BANDIDOS Y POSADAS EN EL CAMINO
JAVIER MELLONI RIBAS
VCR/CAMINO CAMINO/VCRA SGTO/PELIGROS
«Camino», palabra familiar y también humilde que evoca la
existencia de un origen y un destino y, entre ambos, de una
aventura: la aventura de nuestro caminar, hecha de asaltos y de
extravíos, y también de encuentros y de momentos inolvidables que
nos confortan a lo largo del recorrido.
Precisando un poco más, podemos distinguir dos orígenes en el
camino cristiano: el primero, el más remoto, común a todos los
humanos, a la vez que distinto para cada uno, se sitúa en aquel
principio de nuestras vidas que ninguno de nosotros ha elegido y en
el que se nos dio el ser como don total, único, que nos hace ser a
cada uno con su especificidad. Y un segundo origen, cuando se
descubre que este don es también tarea: la tarea de convertir ese
don recibido en una ofrenda cada vez más total, como total ha sido
el don recibido. Este segundo origen de nuestro camino, que es
propiamente el origen del caminar cristiano, tiene para algunos en
su vida una fecha muy determinada, ligada a una experiencia o a
una situación muy concreta, identificable en el tiempo y en el
espacio. Le llamamos «conversión», y es el paso de verterse sobre
uno mismo a verterse en Dios. Este descentramiento es capital para
empezar a caminar verdaderamente: salir del propio encurvamiento
sobre sí para entrar en la apertura de Dios. Nuestra propia
especificidad, que recibimos con el don de la vida y que es la que
nos da vida propia, sólo la hacemos fecunda cuando la entregamos.
Para otros es difícil identificar el momento en que empezó el éxodo
de sí mismos hacia Dios. En ellos, la meta del camino, ser hijos en el
Hijo1, estuvo presente desde el principio, y no sabrían identificar un
origen preciso en su decisión de verterse -perdiéndose- en el
abismo de Dios.
En cualquier caso, iniciada la aventura, todos pasamos por
semejantes asaltos y reposos hasta el momento en que unamos
definitivamente nuestro pobre ser con el Ser de Dios.
Los Padres del Desierto fueron hábiles exploradores de esas
sendas que parten y se adentran en el corazón. Parten del corazón,
porque es allí donde se produce la conversión. Pero se adentran de
nuevo en el corazón, porque ese éxodo hacia Dios y hacia los
demás se realiza en las propias profundidades, allí donde Dios es
más íntimo a nosotros que nosotros mismos: «El Reino de Dios está
dentro de vosotros» (Lc 17,21), había dicho ya Jesús antes que san
Agustín.
Siglos más tarde, una mujer, Teresa, la de Jesús, mostró que el
camino acababa en la séptima estancia, oculta en lo más hondo del
alma. Y un hombre, Juan, el de la Cruz, lo haría culminar en la
cumbre desnuda del Carmelo. Una forma femenina y otra masculina
de referirse a una misma realidad: el itinerario de la fe, que se
adentra en la cálida intimidad de la interioridad, pero que al mismo
tiempo se expone a la austera intemperie del despojo. Expresadas
con sensibilidades diferentes, ambas imágenes coinciden: en la vida
del Espíritu, lo más alto se identifica con lo más profundo. Y lo más
profundo es lo más humilde, porque está oculto, bajo tierra2. Y los
humildes, en el Evangelio, son los primeros en entrar en el Reino de
los Cielos, ese Reino oculto en el interior del corazón y al que se
accede por la puerta de la Cruz y del Sepulcro, es decir, del
abajamiento.
-Los asaltos en el camino
VCR/PELIGROS INTA/CAMINOS-ASALTO COR/CAMINOS
Los Padres del Desierto descubrieron que ese estrecho camino
que conduce al corazón se abre paso entre los asaltos que vienen
de seis direcciones distintas:
«Por arriba, están la autosuficiencia y el orgullo; por abajo, la
desesperación y la ignorancia; por la derecha, la intolerancia y el
desprecio de las cosas; por la izquierda, la pereza y el deseo
incontrolado; en el interior, la inercia; y en el exterior, la temeridad y
la actividad excesiva»3.
Vamos a detenernos en cada uno de estos seis asaltos,
recorriéndolos en sentido contrario; iremos así de los más inocuos a
los más temibles.
Por el exterior, la temeridad y la actividad excesiva
Este primer asalto se presenta desdoblado en dos: por un lado,
como una falta de discernimiento, debida al exceso de entusiasmo;
por otro lado, también como una falta de discernimiento, debida al
exceso de ruido. Exceso de ruido y exceso de entusiasmo: las dos
primeras trampas que obstaculizan el camino del corazón y hacia el
corazón.
El exceso de ruido no proviene de la actividad, sino del
activismo, es decir, de un modo tenso y nervioso de hacer las
cosas. No se trata de no actuar, sino de actuar de un modo que nos
permita distanciarnos de nosotros mismos y de eso mismo que
hacemos. Sólo así podemos dejar tiempo y espacio para el
discernimiento, es decir, para percibir el mejor camino que lleva
hacia Dios y hacia el Reino en aquello que hacemos.
ENTUSIASMO/PELIGRO En cuanto al entusiasmo excesivo, es
trampa y obstáculo, porque anuncia un cansancio prematuro, una
incapacidad para mantenerse constante y paciente a lo largo de
todo el recorrido. Un recorrido que con frecuencia se revelará
austero e ingrato y que necesitará fuentes más sólidas que las de la
euforia4. Es cierto que hay un tiempo para ésta: el tiempo de los
debutantes, de los novicios. Pero, si bien el entusiasmo inicial es un
estímulo y una fuerza para iniciar la marcha, puede ser también una
pulsión mortífera si persiste. «La pasión sola ahuyenta la verdad»,
dice María Zambrano5.
Sin embargo, el extremo contrario no es menos fatal:
En el interior, la inercia
DESEO/DEJADEZ DEJADEZ/DESEO La inercia es un ir a la
deriva. Es un abandonarse, pero no con el abandono de la
confianza, sino con el de la dejadez. La inercia supone haber
perdido el deseo, haber perdido el rumbo, aunque tal vez habitemos
en instituciones que nos mantengan en él. La inercia es creer que
nada puede cambiar, que viviremos arrastrando los defectos y
vicios de siempre. Con la inercia nace el escepticismo, la mirada
opaca e irónica sobre los acontecimientos y las personas, como si
nada nuevo pudieran traernos. La inercia no viene dando gritos,
sino que es un sutil bandido que se va infiltrando poco a poco,
quitando el brillo a nuestros ojos hasta hacerlos opacos y
paralizarnos del todo. «¡Vigilad!», dice constantemente Jesús a sus
discípulos. «Vigilad y velad, no sea que, mientras el mundo arde,
vosotros andéis dormidos».
Por la izquierda, la pereza y el deseo incontrolado
La pereza no es sólo la sutil inercia de antes, sino el descaro de
la negligencia, el impudor de la apatía. Abandonada la vigilancia,
nuestros propios animales se desatan. No hay camino alguno. Sólo
selva, jungla espesa, como espesos son los deseos que nos
dominan. Dante, en el mediodía de su vida6, fue asaltado por tres
bestias: el lince, símbolo de la lujuria, el lobo, símbolo de la avidez, y
el león, símbolo de la soberbia7. De la soberbia hablaremos en el
último asalto. Por el momento, es cuestión de la lujuria y de la
avidez. No se trata aquí de hacer consideraciones morales, sino de
reconocer humilde y lúcidamente que el no dominio de nuestras
pulsiones nos destruye, nos encierra en nosotros mismos, nos
cierra el delicado camino que lleva a la interioridad, como también
es obstáculo en el camino que lleva al encuentro de los demás. La
alternativa no consiste simplemente en reprimir los deseos que
vienen de lo profundo de nosotros mismos, allí donde el cuerpo y
nuestro psiquismo se confunden, sino en conocer las leyes de la
materia que habitamos y que nos constituye, para amarla sin ser
poseídos por ella. Porque el cuerpo que somos también necesita
ser evangelizado, es decir, liberado de las pulsiones de posesión y
de depredación que lo atraviesan.
