LA CONFESIÓN DE FE EN LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO
JOSÉ RAMÓN GARCÍA-MURGA
La escasa plausibilidad de los dogmas de la Trinidad y de la
divinidad de Jesús -que se encuentra en la raíz del primero- es un
hecho constatado por la sociología de la religión. Realidad
preocupante ésta de que los dogmas centrales de la confesión
católica gocen de escasa aceptación y tengan poca repercusión en
la vida misma de los creyentes.
Constatación que inquieta sobre todo si tenemos en cuenta que el
cristianismo posee vocación universal. «Id por todo el mundo ... »,
evidentemente no para propagar una doctrina sin sentido, sino para
anunciar algo que afecta hondamente a la vida de los hombres de
todos los tiempos
El cristiano no puede ceder al espíritu de ghetto, o a la tentación de
convertirse en una secta. Ha de anunciar a todos la Buena Noticia;
ha de preguntarse por la manera de hacerla creíble y de convertirla
en manantial de sentido, en cualquier punto del espacio y del
tiempo.
La sensibilidad por la causa del hombre nos ha ayudado a
descubrir en Jesús de Nazaret el mensaje acerca de «una divinidad
preocupada por todo lo que sea humano», para emplear la
expresión de Schillebeeckx. La preocupación, no sólo por el
hombre, sino por el hombre situado históricamente, nos conduce a
comprometernos con la praxis de Jesús para transformar este
mundo de injusticia en Reino de Dios.
Recuperar la humanidad concreta de Jesús, y subrayar su
solidaridad y compromiso con los pobres de este mundo, contribuye
a devolver plausibilidad a la confesión cristiana. ¿No sería más
prudente poner entre paréntesis, al menos por un tiempo, la
cuestión de la divinidad del mismo Jesús? Enfatizarla ¿no significa
de hecho disminuir la importancia de lo humano?
La situación se torna aún más delicada cuando quien debe tratar
de la divinidad de Jesús es consciente de que hay una manera
-ideologizada, conservadora e interesada- de repetir que «Jesús es
Dios». Es la actitud de quienes se rasgan las vestiduras ante lo que
estiman que menoscaba la ortodoxia; en realidad lo que pretenden
-consciente o inconscientemente- es evitar comprometerse con la
causa del hombre, lo que les conduciría a tener que renunciar a
una serie de privilegios injustos.
I. REINTERPRETAR LAS
VIEJAS CONFESIONES DE FE
Enfocar la cuestión como problema de lenguaje abre un portillo a la
esperanza, y a un trabajo teológico apasionante. No se trata ya de
abandonar la confesión en la que los primeros cristianos
encontraron gozo y fortaleza, y que constituyó la fuente de su
identidad. La tarea consiste en encontrar las categorías adecuadas
que permitan realizar en nuestra época esa misma confesión, de
manera que confiera sentido a la existencia humana y, así, la
planifique; de manera también que empuje a comprometerse por la
liberacíón del hombre.
Se nos invita a traducir a categorías más personalistas y vinculadas
con nuestra historia la terminología sustancialista, cosista, con que
nos parece se expresaron los primeros concilios. Es necesario
pasar de unas categorías estáticas a otras que interpelen a la
persona y la comprometan.
Conviene recordar que el primer concilio ecuménico, el de Nicea,
puede considerarse como desembocadura de un proceso que parte
del encuentro con el Jesús histórico, y del reencuentro con él a la
luz de le experiencia pascual. No existe discontinuidad entre las
confesiones de las primeras comunidades cristianas, y la fe que se
expresa en Nicea con el famoso término homooúsios o
consustancial con el Padre.
1. La pretensión de Jesús
El encuentro con el Resucitado había acentuado el proceso
-multiforme- de profundización en la personalidad de Jesús. Si Dios
ha pronunciado su sí definitivo sobre esa vida es porque Jesús de
Nazaret, el hijo del carpintero, es el justo, el Profeta, el Señor, el Hijo
de Dios..., como nos decían en una conferencia anterior. Muchos de
estos títulos fueron acuñados por las primeras comunidades
cristianas y expresan la comprensión creciente que éstas van
adquiriendo de la historia de Jesús y de su significado.
