LA SALVACIÓN COMO LA CREACIÓN ES OBJETO DE FE Y DE ESPERANZA
La salvación, coherente con la creación CREACION/SV
La reflexión que sigue, más propiamente teológica, se detendrá unos momentos en la unión
que, por la fe, existe entre creación y salvación. ¿No podría ilustrarnos respecto a la salvación lo
que la revelación nos dice acerca de la creación, y viceversa? Si Dios es Dios, no podría
negarse a sí mismo introduciendo en su obra Ia contradicción y el capricho. Su iniciativa de
«Salvador» no puede invadir su iniciativa de «Creador». Pues es el mismo Dios el que
continuamente está creando el mundo y el que lo está salvando: en ambos casos están
actuando el mismo poder, la misma sabiduría y el mismo amor. No toda paradoja es
necesariamente contradicción; si se da paradoja en la creación y en la historia, las dos
enteramente de Dios y enteramente confiadas a la libre responsabilidad del hombre, ¿no
volverá a encontrarse esta paradoja también en la salvación, por completo dada y por completo
en proyecto?
-Creación y salvación: distinguir sin disociar
Consideradas desde el lado del hombre y en el plano de la abstracción, hay que
distinguir entre la obra de creación y la obra de salvación. Dicho de otro modo, el
dinamismo puesto en marcha en la creación, no exigía «de derecho» el dinamismo que se
despliega en la salvación: este último es gratuito. Pero situándonos en el plano de los
hechos, si consideramos lo que fue y lo que es, y no «lo que podía haber acontecido» (la
teología no actúa sobre «sí» misma, sino sobre una historia efectivamente realizada), no es
posible comprender ninguna de ambas iniciativas divinas sino dentro de la unidad del plan
de Dios. Las dos están unidas entre sí muy estrechamente. «El cristianismo primitivo
rehusó disociar al Dios creador del Dios salvador. La Trinidad que crea y la que salva es la
misma. Se percibe un Dios fiel a su plan inicial, al que restaura tras la rotura del pecado»
(36).
La encíclica Redemptor Hominis de Juan Pablo II, atestigua vigorosamente esta visión
doctrinal unificadora: la redención no está «al lado» de la creación; es la creación acabada,
manifestada, renovada. No es, por lo tanto, mera reparación de un desgraciado accidente
que ha sobrevenido. El dogma de la redención -nos recuerda la encíclica de Juan Pablo II-
implica un aspecto cósmico.
Es que, de hecho, el amor que Dios nos demuestra en la obra de la salvación es el
mismo que pone en su creación. En Dios no existe sucesión temporal de planes, como
necesariamente ocurre con nuestros pensamientos y deseos humanos, siempre plurales,
espaciados, discursivos y escalonados en el tiempo. Dios es (ya) salvador en su acción
creadora. En sana teología cristiana, no puede elaborarse el tratado de la creación
independientemente de la soteriología (tratado de la encarnación redentora). Y esta
proposición puede y debe invertirse: no cabe razonar sobre la salvación
independientemente del razonamiento sobre la creación. Como escribía Oscar
·Cullmann-O, «en la creación es donde primero se revela Dios mismo. Eso es lo que en el
Nuevo Testamento une estrechamente la creación con la redención: en ambos casos se
trata de Dios revelándose y comunicándose El mismo. El mismo logos es también el que
aparece en carne como mediador humano y el que ya antes había sido el mediador de la
creación. Precisamente por atreverse a ver en una simple vida humana la revelación
cardinal de Dios, el Evangelio de san Juan demuestra que toma radicalmente en serio el
hecho de que, desde el principio, toda revelación es obra de Dios en Cristo, es decir, que
en el plano de la soteriología, no es posible oponer la creación y la redención». ( 37 ) .
Ciertos exegetas han prestado especial atención al hecho siguiente: en el Antiguo
Testamento, los textos que presentan a Dios como creador (primeros capítulos del Génesis,
numerosos versículos de salmos, textos de literatura sapiencia, etc.), son de redacción más
tardía que los que lo presentan como salvador de su pueblo. Mejor aún: la obra creadora
de Yahvé es considerada y magnificada a la luz de su acción liberadora de salvador. Ya la
creación habla de un Dios que ama al hombre y quiere su felicidad. La fe en un Dios que
salva a Israel, permite formular la fe en un Dios que salva al mundo.
Digamos, por lo tanto, que la salvación, plenamente revelada y radicalmente adquirida en
Jesucristo, es la realización -y, desde el punto de vista del hombre histórico, la
«restauración»- de la única intención eterna de Dios que es continuamente presencia
fundadora en lo secreto del hombre y del mundo. Esto es lo que pretende expresar Ef 1,4:
Dios «nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo, para ser santos e
inmaculados en su presencia».
Sería, pues, engañoso para nosotros presentarnos dos proyectos divinos sucesivos, uno
de creación y otro de redención. La realización plena de la humanidad por la filiación divina,
es el único proyecto de amor gratuito de Dios creador y ya entonces salvador. San Juan
presenta al Hijo, además, como Aquel en quien tenemos la salvación (Jn 1, 3-5).
Si debemos concebir la salvación del mundo tan estrechamente unida con la creación,
¿qué consecuencia hemos de sacar de ello para aclarar la pregunta de la que hemos
partido?
-La salvación, como la creación,
no puede relegarse a un momento anterior a nosotros
Por lo que a la obra creadora se refiere, creemos que Dios está siendo constantemente
creador incluso a través de las mismas empresas del hombre, en la historia, orientadas a
acondicionar y dominar la tierra, explorar y conquistar el cosmos y mejorar las condiciones
de salud, libertad y vida individual y social. No se puede reducir la salvación a un lapso de
tiempo aislado y localizable entre las brumas de un pasado muy remoto. Dios sigue
creando, en el sentido de que El es el manantial permanente de donde mana cuanto existe
en cada instante; actualmente crea dentro de la actividad del hombre, sin ingerirse en su
plena iniciativa -que sigue libre y sujeta a riesgos-. Somos colaboradores de Dios en su
permanente obra de creación: El crea siempre en nosotros, al menos si actuamos según su
intención, que es ]a felicidad y la vida plena del hombre. No por eso diremos que Dios hizo
mal su trabajo de creador dejándolo inacabado... Pues El es, en cada momento, el
manantial absoluto y decisivo -y no sólo inicial, en el sentido de «empujón inicial»- de la
creación en continua formación, manantial sin el que no existiría el río de la historia
creadora.
Dios no se contradice. Concibamos, pues, la salvación en forma análoga, como
decisivamente adquirida por la Pascua de Jesucristo y, al mismo tiempo, como
constantemente operante en cierto modo a través de las empresas humanas orientadas a
liberar por completo al hombre de la tiranía del pecado, y a hacer que el mundo sea más
habitable y más justa la sociedad. No nos representemos la salvación como efectuada sólo
en el pasado. La salvación no es, como tampoco lo es la creación, obra de un dios de la
magia que no tomara en serio la historia y que despreciara al hombre hasta el punto de no
querer llamarlo libremente a la responsabilidad y al compromiso históricos. El Dios creador
y redentor no puede querer otra cosa que el pleno ejercicio de nuestra libertad para la
realización de su designio. Las peticiones de la Oración dominical: ¡«Venga a nosotros tu
reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo!», sólo pueden tener un
significado equivalente a éste: «¡Padre nuestro, que el hombre que soy pueda y sepa
comprometerse, libremente y con sus hermanos, en tu obra de creación y de salvación!»
Así aparece la unidad del designio de Dios creador y salvador; salvador en su acción
creadora a través de la actividad del hombre; y re-creador en su acción salvífica a través de
los esfuerzos del hombre. Este conjunto encuentra su centro de energía y su cumbre
decisiva en la encarnación redentora realizada, una vez por todas, por el Hijo de Dios
hecho hermano nuestro en humanidad y que nos ha «comprometido» en su propio combate
victorioso y en su actitud filial. A la salvación, igual que a la creación, no se la puede recluir
en el tiempo considerándola como un momento bien delimitado, que se situaría antes o
después de nosotros y de cuya actualización en el presente estuviéramos dispensados,
pudiendo, a lo sumo, establecer un empalme artificial entre el hoy y el ayer mediante el
recuerdo psicológico.
En la ceIebración litúrgica de la salvación, la «Memoria» es algo completamente distinto:
es una «memoria activa» que actualiza eficazmente la salvación adquirida una vez por
todas en Jesucristo; la hace realmente presente y nos compromete en su movimiento,
impulsándonos a manifestar la realidad de esta salvación en los azares de la historia,
mediante nuestros esfuerzos para luchar contra todo lo que retrase el advenimiento del
Cielo y de la Tierra nueva. Así llega la historia a ser el lugar de la Pascua...
-La salvación, lo mismo que la creación, es objeto de fe,
pero también de esperanza movilizadora
La salvación está «ya realizada» (dada). Y depende también del «ir haciéndose» (hay
separación, desfase, entre el presente y la situación futura anunciada). La salvación es
objeto de contemplación en la fe (dada), pero también de compromiso y de acción por
nuestra parte (separación, desfase). Vemos que así hace plenamente honor a las
demandas de lo que constituye nuestro más verdadero y profundo «deseo» -por encima de
nuestras simples necesidades inmediatas, demasiado miopes- y de lo que el análisis
antropológico nos ha revelado como la condición del hombre y del mundo humano.
He aquí, entre otras posibles, algunas citas del Nuevo Testamento que certifican que la
salvación es -lo mismo que el hombre y su mundo- una mezcla de cosa «dada» y de
«proyecto»; por las palabras que vamos a leer, estaremos en mejores condiciones de dar
un sentido que coincida en algo con nuestra experiencia humana:
-«Ahora, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. «Sabemos
que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es» (1 Jn
3,2).
-«Por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos,
nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible (...) reservada
en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para
la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento» ( 1 Pe,3,5 )
-Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de
Dios (...). La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por
aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre (...). Pues
sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no
sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos
gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra
salvación es objeto de esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues,
¿cómo es posible esperar una cosa que se ve?» (Rm 8, 19-24).
