Encarnación - Textos
1. «La Palabra se hizo carne»
/Jn/01/14 ENC/ASOMBRO
Antes, cuando leíamos o rezábamos esta afirmación, nos
poníamos de rodillas. ¿Nos hemos acostumbrado ya al misterio?
¡Si nos dieran la noticia por primera vez: que un Dios se ha
humanizado, que el Hijo de Dios se ha revestido de carne y se ha
quedado para siempre con nosotros!
Recordamos aquí las palabras de un ateo que se deja
impresionar -siquiera sea literariamente- por esta noticia. Un
personaje de ·Sartre-JP, en «Bariona o el hijo del trueno», habla
en primer lugar de la desesperanza y el sinsentido de la vida. Sólo
habría una solución:
«Si Dios se hiciera hombre por mí, le amaría de tal modo que no
habría otra cosa en mi vida, y todos los medios a mi alcance serían
pocos para darle gracias. ¡Un Dios que se hiciera hombre en mi
humilde carne! ¡Un Dios que quisiera saber cómo es el gusto de la
sal en mi boca, que cargara de antemano con todas las miserias
que yo hoy padezco! ¡No, eso es un absurdo! Si Dios se hiciera
hombre, lo cual es una suposición, una esperanza sin objeto,
brillaría una luz entre los hombres que nunca se apagaría. Daría mi
mano derecha si pudiera creer esto, aunque sólo fuera por un
momento».
La suposición del ateo es para nosotros convicción firme.
Tendríamos que vivir extasiados y agradecidos. Pero hoy nos
asombran más otras noticias y otros acontecimientos, sean
políticos, culturales, deportivos o del corazón.
CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 158 s.
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2.
"Sí, Dios pudo decir: Soy el que soy.
Pero fue necesario que naciera Jesús entre nosotros
para lograr la plenitud de poder anunciar:
¡Soy el que estoy!
Luis ·Cobiella, citado por C. Díaz
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3.
La Encarnación es un misterio tan grande que no puede ser
simple consecuencia del pecado. Habría en la sabiduría divina una
contradicción entre medio y fin, si Dios para anular el pecado
realizara obra tan grande. En tal caso la mayor de las obras divinas
habría sido hecha en función del pecado: Dios no obra el bien por
el mal, sino que permite el mal por el bien. La teoría opuesta
concedería demasiado rango al pecado. Lo primero que se quiere
no puede ser el mal, sino el bien. El bien no está al servicio del
mal, sino al contrario. Parece, pues, que lo primero querido fue la
Encarnación, y la permisión del pecado está condicionada al
decreto de la Encarnación. Sólo porque Dios previó que habría un
momento en que desde la tierra le saldría al paso una llama de
amor, en cuyo fuego ardería toda resistencia y rebelión, odio e
infidelidad, permitió el mal. Cuando habla San Agustín de la feliz
culpa no quiere decir que el pecado fuera la ocasión del dichoso
acontecimiento de la Encarnación, sino que el pecado tuvo una
sobreabundante curación en la Encarnación, independientemente
decretada.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 84
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4.
El Concilio cita a Tertuliano, cuando afirma que por la
encarnación Dios se unió de alguna manera con todos los
hombres, aludiendo por tanto a que la encarnación no es un
destino particular que afecte a uno solo (rasgo típico de cómo
estudiaba este tema la cristología preconciliar). La Encarnación
aparece como parte de una acción, como puerta de entrada. Los
Padres griegos solían decir incluso que Cristo es como la matriz
por la que Dios entra en la Humanidad y brota de ella.
Es llamativo que el Vaticano II recupere este texto justamente en
la Gaudium et Spes (n. 22). Precisamente cuando la Iglesia se
plantea cuál ha de ser su relación y modo de presencia en el
mundo, es cuando cae en la cuenta de que ha de considerar el
mundo como cristificado. La universalidad de Cristo fue recuperada
entonces como fundamento cristológico de una actividad hacia el
mundo y de una praxis en el mundo.
J.
I. GONZALEZ FAUS
SAL TERRAE 1995/03.Pág. 166
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5. J/RD
ASUMIÓ NUESTROS ANHELOS MÁS PROFUNDOS
La encarnación de Dios no significa sólo que Dios se hizo
hombre. Quiere decir mucho más: que participa realmente de
nuestra condición humana y asume nuestros anhelos más
profundos. Habla nuestro lenguaje y, al utilizar el concepto de
reino de Dios, muy marcado por contenidos ideológicos, intenta
vaciarlo y darle un nuevo sentido de total liberación y absoluta
esperanza. Ese nuevo contenido lo muestra con signos y
comportamientos típicos. El reino de Dios que predica no es ya
una utopía irrealizable, pues «nada hay imposible para Dios» (Lc
1,37), sino que en Jesús se ha convertido en una realidad
incipiente dentro de este mundo. Con él comienza una «gran
alegría para todos» (Lc 2,10) porque ahora sabemos que, con el
nuevo orden que Jesús ha traído, será verdad lo que el Apocalipsis
nos promete: la aparición del nuevo cielo y de la nueva tierra (Ap
21,1-4). Con él ya podemos oír, en un eco lejano pero seguro,
aquellas palabras «fieles y verdaderas»: «Mira que hago un mundo
nuevo... Hecho está» (Ap 21,5).
LEONARDO
BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981. Pág. 93
s.