MIÉRCOLES
DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
Libro de Isaías
49,8-15.
Así habla el Señor: En el tiempo favorable, yo te respondí, en el día de la
salvación, te socorrí. Yo te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo,
para restaurar el país, para repartir las herencias devastadas, para decir a los
cautivos: "¡Salgan!", y a los que están en las tinieblas: "¡Manifiéstense!".
Ellos se apacentarán a lo largo de los caminos, tendrán sus pastizales hasta en
las cumbres desiertas. No tendrán hambre, ni sufrirán sed, el viento ardiente y
el sol no los dañarán, porque el que se compadece de ellos los guiará y los
llevará hasta las vertientes de agua. De todas mis montañas yo haré un camino y
mis senderos serán nivelados. Sí, ahí vienen de lejos, unos del norte y del
oeste, y otros, del país de Siním. ¡Griten de alegría, cielos, regocíjate,
tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a
su pueblo y se compadece de sus pobres! Sión decía: "El Señor me abandonó, mi
Señor se ha olvidado de mí". ¿Se olvida una madre de su criatura, no se
compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te
olvidaré!
Salmo
145,8-9.13-14.17-18.
El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas.
tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre. El Señor es
fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados.
El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad.
Evangelio según San Juan
5,17-30.
El les respondió: "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo". Pero para
los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el
sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces
Jesús tomó la palabra diciendo: "Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por
sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace
igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y
le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así
como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da
vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo
juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre.
El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que
escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no
está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les
aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz
del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la
Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad
para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora
en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los
que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal,
resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo
con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi
voluntad, sino la de aquel que me envió.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
LECTURAS
1ª: Is 49, 8-15
2ª: Jn 5, 17-30
1.
En la primera lectura el profeta Isaías describe el retorno del Exilio -signo y prenda de la liberación mesiánica- con los temas y las imágenes renovados del antiguo éxodo de Egipto. El amor eterno del Señor por su pueblo, parecido al amor de una madre por sus hijos, se expresa de una manera concreta en toda su gratuidad y fidelidad indefectible.
MISA DOMINICAL 1990/07
2.
En el evangelio de hoy, Jesús anuncia las maravillas de "vida" que marcan el Reino inaugurado: el Hijo da la vida a los muertos.
Isaías prometía ya esos bienes mesiánicos, para la vuelta del exilio.
-En tiempo favorable, te escucharé,
El día de la salvación, te asistiré.
Sabemos que el conjunto de la población judía, entre los años 587 al 538 antes de Jesucristo, fue deportada a Babilonia, lejos de su patria.
Esa experiencia trágica fue objeto de numerosas reflexiones. Los profetas vieron en ella el símbolo del destino de la humanidad: somos, también nosotros, unos cautivos... el pecado es una especie de esclavitud... esperamos nuestra liberación.
Detenerme, una vez más, en la experiencia de mis limitaciones, mis cadenas, mis constricciones, no para estar dándole vueltas y machacando inútilmente, sino para poder escuchar de veras el anuncio de mi liberación.
"en tiempo favorable, te escucharé, dice Dios, el día de la salvación, te asistiré".
-Yo
te formé, para levantar el país,
Para repartir las tierras desoladas.
Para decir a los presos: «Salid».
No tendrán más hambre ni sed,
Ni les dañará el bochorno ni el sol.
Imágenes que hablan aún a los que han conocido la deportación o el cautiverio. Anuncios de felicidad. Anuncios de libertad.
Anuncios del Reino de Dios «en el que no habrá llanto, ni grito, ni sufrimiento, ni muerte».
¡Señor! venga a nosotros tu Reino.
Jesús repitió esas mismas promesas: "llega la hora en que muchos se levantarán de sus tumbas...".
-¡Aclamad
cielos y exulta tierra!
Prorrumpan los montes en gritos de alegría.
Pues el Señor consuela a su pueblo,
y de sus pobres se compadece.
¿Cómo puedo yo estar en ese plan?
En medio de todas mis pruebas, ¿cómo vivir en ese clima? Y en el contexto del mundo, tan frecuentemente trágico, ¿cómo permanecer alegre, sin dejarse envenenar por el ambiente de derrota y de morosidad?
Comprometerme, en lo que está de mi parte, a que crezca la alegría del mundo. Dar «una» alegría a alguien... a muchos.
Sión decía: «El Señor me ha olvidado».
¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Aunque
una llegase a olvidarlo,
Yo, no te olvidaré.
Palabra del Señor todopoderoso.
Hay que detenerse indefinidamente ante esas frases ardientes.
¡Ante tales declaraciones de amor maternal de parte de Dios! Así es amada la humanidad, así soy amado yo.
Trato de continuar esa meditación con un largo silencio contemplativo. Dios no puede olvidarme. Tú no me olvidas jamás.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 142 s.
3. /Is/48/12-21: /Is/49/09b-13:
La primera parte del texto (48,12-21 ) describe con tono enérgico, pero íntimo, la ejecución del plan redentor de Dios en favor de Israel por medio del escogido pagano, el persa Ciro. En la segunda parte (49,9b-13), Dios se describe como un pastor que guía su rebaño a lo largo del nuevo éxodo.
Retornan los momentos de las grandes confidencias de Dios con su pueblo, cuando las personas, los sucesos y sus circunstancias reciben el nombre debido. La identidad de Israel reside en escuchar y seguir la palabra creadora de Dios, el factor más importante de la fe bíblica. La fortaleza de Israel se apoya en Yahvé: «Escúchame, Jacob, Israel a quien llamé» (48,12a). El Dios de la alianza es el Dios de la creación. No hay ningún poder humano que escape a su control y, por eso, se sirve de Ciro para llevar a término el plan de amor a favor de Israel. Tres veces repite enfáticamente este «yo» de presencia de amor salvador: "Yo soy, yo soy el primero, y yo soy el último" (48,12b).
D/HISTORIA: Yahvé es el principal motor de la historia. Refiriéndose al rey pagano Ciro, que él escogió para hundir el poder babilónico que usurpa el lugar de Dios, Yahvé afirma: «Yo mismo, yo he hablado, yo lo he llamado, lo he traído y he dado éxito a su empresa» (48,15). Este versículo contiene la idea de la contemporaneidad de la historia: Yahvé es el contemporáneo de todos los sucesos históricos. Esta es la base de la teología de la historia. A diferencia del movimiento cíclico e impersonal de los griegos, la historia de salvación tiene un comienzo, la alianza y la creación; un plan propuesto por Dios, y un fin. Dios es el gran inmanente: «Desde el principio no os he hablado en secreto; cuando las cosas se hacían, allí estaba yo. Y ahora Yahvé me ha enviado...» (48,16b). El ahora es el adverbio técnico para significar esta presencia. Entre el tiempo de Moisés y el actual no ha habido simplemente historia, sino historia de salvación, porque Yahvé ha estado siempre presente.
En todo caso, la larga historia de Israel es una prolongada y trágica serie de oportunidades desaprovechadas. El pasado es irreversible, pero Yahvé sale al encuentro de su pueblo invitando a celebrar el nuevo éxodo: «Exulta, cielo, y alégrate; romped en exclamaciones, montañas, porque ha consolado Yahvé a su pueblo, ha tenido compasión de los desamparados» (49,13).
F.
RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 40 s.
4.
En el evangelio, Jesús revela su poder divino, que recibe del Padre, de dar la vida. Él comunica esta vida por la proclamación de la Palabra y anuncia la hora en que los muertos por el pecado podrán encontrar la salvación tener acceso a la vida divina, y la hora en que los que yacen en los sepulcros resucitarán para el juicio del Hijo.
MISA DOMINICAL 1990/7-4
5.
"¡Vivir!" Hasta resucitar -vida sin muerte- es lo propio de la vida de Dios.
El evangelio de san Juan no se contenta con relatar los milagros de Jesús, nos da su "significación", su dimensión invisible. El paralítico acaba de abandonar esta piscina, a la que venía desde tanto tiempo, con la esperanza de una vida nueva. De ahí nace enseguida una controversia. Y Jesús aclara el sentido de su gesto.
-Los judíos acusaron a Jesús de violar el sábado. El les respondió: "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también." Revelación sorprendente. Palabra que debe seguir resonando en nosotros.
¡Dios "trabaja"! ¡Dios está "a la obra"! La palabra "sabbat", sábado, significa "reposo" en hebreo. Y acusaban a Jesús de no respetar el reposo del sábado. Respuesta de Jesús: Dios no cesa nunca de obrar.
Sí, hay que ejercitarse en saber contemplar "lo que Dios está obrando en el mundo".
En un acontecimiento. En mi vida. En los que me rodean...
