DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 19, 1-9a.11-21

El Señor se revela a Elías

En aquellos días, Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los profetas. Entonces Jezabel mandó a Elías este recado:

«Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos».

Elías temió y emprendió la marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. El continuó por el desierto, una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte:

«¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»

Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo:

«¡Levántate, come!»

Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:

«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas».

Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo:

«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!»

Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía:

«¿Qué haces aquí, Elías?»

Respondió:

«Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme».

El Señor dijo:

«Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco y, cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael; rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén. Al que escape de la espada de Jazael lo matará Jehú, y al que escape de la espada de Jehú lo matará Eliseo. Pero yo me reservaré en Israel siete mil hombres: las rodillas que no se han doblado ante Baal, los labios que no lo han besado».

Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:

«Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo».

Elías le dijo:

«Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?»

Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre los misterios (12-16.19: SC 25bis, 162-164)

Todo les sucedía como un ejemplo

Te enseña el Apóstol que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar. Y en el cántico de Moisés leemos: Sopló tu aliento y los cubrió el mar. Te das cuenta de que el paso del mar Rojo por los hebreos era ya una figura del santo bautismo, ya que en él murieron los egipcios y escaparon los hebreos. Esto mismo nos enseña cada día este sacramento, a saber, que en él queda sumergido el pecado y destruido el error, y en cambio la piedad y la inocencia lo atraviesan indemnes.

Oyes cómo nuestros padres estuvieron bajo la nube, y una nube ciertamente beneficiosa, ya que refrigeraba los ardores de las pasiones, carnales; la nube que los cubría era el Espíritu Santo. El vino después sobre la Virgen María, y la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra, cuando engendró al Redentor del género humano. Y aquel milagro en tiempo de Moisés aconteció en figura. Si, pues, en la figura estaba el Espíritu, ¿no estará en la verdad, siendo así que la Escritura te enseña que la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo?

El agua de Mara era amarga, pero Moisés echó en ella un madero y se volvió dulce. De modo semejante, el agua, sin la proclamación de la cruz del Señor, no sirve en absoluto para la salvación; pero cuando ha sido consagrada por el misterio de la cruz salvadora, entonces se vuelve apta para el baño espiritual y para la bebida saludable. Pues del mismo modo que Moisés, el profeta, echó un madero en aquella agua, así ahora el sacerdote echa en ésta la proclamación de la cruz del Señor y el agua se vuelve dulce para la gracia.

No creas, pues, solamente lo que ven tus ojos corporales; más segura es la visión de lo invisible, porque lo que se ve es temporal, lo que no se ve eterno. La visión interna de la mente es superior a la mera visión ocular.

Finalmente, aprende lo que te enseña una lectura del libro de los Reyes. Naamán era sirio y estaba leproso, sin que nadie pudiera curarlo. Entonces, una jovencita de entre los cautivos explicó que en Israel había un profeta que podía limpiarlo de la infección de la lepra. Naamán, habiendo tomado oro y plata, se fue a ver al rey de Israel. Este, al saber el motivo de su venida, rasgó sus vestiduras, diciendo que le buscaban querella al pedirle una cosa que no estaba en su regio poder. Pero Eliseo mandó decir al rey que le enviase al sirio, para que supiera que había un Dios en Israel. Y cuando vino a él, le mandó que se sumergiera siete veces en el río Jordán. Entonces Naamán empezó a decirse a sí mismo que eran mejores las aguas de los ríos de su patria, en los cuales se había bañado muchas veces sin que lo hubiesen limpiado de su lepra, y se marchaba de allí sin hacer lo que le había dicho el profeta. Pero sus siervos lo persuadieron por fin y se bañó, y, al verse curado, entendió al momento que lo que purifica no es el agua, sino el don de Dios.

El dudó antes de ser curado; pero tú, que ya estás curado, no debes dudar.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 21,1-21.27-29

Elías, defensor de la justicia para con los pobres

Por aquel tiempo, Nabot, el de Yezrael, tenía una viña pegando al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab le propuso:

«Dame la viña para hacerme yo una huerta, porque está al lado, pegando a mi casa; yo te daré en cambio una viña mejor o, si prefieres, te pago en dinero».

