de Jesucristo, que una al mismo tiempo la
urgencia de la proclamación de la buena nueva y la necesidad del diálogo con
el otro, quienquiera que sea y de cualquier parte venga. Es esta la triple
instancia que parece emerger de los desarrollos de la reflexión cristológica
postconciliar: una instancia que hace eco a la permanente exigencia de la fe
en Cristo de confesar en Él la unión de lo humano y lo divino sin confusión
o mezcla, sin división o separación (cf. el Concilio de Calcedonia del año
451). Se trata de desarrollar una reflexión de fe que una la fidelidad a la
tierra y la fidelidad al cielo, la fidelidad al mundo presente y la
fidelidad al mundo que debe venir, como ha sucedido una vez para siempre en
Aquel que es la Alianza en persona. A Él se dirige, pues, la invocación del
teólogo - unida a la de toda la Iglesia – para que el "logos" de la fe
pensativa se una al "hymnos" de la fe adorante, que escucha, celebra,
proclama y vive el Misterio revelado en Él, el Verbo venido entre nosotros,
sobre cuya secuela hemos apostado toda nuestra vida.
Ambigüedades
y dificultades que pueden llevar a
posiciones
erróneas en Cristología:
investigación sobres las opiniones post-Vaticano II
P. Luis Antonio
G. Tagle
El Concilio Vaticano II fue sin dudas un
concilio que ha enfocado la identidad y la misión de la Iglesia. Ha dotado
con un fuerte impulso a las Iglesias locales, con el fin de que emprendiesen
con vigor y coraje el diálogo con las culturas, con las condiciones humanas,
con los hermanos Cristianos no Católicos y con los seguidores de otros
credos, además de compartir las esperanzas y los sufrimientos de toda la
humanidad, especialmente en su aspiración a la justicia, la coparticipación
y la paz.
Persiguiendo dicho proyecto "eclesiológico", la
Iglesia ha sentido la necesidad de dirigirse a Jesucristo. Si quiere aclarar
su identidad y su misión, debe hacerlo en referencia a la persona y a la
misión de Jesús, su Señor. Por tanto, el periodo post-Vaticano II fue
productivo no sólo en el sector de la Eclesiología, sino también en el de la
Cristología. Las distintas situaciones que la Iglesia tuvo que afrontar en
la misión han preparado un terreno fértil para renovar la reflexión sobre
Jesucristo y su significado para el mundo. Fueron abundantes, por lo tanto,
en el post-Concilio, los estudios creativos de Cristología, pero no siempre
exentos de dificultades y ambigüedades que podían llevar a comprensiones
erróneas de Jesús y de su misión. En consecuencia, la Santa Sede y las
conferencias episcopales naciones se sintieron en el deber de poner en
guardia a los fieles en lo que concierne a tales opiniones, potencialmente
equivocadas.
La intención del presente estudio es
puntualizar algunas de dichas opiniones, evidenciadas en documentos,
instrucciones y notificaciones del Santo Padre y de la Congregación para la
Doctrina de la Fe (CDF), además que en estudios realizados por la Comisión
Teológica Internacional (CTI). Se han encontrados ambigüedades en los
siguientes sectores: a) en algunas metodologías usadas en Cristología, b)
con respecto a la persona de Jesucristo, c) con respecto a Jesucristo y la
Revelación divina, d) sobre el significado de la Redención, y e) sobre la
unicidad y universalidad de la salvación en Jesucristo.
I. Dificultades que se encontraron en
algunos métodos en Cristología.
Un método revela la estructura mental en el
ámbito de la cual los datos son configurados y coordinados en vista de una
conclusión. Los métodos en teología determinan sustancialmente el proceso a
través del cual los datos de la fe son tomados como objeto de reflexión
sistemática. Las ambigüedades en las conclusiones están a menudo arraigadas
en algunas ambigüedades intrínsicas en el método adoptado. Nuestras fuentes
han identificado algunas de tales deficiencias metodológicas.
-
Un método que toma prestado de forma acrítica, conceptos y presuposiciones
de ideologías como el Marxismo y las aplica a la Cristología, tiende hacia
una imagen unívoca de Cristo, que da prioridad a la dimensión política,
dejando en segundo lugar la novedad radical del testimonio del Nuevo
Testamento de su persona y su misión. La enseñanza de la Iglesia sobre
Cristo que nace de su autoridad, es también juzgada como una imposición de
la "clase dominante" sobre la "clase oprimida" y, por lo tanto,
frecuentemente descuidado.
-
Una Cristología, conducida exclusivamente "desde la base" puede llevar al
reduccionismo teológico. Un método puramente "experiencial" acaba por ser
excesivamente subjetivo, no ofreciendo el lugar adecuado a la verdad
objetiva y normativa de la Revelación en Jesucristo.
-
En el propósito y en los esfuerzos de inculturar la Cristología, algunos
métodos han llegado a interpretar la persona del Verbo Encarnado de una
forma excesivamente metafórica. La tradición transmitida en la forma
greco-latina es abandonada fácilmente en el momento en que los términos
cristológicos clásicos (como por ejemplo, persona, naturaleza,
satisfacción vicaria) no mantienen el mismo significado en las culturas
contemporáneas, como lo tenían en las pasadas.
-
Un tipo de investigación puramente histórica sobre Jesús ha llevado a
algunos teólogos a negar un lugar en la Cristología al testimonio bíblico
de la fe de las primeras comunidades cristianas. Algunos dichos y acciones
de Jesús, tal como son referidos en las Escrituras, son minimizados si no
pueden ser probados como parte de su "biografía". La pre-existencia del
Verbo es considerada ajena a la naturaleza humana de Jesús. En lugar del
testimonio de la fe, dominan la "reconstrucción" de la figura histórica de
Jesús algunos supuestos filosóficos y psicológicos.
Tales problemas de metodología, puntualizados
por los documentos papales y las intervenciones de la CDF y la CTI, han
influenciado la interpretación de los temas clave de la Cristología.
Afrontemos ahora algunos de ellos.
II. Ambigüedades sobre la persona de
Jesucristo.
¿Quién es Jesús? ¿Quién es aquel que ha sido
confesado como el Cristo? Algunas de las respuestas, que se basan sobre
metodologías carentes, resultan ambiguas o no fieles a la Tradición
católica.
-
Una corriente de pensamiento tiende a opone el "Jesús de la historia" al
"Cristo de la fe", poniendo en duda la unidad personal de Jesús y el
Cristo.
-
En la perspectiva liberacionista, el énfasis sobre la experiencia
revolucionaria de la lucha de los pobres por la liberación da la
preferencia al "Jesús de la historia", desde el momento en que es este
Jesús y no el "Jesús de la fe" el que ha vivido dicha experiencia
revolucionaria.
-
En el enfoque exclusivamente "experiencial" se tiende a presentar a Jesús
solamente como un hombre bueno, un profeta y una persona comprometida en
la promoción de los otros, una "parábola de Dios". Pero Jesús es
verdaderos Dios y verdadero hombre, en la unidad de la persona divina del
Hijo. Incluso la resurrección es presentada más como experiencia de
conversión de los apóstoles en la potencia del Espíritu Santo, que como un
hecho objetivo de Jesús como Señor glorificado e Hijo de Dios.
-
Algunos enseñan que Jesús es el Cristo, pero que el Cristo es alguien más
que Jesús. Dicho enfoque facilita la percepción de la presencia del Logos
en las otras religiones, pero desvía peligrosamente del Nuevo Testamento,
el cual concibe el Logos en relación a Jesús. Una variante de esta
tendencia consiste en separar la acción salvífica del Verbo como tal de la
del Verbo hecho carne, atribuyendo a la primera un ámbito más amplio que
la segunda.
-
El método puramente histórico crea dudas sobre la divinidad de Jesucristo,
desde el momento en que dicho dogma no habría podido emerger de la
revelación bíblica, sino del Helenismo. Lo mismo se afirma de la pre-existencia
del Verbo, que tendría origen en fuentes míticas, helenísticas o gnósticas
más que de la revelación bíblica.
III. Jesucristo y la Revelación de Dios.
Las ambigüedades relativas a la persona de
Jesucristo se repercuten sobre la comprensión de Jesús como Revelación de
Dios. ¿Cómo se actúa la Revelación de Dios en Jesucristo?