"En este momento" ¿qué hace Dios?
-Sí, en verdad os digo: no puede hacer el Hijo nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre.
Porque lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo.
El secreto de la vida de Jesús es pasar todo su tiempo "reunido" con su Padre que trabaja y en el mismo "taller" donde el Padre "está haciendo" algo. Jesús y Dios forman un todo.
Jesús es el Hijo por excelencia, vuelto sin cesar hacia el Padre, cooperando continuamente en la obra de su Padre.
Jesús no está centrado en sí mismo... no "hace nada de sí mismo".
-El Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que él hace y le mostrará aún mayores obras que éstas de suerte que vosotros quedéis maravillados.
El milagro del paralítico curado anuncia algo mejor.
-Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere.
Lo esencial que la humanidad espera es esto. Ahora bien, si la muerte forma parte de la condición humana, Dios sólo puede darnos una vida-sin-muerte.
¡Tal es la obra de Dios! ¡Y trabaja en ello! Dar la vida.
-Sí, en verdad os digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me envió tiene la vida eterna... porque pasó de la muerte a la vida.
Es la fe la que hace esto.
La fe hace "vivir".
El que "escucha" a Dios, que "cree" en él, está injertado en Dios, viviendo de Dios, participando de Dios: éste tiene ya la vida de Dios, la vida eterna.
-Así como el Padre tiene la "vida" en Sí mismo, así también otorgó al Hijo tener la "vida" en Sí mismo...
Recibir. Acoger. Ser hijo.
Hazme vivir de esta misma vida.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág.
146 s.
6.
-La resurrección y la vida comienzan ahora. Más aún, se hallan condicionadas por la actitud que el hombre mantenga frente a él: "el que escucha mi palabra tiene la vida eterna, no es juzgado, ha pasado de la muerte a la vida".
La muerte ha perdido en eficacia destructora por la presencia de la vida, por la palabra vivificadora de Jesús. "Los muertos oirán su voz...". No se refiere a los físicamente muertos, sino a aquellos que lo están espiritualmente y pueden ser vivificados por la palabra de Jesús. Aquellos que escuchan su palabra y creen, tienen la vida eterna, y para ellos, la experiencia de la muerte y del juicio está superada.
7. CREER/QUE-ES: MU-V/FE:
V. 16: Precisamente por esto, perseguían los judíos a Jesús. Porque hacía estas cosas en sábado. Ayer terminaba en el 15, hoy comienza en el v. 17.
"Pero Jesús les dijo: Mi padre sigue trabajando y yo también trabajo".
Era doctrina corriente en el judaísmo que Dios no podía haber interrumpido del todo su actividad el séptimo día, porque su actividad funda la del cualquier ser creado.
Jesús amplía esta concepción: El Padre no conoce sábado, no ha cesado de trabajar, porque mientras el hombre está oprimido por el pecado y privado de libertad, es decir, mientras no tenga plenitud de vida, no está realizado su proyecto creador.
Dios sigue comunicando vida al hombre, su amor está siempre activo. Jesús actúa como el Padre, no acepta leyes que limiten su actividad en favor del hombre.
V. 18: "Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios".
Los judíos reconocían que Dios era padre de Israel, de todos los judíos y hasta de todas las criaturas. El conflicto estalla porque Jesús afirma y pretende una filiación divina peculiar, eminente y única. Y además, porque Jesús reclama una autoridad por la que "se hace igual a Dios". Es un reproche de que Jesús y al mismo tiempo la confesión que hace la comunidad cristiana de su filiación divina, parece poner en tela de juicio el rígido monoteísmo judío.
V. 19-20: "Jesús tomó la palabra y les dejo: os lo aseguro: el Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta para vuestro asombro".
Con la respuesta que da ahora Jesús, echa más leña al fuego. Descubre la identidad de acción entra él y el Padre tomando pie de un hecho de experiencia: la manera que tienen los hijos de aprender el oficio. El padre lo va enseñando a su hijo con cariño y no tiene secretos para él. Pero aún no han visto ellos todo lo que el Padre puede enseñar a Jesús.
El futuro les reserva sorpresas. Jesús les dice que su actividad es como la del Padre: es su misma obra creadora, aprendida de él.
El, como Hijo que es, no hace ni puede nacer nada "por su cuenta", por su propia iniciativa o voluntad. Frente a toda la actuación y voluntad del hombre, que siempre obra por su cuenta, que arranca de una autonomía entendida en sentido absoluto y que se opone directamente a Dios, Jesús manifiesta y recalca su ilimitada dependencia respecto de Dios, su Padre.
V. 21: "Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también al Hijo da vida a los que quiere".
Jesús acaba de levantar a un inválido (5, 8: levántate), dándole la salud y libertad; con él está dando vida a un pueblo muerto. Esta es la actividad de Dios respecto del hombre: darle vida; suprimir toda clase de muerte. Lo mismo la actividad de Jesús; "y no queréis venir a mí para tener vida", les dirá mañana.
La frase "a los que quiere" no expresa discriminación, pues en Jesús Dios ofrece la vida a todos, sino su absoluta libertad para obrar.
En virtud del poder de resucitar a los muertos y de comunicar la vida que el Padre le ha concedido, Jesús dispone de unos derechos soberanos que en la visión del A. T. y del judaísmo primitivo, están reservados a Dios.
V. 22: "Porque el Padre no juzga a nadie sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió".
Pero con la potestad plena de resucitar a los muertos, al Hijo se le ha hecho también entrega del juicio. JC es la persona a través de la cual Dios ejerce desde ahora el juicio.
El juicio final no se cumplirá sólo en el futuro, sino aquí y ahora, en la toma de posición de cada uno frente a Jesús. Por eso todos deben honrar al Hijo como honran al Padre, porque la decisión sobre la vida y la muerte ya no depende sólo del Dios trascendente al mundo e invisible, sino que sale al encuentro del hombre en la figura histórica de Jesús.
V. 24: "Os lo aseguro; quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida".
Aquel que acepta a Jesús y cree en su palabra ha pasado ya de la muerte a la vida. Muerte y vida son los dos campos de influencia en que se desarrolla normalmente una existencia humana. Por eso la fe supone un corte tan radical que el hombre ya no pertenece al viejo mundo de la muerte, sino al mundo nuevo de la vida eterna.
V. 25: "Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán".
"Llega la hora y es el momento actual" es decir, la presencia misma de Jesús. La hora de Jesús es la hora de la cruz y de la resurrección, porque en ese acontecimiento se realiza la salvación.
La hora se define siempre por Jesús, por aquello que en él y por él acontece en esa hora. Quiere decir S. Juan que allí donde resuena o se proclama la palabra de Jesús ha sonado la hora de la resurrección de los muertos.
En esa hora "los muertos" escuchan la voz del Hijo del hombre. Estar muerto equivale a no existir en la comunión con Dios, única que asegura la vida "vivir sin Dios y sin esperanza en el mundo" (Ef 2, 12).
Creer es la orientación de la vida hacia Jesús, como centro de tu existencia. No se trata de admitir fórmulas o dogmas, que siempre tienen una función secundaria de ayuda y explicación.
8.
1. Este poema de Isaias, uno de los cuatro cánticos del Siervo de Yahvé, nos prepara para ver luego en Cristo al enviado de Dios.
Es un canto que resalta el amor de un Dios que quiere a su pueblo, a pesar de sus extravíos. Un Dios que es pastor y agricultor y médico y hasta madre. Que se prepara a salvar a los suyos del destierro, a restaurar a su pueblo. Las imágenes se suceden: «decid a los cautivos: salid; a los que están en tinieblas: venid a la luz». Dios no quiere que su pueblo pase hambre ni sed, o que padezcan sequía sus campos: «los conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua». Todo será alegría y vida.
Y por si alguien en Israel había dudado pensando «me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado», sepa que no tiene razón. «¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues yo no te olvidaré».
El salmo nos lo ha hecho repetir para que profundicemos en el mensaje: «el Señor es clemente y misericordioso... el Señor es bueno con todos, es fiel a sus palabras, el Señor sostiene a los que van a caer».
2. Jesús de Nazaret es ese Siervo a quien Dios ha enviado a curar y liberar y devolver la alegría y la luz y la fiesta.
Lo ha mostrado curando al paralítico que esperaba junto a la piscina. El pasaje de hoy es continuación del milagro que leíamos ayer y que provocó una vez más las iras de sus adversarios. Jesús aprovecha para añadir su comentario al hecho, como suele hacer siempre en el evangelio de Juan.
Jesús «obra» en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre.
Los que crean en Jesús y le acepten como al enviado de Dios son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio.