Nabot respondió:

«¡Dios me libre de cederte la heredad de mis padres!»

Ajab marchó a casa malhumorado y enfurecido por la respuesta de Nabot, el de Yezrael, aquello de: «No te cederé la heredad de mis padres». Se tumbó en la cama, volvió la cara y no quiso probar alimento. Su esposa Jezabel se le acercó y le dijo:

«¿Por qué estás de mal humor y no quieres probar alimento?»

Él contestó:

«Es que hablé a Nabot, el de Yezrael, y le propuse: "Véndeme la viña o, si prefieres, te la cambio por otra". Y me dice: "No te doy mi viña"».

Entonces Jezabel dijo:

«¿Y eres tú el que manda en Israel? ¡Arriba! A comer, que te sentará bien. ¡Yo te daré la viña de Nabot, el de Yezrael!»

Escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los ancianos y notables de la ciudad, paisanos de Nabot. Las cartas decían:

«Proclamad un ayuno y sentad a Nabot en primera fila. Sentad enfrente a dos canallas que declaren contra él: "Has maldecido a Dios y al rey". Lo sacáis afuera y lo apedreáis hasta que muera».

Los paisanos de Nabot, los ancianos y notables que vivían en la ciudad, hicieron tal como les decía Jezabel, según estaba escrito en las cartas que habían recibido. Proclamaron, un ayuno y sentaron a Nabot en primera fila; llegaron dos canallas, se le sentaron enfrente y testificaron contra Nabot públicamente:

«Nabot ha maldecido a Dios y al rey».

Lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. Entonces informaron a Jezabel:

«Nabot ha muerto apedreado».

En cuanto oyó Jezabel que Nabot había muerto apedreado, dijo a Ajab:

«Hala, toma posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael, que no quiso vendértela. Nabot ya no vive, ha muerto».

En cuanto oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a tomar posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael.

Entonces el Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita:

«Anda, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Mira, está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión. Dile: "Así dice el Señor: `¿Has asesinado, y encima robas?' Por eso, así dice el Señor: `En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre"».

Ajab dijo a Elías:

«¿Con que me has sorprendido, enemigo mío?» Y Elías repuso:

«Te he sorprendido! Por haberte vendido, haciendo lo que el Señor reprueba, aquí estoy para castigarte; te dejaré sin descendencia, te exterminaré todo israelita varón, esclavo o libre».

En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno. El Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita:

«¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo».


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre los misterios (19-21.24.26-38: SC 25bis, 164-170)

El agua no purifica sin la acción del Espíritu Santo

Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo qúe ves, para que no seas tú también de estos que dicen: «¿Este es aquel gran misterio que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? Veo la misma agua de siempre, ¿esta es la que me ha de purificar, si es la misma en la que tantas veces me he sumergido sin haber quedado nunca puro?» De ahí has de deducir que el agua no purifica sin la acción del Espíritu.

Por esto, has leído que en el bautismo los tres testigos se reducen a uno solo: el agua, la sangre y el Espíritu, porque, si prescindes de uno de ellos, ya no hay sacramento del bautismo. ¿Qué es, en efecto, el agua sin la cruz de Cristo, sino un elemento común, sin ninguna eficacia sacramental? Pero tampoco hay misterio de regeneración sin el agua, porque el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. También el catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, con la que ha sido marcado, pero si no fuere bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir el perdón de los pecados ni el don de la gracia espiritual.

Por eso, el sirio Naamán, en la ley antigua, se bañó siete veces, pero tú has sido bautizado en el nombre de la Trinidad. Has profesado —no lo olvides— tu fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. Vive conforme a lo que has hecho. Por esta fe has muerto para el mundo y has resucitado para Dios y, al ser como sepultado en aquel elemento del mundo, has muerto al pecado y has sido resucitado a la vida eterna. Cree, por tanto, en la eficacia de estas aguas.