Por la derecha, la intolerancia y el desprecio de las cosas
A/RENUNCIA RENUNCIA/A Si por la izquierda somos atacados
por la dejadez, por la derecha somos atacados por la rigidez. Ante
el temor al propio desorden y al desorden ajeno, vamos
construyendo murallas de cemento que nos aíslan del posible
estorbo de todo cuanto es diferente de nosotros. Esta distancia
respecto de lo «otro» no tiene nada que ver con la interioridad de la
vida espiritual, porque el camino que se ahonda en las
profundidades del corazón no genera intolerancia ni desprecio, sino
ternura y entrañas de misericordia. Una vida interior que se
construya a costa del desprecio de otros caminos sólo es hija del
temor y de la escasez, no de la sobreabundancia del amor. Porque
el amor sabe renunciar sin exigir a los demás que también lo hagan.
La llamada de Jesús en el Evangelio es: «Sed perfectos como
vuestro Padre del Cielo es perfecto» (Mt 5 ,45). Perfectos como el
Padre, que lo abarca todo y a todos, y no perfectos según nuestros
estrechos esquemas ideológicos o «superyoicos»; perfectos como
Él, «que hace amanecer sobre malos y buenos, y llover sobre justos
e injustos» (Mt 5,48). En el actual resurgir de lo «espiritual»,
deberíamos estar atentos a este bandido que asalta ahora por la
derecha, después de habernos asaltado durante algún tiempo por
la izquierda...
Por abajo, la desesperación y la ignorancia
FE/NOCHE NOCHE/FE En todo camino hay un momento en que,
sin saber cómo ni por qué, se experimenta un vacío radical. Los
pies pierden suelo, y un torbellino de sinsentidos arroja todas
nuestras certezas a la nada. Es el tiempo de la noche, el momento
de las tinieblas, en que las certidumbres se desvanecen y el mismo
vivir se presenta como una pasión insufrible. Cuando este asalto
aprieta, «sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de
infierno siente el alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin
Dios y castigada y arrojada e indigna de él, y que está enojado, que
todo se siente aquí; y más, le parece que ya es para siempre», dice
san Juan de la Cruz8. Bandidos menores ya habían asaltado
anteriormente, creando angustias, inquietudes y desánimos. Pero
aquí la desesperación es total: el camino recorrido hasta entonces
se desvela como un gran engaño; y lo que queda por avanzar,
como una mentira. A todo ello se junta un sentimiento de soledad
espantoso: los demás, incluso los amigos o compañeros más
íntimos, están lejos, muy lejos. Sus palabras nos llegan vacías,
hasta el punto de irritarnos. Parece como si nadie pudiera venir a
buscarnos a esa sima en la que hemos caído, ni rescatarnos de ese
secuestro en el que hemos sido de repente confinados. Dios mismo
parece haberse quedado mudo, como incapaz de hacerse solidario.
«Desde el fondo del abismo grito a Ti», claman múltiples salmos.
Pero Dios continúa callando. Los Padres del Desierto llamaron
acedia a este asalto, que a veces puede prolongarse durante años.
Libros como el de Job reflejan este estado. Y por él sabemos que
no se supera razonando, sino resistiendo y confiando, sabiendo que
se trata de un momento ineludible de la vida espiritual del que
salimos renovados, más despojados de nosotros mismos, más
cercanos a los abismos de nuestros hermanos.
