Papa
San León I Magno
EnciCato
(Gobernó 440-61).
El lugar y fecha de su nacimiento son desconocidos; murió el 10 de noviembre de
461. El pontificado de León, junto al de San Gregorio I, es el más significante
e importante de la antigüedad cristiana. En un momento en que la Iglesia estaba
experimentando los mayores obstáculos a su progreso, a consecuencia de la
desintegración acelerada del imperio de Occidente, mientras que el de Oriente
estaba profundamente agitado por las controversias dogmáticas, esta gran papa,
con prudente sagacidad y mano poderosa, guió el destino de la Iglesia Romana y
Universal. Según el " Liber Pontificalis" (ed. Mommsen, I, 101 sqq., ed.
Duchesne, I, 238 sqq.), León era que nativo de Toscana y el nombre de su padre
era Quintianus. La más antigua información histórica sobre León lo muestra como
diácono de la Iglesia romana, bajo el Papa Celestino I (422-32). Incluso durante
este período era conocido fuera de Roma, tuvo alguna relación con la Galia;
Casiano, en el 430 o 431, escribió, a sugerencia de León, su trabajo "De
Incarnatione Domini” contra Nestorio (Migne, P.L., L, 9 sqq.), prologado con una
carta de dedicación a León. Aproximadamente en este momento, Cirilo de
Alejandría apeló a Roma contra las pretensiones del obispo Juvenal de Jerusalén.
De una afirmación de León, en una carta fechada más tarde (ep. cxvi, ed.
Ballerini, I, 1212; II, 1528), no está muy claro si Cirilo le escribió a él, en
calidad de diácono romano, o al Papa Celestino. Durante el pontificado de Sixto
III (422-40), León fue enviado a la Galia por el emperador Valentiniano III para
mediar en una disputa y provocar la reconciliación entre Aëcio, principal
comandante militar de la provincia, y el principal magistrado, Albino. Esta
comisión es una prueba de la gran confianza puesta por la corte imperial en el
diestro y capaz diácono. Sixto III murió el 19 de agosto de 440, mientras León
estaba en la Galia, y éste fue elegido como sucesor suyo. De vuelta en Roma,
León fue consagrado el 29 de septiembre del mismo año, gobernó la Iglesia romana
durante los siguientes veintiún años.
El objetivo principal de León fue mantener la unidad de la Iglesia. No mucho
después de su elevación a la Silla de Pedro, se vio compelido a combatir
enérgicamente las herejías que amenazaban la unidad de la iglesia, incluso en
occidente. León había averiguado, a través del obispo Séptimo de Altinum, que en
Aquilea, los sacerdotes, diáconos y clérigos que se habían adherido a Pelagio,
habían sido admitidos a la comunión sin una renuncia explícita de su herejía. El
papa censuró grandemente este procedimiento y ordenó que se convocara un
concilio provincial en Aquilea, en el que a tales personas se les exigiría
abjurar públicamente del pelagianismo y suscribir a una confesión inequívoca de
Fe (epp. I y II). Este pastor celoso emprendió más aun vigorosamente la guerra
contra el maniqueísmo, ya que sus adeptos, que habían sido conducidos desde
África por los vándalos, se habían establecido en Roma y había establecido allí
con éxito una comunidad secreta de maniqueos. El papa pidió que los creyentes
delataran a estos herejes a los sacerdotes y, en el 443, junto con los senadores
y presbíteros, condujo personalmente una investigación, en el curso de la cual
se examinó a los líderes de la comunidad. En varios sermones advirtió
enfáticamente a los cristianos de Roma para que estuvieran en guardia contra
esta reprensible herejía, y repetidamente les encargó dar información sobre sus
seguidores, sus moradas, conocimientos, y encuentros (Sermo IX, 4, XVI, 4; XXIV,
4; XXXIV, 4 SQ.; XLII, 4 SQ.; LXXVI, 6). Un buen número de maniqueos en Roma se
convirtieron y fueron admitidos a la confesión; otros, que permanecían
obstinados, fueron, en obediencia a decretos imperiales, desterrados de Roma por
los magistrados civiles. El 30 de enero de 444, el papa envió una carta a todos
los obispos de Italia a la que añadió los documentos que contenían los
procedimientos contra los maniqueos en Roma, y les advirtió para que estuvieran
en guardia y emprendieran acciones contra los seguidores de la secta (ep. VII).
