DOMINGO III DE PASCUA

EVANGELIO


Ciclo A:
Lc 24,13-35

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 234 (1-2: Edit Maurist t. 5, 987-988)

Sobre la resurrección de Cristo según san Lucas

Estos días leemos el relato de la resurrección del Señor según los cuatro evangelistas. Y es necesario leerlos a todos, porque cada evangelista por separado no lo dijo todo, sino que lo que uno omite lo dice el otro. Y de tal manera se completan unos a otros, que todos son necesarios.

El evangelista Marcos apenas si esbozó lo que Lucas ha narrado más ampliamente respecto de aquellos dos discípulos, que no eran del grupo de los Doce, y que sin embargo eran discípulos; a los cuales el Señor se apareció cuando iban de camino y se puso a caminar con ellos. Marcos se limita a decir que el Señor se apareció a dos de ellos que iban de viaje; en cambio el evangelista Lucas nos cuenta —como acabamos de escuchar— todo lo que les dijo, lo que les respondió, hasta dónde caminó con ellos y cómo le reconocieron en la fracción del pan.

¿Qué es, hermanos, qué es lo que aquí se debate? Tratamos de afianzarnos en la fe que nos asegura que Cristo, el Señor, ha resucitado. Ya creíamos cuando hemos escuchado el evangelio, y al entrar hoy en esta iglesia éramos ya creyentes; y sin embargo, no sé por qué se oye siempre con gozo lo que nos refresca la memoria. Y ¿cómo no va a alegrarse nuestro corazón desde el momento en que nos parece ser mejores que estos dos que van de camino y a quienes el Señor se aparece? Pues nosotros creemos lo que ellos todavía no creían. Habían perdido la esperanza, mientras que nosotros no abrigamos duda alguna sobre lo que para ellos constituía motivo de duda.

Habían perdido la esperanza porque el Señor había sido crucificado. Así lo dan a entender sus palabras. Cuando Jesús les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino, y por qué estáis tristes? Ellos le contestaron: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí? El les preguntó: ¿Qué? Preguntaba aun sabiéndolo todo de sí mismo, y es que deseaba estar con ellos. ¿ Qué?, les preguntó. Ellos le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes para que lo crucificaran. Y ya ves, hace tres días que sucedió esto. Nosotros esperábamos... ¿Esperabais? ¿Luego ya no esperáis? ¿A esto se reduce vuestra condición de discípulos? Os supera el ladrón en la cruz. Vosotros habéis olvidado a vuestro Maestro, él reconoció al que, como él, pendía en la cruz.

Nosotros esperábamos... ¿Qué es lo que esperabais? Que él fuera el futuro liberador de Israel. Lo que esperabais y, una vez Cristo crucificado, perdisteis, eso es lo que el ladrón crucificado reconoció. Le dijo, en efecto, al Señor: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Ved que él era el futuro liberador de Israel. Aquella cruz era una escuela. En ella el Maestro adoctrinó al ladrón. El leño del que pendía, se convirtió en cátedra del que enseñaba. Que el que os ha sido restituido, haga renacer la esperanza en vosotros. Como así sucedió.

Con todo, recordad, carísimos, cómo el Señor Jesús quiso ser reconocido al partir el pan por aquellos, cuyos ojos eran incapaces de reconocerlo. Los fieles comprenden lo que quiero decir, pues también ellos reconocen a Cristo en la fracción del pan. Porque no cualquier pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino tan sólo el que recibe la bendición de Cristo.

 

RESPONSORIO                    Lc 24, 32.35.33
 
R./ «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». * Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Aleluya.
V./ Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
R./ Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Aleluya.
 


Ciclo B: Lc 24, 35-48

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12, cap 1: PG 74, 730-735)

Dichosos los que crean sin haber visto

Tomás, reacio en un primer momento a creer, fue pronto en la confesión, y en un instante, fue curado de su incredulidad. En efecto, habían transcurrido tan sólo ocho días, y Cristo removió los obstáculos de la incredulidad al mostrarle las cicatrices de los clavos y su costado abierto.

Después de haber entrado milagrosamente a través de las puertas cerradas —milagrosamente ya que todo cuerpo terreno y extenso busca una entrada adecuada al mismo, y para entrar requiere un espacio en proporción a su magnitud—, nuestro Señor Jesucristo con toda espontaneidad descubrió su costado a Tomás y le mostró las heridas impresas en su carne, confirmando —a propósito de Tomás—la fe de todos los creyentes.

Sólo de Tomás se dice que afirmó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Pero el pecado de incredulidad era, en cierto modo,común a todos, y sabemos que la mente de los demás discípulos no estuvo libre de dudas, bien que aseguraran a Tomás: Hemos visto al Señor.

Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, Cristo les dijo: ¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado y un poco de miel. Él lo tomó y comió delante de ellos. ¿Ves cómo la duda de la incredulidad no hizo únicamente presa en santo Tomás, sino que este virus atacó asimismo el ánimo de los restantes discípulos?

