JESUS - ENCARNACIÓN - GENEALOGÍAS
1.
Una simple lectura descubre al lector cosas extrañas en esta
lista. Por de pronto, Mateo y Lucas hacen sus genealogías en
direcciones opuestas. Mateo asciende desde Abrahán a Jesús.
Lucas baja desde Jesús hasta Adán. Pero el asombro crece
cuando vemos que las generaciones no coinciden. Mateo pone 42,
Lucas 77. Y ambas listas coinciden entre Abrahán y David, pero
discrepan entre David y Cristo. En la cadena de Mateo, en este
periodo, hay 28 eslabones, en la de Lucas 42. Y para colmo -en
este tramo entre David y Cristo sólo dos nombres de las dos listas
coinciden.
Una mirada aún más fina percibe más inexactitudes en ambas
genealogías. Mateo coloca catorce generaciones entre Abrahán y
David, otras catorce entre Abrahán y la transmigración a Babilonia
y otras catorce desde entonces a Cristo. Ahora bien, la historia nos
dice que el primer periodo duró 900 años (que no pueden llenar 14
generaciones) y los otros dos 500 y 500.
Si seguimos analizando vemos que entre Joram y Osías, Mateo
se «come» tres reyes; que entre Josías y Jeconías olvida a Joakin;
que entre Fares y Naasón coloca tres generaciones cuando de
hecho transcurrieron 300 años. Y, aun sin mucho análisis, no
puede menos de llamarnos la atención el percibir que ambos
evangelistas juegan con cifras evidentemente simbólicas o
cabalísticas: Mateo presenta tres períodos con catorce
generaciones justas cada uno; mientras que Lucas traza once
series de siete generaciones. ¿Estamos ante una bella fábula?
Esta sería -ha sido de hecho la respuesta de los racionalistas.
Los apóstoles -dícense habrían inventado unas listas de nombres
ilustres para atribuir a Jesús una familia noble, tal y como hoy los
beduinos se inventan los árboles genealógicos que convienen para
sus negocios.
Pero esta teoría difícilmente puede sostenerse en pie. En
primer lugar porque, de haber inventado esas listas, Mateo y Lucas
las habrían inventado mucho «mejor». Para no saltarse nombres
en la lista de los reyes les hubiera bastado con asomarse a los
libros de los reyes o las Crónicas. Errores tan ingenuos sólo
pueden cometerse a conciencia. Además, si hubieran tratado de
endosarle a Cristo una hermosa ascendencia, ¿no hubieran
ocultado los eslabones "sucios»: hijos incestuosos, ascendientes
nacidos de adulterios y violencias. Por otro lado, basta con
asomarse al antiguo testamento para percibir que las genealogías
que allí se ofrecen incurren en inexactitudes idénticas a las de
Mateo y Lucas: saltos de generación. afirmaciones de que el
abuelo «engendró» a su nieto, olvidándose del padre intermedio.
¿No será mucho más sencillo aceptar que la genealogía de los
orientales es un intermedio entre lo que nosotros llamamos fábula
y la exactitud rigurosa del historiador científicamente puro?
Tampoco parecen, por eso, muy exactas las interpretaciones
de los exegetas que tratan de buscar «explicaciones» a esas
diferencias entre la lista de Mateo y la de Lucas (los que atribuyen
una genealogía a la familia de José y otra a la de María; los que
encuentran que una lista podría ser la de los herederos legales y
otra la de los herederos naturales, incluyendo legítimos e
ilegítimos).
Más seria parece la opinión de quienes, con un mejor
conocimiento del estilo bíblico, afirman que los evangelistas parten
de unas listas verdaderas e históricas, pero las elaboran
libremente con intención catequística. Con ello la rigurosa exactitud
de la lista sería mucho menos interesante que el contenido
teológico que en ella se encierra.
