Devoción a la Santísima Trinidad
—Cuando rezo me
planteo muchas veces a quién me dirijo: ¿a Dios o a una Persona divina
determinada? Lo encuentro difícil de entender.
—Para
responder adecuadamente a su duda sería preciso una larga exposición de teología
trinitaria. Sin embargo, trataré de exponerle brevemente los elementos más
importantes.
La Santísima Trinidad, el Misterio de la vida íntima de Dios, constituye el centro de nuestra fe. El Símbolo de la fe (el Credo) tiene una estructura y unos contenidos típicamente trinitarios: Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo, y su acción en la historia de la salvación. La revelación culminada por Jesucristo, revelador del Padre y del Espíritu, nos dice que nuestro Dios no es un Dios solitario, sino comunidad de vida y amor de tres Divinas Personas.
Esta Trinidad,
que existe desde siempre y que en su misterio es inaccesible en su totalidad, se
nos ha dado a conocer parcialmente en la historia de nuestra salvación. Debemos
afirmar con todo realismo la unidad de la divinidad (el politeísmo es absurdo
desde el punto de vista metafísico) y la pluralidad de las personas. El Padre no
es el Hijo ni el Espíritu Santo. Sólo hay comunidad si hay pluralidad.
Esto, desde un
punto de vista antropológico también tiene consecuencias importantes. La
Trinidad es la crítica más radical del individualismo y del egoísmo. Si el
hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios es comunión de vida y
amor de las tres Personas divinas, el hombre sólo puede realizarse como tal en
la medida en que es amor, interrelación y donación. San Juan nos dice que, en
una insuperable división, Dios es amor. Yo pienso que en esta frase se incluye
ya a la Trinidad. Si Dios es amor, lo es necesariamente desde que es Dios, es
decir, desde toda la eternidad, antes de la creación de la persona angélica o
humana; y eso implica una vida pluripersonal en la divinidad.
Hago estas
consideraciones para ayudar a ver que el misterio de la Santísima Trinidad no es
una cuestión bizantina de teología o un rompecabezas para nuestra curiosidad.
Tiene profundas consecuencias en la consideración del hombre y en el camino de
su realización, tanto a nivel individual como social. De hecho, la Trinidad es
la clave de comprensión de todas las cosas.
Esto nos ayuda a
ver que debemos considerar muy seriamente la novedad cristiana de Dios (el Dios
Trinitario), también en nuestra oración. En el Nuevo Testamento (así lo hizo
notar hace muchos años Rahner), cuando se habla de “Dios”, se refiere con este
nombre al Padre. Jesús nos enseña a rogar confiadamente a nuestro Padre del
cielo y nos da la fórmula para hacerlo. Así, cuando rezamos el Padrenuestro no
nos dirigimos al Hijo ni al Espíritu Santo, sino al Padre, pero lo hacemos por
medio de Jesucristo y en el Espíritu (y ésta es la estructura fundamental de la
oración cristiana, como podemos verlo en las oraciones litúrgicas).
Cuando, por
ejemplo, rezamos el “Señor mío Jesucristo” nos dirigimos a la segunda
Persona de la Santísima Trinidad. Cuando imploramos con el “Veni Creator
Spiritus” la venida del Espíritu Santo, nos dirigimos peculiarmente a la
tercera Persona de la Trinidad. Cuando rezamos la doxología «Gloria al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo...», glorificamos específicamente a la Trinidad
entera. En nuestra plegaria no nos dirigimos a una divinidad abstracta e
impersonal, sino a las Personas divinas, concretas y diferentes. Como puede ver,
eso enriquece enormemente nuestra experiencia de oración y de relación con Dios.
Desgraciadamente, en la historia de la teología, una mala comprensión de la
unidad de Dios ha bloqueado durante muchos siglos la plena vivencia de la gran
novedad de la Trinidad. En cambio, en los místicos, la vivencia de relación con
las diferentes Personas divinas, tan enriquecedora, ha estado siempre presente.
Confío en que estas consideraciones le ayuden en sus dudas.