¿Cuándo
se reconoce la existencia de un nuevo individuo de nuestra especie? ¿Toda
manipulación técnica de células germinales conlleva el inicio de una
nueva vida? ¿Puede afirmarse la condición de persona de un embrión,
apenas formado, sin maduración, ni siquiera incipiente, del sistema
nervioso, que le capacite para manifestarse como persona única e
irrepetible? La respuesta a estas preguntas es crucial en un debate
acerca de la condición tanto del embrión humano engendrado, fecundado
in vitro, crioconservado durante un tiempo en las clínicas de fecundación
asistida, producido por clonación, etc. como la protección que merece.
La cuestión no se plantea con relación a la pertenencia a la especie;
en efecto, cada viviente es necesariamente individuo de la especie, que
forman quienes comparten el mismo patrimonio genético. Cada nuevo ciclo
de transmisión de vida humana se inicia a partir de una célula única
–denominada cigoto– formada por la fecundación del gameto materno,
el óvulo, por un gameto paterno, el espermatazoide. La emisión del
mensaje genético da lugar a la formación del individuo adulto, y éste,
una vez alcanzada la madurez sexual, producirá a su vez gametos, que
potencialmente pueden reiniciar un nuevo ciclo, si son fecundados.
La cuestión que se plantea en estos debates es doble y ambas partes están
íntimamente relacionadas. Una es la configuración de la materia de la
que se puede afirmar el carácter de individuo de una determinada
especie. O dicho de otro modo, ¿puede afirmarse que toda célula
procedente de la fusión de gametos femeninos y masculinos (o por
activación partenogenética de un óvulo o por transferencia de un núcleo
somático a un óvulo) es un cigoto?; y, por tanto, al conjunto de células
que se deriven de ella, ¿se puede considerar, siempre y propiamente, un
embrión?
La respuesta no es simple. En principio, y atendiendo sólo a las
características morfológicas, de un conjunto de células con fenotipo
embrionario, y que están creciendo en un medio adecuado, se podría
afirmar tanto que son células humanas vivas en multiplicación, como
que son un embrión precoz (o temprano, en fase previa a la implantación).
Más aún, algunos niegan a cualquier embrión temprano el carácter de
individuo, ya que consideran que no es más que un conjunto celular pre-embrionario,
ordenado de tal modo que puede dar lugar tanto a uno como a dos
individuos gemelos. En el sentido de este pre hay que hacer notar también
que el término embrión temprano se ha aplicado también a una realidad
bien distinta: el mal llamado embrión partenogenético, porque no es un
embrión. De modo natural, o provocado en el laboratorio como mostró el
equipo de la empresa ACT, en 2001, la activación de un óvulo sin
fecundar, lo que siempre se definió como huevo huero, se multiplica y
las células se organizan en un conjunto, una esfera, la mola, que nunca
será un embrión porque nunca un simple óvulo activado fue un cigoto.
La ambigüedad de las respuestas a la pregunta acerca de qué es y qué
no es, ni ha sido nunca, un embrión no es ambigüedad de la realidad
viva. El criterio morfológico resulta insuficiente para definir con
precisión de qué realidad se trata. Además, las manipulaciones técnicas,
que el progreso científico ha hecho posible, provocan cambios
intencionados en los procesos de transmisión de la vida, de acuerdo con
los intereses que se persiguen, y por todo esto se necesita un notable
esfuerzo de clarificación. Se requiere un criterio biológico nítido,
que no deje lugar a dudas acerca de la diferencia
real entre materia viva y viviente individual.
En el caso del hombre esta cuestión es esencial, ya que todo ser
humano, y sólo el viviente de la especie homo sapiens, es persona que
reclama respeto. Por el contrario carece de realidad personal cualquier
material celular con genotipo humano capaz de multiplicarse, tener
alguna actividad biológica, pero que no constituye una realidad orgánica,
unitaria; sencillamente no es un todo orgánico, no es un individuo.