Luces y sombras en la lista de los antepasados
¿Cuál sería este contenido? El cardenal Danielou lo ha
señalado con precisión: «Mostrar que el nacimiento de Jesús no es
un acontecimiento fortuito, perdido dentro de la historia humana,
sino la realización de un designio de Dios al que estaba ordenado
todo el antiguo testamento». Dentro de este enfoque, Mateo -que
se dirige a los judíos en su evangelio- trataría de probar que en
Jesús se cumplen las promesas hechas a Abrahán y David. Lucas
-que escribe directamente para paganos y convertidos- bajará
desde Cristo hasta Adán, para demostrar que Jesús vino a salvar,
no sólo a los hijos de Abrahán, sino a toda la posteridad de Adán.
A esta luz las listas evangélicas dejan de ser aburridas y se
convierten en conmovedoras e incluso en apasionantes. Escribe
Guardini:
¡Qué elocuentes son estos nombres! A través de ellos surgen de las
tinieblas del pasado más remoto las figuras de los tiempos primitivos. Adán.
penetrado por la nostalgia de la felicidad perdida del paraíso; Matusalén, el
muy anciano; Noé. rodeado del terrible fragor del diluvio; Abrahán. al que Dios
hizo salir de su país y de su familia para que formase una alianza con él;
Isaac, el hijo del milagro, que le fue devuelto desde el altar del sacrificio;
Jacob, el nieto que luchó con el ángel de Dios... ¡Qué corte de gigantes del
espíritu escoltan la espalda de este recién nacido!
Pero no sólo hay luz en esa lista. Lo verdaderamente
conmovedor de esta genealogía es que ninguno de los dos
evangelistas ha «limpiado» la estirpe de Jesús. Cuando hoy
alguien exhíbe su árbol genealógico trata de ocultarlo, por lo
menos, de no sacar a primer plano las «manchas» que en él
pudiera haber; se oculta el hijo ilegitimo y mucho más el matrimonio
vergonzoso.
No obran así los evangelistas. En la lista aparece -y casi
subrayado- Farés, hijo incestuoso de Judá; Salomón, hijo
adulterino de David. Los escritores bíblicos no ocultan -señala
Cabodevilla- que Cristo desciende de bastardos.
Y digo que casi lo subrayan porque no era frecuente que en las
genealogías hebreas aparecieran mujeres; aquí aparecen cuatro y
las cuatro con historias tristes. Tres de ellas son extranjeras (una
cananea, una moabita, otra hitita) y para los hebreos era una
infidelidad el matrimonio con extranjeros. Tres de ellas son
pecadoras. Sólo Ruth pone una nota de pureza.
No se oculta el terrible nombre de Tamar, nuera de Judá, que,
deseando vengarse de él, se vistió de cortesana y esperó a su
suegro en una oscura encrucijada. De aquel encuentro incestuoso
nacerían dos ascendientes de Cristo: Farés y Zara. Y el
evangelista no lo oculta.
Y aparece el nombre de Rajab, pagana como Ruth. y
«mesonera», es decir, ramera de profesión. De ella engendró
Salomón a Booz.
Y no se dice -hubiera sido tan sencillo- «David engendró a
Salomón de Betsabé», sino, abiertamente, «de la mujer de Urías».
Parece como si el evangelista tuviera especial interés en
recordarnos la historia del pecado de David que se enamoró de la
mujer de uno de sus generales, que tuvo con ella un hijo y que,
para ocultar su pecado, hizo matar con refinamiento cruel al
esposo deshonrado.
¿Por qué este casi descaro en mostrar lo que cualquiera de
nosotros hubiera ocultado con un velo pudoroso? No es afán de
magnificar la ascendencia de Cristo, como ingenuamente
pensaban los racionalistas del siglo pasado; tampoco es simple
ignorancia. Los evangelistas al subrayar esos datos están
haciendo teología, están poniendo el dedo en una tremenda
verdad que algunos piadosos querrían ocultar pero que es
exaltante para todo hombre de fe: Cristo entró en la raza humana
tal y como la raza humana es, puso un pórtico de pureza total en el
penúltimo escalón -su madre Inmaculada- pero aceptó, en todo el
resto de su progenie, la realidad humana total que él venia a
salvar. Dios, que escribe con lineas torcidas entró por caminos
torcidos, por los caminos que-¡ay!- son los de la humanidad.>
J.
