Engendrado, no hecho
Por
Robert Spaemann(*)
Traducción del alemán: José María Barrio Maestre.
¿A partir de cuándo el hombre es hombre? El Parlamento británico ha
autorizado la manipulación de embriones y el ministro alemán de Cultura,
Julian Nida-Rümelin defiende esa autorización. Sin embargo, esto supone un
atentado contra la vida humana
En la discusión sobre la clonación surgen argumentos y puntos de vista
claramente enfrentados. Quizá sea el momento oportuno para poner algo de
orden en este debate. La decisión del Parlamento británico de autorizar la
producción de embriones en los primeros catorce días para la clonación
reviste dos facetas éticas distintas. Ambas son dudosas por motivos diversos;
no obstante, se recomienda una distinción estricta entre ellas. El primer
aspecto se refiere a la clonación como algo que, por así decir, está más
allá de cualquier intervención sobre el proceso embrionario, y por ello
afecta a la identidad cualitativa de individuos futuros o ya existentes en la
fase inicial de su desarrollo. El segundo aspecto concierne a la
"utilización" de embriones humanos.
MANIPULACIÓN GENÉTICA
La naturaleza humana típica, al igual que toda naturaleza humana individual,
tiene que ver con una cadena de casualidades. ¿Podría considerarse malo
sustituir la casualidad por una planificación racional, como afirma el
argumento en favor de la manipulación genética? ¿Como podríamos deplorar
la posibilidad de optimizar la herencia humana según un plan debidamente
organizado?
Lo realmente perverso se puede observar preferentemente en la visión de
quienes encuentran en esa posibilidad algo especialmente bueno. En los
tristemente célebres simposios Ciba, de los años sesenta, todo esto parecía
aún un horizonte lejano, de suerte que quienes en ellos participaban se
manifestaron de manera bastante imprudente acerca de tales visiones. Según
éstas, deberían fabricarse individuos inteligentes, adaptables a las
condiciones de la vida moderna, así como a las necesidades de posibles viajes
interplanetarios, inmunes a toda enfermedad, pero también individuos que sean
genéticamente como "abejas obreras", naturalezas esclavas que,
sintiéndose felices, prestan servicios considerados inferiores. La objeción
de que ningún padre se prestaría a la cría de tales niños esclavos no se
sostiene, pues si alguna vez esa identidad cualitativa de futuros individuos
fuese planificable, tal planificación ya no se dejaría en manos de los
padres, pese a que la profesora Judith Mackay, perteneciente a la
Organización Mundial de la Salud, haya afirmado en Berlín: "Quien desee
descendencia, podrá elegir sus futuros hijos con el color del pelo o el
coeficiente intelectual que desee".
Una sociedad de gente puramente idéntica a Einstein o a Boris Becker, por
poner algún ejemplo, es tan poco posible como una sociedad que a causa de la
tradición o de la moda pudiera inclinarse preferentemente por producir una
descendencia masculina o femenina. Como ya vio Huxley, sería inevitable una
planificación económica de la biología humana. Sin embargo, en lo referente
a la planificación social de índole global ya tenemos suficiente
experiencia, a lo largo de medio siglo, con lo ocurrido en el ámbito
económico con la subordinación a la competencia en los numerosos
intercambios comerciales de los negocios diarios en el "mercado".
Los países que se han prestado a ese gran experimento todavía necesitarán
muchas décadas para recuperarse de sus consecuencias. Pueden hacerlo, y
enmendar los daños, pero en lo relativo a las consecuencias que atañen a la
planificación biológica humana no podrán hacerlo.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que todavía faltan criterios para poder
considerar que verdaderamente se ha avanzado sistemáticamente en las
cuestiones acerca de la genética humana. ¿En qué consiste realmente un
individuo ideal? ¿Qué es mejor: ser más inteligente, o ser más feliz? ¿O
más afectuoso, más creativo, más sobrio, más robusto o más sensible?
Basta plantearse la cuestión para enseguida reconocerla absurda. Además,
constituiría una insoportable soberbia por parte de la generación presente
el querer dominar a la generación futura de tal forma que ésta se deba hasta
en sus aspectos más esenciales a las caprichosas preferencias de sus
antecesores. Lamentablemente, la realidad vuelve a sobrepasar, en este
aspecto, nuestras más horribles predicciones. Entre tanto, la Human
Fertilization and Embriology Authority, que vigila en Gran Bretaña el proceso
de la fecundación in vitro, prepara la autorización oficial de la selección
de bebés sordos nacidos de padres sordos, y la destrucción selectiva de los
embriones sanos. La portavoz del Royal Institute for Deaf People aclaró, a
este propósito: "En el caso de que una pareja con sordera se someta a un
tratamiento in vitro y decida tener un hijo sordo, esta elección debe
considerarse lícita y permisible. Nosotros apoyaríamos esta decisión".
