VAMOS A ESTUDIAR A CRISTO CRUCIFICADO
Nos resulta relativamente fácil conocer la vida y la pasión de
nuestro Señor Jesucristo. Hemos leído o escuchado muchas veces
los evangelios de la Pasión. Nos hemos conmovido viendo en las
procesiones de Semana Santa escenas de la Pasión que nos
resultan tan familiares. Actualmente, películas y montajes musicales
sobre la vida y la muerte de Jesús nos han impactado con fuerza.
Sabemos de memoria lo que pasó en la Ultima Cena o en el camino
del Calvario o las siete palabras de Jesús. Pero, ¡quién pudiera
decir con San Francisco: «Me sé de memoria a Jesucristo
crucificado»!
Este conocimiento no se aprende en los libros. Se aprende mejor
mirando al crucifijo, como hacía el bueno de Santo Tomás de
Aquino, y por eso sabía tanto. Vamos a plantar estos días el
crucifijo en el centro de nuestras celebraciones y nuestras
devociones, a ver si de tanto mirarlo nos lo aprendemos de
memoria. Es un conocimiento comprensivo y entrañable. Es un
conocimiento hijo del amor. Es que el amor ilumina lo que se ama.
Es que sólo se conoce bien el objeto amado. Es que «el amor
produce el conocimiento y lleva al conocimiento» (Platón).
Este conocimiento es una gracia, en el doble sentido de dicha y
de don. Es una dicha conocer de memoria a Cristo crucificado. El
que posee este conocimiento ya no quiere saber otra cosa.
"Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los
judíos, necedad para los griegos: mas para los llamados... fuerza
de Dios y sabiduría de Dios... Pues no quise saber entre vosotros
otra cosa sino a Jesucristo, y éste crucificado" (/1Co/01/23-24:
/1Co/02/02)
Es también un don, pues «nadie conoce bien al Hijo, sino el
Padre» (Mt 11, 27). El lo puede revelar: «Cuando Aquel que me
separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a
bien revelar en mí a su Hijo» (Gál 1. 15-16). Por eso hay que
pedirlo: «Doblo mis rodillas ante el Padre... para que Cristo habite
por la fe en vuestros corazones... y podáis comprender... y conocer
el amor de Cristo» (Ef 3. 14-19), para que podáis comprender y
conocer hasta dónde llega este amor de Cristo.
"Estoy crucificado con Cristo"
El conocimiento que tuvo San Pablo siempre es modélico. Es un
conocimiento que llega a la asimilación y la configuración. Aquello
de «estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, sino que
Cristo vive en mí" (Gál 2.19-20). No es extraño que todo lo estimara
como basura en comparación con este conocimiento: todo, hasta
sus más grandes títulos y saberes. En este sentido, recordemos
que también Santo Tomás consideraba «paja» cuanto había
escrito en la «Suma Teológica», después de una luminosa
experiencia de Dios, ¡y la quería quemar! En cuanto a Pablo,
podemos decir que conoce tan bien a Jesucristo, que le parece
que está empezando todavía y que tiene aún mucho que aprender:
«La anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el
amor de Cristo, que excede a todo conocimiento» (Ef 3, 18-19).
Sabe muy bien Pablo que Cristo es un mar sin fondo, que excede a
todo conocimiento. El sigue «corriendo hacia la meta» (Fil 3,14).
Mi archivo es Jesucristo
Un eco emocionado de todo este lenguaje paulino lo
encontramos en San Ignacio de Antioquía. También él cifra todo su
conocimiento en Jesucristo y todos sus deseos de llegar a ser
discípulo suyo. Nos resultan ya familiares algunas de sus
expresiones encendidas:
«Ahora bien, para mí todos los archivos se cifran en Jesucristo,
los archivos intangibles son su cruz y su muerte, y su resurrección
y la fe que de él nos viene. En estos archivos quiero, por vuestra
oración, ser justificado» (Fild. Vlr1, 2). Respondía así a judaizantes
que seguían buscando argumentos en antiguas Escrituras.
También Ignacio quiere seguir aprendiendo en la escuela de
Cristo crucificado: "Y ahora es cuando aprendo, encadenado como
estoy, a no tener deseo alguno" (Rm.lV. 3). «Permitidme ser
imitador de la pasión de mi Dios» (Rm.V1, 3). "Entonces seré
verdadero discípulo de Jesucristo" (Rm.lV. 2). «Mi amor está
crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de
materia, sí. en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y
desde lo íntimo me está diciendo: Ven al Padre» (Rm.VII, 2).
«Me sé de memoria a Jesucristo crucificado»
También de San Francisco podemos decir que es uno de los
hombres que más se han identificado con Jesucristo crucificado. Se
lo sabe de memoria, porque lo tiene vivo en la memoria, en la
mente y en el corazón: porque lo siente y lo vive; porque está
crucificado con él. Se lo sabe de memoria, porque él mismo es el
libro en que puede aprenderlo; no tiene más que mirarse a sí
mismo y verá en su propio cuerpo los estigmas de la Pasión, y todo
su ser está lleno de los sentimientos de Jesús. Es un Cristo
crucificado vivo, no sólo por las llagas, sino por su paciencia, su
perdón, su desprendimiento, su humildad, es decir, por su amor
hasta la entrega. ¡Qué bien ha aprendido la lección de Jesucristo!
«El amor no es amado», repetía Francisco, y él quería amarle
por todos. Y quería más. Quería conocer bien los dolores de la
Pasión de Cristo, pero no teóricamente, sino por «la comunión con
sus padecimientos»; quería asumir y compartir los sentimientos de
Cristo. Quería hacer realidad lo que más tarde expresaría
magníficamente San Ignacio en sus Ejercicios: «Dolor con Cristo
doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena
interna de tanta pena como Cristo pasó por mí». Y en verdad que
lo consiguió. En una noche de fuego, casi al amanecer, él siente
que el Espíritu de Cristo tomaba posesión de él, le quemaba, le
ponía un sello incandescente; era la imagen viva de Jesucristo
crucificado. Sentía a la vez un dolor inmenso y un gozo
insuperable. Todo su cuerpo le abrasaba y todo su espíritu
saboreaba la dulzura de la miel. No tardaría en constatar que sus
manos y sus pies y su costado estaban heridos a fuego,
estigmatizados, y el dolor era intenso. Aquello fue como el
doctorado en esta escuela del misterio pascual. Y el pobre
Francisco aún no estaba satisfecho, quería asumir el dolor de
todos los hombres, el dolor del mundo, para convertirlo en fuente
de amor, como su maestro: Cristo.
"Me sé de memoria a Jesucristo crucificado"
Se trata, como hemos visto, de un conocimiento experimental. de
un asumir los dolores y Ios amores de Cristo, de un comulgar con
sus sentimientos más hondos, de un compenetrarse con sus
actitudes más profundas. de un vivir la misma vida de Cristo
crucificado. Es una lección que no se termina nunca.
La cruz que no cesa J/PASION/HOY
Y aquí entramos en otra dimensión del misterio de Cristo
crucificado; es la prolongación en el tiempo, en los hombres, de su
Pasión. La cruz de Cristo no fue sólo la suya, sino la de todos los
hombres que sufren. Cruz de Cristo es la cruz del mundo. «Cristo
está en agonía hasta el fin del mundo». Cristo está siendo
crucificado todos los días.
El corazón de Cristo es como un océano y en él confluyen todos
los ríos, todos los mares del dolor humano. El cuerpo de Cristo es
como un mosaico inmenso en el que se colocan todas las llagas de
los hombres.
"Me sé de memoria a todos los Cristos crucificados"
El tema se amplía y se renueva sin cesar, porque no basta
conocer la cruz del Calvario, hay que conocer la cruz del mundo.
No basta saber de memoria las catorce estaciones del Vía Crucis, o
las siete palabras de Jesucristo en la cruz, o las cinco benditas
llagas de su cuerpo. Hay que saber también las innumerables
estaciones del Vía Crucis humano, las palabras, oraciones y gritos
de todos los crucificados, las llagas infinitas de todos los cuerpos
torturados. Hay que saberse de memoria toda la Pasión del
mundo.
Un tema difícil. Porque no se trata solamente de hacer un mapa
del dolor: repasar, por ejemplo, los pueblos y las personas
crucificadas por el hambre, la miseria, la violencia; repasar todas
esas llagas que producen la injusticia y la crueldad humanas. Y ya
es difícil conocerlo bien. Pero lo que estamos pidiendo es un
conocimiento empático y vivencial que llegue a la compasión y
comunión. Un esforzarse por entrar dentro de todos los
crucificados de hoy, sintonizar con sus angustias y sufrimientos.
A este conocimiento, desde aquí, no llegaremos nunca. ¿Quién
de nosotros puede decir, por ejemplo, que se sabe de memoria a
los hambrientos? ¿Pero es que sabemos lo que es el hambre? ¡Si
ni siquiera somos capaces de guardar un día de ayuno! ¡Si
apagamos la televisión cuando nos ofrecen imágenes de
hambrientos, tan desagradables! ¿Y sabemos lo que es ser
extranjero, vivir en campamentos de refugiados, no tener ni casa,
ni familia, ir de un sitio para otro sintiendo el rechazo y el desprecio
de la gente bien? ¿Y sabemos lo que es un minusválido, un viejo o
un deficiente? ¿Y sabemos lo que es una cárcel? ¿Y sabemos lo
que es ser negro o moro en Europa? ¿Y sabemos lo que es ser un
indio en América?
«Dejo en las Indias a Jesucristo... crucificándolo...»
Hagamos mención especial de este viejo y permanente problema
de la marginación de los indígenas. En una página impresionante,
Bartolomé de ·Casas-B-LAS nos ofreció la visión teológica del
problema.
Quería comprar De Las Casas nuevas tierras en lo que hoy es
Venezuela, «para amparar a estas míseras gentes y estorbar que
no pereciesen». Explicaba las razones en el texto anteriormente
citado. Si vemos maltratar a Jesucristo, pediremos que nos lo den.
«Y si no os lo quisiesen dar graciosamente, sino vendéroslo, ¿no lo
compraríamos?... Porque yo dejo en las Indias a Jesucristo,
nuestro Dios, azotándolo y afligiéndolo y abofeteándolo y
crucificándolo, no una, sino millones de veces».
Después de leer este testimonio, nadie puede dudar de la
hondura cristiana del religioso misionero. Si el conocimiento de
Cristo le llevó a estas actitudes proféticas, el conocimiento de los
indios le llevó a un mejor conocimiento de la Pasión de Cristo.
Aprendió en los indios las bofetadas, los azotes, las llagas y la
agonía de Jesús. Esto es aprender a Jesucristo en el evangelio de
la vida. Y la mejor manera de celebrar el misterio pascual de Cristo
era el esforzarse por rescatar y aliviar y regalar a estos millares y
millones de Cristos que él veía en los «opresos indios».
Los descendientes de estos «opresos indios» no dejan de sufrir
llagas, marginaciones y opresiones sin cuento.
Opresos indios y no indios. Hay muchas opresiones que
debemos descubrir y combatir y, tal vez, compartir.
Este conocimiento vivo, este saber de memoria, quiere
corresponder al conocimiento que Dios tiene de nosotros, y
especialmente de los más débiles y dolientes, de los más
desgraciados. Dios nos conoce entrañablemente. Dios ama
preferentemente al más pobre y al que más lo necesita.
Lo decía muy expresivamente Bartolomé de Las Casas: «Del
más chiquito y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente
y muy viva". Dios sí que se sabe de memoria a su Hijo crucificado y
a sus hijos crucificados. No olvida a ninguno. Cada mañana, cada
noche va repasando esa lista dolorosa y la va grabando en su
corazón. Cada mañana y cada noche recuerda una por una las
heridas y las llagas que sufren sus hijos, y las compadece y busca
la medicina apropiada. Dios tiene la memoria muy reciente y muy
viva de cada injusticia, de cada menosprecio, de cada marginación.
Dios no se olvida de aquellos a quienes nosotros olvidamos. Dios
escucha a quienes nosotros no oímos. Dios ama a quienes
nosotros despreciamos. Dios mete en su corazón a quienes
nosotros dejamos tirados en el camino.
Vamos a estudiar a Cristo crucificado y a los Cristos crucificados.
Son muchos los temas que aún tenemos que aprender. Sean, al
menos en estos días de Semana Santa, objeto primario de nuestro
estudio. Y sea ésta la mejor manera de celebrar nuestra Semana
Santa.
CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 131-136