J/LEY: Son títulos que enlazan con los interrogantes que había
suscitado la misma vida de Jesús, y que los van despejando. La
conducta de Jesús ¿no había implicado de hecho la pretensión de
presentarse como Salvador absoluto, y de detentar así el lugar que
únicamente a Dios correspondía? Parece que Jesús desabsolutizó y
se puso por encima de realidades sobre las que únicamente Dios
poseía autoridad, y que hasta cierto punto ocupaban el lugar de
Dios en la mentalidad ambiente. La Ley, en la concepción rabínica,
había llegado a tener tal entidad que se decía que el mismo Dios se
instruía cuidadosamente en ella cada día. Y Jesús reivindicó una
autoridad total sobre la Ley 1.
El templo era el lugar invadido por la Gloria de Dios, y donde
únicamente Dios se encontraba como en su casa. Jesús se sitúa
por encima de él, hasta el punto de ser acusado como reo de
muerte por hacerlo 2. Lucas comprende que también Jesús se
encontraba en el templo como en su hogar, cuando nos dice que él
es la Gloria que lo inunda al ser presentado por sus padres; el
mismo sentido tendría la indicación puesta en boca de Jesús, y
dirigida a sus padres que lo andaban buscando: «¿No sabíais que
yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2,49) 3.
Jesús pretendió realizar acciones -como la de perdonar pecados 4
- reservadas sólo a Dios. Al invocarlo como a su abba, se sitúa ante
él y con él en una relación filial de carácter especial, hasta entonces
inusitada. Probar que Jesús utilizó la invocación abba no implica
afirmar que Jesús es Dios, como tampoco lo supone aplicarle el
título de «hijo de Dios». Sin embargo los relatos evangélicos van
descubriendo a Jesús como «el» Hijo en un sentido especialísimo,
diferente de aquel que también permite decir con verdad, y por
indicación del mismo Jesús, que todos los hombres son hijos del
Padre. El llamado logion ioánico -«nadie conoce al Padre sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar»- es muy posible que
proceda de labios del mismo Jesús; indica una intimidad muy
particular entre el Padre y el Hijo. A partir de la aparición de ese
logion, el evangelio de Mateo considera sistemáticamente al Hijo en
una relación especial con el Padre, diferente de la que se puede
atribuir a los demás hombres 5.
2. El que trasciende la historia vivió la historia
Los contemporáneos de Jesús lo conocieron, sí, como uno más
entre ellos. Pero al mismo tiempo se vieron sorprendidos por su
pretensión de trascender la historia. Algunos, confirmados después
por la experiencia pascual, aceptaron como fundada esa
pretensión. En Jesús Dios mismo ha entrado en la historia.
Una de las últimas etapas de esa profundización en la personalidad
de Jesús está constituida por el desarrollo de la teología del
preexistente. Textos -y perspectiva- que afirman algo sobre el
mismo Jesús, y no sólo sobre su importancia existencial sobre
nosotros 6. No afirman únicamente que hay que definirse ante
Jesús para encontrar a Dios, sino que esa necesidad se funda en
que ese hombre, Jesús, es -como dice el cuarto evangelio- el Verbo
de Dios, que es Señor y Dios.
3. Los dos primeros siglos
Todo este proceso no es simplemente racional, sino enteramente
vital. Quienes habían seguido a Jesús durante su vida se ven
confirmados en su compromiso con Aquel por quien lo habían
dejado todo. Y los nuevos cristianos se encuentran celebrando, en
su liturgia, a Jesús como Señor. Bautizan en su nombre, y en el
nombre del Padre, lo que supone concederle implícitamente la
misma categoría que a éste.... le cantan himnos, lo reconocen
prácticamente como a Dios... 7.
La discusión estalla cuando esta confesión vital en la divinidad de
Jesús ha de situarse en relación con el monoteísmo judío, al que los
cristianos no renuncian, por una parte. Y por otra, en relación con el
Dios absolutamente trascendente y separado de este mundo, de la
filosofía helénica, y más concretamente de las corrientes
platonizantes.
