DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS
J/MU/INFIERNOS INFIERNOS/J/MU
Olivier Clément, ateo y convertido al cristianismo en la edad
adulta, enseña en el Instituto de Teología San Sergio de París. Es
autor de numerosas obras dedicadas especialmente a una
profundización del cristianismo ortodoxo y a ofrecer su testimonio
ante las cuestiones fundamentales que plantean la modernidad y la
sociedad secularizada contemporánea. Este texto corresponde a
su intervención en un programa transmitido el día de Pascua por la
televisión francesa dedicado a la ortodoxia.
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-Cristo ha resucitado
En esta mañana de Pascua, la Iglesia ortodoxa celebra la victoria
de la vida sobre la muerte. Quisiera evocar particularmente un
aspecto de esta victoria que es fundamental y que quizás ha sido
un poco olvidado en Occidente: me refiero al tema del descenso de
Cristo a los ¿infiernos.
Recuerdo cuando estaba en Constantinopla, elaborando con el
patriarca Atenágoras un libro de diálogos. Era verano, hacía calor
y después de comer, el patriarca me dijo: "Echese un poco de
siesta". Pero no me apetecía, así que subí hasta una antigua
iglesia, que primero se llamó del Cristo de los Campos, después
fue la mezquita de Karié Djami y hoy es un museo. Allí en un
"paraclesión" hay un fresco prodigioso que me fascinaba. He
pasado horas mirándolo. La pintura representa el descenso de
Cristo a los infiernos.
Imaginen a Cristo revestido de una blancura deslumbrante, con
toda la fuerza de la luz, descendiendo al abismo, rompiendo con
los pies las puertas del infierno. Se adivina la silueta sombría del
Separador aplastado. Cristo agarra literalmente por las muñecas a
Adán y Eva (es decir a ti y a mi, a toda la humanidad) y les hace
salir fuera de sus sepulcros.
Es una escena que para mí contiene lo esencial del mensaje
cristiano, sobre todo para nosotros hoy, que estamos en una
situación en la que nos sentimos rodeados de todo tipo de
nihilismos. Me pregunto si no es el momento histórico, el lugar
providencial, para hacer estallar esta noticia: Cristo desciende a
los infiernos, para vencer al infierno, para vencer a la muerte. Lo
sigue haciendo, aquí y ahora, pues lo que sucedió se ha grabado
en la omnipresencia de Dios y constituye, en cierta forma, una
realidad permanente.
-¿Qué es la muerte?
El infierno, la muerte, creo yo que quiere decir no sólo que
vamos a morir un día, biológicamente, sino que sin cesar
experimentamos lo que yo llamaría la muerte espiritual. Todos
conocemos situaciones en las que tenemos la impresión de que
nada tiene sentido, que todo es separación, que todo es absurdo,
que todo es horror; no sólo situaciones de muerte, sino verdaderas
situaciones de infierno. Llega un momento en que se tiene la
impresión de que no hay salida.
SHEOL//SEOL: La Biblia no habla como los antiguos griegos,
como Platón, de la inmortalidad del alma, que, en el momento de la
muerte, se liberaría de cuerpo; habla, más bien de una situación
fantasmal de las almas, en lo que ella llama el Shéol y que la
antigua tradición griega de la Biblia, la de los Setenta, traduce por
Hades, con una palabra griega que quiere decir un lugar, o más
bien un estado, en que uno no ve ni es visto por nadie.
En una historia de los Padres del desierto, un alma que está en
el Hades se dirige a un santo monje y le dice: "Ruega por nosotros,
porque aquí donde nos encontramos estamos atados espalda
contra espalda y no podemos vernos el rostro, ni podemos ver al
otro como un rostro".
¿No es algo que nos sucede a todos? No ver al otro, no llegar a
ser visto por el otro, estar en esa situaci6n de desesperanza. Me
atrevería a decir que el infierno, la muerte, son realidades
extremadamente cotidianas.
P/MU MU/P: Para los Santos Padres hay una especie de
circularidad entre el pecado y la muerte. Dios no ha creado la
muerte. Dios no ha querido el mal. Es una cosa absolutamente
fundamental. Un día habrá que aclarar todo esto en relación con el
discurso científico; tenemos que mantener firmemente esta
afirmación.
Cuando el hombre duda, se separa, se cierra, da la espalda a
Dios, impide que éste ilumine al mundo. Se podría decir que Dios
es el sol de la verdadera vida, y si el hombre vuelve la espalda al
sol, entonces sumerge al mundo en la sombra. En esta sombra,
reinan las fuerzas de la noche, las fuerzas del caos.
Es lo que dice el prólogo del evangelio de Juan que no hace una
teología del pecado original sino que habla de la luz que ilumina a
todo hombre que viene al mundo. Después dice: "La luz brilla en
las tinieblas, y las tinieblas no la reciben" pero se puede traducir
también: "Las tinieblas no pueden apagarla".
OMNIPOTENCIA/DEBILIDAD D/OMNIPOTENCIA D/IMPOTENCIA:
A menudo nos decimos: "¿Por qué Dios no arregla las cosas?"
Yo creo que es muy sencillo: el Dios vivo no es una especie de
dictador que pueda arreglarlo todo desde fuera, el Dios vivo es un
creador de libertad, que sólo puede actuar como un influjo de luz,
de amor, de bondad, de belleza, a través de los corazones que
libremente se vuelven hacia él y se abren a él. Por tanto, si le
damos la espalda, queda como excluido de su creación.
Pero no se ha dejado excluir, lentamente ha ido preparando a
través de la historia y, sobre todo a través de la historia del pueblo
hebreo, la aparici_n de alguien que un día podría decirle "sí"
cuando viniera a llamar a su puerta. Se trata de la madre de Dios,
de la Encarnación.
-El "amor loco" de Dios D/A-LOCO El gran místico bizantino,
Nicolás Cabasilas, ha dicho que Dios se comporta como un
verdadero amante que no se impone a la amada, no le hace beber
un filtro de amor, sino que la cubre discretamente de regalos.
Dios ha creado la belleza del mundo, el sol, la luna, las estrellas,
todo el esplendor de la creación, para intentar seducir al hombre. Y
como, a pesar de ello, el hombre le ha dado la espalda, Dios ha
querido darle la prueba suprema de su amor, un "amor loco", dice
Cabasilas, es decir, sufrir y morir por él.
ENC/A-LOCO A/ENCARNACION: Entonces inventa la
Encarnación. Porque, en tanto que Dios no podía sufrir, inventa la
Encarnación, y es realmente una persona divina la que entra en
nuestra humanidad, asume nuestra humanidad. Jesús en medio de
los hombres es el viviente puro, total, en relación plena y constante
con el Padre; es una vida en la que no existe sombra de muerte.
Del pecado solo conoce su reverso, el reverso de la angustia, todo
su "pasivo", toda la vana hinchazón de la pasión. Cuando decimos
pasión, en sentido romántico, inmediatamente pensamos en una
especie de sobre-ser, de una mayor densidad de ser, pero
sabemos que es como una pompa de vacío. La vida de Cristo está
hecha con nuestras pasiones (asume en sí toda la condición
humana, en ningún momento del tiempo ni del espacio está
separado de nosotros, puesto que es existencia en comunión), lo
que vive de nuestras pasiones es su reverso de sombra, de nada,
de angustia, de forma que, de una cierta manera, toda su vida
puede decirse que ha sido un descenso al infierno.
Al mismo tiempo, pensamos en su prodigiosa conversación con
Marta, la hermana de Lázaro, donde aparece la primera gran
afirmación mesiánica del Evangelio; es una mujer, Marta, la que
afirma: "Tú eres el que había de venir, tú eres el Hijo de Dios".
Lázaro ha muerto, y Marta dice a Jesús: "Si hubieras estado
aquí, mi hermano no habría muerto". "Resucitará", le responde
Jesús. "Sí -dice ella- ya sé que resucitará en el último día". Es la
concepción judía. La concepción griega es la inmortalidad del
alma, la judía es que el último día Dios llamará a todas las
personas y entonces las resucitará.
/Jn/11/25-26: Jesús en cambio afirma: "Yo soy, aquí y ahora,
desde ahora, la resurrección y la vida; el que cree en mi no morirá
jamás, el que cree en mí, aunque muera, no conocerá la muerte".
Son palabras prodigiosa, pronunciadas ante un Lázaro muerto en
el momento en que "Jesús lloró". Solo dos palabras, el versículo
más corto del Evangelio.
Jesús está viendo lo que hemos hecho de la belleza del mundo,
de la belleza de la creación, de la belleza de la vida: un muerto de
cuatro días. Para los judíos, el alma abandona totalmente el
cuerpo al cuarto día, por lo tanto Lázaro estaba totalmente muerto,
y su cadáver ya olía.
-La resurrección de los muertos INFIERNO/SUFRIMIENTO
El descenso al infierno es el sudor de sangre en Getsemaní,
Dios experimentando humanamente todas nuestras agonías. Es el
Gólgota, es la cruz, ese momento atroz en que Jesús exclama:
"¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" Sentimos
todo el misterio del descenso a los infiernos, pues ¿qué es el
infierno sino el lugar o, más bien, el estado, la situación inventada
por el hombre, para que no haya Dios? Es el mundo del que Dios
ha sido arrojado, donde Dios ha sido abandonado por el hombre y
donde el hombre se siente misteriosamente abandonado por Dios.
Por esa solidaridad con nosotros, el Dios encarnado puede entrar
en ese lugar que es su propia ausencia y decir: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?"
"El velo del santuario se rasgó... se abrieron los sepulcros y
muchos cuerpos de difuntos resucitaron..." El descenso a los
infiernos significa la resurreción de los muertos. En el desarrollo
cronológico tal y como lo marca la liturgia, el descenso a los
infiernos se refiere al Sábado Santo.
En los oficios del Sábado Santo hay unas curiosas estrofas que
son las lamentaciones del infierno. El que es la vida misma, se deja
atar por las ligaduras del infierno. Bajó hasta el Hades, dicen los
Hechos de los Apóstoles, pero el Hades no pudo retenerle y Dios le
ha liberado.
El icono que representa el descenso de Cristo a los infiernos,
ese Cristo que está en la trascendencia y que voluntariamente baja
hasta el lugar de mayor separación, se llama anastasis, es decir
resurrección y no "descenso a los infiernos".
-Momentos en los que todo parece perdido
Dios está crucificado en todo el horror del mundo y, al mismo
tiempo, nos resucita, nos ofrece el poder de su resurrección, esa
mano fuerte tendida para agarrar no sólo por la mano, sino por la
muñeca. Esa mano está siempre ahí, en la oscuridad más opaca.
Es el Dios que se abre para que entremos en él, para ofrecernos la
vida y la libertad. Ese es el misterio del descenso a los infiernos.
Sigo preguntando qué es el infierno. Un psicoanalista nos dirá
que en el fondo del hombre está el odio, el suicidio, el asesinato, la
mentira, el miedo a la muerte. Todo eso que se pudre en el fondo
de nosotros es el infierno. Está en nuestro interior y se manifiesta
en la tortura, las matanzas, las injusticias...
Cuando tomamos conciencia de esas situaciones de odio,
asesinato, ausencia de esperanza, tenemos la tentación de
dejarnos deslizar hacia la nada, pero si, en ese momento, caemos
a los pies de Cristo, que está ahí presente, no fuera, entonces esa
mano vigorosa nos agarra y nos hace volar fuera del infierno.
Todos vivimos momentos en que nos parece que está todo
perdido y no hay salida; si en ese momento caemos a los pies de
Cristo presente en el infierno, nos arrancará de ahí y nos dará una
vida nueva; entonces comprenderemos que no era más que una
ruptura de nivel y la gracia del bautismo, la gracia de la novedad,
la gracia de la existencia renovada en Cristo, en el Espíritu Santo,
se nos dará de nuevo. El descenso a los infiernos es lo que quizás
más corresponde a la situación histórica que vivimos.
MÁRTIRES: Pero, me dirán ustedes:"¡Seguimos muriendo!" Los
mártires de los primeros siglos eran gente sencilla, no eran
grandes ascetas, no tenían especiales méritos; pero eran fieles,
daban testimonio fielmente ante los jueces. Y cuando los arrojaban
a las bestias en lugar de revelarse o desesperarse, simplemente
se dejaban sumergir en la fe con una especie de humilde confianza
en Cristo crucificado. En ese momento quedaban transformados,
justamente ahí, en aquel infierno.
-Sumergirse en el infierno para encontrar a Cristo
El Coliseo de Roma es la imagen de los círculos del infierno.
Cuando los cristianos eran arrojados en él y se dejaban deslizar
hasta el interior de Cristo crucificado, el Cristo presente en el
infierno, se llenaban de la fuerza de su Resurrección, que les daba
un gozo y una paz inesperadas.
Todos, en un momento u otro, vivimos situaciones semejantes,
quizás en el momento de nuestra agonía. Si lo vivimos en medio de
un gran sufrimiento, de un gran infierno, pero sabiendo que Cristo
está presente, debemos orar para que nos sea dada esa alegría
de la resurrección.
¿Qué hacen si no nuestros monjes? Estando vivos intentan
sumergirse en la muerte, en el infierno, para encontrar ahí a Cristo
resucitado, que les resucita, y dicen que uno puede, estando vivo
ya desde ahora, aquí abajo, llegar a ser consciente de su propia
resurrección unidos a la de Cristo. Ciertamente que los monjes son
casos límite, pero es algo que se nos ofrece a todos, ya desde
ahora, en la celebración, en los gestos de humilde compasión, de
ternura, de belleza, de comunión: sentimos que se nos da todo,
que el infierno no tiene la última palabra, que Cristo no está
ausente de ningún lugar, que nos agarra, que nos lleva en
volandas, que nos hace resurgir en la luz del Reino.
Cuando caminamos por una cresta de una montaña por la
mañana temprano o a la caída del sol, vemos que un lado de la
montaña está iluminado, mientras que el otro está aún o ya en
sombra. Así es la imagen de nuestra condición cristiana: estamos
ahí, entre el mundo de la separación, de la muerte, del infierno; a
menudo lo experimentamos. Y por otra parte, el del gozo del reino,
el de la plenitud de Pascua.
Nuestro esfuerzo, nuestra vida espiritual, nuestra lucha, ya sea
en la cultura o en la vida social, es intentar que las cosas pasen de
la sombra hacia la luz, hacia ese Reino que llega y que ya está ahí
crucificado y resucitado, crucificado con nosotros y
resucitándonos, pues nunca debemos olvidar esas palabras suyas:
"Yo soy la resurrección y la vida".
Desde ahora podemos entrar en la resurrrección y en la vida; es
incluso el sentido de nuestra existencia cristiana y de esta
formidable afirmación: "¡Cristo ha resucitado!"
Clément
Olivier
CUADERNOS DE ORACIÓN 115
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