En los pasajes que preceden, he subrayado cierto número de términos, para evidenciar
mejor la oscilación entre lo que es «ya» y lo «aún no manifestado» de la fe en la salvación
cristiana. La paradoja de esto último no se resuelve con una satisfacción intelectual barata,
un tanto simplona y tranquilizadora. Este punto final puesto demasiado apresuradamente a
lo que define nuestra condición humana, sería sospechoso... Por el contrario, la paradoja
resiste y se mantiene como estimulante del pensamiento y del compromiso; y mantiene
alerta nuestra vigilancia en la acción y en la oración: «Vigilad y orad...»
Atrevámonos, pues, a enfrentarnos con la paradoja de la salvación:
-Sí, este mundo ha sido verdaderamente salvado de la perdición; y podemos cantar sin
mentir: ¡Aleluya!, ¡Jesús es Salvador!
-Sin embargo, para quien le mira con lucidez, este mundo no parece haber sido salvado
verdaderamente, aún espera la manifestación de la salvación; y nosotros debemos
comprometernos en la acción, en medio de la oscuridad y con riesgo de que nos cueste
lágrimas.
La reflexión teológica de ayer y de hoy no ha intentado embotar el filo de esta irritante
paradoja, ni disolverla o en un optimismo ciego o en un abatimiento derrotista y crispado. El
optimismo sería contrario a la honradez o a la lucidez. El pesimismo no podría ser
coherente con la fe en la victoria lograda por Cristo en beneficio nuestro y, por otro lado, no
arreglaría nada de las desdichas del mundo, sino muy al revés; recordemos el sarcasmo de
·Nietzsche-F: «La decisión cristiana de encontrar feo y malvado al mundo, lo ha vuelto feo
y malvado». Entonces, para aguantar valientemente la paradoja, la teología utilizó toda una
serie de fórmulas bipolares. He aquí algunas, a título de ejemplo:
-La salvación expresada en términos de ya y aún no (categorías del presente y del
porvenir).
-En términos de dada y apropiada personalmente (categorías de lo objetivo y de lo
subjetivo).
-En términos de real y manifestada (categorías de lo oculto y de lo visible) .
-En términos de virtual y actual (categorías de la «potencia» y del «acto»).
«Por la fe, los creyentes se salvan y no están salvados, pues están siéndolo: la
conversión es un proceso permanente que sólo se termina en la muerte y que en el tiempo
sólo se realiza por la entrega de sí a los demás, a los más desgraciados de ellos» (40).
La doble reflexión, antropológica y luego teológica, que acabamos de establecer, nos
obliga a renunciar a una concepción estática de la salvación, para adoptar una visión
dinámica mucho más digna del hombre y de Dios. Esto es lo que tenemos que determinar
ahora brevemente.
6.-De una imagen estática a una imagen dinámica de salvación
La concepción estática
Según lo que hemos visto que es la condición humana y el modo propio de actuar de
Dios en su designio único, una salvación de tipo fixista no sería una salvación verdadera
para el hombre y no podría reconocer como su autor al Dios de la Biblia.
En esta concepción estática, se trata de una imagen de la salvación y de la fe reducidas
a algo meramente «dado», que no admite ningún desarrollo histórico ni ningún porvenir. La
fe y la salvación se utilizan aquí como una mera respuesta a la «necesidad» del hombre
víctima de las dificultades del vivir. Esta necesidad del hombre no está llamada a ser
controvertida ni a evolucionar, a diferencia de su «deseo» cuya apertura es ilimitada.
Ante una salvación tal, nada tendría que hacer el hombre con su libertad, reducida así a
la situación de paro forzoso. En esta situación, el hombre sería un simple consumidor de la
salvación o un mero espectador pasivo, descargado de su responsabilidad y frustrado en
su dignidad de persona libre. Retrocederíamos a la actitud mágica pagana, denunciada por
toda la Revelación. Si pido a Dios: «Dadme la fe que salva, para que duerma tranquilo, sin
preocupaciones materiales y sin angustia metafísica», me parezco a la mujer samaritana de
la que habla el Evangelio: «Dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que
venir aquí a sacarla...» (Cf. /Jn/04/15). Dios es Padre sin paternalismo humillante. No tiene
nada de mago. En el campo de la necesidad experimentada por aquella mujer, Jesús hizo
surgir el deseo. Y la mujer de Samaria somos hoy cada uno de nosotros...
La concepción dinámica
El agua viva de la salvación no es de la misma naturaleza que esa otra con la que el
cuerpo apaga su sed junto a los pozos de nuestras necesidades inmediatas. La salvación
concedida por Dios en Jesucristo no es de la misma naturaleza que las acciones de
salvación de tipo político, económico, médico o moral. La liberación de la salvación no se
reduce a la idea que de ella nos formamos en medio de las dificultades y luchas de este
mundo.
PD/CV: Recibimos la fe y la salvación como un don, sí; pero como un don que es
un llamamiento -o más exactamente, una serie sin fin de llamamientos- y la capacidad de
responder a ellos. Un don que es misión y tarea brindadas a nuestras libertades. Con esto
damos la espalda a todos los conductismos de tipo mágico, tan frecuentes en las religiones.
La revelación de la salvación en Jesucristo es todo lo contrario de una solución aún no
descubierta por los hombres en su difícil existencia política, social y económica. Pues esta
revelación, más que acallar sus ingenuas preguntas, les interroga; plantea más problemas
de los que resuelve directamente; no garantiza la tranquilidad ni la seguridad, sino invita a
actuar con riesgo en la historia y en medio de sus contradicciones. Nos llama a discutir
nuestros propios problemas y necesidades humanas, y a aceptar la aventura de su posible
cambio... «La palabra de Dios no satisface nuestro deseo, lo cambia», decía Maurice Bellet.
Conviene precisar que ese mismo cambio no se produce sin dolor, y que requiere nuestro
esfuerzo y nuestro empeño.
La esperanza en la salvación «aún no» manifestada no consiste en una plácida espera:
es manantial y exigencia de acción en este mundo, a fin de cambiarlo. La energía salvífica
de la Pascua de Cristo no depende de las leyes de la física, pues Dios no es una cosa; se
sirve de los caminos de la libertad, de nuestras libertades. Terrible grandeza y terrible
responsabilidad: el dinamismo de la salvación que se origina de modo permanente en
Jesucristo, ha sido confiado a nuestras manos tan débiles, avarientas o perezosas. «Dios
no tiene nuestras desganas» (François Mauriac). ¡Tiene que tener fe en el hombre!...
Guardémonos, pues, de confundir ingenuamente la salvación cristiana con las imágenes
que de ella nos formamos espontáneamente partiendo de nuestra experiencia de las
necesidades del mundo y del hombre. A esta llamada de atención vienen a parar todas
nuestras reflexiones, desde el comienzo de esta segunda parte. Queda en pie una pregunta
importante: ¿Desconocerá esta salvación las esperanzas humanas y no tendrá relación
alguna con las tareas presentes de liberación del hombre? ¿No nos conducirá al
«tartufismo», cierta idea depurada de la salvación y de su anuncio? Por eso es importante
que sigamos reflexionando más detenidamente.
3ª PARTE: UNA SALVACIÓN QUE PROMUEVE, CRITICA Y SUPERA
TODOS LOS PROYECTOS HUMANOS.
7.-Los sueños y proyectos del hombre, puestos a prueba por la historia bíblica
Todos tenemos nuestra modesta opinión acerca de lo que la salvación debería darnos ya
desde ahora y para más tarde. La primera actitud de una fe adulta consistirá en someter a
la crítica esos sueños espontáneos. Nos invitan y ayudan a hacerlo nuestros conocimientos
sobre el desarrollo histórico de esta fe en el pueblo salvado. «Crítica» no significa censura,
y menos aún desprestigio o condena sistemáticos, sino más bien «puesta a prueba»,
esfuerzo de discernimiento, criba, profundización... Pero todas estas operaciones pueden
conducir a cambios obscuramente temidos.
¿Son humanamente buenos todos nuestros sueños de salvación?
Si estos sueños se presentaran como nocivos para nosotros, es seguro que no nos
entregaríamos a ellos. Pero sabemos también que es propio de la ilusión y del mal
precisamente el no presentársenos de golpe como tales, sino bajo las apariencias de algo
muy a las inmediatas verdadero y cierto. Así, pues, hay motivos para examinar y hacer
crítica de esos frutos inmediatos de nuestra imaginación.
SV/UTOPIA-CRA: Aunque haya que criticarlos y sobrepasarlos, eso no
quiere decir que necesariamente sean despreciables y completamente inútiles. Hasta cierto
punto, los necesitamos para comunicar dinamismo a nuestra actividad. Para «sobrepasar»,
primero hay que «pasar por...» La que podría denominarse «utopía cristiana» -en política,
por ejemplo- se comprueba que es un factor fecundo, siempre que se reconozca que es
«utopía» y no se busque en ella el diseño de una sociedad real o realizable en el porvenir.
La carta de Pablo VI al cardenal Roy acerca de las cuestiones sociales (documento del que
Roger Garaudy confesaba que «no olía a opio»), subrayaba que las ideologías, las utopías
y los grandes mitos sociales y políticos, por muy necesarios que se los pueda considerar,
nunca deben canonizarse ni tomarse por lo que no son.
La razón es que nuestros sueños de salvación sólo pueden nacer y desarrollarse en el
humus de un mundo ambivalente. De esta ambivalencia da fe la Escritura. «Tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo único», nos dice Juan (/Jn/03/16); pero el mismo Juan
manifiesta en otro lugar: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo» (/1Jn/02/15). En
la primera afirmación, el mundo es todo lo creado, todo cuanto existe fuera de Dios;
mientras que la segunda frase designa el mundo opaco y cerrado a Dios, el mal, lo que hay
de malo en el mundo. Distinción ésta de capital importancia, que debemos hacer igualmente
en lo relativo a los sueños que nos forjamos sobre este mundo, y que echan raíces en él.
