¿DE QUÉ NOS LIBERA JESÚS?
¿Por medio de qué nos salva Jesucristo? Por la realización de su
propia vida, que vino a vivir entre nosotros, desde su vida oculta.
Por su predicación, que es luz y fuerza, revelación de una realidad
superior, invitación a la conversión. Por su fidelidad hasta la muerte,
pues al participar en su fidelidad, también nosotros podemos vencer
al pecado. Y por el perdón del pecado y la vida sobrenatural, que
nos comunica al enviarnos su Espíritu. He aquí por medio de qué
nos salva Jesús; veamos ahora de qué nos libera.
¿De qué nos libera Jesús? Intentaremos responder distinguiendo
cinco esferas de acción e indicando para cada una la manera como
se opera la salvación cristiana.
1. Jesús libera al hombre de su profunda incapacidad para lograr
la realización de sus deseos más profundos.
Psicológicamente, no son en verdad esos deseos los más
claramente conocidos; y si fuera menester seguir un camino
psicológico, quizá habría que comenzar por lo que nosotros
tomaremos como tercera esfera de acción; pero aquí seguimos el
orden ontológico de prioridad. Para esto vino Jesús: para traernos
la vida sobrenatural.
Es muy importante presentar a Jesucristo incluso antes de toda
consideración sobre el pecado. Sin embargo, se puede ya utilizar el
vocabulario de la salvación porque el hombre está en incapacidad
de alcanzar por sus propias fuerzas, sin ayuda sobrenatural, su
verdadero destino, su verdadera felicidad. Desde el comienzo,
pues, podemos decir que Jesús vino para permitirnos alcanzar
nuestra felicidad total; y precisamente para decirnos que esta
felicidad radica en el encuentro con Dios que nosotros ignorábamos
hasta entonces. Jesús nos aporta una posibilidad de hacer más
perfectas todas nuestras acciones; de darles un valor mayor; de
animarlas con una caridad más profunda. La manera como se
produce esta acción salvífica es directa. Es una acción de la gracia
que se ejerce interiormente, y es la proclamación del Mensaje de
Jesús, que nos llega desde el exterior.
2. La realidad de la existencia humana comporta también la del
pecado; en esta esfera reside la necesidad más profunda de
salvación. Todo hombre, que conozca a Dios y se dé cuenta de
haberlo ofendido, se encuentra en la necesidad del perdón. Jesús
nos trae el perdón del Padre.
Pero el campo del pecado es mucho más amplio. No se trata
solamente de algunas faltas individuales de las que nos damos más
o menos cuenta. Se trata del dominio del pecado sobre la
humanidad. Este dominio incluye una inclinación interior al mal y el
escándalo que da el "mundo", tomado en el sentido de «ambiente
de aquellos que se entregan al pecado».
P/QUÉ-ES: ¿En qué consiste, pues, el pecado? Puede decirse
que consiste fundamentalmente en antropocentrismo cerrado en sí
mismo. El hombre se hace a sí mismo centro de su existencia, se
toma por su propio fin último, rehúsa orientarse hacia Dios, rehúsa
«conocer a Dios», como dice la Biblia. Este antropocentrismo se
presenta bajo dos formas: la suficiencia del hombre en cuanto a sí
mismo y su desconfianza respecto a Dios.
Jesús libera al hombre de su falsa autosuficiencia. Despierta en
nosotros el sentido de los valores superiores, y en referencia
inmediata a Dios. Nos invita al desprendimiento de una confianza
exagerada en los bienes de este mundo o en el poder del hombre
como fuente de felicidad. Nos da la luz espiritual. Nos presenta el
testimonio, a la vez accesible y trascendente, de una vida vivida
enteramente para Dios y con Dios; de una vida que asume en este
amor de Dios la plenitud del amor de los hombres por parte del
Padre. Y al enviar su Espíritu, nos da luz, fuerza, perdón y vida
nueva.
Jesucristo libera al hombre de la falta de confianza en Dios. Sitúa
todo su Mensaje en la línea de la fidelidad benevolente de Dios
hacia los hombres, y de una entrega del hombre a Dios en lo que
concierne a su felicidad. Jesús abre a esta felicidad perspectivas
escatológicas. La felicidad del cielo no se opone al progreso
humano en la tierra; pero sólo se alcanza siguiendo una ruta, que
estará siempre, en cierto modo, marcada por la oposición de las
fuerzas del mal. Jesús mismo vive esta confianza en Dios, en
perfección; pues la practica hasta la cruz, que es precisamente la
prueba más dura para la confianza en Dios..
¿De qué manera obra Jesús esta liberación del pecado? También
aquí, por medio de una acción directa, del don interior de la gracia
que influye en nuestra libertad. Es una acción progresiva cuyos
resultados no se conocen inmediatamente en sí mismos, sino a
través de mediaciones, especialmente de la práctica de la caridad.
Esta nos introduce en la tercera esfera de la salvación que es la de
los males terrenos.
3. Cuando se habla de males terrenos se piensa normalmente en
primer lugar en los infortunios físicos: el hambre, la enfermedad, la
miseria; o, según la terminología que se aviene mejor con la de
nuestro tiempo: el subdesarrollo económico. La historia nos enseña
que estos males provienen, en gran parte, de las guerras y de la
falta de justicia entre los hombres.
En el terreno de los desórdenes causados por el pecado, Cristo
nos trae la salvación, haciendo posible evitar el pecado que se
encuentra en la fuente misma de estos desórdenes. Su acción
salvífica actúa aquí de manera indirecta, pero eficacísimamente.
Asimismo, en lo que concierne a los males que no provienen del
pecado, pero que el hombre puede remediar por el progreso de la
técnica. Toda acción con miras a suprimir el hambre, la enfermedad
o la miseria, es objeto de la práctica de esta caridad que Cristo
enseñó, y por la cual nos da una fuerza que consigue extender el
radio de acción caritativa. Este punto será examinado con más
detención en el párrafo 5º.
4. Al tomar conciencia de los derechos que pertenecen a su
dignidad de persona humana, el hombre comprueba que un campo
de liberación, entre los más importantes, es el de las servidumbres
que impone un legalismo exagerado.
En el Evangelio, Cristo mostró claramente su desaprobación a los
fariseos que consideraban la ley con un sentido demasiado rígido.
Jesús dijo que, incluso el sábado, está hecho para el hombre; este
sábado es el día en que el hombre debe estar libre para honrar a
Dios con un culto público. La ley suprema que Cristo nos ha
revelado es la de su Espíritu, que nos comunica para vivir conforme
a su Mensaje evangélico. Por consiguiente, el cristianismo libera del
falso legalismo al reconocer y admitir la prioridad de la norma
interior que es el dinamismo de la caridad sobrenatural y total.
Parece que, de esta manera, hemos recorrido las principales
esferas sobre las cuales obra la liberación cristiana. Y no obstante,
nos queda una que merece toda nuestra atención.
5. MU/LIBERACIÓN: Situado incluso en el buen camino hacia su
destino final, y provisto de los medios necesarios para progresar en
esa dirección, el hombre está todavía sometido a la muerte, y por
eso es incapaz de asegurar el cumplimiento total de su felicidad. En
efecto, para evitar el fracaso final, para lograr la felicidad definitiva,
debe pasar a un orden totalmente distinto de existencia. Debe
pasar del tiempo a la eternidad, de la tierra al cielo, y a esa
misteriosa tierra nueva que corresponde a la resurrección de los
cuerpos.
Cristo vino a liberarnos de esta última insuficiencia. El prometió
hacernos participantes en el don de la plenitud que El mismo ha
recibido en su vida gloriosa. Este don se coloca a un tiempo en el
plano religioso y en el plano de todos los valores humanos. En el
plano religioso, porque se trata ciertamente de la totalidad de la
caridad, caridad integral y definitiva, realizada en la vida eterna, es
decir, en una existencia a la que accedemos por la victoria sobre la
muerte misma. Como dice San Pablo, entonces es cuando la
muerte, el último enemigo, será vencido. Así, pues, esa victoria
engloba el triunfo sobre todos los demás males: por tanto, se sitúa,
también en el plano de todos los valores humanos. No hay medio de
captar lo que es la salvación cristiana si rechazamos pensar en la
salvación escatológica.
Mientras quedara abierta la cuestión de saber si el esfuerzo de
caridad habría de desembocar en un fracaso final, el hombre no
sabría verdaderamente si caminaba hacia la felicidad o hacia el
abismo del aniquilamiento. Es la resurrección de Cristo la que nos
trae la luz y vida definitiva. En la vida de Cristo vemos que la
caridad conduce a su propia expansión. Al participar en la caridad
de Cristo, al participar en su fidelidad, incluso a través de todas las
pruebas que la caridad debe sufrir, sabemos que nosotros
participaremos también en la manifestación total de la caridad.
M.
VAN CASTER
EXPERIENCIA HUMANA Y PEDAGOGIA DE LA FE
CELAM-CLAF.MAROVA MADRID-1970.Págs. 166 ss.