UN PROYECTO DE SOCIEDAD
EN CLAVE DE UTOPÍA
Sumario
Introducción
1. El «Mercado Total»: Un sistema que genera injusticia y es incapaz de
dar respuesta a las nuevas contradicciones sociales
2. Consecuencias del «Mercado Total»
a) Innovación tecnológica y precariedad laboral
b) el tejido social «polarizado» y un nuevo subproletariado
3. Problemas planteados y no resueltos: El previsible escenario
socioeconómico para las próximas décadas
4. Los grandes capítulos de un proyecto de sociedad en clave de Utopía
a) Por una política de «plena actividad»: un trabajo diferente y las
ocupaciones socialmente útiles
b) Trabajar menos tiempo para que puedan trabajar más personas
c) La asignación básica universal: una renta desvinculada de la cantidad
de trabajo
d) Un nuevo tejido social, más participativo, más descentralizado
e) Nueva oferta educativa y nuevos valores
5. Nuevos valores, nuevos objetivos
6. Conclusión. Proyecto necesario y posible
Notas
* * * * *
INTRODUCCION (*)
Invocar a la utopía como un elemento inspirador para un proyecto
social no es algo que esté muy de moda. Vivimos dominados, por lo
menos aparentemente, por la cultura de lo eficaz, de lo pragmático, de
lo verificable. En nombre de esta cultura se ha proclamado el requiem
por las utopías. Y, sin embargo, son muchos, somos muchos los que
tenemos motivos más que suficientes para buscar y proclamar un
proyecto de sociedad en clave de utopía. Utopía que para nosotros ni
se confunde con mito ni con quimera. Utopía es algo que no existe,
aquí y ahora, pero está en el horizonte como objetivo, como
inspiración de algo nuevo que puede existir. Algo «inédito pero
viable», en frase de Paulo Freire.
Decimos que tenemos razones suficientes para apostar por ese
horizonte utópico porque el actual sistema de Mercado Total, donde
todo se compra y todo se vende, continúa generando situaciones de
extrema desigualdad, pobreza, marginación y violencia, tanto en los
países desarrollados como en el Tercer Mundo. Como siempre la
historia se repite. Por lo menos en sus hechos más relevantes. De ahí
que sea bueno recordar cómo todos los movimientos emancipatorios
que han existido a lo largo de la historia de la humanidad han surgido
frente a situaciones de injusticia y de miseria, con la voluntad de
proclamar proyectos históricos alternativos y liberadores. Por ellos
han luchado y continúan luchando muchos hombres y muchas
mujeres. Lo que entonces pudo parecer utopía hoy ya no lo es.
Nuestra generación tiene el derecho y, sin duda, el deber de
proclamar nuestro propio proyecto emancipatorio, continuación
histórica de todos los que nos han precedido. Y esto es ya una
realidad en estos momentos.
A pesar de los pragmatismos, de los llamados desencantos, de los
posibilismos, frente a las situaciones difíciles y de precariedad, de
desocupación masiva, de nuevas pobrezas, de las crecientes
desigualdades en nuestro mundo desarrollado, frente a un futuro
incierto diseñado por la estrategia del Mercado Total, se están
proponiendo alternativas en clave de utopía, se está luchando por
ellas. Alternativas, eso sí, muchas veces silenciadas y marginadas,
cuando no perseguidas, porque no concuerdan con los intereses y los
proyectos del sistema.
A todo esto vamos a referirnos en la reflexión que presentamos a
continuación. Nos vamos a fijar, como punto de partida, en la
incapacidad del sistema para dar respuesta a los nuevos problemas
que se plantean. No sólo no da respuesta sino que, por su misma
lógica, genera y tolera esas situaciones de extrema desigualdad e
injusticia. Frente a cada problema, nuevo o viejo, planteado y no
resuelto, intentaremos ofrecer una alternativa en clave de utopía. No
se trata de hacer una defensa de la utopía porque sí. Ni se trata de
dejarnos llevar por las utopías irreales y de ciencia ficción. Se trata
sencillamente de constatar cómo las políticas sociales, culturales y
económicas defendidas por los portavoces de los sectores
dominantes no sirven mas que a los intereses de unos, dejando a
muchos, a muchos millones de seres humanos, en la cuneta de la
historia. Y eso a pesar de los grandes recursos tecnológicos y
científicos con que hoy cuenta la humanidad. Y se trata, por tanto, de
constatar y afirmar que la realidad que se nos ofrece hoy no tiene
porqué ser así mañana.
Quisiéramos advertir, ya desde ahora, que no vamos a decir cosas
definitivas, ni mucho menos formular recetas. Lo que vamos a relatar
es parte de un debate en el que deben participar muchos, un debate
que, en realidad, ya ha comenzado a través de la misma práctica de
no pocos proyectos alternativos. Muchas de las cosas que vamos a
decir son fruto, pues, de ese debate y de esa práctica. Durante dos
años, por ejemplo, los grupos coordinados por el Comité de
Solidaridad Oscar Romero han estado reflexionando sobre estos
mismos temas. Debates sindicales muy serios han abordado estas
inquietudes, igual que tantos grupos de base, enraizados en los
problemas de cada día, de cada barrio, de cada situación de
marginación.
Una última advertencia metodológica importante: para imaginar el
futuro, para evitar caer en la tentación de huir hacia utopías de
ciencia ficción es necesario analizar y comprender el presente. El
presente cercano a nosotros (el Cuarto Mundo) y el presente más
lejano, el de los países del Tercer Mundo. Aunque no es el objetivo de
estas notas referirnos a los problemas de esos países, mucho más
urgentes y dramáticos que los nuestros, no por eso han estado al
margen de la reflexión. Cualquier propuesta que se haga para vencer
la injusticia y la pobreza del Primer Mundo deberá hacerse siempre
enmarcada dentro de un Nuevo Orden Económico Internacional. Pero
éste es ya otro tema.
1. EL «MERCADO TOTAL»
UN SISTEMA QUE GENERA INJUSTICIA
Y ES INCAPAZ DE DAR RESPUESTA
A LAS NUEVAS CONTRADICCIONES SOCIALES
Una de las razones más decisivas para invocar a la inspiración
utópica en la construcción de una sociedad diferente a la actual se
encuentra, tal como hemos dicho ya en la introducción, en la
incapacidad del sistema, tanto para dar respuesta a los nuevos
problemas y contradicciones sociales que aparecen, como para
resolver los que nos lega la crisis de la vieja sociedad industrial.
Nadie pone en duda que las sociedades modernas en los países
desarrollados están atravesando, desde hace unos quince años, una
crisis importante. Se trata de una crisis profunda, a la que se ha
calificado, por su carácter específico, como una crisis estructural del
sistema e, incluso, de la propia civilización industrial. Es cierto que,
desde la perspectiva puramente económica, puede hablarse, en estos
momentos, al finalizar la década de los ochenta, de recuperación y de
reactivación. Pero no es menos cierto que, tanto las secuelas de la
crisis de la década anterior y comienzos de la actual (descenso
impresionante del volumen de ocupación y nuevas pobrezas), como
el, todavía, imprevisible impacto de la innovación tecnológica,
plantean serias incógnitas a las que no es fácil dar una respuesta. La
pregunta, pues, que nos podemos hacer es muy concreta: ¿hemos
llegado al fin de la civilizacion industrial? ¿Nos encontramos en los
umbrales de una hipótetica y ambigua sociedad postindustrial? Estas
son preguntas que pueden obtener respuestas peligrosamente vagas
o simplemente ideológicas, o, incluso de ciencia ficción. Lo que no es
ciencia ficción son los efectos, esas secuelas de la crisis, que tienen
unas expresiones muy concretas: paro masivo, nuevas formas de
pobreza y de marginación social, emergencia y consolidación de una
sociedad cada vez más desigual. Y lo que tampoco es ciencia ficción,
es la incapacidad del sistema para responder a esos nuevos y viejos
problemas.
Por eso es necesario preguntarnos: ¿Cuál es la clave para
interpretar la crisis actual? ¿Cuáles son los cambios reales que se
están dando ya? Decíamos que, ante una realidad tan compleja,
puede haber muchas respuestas. Pero no hay duda que todas
deberán pasar por el problema del trabajo, de la naturaleza del
trabajo, de las mutaciones que está sufriendo el proceso productivo.
En una reflexión, como la que intentamos hacer, deben abordarse a
fondo estas cuestiones que afectan a los valores clásicos sobre el
trabajo, sobre la forma de distribuir la riqueza social producida, sobre
las opciones políticas, culturales y sociales para vencer las nuevas
pobrezas, etc. Cierto que no faltan profetas de las nuevas tecnologías
que vaticinan la bondad de la época que se avecina, calificándola
como la sociedad del ocio postindustrial. Vamos a prescindir, por
ahora, de los nombres con que pueda calificarse esa hipotética
sociedad del futuro. Cualquier nombre puede ser útil para hablar de
un futuro que intuimos pero del que sabemos muy poco. De lo que sí
podemos estar seguros es de que algo nuevo se está gestando para
bien o para mal. Para bien porque, sin duda, los avances tecnológicos
han colocado a la humanidad en el umbral de un posible salto
cualitativo de creación de riqueza impensable hace sólo treinta años.
«Constituye una aventura apasionante, desde el punto de vista
intelectual, científico y tecnológico, al que la comunidad científica no
renunciará» (1). Para mal porque las profundas transformaciones que
empiezan a operarse se están haciendo «bajo la ley del más fuerte,
sin contemplaciones, reforzándose, al mismo tiempo, las actitudes más
insolidarias del liberalismo económico» (2).
¿Es ésta una afirmación exagerada, demagógica? Por los frutos
podremos juzgar. Y en seguida me voy a referir al tipo de sociedad
que está emergiendo, muy distinto, por cierto, del que uno pudiera
soñar o imaginar, si partimos del supuesto de las posibilidades que la
humanidad tiene a su alcance.
Conviene, pues, dejar claras las cosas desde el principio. Cuando
decimos que el sistema es incapaz de dar respuestas a los problemas
nuevos que se plantean, queremos decir que el Mercado Total, donde
todo se compra y todo se vende, no es mas que la puesta al día, con
lenguaje moderno, de los viejos principios liberales que tanto fascinan
a los «nuevos economistas» (3). En realidad éstos no hacen mas que
recoger el pilar ideológico del credo liberal, y afirmar que «la identidad
entre los intereses particulares y el interés general está asegurada
por el mercado y la libre competencia». De esto a la teoría del
Mercado Total sólo hay un paso. En efecto, para los nuevos
economistas «el razonamiento económico no sólo se aplica a las
relaciones mercantiles, sino al conjunto de las decisiones sociales de
un individuo». Así, por ejemplo, la Seguridad Social debe ser
sustituida por un seguro voluntario y libre. De igual modo la
enseñanza debe ser objeto de compra y venta por parte de cada
uno», según la ley de la oferta y de la demanda.
Es evidente, nos recuerda Denis Clerc, que este pensamiento
neoliberal sirve admirablemente a los intereses de la burguesía: «para
los nuevos economistas la compatibilidad de intereses es espontánea
y total. El Estado no es mas que el guardián de las leyes y de la
propiedad. Hace que reine la ley y el orden. La sociedad no tiene
conflictos...» Rosanvallon llama a esto la implantación del «capitalismo
utópico» que no deja lugar a la política. Y una sociedad que «presume
de no tener ningún conflicto no puede ser mas que una sociedad
totalitaria. Por una de esas vueltas que acostumbra a dar la historia, la
utopía liberal de los nuevos economistas es la base de una dictadura
implacable: la dictadura y la tiranía del mercado.
«La mano invisible, que según los liberales desde Adam Smith
regirá armoniosamente los mecanismos del mercado, es una mano de
hierro. El liberalismo económico, suntuoso regalo para los pueblos
empobrecidos, consituye el fundamento principal de todos los
imperios» (Claude Julien).
Que no se trata de palabras retóricas o trasnochadas lo vamos a
ver en seguida. Veremos cómo la «mano invisible» de Adam Smith,
utilizada por los nuevos economistas, significa la «desregularización»,
hasta el máximo posible de las relaciones sociales y económicas, la
marginación o debilitamiento del movimiento sindical, con los
consiguientes costes sociales que afectan muy seriamente a
colectivos cada vez más amplios. No es exagerado afirmar (los datos
son los datos) que tales hechos nos retrotraen a los peores momentos
del primer industrialismo.
Como se nos ha recordado hace poco «este nuevo tipo de
capitalismo representa un retorno a los ideales decimonónicos del
laissez faire y del «darwinismo social». Su objetivo básico es reducir al
máximo las conquistas sociales de las clases trabajadoras y
revalorizar el papel elitista de los ricos. Esta política neoconservadora,
simbolizada, sobre todo, por Margaret Thatcher, Ronald Reagan y
Helmut Kohl está siendo imitada, de forma creciente, por los gobiernos
socialdemócratas» (4).
2. CONSECUENCIAS DEL MERCADO TOTAL
Afirmar que las políticas neoliberales producen y segregan
situaciones, muchas veces límite, de pobreza y de marginación no
supone negar unos avances tecnológicos y de creación de riqueza
impresionantes. Lo mismo que la humanidad avanzó en el campo de la
técnica y del progreso durante todo el siglo XIX, dejando tras de sí
pueblos y países expoliados en el Tercer Mundo y discriminación en
los mismos países desarrollados, ahora se repite la historia, en los
umbrales del año 2000, con el agravente de que es una reincidencia
premeditada.
En este sentido es dramáticamente elocuente lo que nos «narran»
los economistas P. Pay y M. Stewart en su crónica «adelantada» del
período comprendido entre 1989 y el año 2000: «Bajo el sistema de
libre mercado los que tenían éxito se enriquecían y los que no,
permanecían en la pobreza. El sistema sólo podía funcionar creando
esas grandes desigualdades... La riqueza traía más riqueza y la
pobreza más pobreza». Estos autores nos describen la situación en
que puede encontrarse el mundo desarrollado en el año 2000 si
continúan en alza las actuales políticas neoliberales. Disponemos de
datos más que suficientes para mostrar cómo esta alarmante previsión
para dentro de doce años es una realidad más que evidente al acabar
1988. ¿Será posible cambiar esa crónica «adelantada» que comienza
el 20 de enero de 1989 cuando toma posesión de su cargo el nuevo
presidente de los Estados Unidos? o ¿vendrá el «Apocalipsis 2000»?
(5).
Conviene ser precisos y no hacer afirmaciones abstractas si
realmente queremos comprender el futuro y buscar soluciones, sin
dejarnos llevar por el fatalismo. ¿A qué costes sociales nos estamos
refiriendo? ¿Qué nuevos desequilibrios culturales y económicos están
emergiendo? Sin ánimo de agotar el tema, y a título sólo de ejemplo,
señalamos a continuación dos grandes bloques que se refieren a
determinados costes sociales alarmantes. Constituyen un síntoma de
ese futuro que nos espera, si es que todo continúa como hasta ahora.
Los dos tienen que ver con el hecho del trabajo: el tema del deterioro
en las condiciones de trabajo (precariedad en la contratación y paro)
y el tema de las nuevas contradicciones sociales (segmentación y
dualización del conjunto de la sociedad en general y del mercado de
trabajo en particular).
a) Innovación tecnológica y precariedad laboral
No es infrecuente que los portavoces del sistema nos digan, una y
otra vez, que el paro junto con las situaciones de precariedad que lo
acompañan tienen su causa en la crisis que hemos sufrido durante los
últimos quince años. Pero ahora se nos repite insistentemente, la
crisis ha sido superada y nos encontramos en el camino correcto de la
recuperación y del bienestar para todos los ciudadanos (6).
En esta afirmación hay una trampa y es menester desvelarla.
Disponemos de indicios suficientes para poder decir que tal
recuperación «económica» se ha hecho y se está haciendo a costa
precisamente de la recuperación «social». Indicios que evidencian
unos costes sociales «necesarios» para que tal recuperación sea
posible. Costes sociales, además, no de carácter temporal sino de
carácter institucional y estructural. Es decir, que están diseñados para
perdurar de forma permanente, incluso agravándose tanto cuantitativa
como cualitativamente, a no ser que se adopten políticas
alternativas.
La explicación es sencilla. Para salir de la crisis el sistema
necesitaba recuperar los niveles de beneficio y de acumulación
capitalista que se habían perdido o habían disminuido durante la
década de los años setenta. Ello exigía, entre otras cosas, abaratar
los costes laborales y aumentar, hasta todo lo posible, la
productividad. En términos corrientes esto quiere decir producir
mucho pero con menos personas y con salarios bajos. Y esto sólo se
podía conseguir teniendo las manos libres para poder despedir a los
trabajadores cuando ya no fuesen necesarios, porque iban a ser
sustituidos por las «nuevas» máquinas. Dos principios básicos para la
salida de la crisis, de acuerdo con los principios del Mercado Total: 1)
trabajo barato y flexible y 2) renovación de la obsoleta estructura
productiva, mediante la innovación tecnológica y la utilización de las
técnicas de organización y gestión a la japonesa». Estas dos políticas
(innovación tecnológica y mercado laboral flexible) constituyen la clave
de bóveda del futuro que está emergiendo ya. En efecto:
1) La innovación tecnológica, tal como se ha introducido y utilizado
(proceso que sólo acaba de comenzar) no sólo supone un aumento
espectacular de la productividad, sino que sustituye («libera») a
enormes cantidades de mano de obra humana, o la desplaza hacia
otros lugares. En cualquier caso esto provoca y provocará un tipo de
desempleo que poco tiene que ver con el paro de los años setenta. Es
el llamado paro tecnoestructural, objeto de tantos análisis, y sobre el
que más o menos todo el mundo está de acuerdo. Voces expertas de
la OIT y de la CEE (Informe FAST) nos advierten que, por lo menos,
hasta la década de los cincuenta del próximo siglo no se preven
cambios sustanciales en el volumen de desempleo. En lo que no todos
están de acuerdo, como bien sabemos, es en el tratamiento que debe
darse a la desocupación masiva, tanto la actual como la que puede
avecinarse.
2) El mercado laboral «flexible», junto con el debilitamiento del
movimiento sindical, constituye otra condición para garantizar el tipo
de innovación tecnológica que necesita el sistema: fuerza laboral
desprotegida y contratación flexible. Es decir, vía libre a todo tipo de
contratación eventual, con presencia sindical debilitada, y
prácticamente sin ningún tipo de contrapartida en materia de reciclaje
ocupacional o de compensación económica adecuada. Basta con
contemplar imparcialmente la escena laboral en estos momentos para
ver que todo se ha conseguido.
Las estadísticas oficiales nos muestran cómo hace sólo quince años
(a comienzos de los setenta) el 98 por ciento de los contratos eran
fijos. En estos momentos el 20 por ciento son ya eventuales. Más aún,
los datos que mensualmente nos ofrece el Ministerio de Trabajo
confirman que durante los últimos cinco años los contratos fijos
(indefinidos) alcanzan sólo el cinco por ciento en el conjunto de
España. Se ha calculado que para final de siglo (el mítico 2000) la
población ocupada y asalariada podría encontrarse segmentada de la
siguiente forma: un 25 por ciento formada por asalaridos fijos (los
mejor retribuidos y con una alta cualificación profesional), un 50 por
ciento lo constituirían los eventuales (normalmente peor retribuidos y
sometidos a una indefensión social notable), y el otro 25 por ciento
estaría formado por los «sumergidos», éstos sí, en la más absoluta y
total indefensión.
El drama de esta realidad lo hemos dicho ya, pero conviene no
olvidarlo es que la innovación tecnológica supone en sí misma un gran
avance para la humanidad. Las posibilidades de creación de riqueza
alimentaria, por citar algún ejemplo, mediante los espectaculares
avances de la biotecnología, la sustitución del trabajo humano más
pesado por las mismas máquinas, etc. abren unas expectativas
insospechadas para mejorar la calidad de vida, para compartir el
trabajo y para la superación de las situaciones de hambre y miseria en
el ámbito planetario.
Colocados en esta óptica, lo lógico sería cambiar radicalmente el
mismo concepto de paro. Hoy por hoy el paro es una carencia,un
hecho tremendamente negativo con consecuencias sociales,
económicas y psicológicas de sobras conocidas. Pero si en lugar de
esta visión negativa del paro se dijese que lo que hoy se entiende por
paro no es mas que tiempo «liberado» por las máquinas para que la
actividad humana se ocupe de cosas diferentes, más creativas, de
utilidad y de servicio social, en el ámbito de la cultura... En realidad
nos encontramos a años luz de esta nueva y sugerente perspectiva
sobre el concepto de paro. Y, sin embargo, sería lo más lógico. Lo
que ocurre es que para el sistema de valores hoy prevalente ya no es
tan lógico, porque tales activiades no se sitúan en la lógica del
sistema: la rentabilidad y el excedente empresarial.
b) El tejido social «polarizado» y un nuevo subproletariado
Quisiera que quedase bien claro que el sistema, aunque no se
atreva a decirlo en voz alta, tiene bien diseñado el tipo de sociedad
que necesita, el tipo de tejido social. Baste con repetir algunos datos y
sacar consecuencias. Muy pocos y a título de recordatorio solamente.
Por desgracia conviene recordar cosas que de tan oídas nos
empiezan a sonar a disco rayado. Datos que en épocas anteriores
hubiesen sido noticia de primer orden sólo ocupan los rincones de la
prensa. Un ejemplo solamente. Que yo sepa apenas se hicieron eco
un número muy reducido de periódicos de un comunicado de la
Comisión Europea sobre la Pobreza en la Comunidad Económica
Europea. Decía: «El número de pobres ha aumentado en la mayoría
de los países de la CEE, hasta alcanzar un total de 45 millones en
1985». Y añadía el experto de la CEE Gerard de Selys: Europa tendrá
en 1992 el gran mercado de la pobreza, con más de 54 millones de
pobres en los 12 países de la Comunidad» (7).
Datos más cercanos a nosotros, dichos telegráficamente:
Cáritas (1984): Tan sólo un 10 por ciento de las familias españolas
acumulan un 40 por ciento de la renta, mientras que un 21.6 de las
familias, las más pobres, tan sólo disponen de un 6.9 por ciento del
total de los ingresos.
Servicio de Estudios del Banco de Bilbao, según el Avance de la
Contabilidad Nacional (1987): La renta per capita española se situaría
en las 911.138 pesetas. Una cifra optimista, se comenta, que es sólo
un indicador y, en cierto modo un espejismo. La realidad es que la
mayoría de los españoles, alrededor de los 27 millones de personas,
no supera esas míticas 900.000 pesetas. Y que, por el contrario, otros
12 millones sobrepasan, con creces, la media, mientras 11.5 millones
están viviendo, desesperadamente, con una renta anual inferior a las
500.000 pesetas. Otros 15 millones, que podrían coincidir con las
clase media baja, se encuentran en las puertas de la renta per capita,
arreglándose con unos ingresos que oscilan entre las 500 y las
900.000 pesetas. El grupo de los que sobrepasa las media nacional
serían unos 8 millones, a la vez que la clase privilegiada, formada por
los privilegiados de toda la vida y los nuevos ricos, tendrían cerca de
4 millones de socios. Dicho de forma más contundente: según estas
apreciaciones del Banco de Bilbao «el 30 por ciento de los hogares
españoles vive en condiciones de pobreza, el 40 por ciento se sitúa
entre los límites de la estrechez y del bienestar, el 20 por ciento vive
bien, y el 10 por ciento vive estupendamente bien» (8).
Programa 2000 (PSOE, 1988): Las cifras que nos acaba de ofrecer
el Programa 2000 coinciden sustancialmente con las que nos ofreció
CARITAS en 1984. Recuérdense los 8 millones de pobres que, según
el estudio de CARITAS, estarían bajo el umbral de la pobreza de
acuerdo con los indicadores de la CEE, algo menos que ese 30 por
ciento de que nos habla el Banco de Bilbao. Por otro lado 4 millones
se encontrarían en situación de pobreza severa o absoluta (en torno a
un 12 por ciento de la población total española). Pues bien, según las
estimaciones del Programa 2000, de estos 4 millones, dos y medio
son personas que han accedido a la pobreza absoluta al perder su
trabajo (situación de paro de larga duración). De entre estos últimos
un millón de personas no ingresa nada por ningún concepto, y
980.000 tienen ingresos por subsidio o pensiones de menos de
25.000 pesetas. Tal como se ha comentado en otro sitio: «La frontera
entre el paro y la pobreza se ha roto» (9). Son las llamadas nuevas
formas de pobreza.
Ministerio de Trabajo/Ministerio de Economía/INE: El capítulo del
paro, el de la economía sumergida, el de las pensiones (400.000
ancianos no cobran nada), nos llevarían a una cantidad de datos que,
por demasiado conocidos, pero no por eso menos inquietantes,
ahorraremos citar. Lo mismo que otras cifras que se refieren a las
situaciones de máxima marginación y de situación de alto riesgo:
buena parte de la población gitana, prostitución marginal,
drogadicción, población internada en las cárceles del país, jóvenes sin
trabajo, parados de larga duración y ese largo etcétera.
Creo que estamos en disposición de poder afirmar, a la luz de los
datos aportados y de las reflexiones insinuadas que nos encontramos,
aparentemente por lo menos, ante un proceso irreversible de
resquebrajamiento del tejido social solidario. Es decir, no sólo se
consolida una sociedad dividida (utilizando la terminología del análisis
de clase) en burgueses y proletarios, sino una sociedad en la que
emerge y se consolida un nuevo sector que podría llamarse no-clase
(es el subproletariado en frase del sociólogo alemán Ralf Dahrendorf).
Se trata de los excluidos, que forman parte de la otra sociedad que no
cuenta, que no habla, que no está organizada. A este fenómeno se le
llama hoy proceso de dualización o sociedad de los tres tercios (los
instalados, los emergentes y los sumergidos como gráficamente los
describe Manuel Vázquez Montalbán):
a) Por un lado, se desarrolla y se consolida una sociedad
económicamente integrada, con una competitividad y agresividad
crecientes, con un gran dinamisno y capaz de ofrecer bienestar y
estabilidad en rápido aumento, pero que, a su vez exige mayor
sumisión a los principios y a las reglas de juego impuestos por el
sistema (Mercado Total, mundo de intereses y de «competencia»).
Esta parte «integrada» de la sociedad alberga a sectores sociales,
aparentemente muy diferentes por niveles de renta, de consumo y de
poder, que van desde las élites económicas, políticas y sociales, hasta
los trabajadores asalariados, políticas y sociales, hasta los
trabajadores asalariados con un empleo relativamente estable y bien
remunerados. En el conjunto de estas clases sociales, se da una
cierta homogeneidad de aspiraciones, en mentalidad, en formas de
consumo (salvadas, claro está, las excepciones por parte de aquellos
que perteneciendo al sector de clases no están de acuerdo con el
sistema).
b) En el otro lado, en la otra vertiente de la sociedad, aparecen,
junto a los sectores históricamente marginales y excluídos, los
llamados nuevos pobres: desde los parados sin retorno, los
sumergidos, muchos inmigrantes extranjeros (africanos en nuestro
caso), un creciente número de jubilados y pensionistas, el mundo de
la droga y de la prostitución marginal... Se trata, evidentemente, de un
sector en aumento.
Si se prefiere la calificación de los tres tercios, en el primer tercio se
encuentra la élite social, económica y política de la sociedad,
relativamente pequeña, principal beneficiaria del sistema. En el
segundo, el más numeroso, están las clases medias profesionales, los
trabajadores asalariados con puestos de trabajo más o menos
estables «que consiguen participar, aunque sea de forma secundaria,
de una economía boyante y del consumo masivo que les ofrece la
sociedad». En el tercero se encuentran los que han quedado
descritos en la no-clase, sector en aumento y atrapados por el círculo
vicioso de la pobreza y de la exclusión social.
En cualquier caso ese círculo vicioso de la pobreza y de la exclusión
social se va acomodando a las nuevas situaciones. Por eso hablamos
de cultura dual, de hábitat-vivienda dual, de escuela-enseñanza dual,
de oportunidades duales, etc. Las barreras institucionales que
imposibilitan o hacen muy difícil escaparse del círculo se endurecen
por la lógica del sistema. Al mismo tiempo, los grupos sociales
integrados se cierran en sí mismos y en sus privilegios. Los
corporativismos se manifiestan de forma insolidaria y agresiva. La
pobreza se esconde. No está de moda ser pobre. «No hay pobreza, se
dice: le gente viaja, tiene una segunda residencia, llena los estadios,
acude a los restaurantes caros, a las discotecas, cambia de coche y
de vivienda...» Es la excusa de siempre. Pero allí no está ese «tercer
tercio»: los excluidos sociales se esconden.
«En realidad la lógica del Mercado Total, llevada hasta sus últimas
consecuencias, tiene como objetivo bien diseñado y programado
mantener satisfecho a un 75 por ciento de la población a sabiendas
de que la población restante es condenada a la exclusión social» (10).
No es rentable políticamente. A lo sumo se la asistirá con ayudas de
infrasubsistencia, y en cualquier caso se utilizarán mecanismos de
control adecuados para evitar cualquier posible desmán.
Con el fin de ilustrar lo que estamos diciendo y sin ánimo de ofender
a nadie, no me resisto a dejar de transcribir parte de una entrevista,
hecha a Rudolfo Paramio, uno de los redactores del Programa 2000,
al que hemos hecho ya referencia . Le preguntaron: «Hoy es un
axioma generalmente aceptado que en la España socialista los pobres
son más pobres y los ricos más ricos. Vaya futuro...». Respuesta:
«Hay que saberlo con cifras. Hay una minoría de ricos que son más
ricos. Y no estoy seguro que los pobres sean más pobres... pero los
dos tercios de la sociedad han visto crecer su nivel de vida». No
estamos insinuando, ni mucho menos, que el Sr. Paramio esté a favor
de los tres tercios. Pero sí que es evidente que personas, de alguna
forma, vinculadas al sistema y muy bien informadas no tienen más
remedio que reconocer la realidad del proceso de polarización que se
ha impuesto en nuestro tejido social, con todo lo que ello supone de
desigualdades, de frustraciones, de exclusión total. Las sutiles redes
del Mercado total, muy a pesar nuestro, ahí están (11).
3. PROBLEMAS PLANTEADOS Y NO RESUELTOS
EL PREVISIBLE ESCENARIO SOCIOECONOMICO
PARA LAS PROXIMAS DECADAS
El conjunto del análisis que hemos tratado de exponer hasta aquí
permite llegar ya a unas conclusiones que para algunos puede que
todavía continúen siendo unas simples hipótesis de trabajo. En
realidad disponemos de la suficiente evidencia para afirmar que no se
trata de simples hipótesis de trabajo, sino de realidades ya presentes,
de problemas planteados y no resueltos. Todos ellos, junto con otros
que por brevedad no desarrollamos, constituyen algunos de los
indicadores más significativos del posible escenario socioeconómico y
cultural que se perfila para las próximas décadas. Ir más allá de esos
próximos veinte o treinta años sería exponerse a un riesgo peligroso
de simple especulación o de ciencia ficción.
Tales indicadores (problemas planteados y no resueltos) podrían
enunciarse de la siguiente forma:
Perspectiva de trabajo escaso, entendiendo por trabajo lo que
normalmente, hasta ahora, ha sido aceptado como tal: vinculado
directa o indirectamente al proceso productivo industrial y a los
servicios clásicos. En líneas anteriores ya nos hemos referido a este
hecho, haciéndonos eco de los estudios de prospectiva elaborados
por la CEE, OIT y otras instituciones internacionales. A saber, que la
introducción masiva de las Nuevas Tecnologías está teniendo, y
tendrá, todavía más, un impacto muy serio en la reducción de los
empleos relacionados con los procesos productivos y con los servicios
clásicos.
Aparición de nuevos empleos, ocupaciones y profesiones
vinculadas a las Nuevas Tecnologías y, sobre todo, al ámbito de los
servicios de utilidad social y de la «industria» del tiempo libre. En
cualquier caso las nuevas ocupaciones exigirán, están exigiendo ya,
un nivel elevado de profesionalización, tanto en la dimensión técnica
como cultural. No es evidente que la aparición de las nuevas
ocupaciones sirva para compensar la pérdida de los puestos de
trabajo tradicionales.
Aumento de colectivos sociales condenados a una marginación y
exclusión social sin retorno (jóvenes sin trabajo, adultos expulsados
del mercado de trabajo, jubilados con pensiones exiguas o nulas...)
frente a otros bien instalados y ocupados profesional y técnicamente
en empleos de alta cualificación y elevada remuneración. Otros
colectivos se verán empujados a aceptar empleos marginales,
precarios, con escasa o nula cualificación, sin posibilidad de
promoción profesional: sociedad dual.
Presencia de valores ético-sociales, (el mundo de los intereses),
que, pretenden legitimar y fortalecer esta dualización de la sociedad.
Su base ideológica se encuentra en el culto al pragmatismo posibilista
a plazo inmediato, propio de una modernidad mal entendida, o en el
fatalismo propio de cierta postmodernidad que sólo cree en soluciones
individuales o en el sálvese quien pueda.
Una oferta educativa pragmática, elitista, anaclada en la vieja
cultura del trabajo, en la competitividad absoluta, en la insolidaridad y
en el triunfo individual, de la que sólo se benefician los dos tercios. En
esta oferta educativa están ausentes los valores de la solidaridad, de
la cooperación, de la autonomía personal, del servicio social, de la
creatividad.
Utilización de las Nuevas Tecnologías, bajo la ley del más fuerte, sin
contemplaciones, y de acuerdo con los intereses de las corporaciones
transnacionales y de la defensa militar. Por supuesto, sin tener en
cuenta la limitación de los recursos del planeta, con la consiguiente
degradación ecológica y de la calidad de vida.
Una brecha cada vez más ancha y honda entre el Norte y el Sur,
con todo lo que ello significa en estos momentos de hambre y
desnutrición total para centenares de millones de personas, junto a
una inmensa riqueza acumulada en las regiones privilegiadas del
planeta.
Basten estos indicadores sobre el posible escenario que nos
aguarda, a no ser que la imaginación, la audacia y el aliento utópico
nos ayuden a encontrar caminos alternativos y a luchar por ellos. En
realidad tales caminos, con más frecuencia de lo que imaginamos,
escapan a lo utópico porque ya existen. Queremos decir con esto que
existe también otro escenario basado en una serie de indicadores ya
verificables en estos momentos. Es necesario, pues, hacer una
brevísima referencia a ellos. Será precisamente en estos indicadores
distintos donde encontraremos la inspiración para diseñar las bases
de un proyecto de sociedad en clave de utopía. Los resumimos así:
En contraposición al escenario del sistema aparecen nuevas
sensibilidades y exigencias socioculturales, por una mayor calidad de
vida, por la defensa del equilibrio ecológico, por la paz, contra la
discriminación sexista..., que no encuentran cauces adecuados dentro
de la cultura del sistema, todo lo contrario: más bien suelen ser
marginadas, silenciadas, manipuladas, cuando no perseguidas. Todo
ello unido a formas alternativas en el ámbito ocupacional y de la
producción (autoocupación, autoproducción), y en la creación de
grupos y de comunidades más autosuficientes. Asociaciones de
jóvenes en lucha contra el paro. Incremento del trabajo cooperativo y
asociado. Luchas sindicales en contra de las reconversiones salvajes
proponiendo alternativas de reciclaje profesional o de creación de
empresas autogestionadas, etc. etc.
Todas estas experiencias, junto con muchas otras que van en la
misma línea, nos sirven de pórtico para pasar al siguiente apartado de
nuestra propuesta e indicar los grandes capítulos de ese proyecto en
clave de utopía.
4. LOS GRANDES CAPITULOS DE UN PROYECTO DE SOCIEDAD
EN CLAVE DE UTOPIA
Por lo que se acaba de decir en los párrafos anteriores ya se ve
que no partimos de cero. Existen intentos de nuevas experiencias.
Estas, junto con reflexiones colectivas y personales, nos permiten
diseñar estos grandes capítulos que en ningún caso pretenden ser
recetas definitivas. Se trata de ofrecer pistas para continuar o iniciar
un debate en el que debemos participar muchos, pero siempre, a
poder ser, partiendo de la experiencia .
(12) He aquí esos grandes capítulos del proyecto en clave de
utopía. Cada uno de ellos tomado separadamente no soluciona nada
o muy poca cosa. Todos ellos se complementan. De entrada es
conveniente, sin embargo, hacer una advertencia previa
metodológica: una cosa es la propuesta de políticas a cortísimo plazo,
otra es presentar propuestas alternativas que deben programarse a
medio o a largo plazo, pero que, en todo caso, deben ya a planificarse
desde ahora. Lo que sí parece cierto es que de nada nos va a servir
presentar opciones alternativas, si al mismo tiempo no luchamos por
objetivos que necesitan respuestas urgentes a cortísimo plazo. De
nada serviría, por ejemplo, un plan de empleo juvenil, concebido como
medida choque, si no va acompañado por las cautelas necesarias
para que de él puedan beneficiarse a más largo plazo los colectivos
de jóvenes más desfavorecidos con unas políticas de formación
adecuadas.
Igualmente de nada serviría presentar políticas alternativas si, al
mismo tiempo no hay una política del mientrastanto ¿qué?. Nos
referimos a las necesarias atenciones asistenciales para subvenir a
las situaciones de precariedad derivadas del paro, mediante
subsidios, renta mínima garantizada, ayudas a situaciones límite. Si
ahora hay quienes están amenazados de desahucio, o por situaciones
extremas de hambre física, porque no tienen ningún ingreso y no
pueden pagar, no les vamos a decir: «lo siento, yo no hago limosnas,
no pongo parches, quiero emplear mi tiempo en la lucha ideológica
que a largo plazo será eficaz...». Este es un discurso frecuente,
aunque parezca ridículo. Y lo sabemos de sobras. Hoy tenemos
situaciones de extrema precariedad (no sólo en el Tercer Mundo), de
hambre, de colectivos especialmente necesitados (ancianos, jóvenes
sin trabajo, trabajadores adultos parados de larga duración, cárceles,
mundo de la droga, inmigrantes africanos...). Desde luego, que estas
medidas de asistencia no van a la raíz del desempleo. Precisamente
por eso es necesario elaborar propuestas ocupacionales alternativas
a más largo plazo. A todo esto nos vamos a referir a continuación.
a) Por una política de «plena actividad»: un trabajo diferente y las
ocupaciones socialmente útiles
Este es el primer ámbito donde el proyecto en clave de utopía se
hace más necesario frente a la impotencia del «sistema» para crear y
garantizar empleo universal.
Se está de acuerdo en que ni hoy ni presumiblemente en las
próximas décadas podrá haber pleno empleo para todos los
ciudadanos a tiempo completo, en el sentido keynesiano y clásico con
que suele entenderse el concepto de pleno empleo. Ya nos hemos
referido a esta hipótesis de trabajo en capítulos anteriores. ¿Quiere
esto decir que sólo nos resta la solución asistencial para conseguir
que el paro sea algo «tolerable»? En realidad las políticas actuales de
subsidio al paro o de asistencia a la precariedad y pobreza no
parecen tener más objetivo que aliviar las consecuencias provocadas
por la carencia de trabajo.
Pero el caso es que trabajo no falta. Si en estos momentos se
quisiera atender eficazmente a las carencias reales en el terreno de la
cultura, de la sanidad preventiva, de la calidad de la enseñanza, de la
cooperación con zonas de la tierra menos desarrolladas, de atención
a antiguos y nuevos colectivos no suficientemente atendidos
(minusválidos, población anciana...), servicios sociales en régimen de
comunidades autosuficientes y autogestionadas... serían necesarios
tantos puestos de trabajo como los que se han perdido por las
reconversiones o por la introducción incontrolada de las nuevas
tecnologías. Y muchos más puestos de trabajo serían necesarios si es
planificada la atención a nuevas necesidades culturales que
necesariamente irán apareciendo. Daniel Bel, nada sospechoso de
utopismos fáciles, llega a afirmar que con las nuevas tecnologías
ningún país debería tener bolsas de pobreza. Dice textualmente: «Una
mayor productividad genera más riqueza, que es lo que se necesita,
precisamente para pagar nuevos trabajos en nuevas áreas que
satisfagan otras necesidades del ciudadano. Hoy en día, ningúna
sociedad, ningún país, aunque parezca lo contrario (aunque parezca
utópico decir esto) está condenado a tener bolsas de paro, y mucho
menos con las nuevas tecnologías, que lo que hacen es solucionar
problemas antes insolubles. Todos los países, incluso los más
avanzados, están hoy todavía muy lejos de tener cubiertas todas sus
necesidades: los museos podrían abrirse de noche, por ejemplo, o por
citar otro campo, las sociedades avanzadas tienen cada vez más
personas ancianas, por lo que los servicios de salud que las atienden
van a tener que seguir creciendo, pero esto exige más productividad,
más riqueza...» más medios de financiación . (13)> Tengamos
presente que las necesidades culturales, lo mismo que las
ocupaciones socialmente útiles, deben estimularse, planificarse, a
través de unos valores que hoy todavía no existen, salvo en personas
o en grupos muy reducidos, y a través de otras políticas culturales y
educativas. Si se acepta la necesidad y el compromiso de atender
eficazmente a estos nuevos ámbitos ocupacionales cabe afirmar que,
si bien una política de pleno empleo es, todavía, algo utópico, no lo es
una política que garantice la «plena actividad». Comunidades,
familias, vecindad deberán ser nuevos núcleos de trabajo y de
producción. El trabajo, el ocio creativo deberán combinarse de forma
libremente escogida. Nadie podrá verse excluido del ejercicio de
alguna actividad productiva o socialmente útil.
Pero «no hay dinero», se dice repetidamente, para atender a esas
necesidades y para promover otras ocupaciones «socialmente útiles».
Expertos en la materia (acabamos de citar a D. Bel) nos advierten que
el incremento espectacular de la productividad, gracias a la
introducción de las Nuevas Tecnologías, permitiría encontrar
sobradamente instrumentos de financiación, si hubiese una voluntad
política, fiscal y cultural diferente a la que impone el imperio del
Mercado Total.
Este es el primer ámbito donde la apuesta utópica se hace
necesaria frente a la impotencia y mezquindad del pragmatismo
realista propio del sistema. Y todo ello, si hubiese voluntad política y
cultural, tiene ya unas concreciones y propuestas posibles que bien
planificadas podrían introducirse poco a poco.A esto se refieren las
propuestas que siguen.
b) Trabajar menos tiempo para que puedan trabajar más personas
Antigua aspiración del movimiento obrero que ahora cobra toda su
relevancia. No se trata, desde luego, de la panacea universal. Pero es
una medida complementaria y, en según que casos, puede ser una
solución. El objetivo, clásico ya por parte sindical, de las «35 horas»
puede ser bueno en sí mismo, pero en ningún caso servirá para paliar
el desempleo de forma significativa. La hipotética reducción de cinco
horas quedaría absorbida automáticamente por el alza de
productividad propia de la innovación tecnológica. Para que la
reducción del tiempo de trabajo repercuta en el reparto de trabajo,
debe ser drástica. Los expertos hablan de 20 horas semanales para
comienzos del siglo XXI.
Desde luego que no se trata de una medida fácil, ya que su
implantación necesita de un consenso que va más allá de las
fronteras de un sólo país. Pero, aún así, nos debemos preguntar
¿cuántos están dispuestos a compartir su trabajo, incluso su sueldo
(en el caso de tener pluriempleo)? ¿Cuántos están preparados para
ocupar el tiempo «liberado» en otro tipo de ocupaciones de utilidad
social, libremente escogidas y de forma voluntaria, creativas o
simplemente culturales, compensadas o no económicamente de
alguna forma, para cubrir la posible reducción salarial que
acompañaría a la reducción de trabajo?
En los últimos años se han presentado diversas propuestas en
torno a la reducción de la duración del trabajo, muchas de ellas un
tanto simplistas, sin tener en cuenta las implicaciones económiccas,
sociales y jurídicas que tal medida podría comportar. Por otro lado,
también se ha dicho que no vale la pena plantearse el problema de la
reducción de la jornada laboral, ya que la historia nos muestra que tal
reducción es algo que ha ido ocurriendo desde los comienzos del
trabajo asalariado, y proseguirá reduciéndose sin necesidad de
complicarnos la vida. No negamos que esto ha sido así hasta ahora y,
posiblemente, esta tendencia no cesará. Pero no se trata de esto.
Pensar que en las actuales circunstancias la ley de la oferta y de la
demanda, el simple ajuste espontáneo de los factores económicos,
tendrán en cuenta las nuevas variables de la nueva realidad (crisis,
innovación tecnológica, nueva división internacional del trabajo, etc.)
es lo mismo que afirmar que esos «ajustes espontáneos» a lo largo de
la historia no han ido acompañados de enormes costes sociales. Y los
costes sociales de hoy pueden ser, lo están siendo ya en
determinados ámbitos, muy superiores a los anteriores por su
volumen y por su carácter planetario.
Cuando hablamos de la reducción de la jornada laboral nos
referimos a una política económica y social intencionada con dos
objetivos muy precisos. En primer lugar dar una respuesta, en todo
caso siempre limitada y parcial, al problema del desempleo estructural
y masivo mediante el reparto del trabajo. En segundo lugar conseguir
una mutación en la calidad del trabajo humano. Este último objetivo
responde a una de las aspiraciones más profundas de la persona
humana: hacer del trabajo, de la ocupación en general, un factor de
desarrollo personal, de creatividad y no de alienación. El primer
objetivo responde, por su parte, a una necesidad más urgente: que
todo ciudadano disponga de un medio de vida y pueda ejercer uno de
los derechos humanos más fundamentales: el derecho a trabajar, el
derecho a realizar alguna actividad . (14)
Lógicamente la reducción de trabajo para que éste pueda ser
compartido se enfrenta con la necesidad, tanto de un cambio radical
en los hábitos culturales, como de una cierta compensación salarial. Y
esto porque no todo el mundo estaría dispuesto a reducir su trabajo
disminuyendo, también, su poder adquisitivo; sin olvidar, claro está,
que una mutación en dichos hábitos o una opción diferente en el nivel
de vida pueden ayudar a reducir la jornada de trabajo sin la
necesidad de compensación salarial significativa. Pero las hipótesis en
que nos estamos moviendo dan por supuesto que la reducción del
tiempo de trabajo no debe ir acompañada de una disminución de los
ingresos. Ello supone, pues, encontrar otras fórmulas
complementarias para mantener el mismo nivel de renta. No puede
apelarse a que esto corra totalmente a cargo de la empresa si ésta
debe mantener su competividad. Una parte tal vez sí, por el creciente
aumento de productividad. Es menester introducir, por tanto, otros
esquemas que no perjudiquen a la competitividad empresarial. La
única solución posible es que la compensación salarial corra a cargo
de la sociedad en su conjunto, por medio de una asignación básica
universal a la que todo ciudadano tendría derecho. A esto vamos a
dedicar los párrafos siguientes.
c) La asignación básica universal: una renta desvinculada de la
cantidad de trabajo
La reducción de jornada, la financiación de las otras ocupaciones
de utilidad social solamente serán viables a condición de que se
reconozca el derecho a todo ciudadano a disponer de una renta
básica (que no debe confundirse con el derecho a una renta mínima
garantizada o con la renta mínima de inserción de estilo francés, en
tanto que éstas sos medidas de tipo simplemente asistencial). Esta
renta básica (o asignación social básica o salario ciudadano) servirá,
tanto para financiar las ocupaciones de utilidad social, libremente
escogidas, que en el contexto de una economía clásica de mercado
no son rentables, como para compensar la disminución salarial a
causa de la reducción de la jornada de trabajo. Esto supondría, pues,
que todo ciudadano tendría derecho a una asignación básica
universal de por vida, por una cantidad de trabajo distribuida durante
la vida entera.
Otro reto para una política de futuro que choca, evidentemente, con
todo lo conocido hasta ahora, ya que la renta o el salario personal no
dependerá de forma excusiva, como hasta ahora, de las horas
trabajadas. En una parte muy importante la renta personal de cada
ciudadano provendría de la riqueza social producida. A corto plazo,
desde luego, esta medida es imposible. Ni los criterios fiscales, ni los
criterios culturales la aceptan, ni los ciudadanos están preparados
para asumir las nuevas responsabilidades sociales que, en todo caso,
acompñarán a la asignación básica. Los expertos nos dicen, sin
embargo, que tal política es técnicamente posible. Y cada vez lo será
más, en la medida en que la innovación tecnológica sea una realidad
masiva, que repercutirá en la productividad y, por tanto, en el
aumento espectacular del excedente empresarial. No olvidemos que
estamos todavía en la prehistoria de la era tecnológica. La respuesta
financiera a estos problemas no es simple. Debe buscarse una
fórmula fiscal para constituir una caja de garantía compensatoria.
Abundan los estudios para buscar una solución técnicamente viable a
este problema: desde las clásicas fórmulas en torno al impuesto
negativo (de carácter puramente asistencial), hasta una reforma
global del sistema fiscal, que Gorz resume de esta manera en el
trabajo citado:
«La caja es alimentada por la aportación de un impuesto que, a la
manera del IVA o del impuesto sobre los alcoholes, los carburantes, el
tabaco etc, afectará a los productos y a los servicios con arreglo a
impuestos diferenciados. Este sistema de impuestos frenará la baja
continua del precio relativo de los productos rápidamente
automatizables. Les afectará en mayor grado cuanto más débil sea la
demanda social. Puesto que los impuestos son deducibles del precio
de la exportación, la competitividad no se verá perjudicada. El pago
real de las personas se compondrá de un pago directo (salario) y de
un pago social, que durante los períodos de descanso garantizará por
sí mismo un nivel de vida normal».
Somos conscientes de que esta explicación es muy esquemática.
Necesita una mayor ampliación. Impuestos sobre los robots, sobre la
inversión tecnológica que ahorra las cotizaciones a la seguridad
social, impuestos a las grandes fortunas (estilo francés), reasignación
de recursos deduciéndolos de las partidas armamentistas y de gastos
públicos y privados suntuarios, son otras tantras fuentes posibles para
financiar la asignación básica.
En todo caso, como nos recuerda, en más de una ocasión, Adam
Schaff, si no se acepta este objetivo (a alcanzar a comienzos del
próximo siglo) condenamos ya, desde ahora, a millones de personas a
la «inanición». Y es ahora, con una nueva voluntad política y cultural,
como debería empezar a planificarse una política fiscal diferente, una
oferta educativa alternativa, coherente con los nuevos valores, y una
progresiva remodelación del Estado de Bienestar.
Pero esto va a ser difícil si no existe un aliento utópico.
d) Un nuevo tejido social, más participativo, más descentralizado
Todo proyecto en clave de utopía y de valores solidarios supone un
no rotundo al tipo de tejido social polarizado, dualizado, incomunicado
que hemos tenido ocasión de contemplar y analizar hace unos
momentos. Conviene decirlo con claridad, la opción por un tejido
social plenamente solidario supone, en cierta medida, una ruptura con
el modelo social y político actual. Deberá irse hacia formas de
participación muy de base, a formas de descentralización, de
desjerarquización, en donde las relaciones verticales dejen de existir
para dar paso a relaciones plenamente horizontales. Tal proyecto
debe incluir formas de convivencia mucho más autosuficientes que las
actuales, en el terreno cultural, de servicios sociales, incluso en
algunos ámbitos de la producción.
Esto, desde luego, no va a ser nada fácil, porque se enfrenta a
nuestras inercias, a nuestra cultura de la pasividad y de la
despersonalización. Será difícil para los mismos partidos e
instituciones políticas tan anclados en los valores jerárquicos propios
de la vieja sociedad industrial. Será difícil para los sujetos históricos
clásicos, algunos de ellos anclados, también, en reivindicaciones
propias de una sociedad y de una problemática cultural que ya no es
ni será lo que ha sido hasta ahora. Un desafío más en clave de
utopía, al que, por suerte, son ampliamente sensibles algunos de los
nuevos movimientos sociales. Urgente responsabilidad, por tanto,
para nuestros partidos políticos de izquierda, demasiado
preocupados, a veces, por definir su propia identidad, pero con
escasa referencia a los nuevos problemas.
e) Nueva oferta educativa y nuevos valores
Este capítulo constituye el punto neurálgico de un proyecto de
sociedad en clave de utopía. Nada de lo que estamos proponiendo
será posible si no se da una oferta educativa capaz de fomentar las
nuevas necesidades socioculturales, capaz de conectar con las
necesidades del futuro mercado de trabajo, capaz de transmitir
valores que no estén basados precisamente en la competitividad y en
el mundo de intereses.
La oferta educativa que, desde luego, debería ir MUCHO más alla
de la educación reglada, superando los límites de la escuela:
educación compensatoria, en muchos casos de forma prioritaria en
una primera etapa, en alternancia (trabajo práctico con formación),
educación de adultos, reciclaje constante ocupacional, sobre todo
para los colectivos más marginados y en todos los ámbitos de la
actividad humana. Oferta educativa que debe ir impregnada de
valores de solidaridad (por tanto incompatibles con los modelos de
enseñanza elitista privada).
Una oferta educativa que deberá orientarse fundamentalmente para
que los niños y jóvenes sean más autónomos, con una combinación
adecuada de conocimientos manuales, técnicos, informáticos,
culturales, de creatividad y, sobre todo, de relaciones interpersonales
para la cooperación y para la solidaridad.
Una oferta educativa con una clara voluntad para cambiar
radicalmente los hábitos de consumo: menos consumo material y más
consumo cultural, cosa que supondrá, por otra parte, un ahorro social
para financiar otras necesidades culturales.
Una oferta educativa que se libere del imperio del Mercado Total, y
deje de estar sometida tanto a la compra y venta de conocimientos y
de títulos, como a los intereses económicos de turno.
Desafío utópico, pero viable, para los enseñantes y comunidades
educativas. Sin olvidar, claro está, una pregunta previa a la que
deberá darse cumplida respuesta: ¿Quién se ocupa hoy, a corto
plazo, del tercer tercio, por el que, según están las cosas, nadie se
atreve a apostar? Ahí se encuentra la utopía de futuro condicionada
por la apuesta utópica del presente, ya ahora.
5. NUEVOS VALORES, NUEVOS OBJETIVOS
Con lo que se acaba de insinuar no se agota, ni mucho menos, un
proyecto de sociedad en clave de utopía. Detrás de cada una de las
cosas que se han presentado, más las que pueda añadir la
imaginación utópica, subyace un nuevo tipo o modelo de civilización,
de sociedad. Seguramente algo tendrá que ver con lo que hoy viene
llamándose sociedad postindustrial. Desde luego no será la sociedad
del simple ocio, y sí una sociedad de tiempo liberado para el ocio
creativo, para la creatividad social, para la cooperación solidaria,
basada en los avances de la ciencia y de la tecnología, pero, sobre
todo, basada en nuevos valores y nuevos objetivos. Algo así como la
«computopía» de Masuda: Una sociedad en clave de utopía que,
precisamente, es posible porque las computadoras sustituyen al
trabajo no creativo de los humanos y porque en el seno de la
sociedad se han hecho presentes otros valores y otros objetivos, hoy
por hoy todavía, salvo excepciones, en el reino de la utopía.
De forma precisa y sintética podemos resumir así los valores y
objetivos, en clave de Mercado Total y en clave de utopía:
ESQUEMA DE VALORES Y OBJETIVOS
PROYECTO MERCADO TOTAL
PROYECTO EN CLAVE DE UTOPÍA
Valores y objetivos cuantitativos
Valores y objetivos cualitativos
Crecimiento económico
Desarrollo humano
Valores monetarios y de consumo indiscriminado
Valores y objetivos interpersonales y personales
Las Nuevas Tecnologías son siempre garantía de bienestar
Hoy por hoy el uso de las NT hecho por el sistema es causa de
mayores diferencias y discriminaciones entre Norte y Sur y en el seno
de los países desarrollados
Los beneficios hay que destinarlos al aumento de los procesos
productivos y a la defensa del sistema
Las ganancias hay que destinarlas a la mejora del medio ambiente y
a la financiación de actividades de utilidad social y de ocio creativo
Renta mínima garantizada (asistencial o de simple subsistencia)
Asignación básica universal (Salario Ciudadano)
Los recursos del planeta son ilimitados
La tierra es una nave espacial que no puede consumir más que lo
que tiene
Tejido social centralizado
Tejido social descentralizado
Sociedad dual (3/3)
Sociedad homogénea y con igualdad de oportunidades
Proyecto urbano
Proyecto más cercano a la naturaleza
Proyecto antropocéntrico
Proyecto ecológico
Proyecto primermundista
Proyecto planetario
6. CONCLUSION: PROYECTO NECESARIO Y POSIBLE
Desde luego, no todo está dicho. Lo hemos repetido varias veces.
Sólo son pistas, importantes eso sí, para ser debatidas. Sería
peligroso, sin embargo, pensar que este intento de proyecto en clave
de utopía está muy bien para soñar, pero nada más. Sería peligroso y
engañoso hacer caso de quienes dicen que «todo esto de perfilar un
futuro alternativo es demasiado complejo y totalmente impredictible».
O cuando dicen que plantear tales alternativas no es sino un burdo
milenarismo, o un sueño ilusorio e ingenuo o una mera quimera.
No dudo en afirmar que, en la mayor parte de los casos, quienes
aducen tales excusas o utilizan tales descalificativos lo hacen
consciente o inconscientemente para legitimar el presente orden
establecido. Así nos lo advierten quienes no son sospechosos de
haber caído en esta trampa: «La insistencia en la impredictibilidad y la
complejidad del cambio son, muy a menudo, un intento de reducirlo a
una mera prolongación del presente» . (15)> Para nosotros, sin
embargo, ha quedado de manifiesto que tenemos muchas razones
para buscar otros caminos, entre otras porque no queremos ser
cómplices de la condena que pesa sobre millones de hombres y
mujeres aquí y, sobre todo en el Tercer Mundo, a vivir en la
marginación y en la exclusión social. No queremos ser cómplices de
que millones de jóvenes se vean condenados a una sociedad
patológica.
No tenemos ningún motivo para creer que las actuales políticas,
bajo el imperio del Mercado Total tal como las acabamos de analizar,
puedan ofrecer alternativas mejores. Todo lo contrario. Es posible, y
no lo negamos, que en la historia de los últimos años, los ajustes
espontáneos hayan servido, en determinados momentos y para
determinadas situaciones, para solucionar problemas parciales o
coyunturales. A pesar de esto, es menester decir, con toda rotundidad
y claridad, que no hay prueba alguna, en toda la historia de la
humanidad, que demuestre que los ajustes espontáneos de la ley de
la oferta y de la demanda hayan contribuido a fomentar o crear
estructuras estables de igualdad en los diferentes ámbitos de la vida:
cultural, económico o de consumo. Han servido para crear riqueza,
nadie lo niega. Pero de esta riqueza sólo se han beneficiado,
mayoritariamente, los grupos y sectores dominantes. A su lado,
¡cuántos se han quedado marginados y caídos en la cuneta del
progreso!, y nadie, salvo excepciones, se ha preocupado de ellos,
nadie ha hablado de ellos, porque no eran del sistema, no tenían voz,
no eran rentables.
En cualquier caso el proyecto de sociedad en clave de utopía no es
algo que surge de la nada, como hemos afirmado más de una vez.
Parte de unas experiencias; debe planificarse ya desde ahora con una
nueva voluntad política y cultural. Debemos luchar por él. Con los
debates que sean necesarios, el movimiento obrero se incorporará
necesariamente a esta lucha. No olvidemos que ha sido el movimiento
obrero, a lo largo de su historia, el que ha conseguido que cosas que
hace doscientos años eran simples utopías, sean hoy realidades, pero
realidades que están seriamente amenazadas. En este sentido el
movimiento obrero tiene un compromiso muy serio, si quiere ser fiel a
su historia: depositario de una tradición impresionante de lucha
protagonizada por quienes han sido los auténticos sujetos del cambio
y de la misma historia, no puede cerrar los ojos a las nuevas capas
marginadas, a quienes se les ha negado, incluso, la voz y la
capacidad de organizarse. Por eso es importante la apertura del
movimiento sindical y de los partidos políticos a los movimientos
sociales, con frecuencia más cercanos y más sensibles a las nuevas
realidades.
Sería preocupante y trágico que careciésemos de modelos
alternativos en clave de utopía, y que fuéramos incapaces de apostar
por algo distinto, aunque no nos conste cuándo podrá ser una
realidad. Por contra, incorporar en nuestras vidas los objetivos de
este proyecto, en parte o en su totalidad, da sentido a las luchas de
cada día, al «mientrastanto». «De hecho, la imagen que un grupo
humano se hace del futuro modela todos los aspectos de la vida
personal y social. Esta imagen configura su práctica social, guía y
sustenta su esfuerzo personal y político, su opinión pública, influye en
la orientación que toman sus relaciones científicas, define los modos
de organización y de gestión, inspira la relectura de la historia, influye
en el modo de hacer arte y en la forma que adoptan las creencias
religiosas» .
(16) Todas estas razones y muchas más son las que nos empujan a
apostar por un proyecto de sociedad en clave de utopía, proyecto del
que queda mucho por imaginar y por experimentar. Proyecto que, en
su totalidad por lo menos, es inviable en el contexto del actual
sistema. Pero esto no puede ser una excusa para renunciar a él. Más
aún, este proyecto técnicamente puede empezar ya a ser planificado y
ser llevado a la práctica, por lo menos en parte, como está
demostrado.
Sea lo que sea, nadie nos puede impedir a nosotros, y a tantos
otros, vivir, ya ahora, nuevos espacios de libertad y de creatividad,
aunque sea al margen y en contra del sistema, como islas, en las que
anticipemos aquello por lo que estamos apostando. Islas que, cada
vez, serán más grandes.
_CRISTIANISME 27
........................
NOTAS
(*) El texto de este Cuaderno tiene su origen en la Ponencia presentada por el
autor en el VIII Congreso de Teología, Madrid, Setiembre, 1988. La redacción
no es la misma en todos sus capítulos. Algunos de ellos han sido
ampliados. Las ponencias del Congreso las publica MISION ABIERTA
(1) RIBA i ROMEVA, Carles, Nuevas Tecnologías, Sociedad Capitalista y Paro,
Universidad Politéc- nica de Barcelona, 1984, pg.4
(2) RIBA i ROMEVA, Carles, obra citada, pg.4
(3) Véase El nuevo liberalismo, en «Nuestros Temas» (El País, 19.5.88):
CLERC, Denis, La tiranía del mercado; JULIEN, Claude, La moral del interés.
LEPAGE, Henri, Mañana el capitalismo, Alianza, 1984. FRIEDMAN, Milton,
Libertad de elegir, Grijalbo, 1980, HINKELAMMEERT, F., Del Mercado Total
al Imperio Totalitario, DEI, Costa Rica, 1987.
(4) SAÑA, H., Neoconservadurismo y darwinismo social, en «El Independiente»,
17 de junio, 1988.
(5) JAY, P. y STEWART, M., Apocalipsis 2000: ¿Decadencia económica y
suicidio de la democracia? 1989-2000, Edaf, 1988.
(6) Véase GARCIA-NIETO, J.N., Los desafíos de una Sociedad Injusta, XVI
Semana de Estudios Vicencianos, Salamanca, 1988 y Pobreza y Exclusión
Social, CCJ, 1987.
(7) «El Periódico de Barcelona», 5 de junio, 1988.
(8) Véase «El País», 27 de marzo, 1988.
(9) Véase GARCIA-NIETO, J.N., Pobreza y Exclusión Social, CCJ, 1987.
(10) ibidem, pg. 2122.
(11) En «El Independiente», 19 de agosto, 1988.
(12) Véase SCHAFF, A., Qué futuro nos aguarda, Grijalbo, 1985. ROBERSTON,
J., Future Work, Gower, 1985. GORZ, A., Los Caminos del Paraíso, Laia,
1986. GARCIA-NIETO, J.N., La crisis actual: análisis desde una perspectiva
de futuro, Fundación Santa María, 1988.
(13) Declaraciones recogidas en «El Independiente», 24 de junio, 1988.
(14) Véase GARCIA-NIETO, J.N., El Trabajo repartido como alternativa, en
«Acontecimiento», nº7, enero, 1987. TAHAR, G., La reduction de la durée du
travail, La Decouverte, Paris, 1985.
(15) LOZANO, J.M. y CORBI, M., Nuevas Tecnologías, mutación silenciosa e
irreversible, en «La Vanguardia», 7 de julio, 1988.
(16) Ibidem