L. MARTIN DESCALZO
VIDA-MISTERIO/1.Págs. 66-68
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2.
a) Cristo es el fin de los tiempos. Todas las revelaciones
anteriores son trascendidas en la revelación de Cristo; todas
aluden a El; El las resume y revela su sentido último, de forma que
sólo desde El pueden ser plenamente entendidas. "Muchas veces
y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres
por ministerio de los profetas últimamente, en estos días, nos habló
por su Hijo" (/Hb/01/01-02).
Las genealogías, citadas varias veces al comienzo de los
Evangelios de San Mateo y San Lucas, tienen el sentido de situar a
Cristo como fin de la revelación de Dios a través de los siglos, de
subrayar la continuidad entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Las
figuras citadas salen en larga procesión al encuentro de Cristo,
como los profetas en los pórticos de las Iglesias medievales. Del
sentido de las genealogías, habla ·Ireneo-SAN: "San Lucas
muestra cómo las generaciones que van desde la generación del
Señor hasta Adán comprenden setenta y dos series. Une así el fin
con el principio, atestiguando que es el Señor el que reúne así, a
todos los pueblos, desparramados sobre la faz de la tierra, en la
variedad de lenguas y de estirpes, resumiéndolas a todas con
Adán en sí (Adversus Haereses III, 22, 3).
Cristo es el Esperado en todo el AT; allí se habla de El como del
que va a venir. El AT es la prehistoria de Cristo, en la que en cierta
manera se traslucen los rasgos de su vida. La figura de Cristo
proyecta su sombra en el AT en una rara inversión del
ejemplarismo griego y del pensamiento natural, que conocen tan
sólo las sombras de lo que realmente existe. Aquí la aurora es el
reflejo del día: el Antiguo Testamento es la irradiación del
Evangelio. (Hebr. 10, 1; Rom. 5, 14; Gal. 3, 16; I Cor. 10, 6; Col. 2,
17). Según esto, todo el AT es un texto profético, cuyas palabras y
signos se cumplen en Cristo.
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 89
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3. /Mt/01/01 /Gn/02/04
a) "Libro de la genealogía...'' El comienzo de Mt 1,1 suena de
esta forma: "Biblos ghenéseos lesou Christou... " ("Libro de la
generación de Jesucristo"). Pues bien, observan algunos exegetas,
el título Biblos ghenéseos es el mismo que aparece en Gén 2,4 a
propósito de la creación del mundo: "Estos son los orígenes (É
Biblos ghenéseos) de Adán" (los Setenta leen: "de los hombres").
De este visible paralelismo entre Mt 1,1 y Gén 2,4; 5,1, algunos
deducen la siguiente conclusión: Mateo considera el
génesis-nacimiento de Jesús como una segunda creación: Cristo
es el nuevo Adán y el seno de María (cf Mt 1,18.21) sería como la
nueva tierra virgen de la que el Espíritu de Dios plasma al que es
origen de la nueva humanidad.
Pensar en la encarnación de Cristo como en una renovada
creación es una propuesta convincente. Además de apelar a las
observaciones literarias mencionadas anteriormente, podríamos
apoyarla en el carácter de absoluta novedad que tiene esta página
de Mateo. Por ejemplo, la realeza de David se destaca claramente
en el v. 5 y (según algunos) también en el v. 6. Pero con el
destierro la institución monárquico-davídica se ve apagada. En la
tercera serie de nombres que sigue a la deportación de Babilonia
(vv. 12-16) aparecen personas destituidas de toda insignia real.