3. ¿Creemos de veras que Jesús, el Enviado y el Hijo, puede curarnos y comunicarnos su vida, y hasta resucitarnos, si nos hace falta? El milagro de la curación de un paralítico, ¿lo interpretamos nada más como un signo de su poder y de su buen corazón, o vemos en él el símbolo de lo que el Señor Resucitado quiere hacernos a nosotros este año?
Jesús es el que da la vida. Prepararnos a celebrar la Pascua es decidirnos a incorporar nuestra existencia a la de Cristo y, por tanto, dejar que su Espíritu nos comunique la vida en plenitud. Si esto es así, ¿por qué seguimos lánguidos, débiles y aletargados? Si nos unimos a él, ya no estaremos enfermos espiritualmente. Más aun, también nosotros podremos «obrar» como él y comunicar a otros su vida y su esperanza, y curaremos enfermos y resucitaremos a los desanimados.
Pascua es vida y resurrección y primavera. Para Cristo y para nosotros. ¿Seremos nosotros de esos que «están en el sepulcro y oirán su voz y saldrán a una resurrección de vida»? Cristo no quiere que celebremos la Pascua sólo como una conmemoración -en una primavera como ésta Jesús de Nazaret resucitó-, sino como renovación sacramental, para cada uno y para toda la comunidad, de su acontecimiento de hace dos mil años, que no ha terminado todavía.
Dios tiene el deseo de podernos decir, como en la primera lectura a su pueblo: «en el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado». Y de liberarnos, si estamos con cadenas. Y de llevarnos a la luz, si andamos en tinieblas.
Cada vez que comulgamos en la Eucaristía deberíamos recordar gozosamente la promesa de Jesús: «el que come mi carne y bebe mi Sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré el último día; como yo vivo por el Padre, que vive, así el que me coma vivirá por mi» (Jn 6,56-57).
«Ten piedad de nosotros y danos tu paz y tu perdón» (oración)
«Decid
a los cautivos: salid.
A los que están en tinieblas: venid a la luz» (la lectura)
«El Señor es clemente y misericordioso, el Señor es bueno con todos» (salmo)
«El Hijo del hombre da vida a los que quiere» (evangelio)
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 83-85
9.
Con el pasaje anterior se nos estaba relativizando una institución divina como la del Sábado; con el pasaje de hoy se nos relativiza otra faceta de Dios: la omnipotencia de Dios, que lo hace todo, pero que Jesús revela como trabajador en equipo con el Hijo; o mejor, muestra al Hijo que es enviado por el Padre a cumplir una labor, la de transmitir la Palabra de su parte.
Tema espinoso para la estructura religiosa judía que ve perder una de las características de Dios. Tema fundamental para la propuesta de Jesús, donde Dios es Padre, Abbá, cercano, "coequipero".
Pero a ese Dios de Jesús hay que hablarle, relacionarse con El, conocer su palabra, aceptar su propuesta: la resurrección, como una propuesta de ser más humano con Dios y con su Hijo, como una propuesta de ser distinto, de lograr superar una simple condición, como una manera de llegar a ser con Dios algo diferente que creatura y creador, ser Hijo del Padre, enviado de El, trabajador con El.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
10. CLARETIANOS 2002
Queridos amigos:
Seguimos sin salirnos del evangelio de Juan, que nos acompaña estas dos últimas
semanas de Cuaresma. El pasaje de hoy es la inmediata continuación del de ayer.
Jesús hace una apología de su comportamiento. Y apunta embozadamente más allá.
Porque no hemos llegado a la cumbre narrativa del cuarto evangelio, ni siquiera
a la cima narrativa de los signos de Jesús. Todavía es pronto para toparnos con
la resurrección de Lázaro. Aún no estamos preparados. A Jesús le queda aún algo
o mucho por decir y algo o mucho por hacer. Antes de realizar el signo
desencadenante de la decisión de acabar con él, va a llevar a cabo otros signos
y va a decir otras palabras.
Hoy conviene detenernos unos instantes en esa
defensa que hace de sí. Nos da la clave de todo su actuar: Jesús no obra por su
cuenta; es, en la historia, el espejo y expresión de lo que hace el Padre. Más:
como tendrá ocasión de decirle a Felipe, el propio Jesús, su persona, es el
espejo y la expresión del Padre. No ya sólo el obrar: el ser mismo de Jesús es
trasparencia e icono de Dios. Por eso san Ireneo decía con belleza, profundidad
y fórmula brevísima: visibile Patris Filius (el Hijo es lo visible del Padre).
Si queremos ver al Padre, contemplemos a Jesús en todo el despliegue de su
historia y en la cima última, señera, suprema que es su Pascua.
Vuestro amigo.
Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)
11. CLARETIANOS 2003
Volvemos sobre la fe. Y no la soltaremos en toda la semana. La frase evangélica que hemos seleccionado hoy nos mueve a recordar el epílogo del capítulo 20 del cuarto evangelio: “estos signos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.
Son dos motivos poderosamente presentes en la obra de Juan. La recorren de punta a cabo. Basta asomarse a los dos capítulos que flanquean al que nos propone la liturgia estos días. En el capítulo 41 Jesús se revela como el que da agua viva (Jn 4,10), y afirma que el que beba del agua que él le dé no tendrá más sed, sino que esa agua se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (v. 14). Lo remacha el capítulo 61, con el discurso del pan de vida. Y la teología clásica, como la de un Santo Tomás, nos presenta la fe como incoación de la vida eterna en nosotros.
Más que fijarnos en las definiciones o en los discursos, nos podemos asomar a la vida de los modelos de fe, o los héroes de la fe (como se dice en Hebreos). Por la fe están anclados y sujetos en un orden de realidad que les permite afrontar la vida presente con un talante que jamás dejaremos de envidiar. Pablo decía de sí mismo, ante de la dureza de su experiencia de evangelizador: “nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,8-10). Y en el himno sobrecogedor al amor de Dios que figura en la carta a los Romanos, insistirá: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... En todo esto vencemos fácilmente gracias a aquel que nos ha amado” (Rom 8,35.37). Ninguna criatura puede separarlo del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús (v. 39). Pienso que está en plena sintonía con la carta de Juan, en que se dice: “esta es la victoria que vence al mundo: vuestra fe” (1 Jn 5,4).
El verdadero creyente no se apoya en sus éxitos,
pues sabe que son frágiles y que ha de referirlo todo a Dios, que nos da el
querer y el obrar; y no lo hunden los fracasos, pues sabe quién mantiene a flote
la barca. Si somos hombres y mujeres de poca fe, digamos al menos, como Pedro y
los discípulos: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Pablo Largo: pldomizgil@hotmail.com
12. 2001
COMENTARIO 1
Ante la oposición de los dirigentes judíos, que invocan la Ley como expresión
de la voluntad divina, Jesús expone el fundamento de su actividad liberadora. Su
obra se identifica con la de Dios creador, que continúa trabajando para llevar
al hombre a la plenitud de vida (v. 17); el amor del Padre está siempre activo.
Esto significa que Dios no ha establecido en el mundo un orden cerrado, sino que
sigue abierta la tarea de la creación del mundo y del hombre. No se puede
someter a los hombres a una organización social que se considera definitiva, hay
que estar en perpetuo trabajo de eliminación de todo obstáculo que en esa
sociedad impida la plenitud humana. Mientras haya oprimidos y hombres privados
de libertad, no está realizado el designio creador. La actividad de Jesús -la
del amor leal (1,14)- es la misma de Dios y encarna su voluntad y su designio.
Esta concepción hace derrumbarse por su base el sistema cerrado, creado por la
Ley absolutizada, es decir, considerada como la manifestación definitiva e
irreformable de la voluntad divina.
Al llamar Jesús a Dios su propio Padre, afirma que Dios está con él y en contra
de ellos, que se le oponen; en consecuencia, la institución regida por ellos,
que se arroga autoridad divina, es ilegítima. Entran en conflicto dos intereses:
uno, el bien del hombre; el otro, el prestigio de la institución. Los dirigentes
no dudan: deciden matar a Jesús, cuya acción se identifica con la del Padre (v.
20). Pero no todo está dicho ni hecho, pues en la creación abierta hay que
esperar novedad.
Jesús acaba de levantar a un inválido (5,8); está dando vida a un pueblo muerto
(v. 21); se dibuja un horizonte de vida para la humanidad; Jesús da vida "a los
que quiere", pero esta expresión no indica discriminación, sino libertad para
obrar; nadie puede impedir su actividad.
"Ni siquiera da el Padre sentencia contra nadie, sino que la sentencia la ha
delegado toda en el Hijo, para que todos honren al Hijo como lo honran a él.