El despropósito no parece conocer límite. Naturalmente, cada quien debe algo
de su herencia genética a la preferencia de sus padres. Pero esa preferencia
no afecta directamente a representaciones detalladas acerca de las cualidades
singulares de la descendencia. "No creáis que yo pensaba en vosotros
cuando estaba con vuestra madre", ha dicho Gottfried Benn.
La acción socializadora sobre los hijos –la educación– presupone su
existencia ya genéticamente determinada. Esa educación no puede programar el
futuro según los deseos de los que viven en el presente. El futuro resulta de
lo que los hombres venideros hagan con lo que reciban en herencia. Pretender
prever esto de una vez, es decir, sustituir la educación por la programada
selección del individuo desde su origen, como propone Sloterdijk, destruiría
lo que nos une a nuestros hijos: la común naturaleza. "Engendrado, no
hecho", dice el Credo de Nicea acerca del Hijo de Dios, lo que también
es válido para el origen individual de todo hombre, incluso de aquellos que
no creen en algo así como un Hijo de Dios.
Las objeciones específicas contra la clonación de seres humanos ya fueron
formuladas hace mucho tiempo, y con mayor énfasis, por Hans Jonas. Los seres
humanos tienen derecho a un futuro sin trabas, a un futuro abierto, de modo
que no se les imponga tener a la vista un mellizo treinta o sesenta años
mayor. Incluso si alguien intentara obviar las respectivas previsiones
naturales viviría obsesionado ante la posibilidad de ese mellizo o trillizo.
Además, las expectativas de un hombre son siempre el resultado de una feliz
combinación de predisposiciones y de situaciones históricas. Y, por otro
lado, teniendo en cuenta que las situaciones históricas singulares no se
pueden reproducir, carece de sentido intentar lograr una identidad genética.
El propósito de eliminar el factor tiempo pone de relieve lo que constituyen
tales manipulaciones: una perversidad.
TERAPIA GENÉTICA
Existe una forma única de manipulación genética que parece invulnerable a
tales objeciones: las intervenciones terapéuticas en el proceso embrionario,
a través de las cuales deberían ser eliminados los factores que predisponen
a las diversas enfermedades. Aquí no se trata de conseguir algunas
"mejoras" en el individuo, sino de eliminar los defectos
ostensibles. Mas, ¿en qué consiste un defecto ostensible? ¿En una
aberración del standard de "salud" según la Organización Mundial
de la Salud, a saber, en un no alcanzar el estadio óptimo representado como
la capacidad de rendimiento objetivo y de bienestar subjetivo bajo ciertas
condiciones culturales dadas? Este concepto de salud corresponde
aproximadamente a lo que los griegos entendieron por eudaimonía. En la Unión
Soviética la disidencia era interpretada en categorías psiquiátricas. Los
disidentes no estaban en armonía con la standard oficial y, por tanto,
sufrían bajo la normalidad imperante. Lo curioso es que, por su
desadaptación, parecía que "deseaban sufrir".
Los psicofármacos en que se apoyaba tal normalidad probablemente se habrían
podido ahorrar a la larga por medio de intervenciones genéticas. Así, no se
habría llegado al sufrimiento. Y, naturalmente, tampoco al
"sufrimiento" al que se deben algunas de las más grandes obras de
la poesía y de la música.
Aquí salud debería significar el mínimo normativo de capacidad de un
organismo para sobrevivir de manera autónoma sin grandes dolores. Hay unas
cuantas enfermedades y, tomando nuevamente la analogía del
"mercado", encontramos aquí una ya antigua distorsión de aquél,
en lugar de emplear las posibilidades que nos ofrece la medicina moderna para
obviar la mencionada selección natural que produce la enfermedad. ¿Debería
prohibirse esa deformación "mercantilista" que intenta una especie
de compensación genética por medio de intervenciones terapéuticas? Apenas
puede discutirse que la llamada terapia somática genética resulta en último
término una variante de las intervenciones médicas tradicionales, teniendo
en cuenta que con ellas podrían eliminarse casi con seguridad
transformaciones no deseadas en la patología embrionaria del paciente.
No obstante, también en los citados casos deben excluirse las intervenciones
en tal proceso, dado el estado actual de la cuestión, y ello precisamente
porque los intentos de establecer una técnica de éxito reconocido
inevitablemente conducirían a una "investigación utilizando
embriones". Las células embrionarias fertilizadas para ese uso
científico, al servicio exclusivo de la investigación de este tipo, podrían
sin ese uso haber llegado a constituir nuevas vidas humanas.
UTILIZACIÓN DE EMBRIONES HUMANOS
Tropezamos ya aquí con el segundo aspecto de carácter ético contenido en la
mencionada resolución del Parlamento británico: la clonación terapéutica.
Desgraciadamente, esto constituye una falacia semántica. Lo que en este caso
sucede con los embriones humanos no es terapia en modo alguno, sino todo lo
contrario: esos embriones serán eliminados, muertos, y precisamente lo
serán, al servicio de procedimientos científicos, los que claramente tienen
vida, aquellos que quizá alguna vez habrían llegado en el futuro a
contribuir a la aparición de una cifra indeterminada de seres humanos, a
quienes se podría haber proporcionado una vida mejor, y tal eliminación se
produce a pesar de que la ciencia ya está en el mejor camino para conseguir
el mismo objetivo que pretenden los "exterminadores" pero a base de
células madre extraídas de individuos adultos.
La objeción ética contra esa eliminación es clara: la resolución
parlamentaria en cuestión constituye un ataque contra la dignidad humana que
desde el punto de vista ético, resulta inadmisible por someter unos seres
humanos a otros utilizándolos exclusivamente como medios al servicio de los
intereses de aquellos otros. Contra esta objeción se intenta ratificar que
los seres humanos no son tales en la fase temprana de su existencia y,
consecuentemente, carecen de la dignidad adscribible al ser humano. La
resolución del Parlamento inglés no se basa tanto en esa tesis como en la
opinión operante en la legislación británica de que la vida humana del
embrión comienza con la denominada anidación, con la implantación del
óvulo fecundado en el útero de la madre, catorce días después de la
concepción. No voy a discutir aquí esta tesis, si bien la interpretación de
quienes alertan de las imprevisibles consecuencias de tantos excesos puede
parecer en Inglaterra algo exagerada, mientras que en Alemania se basan
inequívocamente en tales tesis.
El caso es que el nuevo ministro nombrado en la República Federal Alemana,
para colmo especialista en bioética, asume impasible las mencionadas
consecuencias imprevisibles. Julian Nida-Rümelin cuestiona precisamente en un
artículo publicado en Tagesspiegel, no sólo la dignidad humana, es decir, el
carácter de fin en sí de los embriones antes de la anidación, sino incluso
la de todos los seres humanos que "carecen de la capacidad de autoestima
o de autoconciencia".
"La consideración de la dignidad humana –escribe– es apropiada
cuando se cumplen ciertos supuestos, cuya carencia suprime la dignidad del ser
humano, quedando éste incapaz de la autoestima. (…) La autoestima de un
embrión humano no puede sufrir daño alguno". Tampoco la de un niño de
un año, ni la de los minusválidos, ni la de quienes duermen. Christian Geyer
ha advertido ya en el Frankfurter Allgemeine Zeitung sobre la terrible
magnitud de este sector de seres humanos al que Nida-Rümelin niega la
dignidad humana. La cuestión sorprende aún más al advertir que precisamente
Nida-Rümelin no ha renunciado todavía a su acerba crítica al
consecuencialismo y, con ella, a determinadas ideas en torno a los deberes
incondicionales, categóricos. Pero al igual que Peter Singer y Norbert
Hoerster, no incluye entre los mencionados deberes el respeto a la dignidad
del ser humano. Así, no tiene nada en contra del "uso" de
embriones, aun en el caso de que desapruebe la clonación de seres humanos por
otros motivos, similares a los que he citado anteriormente.
En los cenáculos filosóficos ha de poderse plantear cualquier monstruosidad.
Aquí, la apelación a autoridades de pretendido prestigio en todo caso se
permite como un argumento prima facie. Por el contrario, si un ministro de
nuestro país se pronuncia en su primera contribución oficial al debate,
después de su nombramiento, contra el primer artículo de la Ley Fundamental
según la jurisprudencia vinculante del Tribunal Constitucional, y sin tener
en cuenta para nada la validez de dicha interpretación, entonces existe un
motivo importante de preocupación. En una jurisprudencia continuada ya desde
hace dos décadas, el Tribunal Constitucional formula la siguiente
proposición: "Donde hay vida humana corresponde atribuirle,
consiguientemente, la respectiva dignidad humana; no es determinante que el
portador sea consciente de dicha dignidad, ni que sea capaz o no de defenderla
por sí mismo. Las capacidades potenciales que se han incorporado al ser
humano desde el principio son suficientes para fundamentar tal dignidad
humana" (Sentencias del BVG, vol. 39, 1, p. 41).
La mencionada sentencia enuncia exactamente lo contrario que lo formulado en
la exposición del ministro. Pone de relieve una tradición jurídica
congruente con esa sentencia, cuya no observancia contradice el principio
fundamental de nuestra Constitución. En todo caso, Nida-Rümelin, al igual
que Norbert Hoerster, a la vista de la tesis extremadamente pobre que
proponen, dan pie para pensar que no consideran en absoluto el mandato de
protección que el Tribunal Constitucional exige para los no nacidos.
El profesor de Filosofía Nida-Rümelin es muy dueño de tener por falsa o por
"lírica constitucional" la propuesta del mencionado Tribunal. El
derecho fundamental a la libertad de opinión incluye igualmente el de
manifestar opiniones acerca de la Constitución y, felizmente, esto no se
supedita a la esclavitud de lo políticamente correcto. No obstante, el
titular de un cargo público no debería permitirse manifestaciones de
carácter inconstitucional como las que hemos visto, sin consecuencias de
ningún tipo. Tales manifestaciones llevan a temer lo peor en perjuicio del
ordenamiento jurídico vigente y, además, amenazan la vida de miles de seres
humanos a quienes, según los criterios ministeriales, no alcanza la
protección de su dignidad y, por tanto, solamente constituyen objeto de
aquella "consideración" que prescriben las leyes de protección de
los animales para los cerdos antes de ser sacrificados. No nos engañemos: no
pocos de nuestros contemporáneos han comenzado a pensar en esa dirección.
¿PERSONAS CONTRA LA DIGNIDAD HUMANA?
Trasladémonos por un momento a la desenfadada anarquía del cenáculo
filosófico donde sólo cuenta el argumento. Cabría pensar que tienen razón
quienes, como Norbert Hoerster, propagan la idea de renunciar a los derechos
humanos y sustituirlos por los derechos de las personas. Por tanto, persona
sólo pueden considerarse aquellos seres humanos que satisfacen determinados
criterios, por ejemplo, los que poseen la capacidad actual para la autoestima,
de tal forma que su dignidad como persona sólo puede ser lesionada mediante
acciones que realmente privan al individuo de la autoestima.
Nida-Rümelin entiende por tales no las acciones dirigidas contra la vida
humana, sino el escaso "respeto a la forma individual de vida
correspondiente, así como los valores, normas y convicciones fundamentales
que le son debidos". Ese respeto sólo puede ser dispensado, como es
natural, a seres que poseen tales convicciones. Sin embargo, lamentablemente,
todo es falso en esta tesis. En primer término salta a la vista que existen
seres humanos que son tratados de la forma más humillante y violados de
muchas maneras sin que padezca su autoestima. La autoestima de los verdugos
nazis del 20 de julio de 1944, presumiblemente sufrió más por su propia
conducta represora que la autoestima de sus víctimas.
No obstante, no deseo insistir en el punto más débil del argumento de Nida-Rümelin.
En su favor, renunciaré a hacerlo, y señalaré solamente aquellas acciones
que puedan lesionar la dignidad humana y que están en claro contraste con la
autoestima de la víctima. Según él, poseen la dignidad humana únicamente
quienes son conscientes de ella y, en consecuencia, capaces de autoestima.
También en los círculos filosóficos existen los protocolos de la
"carga de la prueba", o sea, las formas de repartir la obligación
de fundamentar las tesis. La tesis de quienes desean sustituir los derechos
humanos por el derecho de las personas negando el ser personal a gran parte de
la familia humana presenta un lastre argumental considerable, pues contradice
la tradición general, no solamente europea, sino también la ética de la
Humanidad. Su auténtico presupuesto estriba en afirmar que somos seres
humanos y, por ende, acreedores de un reconocimiento de la consiguiente
dignidad humana, pues los miembros normales de la familia humana poseen
determinadas cualidades como la autoconciencia, la autoconsideración y otras
análogas. De ahí se deriva que exclusivamente aquellos individuos poseedores
de dichas propiedades tengan derecho a tal respeto o consideración.
Si esto fuera así, entonces serían dignas de aprecio las cualidades y
situaciones que nosotros estimemos, y no las de los portadores, que a veces
pueden encontrarse en tales circunstancias y a veces no. El representante más
destacado de esa teoría empírica radical, Derek Parfit, sostiene que el
individuo que despierta del sueño es una persona distinta de quien se duerme,
pues precisamente al dormirse la persona cesa en su existencia. Esto, desde
luego, es consecuente con dicha teoría, pero tal consecuencia contraintuitiva
únicamente demuestra lo absurdo del supuesto.