-
En la perspectiva liberacionista, la experiencia fundamental de Jesús es
la lucha para la liberación de los pobres. El verdadero conocimiento de
Dios y el Reino de Dios acontecen en esta lucha de liberación. La
naturaleza "personal" de la revelación de Dios en Jesús es minimizada
respecto al énfasis liberacionista político.
-
Deseosos de promover el diálogo interreligioso, algunos teólogos proponen
la teoría de la revelación limitada, incompleta o imperfecta de
Jesucristo, que tendría necesidad de ser completada por la hallada en
otras religiones. La naturaleza definitiva y completa de la revelación
salvífica de Dios en Jesucristo es, de este modo, comprometida por esta
posición.
-
La CDF indicó un ejemplo de un intento de inculturación que tiende a
substituir la revelación de Dios en la persona de Jesucristo con una
intuición de Dios sin forma o imagen. De nuevo, la naturaleza personal de
Dios y la revelación son puestas en peligro.
IV. El significado de la Redención.
La misión de Jesús está descrita de varias
maneras. Una imagen bíblica central es la de la Redención. Se han
identificado algunas interpretaciones y explicaciones inadecuadas.
-
La perspectiva liberacionista tiende a presentar a Jesús como el símbolo
que sintetiza el cumplimiento de la lucha de los pueblos oprimidos. La
salvación está reducida a la liberación de la opresión política, social,
cultural y económica, pero poniendo en segundo lugar la liberación del
pecado. A menudo se da a la muerte de Jesús una interpretación solamente
política que ofusca su valor para la salvación.
-
Enfoques más existenciales y "desde abajo" prefieren concebir la Redención
en Jesucristo como un proceso de hominización más que como divinización de
los seres humanos. La noción de divinización está considerada un concepto
helenístico que lleva a huir del mundo y a la negación de los valores
humanos, mientras la hominización realiza todo aquello que es humano. Esta
tendencia no rinde plena justicia a la realidad de la divinización
presentada en el Nuevo Testamento.
V. La Unicidad y la Universalidad de la
Salvación en Jesucristo.
Parece obvio que esta especial instancia se
encuentre, en la mayor parte de los casos, en el diálogo interreligioso.
¿Cómo se debe concebir la pretensión universal y absoluta del Cristianismo
en lo que concierne a la salvación en Jesús frente a las otras religiones,
que presentan sus propias soteriologías y sus propias figuras de salvadores?
Con el propósito sincero de responder a esta pregunta, no fácil, se han
propuesto algunas teorías que podrían desviar de los fundamentos esenciales
de la fe cristiana.
Una buena síntesis de la "problemática" sobre
este punto ha sido ya ofrecida en el documento Dominus Iesus (n. 4),
que afirma: "El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en
peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el
pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de
principio). En consecuencia, se retienen superadas, por ejemplo, verdades
tales como el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo,
la naturaleza de la fe cristiana con respecto a la creencia en las otra
religiones, el carácter inspirado de los libros de la Sagrada Escritura, la
unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret, la unidad entre la
economía del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, la unicidad y la
universalidad salvífica del misterio de Jesucristo, la mediación salvífica
universal de la Iglesia, la inseparabilidad —aun en la distinción— entre el
Reino de Dios, el Reino de Cristo y la Iglesia, la subsistencia en la
Iglesia católica de la única Iglesia de Cristo".
El ámbito de la problemática es muy amplio.
Intentemos enfocar mejor, aquí, algunas instancias propiamente Cristológicas.
-
Se nota la tendencia a evitar las nociones de unicidad, universalidad, de
caracter absoluto cuando se trata de la salvación en Jesucristo. Una
teoría preferiría atribuir un valor normativo a la mediación salvífica de
Jesús, desde el momento que su persona y su vida revelan el amor de Dios
de la manera más manifiesta y decisiva. Otra teoría, conocida como
"Cristología no normativa", no consideraría a Jesús como el mediador único
y exclusivo de la salvación. Podría ser un camino hacia Dios del todo
adecuado para los cristianos, pero no se debería atribuirle la pretensión
de exclusividad. Él revela lo divino complementando a otras figuras
reveladoras y salvíficas, por lo que Jesús es un maestro junto a otros
maestros, con la única diferencia que Jesús es el más iluminado,
consciente y libre.
-
Con el objetivo de armonizar la universalidad de la salvación en Cristo
con la realidad del pluralismo religioso, se ha propuesto la teoría de la
economía del Verbo eterno fuera de la Iglesia, además de la economía de la
salvación del Verbo encarnado limitada a los Cristianos. La primera
tendría un valor universal mayor, si bien la segunda sería más completa y
total. Dicho enfoque tiende a dividir el Verbo de Dios del Verbo hecho
carne, y postula dos economías separadas de salvación.
-
Otros teólogos, además, proponen una economía del Espíritu Santo con un
alcance más universal de la del Verbo encarnado. Pero la fe cristiana
sostiene que la encarnación salvífica del Verbo es un evento trinitario y
que la acción del Espíritu Santo no se sitúa fuera de o paralelamente a la
acción de Jesucristo.
La mayor parte de las ambigüedades que podrían
llevar a posiciones erróneas surgen del encuentro misionero de la Iglesia
con las culturas, con la injusticia, con las otras religiones y con
corrientes ideológicas relativas a la humanidad y a la historia. Las
dificultades que plantean para la fe cristiana deben enfrentarse con una
creatividad que permanezca, sin embargo, sólidamente fiel a las verdades
concernientes a Jesucristo.
La realidad
de Cristo en la vida de la Iglesia local
Introducción.
Una Iglesia local vive en un tiempo histórico y
en un contexto socio-cultural determinados. Como hizo Jesús, la iglesia debe
responder a las necesidades de la gente en esta realidad humana. Durante los
años del llamado apartheid, que iniciaron en 1948 con la subida al poder del
partido nacionalista y acabaron en 1994 con la llegada al poder del actual
gobierno del ANC, sólo un 5-10% de la población sudafricana pertenecía a la
iglesia católica. Es decir, la iglesia católica representaba una mínima
parte del pueblo de un país con una gran diversidad cultural y religiosa.
En la historia de esta iglesia local podemos
ver algunas de las respuesta a la vida social de Africa del sur. En la
primera parte ofrezco algunos ejemplos de cómo la iglesia en Sudáfrica ha
descubierto la presencia del Cristo que sufre, y resucitado, en el contexto
de la lucha contra el apartheid. En la segunda parte, intento ilustrar cómo
una cristología histórica y pascual hace que la respuesta de la iglesia
católica sudafricana a la elección de las prioridades pastorales sea más
profunda. Por último, para responder tanto al énfasis de una cristología
basada en el evento pascual como a la unicidad de la mediación cristológica
para la salvación, ofrezco algunos ejemplos de la investigación cristológica
africana, que aspira a descubrir la presencia de Cristo en las culturas
locales: campo fructuoso en el intento de inculturación cristológica.
1. Cristo que sufre, y resucitado:
combatiendo el mal del apartheid.
Una reflexión cristológica situada en el
interior de la transmisión eclesial viva de la palabra es un acontecimiento
histórico y cultural. ¿Cómo se podía llevar a cabo la evangelización en un
contexto como el de Sudáfrica durante los años del apartheid? Este era el
desafío de la iglesia, aquí.
En Sudáfrica, la Jerarquía Católica fue
establecida en el año 1951. Desde el inicio se preocupó por la problemática
racial. Puede observarse que de las siete cartas pastorales escritas por los
obispos hasta el año 1974, seis tratan sobre el tema de las relaciones entre
las razas. "Esto es ya un fenómeno extraordinario en la historia de la
iglesia, y muestra como el discurso de raza es una prueba especial de
caridad o bien el amor en Cristo que nosotros cristianos debemos mostrar"
(Synnot nd, 9). Los obispos observan el hecho que todos son creados a imagen
de Dios, y que Cristo ha venido para la salvación de toda la humanidad,
cualquiera que sea la cultura o la raza. Se ve aquí una afirmación de la
dignidad humana, sostenida a través de la encarnación del verbo y
transformada por la vida de Jesús y el evento pascual de Cristo (PL1, 1-2).
Los obispos transmiten la enseñanza de Cristo
sobre la realidad del reino de Dios, que es don para todos, pero que debe
ser aceptado por una vida de fe y moralidad. Así, decían: "Cristo nos
enseña que tenemos que buscar, como primera cosa, el Reino de Dios y su
justicia; de este modo, todo nos será dado por añadidura" (PL1, 25). Es
decir, la vida cristiana es una vida moral en la cual hay que subrayar el
pecado y cómo evitarlo. Una parte importante del viaje de las iglesias
cristianas en Sudáfrica ha sido identificar la presencia del pecado y del
mal en la sociedad del apartheid. Esto se ha ido afirmando gradualmente,
bajo la influencia del Espíritu Santo: en el apartheid estamos ante un
verdadero mal y los que apoyan este sistema cometen pecado. Un hecho poco
conocido es que fueron los obispos católicos quienes tomaron por primeros
esta posición. En su carta pastoral de 1957 ya hacen, proféticamente, una "condena
del principio del apartheid como algo intrínsecamente malo" (PL1, 15).
Esta es la primera vez que una iglesia sudafricana condena el mal del
apartheid como tal (Villa-Vicencio 1988, 36). La misma carta dice, más
adelante: "¿No nos estamos burlando del cristianismo cuando nos
proclamamos una nación cristiana y seguimos, al mismo tiempo, una política
tan contraria a las palabras de Cristo?" (PL1, 16).
El Decreto Ad Gentes (22) afirma que una
iglesia local emergente debe desarrollar su propia reflexión teológica. Una
teología contextual importante durante los años del apartheid fue la
teología negra. Esta teología se situaba como una de las teologías de la
liberación. En el contexto del apartheid, la categoría principal del pecado
para los teólogos negros era la opresión. Era la categoría más importante
porque era la más urgente y, también, porque es a menudo la categoría más
olvidada por la comunidad cristiana. La teología negra afirma la categoría
cristológica del mesías negro vinculada a la afirmación que Dios está
siempre de la parte de los pobres. La gente negra se preguntaba si este Dios
revelado de los blancos, colonialistas, racistas, podía ser también el Dios
de los negros, las víctimas de la historia desembocada en la realidad del
apartheid. El arzobispo anglicano Desmond Tutu, mientras era aún un simple
párroco, daba ya estos ejemplos de cómo gritaba la comunidad negra: "Cuando
un desastre azota a la comunidad negra - un accidente de tren en Soweto, un
desastre en las minas, un accidente de autobús u otro, el grito no hablado,
angustioso es: "Pero, ¿por qué esto nos sucede siempre a nosotros?... ¿por
qué sufrimos?" ... y la respuesta ingenua: "Dios no está de nuestra parte"
El hombre negro es el hijastro de Dios." (Tutu 1971, 113).
Los teólogos negros respondían con la
afirmación de un Dios que está junto al pueblo negro en Sudáfrica. El Dios
de la Biblia es el Dios de los pobres y de los oprimidos. Él es el Dios que
los libera de sus sufrimientos. De este modo, para los cristianos negros, en
el mundo racista del apartheid, Jesús como Mesías negro es "la única
verdadera confesión para nuestro tiempo" (Goba 1986, 58).
Estos son ejemplos de cómo la comunidad de fe
debía reflexionar, bajo la influencia del Espíritu Santo, sobre el modo de
responder como pueblo de fe en una situación social mal estructurada. La
respuesta subrayada aquí ha sido una respuesta profética, no siempre tomada
con alegría, ni por parte de las autoridades ni por toda la gente. Casi
todos ven claramente ahora como el camino del apartheid fuese un camino de
destrucción, sufrimiento y esclavitud para todos. Pero en esos días, para
algunos no estaba tan claro.
2. El rostro de Cristo en la práctica de una
iglesia local.
La revelación de Dios en Jesucristo lleva
consigo un evento histórico contextual; es decir, el verbo se ha encarnado
por medio del Espíritu Santo en el seno de una mujer que vivía en un tiempo
histórico y en un contexto socio-cultural determinados. Ello quiere decir
que la iglesia local descubrió su misión actual entrando en esta narración
bajo la influencia del Espíritu Santo, para hallar en su realidad actual las
huellas de su viaje hacia el reino de Dios. En esta segunda parte querría
poner como ejemplo de este proceso eclesial el modo como la iglesia local
sudafricana ha conseguido utilizar un plan pastoral específico, resultado de
la experiencia de la vida humana, social y cultural en Africa del sur
después de 1977.
En los años setenta, la situación social y
política en Sudáfrica iba de mal en peor. Vista esta situación e inspirados
por las reflexiones del Sínodo de los Obispos, en Roma, sobre el tema de la
evangelización en 1974, los obispos sudafricanos tomaron la decisión de
llamar a una consulta pastoral (Bate 1991, 72). Durante 1979, como primer
paso, la consulta se hizo a nivel diocesano, donde se agrupaban las
necesidades y prioridades de los grupos locales. Éstas se recogierons en un
documento-base para una conferencia formada por 178 delegados provenientes
de las organizaciones, grupos y diócesis de la conferencia episcopal. Dicha
conferencia tuvo lugar en 1980. Este segundo paso produjo más de cien
recomendaciones. La enormidad del trabajo surgido de esta consulta
necesitaba un proceso continuo de consultación, y la planificación a nivel
de conferencia convergió en un documento base llamado ‘pastoral working
paper’ (documento de trabajo pastoral), que veía la luz en 1984. Este
documento fue reenviado a nivel local para discusiones en los grupos y en
las parroquias y, para quien lo deseaba, también a nivel personal. Las
respuestas y los comentarios recibidos llevaron a otro documento base
llamado "Pastoral Plan Working Paper" (Documento de Trabajo para el Plan
Pastoral), publicado en 1987.
Los cuatro puntos enumerados a continuación
eran los puntos principales de toda esta reflexión (CSH 1987:4):
a) el plan pastoral debe inspirarse claramente
en el conocimiento de la iglesia emergente desde el Concilio Vaticano II;
b) este conocimiento de la iglesia debe
conectarse con la realidad de la vida en Africa del sur;
c) debe haber un tema clave para el plan
pastoral, que puede ser formulado como "Community Serving Humanity"
(Comunidad al servicio de la humanidad);
d) el elemento base en el plan pastoral debe
ser la formación, es decir, la educación y la evangelización de toda la
gente en la iglesia.
El plan fue lanzado en 1989 y sigue en vigor,
aún hoy, como signo del modo en que la iglesia en Africa del sur ve su
misión como comunidad de servicio en este momento. En un libro que
reflexiona sobre la situación tras siete años de lanzamiento del plan (Bate
1996), he intentado recoger ejemplos de cómo el plan pastoral ha inspirado a
los diversos grupos en campos distintos del servicio pastoral como la
oración, la curación, el desarrollo social, la inculturación, la pastoral
femenina, el ecumenismo y la evangelización. Si el reino de Dios es una
visión y un poder en la sociedad humana, debe serlo todavía más en la
comunidad cristiana. Todos los cristianos están llamados a vivir la vida
nueva, a contribuir y a servir a los otros. Sólo de este modo nos
convertimos en cuerpo de Cristo.
3. Revelación de la presencia de Cristo:
salvador único en un mundo de diversidad humana.
La singularidad de Jesús como salvador debe
entrar en la plenitud de la vida cotidiana de la gente. Por este motivo, la
cristología ha siempre querido extender la riqueza de esta singularidad en
la complejidad de Cristo para todas las naciones. Es este justamente el
objetivo de la evangelización que nos muestra S. Pablo en el episodio en
Atenas (Hch 17: 22-34). En lo que concierne a la mayor parte de las iglesias
africanas sub-saharianas, aquí se abre el argumento de la inculturación.
De este modo, ver a Jesucristo como salvador
para Africa lleva consigo todo el evento Cristo interpretado por la
comunidad cristiana africana, donde Jesús se ha convertido en uno de
nosotros. De hecho, la cristología es, probablemente, el área más
desarrollada de la teología africana y los teólogos africanos han dedicado
muchos esfuerzos a este trabajo para desarrollar expresiones inculturadas de
Jesucristo. Ya he mencionado la categoría del mesías negro en la primera
parte. Aquí me detengo sobre un enfoque de comparación de los modos en los
cuales la vida y el ministerio de Jesús reflejan la vida y el trabajo de las
personas significativas en el contexto social y cultural africano. Como
ejemplo, tomo únicamente dos de las muchas categorías principales de la vida
africana, sobre las cuales los teólogos africanos han trabajo: a saber, el
antepasado y el sanador tradicional.
3.1 Cristo como "antepasado"
El ejemplo de Jesús en su vida corresponde, en
un cierto sentido, a los criterios de la vida humana buena de una persona
africana designada a ser el antepasado en la comunidad. El antepasado es el
modelo de cómo la vida humana debe ser vivida en la mayoría de las culturas
africanas. Según Nyamiti (1984), Cristo para nosotros es el antepasado, pues
es el modelo de la plenitud de lo que debe ser la vida africana. Los
antepasados tienen la responsabilidad de mediar una vida completa y buena
para la comunidad, y esta función puede ser comparada a la función de Jesús,
el cual es mediador supremo de la salvación que Dios nos ofrece. Bujo (1992,
80) prefiere el término "proto-antepasado" para Jesús, observando el hecho
que la mediación de Jesús obra a un nivel más profundo y único.
3.2 Cristo como "sanador"
El sanador tradicional es una figura muy
importante en la sociedad africana. Dado que la curación era una parte tan
importante en la misión de Jesús sobre la tierra, uno no puede dejar de
maravillarse que esta categoría sea sido muy importante en la cristología
africana. Mbiti (en Nyamiti 1991) ha hablado de la idea de Christus Victor.
Pero Kolie (1991) ha puesto en guardia contra una asimilación demasiado
fácil de esta categoría africana, dada la realidad de la muerte, la
enfermedad, las plagas y los sufrimientos de la vida diaria africana, las
cuales siguen oprimiendo a la gente del continente. La curación debe
responder, aquí, de forma más efectiva a las enfermedades actuales.
4. Todo en todos (1Cor 15, 28)
Jesús no ha venido al mundo para ser objeto de
nuestras especulaciones intelectuales. En cambio, su objetivo ha sido mucho
más profundo. Se trata de la salvación del mundo y la reconciliación entre
Dios y la humanidad. A través de Cristo tenemos acceso a la vida con el
Padre. Las escrituras han sido escritas para que "creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre"
(Jn 20, 30). La reflexión de la iglesia como comunidad de fe nos lleva a la
definición de teología dada por S Anselmo, es decir: Fides quaerens
intellectum (cur Deus homo 1, II, c. 1). Esta debe ser una reflexión que nos
impulse a emprender otro paso en nuestro viaje común hacia el reino de Dios.
Caminamos bajo el aliento del Espíritu Santo, y por el poder del Hijo
unigénito muerto y resucitado para la salvación del mundo. Si no tomamos el
camino, no estamos en Cristo, el cual es camino. Así, la cristología sirve a
la misión de la iglesia, es decir, a la misión de Cristo. Cada uno de
nosotros está llamado a formar parte de esta misión. En mi presentación he
intentado dar algunos ejemplos de esta comunidad de fe de Africa del sur y
de nuestro viaje de estos últimos años. Lo hago porque también es vuestro
viaje. La iglesia es una, como uno es el camino. Estamos comprometidos el
uno con el otro, y todos en Cristo.
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La Cristología
del Vaticano II: una perspectiva australiana
Cuando los Arzobispos y Obispos de Australia
fueron a Roma en ocasión de su visita ad limina en Noviembre de 1998,
tuvieron encuentros con los representantes de diferentes Dicasterios de la
Curia para examinar la situación de la Iglesia en Australia. El documento
resultante describe en grandes líneas algunas debilidades que se observan en
el catolicismo australiano. La primera debilidad de la que se ha hablado es
de una crisis de fe. La segunda debilidad es la de una crisis de la
Cristología. Evidentemente, las dos están relacionadas. La crisis de fe, que
no es un caso particular de Australia, es una crisis espiritual que conduce
a los hombres a perder el sentido de lo transcendente. El resultado es que
la fe se reduce a una consideración sólo de la perspectiva humana. Hablando
de Cristología, en los años sucesivos al Concilio Vaticano, hemos
experimentado que el énfasis, en la catequesis y en la enseñanza teológica,
se ha colocado en la humanidad de Cristo. Un tal énfasis sobre la humanidad
de Cristo es un ejercicio de gran valor para liberar la Cristología del
peligro de convertirse en árida especulación, presentando a Cristo como
modelo de verdadera humanidad. Pero el problema consiste en el hecho de que
todo eso puede ofuscar su divinidad. El Concilio ha hablado de Cristo como
"el primogénito entre muchos hermanos" (GS 22, 4) a través de su
resurrección. Pero si el acento se pone sólo sobre las cualidades personales
que emergen en la vida de Jesús, la catequesis puede reducirse solamente a
presentar un Jesús humano que nos enseña como debemos vivir y nada más. En
este modo de abordar el argumento faltan una sana soteriología y
escatología. Se considera la muerte de Jesús en la cruz como una expresión
de la inmensidad del amor de Cristo, pero no como un acto de expiación. "La
grandeza de la vocación del hombre" (GS 22, 1) se pierde cuando, al no mirar
más allá del horizonte de este mundo, nuestra humanidad no se encuadra en la
gloria de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta es una
empresa laboriosa para los sacerdotes en su predicación y catequesis. El
Concilio Vaticano, en su Decreto sobre el ministerio y la vida de los
presbíteros, habla del "deber primario" de los presbíteros de proclamar el
evangelio (Pontificia Obra 4). Esta proclamación recuerda la importancia que
el Concilio da a la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. La misma
doctrina ha sido renovada e impulsada en la famosa encíclica de Pablo VI,
Evangelii Nuntiandi, que habla de la evangelización como "la dicha y
vocación propia de la Iglesia" (EN 14). Juan Pablo II ha hablado de esta
vocación en sus frecuentes alusiones de una nueva evangelización. La llamada
a comprometerse en esta "nueva evangelización" pone de relieve la necesidad
de individualizar el contenido esencial de esta predicación. Según Pablo VI,
consiste precisamente en estas palabras, "una clara proclamación de que en
Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la
salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de
Dios" (EN 27). El núcleo del ministerio de los sacerdotes se encuentra en la
proclamación del Evangelio, cuyo punto central es la plenitud del misterio
de Cristo en todos sus aspectos soteriológicos y escatológicos. Este es un
arduo desafío para la Iglesia en Australia.
Abiyán
La Cristología
contemporanea, los desarrollos a partir del Concilio Vaticano II y las
características emergentes
El tema elegido para la video-conferencia se ve
reflejado adecuadamente en el contenido del texto, cuya riqueza se basa en
libros importantes y en documentos del Magisterio, cuidadosamente citados en
orden cronológico. Leyendo el texto de la Conferencia, vemos claramente las
características de los desarrollos de la Cristología en los últimos
decenios. Como se ha dicho: se trata sin duda de una Cristología trinitaria,
histórica y pascual. Apoyándonos en esta presentación completamente exacta,
queremos orientar nuestra intervención hacia la misma estructura del texto,
partiendo de una sensibilidad esencialmente bíblica.
Una Cristología trinitaria: la Revelación de
Dios en Jesucristo
En la primera parte, que inicia con la
existencia o la vida terrestre de Jesús de Nazaret, además de cuanto ya se
ha dicho, hubiera sido útil referirse a los textos bíblicos donde nos damos
cuenta de manera simultánea de la manifestación del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, de las tres personas de la Trinidad, a través de la única
presencia o acción de Jesús que revela su unidad, como por ejemplo en
ocasión del bautismo de Jesús cuando el Espíritu de Dios desciende sobre Él…
(cfr. Mt 3, 16; Mc 1, 9-10; Lc 3, 21-22; Jn 1, 32-34). Al mismo tiempo se
puede decir que la cristología trinitaria aparece igualmente en Lc 4, 18
donde, en la sinagoga de Nazaret, Jesús leía el texto del profeta Isaías:
"El Espíritu del Señor sobre mí… Me ha ungido para anunciar…" ¿Por qué esta
omisión?
Lo que habríamos deseado en este punto es la
referencia a otros numerosos textos de la Sagrada Escritura, los cuales
podrían poner de relieve la revelación de Dios Padre en Jesucristo. Todo
esto fue hecho en la página 3, pero también otras citas ahogarían aún más el
contenido del título arriba indicado.
Una Cristología histórica: el aspecto
circular entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe
En esta parte observamos que no hay diferencia
entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Se trata de la misma
persona, Hijo del hombre e Hijo de Dios que asume nuestra humanidad y que
tiene interés en la historia de los hombres. Además, podemos constatar que
el Redentor ha querido que Su obra histórica fuera una obra permanente,
históricamente inagotable. Por lo tanto, Él ha elegido a los discípulos, a
los apóstoles para continuar, en el tiempo y en el espacio, la misión
recibida del Padre.
Por esto deseamos que una Cristología
histórica, que quiere ser integral, se abra a la misión de la Iglesia "como
el Padre me envió, también yo os envío …. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados…" (Jn 20, 21-23). Esto muestra la continuidad de la
misión redentora del Jesús de la historia y del Cristo de la fe en la
historia de los hombres.
Una Cristologia pascual: la singularidad de
Jesucristo y la salvación del mundo
Una Cristología pascual puede apoyarse sobre un
texto bíblico del binomio "muerte-resurrección" de Cristo para añadir aún
una importancia con mayor autoridad a esta reflexión que toma como punto de
partida, la Encíclica Redemptoris Missio. Se podría citar por
ejemplo, desde el principio a Mt 27, 51-53. Con respecto a la salvación de
los no cristianos, Gaudium et spes 22, 5 puede ayudar a una
comprensión mejor. Al final queda una pregunta: "Cómo presentar este tema de
la Cristología pascual: la singularidad de Jesús y la salvación del mundo
a los no cristianos para que también ellos lo acepten sin reservas"
"LA CRISTOLOGÍA HOY: SU DESARROLLO A
PARTIR DEL VATICANO II Y LAS CARACTERÍSTICAS EMERGENTES
1. COMENTARIO SOBRE LA EXPOSICIÓN DE MONS.
BRUNO FORTE
Quiero destacar la maravillosa síntesis que
Mons. Bruno Forte ha hecho de los diversos aspectos que se han venido
desarrollando, tanto desde el punto de vista del Magisterio Pontificio, como
desde la contribución de los teólogos a la Cristologia posterior al Vaticano
II. Sin duda que el horizonte trinitario, el énfasis histórico y el
referente pascual son claves para poder tener una adecuada aproximación al
misterio de Jesucristo que tiene sus referentes en la encarnación, en el
establecimiento del Reino de Dios, en su Pascua y en el envío del Espíritu
Santo.
En efecto es Dios Padre, quien Resucitando a
Jesús y enviándonos su Espíritu, muestra que Él tiene todo su aval y regala
su Santo Espíritu para que los seguidores de su Hijo tengamos su filiación y
establezcamos con su gracia la fraternidad que nos propuso a partir del
Reino y entremos en comunión con la Santa Trinidad.
El enfoque que Mons. Forte hace de la
perspectiva re-velatoria de la Palabra hecha carne en la dialéctica del que
muestra, pero al mismo tiempo oculta, nos lleva a que la aproximación desde
ese horizonte trinitario habrá que hacerla siempre en una actitud de
alabanza ante el misterio que se nos entrega, más aún que se hace teo-dramática
y que por lo mismo nos involucra en la escena, pero que al mismo tiempo nos
excede y solo a través de la plegaria y de la comunión se llega a barruntar
en su desenlace trascendente.
Esta misma actitud de alabanza sin duda habría
que incluirla en cada una de las perspectivas que indica Mons. Forte, pues
al trasladarla a la perspectiva Pascual tendremos que doblar las rodillas
ante el misterio de la cruz de Cristo que nos trasciende y que rompe los
parámetros de fuerza y entendimiento humanos y que se desbordan en la proeza
escatológica del Padre en su Hijo resucitado. Nos muestran igualmente hasta
dónde llega la solidaridad de nuestro Sumo Sacerdote ante Dios, igual en
todo a sus hermanos menos en el pecado, pero al mismo tiempo oculto e
identificado con cada ser humano que se le niegue la dignidad que como hijo
Dios se le ha comunicado en Jesús.
Como teólogo latinoamericano valoro
positivamente la forma como Mons. Forte asumió en su exposición uno de los
aportes fundamentales que la teología de este continente ha querido subrayar
en su contribución a la Cristología universal de la Iglesia, sin querer
decir que sea exclusivo de estas latitudes; me refiero al del seguimiento
del Jesús histórico, a la indagación a través de sus "misterios" de su
libertad e intencionalidad humanas, junto con la constatación de la
incertidumbre, del asumir Jesús su conflictividad histórica, no como un
horizonte ideologizante sino por que la justicia del Dios del Reino se lo
pedia y esto nos lanza a una cristoíogía más "militante" como lo ha dicho
textualmente él, orientada por la candad.
Es importante destacar igualmente la
singularidad salvífica de Jesucristo, ya que nos afecta a nosotros los
latinoamericanos en la múltiple propuesta religiosa que se está haciendo en
nuestro continente que viene presentando indiscriminadamente la figura de
Jesucristo al lado de otros líderes religiosos mundiales como equiparables
con el misterio único revelado en Él. Este sincretismo religioso que llega a
afirmar la simultaneidad de fe en el Resucitado con la reencarnación, o que
acepta a Cristo como salvador en el plano individual pero sin un referente
comunitario eclesial con su rica tradición, que enfatiza los esplritualismos
pero olvida los compromisos históricos de quien se encarnó y fue a la muerte
por la justicia del Dios del Reino. Todos estos despropósitos se confrontan
con el aludido criterio acotado por Mons. Forte de la síntesis calcedonense,
sin confusión o mezcla, pero sin división ni separación.
2. ALGUNOS INTERROGANTES PARA MONS. B. FORTE
(SUGIERO ESCOJA UNO PREVIAMENTE DADO EL
TIEMPO BREVE)
Qué piensa Ud. Mons. Forte de la afirmación: En
Jesucristo más que una revelación del misterio de Dios se nos ha revelado un
camino para acceder a Dios, un modo de humanidad, si se quiere el único y
verdadero, pero la trascendencia de Dios siempre estará en el misterio que
solo veremos cara a cara cuando nos encontremos con El.
Desde su magistral exposición ¿cómo entrevé el
futuro de la Cristologia ante problemas como la globalización como
estandarización cultural y al mismo tiempo como imposición de un modelo
socio económico único que está cada vez más empobreciendo multitudes
privándolas de su diversidad cultural y matando de hambre a millones de
seres humanos?
La ciertamente única salvación aportada en
Jesucristo, ¿no podría dar pie, en algunos sectores eclesiales, para mezclar
el poder político con el poder e integrismo religioso?
Gracias!
P. Silvio Cajiao, S.l.
SUGERENCIA:
Estimado Mons. Forte me atrevo, ya que su
documento es tan valioso y quiere recoger los aportes que tanto la Comisión
Teológica Internacional, como el Magisterio de su Santidad Juan Pablo II han
hecho, a incluir en la primera parte de su exposición el valioso aporte que
la Pontificia Comisión Bíblica hiciera en su documento "Biblia y Cristologia"
donde se analizan los once modelos cristológicos contemporáneos dando una
valoración crítica de los mismos y presentando unos criterios de trabajo
exegético para la Cristologia. Esto lo digo como mínimo aporte ya que sé que
al escuchar, y muy probablemente poder leer, posteriormente los sacerdotes
de todo el mundo su maravillosa exposición pueden tener así todos los
referentes completos que el Vaticano ha dado y que en ocasiones se
desconoce. Es cierto que se ha prometido que vendrán estos textos
acompañados de una amplia bibliografía, es probable que se haya ya incluido
en ella y yo lo desconozca,
De nuevo mil gracias por permitirme participar
en tan valioso y "virtual" encuentro.
Atentamente,
Silvio Cajiao Rabón, S.l.
Samoa
Antes que anda, agradecemos al Señor por todo
lo que nos ha dado. Nos ha dado, sobre todo, su protección para vuestra y
nuestra vida. Gracias a la Congregación para el Clero por la preparación de
esta Conferencia especial y por habernos dado esta oportunidad de estar con
ustedes y de oír la voz de la Iglesia Universal que se alza desde todas
partes del mundo. Podemos decir que es la voz de la Iglesia en su Unidad.
Prácticamente nuestro corazón está lleno de alegría cuando escuchamos a
nuestros Hermanos desde cada rincón del planeta, no obstante una probable
distorsión de nuestras voces a causa de las grandes distancias de
transmisión.
Estos son nuestros pensamientos y sentimientos
en relación con esta bella Conferencia. Les agradecemos de nuevo por el
argumento cristológico que estamos discutiendo, que constituye una labor
fatigosa pero importante, pues se refiere a un tema fundamental de la fe
cristiana, no sólo de hoy, sino también del pasado. En el argumento tan
claramente expuesto en diversos puntos, vemos como se profundiza el anuncio
del Evangelio de Jesucristo. Este incluye en sí el aspecto del hombre che
viene elevado por el mismo Jesús en su humanidad real. Por esto, el hombre
debe conocer y comprender el amor total de Dios, para cuyo cumplimiento
Jesús escendió del Cielo tal como ha sido aclarado en el argumento. Pero
viendo las guerras, las enfermedades graves como por ejemplo el SIDA, el
terrorismo, etc. de frente a la situación del mundo de hoy podemos
preguntarnos: "¿Dónde está Dios?". Pienso que esta sea la pregunta a la cual
debemos responder, porque se trata de una pregunta que nos dirigen a
nosotros cada día.
Sé que la respuesta está en nuestro argumento.
Pero faltan los caminos a través de los cuales esta respuesta puede llegar a
toda la humanidad. Sobre este punto debemos trabajar ahora. Si no lo
hacemos, nuestro discurso es inútil. Esta es nuestra opinión, con la cual
queremos contribuir a nuestra Conferencia. Los saludamos con el amor de Dios
y de los hermanos en la fe común en Jesucristo. ¡Los saludamos a todos! Les
agradecen sus hermanos samoanos.
El relator ha introducido magníficamente al
reto fundamental de la cristología en la actualidad: superar la sospecha,
cuando no la ruptura, entre la confesión del Hijo de Dios, de su
Encarnación, y la humanidad de Jesús de Nazaret. Pues, sin ello, el
conocimiento de Jesucristo se queda en los inicios, en la afirmación de un
dogma que permanece abstracto: se confiesa que el Hijo de Dios se hizo
hombre, pero no se explica lo que eso significa realmente.
Venimos de tiempos marcados por una lectura
"histórico-crítica" de la vida de Jesús que, en gran parte, ha querido
comprender al Señor con la medida de la sola razón, proponiendo una
interpretación de su persona y de su misión alternativa a la apostólica. Es
decir, venimos de tiempos en que el mejor conocimiento de la historia
evangélica parecía dificultar a muchos la afirmación primera de la fe
cristiana: el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra
salvación.
Hoy día puede decirse que el trabajo histórico
de generaciones de teólogos ha dado magníficos frutos, mostrando la
credibilidad de los datos fundamentales de la predicación apostólica, así
como la legitimidad hermenéutica del kerygma cristiano. Cierta de esta base
crítica, la teología reflexiona de nuevo sobre lo acontecido en la plenitud
de los tiempos, que el Concilio nos describía con acentos adecuados a
nuestra época: "Cristo, Adán novísimo, en la misma revelación del misterio
del Padre y de Su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y
le descubre la grandeza de su vocación" (GS 22a).
Este misterio de Cristo fue comprendido por los
Apóstoles gracias a la historia vivida con Él, y decisivamente gracias al
paso de la Cruz, Resurrección y Don del Espíritu. No es posible acceder al
conocimiento de Cristo sin entrar en la comunidad de sus discípulos y sin
situar en el centro los acontecimientos de la Pascua, como lugar donde
culmina la revelación de Dios.
Sin la Pascua, no habrían llegado los hombres a
confesar a Jesús como Hijo de Dios; es decir a percibir el indecible Amor
del Padre, que entrega a su Hijo para la salvación de los hombres, y cómo
Éste, en el mismo Amor, se anonada hasta compartir nuestro destino de
pecadores, el abandono de la muerte, para que pudiese ser cambiado por Dios.
Este divino abajamiento, que no se arredra ante
la muerte en cruz, es comprendido por los hombres tras la resurrección,
cuando pueden percibir además sus razones y su finalidad: a la entrega de un
corazón humano, que lo amó y confió en Él plenamente, Dios quiere responder
con el Don pleno del Espíritu, de modo que en Jesús habite corporalmente
toda la plenitud de la divinidad.
En Jesucristo, la humanidad se convierte así en
fuente de salvación, de vida y de gloria para todos los hombres. Con la
entrega de su Cuerpo y de su Sangre, con el don de su Espíritu, llama a los
hombres a su seguimiento, a una verdadera comunión de las personas, signo e
instrumento del destino del universo.
Así, viendo con estupor la obra que Dios confía
al corazón humano, la dignidad con la que quiere enaltecer su camino, el
respeto exquisito con que le ofrece su Vida al hombre, éste no encuentra en
el Dios verdadero a un oponente o a un adversario, sino que se goza en la
alabanza de la gloria del Amor de Dios.
Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología "San Dámaso
Madrid, septiembre 2001
Que Jesús sea verdadero Dios y verdadero
hombres es un artículo de fe, una revelación de Dios a su pueblo. La
cristología, estrictamente hablando, no es una investigación para determinar
la veracidad de este artículo, sino un ejercicio de la fides quaerens
intellectum. Nuestra investigación consiste en determinar qué impacto
tiene sobre nosotros y sobre nuestra salvación esta revelación divina.
Intentar determinar la verdad del elemento divino significaría tener el
mismo destino de Zacarías, el cual dudó sobre la revelación de Gabriel al
querer de Dios, y no en el destino de la Virgen María, que meditaba todas
estas cosas en su corazón.
La cristología, por lo tanto, inicia con la
revelación y tiene como objeto de estudio la Palabra Encarnada de Dios, la
cual es una sola persona con dos naturalezas: humana y divina. Si bien se
habla de este misterio con diversas fórmulas de lenguaje, como por ejemplo
la unión hipostática, la communicatio idomatum y la cristológica
perichoresis, la realidad de la unicidad de la persona de Jesús no está
limitada por nuestra definición. Debemos dirigirnos, todavía, a la Sagrada
Escritura a la luz de la constitución dogmática Dei verbum.
Efectivamente, es a través de la Sagrada
Escritura, especialmente de los Evangelios, que más se revela Jesucristo a
nosotros. Con la seguridad de la inspiración e inerrancia de la Sagrada
Escritura, encontramos la sólida afirmación de la humanidad y divinidad de
Jesús – ambas en la misma persona – y las dos igualmente afirmadas por el
testimonio bíblico. Si este testimonio bíblico es puesto en discusión a
priori, si tanto la humanidad como la divinidad de Jesús, tal como está
atestiguada en la Biblia, se considera dudosa, y si una de estas dos
naturalezas es incierta, entonces la totalidad del testimonio bíblico es
puesto en duda. Y no sabemos nada de Él.
Nuestra búsqueda hoy no es, ni para un Jesús
histórico, que no existe separado del preexistente Logos, ni para un
logos gnostico, que no existe separado del Jesús encarnado. Nuestra
búsqueda es la misma al principio y al final: Jesucristo. Nuestra
investigación en la cristología es la de saber mucho más sobre Cristo, y de
meditar todas estas cosas en nuestro corazón.
Un modo
distinto de hacer Cristologia
La sección de programas en chino de la Radio
Vaticana, en vista del año jubilar, me pidió que escribiera cuatro artículos
para su página Web. En Taiwan estos artículos han sido recogidos en un
pequeño opúsculo, cuyo título es: "Cómo ha influido Jesús sobre la
humanidad".
Durante la solemne apertura del año Jubilar, la
Iglesia local ha distribuido ampliamente este opúsculo por todas partes.
El tema de los artículos era:
-
Quién es Jesús
-
La Iglesia instituida por Jesucristo
-
Jesús y la historia humana
-
Jesús y el futuro del pueblo chino
El método usado se inspira al Sínodo de los
Obispos de Asia (1998), y es el que emerge en el Documento Sinodal "Ecclesia
in Asia".
¿Cómo anunciar a Cristo en Asia?
Los Obispos del continente asiático insisten
vivamente en que para evangelizar al hombre asiático es necesario usar el
método de la "narración-parábola", reafirmando así el valor de las parábolas
narradas por Jesús.
En la antigua China, muchos personajes famosos
usaban la "narración" para adoctrinar: Confucio, Mencio, Chuangze, han sido
en esto maestros incomparables.
¿No ha hecho así también Jesús?
La actividad evangelizadora puede ser distinta
e ir desde el narrar una historia a dar una conferencia.
Cuando se "narra" una historia la gente rodea
al orador, y el público no es muy numeroso.
Para narrar hace falta una gran habilidad,
vivacidad y capacidad de hacer mella sobre los oyentes.
En el Sínodo Asiático, los Obispos han
discutido también sobre los diversos iconos de Cristo: Cristo, Maestro de
Sabiduría; El Misericordioso; El Cirujano; El Predicador; Aquel que obra
Milagros; Que Perdona, etc. concluyendo que el icono preferido por el mundo
asiático es el de "Jesús, Maestro de Sabiduría".
Por los motivos arriba indicados, mis primeros
dos artículos narran la "historia" de Jesús o, al menos, son un intento de
narrar la historia de Jesús.
Los otros dos artículos presentan el icono de
"Jesús, Maestro de Sabiduría". La sabiduría de Su vida y de Su predicación
son una joya de historia humana para todos, incluidos los chinos. No
presentar o no conocer tal sabiduría sería una grave pérdida.
Frente al desafío de evangelizar la gran China,
este tipo de Cristología es aún un experimento.
Se puede considerar la huella indeleble que
Cristo ha dejado en la historia humana bajo una triple óptica:
Primero:
para Jesús, la fuerza que mueve todo es su
íntima libertad y el amor. Su relación filial con Dios y la relación de amor
fraterno con los otros son expresiones concretas de su apertura al mundo. La
tradición de los profetas, su movimiento de unidad mundial y de apertura a
las naciones encuentran su expresión y cumplimiento en la acción de amor
universal de Cristo. El objetivo de su vida ha sido el de hacer del género
humano una única grande familia.
De hecho, bajo su influencia, miles de vidas se
han convertido, por ellas mismas, en anuncio de su amor universal.
Segundo:
las palabras y las acciones de Jesús no han
permanecido escondidas en su ánimo, sino que se han expresado al exterior,
confirmando claramente su conducta y exigiendo comprometerse con la realidad
concreta, para construirla y cambiarla positivamente, desde las
instituciones sociales a la vida individual.
Por esto, hay quien afirma que Jesús al menos
ha sembrado en la historia humana la semilla de la revolución.
De hecho, hasta hoy, él sigue influenciando el
mundo para que se convierta en el mundo del verdadero amor universal.
Tercero:
Jesús ha expresado un culto a Dios, no prisionero del rito cultual, sino que
se expresa en espíritu y verdad.
Amar a Dios es garantía del amor a los hombres
y es el único camino para instaurar de forma eficaz en el mundo la paz y la
justicia.
Por esto, mientras la ley civil se compromete
en proteger el bien público, la tradición religiosa aspira a transmitir a
los venideros lo que es verdadero, sano y perfecto.
Jesús se ha mantenido libre frente a las
estructuras sociales de su tiempo y ha conservado una cierta distancia de
los extremismos ideológicos, sin vincularse a ninguno.
Suscitando estupor entre sus discípulos, él ha
defendido su libertad y autonomía frente a las autoridades religiosas y ha
demostrado una admirable espontaneidad frente al gobernador romano.
En la historia humana, Jesús es el prototipo de
los mártires; con él, la cruz se ha convertido en el símbolo irrebatible del
culto a Dios y de amor universal.
En el contexto
del tema
"La Cristología
desde el Vaticano II a nuestros días"
"Quien emprende el discurso sobre la persona y
la vida de Jesucristo debe saber desde el primer momento, y muy claramente,
lo que pretende hacer y los límites impuestos a toda investigación sobre
este tema". Esta expresión puede indicar eficazmente la condición que se
tiene que adquirir cuando se escribe sobre Jesucristo. La cristología
constituye el corazón de cada teología, porque señala el punto inicial de
toda reflexión de la fe sobre sí misma y representa su punto final como
experiencia de la contemplación y de la adoración de la figura divina. Pero
el centro de toda cristología es la afirmación "Jesús es el Cristo", que
expresa al mismo tiempo el inicio de la fe de la comunidad primitiva y su
contenido. Esto significa que toda cristología deberá hacer explícitos los
dos polos de su discurso: Jesús y Cristo, ver la naturaleza de su relación
así como las relaciones con toda la teología.
La teología fundamental debe hacer de la
cristología su centro de atracción y el punto de referencia, que no se puede
eliminar si quiere ser plenamente una teología capaz de comunicar a los
contemporáneos el misterio de la salvación cristiana y su credibilidad. Es
importante por eso darse cuenta de la relación que existe entre teología
fundamental y dogmática respecto a la cristología, y ver la especificidad de
análisis que le corresponde a la fundamental.
Una rápida observación de las cristologías
actuales permite evidenciar que ningún dogmático construye su reflexión
cristológica prescindiendo de los datos sobre el Jesús histórico: en todos
los estudios es posible comprobar cómo la parte histórica es un elemento
constitutivo de una sucesiva reflexión dogmática. Esto significa que la
tendencia de las cristologías postconciliares es la de dar razón a la
orientación provocada por el Vaticano II, que centra cada tema teológico en
la dimensión personalista e histórico–salvífica.
La fundamental que se aproxima a la cristología
deberá enfocar su intervención mediante la verificación de los "títulos
cristológicos". En otros términos, la teología fundamental, por su
naturaleza y por sus propios medios de investigación, debe acercarse a la
cristología investigando sobre las componentes de la autoconciencia de Jesús
tal como la expresan los evangelios. Deberá, pues, establecer si la
comunidad primitiva ha transmitido auténtica e históricamente la conciencia
de Jesús en su presentarse como Mesías, Hijo del hombre, Hijo del Padre o,
por el contrario, si estas expresiones son sólo fruto de la fe post-pascual.
La fundamental, pues, estudia esta relación y proporciona a la dogmática
esos resultados que no son únicamente fruto de la exégesis o de la teología
bíblica, sino que ya son, por sí mismos, elaboración teológica centrada
sobre el carácter "revelador" que posee toda expresión de Jesús.
Se puede, pues, pensar en una especificidad del
trabajo teológico–fundamental en relación a la teología, que es precisamente
el de proporcionar un dato ya elaborado teológicamente y ya integrado en el
horizonte de un estudio más global y sistemático. De hecho, la fundamental
no pretende tomar los diferentes "títulos cristológicos" como expresiones en
sí mismas (que son competencia de la exégesis y de la teología bíblica),
sino globalmente integrados en la dinámica reveladora de Jesús que, mediante
ellos, expresa la autoconciencia de su misión salvífica. Un enriquecimiento,
pues, el de la investigación de la fundamental, que ayuda más y mejor a la
formulación de las cristologías contemporáneas porque les proporciona un
marco histórico y teológico que las relaciona con las cristologías de las
comunidades post-pascuales y con el mismo Jesús, en quien estas comunidades
creen y a quien proclaman Mesías y cumplimiento definitivo de las antiguas
promesas.
† Rino Fisichella
Rector Magnífico
de la
Pontificia
Universidad Lateranense
La cristología
desde el Vaticano II a nuestros días
1. Por más que los cristianos se asuman hoy en
día la responsabilidad de anunciar la figura de Cristo, ha sido consolador
descubrir en el último decenio, que la abundante literatura cristológica ha
sustancialmente desmentido lo que una cierta teología bultmaniana sostiene.
Es decir, que fuera imposible ir más allá del Cristo de la fe para alcanzar
la "figura" (Gestalt) de Jesucristo. En cambio, cada vez más vemos
emerger de todas las investigaciones histórico-críticas, aún las más
sofisticadas, la silueta de Jesucristo. Su Persona, su vida, su
misión, últimamente su muerte-resurrección, hacen de él una presencia
efectiva y real para el hombre de su tiempo. Para Andrés y Juan, para Zaqueo
y la Samaritana, para la viuda de Naim y el Centurión.
2. Surge aquí, sin embargo, una gran cuestión.
¿Como puede un hombre que ha vivido en un arco de tiempo muy preciso, ser
contemporáneo mío hoy, de hombres de otros tiempos y de culturas distintas
como las que se han sucedido hoy, aquí, en esta conexión extraordinaria?
Diciéndolo como diría Kierkegaard: yo puedo encontrar a Cristo sólo si es
contemporáneo mío. Jesús, que ha vivido en ese tiempo, ¿cómo vive también
aquí y ahora, para mí, para todos nosotros?
La respuesta a esta pregunta expresa todo el
genio del catolicismo. Éste está concentrado en el Jueves Santo. En este
gesto estupendo de anticipación de Su muerte, de Su resurrección, de Su
misma persona viviente que fue la institución de la Eucaristía y en la
Eucaristía de toda la comunidad cristiana como el lugar
(sacramento) en el cual nosotros, hoy podemos constantemente encontrarlo.
3. De este modo, Jesucristo habla al corazón de
mi libertad. Cada día Él tiene que ver con todas las personas, con sus
afectos y su trabajo. En este sentido, ningún hombre está lejos de Jesús,
tampoco aquel que está en las condiciones más degradadas. Porque cada acto
de nuestra libertad, siempre históricamente situado, siempre determinado,
puede encontrar y encuentra la benevolencia total del Padre, en el Espíritu
Santo, Jesucristo.
¿Cuál es la condición para este encuentro?
Consiste en el hecho que esta libertad sepa pertenecer a ese lugar
sacramental en el cual, a través de la humanidad de Cristo, alcance su
divinidad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 515). Cada uno de
nosotros está llamado a ser testigo, es decir a mostrar a cada hombre que
encontramos que Jesús obra en favor de su libertad. ¡Gracias!
Para una ulterior profundización:
A. Scola – G. Marengo – J. Prades, La
persona umana. Manuale di Antropologia Teologica, AMATECA, Jaca Book,
Milano 2000. Capitolo I.
A. Scola, Questioni di Antropologia
Teologica, PUL-Mursia, Roma 1997. Prima parte.
A. Scola, Gesù destino dell’uomo,
Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo 1999.
"La Cristología
desde el Vaticano II a nuestros días"
La cristología ha conocido, después del
Concilio, un período difícil.
Existían dificultades para elaborar una
síntesis doctrinal que integrara los resultados más válidos de los estudios
sobre la Escritura y, precisamente, sobre los Evangelios. Las
investigaciones exegéticas llevan a menudo a posiciones e interpretaciones
muy distintas. En el pasado el teólogo que no quería simplemente reproducir
la doctrina más común debía tener en cuenta los cambios de perspectiva
impuestos por la exégesis, eligiendo la vía que le parecía más justa.
Podemos entender por qué durante un periodo se había parado la publicación
de cristologías. Es significativo que en una Facultad de Teología había
desaparecido del programa el curso de cristología.
Más grave aún desde el punto de vista doctrinal
ha sido la situación creada por un movimiento, nacido entre teólogos
católicos, que para subrayar la realidad del hombre en Cristo dejaba en la
sombra, ignoraba o negaba su divinidad. Esta "nueva cristología", formulada
en Holanda en 1966, se difundió en otros países y si bien actualmente es
menos viva, no ha perdido sin embargo todos sus partidarios. Implica un
desafío que empuja la teología hacia una vía de afirmación más sólida, mejor
justificada, de la divinidad de Cristo.
A esta afirmación están vinculadas,
especialmente, la fe en la Trinidad y la fe en la Eucaristía.
La reciente controversia nos recuerda que en el
momento de la venida de Jesús al mundo, el problema esencial fue el de la fe
en su identidad de Hijo de Dios. No es sorprendente que este problema siga
manifestándose para suscitar una respuesta más convencida de fe.
Recientemente, otro aspecto de la doctrina
cristológica ha sido objeto de controversia: Cristo, Salvador único y
absoluto. La preocupación por afirmar para todos los hombres la posibilidad
de acceder a la salvación ha llevado a algunos teólgoso a proponer, junto a
la de Cristo, otras vías de salvación. Esta posibilidad debe ser admitida,
pero en conexión con la verdad de Cristo, Salvador único y universal. Esta
verdad merece profundizarla aún más.
Prefecto de la
Congregación para los Obispos
Deseo expresar mi vivo aprecio por los
esfuerzos de sana actualización teológica que motivan esta video-conferencia
por la cual, todos nosotros que estamos conectados, hemos tenido la
oportunidad de profundizar la Persona de "Nuestro Señor Jesucristo,
perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y
verdadero hombre", nuestro único Salvador y nuestra Esperanza.
Esta iniciativa podrá constituir un instrumento
muy útil a los Obispos y a sus presbíteros con el propósito de una formación
continua, constante y necesaria. Sirviéndose de los medios más modernos de
comunicación actualmente a disposición, se actualiza también de este modo,
la solicitud del Concilio Vaticano II que, en el n. 16 del Decreto "Christus
Dominus", pide a los Obispos que "vivan preocupados de su condición
espiritual, intelectual y material (de los sacerdotes), para que ellos
puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con fidelidad y
éxito" fomentado iniciativas "para adquirir un conocimiento más
profundo de las disciplinas eclesiásticas…, de los nuevos métodos de acción
pastoral".
Confiando todo en las manos de la Santísima
Virgen María, que en la visita a su prima Isabel ha llevado la alegría de la
presencia del único Salvador, auguro que la iniciativa llevada a la práctica
ayude a todos los sacerdotes a descubrir nuevamente la alegría del don y del
misterio que conlleva en sí y a correr con renovado y motivado entusiasmo
por los senderos, a veces impracticables, del servicio pastoral.
Prefecto de la
Congregación para el Clero
Al término de esta primera video-conferencia
teológica de alcance mundial, que ha dado oportunidad a Teólogos de los
cinco continentes de presentar con claridad renovada y con notable
profundidad la augusta persona del Señor Jesús, doy gracias a Dios Padre por
cuanto nos ha concedido realizar hoy por el bien de los sacerdotes y en
favor de su formación permanente.
Agradesco fervientemente al Santo Padre que nos
ha acompañado y nos acompaña con su acción alentadora y su bendición, y doy
las gracias a todos los que –con su generosa y eficaz colaboración– han sido
instrumentos dignos de mérito en el aspecto técnico, organizativo y
económico, y han hecho posible este prodigio de la técnica audiovisual.
Un agradecimiento muy especial lo reservo a los
profesores, que con gran sentido de comunión eclesial y no pocos
sacrificios, han presentado un rico resumen cristológico. El profundo
conocimiento de Cristo es fundamento insustituible para la vida de fe y para
la obra de la evangelización.
Hoy como ayer, con las hermosas palabras del
Simbolo Quicumque podemos repetir, seguros y felices, a las mujeres y
los hombres del tercer milenio: "est ergo fides recta"; es pues recta
y segura la fe para creer y confesar que Nuestro Señor Jesucristo es el hijo
de Dios, es Dios y hombre. Es Dios de la misma sustancia del Padre, generado
antes de todos los siglos; es hombre nacido en el tiempo de la sustancia de
la Madre; es Dios perfecto y hombre perfecto.
Después de la consideración del misterio de
Cristo, a la luz de una teología científica que se convierte en lugar de la
auto-inteligencia humana, el próximo mes, lunes 29 de octubre,
tendremos ocasión de apreciar la exposición sobre su muy amada Esposa: la
Santa Iglesia.
La Virgen bendita, icono de la Iglesia, atienda
nuestros deseos de sabiduría divina y nos conceda inteligencia, sentimientos
y energías haciéndonos participar del tesoro de los recuerdos que Ella, –la
Madre de Jesús– guarda en su corazón.
Una vez más, ¡Gracias a todos!
Con la ayuda de Dios nos volveremos a ver el
próximo 29 de octubre.
A Jesucristo –ayer, hoy y siempre– todo honor y
gloria. |