La conversación humana es un sonido de la conversación que mantienen el Padre y el Hijo
La conversación divina resuena a
través de la palabra humana. De este modo recibe la conversación
humana una dignidad indestructible. Esta dignidad no viene de la
tierra, sino del cielo. Cuanto más elevado es el rango que ocupa
una palabra en la esfera de las palabras humanas, tanto más
resuena en ella la bienaventuranza de la palabra divina.
Teniendo en cuenta que la palabra humana es un eco de la
conversación del Padre y del Hijo, se comprende la importancia que
tiene para la comunidad. La palabra humana es al mismo tiempo
expresión y fundamento de la unión. En la palabra humana se
manifiesta la relación que une al yo con el tú; en ella obtiene esa
relación nueva fuerza. De este modo la palabra se convierte en
signo del amor. No podía menos de ser así. La conversación del
Padre y del Hijo es una conversación amorosa. Por eso, es la
palabra humana una palabra de amor, siempre que sea
debidamente hablada. En la palabra humana del amor resuena en
el tiempo la eterna conversación del amor. Esta peculiaridad de la
palabra humana explica por qué la palabra puede producir
bienaventuranza.
En virtud de su libertad, el hombre puede desfigurar el sentido de
la palabra. El hombre introduce en la conversación el caos mediante
el mismo proceso con que ha introducido el caos en el mundo,
mediante la rebelión contra Dios, ejerciendo un poderío tiránico
sobre el mundo, que es una creación de Dios. El autocratismo
humano impide que resuene en la palabra la conversación divina.
Con arbitrariedad impía emplea la palabra sin considerar que es un
dios divino, como si fuese su propiedad absoluta, sobre la cual
puede disponer libremente, convirtiéndola en instrumento del odio y
de la mentira. La palabra del egocentrismo y de la tiranía oculta el
verdadero sentido de la conversación humana. Mediante la Obra de
la Redención, Cristo ha tratado de librar la palabra humana del
estado de perversión y degeneración en que había caído. Que su
Obra redentora había de tener importancia también para la palabra
humana se deduce del hecho que es la Palabra eterna del Padre la
que asume los destinos. Después que hubieron precedido muchas
palabras particulares, el Padre habla de su Palabra eterna en la
Historia humana mediante la Encarnación del Hijo. En Cristo
podemos contemplar bajo forma visible la palabra eterna del Padre.
Podemos percibirla en las palabras humanas que Cristo ha
pronunciado. En cada una de las palabras pronunciadas por el
Señor aparece la palabra eterna del Padre. La parte de la eterna
conversación divina que podemos oír en ellas, es lo que Dios ha
reservado para nosotros. AI asumir los destinos humanos el Logos
eterno ha asumido también la palabra humana. En todas sus
palabras terrenas ha adoptado forma humana la eterna Palabra de
Dios. El hecho de la Encarnación, es decir, la aparición del Hijo de
Dios bajo la forma humilde de hombre, se repite específicamente en
cada una de sus palabras. La Palabra eterna de Dios se humilla
adoptando la forma del lenguaje humano. El lenguaje humano, la
palabra humana que el hombre orgulloso y autocrático había
desfigurado oponiéndolo a Dios es conducida por Cristo a la esfera
de la divino. De este modo vuelve a recibir su verdadero sentido, el
cual consiste en ser eco de las eternas conversaciones divinas y su
manifestación en el tiempo. Esta redención de la palabra se verifica
mediante la redención del hombre dotado de la capacidad de
hablar. Cristo no ha conducido al hombre hasta Dios de un modo
mecánico, sino respetando su libertad. En sí mismo ha conducido la
naturaleza humana hasta Dios, y ha exhortado al resto de la
humanidad a que se una con su naturaleza humana por medio de la
fe y de los sacramentos, entrando así en el camino que conduce
hacia el Padre. El hombre puede escuchar la llamada del Señor y
puede someterse a sus mandatos. Lo mismo que el hombre llamado
por Cristo es responsable del éxito de la obra redentora de Cristo,
así también el hombre llamado por Cristo es responsable de la
vuelta hacia Dios de la palabra humana. Cristo ha establecido
palabras que se hallan en un movimiento continuo hacia Dios,
mientras dure el tiempo de la Historia humana, a saber, las
palabras de la anunciación y las palabras de los sacramentos. En
ellas siguen resonando sus palabras redentoras pronunciadas en el
tiempo, palabras que oímos la parte de la eterna conversación
amorosa divina que Dios ha querido comunicarnos.