Si somos conscientes de que tenemos hambre, el hambre realmente empieza no con
el llegar a tener conciencia de ella, sino con el hambre misma que
primeramente era inconsciente, y que después se convierte en hambre
auténtica. Análogamente, todos nosotros decimos: "Yo fui concebido en
tal fecha, y en tal otra nací después, en tal época y día". Y los
hijos preguntan a su madre: "¿Qué pasaba mientras me llevabas
dentro?" El pronombre personal "yo" se refiere no a un yo
consciente, que en el claustro materno ninguno de nosotros tenía, sino a la
vida incipiente del ser humano, que más tarde aprendería a decir
"yo" y, a decir verdad, porque otros seres humanos le están
diciendo "tú" antes de que pueda él mismo decir "yo".
Aunque ese ser no aprendiera nunca a decir "yo" por alguna
invalidez, le pertenece el título de hijo, hija, de hermano o hermana en una
familia humana, y así, en la familia de la Humanidad, que constituye una
comunidad de personas. Únicamente existe un criterio fiable respecto a la
personalidad humana: la pertenencia biológica a la familia humana.
Parece complicado, pero basta con poseer la intuición de las personas
corrientes para comprender lo que D. Wiggins escribe: "Persona es todo
ser viviente que pertenece a una especie cuyos miembros típicos son seres
inteligentes, dotados de razón y reflexión, y capacitados de una forma característica
por su dotación física para considerarse a sí mismos, en diferentes
momentos y lugares, como los únicos individuos pensantes que existen" (Sameness
and Substance, Oxford, 1980).
Así las cosas, sobran las especulaciones escolásticas sobre el comienzo
temporal de la personalidad. Tomás de Aquino creía en la activación divina,
al tercer mes de ser concebido el ser humano, de un alma espiritual e inmortal
que se extrae de su estado vegetativo. El Parlamento inglés cree que el feto
es persona a los quince días de vida. Todas estas especulaciones devienen
ociosas toda vez que el óvulo fecundado contiene el programa genético
completo en su DNA. El comienzo de cada uno de nosotros es imprevisible. Es
preciso que en el momento oportuno lo que es concebido por seres humanos se
desarrolle autónomamente en una figura humana en crecimiento y que pueda
contemplarse como "alguien", que no debe ser utilizado como
"algo", por ejemplo como almacén de órganos de repuesto
simplemente en favor de otros. Aunque ese "alguien" esté enfermo
grave o incapacitado. Aun en el caso de aquellos experimentos de congelación
que llevaron a cabo los nazis en los campos de concentración, como es sabido,
a favor de otros enfermos.
Finalmente Nida-Rümelin quiere tranquilizarnos diciendo que se ha extendido
el perverso argumento que predica, y que es válido porque la cuestión de los
embriones está abierta, y si no lo hacemos nosotros, otros se beneficiarán
de este lucrativo negocio. Tal argumento marca el final de toda ética.
También en la naturaleza se produce la muerte violenta de seres humanos, y
finalmente todos hemos de morir. ¿Pero nos está permitido, por ello, matar?
Nadie es responsable de todo lo que sucede. Responsables somos, más bien, de
lo que hacemos.
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Copyrignt de la traducción: José María Barrio Maestre
Copyright de esta edición electrónica: Arvo Net
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* Robert Spaemann es profesor emérito de la Universidad de Munich.
Además, ha sido profesor visitante en las Universidades de Río de Janeiro,
Salzburgo, París (La Sorbona), Berlín, Hamburgo, Zurich o Moscú. También
se le ha galardonado con diversas distinciones: doctor honoris causa por las
Universidades de Friburgo (Suiza), Santiago de Chile, Universidad Católica de
América y Universidad de Navarra. Ha recibido también la Medalla Tomás Moro
(1982) y la Cruz del Mérito de Alemania (1ª clase, 1987). Asimismo, es
"Officier de I"Ordre des Palmes Academiques" (1988), miembro
fundador de la Academia Europea de las Ciencias y de las Artes y miembro de la
Academia Pontificia Pro Vita en Roma.
Su obra está principalmente dedicada al ámbito de la filosofía práctica.
Destacan sus escritos Crítica de las utopías políticas (1977, 1980),
Ética: Cuestiones fundamentales (1987), Lo natural y lo racional: Ensayos de
antropología (1987, 1989), Felicidad y benevolencia (1991) y Personas: Acerca
de la distinción entre algo y alguien (1996, 2000).
Gentileza
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