4. Cristianismo y cultura helénica
La confrontación con la filosofía y la religiosidad helenística
determina todo el proceso de conceptualización en que se sitúan los
dos primeros concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla. En
ellos encontramos la afirmación que todavía hoy continuamos
repitiendo en el Credo de la Misa: el Hijo es homooúsios to Patri,
consustancial con el Padre. El Hijo posee el mismo contenido de
vida de Dios. Jesús es Dios como el Padre, y tan Dios como el
Padre 8 .
Se afirma además en estos concilios que Jesús es Dios por ser el
Hijo engendrado por el Padre. O dicho en nuestro lenguaje, que la
manera que tiene Jesús de ser Dios, plenamente Dios, es filial.
Vamos a examinar ahora más de cerca el significado y, sobre todo,
el sentido que estas dos afirmaciones pueden contener para la
existencia creyente de hoy.
II. JESÚS ES DIOS: SERIEDAD
ABSOLUTA DEL VIVIR HISTÓRICO
Afirmar que Jesús posee la misma ousía, esencia, o contenido de
vida que Dios supone modificar cualitativamente la visión helenista
platonizante, aun empleando sus mismas categorías.
1. La cosmovisión platonizante
D/VISION-PLATÓNICA: En síntesis, esta visión se caracterizaría:
1) Por la separación entre Dios y el mundo. La filosofía griega más
depurada nunca llegó a acuñar el concepto de creación; éste fue de
hecho una aportación cristiana. Si Dios no crea el mundo, mucho
menos puede contaminarse asumiendo su realidad.
2) Por una visión peyorativa de la materia y, por consiguiente,
dualista del hombre. De ahí las concepciones fisosófico-místicas
que desprecian el cuerpo (recordemos el soma sema de Platón) y
tratan de ascender al mundo de lo divino, el único real,
abandonando el de aquí.
3) Por introducir, pese a todo, intermediarios entre Dios y el mundo.
Sea porque ese mundo enemigo e independiente en su origen de lo
divino ha de ser configurado y mejorado según el mundo
verdadero... y Dios no podría hacer directamente esa tarea sin
mancharse los dedos. Sea porque esos intermediarios son en
realidad seres degradados, caídos del mundo celeste y que deben
recuperar su condición inicial (gnosticismo...
2. Nicea como correctivo de la visión platónica
CONCILIO-NICEA: Subrayo la perversión que puede entrañar esa
imagen de Dios separado, poder supremo que actúa por
intermediarios. El administrador o representante es quien ahorra
líos al amo; el que actúa sin corazón porque lo hace en nombre de
otro y, al mismo tiempo, posibilita que éste obre también sin
entrañas, al alejarle de la situación sobre la que actúa. En el Arbol
de los zuecos, de Claudio Olmi, el «padrone» nunca aparece; sólo
actúa el administrador que expulsa a la familia de arrendatarios por
el único delito de haber talado un solo árbol para fabricar el zueco
de madera que permitiría al chavalín llegar y volver de la escuela
después de una agotadora caminata diaria.
ENC/D-HUMANO: Debemos poner de relieve que, en Jesús, Dios
mismo y no otro es quien se acerca al hombre. La humanidad de
Jesús es lugar de encuentro de Dios con el hombre. Se trata de un
Dios humano, que sale hacia nosotros, sin pretender parapetarse
en una morada inaccesible desde la que actuaría a través de
intermediarios.
Al mismo tiempo y a la luz de lo dicho me parecen justificadas las
reservas que ha suscitado el hecho de designar a Cristo como
«representante» de Dios. Ciertamente lo es; pero no como alguien
distinto de Dios. Es el mismo Dios en lo otro.
3. La salvación en la historia
J/D: Para clarificar estas reservas me parece que conviene advertir
la diferencia que existe entre las expresiones «Dios estaba en
Cristo» (empleada por el mismo san Pablo) y «Jesús es Dios». Pese
a la verdad de la primera, creo necesario mantener también la
segunda. Y esto en base a la seriedad que hemos convenido
necesario otorgar a la historia. Afirmar que Jesús es Dios significa
que un trozo de nuestra historia, precisamente la de Jesús, ha
entrado en Dios de manera tan irreversible que constituye un solo
ser con el de Dios. El verbo ser indica en español mayor
permanencia que el estar. «Estar en» parece puntual, algo que se
verifica en determinado momento, y quizá sólo entonces. «Ser»
comporta un mayor grado de estabilidad.
San Atanasio, contrincante infatigable de los arrianos y defensor
inteligente de la fe de Nicea, ya insistíó en su tiempo en que lo que
estaba sobre el tapete no era un mero juego de palabras, sino la
cuestión misma de la salvación 9. Por ser el Hijo homooúsios 10, es
decir, por poseer el mismo contenido de vida que el Padre, se
produce la salvación. Esta consiste en la donación al hombre de la
vida de Dios. Hay un hombre, Jesús, que por ser, él, Dios, posee
esa vida en plenitud y por derecho propio.
4. Relevancia de la historia gracias a la Encarnación de
Dios
Por ese mismo hecho la historia de Jesús adquiere una relevancia
definitiva, e imposible de sustituir por cualquier otra mediación de
salvación. El hecho de que Jesús sea Dios significa que su historia
es historia de Dios, que se ha hecho con ella una sola realidad.
Por consiguiente, la única forma de salvarnos es vivir como Jesús
vivió. Pues es esa vida, y no otra, la que Dios ha unido
irreversiblemente a la suya. Nuestra confianza total en Jesús se
basa en esta aceptación por Dios de su historia y de su praxis
histórica. Aceptación que se contiene en la afirmación que los
cristianos realizamos hoy con la misma fuerza y la misma alegría
que ayer: Jesús es Dios.
J/ABSOLUTO: El hecho de que la historia de Jesús pertenezca
irreversiblemente a Dios supone que nunca podrá ser sustituida por
otra que la supere 11. ¿Por qué seguimos a Jesús con preferencia
a Buda o a Mahoma? Porque sólo de Jesús podemos decir que es
Dios. Esta afirmación convierte en relativas a todas las demás. El
cristiano refiere a Jesús cualquier otro proyecto de salvación
religiosa y de liberación humana que encuentre o que él mismo
elabore.
Esto no quiere decir que esos proyectos sean inútiles. Pueden
constituir las mediaciones concretas, en consonancia con nuestro
momento histórico, para vivir y comprometernos. Pero el creyente
se mueve hacia ellas impulsado por la Fuerza del Resucitado, y las
asume o purifica a la luz del proyecto de Jesús. Es éste el que ha
sido aceptado por Dios por encima de cualquier otro, y, por tanto, el
que siempre sirve de medida.
5. En Jesús nuestra historia queda asumida por Dios
J/HMD-PLENA-PERFECTA: La cristología contemporánea inició un
camino fecundo cuando advirtió que la humanidad de Cristo es
absolutamente plena y perfecta como humanidad, precisamente por
ser la humanidad de Dios; y cuando advirtió simultáneamente que la
humanidad de Cristo es humanidad de Dios, precisamente por ser
absolutamente plena y perfecta como humanidad 12 . La confesión
de la divinidad de Jesús nunca puede realizarse a costa de mermar
la plenitud de su ser hombre y la realidad de su historia.
J/D-H: Así nos lo hacen ver no sólo nuestra sensibilidad actual por
los valores del hombre como tal, sino los mismos relatos
evangélicos. La humanidad de Dios es la Buena Noticia que se
encuentra en la raíz de nuestra fe 13.
J/SENTIDO-COTIDIANO: Jesús se inserta profundamente en la
situación de su tiempo. A través de sus parábolas aparece el
conocimiento connatural que él poseía de las costumbres de su
pueblo: si parte de la semilla -en la parábola del sembrador- cae
sobre el camino, es porque la siembra se realizaba, contra nuestra
costumbre actual, antes de roturar el terreno. Si habla de un tesoro
escondido en un campo, es porque ese caso era frecuente en una
época de revoluciones y guerras en que se escondían
apresuradamente las cosas de valor ante la llegada del enemigo...
Al referirse a la mujer que mezcla un poco de levadura en la masa,
es muy posible que Jesús pensase en lo que tantas veces habría
visto hacer a su madre. Muestra un profundo y sencillo sentimiento
de la naturaleza cuando habla de los pájaros y de los lirios, o
cuando goza de la calma del lago de Genesaret después de haber
predicado al pueblo.
Jesús une a este sentido de lo cotidiano su extraordinaria firmeza y
claridad de propósito. No es un caudillo exaltado. Conjuga el poder
de denuncia con la misericordia; la confianza en su abba con la
solidaridad con los hombres. Solidaridad, por cierto, crítica. De ahí
su postura frente a la sociedad de su época en todo lo que tenía de
deshumanizadora.
Jesucristo, plenamente Dios, fue al mismo tiempo perfectamente
hombre, como advirtió el concilio de Calcedonia, completando así la
confesión de Nicea. Constituye un progreso cristológico observar
que la divinidad de Jesús no merma la autonomía de su humanidad,
sino que precisamente la constituye.
III. VIVIR FILIALMENTE,
Y POR ELLO COMPROMETIDAMENTE,
LA HISTORIA
La segunda afirmación del concilio de Nicea que nos interesa
destacar era que Jesús tuvo una manera filial de ser Dios. Jesús es
Dios, sí; pero por ser el Hijo engendrado por el Padre.
1. Dios en sí mismo, comunidad viva de relación
Cuando Nicea se expresa así, diciendo que el Hijo es engendrado y
no creado, no pretende sino reafirmar la divinidad de Jesús, al
aseverar contra Arrio que el Hijo no está hecho; no es poíema
(producto) ni ktisma (creatura); no es alguien que no existía y que
comienza a existir 14". Sino que por ser Dios posee otro origen que
el de las creaturas. Como éstas, tiene su origen en Dios; pero de tal
modo que él mismo es Dios, cosa que de ninguna manera se podía
afirmar de lo creado, Trazada la raya divisoria entre las creaturas y
Dios, el Hijo queda totalmente de parte de la divinidad, dice Nicea.
Calcedonia añadirá que queda también totalmente de parte de la
humanidad, pero sin que por ello surja un tertium quid o realidad
intermedia.
TRI/DESARROLLO-TECO: Al hablar de que en Dios hay un Hijo
engendrado por el Padre, Nicea abre la puerta a una concepción de
la divinidad, articulada y dinámica. El Hijo es Dios, pero es al mismo
tiempo distinto del Padre. El desarrollo posterior de la historia del
dogma confirmará que no es posible interpretar la fórmula de Nicea
en un sentido modalista. Dios es simultáneamente Padre e Hijo y
(como lo explicará más claramente el concilio primero de
Constantinopla) Espíritu Santo. Entre los tres se da una taxis o
articulación, de manera que constituyendo unidos el mismo Dios,
son sin embargo distintos entre sí 15.
Este desarrollo teológico -que constituye la teología por excelencia:
la ciencia que se ocupa del mismo Dios- es imposible exponerlo
ahora aquí. Sólo quiero subrayar un aspecto que a mí me cautiva
por la contribución que puede suponer a la creación de un hombre
nuevo. Y es que en el interior de Dios, el Hijo lleva una intensa vida
de relación social. Porque lo único que le diferencia del Padre es
acoger la vida que éste le entrega. Y con él, expresa y transmite su
amor sustancial, es decir, el Espíritu Santo 16.
2. La vida de Jesús, traducción en la historia de su ser
relacional de Hijo
Se podría preguntar qué tiene que ver este viaje hacia el interior de
Dios con el hombre nuevo. Pues para ser concretos, y para
dejarnos de especulaciones que serían ahora excesivas, invito a
dirigir de nuevo los ojos hacia Jesús de Nazaret. Acabamos de
subrayar la autonomía de su ser hombre: pero éste forma una sola
realidad con su ser Dios. De ahí que lo que el Hijo sea en la
intimidad de Dios se exprese y se trasluzca en la historia de Jesús.
J/H-AUT/NO-MARIONETA: Esta es la razón última por la que en él,
en ese hombre, encontramos y conocemos a Dios de una manera
nueva. Porque su humanidad no es una especie de uniforme que
oculte su condición filial divina; ni es tampoco una marioneta que
nada nos diga acerca del verdadero Dios que estaría oculto entre
telones moviendo los hilos. Al contrario. Jesús, y por extensión todo
hombre que sea fiel a su verdadera humanidad, es lo que surge
cuando Dios quiere expresarse en nuestra historia 17.
J/ACOGIDA-TOTAL: Mirando pues hacia Jesús, no cabe duda de
que él vive una actividad básica, que se caracteriza por acoger la
vida como regalo y la historia como misión, y esto desde su
intimidad con el Padre. Un acoger que le condujo a entregar toda su
realidad humana, hasta convertirse en la Cruz en puro acogimiento,
para hacer mayor espacio al amor.
Jesús acoge la vida como regalo. Su sensibilidad para descubrir la
belleza, la inocencia de los niños, la sencillez de determinados usos
sociales... a que antes hicimos referencia, se refiere a algo de esto.
Jesús vive con el Padre todas estas realidades, y desde él ve
confirmado ese mensaje de confianza en la realidad que, como
esperanza básica, a todos nos sustenta a pesar de todos los
pesares. Jesús lucha contra todas las situaciones de pobreza e
injusticia, pero nunca echa mano del odio para combatirlas, porque
sabe que la palabra definitiva y el horizonte que siempre hay que
mantener es precisamente el del amor 18.
Jesús acoge la vida y se complace en ella con amor. Al mismo
tiempo acoge también, deja penetrar hasta su interior, todas las
realidades negativas contra las que él se rebela, y que, aun sin
destruir su amor, le producen unas veces ira, otras amargura o
inmensa tristeza. Desde la historia del Calvario, morir crucificado
significa morir a manos de aquellos a quienes la víctima se niega a
odiar, y por quienes ha entregado lo mejor de su existencia.
ACOGER/AMAR: A/ACOGER: Acoger es una manera de amar, que
lleva la muerte en sus entrañas. Porque supone dar la vida, y en
este sentido, dejar de vivir para que viva el otro (subrayo: para que
viva el otro; no porque uno se complazca en el propio sufrimiento o
en la autodestrucción). Jesús mantuvo su solidaridad hasta la
muerte.
Morir significa dejar de ponerse en la existencia, abandonar toda
postura de afirmación de sí y, desde luego, cualquier tipo de
dominación sobre los demás... Si después de morir surge el Señor
Resucitado, éste se constituirá como acogimiento de otra vida que
el Padre le entrega, precisamente como confirmación de que la
auténtica manera de realizarse como hombre es ir dando vida,
entregándola en favor de los demás, y, en este sentido y no en otro
cualquiera, ir muriendo.
3. El rostro solidario del Padre, revelado en Jesús
Al vivir así, Jesús no sólo manifiesta su propia condición filial, sino
también el rostro del Padre entre los hombres. Se trata del mismo
Dios que desde el Antiguo Testamento prefirió definirse por su
solidaridad con los hombres.
D/DOS-DEFINICIONES D/ENC-ZARZA: Quizá podamos considerar
la revelación de Dios como enmarcada por dos grandes
definiciones: la de la zarza, «yo soy el que soy», y la de san Juan,
«Dios es amor». Ambas suenan a definiciones metafísicas,
abstractas, y no lo son. En el primer caso, Dios desciende a la
zarza, el arbusto que simboliza la humillación y la realidad de una
vida que se desliza entre espinas e injusticias. El «yo soy el que
soy» significa para una mentalidad semita algo así como «yo soy el
que estoy entre vosotros solidariamente». Es la definición de un
Dios que ha bajado para hacerse presente y para liberar a su
pueblo oprimido por la esclavitud
J/ENC-ZARZA: «Dios es amor» es la conclusión del discípulo que
considera que Dios nos ha entregado a su propio Hijo, que también
descendió a la zarza de la condición humana, sellada por el
sufrimiento. Desde ahí, desde dentro y sufriéndola en su propia
carne, combatió Jesús la injusticia. En esta perspectiva, el
homooúsios significa que Jesús es el mismo Dios que ya en el
Antiguo Testamento se inclinó hacia los hombres (contra la visión
del Dios aklinés de Filón), y asumió su suerte 20.
En Jesús se revela el Padre, de cuya intimidad vive y cuya Fuerza
transmite. Jesús se caracteriza por estar en la vida con una
capacidad desconocida de amar. Amor que no rehuyó la
confrontación. Jesús no se escondió ni cuando la posibilidad de que
lo matasen se hizo patente. Como Fuerza, este amor alentó siempre
la vida de Jesús. Lo empujó a morir como insurrecto contra un
sistema donde imperaba el odio y la violencia, sin caer en la
tentación de dejarse arrastrar hacía las mismas actitudes que él
pretendía combatir 21.
4. Jesús transmite la misma Fuerza que impulsó su vida
J/ES-FUERZA: Esta es la Fuerza de amor que se transmite a los
discípulos y a las comunidades que viven su experiencia pascual.
Se le designa como «espíritu» de Jesús, y ya en el Nuevo
Testamento comienza a configurarse como alguien que con el
Padre y el Hijo participa de su misma condición divina.
J/TALANTE-RELACIONAL: En la vida humana de Jesús se
manifiesta el talante relacional de su ser divino. Actúa como Hijo, y
transmite amor. Acoge y entrega. Vive desde el Padre y hacia él. Se
compromete por ello a transformar las relaciones insolidarias entre
los hombres, mediante la Fuerza de ese amor que recibe del Padre.
A través de su comportamiento filial y solidario se manifiesta como el
Hijo 22 que la comunidad eclesial descubrirá como consustancial
con el Padre, y como el que junto con él da origen al Espíritu de
amor.
Confesar la divinidad de Jesús significa que en esa vida de
hombre, por encima de cualquier otra, se manifiesta lo que es el
hombre en plenitud: el que desde la fe en el Padre contempla la
historia con ojos nuevos, y el que sabe amar con un amor también
absolutamente nuevo. Una manera de amar que trabaja
incansablemente para conducir a los hombres a la casa del Padre,
a través de una praxis comprometida en la extensión del Reino.
Praxis comprometida y Reino de Dios que se aprende a través de
la comprensión creyente -guiada por la lectura total del Nuevo
Testamento- de la historia de Jesús de Nazaret, el Hijo del Padre,
consustancial con él por su divinidad, y con nosotros por su
humanidad.
....................
1. V. TAYLOR, The Person of Christ in New Testament teaching, New York
(1966), pág. 160. W. TRILLING, Jésus devant I'histoire, Paris (1968), págs.
111-129, especialmente páginas 128-129.
2. «Nosotros le oímos decir: "Yo destruiré este santuario hecho por hombres
y en tres días levantaré otro no hecho por hombres"»: /Mc/14/58. «Este logion,
esencialmente auténtico de Jesús», advierte que «el lugar de encuentro con
Dios no es el templo sino el propio Jesús. Jesús reemplaza al templo como
medio para la relación con Dios» (E. SIIILLEBEECKX, Jesús, la historia de un
viviente, Madrid [1981] págs. 222-223). La purificación del templo suscita la
pregunta por la exousía de Jesús para proceder así (Mc 11,18a.28). La
respuesta queda en suspenso, y Marcos la encuentra en la revelación
progresiva de la filiación de Jesús (cfr. E. SHILLEBEECX, O.C. pág. 221, y H.
Urs von BALTHASAR, Ensayos teológicos II Sponsa Verbi, Madrid [1964], pág.
133, a la luz de W. MARC H EL, Dieu Pére dans le Nouveau Testament, Paris
[1966], págs. 39-53).
3. R. LAURENTIN, Jésus au temple, Paris (1966). Esta extensa monografía
está dedicada a mostrar que debe optarse por traducir «en la casa de» en vez
de «en las cosas de mi Padre». La historia de la infancia en el tercer evangelio
contribuye a penetrar en la condición trascendente de Jesús, desde las
peculiaridades de su género literario. Cfr. del mismo R. LAURENTIN, Structure
et théologie de Luc I-II, Paris (1964).
