Fecha publicación: 2003-12-16
Cardenal Ratzinger:
El hombre necesita a Cristo
porque tiene deseo del infinito
Entrevista con el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
ROMA,
16 diciembre 2003 (ZENIT.org).- En su último
libro «Fe, verdad, tolerancia - El cristianismo y las religiones del mundo» («Fede,
verità, tolleranza - Il cristianesimo e le religioni del mondo», editorial
Cantagalli), publicado recientemente en italiano, el cardenal Joseph Ratzinger
interviene en los principales temas del momento: la relación entre las
religiones, los riesgos del relativismo y el papel que el cristianismo puede
jugar.
Son cuestiones que el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
abordó también en una entrevista concedida a Antonio Socci, publicada
íntegramente en «Il Giornale» el pasado 26 de noviembre. Por su interés,
reproducimos el texto difundido por el diario milanés.
--Eminencia, hay una idea que se ha afirmado en la alta cultura y en el
pensamiento común según la cual las religiones son todas vías que llevan hacia
el mismo Dios, de forma que lo mismo vale una que otra. ¿Qué piensa, desde el
punto de vista teológico?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Diría que incluso en el plano empírico, histórico,
no es cierta esta concepción, muy cómoda para el pensamiento de hoy. Es un
reflejo del relativismo difundido, pero la realidad no es ésta porque las
religiones no están de una forma estática, una junto a otra, sino que se
encuentran en un dinamismo histórico en el que se convierten también en desafíos
la una para la otra. Al final, la Verdad es una, Dios es uno, por ello todas
estas expresiones tan diferentes, nacidas en diversos momentos históricos, no
son equivalentes, sino que son un camino en el que se plantea la cuestión:
¿dónde ir? No se puede decir que son caminos equivalentes porque están en un
diálogo interior, y naturalmente me parece evidente que no pueden ser medios de
salvación cosas contradictorias: la verdad y la mentira no pueden ser de la
misma forma vías de salvación. Por ello, esta idea sencillamente no responde a
la realidad de las religiones y no responde a la necesidad del hombre de
encontrar una respuesta coherente a sus grandes interrogantes.
--En varias religiones se reconoce el carácter extraordinario de la figura de
Jesús. Parece que no es necesario ser cristiano para venerarlo. ¿Entonces no hay
necesidad de la Iglesia?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Ya en el Evangelio encontramos dos posturas
posibles referentes a Cristo. El Señor mismo distingue: qué dice la gente y qué
decís vosotros. Pregunta qué dicen aquellos que Le conocen de segunda mano, o de
manera histórica, literaria, y después qué dicen aquellos que Le conocen de
cerca y han entrado realmente en un encuentro verdadero, tienen experiencia de
Su verdadera identidad. Esta distinción permanece presente en toda la historia:
existe una impresión desde fuera que tiene elementos de verdad. En el Evangelio
se ve que algunos dicen: «es un profeta». Así como hoy se dice que Jesús es una
gran personalidad religiosa o que hay que contarlo entre los «avataras» --las
múltiples manifestaciones de lo divino--. Pero los que han entrado en comunión
con Jesús reconocen que existe otra realidad, es Dios presente en un hombre.
--¿No es comparable con las otras grandes personalidades de las religiones?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Son muy distintas unas de otras. Buda, en
sustancia, dice: «Olvidadme, id sólo sobre el camino que he mostrado». Mahoma
afirma: «El señor Dios me ha dado estas palabras que verbalmente os transmito en
el Corán». Y así. Pero Jesús no entra en esta categoría de personalidades ya
visible e históricamente diferentes. Menos aún es uno de los «avataras», en el
sentido de los mitos de la religión hinduista.
--¿Por qué?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Es una realidad del todo distinta. Pertenece a una
historia, que comienza desde Abraham, en la cual Dios muestra su rostro, Dios se
revela como una persona que sabe hablar y responder. Y este rostro de Dios, de
un Dios que es persona y actúa en la historia, encuentra su cumplimiento en el
instante en que Dios mismo, haciéndose hombre Él mismo, entra en el tiempo. Por
lo tanto, incluso históricamente, no se puede asimilar a Jesucristo con las
diversas personalidades religiosas o con las visiones mitológicas orientales.