Negarse a honrar al Hijo significa negarse a honrar al Padre que lo envió" (vv.22-23).
Dar sentencia (22) es una actividad que el Padre delega en Jesús (al contrario
que en Dn 7,9-12, donde Dios mismo juzga); no se trata de un juicio más allá de
la historia; el juicio se está celebrando ya (3,18), la sentencia se la da el
hombre mismo. La expresión dar sentencia indica la separación que la presencia
de Jesús provoca entre los que están a favor o en contra del hombre.
No existen otros principios o códigos de moralidad o de conducta -ni siquiera la
Ley mosaica- que puedan pretender autoridad divina; no se puede apelar contra
Jesús en nombre de la Ley. Estar con Jesús es estar con Dios; estar contra él es
estar contra Dios (v. 23). Jesús mismo, expresión plena y total del proyecto de
Dios, es el criterio: su persona y actividad disciernen entre bien y mal.
Imposible recurrir a Dios para oponerse a Jesús (v. 24); Jesús ha pasado de la
muerte a la vida, ha realizado ya su éxodo de Jesús, saliendo del dominio de la
tiniebla.
Su propósito es invitar a la plenitud a los que son muertos en vida (v. 25), a
los que viven en la zona de la tiniebla / muerte; su voz es su mensaje (v. 24).
Como el Padre, Jesús posee la vida y dispone libremente de ella (vv. 26-27). La
comunicación de vida supone una opción personal; Jesús la provoca. Para elegir
entre muerte y vida se necesitaba un punto de referencia, y éste es Jesús,
precisamente por ser hombre. Es decir, la actitud ante el hombre va a decidir la
suerte de los hombres; no hay situación ante Dios que no dependa de la opción
frente al hombre. La norma que sustituye a la Ley es el hombre; el juicio es la
confrontación con el hombre.
Este criterio vale también para el pasado (vv. 28-29); es la opción en favor o
en contra del hombre la que juzga a los hombres de toda época. Practicar el bien
equivale a practicar la lealtad / amor fiel (3,21). La vida que Dios da al que
opta por ella no está limitada por la muerte, es vida para siempre; obrar con
bajeza es actuar en contra del hombre; a la vida para siempre se opone la no
vida para siempre, que es la sentencia o derrota (Dn 12,2), frustrando el
proyecto de Dios. La sentencia de Jesús es necesariamente justa, pues no busca
su propio interés; su único criterio es el bien objetivo del hombre (v. 30).
COMENTARIO 2
El Evangelio de hoy empalma con el de ayer. Los judíos persiguen a Jesús porque
ha violado el sábado. Jesús justifica su actuar con unas palabras que terminan
agravando la situación: llama a Dios Padre y se hace igual a El: "Mi Padre sigue
trabajando, y yo también trabajo".
Lo primero que hay que notar es la diferencia frente al tema del sábado entre
Juan y los sinópticos. En Juan, la curación no intenta relativizar la ley del
sábado, sino demostrar que la autoridad de Jesús sobre el sábado le viene por su
igualdad con Dios. Las razones para esta interpretación las encontramos en el
mismo Gn 2,2-3, donde Dios descansa el mismo día que termina la obra de la
creación. Por esto el sábado, antes que un culto a la inactividad, debe ser ante
todo un día de celebración por la obra creadora de Dios, que lo constituye por
siempre en Dios Padre y Madre de la vida y de la historia. En esta perspectiva,
Jesús rescata la dimensión creadora del sábado devolviendo la vida y la libertad
al hombre enfermo, pero también demuestra la unión perfecta entre la acción de
Jesús y la acción del Padre. ¿Cómo entender esta comunión entre el Padre y el
Hijo?. El punto de partida es que el Padre sigue siendo el autor de la obra y el
Hijo su cumplimiento definitivo. El fundamento de tal comunión es el amor y la
confianza absoluta hasta el punto que el Padre le muestra al Hijo todo lo que él
hace (v.20). Por tanto, todo el crea en el Hijo cree en el Padre, porque el Hijo
hace todas las cosas que hace el Padre. Queda como tarea escuchar la Palabra si
se quiere alcanzar la vida eterna. En otros términos, el proyecto de Jesús
actualiza el proyecto de Dios, que sigue teniendo como fundamento a Dios Padre,
el amor, la fe, la palabra y la vida. Si queremos unir el proyecto de nuestras
comunidades a esa comunión que viene del Padre y pasa por el Hijo, debemos
trabajar en torno a estos elementos. Proyectos hay muchos, el problema es si
realmente están en comunión con el proyecto del Dios.
1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
13. 2002
Todos los milagros de Jesús significan la vida
verdadera, plena, eterna, que Dios nos quiere comunicar a través de su Hijo.
Por eso ahora habla Jesús de juicio y de resurrección. Así como el Padre ha
puesto en manos del Hijo el juzgar a todos los seres humanos, también le ha
concedido hacerlos participes de su resurrección.
Los primeros cristianos, los miembros de las comunidades joánicas, proyectaban
su fe en el Señor resucitado a los acontecimientos anteriores a la pascua.
Aquel que había sido levantado de la muerte, dotado de la vida misma de Dios, no
podía ser otro que el Hijo mismo de Dios, el Mesías anunciado por los profetas y
esperado a lo largo de los siglos por los israelitas, el Hijo del Hombre
misterioso del que hablara el libro apocalíptico escatológico de Daniel.
Según las palabras de Jesús, las milagros son anticipos del juicio final y de la
resurrección escatológica de todos los seres humanos. Se trata de participar de
la misma vida plena, eterna, de Dios, siempre y cuando hayamos sido capaces de
sobreponemos a nuestro egoísmo, y hayamos sido capaces de amar a los hermanos,
a los cercanos y a los lejanos, como nos enseñó Jesús.
Entonces habremos pasado de la muerte a la vida verdadera.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
14. DOMINICOS 2003
Sirvan hoy de introducción estas luminosas palabras de la liturgia:
Dios
envió a su Hijo al mundo para salvarlo, no para condenarlo.
El Padre resucita a los muertos y da vida; y con él el Hijo.
Si hoy vivís en tinieblas, venid a la luz de Cristo salvador.
Quien posee conciencia clara, iluminada, responsable, de lo que él es en Dios, por Cristo, en la Gracia, se encuentra ante un horizonte deslumbrador, aunque se vea salpicado de nubes, dificultades, incertidumbres, riegos. ¡Al final, está Dios luz!
Compartamos, pues, en la celebración litúrgica de la Palabra y de la Eucaristía el tiempo de gracia.
Isaías profeta nos lo anuncia, y nos invita a salir de las tinieblas o esclavitudes para ir hacia la luz.
Nuestra vida está presidida o debe estar presidida por un Dios que tiene entrañas de madre y no nos abandona.
Y Jesús nos convoca a escuchar un discurso de tal profundidad, sobre su unión y actuación con el Padre, que nos obliga a guardar respetuoso silencio, mientras nos ponemos en sus manos amorosamente.
Oración:
¡Feliz conciencia que en medio del mundo se eleva sobre el mundo; entre perplejidades, tiene el asidero de Dios creador, liberador, misericordioso; en la noche de la existencia, espera un seguro amanecer de luz; entre gestos de impiedad e injusticia, discierne la verdad, justicia y amor! Gracias, Dios y Padre nuestro, por Jesucristo tu Hijo. Amén.
“Así dice el Señor, Dios: En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado: te he defendido y constituido alianza del pueblo: para restaurar el país, para repartir heredades, para decir a los cautivos: ‘Salid”; y a los que están en tinieblas: ’Venid a la luz’...
Sión decía: ‘El Señor me ha abandonado, mi dueño me ha olvidado’. ¿Cómo? ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no me olvidaré...”
En este capítulo 49 de Isaías comienza un nuevo oráculo, y en él tiene papel muy importante el Siervo de Yhavé. Por medio de él vendrá la salvación al pueblo elegido. Lo asegura Dios mismo, con entrañas de madre siempre fiel.
“En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo, pues no sólo violaba el sábado sino que incluso llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo: Os lo aseguro: el Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste eso hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace... Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere... Os lo aseguro: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado...”
La novedad de Cristo, Hijo del Padre; la novedad del rostro de Dios que se digna enviar a su Hijo para que comparta con nosotros la historia; la novedad de la íntima unión del Padre y de Jesús (que es augurio de la unión de Dios con nosotros), invade todo el campo de nuestra existencia.
El capítulo 49 de las profecías de Isaías nos muestra la situación espiritual de un pueblo que vive en depresión.
Está abatido por sus infidelidades, y vive una aparente ausencia de Dios en su historia.
