EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (12)
SAN AGUSTÍN
San Agustín, De la Santísima Trinidad IV,7:
"Cuantos intérpretes católicos de los libros divinos del A. y N.
Testamento he podido leer, anteriores a mí en la especulación
sobre la Trinidad, que es Dios, enseñan, al tenor de las Escrituras,
que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de una misma e idéntica
substancia, insinúan, en inseparable igualdad, la unicidad divina y,
en consecuencia, no son tres dioses, sino un solo Dios. Y aunque el
Padre engendró un Hijo, el Hijo no es el Padre; y aunque el Hijo es
engendrado por el Padre, el Padre no es el Hijo; y el Espíritu Santo
no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y del Hijo, al
Padre y al Hijo coigual y perteneciente a la unidad trina... Si, pues,
los miembros de Cristo son templo del Espíritu Santo, no es criatura
el Espíritu Santo; porque desde el momento en que nuestros
cuerpos se transforman en moradas del Espíritu Santo es menester
que le rindamos el homenaje debido a Dios, y que en griego se
llama latreía, latría. De ahí que, consecuente dice: 'Glorificad, pues,
a Dios en vuestro cuerpo' (1 Cor 6,19.15.20)".
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San Agustín, De la Santísima Trinidad I,18; IV,20,29:
"Nuestro gozo será plenitud al adeliciarnos en el Dios Trinidad, a
cuya imagen hemos sido creados. Por eso se habla, alguna vez, del
Espíritu Santo como si bastase para nuestra bienandanza, y basta
porque es inseparable del Padre y del Hijo; como también es
suficiente el Padre, pues no puede existir separado del Hijo y del
Espíritu Santo; como asimismo es suficiente el Hijo, por estar
inseparablemente unido al Padre y al Espíritu Santo... En efecto,
jamás antes se había oído a los hombres hablar lenguas extrañas al
descender sobre ellos el Espíritu Santo, como aconteció cuando era
menester manifestar su venida por medio de signos sensibles para
que en todo el orbe pudiera ser conocido, y las naciones,
escindidas y separadas por mil idiomas, habían de creer todas en
Cristo mediante la gracia del Espíritu Santo, para que tuviese
cumplimiento lo que se canta en el Salmo: 'No hay discursos ni
palabras que no se perciben sus voces; en toda la tierra repercutirá
su sonido, y hasta los confines del orbe sus palabras' (Salm
18,4-5)".
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S. Agustín, De la Santísima Trinidad V,14,15; XV,18,51:
"Así, el Espíritu Santo se dice Espíritu del Padre y del Hijo, que lo
dieron, y también nuestro, pues lo recibimos. El que da la salud se
llama salud del Señor, y es también nuestra salud, porque la
recibimos. El Espíritu es Espíritu de Dios, porque lo otorga, y
nuestro, porque lo recibimos... Señor y Dios mío, en ti creo, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: 'Id, bautizad a todas las
gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo? Si
no fueras Trinidad... Fija mi atención en esta regla de fe, te he
buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me hiciste poder,
y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me
afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme
para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte: ansíe
siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, tú que
hiciste te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento
más perfecto. Ante ti está mi firmeza y mi debilidad; sana ésta,
conserva aquélla. Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me
abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que
me acuerde de tí, te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos
dones hasta mi reforma completa... Señor, Dios uno y Dios Trinidad,
cuando con tu auxilio queda dicho en estos mis libros conózcanlo
los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname tú, Señor,
y perdónenme los tuyos. Así sea".
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S. Agustín, Epístola 11,2:
"Por tanto, por lo que mira al problema que me he propuesto
tratar ahora, me asombro sobre todo que te sorprenda el que se
diga que la Encarnación pertenece no solo al Padre y al Hijo sino
también al Espíritu Santo. Esta Trinidad de la fe Católica es
presentada y creída de una manera inseparable...que todo lo que
por ella se realiza debe considerarse realizada por el Padre, por el
Hijo y por el Espíritu Santo. Nada hace el Padre que no lo haga
también el Hijo y el Espíritu Santo, ni nada hace el Espíritu Santo
que no lo hagan el Padre y el Hijo, y nada hace el Hijo que no lo
hagan también el Padre y el Espíritu Santo... el designio divino de la
encarnación que se debe atribuir propiamente al Hijo, de modo que,
por medio del Hijo derivase el conocimiento del mismo Padre (es
decir, del único principio del que derivan las cosas) y una cierta
suavidad y dulzura interior e inefable en el permanecer en este
conocimiento y en el despreciar todas las cosas mortales: y este es
el don y la función que se le atribuye propiamente al Espíritu
Santo".
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S. Agustín, Epístola 169,2,7; 130,1,2; 130,15,28:
"El sonido de aquella voz, que cesó de existir de inmediato, no se
identificó con la unidad de la persona del Padre, ni la forma exterior
de la paloma se identificó con la unidad de la persona del Espíritu
Santo, porque también ella cesó inmediatamente de existir después
de haber cumplido su oficio simbólico, como la nube luminosa que
en el monte rodeó al Salvador con sus tres discípulos, o también, si
se quiere, como el fuego que simbolizaba al Espíritu
Santo...después de haber sido glorificado con la resurrección y la
ascensión, mediante la efusión del Espíritu Santo hizo que muchos
ricos llegasen a despreciar este mundo y les enriqueció con mucho
más riqueza por haber puesto fin a la locura de las riquezas... Existe
en nosotros una, por así decir, docta ignorancia, docta en cuanto
iluminada por el Espíritu de Dios, que ayuda a nuestra debilidad...
El Espíritu Santo impele a los santos a suplicar con gemidos
inenarrables inspirando en ellos el deseo de un bien tan grande,
pero todavía desconocido, que esperamos por medio de la
esperanza".
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S. Agustín, Epístola 169,2,5:
"Creemos con firmeza y religioso amor en un Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, sin creer, sin embargo, que el Padre sea el Hijo ni el
Hijo el Padre, ni el Espíritu Santo, que procede de uno y de otro,
sea el Padre o sea el Hijo".
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S. Agustín, Sermón LI,30.33:
"...La acción del Espíritu Santo recayó sobre los dos. 'Siendo,
dice, un hombre justo'. Justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu
Santo, que reposaba en la justicia de ambos les dio el hijo... No
obstante, en él se manifestó visiblemente la Trinidad del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, que santificó el bautismo del mismo Cristo,
con el que habían de ser bautizados los cristianos. El Padre
aparece en la voz venida del cielo; el Hijo, en el mismo hombre
Mediador; el Espíritu Santo, en la paloma".
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S. Agustín, Sermón LII,22:
"Si lo has encontrado en ti mismo, si lo has hallado en el hombre,
si en una persona cualquiera que deambula por la tierra
arrastrando un cuerpo frágil que agrava al alma, cree entonces que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo pueden manifestarse
separadamente a través de distintas cosas visibles, a través de
ciertas formas tomadas de las criaturas, y que obran
inseparablemente. Basta con esto. No digo: 'el Padre es la memoria,
el Hijo el entendimiento, el Espíritu Santo la voluntad'. No lo afirmo;
de cualquier manera que se entienda, no me atrevo. Dejemos estas
cosas mayores para quienes puedan comprenderlas; débiles,
hemos dicho lo que pudimos a otros débiles también... Las
restantes cosas que deberían añadirse para completar vuestros
conocimientos, pedídselas al Señor".
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S. Agustín, Sermón LIIIA,12:
"Pero la carne tiene todavía sus debilidades. No era así en el
paraíso; por el pecado se hizo así; por el pecado tiene el lazo de la
discordia para nosotros. Pero vino el único que está sin pecado a
poner de acuerdo nuestra alma y nuestra carne, y se dignó darnos
como prenda al Espíritu Santo. 'Quienes se dejan conducir por el
Espíritu, ésos son los hijos de Dios' (Rom 8,14).
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S. Agustín, Sermón LXVIII,9:
"Este es el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y
ahora revelado a sus santos, a sus pequeños, a sus humildes,
sobre los que reposa su Espíritu, tranquilos y temerosos de sus
palabras: Todas las cosas, dice, me han sido entregadas por mi
Padre".
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S. Agustín, Sermón 70,1-2:
"(2 Cor 11,24-25)...y los demás peligros que pueden contarse,
pero no tolerarse sino con auxilio del Espíritu Santo. Todas esas
asperezas y quebrantos que citó, los padeció con frecuencia y
abundancia, pero le asistía el Espíritu Santo; éste, en la corrupción
del hombre exterior, renovaba al interior de día en día, y dándole a
gustar el reposo espiritual en la abundancia de las delicias de Dios,
suavizaba todo lo presente en la esperanza de la bienaventuranza
futura, y aligeraba todo lo pesado...".
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S. Agustín, Sermón LXXI,5.7.18.37:
"¿Quién no será convencido de haber dicho algo contra el
Espíritu Santo, antes de hacerse cristiano o católico? En primer
lugar, esos que llamamos paganos, que veneran a muchos dioses
falsos y dan culto a los ídolos, cuando dicen que el Señor Cristo
hizo milagros por artes mágicas...¿Acaso no hablan hasta hoy
contra el Espíritu Santo, negando que habita en los cristianos, como
aquellos negaban que habitara en Cristo?... Si, pues, todo error,
contrario a la verdad y enemigo de la paz católica, como hemos
mostrado, dice algo contra el Espíritu Santo, y, sin embargo, la
Iglesia no cesa de corregir y de llamar a los que del error vienen a
recibir el perdón de los pecados y ese mismo Espíritu Santo contra
quien blasfemaron, pienso haber mostrado el gran misterio de este
tan gran problema. Pidamos, pues, al Señor luz para explicarlo... El
Padre es, pues, para el Hijo verdad, origen veraz; el Hijo es la
verdad, nacida del Padre veraz; y el Espíritu Santo es la bondad,
emanada del Padre bueno y del Hijo bueno... Así se pronuncia
palabra contra el Espíritu Santo cuando no se viene de la
disgregación a la congregación, que para perdonar los pecados
recibió el Espíritu Santo....Este Espíritu obra en la santa Iglesia, aun
en este tiempo en el que, como en una era, es triturado con la paja,
de manera que no desdeña una auténtica confesión de nadie, no
se engaña con la simulación de nadie y elimina a los réprobos,
mientras por el ministerio de ellos reúne a los probos" .
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S. Agustín, Sermón LXXVII,4:
"Eran también de aquel pueblo aquellos que, al hablar Pedro,
exaltando la pasión, resurrección y divinidad de Cristo, al recibir el
Espíritu Santo, cuando todos aquellos sobre los que descendió el
Espíritu Santo hablaron los idiomas de todas las naciones,
quedaron apesadumbrados de espíritu: eran oyentes del pueblo de
los judíos y pedían consejo para su salvación, entendiendo que
eran reos de la sangre de Cristo; ellos le habían crucificado y
matado, pero veían que en el nombre del muerto se hacían tantos
milagros y veían la presencia del Espíritu Santo".
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S. Agustín, Sermón LXXIIA,2:
"Cuando en los sacramentos se da la remisión de los pecados,
se limpia la casa; pero es necesario que habite el Espíritu Santo, el
cual no habita sino en los humildes de corazón. '¿Sobre quién
descansará mi Espíritu?'. Y responde al propósito: 'Sobre el humilde
y tranquilo, y quien teme mis palabras' (Is 66,2). Cuando el Espíritu
habita, llena, rige, obra, frena para el mal, excita para el bien, hace
suave la justicia, para que el hombre obre el bien por amor a la
rectitud, no por el temor del suplicio. El hombre por sí mismo nos es
totalmente idóneo para ejecutar todo eso que he dicho. Pero si
tiene al Espíritu Santo como huésped, lo halla como auxiliar en toda
obra buena. En cambio, los soberbios, si cuando se les perdonan
los pecados presumen que para vivir bien les basta el libre albedrío
de la voluntad humana, por su soberbia arrojan de sí al Espíritu
Santo: la casa quedó limpia de pecados, pero vacía de todo bien.
Se te perdonaron los pecados, careciste del mal; pero sólo el
Espíritu Santo te llenará de bienes, y tu soberbia lo rechaza.
Presumes de ti y él te deja; confías en ti, te entregas a ti mismo...".
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S. Agustín, Sermón LXXXVII,9:
"Al tercer día resucitó, se manifestó a,los discípulos, subió al
cielo y envió el Espíritu Santo a los cincuenta días, diez días
después de su ascensión. Enviado el Espíritu Santo, llenó a todos,
a los ciento veinte hombres que estaban en una sala. Llenos del
Espíritu Santo, comenzaron a hablar las lenguas de todos los
pueblos, expresando la llamada: salió a llevar obreros. Comenzó, en
efecto, a manifestarse a todos el poder de la verdad. Pues
entonces uno solo, tras recibir al Espíritu Santo, uno solo hablaba
las lenguas de todos los pueblos. Ahora, en cambio, en la Iglesia, la
misma unidad, como una sola persona, habla las lenguas de todos
los pueblos. ¿A qué lengua no ha llegado la religión cristiana? ¿A
qué confines no se ha extendido? Ya no existe quien se esconda de
su calor; ¡y todavía se demora quien se halla en la hora
undécima¡".
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S. Agustín, Sermón LXXXIX,1
"De ella procedían aquellos cuatro mil judíos que creyeron
después que los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo, cuando
los que estaban con ellos hablaban las lenguas de todos los
pueblos, prefigurando en cierto modo, mediante la diversidad de las
lenguas, que la Iglesia iba a hacerse presente en todas las
naciones".
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S. Agustín, Sermón CV,4:
"Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento
que es el conocimiento de la Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con
qué alimentar al otro. No tengas miedo de que venga un peregrino
de viaje; al contrario, hazle miembro de tu familia recibiéndole. No
temas tampoco que se te acaben las provisiones. Ese pan no se
termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es pan, y es
pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Eterno el
Padre, coeterno el Hijo y coeterno el Espíritu Santo. Inmutable el
Padre, inmutable el Hijo e inmutable el Espíritu Santo. Creador tanto
el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pastor y dador de
vida tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Alimento y
pan eterno el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aprende esto tú y
enséñalo. Vive tú de él y alimenta al otro. Dios, que es quien da, no
puede darte cosa mejor que a sí mismo. ¡Avaro! ¿Qué otra cosa
deseas? Si pides algo más, ¿qué te ha de bastar, si Dios no te
basta?".
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S. Agustín, Sermón CXIIA,7:
El padre manda que se le ponga el primer vestido, el que había
perdido Adán al pecar. Tras haber recibido en paz al hijo y haberlo
besado, ordena que se le dé un vestido: la esperanza de la
inmortalidad que confiere el bautismo. Manda asimismo que se le
ponga anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para los pies
como preparación para el Evangelio de la paz, para que sean
hermosos los pies del anunciador del bien" ().
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S. Agustín, Sermón CXVI,6:
"Désele muerte a Esteban; alborótese a la Iglesia de Jerusalén;
alejénse de allí los amderos ardiendo, acérquense a otros lugares y
prendan fuego. En cierto modo ardían maderos en Jerusalén;
ardían por obra del Espíritu Santo cuando tenían todos un alma
sola y un solo corazón dirigido a Dios. A la lapidación de Esteban
sucedió una multitud de persecuciones: los maderos se esparcieron
y el mundo se encendió".
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S. Agustín, Sermón VII,2
"La llama, en la que apareció el ángel o el Señor, significa algo
bueno, y por eso, cuando vino el Espíritu Santo, se presentaron
lenguas separadas, como de fuego; pero entonces debemos
entender que la zarza no se quemaba, no por la ineficacia del
fuego, sino por la dureza de la zarza".
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S. Agustín, Sermón VIII,17.18
"En cuanto yo opino, en cuanto vosotros conocéis, en cuanto
creemos, no hay ninguna santificación divina y auténtica sino por la
gracia del Espíritu Santo. No en vano se llamó propiamente Espíritu
Santo. Aunque el Padre es santo y el Hijo es santo, el Espíritu
recibe ese nombre como propio, de modo que la tercera persona de
la Trinidad se llama Espíritu Santo. El descansa en el hombre
humilde y sosegado como en su sábado. Por eso también se
reserva al Espíritu Santo el número siete, como lo indican
claramente nuestras Escrituras. Vean otros mejores que yo cosas
mejores, y otros mayores que yo, cosas mayores; digan y expliquen
algo más sutil y divino acerca de ese número siete. En lo que a mí
toca, y lo que basta de presente, os recuerdo, para que lo veáis,
que la razón propia de este número siete se asigna propiamente al
Espíritu Santo, porque en el día séptimo cae la santificación Mas
para retornar al principio, ya que por el Espíritu Santo somos
recogidos en la unidad, se añade a los cuarenta y nueve días uno
más, como honor de la unidad, y así tenemos cincuenta. No vino,
pues, sin causa el Espíritu Santo en el día cincuenta, después de la
ascensión del Señor Con razón vienen algunos a nosotros para
recibir el Espíritu Santo, pues aunque crean lo mismo que nosotros,
no pueden tenerle mientras sean enemigos de la unidad Recordad
que los que se oponen a la unidad no tienen el Espíritu Santo".
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S. Agustín, In Ioh. VI,2.3.4:
"El gemido es propio de las palomas, como todos sabéis, y es
gemido de amor... El Espíritu Santo no gime, pues, en sí mismo ni
dentro de sí mismo en aquella Trinidad, en aquella felicidad, en
aquella eternidad de sustancia; gime en nosotros, porque nos hace
gemir. No es pequeña cosa la que nos enseña el Espíritu Santo.
Nos insinúa que somos peregrinos y nos enseña a suspirar por la
patria, y los gemidos son esos mismos suspiros... El que se da
cuenta de la opresión de su mortalidad, y de que está alejado del
Señor, y de que todavía no posee aquella eterna felicidad
prometida sino en esperanza y luego en realidad, cuando el mismo
Señor venga lleno de gloria, quien primero vino oculto por la
humildad, el que se da cuenta de esto, gime. Y mientras sus
gemidos sean por esto, son gemidos santos. El Espíritu Santo es
quien le enseña a gemir así; de la paloma aprende ese gemido... La
paloma indica que los santificados por el Espíritu tienen que ser
sencillos, y el fuego enseña que la sencillez no debe ser fría... Así
era como convenía que se mostrara el Espíritu Santo en su venida
sobre el Señor, para que sepa cada uno que, si tiene el Espíritu
Santo, debe ser sencillo como la paloma, debe tener con los
hombres paz verdadera, que es lo que significa el beso de la
paloma".
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S. Agustín, in Ioh., 9,8:
"Siempre que uno cualquiera enuncia el nombre del Padre y del
Hijo, es necesario vea allí la caridad mutua del Padre y del Hijo, que
es el Espíritu Santo. Tal vez, bien examinadas las Escrituras (lo que
no quiere decir que lo pueda hacer hoy o como si no pudiera darse
otra interpretación), indique que el Espíritu Santo es caridad. Y no
se os ocurra pensar que es cosa vil la caridad... Cuando comience
a tenerla, poseerá el Espíritu Santo, y cuando se vea falto de ella,
estará vacío del Espíritu Santo...".
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S. Agustín, in Ioh. 12,3:
"He aquí, pues, cómo ellos creían en Jesús, y Jesús aún no se
fiaba de ellos. ¿Por qué eso? Porque no habían renacido aún del
agua y del Espíritu Santo. Por eso se ha exhortado y se continúa
exhortando a nuestros hermanos los catecúmenos. Si se les
pregunta, responden que ellos ya han creído en Cristo: mas,
porque aún no reciben su carne y su sangre, por eso Jesús no se
confió a ellos. ¿Qué tienen que hacer para que se les confíe Jesús?
Renacer del agua y del Espíritu Santo; que la Iglesia dé a luz a los
que lleva en sus entrañas...".
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S. Agustín, in Ioh. 12,6:
"Y sigue diciendo: 'Lo que nace de la carne, es carne, y lo que
nace del Espíritu, es espíritu. Nacemos, pues, espiritualmente, y
este nacimiento en el Espíritu es en virtud de las palabras y del
sacramento. El Espíritu está presente para que nazcamos. El
Espíritu de donde naces está invisiblemente presente, porque
invisiblemente naces tú. Sigue hablando: 'No te extrañes que te
haya dicho: Es necesario que nazcas de nuevo; el espíritu sopla
donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de donde viene y
adónde va'. No hay quien vea al Espíritu; ¿cómo, pues, se oye su
voz? ¿Se oye un salmo? Es la voz del Espíritu. ¿Se oye el
Evangelio? Es la voz del Espíritu. ¿Se oye la palabra divina? Es
también la voz del Espíritu. 'Se oye su voz y no se sabe de dónde
viene ni a dónde va'. Y si tú naces del Espíritu serás tal que quien
no ha nacido aún del Espíritu no sabrá de ti ni de dónde vienes ni
adónde vas. Esto es lo que añade el Señor: 'Así es todo el que ha
nacido del Espíritu'".
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Sermones de san Agustín, obispo n 34,1-3. 5-6: CCL 41;
424-426):
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la
asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un
cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es
expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es
expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida
nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo
nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el
cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y
único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo,
porque pertenece al Testamento nuevo.
Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay que
preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a
que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, cómo vamos a elegir si
no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si no nos aman
primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a Dios, porque él
nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le viene al hombre
poder amar a Dios, y no encuentra otra razón sino porque Dios le
amó primero. Se entregó a sí mismo para que le amáramos y con
ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle. Escuchad al apóstol
Pablo que nos habla con toda claridad de la raíz de nuestro amor:
El amor de Dios -dice- ha sido derramado en nuestros corazones.
Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal vez?
Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de quién? Del
Espíritu Santo que se nos ha dado.
Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a Dios en virtud
del mismo don que Dios nos ha dado. Oíd a Juan que dice m s
claramente aún: Dios es amor, y quien Permanece en el amor
Permanece en Dios, y Dios en él. No basta con decir: El amor es de
Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es amor? Y lo
dijo quien sabía lo que se traía entre manos.
Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice: «Amadme, y me
poseeréis, porque no os ser posible amarme si antes no me
poseéis.»
¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia
universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos
en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. «Ya
estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero
procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra
lengua canta.
Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con
vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un
cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a
quién amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a
quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo
habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué
alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de
los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor.
¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto
que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís
santamente.
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De los sermones de san Agustín, obispo (Sermón 8, en la Octava
de Pascua, 1, 4: PL 4fi, 838. 841):
Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo,
nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la Madre,
retoño santo, muchedumbre renovada, de nuestro honor y fruto de
nuestro trabajo, mi gozo y corona, todos los que perseveráis firmes
en el Señor. Me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol:
Vestios del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no
fomente los malos deseos, para que os revistáis de la vida que se
os ha comunicado en el sacramento. Los que habéis incorporado a
Cristo por el bautismo os habéis vestido de Cristo. Ya no hay
distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y
mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
En esto consiste la fuerza del sacramento: en que es sacramento
de la vida nueva; que empieza ahora con la remisión de todos los
pecados pasados y que llegará a su plenitud con la resurrección de
los muertos. Por el bautismo fuisteis sepultados con él en la muerte,
para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así
también andéis vosotros en una vida nueva. Pues ahora, mientras
vivís en vuestro cuerpo mortal, desterrados lejos del Señor,
camináis por la fe; pero tenéis un camino seguro que es Cristo
Jesús en cuanto hombre, el cual es al mismo tiempo el término al
que tendéis, quien por nosotros ha querido hacerse hombre. Él ha
reservado una inmensa dulzura para los que le temen y la
manifestará y dará con toda plenitud a los que esperan en él, una
vez que hayamos recibido la realidad de lo que ahora poseemos
sólo en esperanza.
Hoy se cumplen los ocho días de vuestro renacimiento: y hoy se
completa en vosotros el sello de la fe, que entré los antiguos padres
se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los ocho días del
nacimiento carnal.
Por eso mismo; el Señor al despojarse con su resurrección de la
carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente distinto, pero
sí inmortal, consagró con su resurrección el domingo, que es el
tercer día después de su pasión y el octavo contando a partir del
sábado; y, al mismo tiempo, el primero.
Por esto también vosotros, ya que habéis resucitado con Cristo
-aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta,
porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del
Espíritu-, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a
la derecha de Dios aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo
escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces
también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
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De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san
Juan (Tratado 15,10-12.16-17: CCL 36,154-156):
Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no
santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla
nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y
él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una
mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos no tenían nada
que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya
significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una
extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña
al pueblo de Israel.
Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros:
reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos
gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la
realidad; sin embargo, ella sirvió de figura; y luego vino la realidad.
Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura.
Llega, pues, a sacar agua.
Jesús le dice: ´Dame de beberª. Sus discípulos se habían ido al
pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Porque los
judíos no se tratan con los samaritanos.
Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni
siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija
para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber,
pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le
pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.
Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le
contestó: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de
beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua.
Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo,
y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la
saciedad. Si conocieras -dice- el don de Dios. El don de Dios es el
Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer,
ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está
adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más
bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y
quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está
escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que
se nutren de lo sabroso de tu casa?
De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la
saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y
como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: ´Señor,
dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a
sacarla. Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por
otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar:
Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os
aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a
entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún
no lo entendía.