--Para la mentalidad común, esta «pretensión» de la Iglesia –que proclama a
«Cristo, única salvación»-- es arrogancia doctrinal.
--Cardenal Joseph Ratzinger: Puedo entender los motivos de esta moderna visión
que se opone a la unicidad de Cristo, y comprendo también una cierta modestia de
algunos católicos para los cuales «nosotros no podemos decir que tenemos una
cosa mejor que los demás». Además, existe también la herida del colonialismo,
período durante el cual algunos poderes europeos, en función de su poder
mundial, instrumentalizaron el cristianismo. Estas heridas han permanecido en la
conciencia cristiana, pero no deben impedirnos ver lo esencial. Porque el abuso
del pasado no debe impedir la comprensión recta. El colonialismo –y el
cristianismo como instrumento de poder— es un abuso. Pero el hecho de que se
haya abusado de ello no debe cerrar nuestros ojos frente a la realidad de la
unicidad de Cristo. Sobre todo debemos reconocer que el Cristianismo no es una
invención nuestra europea, no es un producto nuestro. Es siempre un desafío que
viene de fuera de Europa: al principio, vino de Asia, como bien sabemos. Y se
encontró inmediatamente en contraste con la sensibilidad dominante. Aunque
después Europa fue cristianizada, siempre quedó esta lucha entre las propias
pretensiones particulares, entre las tendencias europeas, y la novedad siempre
nueva de la Palabra de Dios que se opone a estos exclusivismos y abre a la
verdadera universalidad. En este sentido, me parece que debemos redescubrir que
el cristianismo no es una propiedad europea.
--¿El cristianismo contrasta también hoy con la tendencia al cerramiento que
hay en Europa?
--Cardenal Joseph Ratzinger: El cristianismo es siempre algo que viene realmente
de fuera, de un acontecimiento divino que nos transforma y se opone incluso a
nuestras pretensiones y a nuestros valores. El Señor cambia siempre nuestras
pretensiones y abre nuestros corazones a Su universalidad. Me parece muy
significativo que en este momento el Occidente europeo sea la parte del mundo
más opuesta al cristianismo, precisamente porque el espíritu europeo se ha
autonomizado y no quiere aceptar que haya una Palabra divina que le muestre un
camino que no siempre es cómodo.
--Evocando a Dostoevskij, me pregunto si un hombre moderno puede creer, creer
verdaderamente que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre. Se percibe como un
absurdo.
--Cardenal Joseph Ratzinger: Cierto; para un hombre moderno es una cosa casi
impensable, un poco absurda y fácilmente se atribuye a un pensamiento mitológico
de un tiempo pasado que ya no es aceptable. La distancia histórica hace más
difícil pensar que un individuo que vivió en un tiempo lejano pueda estar ahora
presente, para mí, y que sea la repuesta a mis preguntas.
Me parece importante observar que Cristo no es un individuo del pasado lejano a
mí, sino que ha creado un camino de luz que invade la historia empezando por los
primeros mártires, con estos testigos que transforman el pensamiento humano, ven
la dignidad humana del esclavo, se ocupan de los pobres, de los que sufren y
llevan así una novedad en el mundo también con el propio sufrimiento. Con esos
grandes doctores que transforman la sabiduría de los griegos, de los latinos, en
una nueva visión del mundo inspirada justamente por Cristo, que encuentra en
Cristo la luz para interpretar el mundo, con figuras como San Francisco de Asís,
que ha creado el nuevo humanismo. O figuras también de nuestro tiempo: pensemos
en Madre Teresa, Maximiliano Kolbe...
Es un ininterrumpido camino de luz que hace camino en la historia y una
ininterrumpida presencia de Cristo, y me parece que este hecho –que Cristo no se
ha quedado en el pasado, sino que ha sido siempre contemporáneo con todas las
generaciones y ha creado una nueva historia, una nueva luz en la historia, en la
cual está presente y siempre contemporáneo— hace entender que no se trata de
cualquiera grande en la historia, sino de una realidad verdaderamente Otra, que
lleva siempre luz. Así, asociándose a esta historia, uno entra en un contexto de
luz, no se pone en relación con una persona lejana, sino con una realidad
presente.