El de 19 junio de 445, el emperador Valentiniano III emitió, indudablemente
instigado por el papa, un duro decreto en el que estableció severos castigos
para los maniqueos ("Epist. Leonis", ed. Ballerini, I, 626; ep. VIII inter Leon.
ep). Prospero de Aquitania afirma en su "Crónica" (ad an. 447; "Mon. Germ. hist.
Auct. antiquissimi", IX, I, 341 sqq.) que, a consecuencia de las medidas
enérgicas de León, los maniqueos fueron expulsados de las provincias, e incluso
los obispos orientales emularon el ejemplo del papa con respecto a esta secta.
En España la herejía del priscilianismo todavía sobrevivió y durante algún
tiempo siguió atrayendo nuevos adeptos. El obispo Toribio de Astorga, sabedor de
esto, recopiló durante largo tiempo información detallada sobre la condición de
las iglesias y la difusión del priscilianismo. Compiló los errores de la
herejía, escribió una refutación de los mismos y envió estos documentos a varios
obispos africanos. También envió una copia al papa, después de lo cual éste
envió una larga carta a Toribio (ep. XV) en refutación de los errores de los
priscilianistas. León ordenó al mismo tiempo que debía convocarse un concilio de
los obispos pertenecientes a las provincias vecinas, para llevar a cabo una
investigación seria, con el objeto de determinar si alguno de los obispos se
había corrompido con el veneno de esta herejía. Si alguno era descubierto, sería
excomulgado sin vacilación. El papa también dirigió una carta similar a los
obispos de las provincias españolas, notificándoles que se iba a convocar un
concilio de los principales pastores; y, si esto fuera imposible, debían
reunirse al menos los obispos de Galicia. Estos dos concilios tuvieron lugar de
hecho en España para puntualizar el problema (" Hefele," Konziliengesch." II, 2
ed., el pp. 306 sqq.).
La gran desorganización en cuestiones eclesiásticas de ciertos países, como
resultado de las migraciones nacionales, exigía unos lazos más íntimos entre su
episcopado y Roma para la promoción de una buena vida eclesiástica. León, con
este objetivo a la vista, determinó hacer uso del vicariato papal de los obispos
de Arles de la provincia de la Galia, para la creación de un centro para el
episcopado galicano en estrecha unión con Roma. Al principio sus esfuerzos
fueron dificultados grandemente por su conflicto con San Hilario, entonces
obispo de Arles. Previamente, los conflictos se habían alzado en relación con el
vicariato de los obispos de Arles y sus privilegios. Hilario hizo un uso
excesivo de su autoridad sobre las otras provincias eclesiásticas y exigió que
todos los obispos debieran ser consagrados por él, en lugar de por su propio
metropolitano. Por ejemplo, cuando se alzó la protesta porque el obispo
Celedonio de Besançon había sido consagrado en violación del canon -los motivos
alegados fueron que se había, como laico, casado una viuda, y, como funcionario
público, había dado su consentimiento a una pena de muerte- Hilario lo depuso y
consagró a Importuno como sucesor. Celedonio apeló inmediatamente al papa y
partió personalmente hacia Roma. Casi al mismo tiempo, Hilario, como si la sede
en cuestión estuviera vacante, consagró para el puesto a otro obispo, un tal
Projectus, que estaba enfermo. Projectus se recuperó sin embargo y se quejó
también a Roma por la acción del obispo de Arles. Hilario fue entonces a Roma a
justificar sus procedimientos. El papa congregó un sínodo romano
(aproximadamente 445) y, cuando los motivos alegados contra Celedonio no
pudieron ser verificados, reintegró a éste último en su sede. Projectus también
recibió de nuevo su obispado. Hilario regresó a Arles antes de que el sínodo
hubiera terminado; el papa lo privó de jurisdicción sobre las otras provincias
gálicas y de los derechos metropolitanos sobre la provincia de Vienne,
permitiéndole retener solo su diócesis de Arles.