Por arriba, la autosuficiencia y el orgullo
La última trampa en el camino es la más terrible de todas, porque
el que ha caído en ella es incapaz de reconocerla: tan embebido
está de sí mismo. Creyendo haber llegado a la cumbre, está en el
más oscuro de los abismos. Dice un Padre del Desierto:
«El solo orgullo, por su autosuficiencia, puede hacer extraviar a
todo el mundo, empezando por el que lo incuba, en la medida en
que no admite que pueda caer en las tentaciones que permiten al
alma recomenzar de nuevo y conocer su propia debilidad e
ignorancia... Al no dejar transparentar ninguna falta, alimenta esta
única pasión en lugar de todas las demás, y ello basta a los
demonios»9.
El orgullo conduce al extremo opuesto del camino: en lugar de
llevar a la comunión con Dios, con todos y con todo, aboca a un
total encerramiento en sí mismo. Es la terrible soledad del orgulloso:
destruye toda alteridad para englutirla en sí mismo. No hay Dios ni
otros ni mundo: sólo un Yo inmenso que lo absorbe todo. La imagen
misma del infierno.
VICIA/VCR VCR/VIGILANCIA: Estos asaltos que hemos recorrido
brevemente no se presentan siempre por este orden ni se desatan
todos sobre la misma persona, si bien están al acecho de todos.
Pero es importante nombrarlos para detectarlos y poder
combatirlos. Sólo conocemos lo que nombramos. La vida espiritual
nos adiestra para ejercer la vigilancia y despliega una cultura de la
atención. Vigilancia y atención para aprender a distinguir lo que
habita en nosotros: lo que viene de nosotros, para domesticarlo; lo
que viene del mal espíritu, ese Tentador delatado bajo la forma de
esos seis bandidos, para rechazarlo; y lo que viene de Dios, para
acogerlo. Porque, afortunadamente, no sólo hay trampas y
amenazas en el camino: también se encuentran posadas y
compañeros de ruta que ayudan a alcanzar la posada, el reposo
definitivo.
-Las posadas en el camino VCR/AYUDAS
La posada del maestro
No andamos solos. Creerlo sería una pretensión, aunque es
cierto que a veces no encontramos a la persona indicada que
pueda o sepa acompañarnos. Muchos otros nos han precedido,
animados por la misma pasión que nos habita. «Pasión» en su
doble sentido: de dolor y de deseo. En efecto, otros nos han
precedido en ese deseo y en ese dolor de perderse a sí mismos
para ser hallados en Él (Flp 3,9). Encontrarlos en nuestro propio
camino es nuestro reposo y nuestro alivio; nuestra reorientación
también, si andábamos extraviados. Ellos «conocen», porque han
transitado esas tierras difíciles. Han aprendido a «ver» a fuerza de
pruebas y de humildad. Sus palabras de consejo son hondas y
vienen de lejos, de muy lejos. A través de ellos adviene «una
verdad que no reside en la palabra, sino en el silencio, en la
serenidad de un corazón en el que moran después de un largo
sufrimiento»10. Encontrarse a personas de este tipo en el camino
es un don. A falta de ellas, un libro en el tiempo oportuno puede
aliviarnos o iluminarnos como si su autor estuviera presente.
Efectivamente, ciertas lecturas -el testimonio del ausente- pueden
convertirse en preciosas posadas.
La Palabra de Dios PD/LECTURA Entre todos los libros,
emerge uno que, a su vez, es un manojo de ellos11 y que recibimos
como Palabra inspirada por Dios. Palabra de hombres dirigida a los
hombres, a cada hombre, pero venida de Dios, atravesando los
tiempos y las culturas. Leer la Palabra, meditarla, rumiarla,
alimentarse de ella, empaparse de ella, dejarse transformar por ella,
al ritmo que a cada cual convenga... Tiempo de acogida, de
receptividad. Abrir el Libro y dejar que El nos hable: a veces,
escudriñando lo que nos quiere decir a través de narraciones
curiosas; otras, sumergiéndonos en la contemplación de un pasaje
por el que nos hacemos contemporáneos de Jesús, y a través del
cual podemos verlo, oírlo, palparlo, reposar junto a Él; otras,
deteniéndonos en un versículo o en una palabra, perdiéndonos en
el abismo sin fondo que abren; otras veces, no es un abismo de
significación lo que se desvela, sino que tal versículo o tal palabra
del Evangelio se convierten en una melodía que nos acompaña
durante días o semanas... Todas ellas son modalidades diferentes
de esa Palabra de Dios que se nos ofrece como posada o pausa
amable en el camino.
La posada de la celebración
Las posadas no son solitarias ni están vacías, sino habitadas por
muchos otros que también están de camino, de viaje. Y juntos
celebramos el hecho de encontrarnos y tomamos fuerzas para
continuar avanzando. Celebramos el ser acogidos en la posada,
imagen ahora de la casa del Padre. Y celebrando, somos curados
de las heridas provocadas por los asaltos sufridos. Para entrar en
esa posada no hay que pagar nada, ni presentar carnet alguno.
Hay comida y cama para todos. Sólo se requiere una cosa: tener el
deseo de entrar y de compartir con los demás las alegrías y las
penas. En esa Posada, el Pan que se da se confunde con el
Hospedero que se ofrece y con la ofrenda de sí que se hacen unos
a otros. Y el Vino que se bebe procede de esa alegría y ese dolor
de todos, pero se nos ofrece transformado en otra Alegría y otro
Dolor: no los que habíamos abocado al entrar -alegrías y dolores
solitarios, ensimismados-, sino ahora abiertos, intercambiados, en
los que ya no hay un «suyo» ni un «mío», sino un solo «nuestro».
La posada del amigo
Sin embargo, las posadas tampoco son la imagen del
colectivismo. La vida en comunidad no se diluye en el anonimato o
en la uniformidad. Sigue siendo necesario que exista lo que
descansa y consuela a cada uno, porque cada uno es un ser único
y un don único en este Cuerpo de todos que es Cristo. De ahí la
importancia del amigo, de la esposa o del esposo. Sin perder el
sentido del grupo, es necesario que haya pequeñas posadas un
poco retiradas del camino, en las que poder abrir la intimidad sin
perder el pudor. Es el tiempo de las confidencias junto al crepitar
del fuego; la noche cálida hecha de palabras que fluyen porque no
encuentran juicio, y de silencios que dejan decir. El camino de cada
cual está salpicado de estos encuentros. Momentos que se
recuerdan y que se esperan sin querer ni poder poseerlos. La
posada del amigo, como la de la esposa o del esposo, está siempre
abierta, pero... ¡qué bien se sabe cuándo y cómo se debe entrar, y
cuándo es tiempo de retirarse para no apropiarse de lo que sólo
permanece si se sabe conservar como don...! La avidez desgarra a
la amistad, como desgarra también al amor.
La posada de la humildad
A medida que avanzamos, el cúmulo de tanteos y experiencias va
haciendo más suave y menos pretencioso nuestro caminar. Una
dulzura, una ternura por todo y por todos, va como impregnándolo
todo. Esa ternura no estaba en el inicio del camino. Andábamos
entonces demasiado pendientes de nosotros mismos, de nuestros
temores y ambiciones. Los demás sólo servían para confirmarnos
en nuestra posición, ya fuera como aliados, ya como opositores. A
estas alturas, en cambio, hay como una reconciliación con todo, una
extraña familiaridad con el fondo luminoso de las personas y de las
cosas.
El corazón humilde ya no busca una posada, sino que él mismo
se convierte en posada para otros. Su mirada está recubierta de
musgo; su sola presencia pacifica las tensiones y serena las
crispaciones. «Encuentra la paz, y miles de hombres se salvarán en
torno a ti», decía san Serafín de Sarov al final de su vida.