Un pueblo que puso su confianza -acaso un tanto interesada- en Dios, ahora ha perdido su perspectiva.
Ante esa actitud y estado de conciencia, la reacción lógica y profética de Isaías es la que corresponde a un mediador: tiene que levantar el ánimo porque Dios continúa siendo misericordioso y fiel, aunque las apariencias engañen.
Todo lo que está sucediendo en este momento ha de entenderse como transitorio. Tras el cautiverio vendrá la libertad, tras las tinieblas llegará la luz, tras la amargura y lágrimas por la ausencia de Dios vendrá su presencia amorosa y providente. En tiempo de prueba mantengamos la esperanza, pues Dios no rectifica sus juicios ni desiste de su providencia.
La teología de san Juan en su Evangelio nos deslumbra. Jesús se nos presenta tan compenetrado con el Padre y, por ello, tan divino que o desistimos de seguirle o nos ponemos en sus manos con una fe incondicional.
Creemos por fe, que, siendo Dios uno en esencia o naturaleza, Jesús es el Hijo del Padre en el seno de la Trinidad. Igual al Padre en perfección y vida.
Y al encarnarse y nacer y vivir como uno de nosotros, según nuestra naturaleza humana, nos encarece que su vivir y nuestro vivir tienen que darse en perfecta armonía con el Padre, de tal modo que todo lo hagamos con Él y en Él. Nuestro sentir y pensar deben ser el sentir y pensar de Dios que nos crea, llama y santifica.
15.
Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.
Entrada: «Mi oración se dirige hacia ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (Sal 68,14).
Colecta (del misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méritos, y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados, ten piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas, tu paz y tu perdón».
Comunión: «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3,17).
Postcomunión: «No permitas, Señor, que estos sacramentos que hemos recibido sean causa de condenación para nosotros, pues los instituiste como auxilios de nuestra salvación».
–Isaías 49,8-15: Ha constituido alianza con el pueblo para restaurar el país. Dios anuncia a Israel exiliado en Babilonia el regreso a la patria, confirmando el amor misericordioso e indestructible del Señor para con su pueblo.
Ese amor misericordioso se realiza mucho más expresivamente en la venida de Jesucristo, en el perdón de los pecados por el sacramento del bautismo y de la penitencia. La liturgia cuaresmal en favor de los catecúmenos y de los penitentes nos anima a preparamos para la comunión pascual y la renovación de las promesas de nuestro bautismo. San Agustín predica:
«La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad». (Sermón 73).
–El profeta Isaías ha cantado gozoso la salvación que viene de Dios. La salvación ha sido posible porque el Señor es clemente y misericordioso, fiel a sus promesas, a pesar de las infidelidades de Israel, de nuestras propias infidelidades. Pero hemos de invocarle sinceramente.
Por eso decimos con el Salmo 144: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente».
–Juan 5,17-30: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo del Hombre da vida a los que quiere. Él comunica al alma, muerta por el pecado, la vida, pues precisamente ha venido para esto. La resurrección corporal es un signo de la otra más honda y necesaria. La da por el bautismo y por la penitencia. Comenta San Agustín:
«No se enfurecían porque dijera que Dios era su Padre, sino porque le decía Padre de manera muy distinta de como se lo dicen los hombres. Mirad cómo los judíos ven lo que los arrianos no quieren ver. Los arrianos dicen que el Hijo no es igual al Padre, y de aquí la herejía que aflige a la Iglesia. Ved cómo hasta los mismos ciegos y los mismos que mataron a Cristo entendieron el sentido de las palabras de Cristo. No vieron que Él era Cristo ni que era Hijo de Dios; sino que vieron en aquellas palabras que Hijo de Dios tenía que ser igual a Dios. No era Él quien se hacía igual a Dios. Era Dios quien lo había engendrado igual a Él. Si se hubiera hecho Él igual a Dios, esta usurpación le habría hecho caer; pues aquel que se quiso hacer igual a Dios, no siéndolo, cayó y de ángel se hizo diablo y dio a beber al hombre esta soberbia, que fue la que le derribó» (Tratado 17,16, sobre el Evangelio de San Juan).
16. DOMINICOS 2004
"Que tu fidelidad me ayude, Señor"
La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Isaías 49,8-15
Esto dice el Señor: En el tiempo de la gracia te he atendido, el día de la
salvación te he ayudado, te he formado y te he puesto como alianza del pueblo
para reconstruir el país, para repartir heredades devastadas y decir a los
prisioneros: ¡salid!, a los que están en las tinieblas: ¡mostraos! A lo largo de
todos los caminos se apacentarán; en todas las alturas peladas tendrán pastos.
No padecerán hambre ni sed, no les alcanzará ni el viento árido ni el sol,
porque el que se apiada de ellos los guiará y los conducirá a manantiales de
agua. Convertiré en caminos todas las montañas, y las calzadas se allanarán.
Unos vienen de lejos, otros del norte y del oeste, otros del país de Asuán.
Cielos, gritad de gozo; alégrate, tierra; montes, saltad de júbilo, pues el
Señor ha consolado a su pueblo, se ha compadecido de los desgraciados. Sión
decía: El Señor me ha abandonado, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso
una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de sus
entrañas? Pues aunque ella lo olvidara, yo no me olvidaría de ti.
Evangelio: Juan 5,17-30
Jesús les dijo: «Mi padre no deja de trabajar, y yo también trabajo».
Por eso principalmente los judíos querían matarlo; porque no sólo violaba el
sábado, sino que también llamaba a Dios su propio padre, haciéndose igual a
Dios.
Jesús les dijo: «Os aseguro que el hijo no puede hacer nada de por sí que no vea
hacerlo al Padre, y lo que éste hace lo hace igualmente el hijo. Porque el Padre
ama al hijo y le muestra todo cuanto hace; y le mostrará obras mayores que
éstas, de tal manera que os quedaréis asombrados.
Pues como el Padre resucita a los muertos y los hace revivir, así también el
hijo da la vida a los que quiere. El Padre no juzga a nadie, sino que ha
entregado al hijo toda potestad de juzgar, para que todos honren al hijo como
honran al Padre. El que no honra al hijo no honra al Padre que lo envió.
Os aseguro que el que escucha mis palabras y cree en el que me ha enviado tiene
vida eterna y no será condenado, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Os
aseguro que llega la hora, y en ella estamos, en que los muertos escucharán la
voz del hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán. Porque como el Padre tiene
vida en sí mismo, así ha dado al hijo que tenga vida en sí mismo. Y le ha dado
potestad de juzgar, ya que es el hijo del hombre. No os maravilléis de esto,
pues llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y
saldrán; los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron
el mal resucitarán para la condenación.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo. Yo juzgo como me ordena el Padre, y mi
juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Reflexión para este día
“Así dice el Señor: En el tiempo de gracia te he respondido, te he defendido y
constituido alianza del pueblo”.
El pueblo de Israel está abrumado en el exilio de
Babilonia. Dios, a través de Isaías, le anuncia su liberación. Renueva su
alianza con el pueblo y alienta su esperanza, para que siga caminando hacia la
tierra prometida. En el fondo de este compromiso de Dios está latiendo la
liberación definitiva, que el Padre realizará con la presencia redentora de
Jesucristo. En su Hijo predilecto confirma su amor misericordioso e
indestructible. Dios resuelve toda esclavitud aportando vida, perdón, libertad y
paz.
Ayer recordábamos la curación del paralítico. Este gesto de Jesús suscitó la
controversia con los judíos. Jesús persevera en la verdad de su decisión, sin
dejarse influir por las presiones o escándalos farisaicos. El señor reafirma su
fidelidad al Padre que le ha enviado y su decisión salvadora:
“Os lo aseguro: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida
eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida”.
Es evidente que Jesús tiene poder sobre la muerte, sobre el pecado. Su unidad y comunión con el Padre le enriquece con esa facultad. Toda la vida y el mensaje de Jesús es una oferta de perdón y de vida. Así lo hizo en su tiempo y lo continúa haciendo en el nuestro. Para que ese perdón y esa vida nos llegue a nosotros, es necesario que “le creamos y escuchemos su palabra”. En este “tiempo de gracia”, Jesús reafirma su alianza, su pacto de amor. Nos invita a celebrar el Sacramento de la Reconciliación, para reconciliarnos con Él y reafirmar nuestra opción por la vida y la paz con Dios. Este encuentro con Cristo nos libera y nos capacita para saborear la paz y ser pacificadores.
17. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
El Evangelio de hoy presenta uno de esos largos discursos que acostumbra a
emplear Juan. Los judíos sienten ganas de matar a Jesús, lo ven como un blasfemo
y un enemigo del cielo. Y razones no les faltan, no sólo abolía el sábado sino
que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Ante un público
nada entregado Jesús toma la palabra y habla de esa relación vital que le une a
Dios y que tanto les escandaliza. Jesús se da a conocer: el poder de dar la vida
lo ha recibido del Padre. El Hijo no puede hacer sino lo que ve hacer al Padre .
El hacer del Padre nos lo relata también Isaías. Dios no para. Se ha volcado, se
vuelca y se seguirá volcando con su pueblo, como con el hijo de sus entrañas.
También el salmista canta la bondad de nuestro Dios, su ternura para con todos,
su fidelidad y su desvivirse por los más débiles. ¿Qué añadirías a este salmo?
Quizás este es un buen momento para recorrer tu propia historia y contar o
cantar lo que Dios ha hecho en tu vida o en la de otros cercanos a ti. ¿Qué
destacarías en su modo de actuar? ¿En qué te descoloca? ¿A que te mueve? ¿En qué
líos te mete? Vale la pena pararnos y contestarnos alguna de estas preguntas.
Esta en juego algo vital: sabernos amados como hijos e hijas de Dios para vivir
como auténticos hermanos y hermanas.
Vuestra hermana en la fe,
Ermina Herrera, javeriana (erminahv@yahoo.es)
18.
Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas
(Girona, España)
«En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha
enviado, tiene vida eterna»
Hoy, el Evangelio nos habla de la respuesta que Jesús dio a algunos que veían
mal que Él hubiese curado a un paralítico en sábado. Jesucristo aprovecha estas
críticas para manifestar su condición de Hijo de Dios y, por tanto, Señor del
sábado. Unas palabras que serán motivo de la sentencia condenatoria el día del
juicio en casa de Caifás. En efecto, cuando Jesús se reconoció Hijo de Dios, el
gran sacerdote exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué os parece?» (Mt 26,65).
Muchas veces, Jesús había hecho referencias al Padre, pero siempre marcando una
distinción: la Paternidad de Dios es diferente si se trata de Cristo o de los
hombres. Y los judíos que le escuchaban le entendían muy bien: no era Hijo de
Dios como los otros, sino que la filiación que reclama para Él mismo es una
filiación natural. Jesús afirma que su naturaleza y la del Padre son iguales,
aun siendo personas distintas. Manifiesta de esta manera su divinidad. Es éste
un fragmento del Evangelio muy interesante de cara a la revelación del misterio
de la Santísima Trinidad.
Entre las cosas que hoy dice el Señor hay algunas que hacen especial referencia
a todos aquellos que a lo largo de la historia creerán en Él: escuchar y creer a
Jesús es tener ya la vida eterna (cf. Jn 5,24). Ciertamente, no es todavía la
vida definitiva, pero ya es participar de la promesa. Conviene que lo tengamos
muy presente, y que hagamos el esfuerzo de escuchar la palabra de Jesús, como lo
que realmente es: la Palabra de Dios que salva. La lectura y la meditación del
Evangelio ha de formar parte de nuestras prácticas religiosas habituales. En las
páginas reveladas oiremos las palabras de Jesús, palabras inmortales que nos
abren las puertas de la vida eterna. En fin, como enseñaba san Efrén, la Palabra
de Dios es una fuente inagotable de vida.
19. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
Análisis
El discurso que acompaña el signo de la piscina tiene como centro la vida. En
realidad, la unidad es 5,19-47, pero a partir de v.31 el tema se desplaza al
testimonio, por eso puede dividirse en dos. Eso es lo que hace la liturgia. El
evangelio de mañana sería la segunda parte, que no se leerá por coincidir con el
día de la Anunciación, pero correspondía a la lectura continua.
La gran mayoría de los comentaristas sostienen hoy que el Evangelio de Juan fue
compuesto en diferentes etapas, y que esas etapas se “sienten” en la lectura. Es
tradicional ya la opinión que mantiene que el autor del Evangelio resultaba un
tanto escandaloso para la “ortodoxia” por su insistencia en que el juicio, el
fin de los tiempos, la vida eterna “ya” estaban realizadas en la opción de fe,
por eso, un redactor final incorpora -para hacer accesible el evangelio a la
ortodoxia, se sostenía- textos donde se insiste en el fin de los tiempos como
algo futuro y esperado para el final.
El texto que nos toca comentar es una expresión patente de esta doble lectura.
Así, “el que cree tiene (presente) vida eterna” (v.24) mientras que “llega la
hora -y ya estamos en ella- en que los muertos oirán (futuro) la voz del Hijo de
Dios” (v.25). Ambos textos comienzan con el “en verdad, en verdad les digo” lo
que revela que son independientes. Es posible que aunque hayan sido incorporados
más tardíamente, los textos donde se destaca la vida “futura”, sean más
antiguos; en nuestro caso, por ejemplo, mientras en v.23 se destaca la relación
Padre-Hijo, en v.27 se habla del hijo de hombre, que es más tradicional y
frecuente en las referencias a un “juicio final” y la resurrección. Es
importante tener esto presente para que la lectura del Evangelio no nos
desconcierte.
El texto de hoy está introducido por la segunda parte del conflicto (en realidad
5,16-18), ya que el v.16 está incorporado al texto de ayer (recordar el esquema
signo-conflicto-discurso). Lo que escandaliza y lleva a la “persecución” de los
judíos contra Jesús es que “hacía” esas cosas en sábado. Notemos brevemente dos
elementos: el término judíos no debe leerse desde una óptica antisemita como
lamentablemente se ha hecho por mucho tiempo, sino que debe entenderse en el
contexto. Sabemos que a partir de la destrucción de Jerusalén muchos judíos
expulsan de la sinagoga a los “no-fariseos”, y entre ellos a los que reconocen a
Jesús como mesías (ver 9,22), por eso los “judíos” (es decir, los que nos
persiguen) son vistos como adversarios de Cristo (es decir, de la comunidad
joánica). El segundo elemento es que Jesús “hacía esas cosas”, no se refiere
-por tanto- a “una cosa” sino a “cosas como esa”, Jesús sistemáticamente
cuestiona el sábado con actitudes “como esa”.
Lo que los judíos ven en esta actitud es que Jesús se hace “igual a Dios”. Es la
actitud rebelde de Adán (Gn 3,5-6). ¿En qué ven esto los judíos? Seguramente en
que llame a Dios “padre” abbá, pero no sólo en esto. Seguramente también en su
libertad frente a la ley en la que se pone por encima de las normas que regulan
la vida del pueblo. Ahora bien, ¿estamos ante una ironía de Juan (porque Jesús
es igual a Dios) o afirma que los judíos entienden mal (porque no se presenta
como igual a Dios)? Por un lado, Jesús nos dice que el Padre es “más que yo”
(14,28) pero también que junto al Padre tenía la misma “gloria” (17,5), dice que
el padre es “el único Dios verdadero” (17,3) pero que Jesús es “Dios” (1,1.18;
20,28). Ciertamente Juan no es un teólogo dogmático y este tema (Jesús es igual
al Padre) fue abordado más tardíamente por la teología cristiana, pero ya queda
planteado: ¿quién es este? Jesús no es un simple enviado como los profetas, y
revela una especial relación con Dios que sorprende. “Se hace igual a Dios”.
Vayamos ahora a la raíz del conflicto: el sábado. Ciertamente Dios no ha dejado
de trabajar el sábado: la gente nace y muere aún en sábado, o llueve también en
sábado, sólo que esto es privilegio de Dios y “nadie es igual a Dios” (ver por
ejemplo Ex 15,11; Is 46,5; Sal 89,8). Esto parece ser el punto de partida para
el discurso que sigue, allí (en sus dos “variantes”, ya y todavía no) Jesús
muestra que es dador de vida, y que tiene capacidad de juzgar. Jesús no es un
“autónomo”, lo que dice o hace es porque lo dice o hace el Padre (3,34; 7,28;
8,26.42; 9,4; 12,49) porque el Padre y él son uno (10,30; 17,21).
Lo que Jesús ve hacer al Padre y hace él es “dar vida” (v.21). Por eso la vida
que recibe el hijo del funcionario, es “signo” de esa vida que da el Hijo, vida
que sólo es amenazada por el pecado (recordar que Jesús le dice “no peques más”
al enfermo de la piscina). Y también la capacidad de “juzgar” (vv.22-23). “Hacer
justicia” es defender la causa del justo, lo que es también una manera de
defender la vida (ver Sal 43,1; Sal 69,29; 94,21; 143,11; Pr 11,19.30; 12,28;
21,21; Ez 14,14), aunque puede desaprovecharse al rechazar al Hijo, lo que
significa condenación. Como el padre del hijo enfermo creyó al escuchar la
palabra y obtuvo vida para su hijo, los que escuchan sus palabras tienen
oportunidad de recibir ya ahora la vida, que es eterna.
Los temas de la “vida” y “creer” que venían apareciendo hasta ahora en el
Evangelio vuelven a encontrarse en el texto de hoy: Jesús tiene poder de
comunicar la vida (vv.21.26) y es importante escuchar sus palabras y creer en él
(vv.24.28). Esto tiene una causa: que el Padre ama al Hijo (v.20), lo que
constituye el fundamento de su autoridad: porque lo ama, ha puesto todo en su
mano (3,35), tiene capacidad de recuperar la vida que él mismo entrega (10,17)
por compartir ese amor hasta el extremo (15,9). Es un amor que viene “desde
antes de la creación del mundo” (17,24). Es el mutuo amor del Padre y del Hijo
el que le permite hacerse igual al Padre, y como él ser dador de vida eterna
(ver Sal 36,8); es que Jesús es la persona a través de la cual Dios actúa el
juicio. Pero, como se ha dicho, en este juicio el hijo actúa como dador de vida
por su palabra, para lo que es importante “oír”, que en Jn no es un mero acto
“auditivo” sino que supone -como ver- un compromiso de toda la persona, lo que
lleva indisolublemente a creer. Oír la palabra y creer en la palabra son
sinónimos. Allí donde se escucha la palabra del Hijo, ha sonado la hora de la
resurrección; y esa voz la escucharán los muertos para resurrección de vida o de
juicio según haya sido su vida (nuevamente vida y vida eterna, y pecado y muerte
eterna se ponen en relación).
Comentario
Entremezclando momentos en los que parece que el fin de los tiempos ya ha
llegado y otros en los que parece que vendrá más tarde, Juan desarrolla un
discurso acerca de quienes escuchan al Hijo del hombre. Escucharlo es creer en
él, y la fe -lo sabemos- conduce a la vida.
El texto de hoy es un discurso sobre las consecuencias de “escuchar” -“creer”-a
Jesús, el Hijo del hombre. Ya habíamos participado de signos, en ellos un hijo
al borde de morir, “vive” por la palabra de Jesús, luego un debilitado y
postrado “se pone a andar” cuando le dice “levántate” (la misma palabra de
“resucitar”); y luego anuncia que Jesús es quien lo ha puesto de pie. Esto
provoca un debate, a partir del cual Jesús pronuncia el discurso, que se centra
en “escuchar su palabra”, es decir creer. Por tanto, en los signos vemos la vida
que Jesús anticipa, lo que nos remite (por eso son signos) a la fe (= ver)
conduciéndonos a la vida eterna (= vida).
En nuestra vida cotidiana, también damos signos de aquello en lo que creemos,
que es preparación de la vida definitiva. Buscar la vida no es sino anticipo de
la vida divina que añoramos. La opción por Jesús es opción por la vida.
Nuestras comunidades, nuestras vidas, serán signos en el mundo en la medida de
su apuesta por la vida, de su confianza en la vida. En los signos de Jesús se
manifiesta la gloria, que es presencia de Dios en su pueblo. Cuando apostamos
por la vida, estamos apostando por un Dios que se manifiesta, especialmente allí
donde la vida está amenazada. No es sólo una frase “feliz” la de mons. Romero
cuando dijo “la gloria de Dios es el pobre que vive”. Es que su experiencia
cotidiana -como la experiencia de Jesús- era la de un Dios siempre cercano a la
vida, y de un rechazo a Dios cuando la vida es amenazada o quitada.
20.
Reflexión
El tema central de este pasaje es escuchar la palabra de Jesús y creer que él es
verdaderamente el hijo de Dios. Estos son dos elementos que están íntimamente
relacionados uno con otro. Si nosotros reconocemos verdaderamente que Jesús es
Dios, entonces su palabra deja de ser una palabra como la de los demás para
convertirse en “palabra de Dios”; ahora bien, si la palabra de Jesús, lo que
nosotros leemos en los evangelios es verdaderamente “palabra de Dios” debería
ser algo sobre lo que no se duda o discute: Puede ser que no la entienda, o que
me resulte difícil de vivir o de aceptar, pero sigue siendo “palabra de Dios”.
Jesús nos dice hoy: “el que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene
vida eterna”. Con esto nos manifiesta que la fuente de la vida es su palabra por
ininteligible que pudiera parecer o por difícil que fuera el vivir de acuerdo a
ella. En definitiva si el hombre quiere tener una vida llena de paz, de alegría
y de gozo en el Espíritu, no tiene ninguna otra opción que vivir de acuerdo a la
voluntad de Dios expresada en Cristo.
Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
21. El Hijo actúa en unión con el Padre
Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros
Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo
también trabajo. Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque
no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre,
haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía:
En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo
que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo.
Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará
obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre
resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los
que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha
entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no
honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo:
el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no
incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. En verdad, en
verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la
voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene
vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha
dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto:
llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán
los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho
el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta:
juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino
la voluntad del que me ha enviado.
Reflexión:
Un párroco de España pronunció su última homilía en su parroquia antes de
trasladarse a otra ciudad. Llevaba tanto tiempo en la parroquia que muchos de
los que había bautizado y casado aún no lo creían. Y entre las palabras que
mencionó de lo más profundo de su corazón les dijo: “Os voy a revelar un secreto
que no saben ni los miembros de mi familia. Y es que en mi testamento he pedido
que el día mi muerte quiero que me entierren aquí, junto a todos vosotros porque
(y esto fue lo que emocionó a toda la gente) quiero resucitar con mi pueblo, con
todos vosotros”. La gente que lo escuchaba quedó admirada, esperaban que dijese
“porque este es mi pueblo” o “porque quiero estar enterrado a vuestro lado”.
Pero él no, él quería resucitar con todos los suyos.
Cristo nos pide que creamos en la resurrección de la carne. Hoy día hay muchos
que ya no creen esta realidad de nuestra fe por tantas otras ideas que han
metido las sectas. Se prefiere aceptar la reencarnación o simplemente lo aceptan
porque lo dice la Iglesia. Pero si comprendiéramos con el corazón lo que nos
dijo san Pablo que vana es nuestra fe si no resucitamos, entonces sí viviríamos
con mayor entrega nuestra fe, entonces sí que nos sentiríamos orgullosos de
nuestra fe. No la viviríamos como si fuese una imposición o como normas que hay
que cumplir sino con una alegría que nos llevaría a transmitirla a los demás.
Existiría una mayor esperanza en nuestras vidas.
Y el mejor camino para llegar a la resurrección es el que nos presenta el
evangelio de hoy. Cumplir la voluntad de Dios. Hay una notable relación en estas
palabras. Resurrección y voluntad de Dios. A Cristo no le movía otra cosa en su
vida mas que hacer aquello que le agradaba a su Padre. Por eso estaba lleno de
pasión por transmitirnos lo que su Padre le pedía. Nosotros también
resucitaremos en la medida en que vivamos con amor la entrega a la voluntad de
Dios, que es entrega y generosidad con nuestro prójimo.
22. ¿Quién es Cristo para mi?
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez
La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra
vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta
dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de
conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios,
por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa
hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a
la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a
la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy
yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la
verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la
verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de
Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el
concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa cristiano”, “la
ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si
todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la
experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen
de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo
mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el
catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando
no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología
de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una
ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es
una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas
exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de
la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea
capaz de aplicar teorías sobre esa persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me
exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que
tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando
uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se
abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando
llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos
damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia.
Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo
realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes
de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que
quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la
verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada
minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice
el Papa, “Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En
Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de
indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación
de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una
manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio
credo.” ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla
a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona
que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión
cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de
corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El santo no es ni el
indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si no
eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o
eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre
completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo,
abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser
convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto
y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo
real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona
veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso
es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el
bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser
convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y
como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida,
y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a
nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es
una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos
de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo,
abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación.
De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma.
El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a
considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad:
“Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque
constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo
interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en
la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con
Dios”.
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el
hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera
injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y
Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del
pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No
existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado
primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro
que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos
transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro
corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad,
lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro
corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del
Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al
Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la
consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia
de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no
ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de
Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud,
porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no
estoy siendo cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En
definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo
con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo
quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es
así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no
esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no
es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo
en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide,
porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes,
tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos
auténticos, porque no estarán siendo cristianos.