Finalmente, aquel paralítico (el de la piscina Probática) esperaba un hombre que lo ayudase. ¿A qué hombre, sino al Señor Jesús, nacido de una virgen, a cuya venida ya no era la sombra la que había de salvar a uno,por uno, sino la realidad la que había de salvar a todos? El era, pues, al que esperaban que bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y Juan dio testimonio de él, diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Y si el Espíritu descendió como paloma, fue para que tú vieses y entendieses en aquella palma que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento.

¿Te queda aún lugar a duda? Recuerda cómo en el Evangelio el Padre te proclama con toda claridad: Este es mi Hijo, mi predilecto; cómo proclama lo mismo el Hijo, sobre el cual se mostró el Espíritu Santo como una paloma; cómo lo proclama el Espíritu Santo, que descendió como una paloma; cómo lo proclama el salmista: La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales; cómo la Escritura te atestigua que, a ruegos de Yerubaal, bajó fuego del cielo, y cómo también, por la oración de Elías, fue enviado un fuego que consagró el sacrificio.

En los sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio. Y si quieres atender a los méritos, considéralos como a Elías, considera también en ellos los méritos de Pedro y Pablo, que nos han confiado este misterio que ellos recibieron del Señor Jesús. Aquel fuego visible era enviado para que creyesen; en nosotros, que ya creemos, actúa un fuego invisible; para ellos, era una figura, para nosotros, una advertencia. Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo también. Cuánto más se dignará estar presente donde está la Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios.

Descendiste, pues, a la piscina bautismal. Recuerda tu profesión de fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. No significa esto que creas en uno que es el más grande, en otro que es menor, en otro que es el último, sino que el mismo tenor de tu profesión de fe te induce a que creas en el Hijo igual que en el Padre, en el Espíritu igual que en el Hijo, con la sola excepción de que profesas que tu fe en la cruz se refiere únicamente a la persona del Señor Jesús.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 22, 1-9.15-23.29.34-38

Juicio de Dios contra el impío rey Ajab

En aquellos días, pasaron tres años sin que hubiera guerra entre Siria e Israel. Pero, al tercer año, Josafat, rey de Judá, fue a visitar al rey de Israel, y éste dijo a sus ministros:

«Ya sabéis que Ramot de Galaad nos pertenece; pero nosotros nos estamos quietos, sin recuperarla de manos del rey sirio».

Y preguntó a Josafat:

«¿Quieres venir conmigo a la guerra contra Ramot de Galaad?»

Josafat le contestó:

«Tú y yo, tu ejército y el mío, tu caballería y la mía, somos uno».

Luego añadió:

«Consulta antes el oráculo del Señor».

El rey de Israel reunió a los profetas, unos cuatrocientos hombres, y les preguntó:

«¿Puedo atacar a Ramot de Galaad o lo dejo?» Respondieron:

«Vete. El Señor se la entrega al rey».

Entonces Josafat preguntó:

«¿No queda por ahí algún profeta del Señor, para consultarle?»

El rey de Israel le respondió:

«Queda todavía uno: Miqueas, hijo de Yimlá, por cuyo medio podemos consultar al Señor; pero yo lo aborrezco, porque no me profetiza venturas, sino desgracias».

Josafat dijo:

«¡No hable así el rey!»

El rey de Israel llamó a un funcionario, y le ordenó: «Que venga enseguida Miqueas, hijo de Yimlá». Cuando Miqueas se presentó al rey, éste le preguntó: «Miqueas, ¿podemos atacar a Ramot de Galaad o lo dejamos?»

Miqueas le respondió:

«Vete, triunfarás. El Señor se la entrega al rey». El rey le dijo:

«Pero ¿cuántas veces tendré que tomarte juramento de que me dices únicamente la verdad en nombre del Señor?»

Entonces Miqueas dijo:

«Estoy viendo a Israel desparramado por los montes, como ovejas sin pastor. Y el Señor dice: "No tienen amo. Vuelva cada cual a su casa, y en paz"».

El rey de Israel comentó con Josafat:

«¿No te lo dije? No me profetiza venturas, sino desgracias».