--¿Por qué, en su opinión, un hombre del 2003 necesita a Cristo?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Es fácil advertir que las cosas que proporciona
sólo un mundo material o incluso intelectual no responden a la necesidad más
profunda, más radical que existe en todo hombre: porque el hombre tiene el deseo
–como dicen los Padres— del infinito. Me parece que precisamente nuestro tiempo,
con sus contradicciones, sus desesperaciones, su masivo refugiarse en callejones
como la droga, manifiesta visiblemente esta sed del infinito, y sólo un amor
infinito que sin embargo entra en la finitud, y se convierte directamente en un
hombre como yo, es la respuesta.
Es ciertamente una paradoja que Dios, el inmenso, haya entrado en el mundo
finito como una persona humana. Pero es precisamente la respuesta de la que
tenemos necesidad: una respuesta infinita que, sin embargo, se hace aceptable y
accesible, para mí, «acabando» en una persona humana que, con todo, es el
infinito. Es la respuesta de la cual se tiene necesidad: casi se debería
inventar si no existiera.
--Existe una novedad en su libro a propósito del tema del relativismo. Usted
sostiene que en la práctica política, el relativismo es bienvenido porque nos
vacuna, digamos, de la tentación utópica. ¿Es el juicio que la Iglesia siempre
ha ofrecido sobre la política?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Diría que sí. Es esta una de las novedades
esenciales del cristianismo para la historia. Porque hasta Cristo, la
identificación de religión y Estado, divinidad y Estado, era casi necesaria para
dar una estabilidad al Estado. Después el Islam vuelve a esta identificación
entre mundo político y religioso, con el pensamiento de que sólo con el poder
político se puede también moralizar la humanidad.
En realidad, desde Cristo mismo encontramos inmediatamente la postura contraria:
Dios no es de este mundo, no tiene legiones, así lo dice Cristo; Stalin dice que
no tiene divisiones. No tiene un poder mundano, atrae a la humanidad hacia sí no
con un poder externo, político, militar, sino sólo con el poder de la verdad que
convence, del amor que atrae. Él dice: «Atraeré a todos hacia mí». Pero lo dice
justamente desde la cruz. Y así crea esta distinción entre emperador y Dios,
entre el mundo del emperador al cual conviene lealtad, pero una lealtad crítica,
y el mundo de Dios, que es absoluto. Mientras que no es absoluto el Estado.
--Por lo tanto, no existe poder o política o ideología que pueda reivindicar
para sí lo absoluto, lo definitivo, la perfección...
--Cardenal Joseph Ratzinger: Esto es muy importante. Por ello he sido contrario
a la teología de la liberación, que de nuevo ha transformado el Evangelio en
receta política con la absolutización de una postura para la cual sólo ésta
sería la receta para liberar y dar progreso...
En realidad, el mundo político es el mundo de nuestra razón práctica donde, con
los medios de nuestra razón, debemos encontrar los caminos. Hay que dejar
precisamente a la razón humana hallar los medios más adecuados y no absolutizar
el Estado. Los Padres han orado por el Estado reconociendo en él la necesidad,
su valor, pero no han adorado el Estado: me parece justamente ésta la distinción
decisiva.
--Pero este es un extraordinario punto de encuentro entre pensamiento
cristiano y cultura liberal-democrática.
--Cardenal Joseph Ratzinger: Pienso que la visión liberal-democrática no habría
podido nacer sin este acontecimiento cristiano que ha dividido los dos mundos,
creando así también una nueva libertad. El Estado es importante, se deben
obedecer las leyes, pero no es el poder último. La distinción entre el Estado y
la realidad divina crea el espacio de una libertad en la que una persona puede
también oponerse al Estado. Los mártires son un testimonio para esta limitación
del poder absoluto del Estado. Así ha nacido una historia de libertad. Si bien
después el pensamiento liberal-democrático ha tomado sus caminos, el origen es
precisamente este.
--Los sistemas comunistas europeos se han derrumbado. Pero usted, en su
libro, no excluye que el pensamiento marxista pueda en cualquier caso volver a
presentarse en otras formas en los próximos tiempos.
--Cardenal Joseph Ratzinger: Es una hipótesis mía, pero me parece que comienza
ya a verificarse, porque el puro relativismo que no conoce valores éticos
fundamentales y por lo tanto no conoce realmente tampoco un porqué de la vida
humana, incluso de la vida política, no es suficiente. Por ello, para un no
creyente que no reconoce la trascendencia, persiste este gran deseo de encontrar
algo absoluto y un sentido moral de su actuación.
--Las agitaciones «no-global» de estos años, ¿son de nuevo una trasposición
de la sed de absoluto en un objetivo político?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Diría que sí. Existe siempre esta sed, porque el
hombre tiene necesidad de lo absoluto, y si no lo encuentra en Dios lo crea en
la historia.
--Siguiendo con el tema del relativismo, ¿todos los usos y costumbres y las
civilizaciones deben ser siempre respetadas a priori o bien existe un canon
mínimo de derechos y deberes que debe valer para todos?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Esta es la otra cara de la moneda. Primero hemos
constatado que la política es el mundo de lo opinable, de lo perfectible, donde
se deben buscar con las fuerzas de la razón los caminos mejores, sin absolutizar
un partido o una receta. Sin embargo, existe también un campo ético, la
política, por ello no puede al final conllevar un relativismo total donde, por
ejemplo, matar y crear paz tengan la misma legitimidad. En diversos documentos
de nuestra Congregación hemos subrayado este hecho, aún reconociendo totalmente
la autonomía política.
--Así que no todo está permitido...
--Cardenal Joseph Ratzinger: Hemos dicho siempre que ni siquiera la mayoría es
la última instancia, la legitimación absoluta de todo, en cuanto que la
dictadura de la mayoría sería igualmente peligrosa como las demás dictaduras.
Porque podría un día decidir, por ejemplo, que hay una «raza» que hay que
excluir para el progreso de la historia, aberración lamentablemente ya vista.
Por lo tanto, existen límites también al relativismo político. El límite está
trazado por algunos valores éticos fundamentales que son precisamente la
condición de este pluralismo. Y son por lo tanto obligatorios también para las
mayorías.
--¿Algún ejemplo?
--Cardenal Joseph Ratzinger: Sustancialmente el Decálogo ofrece en síntesis
estas grandes constantes.
--Volviendo a otro aspecto del «relativismo cultural», también entre los
católicos hay quien considera la misión casi una violencia psicológica frente a
pueblos que tienen otra civilización.
--Cardenal Joseph Ratzinger: Si uno piensa que el Cristianismo es sólo su propio
mundo tradicional, evidentemente percibe así la misión. Pero se ve que no ha
entendido la grandeza de esta perla, como dice el Señor, que se le da en la fe.
Naturalmente, si fueran sólo tradiciones nuestras, no se podrían llevar a los
demás. Si en cambio hemos descubierto, como dice San Juan, el Amor, si hemos
descubierto el rostro de Dios, tenemos el deber de contarlo a los demás. No
puedo mantener sólo para mí una cosa grande, un amor grande, debo comunicar la
Verdad. Naturalmente en el pleno respeto de su libertad, porque la verdad no se
impone con otros medios más que con la propia evidencia, y sólo ofreciendo este
descubrimiento a los demás –mostrando lo que hemos encontrado, el don que
tenemos en la mano, que está destinado a todos— podemos anunciar bien el
Cristianismo, sabiendo que supone el altísimo respeto de la libertad del otro,
porque una conversión que no estuviera basada en la convicción interior --«he
encontrado lo que deseaba»-- no sería una verdadera conversión.
--Recientemente ha salido a la luz en la prensa un fenómeno doloroso: la
conversión de muchos inmigrantes que proceden del Islam y que –además de
hallarse en peligro— se encuentran solos, no acompañados por la comunidad
cristiana.
--Cardenal Joseph Ratzinger: Sí, lo he leído y me duele mucho. Es siempre el
mismo síntoma, el drama de nuestra conciencia cristiana que está herida, que es
insegura de sí. Naturalmente debemos respetar los Estados islámicos, su
religión, pero sin embargo pedir también la libertad de conciencia de cuantos
quieren hacerse cristianos, y con valor debemos asistir a estas personas,
precisamente si estamos convencidos de que han encontrado algo que es la
respuesta verdadera. No debemos dejarles solos. Se debe hacer todo lo posible
para que puedan, en libertad y con paz, vivir cuanto han hallado en la religión
cristiana.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit].