A veces dejar de comer obedece a motivo de salud, régimen alimenticio o
necesidad, y entonces no tiene una dimensión simbólica, a no ser que uno lo
haga por llamar la atención de la sociedad hacia algún ideal o decisión (la
“huelga de hambre”). La palabra “ayuno”, fácilmente se aplica en
sentidos trasladados: abstenerse del pecado, o del odio, o estar “en ayunas”
de algo por falta de cultura, de información, etc.
Aquí llamamos “ayuno” (latín “ieunium”) a la privación
voluntaria de comida durante algún tiempo por motivo religioso, como acto de
culto ante Dios.
En la Biblia el ayuno puede ser señal de penitencia, expiación de los
pecados, oración intensa o voluntad firme de conseguir algo. Otras veces, como
en los cuarenta días de Moisés en el monte o de Elías en el desierto o de Jesús
antes de empezar su misión, subraya la preparación intensa para un
acontecimiento importante.
La Didaché, de fines del primer siglo, conoce este sentido preparatorio
y cúltico del ayuno cuando lo prescribe para el bautizo, durante uno o dos días,
y lo recomienda también para el ministro y otros que le acompañan ((n.7). Ya
desde muy antiguo se hacía ayuno semanalmente los miércoles y los viernes
(n.8). Los viernes como recuerdo de la muerte de Cristo, y el miércoles
“porque cuando empezaba este día, el Señor fue detenido”, (o sea, en la
noche del martes), como dice san Epifanio (De FIDE) a principios del siglo V,
citando la Didascalia de los Apóstoles, del siglo III.
En Roma, además, se ayunaba el sábado. Luego se cambió a abstinencia,
y más adelante quedó solo para el día viernes.
El ayuno Eucarístico fue adaptado desde antiguo como muestra del aprecio especial y de la preparación para este sacramento: se abstiene antes de otro alimentos, para poner en relieve la excelencia del alimento eucarístico.
Pío
XII, en 11953, mitigó notablemente la práctica anterior, que había llegado a
prescribir el ayuno desde medianoche. Al poder celebrarse desde aquel año la
Eucaristía también por la tarde, la norma quedó en ayuno de tres horas y más
tarde el mismo Pío XII lo redujo a una hora tanto para comidas como para
bebidas. Para los enfermos todavía se ha mitigado más (“Immensae caritatis”
de 11973, n.2: cf. E. 959), dejándolo en un cuarto de hora más o menos,
mitigación ampliable también a los que quieren comulgar con el enfermo.
Es en Cuaresma, desde el siglo IV, cuando más sentido ha tenido siempre
para los cristianos el ayuno como privación voluntaria de la que existen en
otras culturas por motivos religiosos, por ejemplo: en el mes del Ramadán para
los musulmanes. El ayuno junto con las oración y la caridad, ha sido desde muy
antiguo una “practica
cuaresmal” como signo de la conversión interior a los valores fundamentales
del evangelio de Cristo y la relativización
de otros valores no tan céntricos. Actualmente nos abstenemos de carne
todos los viernes de Cuaresma que no coincidan con alguna solemnidad, Hacemos
abstinencia y además ayuno (una sola comida al día) el miércoles de ceniza y
el Viernes Santo.
La constitución apostólica de Pablo VI “Paenitemini”, de1966,
explicó bien
Pero sobre todo adquirió desde muy pronto, el siglo II, un sentido cúltico
el ayuno pascual del Viernes y Sábado Santo. No es un ayuno de tristeza o
penitencia, sino de inicio de la Pascua, como paso a través de la cruz y la
muerte a la vida: ”Téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en
todas las partes el viernes de la pasión y muerte del Señor, y
aún extenderse, según las circunstancias, al sábado santo, para que de
este modo se llegue al gozo del domingo de resurrección con elevación y
apertura de espíritu “(SC. 110). Se recomienda de modo especial que hagan
ayuno el sábado santo los que en la vigilia pascual van a recibir el bautismo
(RICA. 26).