Los seguidores de Cristo deben procurar que la conversación
eterna divina resuene también en las palabras humanas de la vida
ordinaria. Esto implica una doble obligación: la conversación
humana ha de estar al servicio de la verdad, no al servicio de la
mentira, ha de prestar servicios al amor y no al odio. Sólo la palabra
verdadera y la palabra de amor son un eco de la eterna
conversación que mantienen el Padre y el Hijo. La palabra humana
es un eco de la eterna conversación divina. En esto consiste la
razón por la cual la palabra humana debe estar al servicio del amor
y de la verdad. Sólo cuando sirve al amor y a la verdad cumple con
las exigencias de su último y profundo sentido, el cual consiste en
manifestar la eterna conversación divina, para que de esta manera
triunfen el amor y la verdad. Cuando se convierte en instrumento del
odio y de la mentira pierde su verdadero y profundo sentido.
Contribuye al triunfo del odio y de la mentira y destruye los órdenes
terrenos que solo pueden subsistir bajo el dominio de Dios, de la
verdad y del amor. Cada una de las palabras del odio y de la
mentira lleva en sí una tendencia hostil a Dios y enemiga del
hombre. Pero en la época histórica iniciada por Cristo, las palabras
del odio las lleva en sí una tendencia hostil a Dios y enemiga del
hombre. Pero en la época histórica iniciada por Cristo, las palabras
del odio y de la mentira se oponen de una manera especial al
sentido eterno del lenguaje humano. El pecado cometido en la
época histórica iniciada por Cristo es más grave que el pecado
cometido en la época precristiana; es un pecado del hombre adulto
y, por lo tanto, un pecado de mayor malicia. Algo parecido puede
decirse de la actitud que desfigura la palabra humana al despojarla
de su relación con el Dios de la verdad y del amor. Las palabras
humanas pronunciadas en actitud de rebeldía contra Dios, es decir,
las palabras del odio y de la mentira, tienen en la época cristiana un
carácter diabólico. Son el instrumento por medio del cual aumenta
su poderío Satanás, el señor de la mentira y de la tiranía. En las
conversaciones impías, Satanás se apodera del don mediante el
cual se revela la humanidad del hombre es decir, de la capacidad
del habla, poniéndola al servicio del infierno. Esta perversi6n y
perversidad alcanza el grado supremo de culminaci6n en los casos
en que Satanás por medio de sus servidores comunica a las
palabras del odio y de la mentira un disfraz de verdad y amor. El
infierno imita todas las cosas divinas, sin excluir la muerte expiatoria
de Cristo para engañar de este modo a los hombres. Así también
imita con sus palabras de mentira y odio las palabras del amor y de
la verdad, para engañar a los oyentes.
No siempre posee dimensión diabólica la desfiguración de la
palabra humana, pudiendo nombrar el caso en que las palabras
están al servicio de la vaciedad, en lugar de servir al amor y a la
verdad. Palabras vanas ponen de manifiesto la vaciedad del hombre
que las pronuncia. La vaciedad total de las palabras, la vaciedad
"nihilista" se deriva de un espíritu ante el cual no se abren más
horizontes que los de la nada. Junto con tales palabras tiene que
ser nombrado el aburrimiento. El grado supremo de la vaciedad es
el mutismo, no el que aparece cuando la plenitud del espíritu y del
corazón sobrepasa las posibilidades de la palabra, sino el que
aparece cuando el hombre está vacío que no tiene nada que poder
manifestar por medio de la palabra. En el lenguaje convertido en
caos se pone de manifiesto el nihilismo del hombre. Pero ni siquiera
el lenguaje caótico puede negar que su verdadera patria de origen
está en la conversación eterna del Padre y del Hijo. También sobre
ese lenguaje flota un resplandor celestial.
Bien que la palabra vacía no sea un instrumento del infierno,
diferenciándose así de la palabra del odio y de la mentira, se halla
muy cerca de éste. Es, en efecto, el infierno el que desfigura todo lo
divino. La Sagrada Escritura afirma esto cuando dice que el
mutismo, la enfermedad espiritual más opuesta a la dignidad
humana, es un instrumento de Satanás (Véase M. Schmaus, Sobre
la esencia del cristianismo, Rialp).
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA I
LA TRINIDAD DE DIOS
RIALP.MADRID 1960.Pág. 588 ss.