La segunda cuestión que se plantea es si hay diferencia de realidad
entre un embrión de pocos días que se desarrolla en el seno materno, y
un embrión almacenado en unas condiciones concretas en el laboratorio,
producido para reproducción artificial y sobrante, o producido para ser
usado para investigación con fines terapéuticos. Es decir, si un embrión
sin proyecto parental, sin posibilidad de ser gestado, tiene el mismo
carácter que el embrión en gestación, que se prepara a anidar en el
útero materno.
Ciertamente el proceso de desarrollo es continuo con etapas que se
suceden en el tiempo y en el espacio (en las diversas zonas del
organismo en formación); y además, y de forma gradual, van emergiendo
en momentos precisos propiedades nuevas, cualitativamente diferentes a
las existentes en un momento anterior. Pues bien, como es propio de lo
vivo, el todo unitario, el organismo, no es igual, sino que es más, que
la suma de las partes. Es un individuo, un hombre Y ese avance
continuado hacia una progresiva complejidad cada vez mayor requiere el
medio intracelular, el medio que suponen las otras células del mismo
organismo y el medio materno en que se desarrolla la vida intra-uterina.
Esto significa que la viabilidad real de un embrión precoz es
plenamente dependiente de las circunstancias, de las condiciones del
medio, en que se le sitúa.
La mayor parte de las argumentaciones en la línea de negar a la
realidad embrión la condición de individuo, de hombre, reduciéndolo a
la condición de simple vida humana embrionaria se basa en la cuestión
de la escasa viabilidad de la vida en las primeras semanas. El carácter
de persona –dicen– debe adquirirse después de un período de tiempo
más o menos largo (bien sea por emergencia, o bien por animación
retardada), ya que resulta difícil pensar el sentido natural que puede
tener tal ineficacia reproductora humana (algo así como un derroche de
almas).
Parece obvio que es necesario establecer con rigor las bases genéticas
moleculares y celulares que permitan definir si ha concluido una
fecundación verdadera, y, por tanto, la realidad celular producida
tiene las propiedades (el fenotipo) propias de un cigoto hombre, y que
es por tanto capaz de comenzar el desarrollo embrionario. Cuando esto
ocurre, ha comenzado realmente la vida de un ser humano; y si no
continuara y muriera pronto es propiamente un embrión vivo, pero
inviable. Tal inviabilidad puede ser per se (porque tenga defectos genéticos
o de los componentes intracelulares), o puede ser por falta de las
condiciones del medio extraembrionario (materno o del laboratorio)
necesarias para su supervivencia. Si fue realmente un individuo humano
de pocos días han ocurrido dos cosas muy diferentes: en el primer caso,
que ha muerto de forma natural; en el otro, que se le ha dejado morir,
al ponerle en unas condiciones en las que no le era posible vivir.
Ahora bien, no toda célula producto de la fusión de los gametos (o por
transferencia de núcleos somáticos a óvulos, etc.) alcanza el
fenotipo de cigoto y, por tanto, no ha sido un ser humano, no ha
existido, aunque esa célula se multiplique y el conjunto se organice en
estructuras embrioides, es decir con morfología similar al embrión de
pocos días. Por el contrario, un cigoto real, que comienza un
desarrollo verdadero, es un embrión humano; y si ha sido engendrado, o
producido, lo es con independencia del destino que otros hombres le
deparen.
Patrimonio e información genéticos, y emisión del programa de
desarrollo
En la actualidad se conocen detalles profundos de los procesos de
autoorganización biológica y del funcionamiento de los sistemas vivos,
que permiten explicar no sólo su complejidad, debida a su modo de
organización, sino también la dinámica misma de la vida, como
autoorganización de la materia. El logro más importante ha sido la
comprensión de que el material genético, el DNA, es necesario. Pero el
DNA no es todo. La idea de que en los genes heredados está todo (los
caracteres propios de la especie, los propios del individuo concreto,
las instrucciones para el programa de desarrollo) no es del todo
correcta. Más aún, la expresión programa de desarrollo induce, a
veces, a equiparar el proceso de desarrollo embrionario con un rígido
programa de ordenador cuyas instrucciones predeterminasen por complot el
resultado final.
La realidad biológica es bien diferente. El proceso está recibiendo
continuamente nuevos datos, sin los cuales la vida no puede continuar.
Los organismos vivos tienen historia –guardan memoria de situaciones
por las que han pasado previamente–, y por ello su proceso vital no
viene definido exclusivamente por los genes. No bastan ni sólo las
peculiaridades propias del mensaje genético heredado, ni sólo el
entorno interno o externo. Ambos factores son necesarios. No todo está
al principio, sino que la vida de cada individuo consiste en la emisión
de la información genética que crece con la propia emisión, que se
retroalimenta a medida que pasa el tiempo de vida. La existencia de cada
individuo es el tiempo de la emisión ordenada de un conjunto de
mensajes, que constituyen un programa de desarrollo, y en el cual las
instrucciones van apareciendo paulatinamente a medida que el organismo
se va configurando.
En este sentido la emisión del programa (lo que se ha denominado epigénesis
reguladora) implica en primer término un primer nivel de información:
es la información genética que contiene el DNA en cada célula. Esta
información hace posible que en las células de los diversos tejidos y
órganos esté el código genético entero y, al mismo tiempo, que la
información esté regulada espacial y temporalmente, de manera que se
diferencian o especializan las células en las diferentes líneas que
forman los órganos y tejidos. Cada parte del organismo (órganos,
tejidos, sistemas) se constituye con la información del grupo de genes
que sólo se expresan, en momentos concretos, y sólo en las células
que ocupan un lugar concreto del organismo. Por ello, la formación de
cada una de las partes es dependiente de las condiciones de su medio
propio, que es diferente en las diversas áreas del organismo y en cada
etapa temporal.
Esto es muy importante, porque un conjunto de células diferenciadas, y
más o menos ordenadas, no es un organismo; no constituye una unidad
funcional y vital. Hay un segundo nivel de información que no está sin
más en el DNA, sino que es un programa, que permite la regulación o
coordinación de la emisión en cada célula armonizando toda la
información. Esta información es la emergente: es el programa de
desarrollo que se emite etapa a etapa; programa que no está previamente
en el genoma. Que el programa comience a emitirse es una propiedad que
emerge del proceso temporal de la fecundación de los gametos. Ése es
el comienzo de la vida de un nuevo individuo.
En el patrimonio genético de cada uno, desde el momento en el que se
constituye a partir de esa dotación genética particular heredada de
sus progenitores –y presente en todas y cada una de sus células–,
está, y escrita en los genes la identidad de cada viviente. Ese primer
nivel de información es su identidad biológica. Es innegable la
referencia del viviente neonato, joven, maduro o envejecido, con el
feto, embrión o cigoto que apareció con la fecundación de los gametos
de sus progenitores. Y es igualmente innegable la diferencia de
realidad, o de capacidad de operaciones, de un embrión de una, o de
cien células, respecto de un feto o de un joven viviente o un anciano.
Compaginar estos dos aspectos exige comprender que la vida, la
existencia de cada uno, es la emisión del mensaje, escrito en la
secuencia de bases del DNA. Algo semejante ocurre cuando se emite o
canta una canción; la letra y las notas son el punto de partida, pero
no es todo. Sólo en un momento preciso una voz empieza a pronunciar, en
tono adecuado la primera palabra, y luego la segunda; y así sucesiva y
armónicamente, con pausas y entonaciones, el mensaje completo, y hasta
el final, y en un tiempo adecuado. Entonces se ha dado voz, se ha
revivido con peculiaridades únicas, la misma canción.
¿Puede la ciencia biológica actual precisar cuándo y cómo empieza a
emitirse un mensaje genético? ¿Podemos distinguir con precisión
cuando sabemos que lo que se oye son los primeros acordes, o son sólo
un simple tarareo sin sentido? La respuesta es que sí. Los datos, en su
mayoría muy recientes, permiten distinguir la simple presencia de una
dotación genética completa en la célula óvulo del proceso de
preparación y armonización de todos los componentes celulares (y no sólo
de los cromosomas) para que empiece a vivir un nuevo individuo; esto es,
para que comience la emisión del mensaje que le constituye y le
pertenece.
Natalia
López Moratalla