4. E. SHILLEBEECKX, o:c:, págs. 187-193, especialmente páginas 189-190.
5. J. JEREMIAS, El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca
(1966), págs. 15-37.
6. X. PIKAZA, Los orígenes de Jesús, Salamanca (1976), págs. 235-257,
resume bien el problema. Ver sobre todo: F. B. CRADDOCK, La preexistencia
de Cristo en el Ntievo Testamento, Bilbao (1972); y muy especialmente C. H.
DODD, Interpretación del cuarto evange!io, Madrid (1978), págs. 254-265.
7. M. WILES, Del Evangelio al dogma. Evolución doctrinal de la Iglesia
antigua, Madrid (1974), págs. 61-85. J. L. PRESTIGE, Dios en el pensamiento
de los Padres, Salamanca (1977), págs. 101-177.
8. E. BOULARAND, L'hérésie d'Arius et la «foi» de Nicée, 2 vols., Paris (1972).
J. ORTIZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, Vitoria (1969).
9. M. WILES, o.c., págs. 87-102.
10. Sobre el significado y el sentido de este término en Nicea, J. L. PRFSTIGE,
o.c., págs. 205-223,
11. «Quien admite que Jesús le dice la verdad últíma de su vida y confiesa que
en Jesús y en su muerte Dios le ha dícho la última palabra, no las palabras
penúltimas.... acepta a Jesús como Hijo de Dios, tal como lo confiesa la
Iglesia»: K. RAHNER, Curso fundamental sobre la fe, Barcelona (1979), pág.
270.
12. K. RAHNER, Escritos III, Madrid (1963), pág. 41.
13. Pocos autores han mostrado de manera tan penetrante como P.
SCHOONENBERG, Un Dios de los hombres, Barcelona (1972), págs.
106-119, la imbricación de la trascendencia de Jesús en su vida de hombre.
Por lo dicho es obvio que no compartimos la postura de Schoonenberg acerca
de la preexistencia de Jesús.
14. W. MARCUS, Arrianismo, Sacramentum mundi I, Barcelona (1972), págs.
420-424.
15. Cfr. obras citadas en notas 7 y 8.
16. La intuición de que en la vida y sobre todo en la muerte de Jesús, el Hijo se
revela como Puro acogi- miento del Padre, en nadie la he encontrado tan
penetrantemente captada como en G. LAFONT, Peut-on connaitre Dieu en
Jésus- Christ?, Paris (1969), páginas 235-262. También se encuentra en J.
MOLTMANN, Der gekreuzigte Gott, München (1972), páginas 184-267,
17. Estas metáforas de Karl Rahner se encuentran a la base de la actual
revalorización de la humanidad de Jesús. Ver, por ejemplo, Escritos IV, Madrid
(1961), págs. 123-125 y páginas 154-155.
18. Quien desee desarrollar esta afirmación puede referirse a W.
PANNENBERG, Teología y Reino de Dios, Salamanca (1974), págs. 49-54,
19. A. LACOCQUE, Le devenir de Dieu, Paris (1967), pá ginas 94-95,
20. W. MAAS, Unveränderlíchkeit Gottes als Horizont einer zukunftigen
Christologie, München-Panderborn- Wien (1975), pág. 103.
21. L. BOFF, Paixao de Cristo, paixao do mondo. Os fatos as interpretaçoes e o
significado ontem e hoje, Petropolis (1978), págs. 160-161.
22. Jon SOBRINO, Cristología desde América Latina, México (1977), páginas
292 y 294: la relación filial de Jesús al Padre, definitorio de la personalidad del
primero; la historia concreta de Jesús, versión histórica de la filiación eterna
del Hijo; págs. 191 y ss.: la vida del hombre que se identifica con el oprimido
es participación de la vida misma de Dios: nos incorpora por el Espíritu a la
manera que tuvo el Hijo de estar en la vida.
JOSÉ RAMÓN GARCÍA-MURGA
LA CONFESIÓN DE FE EN LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1984. Págs.
7-30