Cristo dará vida a un nuevo tipo de realeza, que es de un género
muy distinto. Como Hijo de Dios (Mt 2,15), establece otra casa de
David, un reino que trasciende las leyes de la carne y de la,
sangre. La misma manera con que entra en nuestro mundo es un
capítulo abierto hacia la naturaleza divina de su persona. Un día
dijo Jesús a propósito de sí mismo: "Aquí hay algo mayor que el
templo... ¡He aquí algo superior a Jonás!... ¡Aquí hay algo superior
a Salomón!" (Mt 12,ó.41.42). Si sus antepasados fueron
engendrados por el encuentro de un hombre y una mujer, la
humanidad de Cristo es fruto del poder del Espíritu que actúa en el
seno de María. Es un camino que desconcierta a la sabiduría de
aquí abajo: "El nacimiento de Jesucristo fue así..." (v. /Mt/018).
Tales son los albores de la nueva creación, aquella en que el
Hijo del hombre se sentará en el trono de su gloria (cf Mt 19,28;
25,31). Cristo se hizo rey no por sucesión davídica, sino por
concepción virginal y por resurrección; ambas son obra del Espíritu
que renueva todas las cosas (cf Sab 7,22.27).
b) Cuatro mujeres en la genealogía, ¿por qué? Mateo (a
diferencia de Lc 3,23-28) pone cuatro mujeres en los eslabones de
la cadena genealógica de Jesús: Tamar (v. 3), Rajab (v 5a), Rut (v.
5b) y "la mujer de Urías" (v. 6b), o sea Betsabé. En la finalidad
esencial de la genealogía la mención de estas cuatro mujeres no
era necesaria. En efecto, para la mentalidad bíblico-semítica (que
es masculinista) el que engendra es el varón, mientras que la
mujer le engendra al marido. Y Mateo lo sabe bien, hasta el punto
que une los nombres de Tamar, Rajab, Rut y Betsabé a los de sus
maridos respectivos (Judas, Salmón, Booz y David). Mateo, según
se dice, no suele conceder gran importancia a la mujer. Pero aquí
precisamente, como apertura de su evangelio, hace una
excepción. ¿Por qué motivo?
Porque son pecadoras, responden algunos siguiendo a san
Jerónimo; Jesús, afirmará varias veces el evangelista, vino a salvar
a su pueblo de sus pecados (Mt 1,21, 9,2-6.10-13 18,11- 14...).
Pero se objeta que no es éste el caso de Rut, que se nos presenta
como una mujer virtuosa, a pesar de que procedía de una tierra
pagana, la de Moab (Rut 1,1ss). En cuanto a Tamar, el mismo Judá
reconoció: "Es más justa que yo" (Gén 38,26); además, como
diremos, se sabe perfectamente que estuvo rodeada de una gran
veneración en la antigua literatura judía. Rajab —ya a partir del
texto bíblico de Jos 2,121 y 6,17.22-25— es celebrada como una
heroína. Y sobre las peripecias de Betsabé hay que notar que el
pecado se hizo recaer más bien sobre David, que la mandó raptar
(2Sam 11,4; 12,1-14); además, el pensamiento rabínico se muestra
muy indulgente con ella.
Porque son extranjeras, responden otros. Tamar y Rajab eran
naturales de Canaán; Rut es moabita; Betsabé, por el hecho de
ser mujer de un hitita (Urías), puede que fuera también de origen
extranjero. Por eso Mateo incluiría a cuatro mujeres no hebreas en
la genealogía de Cristo, casi como un preludio para la salvación
universal que había venido a traer (Mt 2,1-12; 8,11-12; 28, 18-19).
Un tercer motivo subraya el hecho de que cada una de estas
cuatro mujeres realizaron hechos muy beneméritos para el destino
del pueblo de Israel. Tamar, fingiéndose prostituta, impidió que se
extinguiera la raza de Judá (Gén 38), de la que tenía que surgir el
mesías (Gén 49,10). Por tanto, se comprende la profunda
admiración que se le tributó dentro del judaísmo. Rajab, al
esconder a los espías de Josué y profesar su fe en Yavé, favoreció
la entrada de los israelitas en la tierra de Canaán (Jos 2) y fue
considerada como un modelo de fe (Heb 11,31, IClem 12,1). Rut, a
pesar de ser natural de Moab siguió a su suegra a Israel y para
suscitar descendencia a su marido difunto, tal como prescribía la
ley mosaica, se casó con Booz, su pariente próximo; así nacerá
Obed, abuelo de David (Rut 1-4). Betsabé, con su intercesión ante
David, obtuvo que Salomón (y no Adonías) se convirtiera en
heredero del trono (IRe 1,11-40), según la profecía de Natán
(2Sam 7,8-16; 12,24-25). El papel que representaron Tamar,
Rajab, Rut y Betsabé es ciertamente de primera fila. Pero, se
objeta, ¿por qué el evangelista silencia a las que fueron las
"madres de Israel" por excelencia, como Sara, Rebeca, Raquel,
Lia...? Es una dificultad que tiene su peso especifico.
Quizá la respuesta más en consonancia con las intenciones de
Mateo es la de A. Paul 9. La tradición judía —señala el exegeta
francés— es muy consciente de que en la maternidad de Tamar,
de Rajab, de Rut y de Betsabé había algo "no regular", aunque
tampoco pecaminoso. El judaísmo próximo al NT consideraba
realmente que era el Espíritu Santo el que guiaba a aquellas
mujeres en sus peripecias, a fin de que fueran instrumentos
providenciales para la venida del mesías y permaneciesen fieles a
su tarea, a pesar de sus muchas dificultades; esto ale también
para Rut, la cual (se decía en los ambientes judíos) era estéril y
fue curada por obra del Espíritu del Señor.. En cierto sentido, por
consiguiente,, en aquellas cuatro mujeres había tenido lugar una
intervención del Espíritu Santo como anuncio de la maternidad de
María y de la situación de José. Sin embargo, concluye
acertadamente A. Paul, al lado de las afinidades descritas
anteriormente, hay que tener en cuenta las marcadas diferencias
que hay entre las mencionadas madres de Israel y la madre de
Jesús: María tiene una misión absolutamente original y es eso
precisamente lo que Mateo quiere destacar.
c) /Mt/01/16b: El versículo 16b. El nombre de María aparece en
el tercer grupo, en el v. 16b, con el tenor siguiente: "Y Jacob
engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el
llamado Cristo".
1) Una peculiaridad estilística del v. 16b. Es digno de interés el
modo con que el evangelista introduce a María en el v. 16b. En los
vv. 2-16a escribía con una frase estereotipada e inmutable:
"Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob...", etc. Pero
al llegar al v. 16, Mateo cambia de estilo y dice: "Jacob engendró a
José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el llamado Cristo".
En vez de seguir escribiendo: "José engendró a Jesús", el
evangelista recurre de pronto a un giro en la frase. ¿Por qué?
Este motivo es de extraordinaria importancia y se nos explica en
los vv. 18-25. En efecto, los antepasados de Jesús, desde Abrahán
(v. 2) hasta Jacob, padre de José (v. 16a), engendraron a sus hijos
según la ley ordinaria de la naturaleza. Pero en el caso de Jesús el
Cristo se da una excepción tan singular como inaudita: Jesús no
tiene padre humano; su concepción en el seno de María no es
fruto del semen de José, sino que se debe a una intervención
directa del Espíritu Santo (1,18d.20d). De tal naturaleza fue el
acontecimiento inefable que se realizó en María, antes de pasar al
segundo momento de la práctica nupcial judía, es decir, ir a habitar
en casa de su esposo (1,18b-c). Por tanto, en el origen humano de
Cristo no está José, sino María, la cual "'se encontró encinta por
virtud del Espíritu Santo" (Mt 1,18). Dios es la causa trascendente
de la novedad de Cristo salvador. Jesús tiene a Dios como
padre(cf Mt2,11,que cita a Os 11,1; luego 3,17; 4,3.6; 14,33; 17,5).