La ilusión imaginaria consiste en creer que la salvación en Jesucristo se asemeja a
nuestras expectativas humanas y aspiraciones, tal y como nos las presenta el espejo de
nuestra inventiva (dicho en otros términos, una salvación que equivaldría a suprimir el
riesgo y nuestra finitud); en creer que esa salvación está en línea de continuidad con lo que
vemos en el retrovisor de nuestras utopías; que se reduce a la liberación política, al
establecimiento de una sociedad en la que la economía esté de verdad al servicio del
hombre: cosa que, por lo demás, es un proyecto que no puede ser más noble y una tarea
que no puede ser más urgente e imperiosa.
D/IMAGENES-FALSAS: Ilusión, porque el Dios que nos salva en Jesucristo no está
hecho por mano de hombre, como lo están los ídolos; ni es la proyección de nuestros
sueños y necesidades; ni es tampoco un «superhombre», una imagen aumentada y
perfeccionada de lo que nosotros somos. Siempre nos sorprenderá su salvación. Y
precisamente así es salvación del hombre, «por nosotros los hombres», como lo
proclamamos en el Credo. Esta salvación no puede empequeñecernos «cerrando» nuestra
apertura indefinida e indeterminada, lo cual sería hurtarnos a nuestra condición humana,
contradecir a la creación, suprimir nuestra responsabilidad, nuestra libertad y nuestra
creatividad, nunca satisfechas por su misma naturaleza. Estas características
fundamentales del hombre suponen separación, incompleción, conflicto y obstáculo, como
hemos visto anteriormente.
Uso correcto del lenguaje simbólico sobre la salvación SV/IMAGENES:
El lenguaje de la Biblia y de la Tradición cristiana relativos al cielo, la salvación, la vida
eterna, el Reino, etc., adopta la vía de los símbolos y expresa la fe y la esperanza en
términos muy humanos: paso de las tinieblas a la luz; de la debilidad psicológica a la salud;
del hambre y la sed a la saciedad; de la muerte a la vida; del aislamiento a la reintegración
comunitaria; etc. Este lenguaje podría equivocarnos por halagar nuestras necesidades
demasiado humanas y reactivar las imágenes de nuestra fantasía. Así y todo, este lenguaje
debe ser estimable para nosotros; y yo lo encuentro interesante por cuatro razones por lo
menos:
-Por su carácter muy concreto y corpóreo, nos pone a cubierto de una imagen de la
salvación que olvidara al cuerpo, chocara frontalmente con este mundo y subestimara la
vida en la tierra. Nos da a entender que no se perderá todo en nuestras aspiraciones y
luchas terrenas.
-Por otra parte, es acertado el que los símbolos bíblicos de la salvación y del cielo
presenten tanta variedad y profusión: unas veces se trata de un banquete, de una boda;
otras, de una ciudad magnífica o de un reino de paz y prosperidad, de una tierra abundosa,
de un valioso tesoro, de una reunión festiva, de un jardín bien regado, de una morada
cálida y fraterna, de una sociedad sin injusticias, de una herencia cuantiosa, etc. Esta
irregular variedad, paradójicamente nos invita a la discreción en nuestros intentos de
representarnos la salvación. En efecto, ante esta multiplicidad de imágenes, de alguna
manera incoherente, hay que decirse que es imposible comprar esa salvación «sobre los
planos», porque es positivamente indescriptible. «El mito da que pensar», según la fórmula
frecuentemente repetida de Paul Ricoeur. Aquí tenemos «mitos escatológicos» en
sorprendente variedad. El «mito» no significa aquí una vana superchería. La multiplicidad
de sus formas advierte al creyente que «se trata de un significado que sus imágenes no
hacen más que insinuar, y que rebasan todo concepto (...) y todo lo que él pueda imaginar
o pensar» (1).
-Añadamos que ese lenguaje, precisamente por su discreción (debida a la gran variedad
de las imágenes propuestas), respeta mejor nuestra libertad. Pues, a través de ese
inasequible flujo de expresiones, nada preciso nos describe visiblemente la Escritura; nos
conduce pedagógicamente por el camino de la verdadera realidad, sin violentar nuestra
conciencia. La libertad de nuestra fe supone que el misterio está oculto y a la vez
descubierto. La imaginación es el campo de la libertad. Como escribía Roger Garaudy, «la
imaginación como utopía, no es lo irracional ni el juego desbarajustado de las imágenes; es
la disponibilidad del espíritu que se niega a dejarse encasillar y a concebir el porvenir como
una prolongación o una combinación del pasado. Lo propio de la imaginación creadora es
no conformarse con extrapolar partiendo del presente, sino abrir una vía inédita invirtiendo
el proceso positivista: se parte del objetivo que hay que alcanzar, y de él se deducen
regresivamente las condiciones de realización, los medios y las etapas intermedias» (2).
FE/SIMBOLOS: -Por último, la vía simbólica es quizás el lenguaje con un
significado más apropiado y menos indigno para expresar la fe. Este lenguaje no pretende
apresar en sus redes la realidad de la salvación: sólo pone en ella la «mira» desde lejos.