El ser humilde, ese ser apaciguado, tiene un secreto: está
habitado por una Presencia permanente, Fuente interior de la que
lo recibe todo, a la que todo le confía y a la que enteramente se
ofrece. Esta Presencia, esta Fuente, brota y fluye de la oración
permanente.
La posada de la oración permanente
COR/ORACION:ORA/COR:
La posada de la oración permanente es ese secreto que la Iglesia
de Oriente conoce como la oración del corazón o la oración de
Jesús. Esa invocación incesante de Jesús que va taladrando
lentamente nuestro interior, hasta llegar al núcleo unificador de
nuestro ser, el corazón, aquello que habíamos anunciado como
término del camino. Lugar de una paz y ternura infinitas, de reposo
en pleno movimiento, de lucidez en medio de la agitación. Por el don
de la oración continua, «el corazón absorbe a Dios, y Dios absorbe
al corazón, y los dos se hacen uno», dice san Juan Crisóstomo.
Esta última posada, la más preciosa, no es un privilegio del
Oriente, sino que todos estamos llamados a ella en el «corazón»
mismo de nuestras ciudades, en el centro mismo de nuestras
actividades. San Ignacio de Loyola, al final de su vida, responsable
de una Orden que contaba ya con mil miembros, confesaba tener
mayor facilidad que nunca para encontrar a Dios en todas las
cosas12. Y ·Gandhi, otro gran contemplativo en la acción, se
expresaba con estas palabras: ORA/CONTEMPLACION
COMPLA/ORACION
«Quizá haya reservado un momento de descanso para la gota de
agua que se separa del océano, pero no para la gota que está
inmersa en él. Tan pronto nos volvemos uno con ese Océano que
es Dios, ya no hay más descanso para nosotros, ni tampoco
tenemos necesidad de descansar más. Nuestro verdadero sueño es
la acción, puesto que nos dormimos con el sueño de Dios en
nuestro corazón. Este desvelo constituye el verdadero descanso.
Esta agitación incesante constituye la clave de la paz inefable. Es
difícil describir este estado de entrega total»13.
Convocadas todas las fuerzas y potencialidades en su centro, el
hombre que vive en oración continua puede actuar sin agotarse,
porque vive inmerso en el mismo movimiento creador de Dios,
abandonando su propia voluntad en la Suya en este estado de
entrega total.
Al final de nuestro recorrido, vemos coincidir reposo y acción, así
como posada y camino. Un camino que se ha convertido en río, y
una posada convertida en mar, en ese Océano sin fondo que es
Dios, en el que «somos, nos movemos y existimos» (/Hch/17/28).
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1. La Iglesia de Oriente llama divinización a este ser hijos en el Hijo, es
decir, a ese ser totalmente de Dios y habitar plenamente en Dios, siendo así
también totalmente para-los-demás.
2. «Tierra» se dice humus en latín; de ahí la palabra «humilde».
3. PEDRO DAMASCENO, Philocalie des Pères Neptiques, Abbaye de
Bellefontaine 1980, vol. II, pp. 165-166.
4. Un compañero definía la euforia de un modo un tanto brusco, pero muy
apropiado: «alegría vomitada».
5. Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial Madrid 1987, p. 19.
6. Que Dante fuera asaltado en el «mediodía de su vida» (es decir, a la
mitad de su existencia) significa que esta atención a los movimientos del
cuerpo no debe nunca ser abandonada; que la edad madura y la vejez también
son tiempos de «asaltos», tanto más peligrosos si andamos confiados.
7. La Divina Comedia, «Infierno», canto I.
8. Noche Oscura, libro II, cap. 6,2.
9. Op. cit., p. 338.
10. El libro del Pobre en espíritu, citado por Kallistos WARE, Le royaume
intérieur, Éd. Le sel de la terre, Paris 1993, p. 81.
11. «Biblia» significa precisamente eso en griego: «libros», en plural.
12. Autobiografía, 99.
13. Mi Dios, Ed. Dédalo, Buenos Aires, p. 79.
SAL TERRAE 1995, 4