Así pues, la admiración hacía a los discípulos más tardos en la fe. Pero en realidad, para quien observa y ve no existe excusa alguna de incredulidad; por eso, santo Tomás hizo una correcta confesión cuando dijo: ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Esta expresión del Salvador está llena de una singular providencia y puede sernos a nosotros de suma utilidad. En efecto, también en esta ocasión Cristo ha tenido en cuenta el bien de nuestras almas, porque es bueno y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, según está escrito. Todo lo cual es digno de admiración.

Era, pues, necesario tolerar con paciencia las reservas de Tomás y a los demás discípulos que le creían un espíritu o un fantasma, y, para ofrecer al universo mundo la credibilidad de la fe, mostrar las señales de los clavos y la herida del costado, así como tomar alimento fuera de lo acostumbrado y sin necesidad alguna, a fin de eliminar absolutamente todo motivo de incredulidad en aquellos que buscaban estas pruebas para su propia utilidad.

Pero el que acepta lo que no ve y cree ser verdad lo que el doctor le comunica, éste demuestra una adhesión ferviente al predicador. Por eso se declara dichoso a todo aquel que accede a la fe mediante la predicación de los apóstoles que, al decir de Lucas, fueron testigos oculares de las obras y ministros de la palabra. A ellos debemos nosotros obedecer si es que aspiramos a la vida eterna y estimamos en lo que realmente vale habitar en las moradas eternas.

 

RESPONSORIO                    1 Cor 15, 4-5. 7; Jn 20, 27; Lc 1, 2
R./ Cristo fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras; y se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; 6 después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles. * No seas incrédulo, sino creyente.
V./ Como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la Palabra
R./ No seas incrédulo, sino creyente.
 


Ciclo C: Jn 21,1-19

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón Güelferbitano 16 (2-3: PLS 2, 580-581)

Interrogando a Pedro, el Señor nos interroga a todos

Cuando oyes decir al Señor: «Pedro, ¿me amas?», considera esta pregunta como un espejo y mira de verte reflejado en él. Y para que sepáis que Pedro era figura de la Iglesia, recordad aquel texto del Evangelio: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos. Las recibe un solo hombre. Y cuáles sean estas llaves del reino de los cielos, lo explicó el mismo Cristo: Lo que atareis en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desatareis en la tierra, quedará desatado en el cielo. Si sólo a Pedro se le dijo, sólo Pedro lo hizo; murió Pedro y se fue: ¿quién ata?, ¿quién desata? Me atreveré a decirlo: estas llaves las tenemos también nosotros. Pero ¿qué es lo que digo? ¿Que nosotros atamos?, ¿que nosotros desatamos? Atáis también vosotros, desatáis también vosotros. Porque es atado quien se separa de vuestra comunidad, y, al separarse de vuestra comunidad, queda atado por vosotros. Y cuando se reconcilia, es desatado por vosotros, porque también vosotros rogáis a Dios por él.

Todos efectivamente amamos a Cristo, somos miembros suyos; y cuando él confía su grey a los pastores, todo el colegio de los pastores pasa a formar parte del cuerpo del único pastor. Y para que comprendáis cómo todo el colegio de pastores se integra en el cuerpo del único pastor, pensad: ciertamente Pedro es pastor y plenamente pastor; pastor es Pablo y pastor en el sentido pleno de la palabra; Juan es pastor, Santiago es pastor, Andrés es pastor, y los demás apóstoles son realmente pastores. Entonces, ¿cómo se veríficará aquello de: Habrá un solo rebaño, un solo pastor?

Ahora bien, si es cierto aquello de que .habrá un solo rebaño, un solo pastor, es que todo el inmenso número de pastores se reduce al cuerpo del único pastor. Pero en él estáis también vosotros, pues sois miembros suyos.

Estos son los miembros que oprimía aquel Saulo, primero perseguidor, luego predicador, echando amenazas de muerte, difiriendo la fe. Una sola palabra dio al traste con todo su furor. ¿Qué palabra? Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué podía hacer al que estaba sentado en el cielo?, ¿qué daño podrían hacerle las amenazas?, ¿qué daño podrían hacerle los gritos? Nada de esto podría ya afectarle, y sin embargo clamaba: ¿por qué me persigues? Cuando decía: ¿por qué me persigues? declaraba que nosotros somos miembros suyos. Así pues, el amor de Cristo, a quien amamos en vosotros; el amor de Cristo, a quien también vosotros amáis en nosotros nos conducirá, entre tentaciones, fatigas, sudores, miserias y gemidos, allí donde no hay fatiga alguna, ni miseria, ni gemidos, ni suspiros, ni molestia; donde nadie nace, ni muere; donde nadie teme las iras del poderoso, porque se adhiere al rostro del Todopoderoso.

 

RESPONSORIO                    Jn 21, 17.15
 
R./ Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». * Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.
V./ Dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
R./ Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas».