Papa
Pablo V
EnciCato
(CAMILLO BORGHESE).
Nacido en Roma, el 17 de septiembre de 1550; electo el 16 de mayo de 1605;
muerto el 28 de enero de 1621.
Aunque se enorgullecía de llamarse a sí mismo un "romano", como leemos en la
fachada de San Pedro y en su epitafio, Borghese descendía de una noble familia
de Siena que ocupaba posiciones importantes en aquella ciudad, y que alegaba
tener parentesco con Santa Catalina. Su mudanza a Roma se debió a los disturbios
interminables que hacían la vida en Siena insoportable. Camillo fue educado
esmeradamente en la jurisprudencia en las ciudades de Perugia y Padua, y se
convirtió en un canonista de habilidad destacada. Se desarrolló en la carrera
eclesiástica de forma constante, si no muy rápida: en 1596 fue hecho cardenal
por Clemente VIII, y se convirtió en cardenal-vicario de Roma. Se mantuvo
prudentemente lejano de las facciones y los partidos, dedicando su tiempo libre
a sus libros de leyes. En consecuencia, a la muerte de León XI, todos los ojos
se fijaron en él, y ascendió al trono papal sin ningún compromiso u obligación
de cualquier tipo. Su educación legal fue palpable en todas sus palabras y
acciones. No conocía los compromisos, y procedió a gobernar a la Iglesia ya no
desde una perspectiva de diplomacia, sino desde las epístolas pontificias.
Concibió como deber propio el mantener inviolable cada derecho y reivindicación
alcanzada por sus predecesores, provocando que su carácter asumiera, en algunas
ocasiones, un aspecto inflexible y severo. Su primer acto público fue enviar a
sus respectivas sedes a los prelados y cardenales que residían temporalmente en
Roma por uno u otro pretexto, pues el Concilio de Trento había declarado pecado
grave el que un obispo estuviese ausente de su sede, sin importar que estuviera
en Roma resolviendo asuntos de la Santa Sede. Pablo se involucró rápidamente en
controversias con varias ciudades de Italia en temas concernientes a la
jurisdicción eclesiástica y a las relaciones entre la Iglesia y el Estado. La
riña más agria fue con la orgullosa República de Venecia, que se rehusó a
reconocer la exención del clero a la jurisdicción de las cortes civiles y que
promulgó dos leyes contrarias a la Curia Romana, la primera prohibiendo la
enajenación de bienes raíces a favor del clero, y la segunda demandando la
aprobación del poder civil para iniciar la construcción de nuevas iglesias.
Pablo demandó la revocación de estos mandatos anticlericales, e insistió en que
dos clérigos que habían sido consignados a prisión por el poder civil fueran
entregados a las cortes eclesiásticas. La disputa creció en acritud día a día, y
devino gradualmente en una amplia discusión sobre las posiciones relativas de la
Iglesia y el Estado. Lo que provocó que la riña adquiriese importancia a escala
europea fue la habilidad de los defensores de cada lado: las exposiciones de la
Iglesia recayeron en los cardenales Baronius y Bellarmine, y la causa de Venecia
fue defendida por el servita Paolo Sarpi, un hombre de extraordinaria habilidad
literaria, y enemigo de la Corte Romana. El 17 de abril de 1600 el Papa
pronunció la sentencia de excomunión contra el dogo, el senado y el gobierno de
Venecia, y aceptó un reducido espacio para la sumisión, tras lo cual impuso una
censura eclesiástica sobre la ciudad. El clero se vio obligado, bajo esa
circunstancia, a tomar una postura a favor o en contra del Papa. Con la
excepción de los jesuitas, los teatinos y los capuchinos, que fueron expulsados
inmediatamente, el cuerpo entero del clero secular y regular permaneció con el
gobierno y continuó administrando los sacramentos y celebrando Misa, a despecho
de la censura eclesiástica. La festividad de Corpus Christi se celebró con un
esplendor poco usado, y Sarpi celebró Misa por primera vez en años. El cisma
duró cerca de un año, y la paz se acordó mediante la mediación de Francia y
España. La república se resistió a abrogar abiertamente las leyes que causaron
el conflicto, pero prometió "conducirse a sí misma con su piedad acostumbrada".
Con estas palabras obscuras, el Papa se vio obligado a declararse satisfecho y
retiró las censuras el 22 de marzo de 1607. En consecuencia se permitió el
regreso de los capuchinos y los teatinos, pero no se admitió nuevamente a los
jesuitas.
El Papa miraba vigilante por los intereses de la Iglesia en todas las naciones.
El 9 de julio de 1606 escribió una carta amistosa a Jaime I de Inglaterra para
felicitarlo por su ascensión al trono, y se refirió con pesadumbre a la
conspiración recientemente tendida para asesinar al monarca. Sin embargo, le
solicitó que no hiciera sufrir a católicos inocentes el castigo al crimen de
unos cuantos, prometiéndole, además, que exhortaría a los católicos del reino a
ser sumisos y leales a su soberano en todas las cuestiones que no interfirieran
con el culto a Dios. Desgraciadamente, el juramento de fidelidad que Jaime
demandaba contenía cláusulas a las que ningún católico podía firmar en
conciencia, y fue condenado solemnemente en dos buletos apostólicos, el 22 de
septiembre de 1606 y el 23 de agosto de 1607. Esta condena papal ocasionó la
disensión entre los partidarios del arcipreste George Blackwell y los católicos,
quienes se sometieron a la decisión de la Santa Sede. En Austria los esfuerzos
del Papa se dirigieron a reconciliar a los católicos en disputa, y a dar apoyo
moral y material a la Unión Católica. Pablo sobrevivió la batalla de Praga, que
puso fin al corto reinado del "rey de invierno" calvinista.
Pablo V no fue más ajeno al nepotismo que el resto de los pontífices del siglo
XVII, pero, si pareció mostrarse muy favorable a sus familiares, debe decirse
que ellos eran hombres capaces de vidas irreprensibles, y que consagraron sus
rentas públicas al embellecimiento de Roma. Pablo tuvo el honor de dar los
toques finales a la Basílica de San Pedro, que había estado construyéndose por
un siglo. Enriqueció a la librería vaticana, fue apasionado del arte y patrocinó
a Guido Reni. Canonizó a San Carlos Borromeo y a Santa Frances de Roma.
Beatificó a los futuros santos Ignacio Loyola, Francisco Xavier, Felipe Neri,
Teresa la Carmelita, Luis Bertrand, Tomás de Villanova e Isidoro de Madrid.
Durante su pontificado se fundó un amplio número de institutos para la educación
y la caridad, que añadieron un lustre nuevo a la religión. Sus restos fueron
depositados en la magnífica capilla Borghese en la Basílica de Santa María
Mayor, donde su monumento es admirado universalmente.
Vida en latín por BZOVIO, It. Traducción en continuación de PLATINA, Vite dei
Pontefici (Venecia, 1730); ver también VON RANKE, History of the Popes in the
Sixteenth, etc., Centuries; VON REUMONT, Gesch. der Stadt Rom; ARTAUD DE MONTOR,
History of the Popes (Nueva York, 1867).
JAMES F. LOUGHLIN
Transcrito por Gerald Rossi
Traducido por Francisco Con G.