Estas decisiones fueron divulgadas por León en una carta a los obispos de la
provincia de Vienne (ep. X). Al mismo tiempo les envió un decreto de
Valentiniano III, de 8 de julio de 445, que respaldaba las medidas del papa con
respecto San Hilario, y reconocía solemnemente la primacía del Obispo de Roma
sobre toda la Iglesia ("Epist. Leonis” ed. Ballerini, I, 642). Al regresar a su
obispado, Hilario buscó una reconciliación con el papa. Después de esto, allí no
surgieron grandes dificultades entre estos dos hombres santos y, después de su
muerte en el 449, Hilario fue declarado por León como “beatæ memoriæ". Al obispo
Ravennius, el sucesor de San Hilario en la sede de Arles, y a los obispos de esa
provincia, León dirigió muchas cartas cordiales, en el 449, con motivo de la
elección del nuevo metropolitano (epp. XL, XLI). Cuando Ravennius poco después
consagró un nuevo obispo para suceder al obispo de Vaison, el arzobispo de
Vienne, que se encontraba en Roma, se ofendió por esta acción. Los obispos de la
provincia de Arles escribieron una carta conjunta al papa en la que le pidieron
que restaurara a Ravennius los derechos de los que había sido privado su
predecesor Hilario (ep. LXV inter ep. Leonis). En su contestación, fechada el de
5 mayo de 450, (ep. LXVI), León accedió a a su demanda. El arzobispo de Vienne
retuvo sólo los obispados sufragáneos de Valence, Tarentaise, Ginebra y Grenoble;
todas las restantes sedes de la provincia de Vienne quedaron sometidas al
arzobispo de Arles, que también recuperó de nuevo su papel de mediador entre la
Santa Sede y todo el episcopado gálico. León transmitió a Ravennius (ep. LXVII),
para su comunicación a los otros obispos galicanos, su famosa carta a Flaviano
de Constantinopla “In Incarnatione”. Inmediatamente Ravennius convocó un sínodo
en el que se congregaron los cuarenta y cuatro pastores principales. En su carta
sinodal de 451, afirmaron que aceptaban la carta del papa como un símbolo de fe
(ep. XXIX inter ep. Leonis). En su respuesta León les habla largamente de la
condena de Nestorio (ep. CII). El Vicariato de Arles retuvo la posición que León
le había otorgado durante mucho tiempo. Otro vicariato papal fue el de los
obispos de Tesalónica, cuya jurisdicción extendió sobre Iliria. La especial
tarea de este vicariato era proteger los derechos de la Santa Sede sobre el
distrito de Iliria oriental que pertenecía al Imperio de Oriente. León confió el
vicariato al obispo Anastasio de Tesalónica, así como el papa Siricio lo había
confiado anteriormente al obispo Anisio. El vicario estaba para consagrar los
metropolitanos, convocar en sínodo a todos los obispos de la provincia de Iliria
Oriental, para vigilar la administración de sus asuntos; pero las materias más
importantes eran sometidas a Roma (epp. V, VI, XIII). Pero Anastasio de
Tesalónica usó su autoridad de una manera arbitraria y despótica, tanto fue así
que fue reprobado severamente por León, que le envió instrucciones completas
para el desempeño de sus tareas (ep. XIV).
En la concepción de León de sus deberes como pastor supremo, ocupó un lugar
prominente el mantenimiento de una estricta disciplina eclesiástica. Esto fue
particularmente importante en un momento en que, los continuos estragos de los
bárbaros, estaban introduciendo el desorden en todas las condiciones de vida y
estaban violándose seriamente las normas morales. León usó su mayor energía en
el mantenimiento de esta disciplina, insistió en la observancia exacta de los
mandatos eclesiásticos y no dudó en reprender cuando fue necesario. Cartas (ep.
XII) relativas a éstas y otras materias fueron enviadas a los diferentes obispos
del Imperio de Occidente -v.g., a los obispos de las provincias italianas (epp.
IV, XIX, CLXVI, CLXVIII) y a los de Sicília, que había tolerado desviaciones de
la Liturgia romana concernientes a la administración del Bautismo (ep. XVI) y
otras materias (ep. XVII) -. Un importante decreto disciplinario fue enviado al
obispo Rustico de Narbona (ep. CLXVII). Debido al dominio de los vándalos en el
norte de África latino, la posición de la Iglesia se había debilitado sumamente
allí. León envió allí al sacerdote romano Potencio, para que se informara sobre
la condición exacta y remitiera un informe a Roma. En cuanto recibió éste, León
envió una carta de instrucciones detalladas al episcopado de la provincia sobre
la regulación de numerosas cuestiones eclesiásticas y disciplinarias (ep. XII).
León también envió una carta a Dióscoro de Alejandría, el 21 de julio de 445,
insistiéndole en la observancia estricta de los cánones y disciplina de la
Iglesia Romana (ep. IX). La primacía de la Iglesia Romana se manifestó así, bajo
este papa, de las más variadas y distintas maneras. Pero fue especialmente en su
intervención en la confusión de las peleas cristológicas, que agitaban
profundamente a la Cristiandad Oriental en ese momento, cuando León se reveló
más brillantemente como el más juicioso, sabio y enérgico pastor de la Iglesia
(ver MONOFISISMO). De su primera carta en este asunto, escrita a Eutiques, el 1
de junio de 448 (ep. XX), a su última carta escrita al nuevo Patriarca ortodoxo
de Alejandría, Timoteo Salafaciolo, el 18 de agosto de 460 (ep. CLXXI), no
podemos sino admirarnos de la manera clara, positiva y sistemática en que León,
fortificado por la primacía de la Santo Sede, tomó parte en este difícil enredo.
Para los detalles refiérase a los artículos: EUTIQUIO, SAN FLAVIANO; el
LATROCINIO (CONCILIO) DE ÉFESO.
Eutiques apeló al papa después de haber sido excomulgado por Flaviano, Patriarca
de Constantinopla, a causa de sus posturas monofisistas. El papa, después de
investigar la cuestión de la disputa, envió su sublime “Carta Dogmática” a
Flaviano (ep. XXVIII), desgranando concisamente y confirmando la doctrina de la
Encarnación y la unión de las naturalezas Divina y humana en la Persona de
Cristo. En 449 se celebró el concilio, que fue denominado por León como el
“Concilio del latrocinio”. Flaviano y otros poderosos prelados de oriente
apelaron al papa. Éste envió cartas urgentes a Constantinopla, particularmente
al emperador Teodosio II y la emperatriz Pulqueria, instándoles a que convocaran
un concilio ecuménico para restaurar la paz en la Iglesia. Para el mismo fin usó
su influencia con el emperador de Occidente, Valentiniano III y su madre Gala
Placidia, sobre todo durante su visita a Roma en el 450. Este concilio ecuménico
se celebró en Calcedonia en el 451, bajo Marciano, sucesor de Teodosio. El
Concilio aceptó solemnemente la carta dogmática de León a Flaviano, como una
expresión de la Fe Católica acerca de la Persona de Cristo. El papa confirmó los
decretos del Concilio después de eliminar el canon que elevaba el Patriarcado de
Constantinopla, disminuyendo los derechos de los antiguos patriarcas orientales.
El 21 de marzo de 453, León emitió una carta circular que confirmaba su
definición dogmática (ep. CXIV). A través de la mediación del obispo Julián de
Cos, que era en ese momento el embajador papal en Constantinopla, el papa
intentó además proteger los intereses eclesiásticos en el Oriente. Persuadió al
nuevo emperador de Constantinopla, León I, para remover de la sede de Alejandría
al irregular y herético patriarca, Timoteo Eluro. Fue elegido para ocupar su
lugar un nuevo y ortodoxo patriarca, Timoteo Salafaciolo, y recibió las
felicitaciones del papa en la última carta que León envió al Oriente.
En su extenso cuidado pastoral de la Iglesia Universal, en Occidente y Oriente,
el papa nunca descuidó los intereses domésticos de la Iglesia en Roma. Cuando el
norte de Italia fue devastado por Atila, León, por un encuentro personal con el
Rey de los hunos, le impidió marchar sobre Roma. Por deseo del emperador, León,
acompañado por el cónsul Avieno y el prefecto Trigetius, fue en el 452 al norte
de Italia y se encontró con Atila a orillas del rio Mincio, cerca de Mantua,
obteniendo de él la promesa de que se retiraría de Italia y negociaría la paz
con el emperador. El papa también tuvo éxito obteniendo otro gran favor para los
habitantes de Roma. Cuando, en el 455, la ciudad fue capturada por los vándalos,
al mando de Genserico, aunque durante una quincena el pueblo fue saqueado, la
intercesión de León obtuvo la promesa que la ciudad no sería dañada y que serían
protegidas las vidas de sus habitantes. Estos incidentes muestran la gran
autoridad moral mantenida por el papa, incluso manifestada en los asuntos
temporales. León tuvo siempre una gran intimidad con la corte imperial de
occidente. En el 450, el emperador Valentiniano III visitó Roma, acompañado por
su esposa Eudoxia y su madre Gala Placidia. En la fiesta de la Cátedra de San
Pedro (22 febrero), la familia imperial con su brillante séquito tomó la parte
en los servicios solemnes en San Pedro, con cuya ocasión el papa desarrolló un
impresionante sermón. León también fue activo construyendo y restaurando los
templos. Construyó una basílica sobre la tumba de papa Cornelio en la Via Appia.
El tejado de San Pablo Extramuros había sido destruido por un rayo, lo reemplazó
y emprendió otras mejoras en la basílica. Persuadió a la emperatriz Gala
Placidia, como se ve en las inscripciones, para realizar el gran mosaico del
Arco de Triunfo que ha sobrevivido hasta nuestros días. León también restauró
San Pedro del Vaticano. Durante su pontificado, una pía señora romana, llamada
Demetria, erigió en su propiedad en la Via Appia una basílica en honor de San
Esteban, cuyas ruinas se han excavado.
León no fue menos activo en la elevación espiritual de las congregaciones
romanas y sus sermones, de los que se han conservado noventa y seis ejemplos
genuinos, son notables por su profundidad, la claridad de dicción y su elevado
estilo. Los cinco primeros de ellos, que fueron escritos en los aniversarios de
su consagración, manifiestan su alta concepción de la dignidad de su cargo, así
como su completa convicción de la primacía del Obispo de Roma, mostrada en
adelante, clara y firmemente por su actividad como pastor supremo. De sus
cartas, que son de gran importancia para la historia de la iglesia, se han
conservado 143 para nosotros: también tenemos treinta que le fueron enviadas. El
así llamado “Sacramentarium Leonianum" es una colección de oraciones y prefacios
de la Misa, preparada en la segunda la mitad del siglo sexto. León murió el 10
de noviembre de 461 y fue enterrado en el vestíbulo de San Pedro en el Vaticano.
En el 688, el papa Sergio trasladó sus restos a la propia basílica y erigió un
altar especial sobre ellos. Descansan hoy en San Pedro, bajo el altar
especialmente dedicado a San León. En 1754, Benedicto XIV lo exaltó a la
dignidad de Doctor de la Iglesia (doctor ecclesiæ). En la Iglesia latina el día
de la fiesta del gran papa se celebra el 11 de abril (n.d.t: Tras la última
reforma, la iglesia latina celebra su fiesta el 10 de noviembre) y la Iglesia
Oriental el 18 de febrero.
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J.P. KIRSCH
Transcrito por WGKofron.
En agradecimiento a la Iglesia de Santa María Akron, Ohio.
Traducido por Quique Sancho