No es más antropomórfico que el lenguaje conceptual, quizás lo es todavía menos. En
efecto, tan lleno de imágenes está lo que dice, que con ello mismo está confesando su
impropiedad. Por poner otro caso, ¿cómo podría Yahvé ser al mismo tiempo roca, pastor,
Padre, Esposo, escudo, fuego, etc...? Queda claramente indicado que Yahvé está por
encima de todo eso.
No lamentamos, por lo tanto, este lenguaje bíblico y su abundancia de símbolos. Sino,
una vez más, para no dar lugar a una ingenuidad abierta a todos los engaños, esa estima
del lenguaje simbólico relativo a la salvación, supone que se sabe que es simbólico, es
decir, que está en buscada discontinuidad con la realidad, respecto de la cual no puede
hacer más que orientarnos.
El movimiento liberador del Antiguo Testamento
AT/LIBERACIÓN/SV
Se considera a Yahvé salvador de su pueblo porque lo libera de una situación de
cautiverio, de adversidad: lo libera haciéndole salir de Egipto, otorgándole el triunfo en la
conquista de la tierra prometida, haciendo que venza a los Filisteos y sacándole del
cautiverio de Babilonia... Para aquel pequeño pueblo la salvación es, en primer lugar,
encontrar qué comer y qué beber, poseer un espacio en que vivir, disponer de una tierra y
de unas condiciones materiales de libertad y de prosperidad. Se trata por lo tanto, en primer
lugar, de una «salvación» temporal, política... Pero esta noción temporal de la salvación va
a ir enriqueciéndose y modificándose progresivamente. Muy pronto (ya en la época de los
Jueces), a la liberación política y económica se asociará la «metanoia», es decir, el retorno
a Yahvé, la conversión del corazón. Y este movimiento de interiorización irá
acrecentándose con el mensaje de los profetas...
El tema de un Dios que salva a sus fieles es común a casi todas las religiones antiguas.
Pero se advierte que, en la experiencia del pueblo de la Biblia, reviste un colorido original.
En nuestro marco actual, resulta imposible evocar todos los aspectos de esta experiencia
(3). Señalemos algunas referencias, entre otras igualmente típicas:
-La experiencia fundamental fue la de la liberación de Egipto, en la que Israel tenía que
ver una obra de salvación realizada por su Dios: Ex 14,13; Is 63, 8 ss; Sal 106, 8,10,11.
-Dios salva a David otorgándole la victoria: 2 S 8, 6,14; 23, 10,12.
-Con la intervención de David, salva a su pueblo de sus enemigos:2 S 3, 18;
-Como lo había hecho ya por los Jueces: Jc 2, 16-18.
-En todos los peligros, Israel se vuelve hacia Yahvé «para ser salvado»: Jr 4, 14.
-Sabe que fuera de su Dios «no hay salvador»: Is 43, 11: Cf 47, 15; Os 13, 4, etc.
En el Antiguo Testamento se observará, como una característica singular, el movimiento
de la esperanza escatológica. Surge con viveza extraordinaria en la gran prueba nacional
de la toma de Samaria y cuando el Destierro (Mi 7, 7): Yahvé salvará a su pueblo
devolviéndolo a su tierra (Jr 31, 7), pero también enviándole un «Rey-Mesías» (Jr 23, 6);
después, «librándole de todas sus inmundicias» (Ez 36, 29); haciendo que reinen en toda la
tierra -mucho más allá de las fronteras de su pueblo elegido- la justicia, la paz y la felicidad
en el servicio del único Dios. Se llega a la noción de la salvación como liberación de todas
las idolatrías y del pecado, como purificación de los corazones liberados de la tiranía del
egoísmo y de la injusticia. El pueblo así liberado recibirá el don del Espíritu de Yahvé que
proporciona una vida sin fin y transfigurada (cf. los últimos escritos del Antiguo
Testamento).
Así, pues, podría esquematizarse el movimiento de esta historia diciendo que va de lo
exterior a lo interior; de una liberación de orden temporal a una liberación mucho más
profunda y radical. Hay que añadir, sin embargo, que en la época de Jesús va a
exacerbarse una corriente de mesianismo temporal debido a la ocupación del país por los
Romanos: no se ha dejado, ni mucho menos, de esperar de Dios (y de su misterioso
mesías) una liberación de tipo político.
El Nuevo Testamento y la aspiración mesiánica
Jesús va a rechazar abiertamente ser un mesías temporal y político. Evita declarar que
es el «mesías», porque este término acarrearía sueños demasiado humanos. El quiere ser
el Siervo del que hablaba el libro de Isaías, el «Hijo del hombre» del capítulo 7 de Daniel.
Ciertamente es «rey» -véase la respuesta de Jesús a Pilato-, pero no el rey que muchos
esperaban. Se le ve escabullirse de entre una multitud entusiasmada que quería
proclamarlo rey. Es el «rey del pueblo de los santos del Altísimo» (Cf. Dn 7, 22,27).
Ni mesianismo temporal, ni evasión pietista
¿Habría que decir que el esquema de evolución que se advierte en el Antiguo
Testamento (de la liberación temporal a la liberación interior y espiritual), sufre en Jesús
una inversión de sentido: de la liberación interior del pecado a los efectos temporales de
esa liberación espiritual? Para Jesús, fundamentalmente, se trata de cambiar nuestras
relaciones con Dios; pero como consecuencia imperiosa de tal cambio interior; tiene que
cambiar todo en el campo de nuestras relaciones con el mundo de la naturaleza, de la
familia y del poder. ¡Nada de evasión intimista! Y Jesús ofrece ejemplos de este impacto de
la conversión interior sobre lo temporal: las curaciones, a las que se designa
equivalentemente con la palabra «salvación» («Cúrame» igual a «sálvame»; «Vete, tu fe te
ha salvado», dice Jesús al sanar a los enfermos); la reintegración de las personas en la
comunidad (publicanos, leprosos, prostitutas, marginados, discriminados y proscritos); la
oposición a Mammona (el dinero que divide y que endurece el corazón). En san Pablo,
Cristo nos salva de la esclavitud de la Ley, del pecado; pero para El, esta salvación que es
«justificación» y «glorificación», no se reduce en modo alguno a un espiritualismo
individual: la salvación afecta también al cosmos (Rm 8), y su aspecto escatológico,
vigorosamente subrayado por Pablo, es germen de transformación de las relaciones
humanas ya desde ahora (Cf. la breve carta a Filemón, a propósito de los esclavos).
¿Será políticamente neutro el Evangelio? EV/NO-NEUTRO:
Resta saber si puede verse en el mensaje de Cristo la legitimación de tal o cual doctrina
política o económica determinada, el fundamento que venga a justificar una acción de
liberación social o de organización de la vida internacional.
Ante estos interrogantes, se ha podido escribir que «el Evangelio se mantiene a distancia
frente a lo temporal», que responde con «su indiferencia para con la sociedad, sus
evoluciones y reivindicaciones», que «la salvación anunciada está por llegar y no es de
este mundo (...). No traslada la ciudad del cielo a la ciudad terrena. La salvación del Nuevo
Testamento sigue siendo siempre una realidad distinta de nuestro mundo (...); la salvación,
en la medida en que ya está presente, es una realidad interior al hombre (...). La
indiferencia con respecto a las estructuras temporales caracteriza el anuncio
neotestamentario de la salvación. Es significativo el hecho de que el Evangelio no contenga
orden ni consejo de transformar la sociedad en un sentido o en otro. Más aún, no incluye
crítica alguna de orden social. Y no es porque ratifique las formas de organización y las
relaciones económicas tal como existían entonces, sino porque es otro su objetivo, porque
la búsqueda de Dios y su acogida son lo único que cuenta para cada hombre, y porque
ambas pueden realizarse a través de toda situación, sea cual fuere...» (4).
SV/HUMANA-CRA: La cita que acabo de ofrecer contiene observaciones muy acertadas.
Sin embargo, está plagada de equívocos. Es muy justo denunciar las utilizaciones políticas
del Evangelio, vengan de la derecha, de la izquierda o de otra parte. Debería parecer
evidentemente que no puede buscarse en el Evangelio una doctrina económica o social, o
la garantía de nuestros análisis humanos y de nuestras opciones en estas materias, que
son, sin embargo de importancia capital. Estaba en lo cierto un periodista cuando, en un
artículo titulado «desacralizar la política», invitaba a los electores a colocar la política en su
verdadero sitio, muy importante y elevado, pero sin sacralizarla: «A veces, tengo la
sensación -escribía- de retroceder por la historia cuando oigo a un candidato soliviantar a
los católicos para que defiendan una moral del orden, o cuando leo ingenuas proclamas a
votar socialista en nombre del Evangelio» (5). Pero dicho y subrayado esto con mucha
razón, no por ello será menos falso creer que el Evangelio de Jesús es «indiferente» a lo
que constituye la existencia histórica del hombre llamado a la salvación, y que la
preocupación por el orden moral o la opción socialista nada tienen que ver con el Evangelio
y con la salvación cristiana.
Podríamos encontrar ya un punto de referencia en estas otras observaciones de Bernard
Ronze, en las que se apreciará su gran preocupación por matizar: «El Evangelio prohíbe
confundir la salvación del hombre con unas liberaciones de orden económico y social. Esta
prohibición deja íntegra la cuestión de saber si esas liberaciones reciben o no un impulso
del mensaje evangélico. Excluye simplemente la pretensión de lo económico de señalizar
las vías de la promoción humana, y ya desde el punto de partida, neutraliza en quienes
tienen cura de almas la tentación de ver, en unos cambios o revoluciones de orden
estructural, el anuncio de la salvación o las condiciones necesarias para anunciarla o para
recibirla (...). No por eso el Evangelio contiene menor denuncia (...). Si la voluntad de servir
se deriva directamente del mensaje evangélico, nunca podría deducirse de ahí el contenido
del compromiso temporal a que ella conduce. El Evangelio no da la preferencia a estructura
u organización alguna. Y nadie tiene derecho a invocar su autoridad para proponer o
«imponer una de ellas» (6).
No obstante, creo que hay que ir más allá de lo que pueda constatarse por la distancia
adoptada por Jesús ante lo temporal: en su actitud hay mucho más que negativismo.
Mantenerse distante equivale aquí a un acto político positivo. El Evangelio no es neutro
ni indiferente. Ocurre que el mantenerse a distancia puede ser la actitud más
revolucionaria. La negativa de Jesús a tomar el poder que le ofrecían y a identificar su
misión de salvación con las actividades de resistencia antirromana de los zelotes (7),
reviste el sentido de una enseñanza positiva acerca de la acción política. Al advertir que
Jesús luchó contra los poderosos y que, al mismo tiempo, frustró al pueblo en su
expectativa de un mesías libertador y temporal, Christian Duquoc expone su propia
interpretación en estos términos «también los exegetas están de acuerdo en reconocer que
Jesús rehusó el papel de mesías político, y ven en ese rechazo el testimonio del significado
religioso de su mensaje. Opino que este hecho debe ser interpretado de otra manera: a mi
entender, el antimesianismo de Jesús establece, por el contrario, el significado político de
su lucha. Mesías, es decir, enviado de Dios, se niega como tal a transformar las realidades
sociales exonerando a los hombres de ser ellos los sujetos de esa transformación. Lo que
superficialmente parece una repulsa política es, por el contrario, un acto político: en ningún
caso priva el mesías a los hombres de construir ellos su propia historia y su sociedad» (8).
FE/POLITICA:
Así, pues, no se trataría por parte de Jesús, de alentar al desprecio o a la indiferencia
frente a las tareas de liberación política, de compromiso social y de transformación de los
sistemas económicos; sino, mucho más sólidamente, de remitir estas tareas a la
responsabilidad de los hombres en los nuevos tiempos mesiánicos. Cuando Jesús, que
acaba de multiplicar los panes (Jn 6), advierte que la gente quiere inducirle a tomar el
poder, huye al monte; con eso quiere decir: «A vosotros, hombres, os corresponde
proporcionar pan a todos los hambrientos de la tierra... Me niego a exoneraros de vuestras
responsabilidades políticas y económicas». Nuestra tentación es, en efecto, hacer que Dios
y su Cristo carguen con la responsabilidad de los asuntos temporales, lo cual es un modo
de rehuirlos o de ponernos a cubierto de sus riesgos y de los conflictos inherentes a ellos.
Jesús denuncia ese juego y, al hacerlo, revela una imagen más exacta de Dios y del
hombre, encarece la urgencia de esas tareas y la grandeza de nuestra libertad, cuyo
ejercicio no quiere poner en cortocircuito. «Al rehusar Jesús el poder como Mesías no niega
a la política sus derechos; le reconoce como el lugar donde el hombre, al producir sus
relaciones sociales, verifica la exigencia profética, cuyo paladín se hace. La exigencia del
Reino no hace vana la lucha histórica, sino revela su alcance transcendental» (Ibídem).
LBC-HUMANA/SV Añadamos que si Cristo no viene a
prescribirnos unos medios y un programa de liberación de los oprimidos, ni tampoco nos
exonera de la obligación, parece tanto más importante por cuanto que el propio Cristo se
identifica a sí mismo con el pobre, el hambriento, el extranjero, el prisionero, el oprimido:
este es el sentido, temporal y espiritual a un mismo tiempo, del anuncio del Juicio en
/Mt/25/31-46. Si Cristo pone la salvación en la conservación interior y en el retorno a Dios,
hay que precisar que la reconciliación con Dios pasa por el camino de la reconciliación con
los hermanos. No hay relación «en conexión directa» con el Dios de Jesucristo, que nos
exima del compromiso por el servicio de los hombres necesitados. Consiguientemente no
hay salvación que dispense de las mediaciones históricas y de sus proyectos temporales.
La urgencia del Reino es también la urgencia de las liberaciones humanas.
VINCENT
AYEL
¿QUÉ SIGNIFICA SALVACION CRISTIANA?
SAL TERRAE Col. ALCANCE, 15. SANTANDER-1980.Págs. 71-83 y
90-104
...............
1) Roger GARAUDY. La alternativa, p. 107.
2) Cf. J. P. MANIGNE. Pour une poétique de la foi. Edit. du Cerf.
3) Remito, entre otra documentación, al artículo «Salut» del Vocabulario de Teología Bíblica.
4) Estas frases están sacadas de un artículo que rezuma el inconformismo provocativo de Bernard RONZE:
Evangile et Economie (en «Etudes», febrero 1972). Precisemos que el artículo no se limita a eso, y que
está lejos de garantizar las evasiones de lo temporal: las denuneias, así como las anexiones del Evangelio
a tal o cual proyecto humano.
5) Jean BOISSONNAT. En «La Croix» del 4 de mayo 1974.
6) Bernard RONZE, artículo citado, p. 285 y 288.
7) Sobre este punto, se leerá con interés: Oscar CULLMANN, Jesús y los revolucionarios de su tiempo, y
Martín HENGEL, Jesús y la violeracia revolucionaria.
8) Christian DUQUOC. Le salut chrétien comme liberation». En «ldéologies de liberation et messages de
salut».