El evangelista afirma que José es esposo de María (1,16) y que
María es esposa de José (1,20.24), pero evita escribir que José
sea padre de Jesús. Esta preocupación suya se manifiesta también
en 2,13-23, donde nos narra la huida a Egipto y el regreso
posterior a la tierra de Israel. Esa sección, como observan los
comentadores, tiene algunas frases muy similares a Éx 4,19-20, en
donde se narra el regreso de Moisés desde Madián a Egipto,
después de haber muerto los que ponían asechanzas a su vida.
Pero hay que prestar atención a la siguiente discrepancia. De
Moisés se escribe que "tomó a su mujer y a sus hijos y se dirigió a
Egipto" (Éx 4,20), mientras que de José se dice en cuatro
ocasiones que tomó "al niño y a su madre" (vv. 13.14.20.21).
2) Un par de variantes del v. 16b. La tradición textual conserva
dos lecciones menores, claramente derivadas de la que acabamos
de examinar, que goza del apoyo de los manuscritos de mayor
importancia.
Una de ellas cambia el texto de esta forma: "Jacob engendró a
José, para quien su prometida esposa la virgen María engendró a
Jesús" (códice de Koridethi, la familia de mss. Ferrar, la Vetus
latina y la sirocuretoniana). El amanuense se vio quizá
impresionado por la crudeza de la expresión "...José, esposo
(griego: andra) de María". Estaba por medio la virginidad perpetua
de la madre de Jesús. Y entonces se preocupó de atenuar el texto
original, indicando expresamente a María como virgen. Además,
esta lección se compagina más claramente con la mentalidad
semítica, según la cual una mujer engendra un hijo al marido (cf Lc
1,13). José es el cabeza de familia legal, confirmado en esa función
por Dios mismo (Mt 1,20-21).
La segunda variante lee: "Jacob engendró a José, y José, con el
que estaba desposada la virgen María, engendró a Jesús, llamado
Cristo" (versión siro-sinaítica solamente). Con semejante
alternativa el copista intentaba armonizar el v. 16b con los vv.
2-16a, en donde se recurre treinta y nueve veces a la fórmula fija:
"Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob..." Sin
embargo, también aquí se evita nombrar a José como esposo de
María y se caracteriza a María con su cualidad de virgen.
A juicio de algunos críticos racionalistas, las dos variantes
servirían para indicar que para algunas corrientes de los primeros
siglos José era considerado como padre natural, y no legal, de
Jesús. Pero las observaciones apuntadas más arriba hacen
sumamente improbable esta deducción.
En resumen: el v. 16b, con su doble lección alternativa, prepara
al lector para el misterio que se realizó en María. Ese misterio
confunde la sabiduría y los planes de este mundo. Estamos en el
umbral de una segunda creación, todavía más maravillosa que la
primera.
CONCLUSIÓN. Desde Abrahán hasta Cristo (Mt 1,1-16), el
itinerario de la historia de la salvación no fue un viaje triunfal. Se
diría más bien que en él se mezclan la gracia y el pecado, una
alternativa de luces y de sombras. Junto al amor de Dios, que
sigue siendo indefectible, está el elemento humano, capaz de subir
e inclinado a caer. Entre sus antepasados Cristo tiene santos y
pecadores; tanto a los unos como a los otros no se avergüenza de
llamarlos hermanos (cf Heb 2,11-12).
Aquella larga peregrinación que se extiende desde Abrahán
hasta Cristo alcanza por fin la meta. María es el penúltimo eslabón
de esta cadena genealógica. También ella por la vocación especial
que se le ha asignado, es testigo de la fidelidad de Dios a sus
promesas de querer estar al lado de los hombres (cf Gén 3,15). La
Virgen surge del río de las generaciones humanas como alba que
prepara el día de Cristo, salvación eterna: "Jacob engendró a José,
el esposo de María, de la cual nació Jesús el llamado Cristo"( Mt
1,16).
A.
SERRA
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 308-311