23. 2004
LECTURAS: IS 49, 8-15; SAL 144; JN 5, 17-30
Is. 49, 8-15. Nos encontramos en el tiempo de la misericordia de Dios, en el día
de la salvación. Dios ha constituido a su propio Hijo en la nueva y definitiva
Alianza que nos hace ocupar el corazón de Dios, no como extranjeros ni
advenedizos, sino como hijos suyos. Dios nos ha sacado de la esclavitud de
nuestros pecados; Él nos hace retornar con la alegría de quien siempre debió
sentirse amado por Dios, pues Él jamás se ha olvidado de nosotros. Y junto con
nosotros la creación entera grita y salta de gozo, pues también a ella alcanza
la redención. Dios nos quiere como hijos suyos. No desaprovechemos este tiempo
de gracia del Señor. Volvamos a Él con un corazón humilde, arrepentidos de todo
aquello que nos alejó de Él. Y Dios tendrá compasión de nosotros, pues siendo
rico en Misericordia, no se olvida de que somos barro ni nos guarda rencor
perpetuo.
Sal. 144. Ciertamente que Dios es rico en misericordia, y
no nos trata como merecen nuestras culpas. Su amor no es hoy un sí y mañana un
no. Él siempre está a nuestro lado, dispuesto a levantarnos cuando tropezamos y
a aliviarnos cuando los males nos agobian. Él no cierra sus ojos ante el dolor,
ante el sufrimiento de sus hijos. Él siempre está a nuestro lado. Pero Él no
viene a suplirnos en aquello que nos corresponde a nosotros realizar. Por eso no
podemos echarle la culpa de las desgracias que causan personas desequilibradas a
causa del poder o de la riqueza. Quienes hemos puesto nuestra fe y nuestra
confianza en el Señor, no sólo lo invocamos para que nos proteja y nos libre de
todo mal, sino para comprometernos de un modo especial a trabajar por su Reino
de justicia, de santidad y de amor.
Jn. 5, 17-30. El Señor nos dirá que permanezcamos en su amor, para que así como
Él está en el Padre, nosotros estemos en Él. Ciertamente no hay otro nombre, ni
otro mediador a través del cuál podamos alcanzar la salvación. Dios quiere que
todos los hombres se salven; y para ello nos envió a su propio Hijo. A Él le
comunica su vida divina en plenitud, porque lo ama. Y por medio de Él nos
comunica esa misma vida a nosotros, porque nos ama. Por eso quien cree en
Cristo, quien escucha su Palabra y la pone en práctica, tiene vida, y vida
eterna, pues le estará llegando, por medio de Cristo, la misma vida que Él
recibe como Hijo. Tal vez el pecado nos ha destruido de tal forma que nos hizo
semejantes a los muertos. Pero Dios, en su amor, quiere que escuchemos su voz y
nos levantemos de todo aquello que nos impide manifestarnos como hijos suyos.
Ojalá y, mientras aún es tiempo, escuchemos la voz del Señor y nos dejemos
santificar por Él, no sea que después tengamos que lamentar el ser condenados
por haber vivido como rebeldes a su Palabra salvadora.
En la celebración de la Eucaristía no sólo celebramos el Misterio Pascual de
Cristo. Quienes no nos conformamos con venir a arrodillarnos ante el Señor y
estar en la Celebración Eucarística como espectadores, sino que participamos de
este Misterio de salvación, hacemos nuestra la Vida eterna que el Hijo posee
recibida del Padre. Por eso podemos decir que en verdad la Salvación de Dios ha
llegado a nosotros, y que el Señor nos ha dado la prueba más grande del amor
misericordioso que nos tiene. Participando así de la Vida de Dios ya desde
ahora, tenemos una prenda de la gloria futura, que nos espera cuando,
resucitados de entre los muertos, seamos hechos coherederos de la Gloria del
Padre, junto con Cristo.
Quien participa de la Eucaristía debe sentirse, en verdad hijo de Dios, e hijo
en plenitud. Por eso no podemos volver a casa y a nuestras labores cotidianas
como unos malvados y destructores de la vida. Dios quiere que su vida llegue a
toda la humanidad, de todo tiempo y lugar, por medio de su Iglesia. Por eso no
sólo somos una comunidad de fe, sino también una comunidad de amor; amor que se
manifiesta a través de una lucha constante por la vida, tratando, con la Fuerza
que nos viene de lo alto, de desterrar de entre nosotros, todo signo de pecado y
de muerte. ¿Podremos decir que realmente tenemos a Dios por Padre cuando
atentamos contra la vida de los demás, o cuando los envenenamos con enervantes,
o cuando los perseguimos injustamente? Dios quiere que seamos portadores de vida
y no de muerte. Dios quiere que su Iglesia llegue incluso a levantar a los
decaídos y no que termine con ellos pisoteándoles sus derechos. Más aún, cuando
alguien nos haya ofendido, o se haya levantado en contra de nuestra forma de
pensar, actuemos no como bestias rabiosas, sino como personas capaces de
dialogar, capaces de perdonar, llegando así a ser un signo del Dios
misericordioso, que habita en nuestros corazones.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir plenamente unidos a Cristo, para poder
pasar haciendo el bien a todos, con la misma bondad, con el mismo amor que Dios
nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesucristo. Amén.
www.homiliacatolica.com
24. ARCHIMADRID 2004
“ER” GITANILLO, o “PRACTICANDO EL CALÓ”
Muchos días, cuando voy de un templo a otro de la parroquia, me cruzo con grupos
de gitanillos que juegan en la calle. Alguna vez me miran y preguntan: ¿Tú
“erej” cura? Y tras la contestación afirmativa se despiden “adiós cura” y siguen
sus juegos.
Un día uno de ellos, moreno como la “jet-set” marbellí, que no llevaba los moquillos colgando pues ya tenía un generoso muestrario en la camiseta y que ese día no tenía con quién jugar y sí ganas de conversación, me abordó y comenzó con la consabida pregunta: “¿tú “erej” cura?”. “¡Claro!”, le contesto y entonces –mientras daba vueltas mi alrededor y gesticulaba ampulosamente- me hace una pregunta para poner a prueba mis conocimientos (escasos, por cierto) de teología: “Si a ti te dan un cuchillo, “pá” donde apuntas, ¿pa´rriba o pa´bajo?”. “No sé –contesté desconcertado- espero que nunca me den un cuchillo, pero si es así me imagino que lo sujetaría hacia arriba, para no dañar a nadie”. “¡Hala, hala, hala, “er cura”! –contestó el chaval- pa´rriba no, que está Dios y si erej cura no querrás acuchillar a Dios, hay que tenel´lo pa´bajo, pal demoño, ca ese sí hay que acuchillal´lo”. El gitanillo estaba escandalizado de mi ignorancia y yo asombrado de la respuesta, así que le prometí que si alguna vez me daban un cuchillo lo mantendría hacia abajo, pero con cuidado de no hacer daño a nadie.
“Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios”. Estamos en Cuaresma, recordando nuestra iniciación cristiana, nuestro bautismo. Ese día tal vez lejano en el tiempo, pero actual día a día en que fuimos hechos –engendrados de nuevo- Hijos de Dios. Tal vez seamos hijos adoptivos pequeños, mocosos, ignorantes a los ojos de los sabios de este mundo, pero con el cariño inmenso del gitanillo en no ofender de ninguna manera a nuestro Padre Dios, de no poner ningún cuchillo “pa´rriba”.
¡Ser hijos!. “Os lo aseguro: el Hijo (con mayúsculas, la segunda persona de la Santísima Trinidad encarnada en las purísimas entrañas de María), no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre.” ¡Ser hijos!, sí, de adopción, pequeños, mocosos e ignorantes, pero: ¡hijos!. ¿Te das cuenta?. Tú y yo cuántas veces queremos enmendar la plana a Dios, emanciparnos de su amor, pensar que “me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”, como si fuésemos funcionarios, conocidos, primos terceros o yo qué se qué. Pero: ¡Somos hijos!. “¿es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no me olvidaré.”, te dice tu Padre Dios.
“Os aseguro …” oímos repetidamente en el Evangelio
de hoy. Vamos a hacerle caso al Señor, vamos a callar tantas voces sin sentido
que nos rodean, vamos a dar crédito al único que puede llenar nuestro corazón,
nuestras ansias de vida, lo que somos, quienes somos.
“Os lo aseguro”, nos dirá también nuestra Madre del cielo, vale la pena dar la
vida al Señor de la Vida, (volvemos a las mayúsculas), al único juez cuya
sentencia será justísima e irrevocable. El cuchillo de mi lengua, de mis
criterios, de mis prejuicios, de mis olvidos, de mis desprecios, de mi
autosuficiencia, …, siempre “pa´bajo”, nunca “pa´rriba”, hacia Quien sé que me
quiere.