Miqueas continuó:

«Por eso, escucha la palabra del Señor: Vi al Señor sentado en su trono. Todo el ejército celeste estaba en pie junto a él, a derecha e izquierda, y el Señor preguntó:

"¿Quién podrá engañar a Ajab para que vaya y muera en Ramot de Galaad?"

Unos proponían una cosa y otros otra. Hasta que se adelantó un espíritu y, puesto en pie ante el Señor, dijo: "Yo lo engañaré".

El Señor le preguntó:

"¿Cómo?"

Respondió:

"Iré y me transformaré en oráculo falso en la boca de todos los profetas".

El Señor le dijo:

"Conseguirás engañarlo. ¡Vete y hazlo!"

Como ves, el Señor ha puesto oráculos falsos en la boca de todos esos profetas tuyos, porque el Señor ha decretado tu ruina».

El rey de Israel y Josafat de Judá fueron contra Ramot de Galaad. Un soldado disparó el arco al azar e hirió al rey de Israel, atravesándole la cota de malla. El rey dijo al auriga:

«Da la vuelta y sácame del campo de batalla, porque estoy herido».

Pero aquel día arreció el combate, de manera que sostuvieron al rey en pie en su carro frente a los sirios, y murió al atardecer; la sangre goteaba en el interior del carro. A la puesta del sol, corrió un grito por el campamento:

«¡Cada uno a su pueblo! ¡Cada uno a su tierra! ¡Ha muerto el rey!»

Llevaron al rey a Samaria, y allí lo enterraron. En la alberca de Samaria lavaron el carro; los perros lamieron su sangre, y las prostitutas se lavaron en ella, como había dicho el Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre los misterios (29-30.34-35.37.42: SC 25bis, 172-178)

Catequesis de los ritos que siguen al bautismo

Al salir de la piscina bautismal, fuiste al sacerdote. Considera lo que vino a continuación. Es lo que dice el salmista: Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón. Es el ungüento del que dice el Cantar de los cantares: Tu nombre es como un bálsamo fragante, y de ti se enamoran las doncellas. ¡Cuántas son hoy las almas renovadas que, llenas de amor a ti, Señor Jesús, te dicen: Arrástranos tras de ti, correremos tras el olor de tus vestidos, atraídas por el olor de tu resurrección!

Esfuérzate en penetrar el significado de este rito, porque el sabio lleva los ojos en la cara. Este ungüento va bajando por la barba, esto es, por tu juventud renovada, y por la barba de Aarón, porque te convierte en raza elegida, sacerdotal, preciosa. Todos, en efecto, somos ungidos por la gracia del Espíritu para ser miembros del reino de Dios y formar parte de su sacerdocio.

Después de esto, recibiste la vestidura blanca, como señal de que te habías despojado de la envoltura del pecado y te habías vestido con la casta ropa de la inocencia, de conformidad con lo que dice el salmista: Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. En efecto, tanto la ley antigua como el Evangelio aluden a la limpieza espiritual del que ha sido bautizado: la ley antigua, porque Moisés roció con la sangre del cordero, sirviéndose de un ramo de hisopo; el Evangelio, porque las vestiduras de Cristo eran blancas como la nieve, cuando mostró la gloria de su resurrección. Aquel a quien se le perdonan los pecados queda más blanco que la nieve. Por esto, dice el Señor por boca de Isaías: Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.

La Iglesia, engalanada con estas vestiduras, gracias al baño del segundo nacimiento, dice con palabras del Cantar de los cantares: Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén. Morena por la fragilidad de su condición humana, hermosa por la gracia; morena porque consta de hombres pecadores, hermosa por el sacramento de la fe. Las muchachas de Jerusalén, estupefactas al ver estas vestiduras, dicen: «¿Quién es ésta que sube resplandeciente de blancura? Antes era morena, ¿de dónde esta repentina blancura?»

Y Cristo, al contemplar a su Iglesia con blancas vestiduras —él, que por su amor tomó un traje sucio, como dice el libro del profeta Zacarías—, al contemplar el alma limpia y lavada por el baño de regeneración, dice: ¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas, bajo cuya apariencia bajó del cielo el Espíritu Santo.

Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo, el Señor, te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu, como te enseña el Apóstol.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de las Crónicas 20, 1-9.13-24

Relato maravilloso de la ayuda de Dios al rey fiel Josafat

En aquellos días, los moabitas, los amonitas y algunos meunitas vinieron contra Josafat en son de guerra. Informaron a éste:

«Una gran multitud procedente de Edom, al otro lado del mar Muerto, se dirige contra ti; ya se encuentran en Pedregal de Palma (la actual Fuentelchivo)».

Josafat, asustado, decidió recurrir al Señor, proclamando un ayuno en todo Judá. Judíos de todas las ciudades se reunieron para pedir consejo al Señor. Josafat se colocó en medio de la asamblea de Judá y Jerusalén, en el templo, delante del atrio nuevo, y exclamó:

«Señor, Dios de nuestros padres. ¿No eres tú el Dios del cielo, el que gobierna los reinos de la tierra, lleno de fuerza y de poder, al que nadie puede resistir? ¿No fuiste tú, Dios nuestro, quien expulsaste a los moradores de esta tierra delante de tu pueblo, Israel, y la entregaste para siempre a la estirpe de tu amigo Abrahán? La habitaron y construyeron en ella un santuario en tu honor, pensando: "Cuando nos ocurra una calamidad, espada, inundación, peste o hambre, nos presentaremos ante ti en este templo, porque en él estás presente, te invocaremos en nuestro peligro y tú nos escucharás y salvarás"».

Todos los judíos, con sus mujeres e hijos, incluso los chiquillos, permanecían de pie ante el Señor. En medio de la asamblea, un descendiente de Asaf, el levita Yajziel, hijo de Zacarías, hijo de Benayas, hijo de Yeguiel, hijo de Matanías, tuvo una inspiración del Señor y dijo:

«Judíos, habitantes de Jerusalén, y tú, rey Josafat, prestad atención. Así dice el Señor: "No os asustéis ni acobardéis ante esa inmensa multitud, porque la batalla no es cosa vuestra, sino de Dios. Mañana bajaréis contra ellos cuando vayan subiendo la cuesta de las Flores; les saldréis al encuentro al final del barranco que hay frente al desierto de Yeruel. No tendréis necesidad de combatir; estad quietos y firmes, contemplando cómo os salva el Señor. Judá y Jerusalén, no os asustéis ni acobardéis. Salid mañana a su encuentro, que el Señor estará con vosotros"».

Josafat se postró rostro en tierra, y todos los judíos y los habitantes de Jerusalén cayeron ante el Señor para adorarlo. Los levitas corajitas descendientes de Quehat se alzaron para alabar a grandes voces al Señor, Dios de Israel. De madrugada se pusieron en marcha hacia el desierto de Tecua. Cuando salían, Josafat se detuvo y dijo:

«Judíos y habitantes de Jerusalén, escuchadme: confiad en el Señor, vuestro Dios, y subsistiréis; confiad en sus profetas, y venceréis».

De acuerdo con el pueblo, dispuso que un grupo revestido de ornamentos sagrados marchase en vanguardia, cantando y alabando al Señor con estas palabras:

«Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia».

Apenas comenzaron los cantos de júbilo y de alabanza, el Señor sembró discordias entre los amonitas, los moabitas y los serranos de Seír que venían contra Judá, y se mataron unos a otros. Los amonitas y moabitas decidieron destruir y aniquilar a los de Seír, y, cuando terminaron con ellos, se enzarzaron a muerte unos con otros. Llegó Judá al otero que domina el desierto, dirigió su mirada a la multitud y no vieron más que cadáveres tendidos por el suelo; nadie se había salvado.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre los misterios (43. 47-49: SC 25bis, 178-180.182)

Instrucción a los recién bautizados sobre la eucaristía

Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y, al ver preparado el sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Es, ciertamente, admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto; en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es el cuerpo de Cristo.

Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquél era del cielo, éste del Señor de los cielos; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad.

Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres: Bebían —dice el Apóstol— de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el cuerpo del Creador más que el maná del cielo.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 2, 1-15

Asunción de Elías

En aquellos días, cuando el Señor iba a arrebatar a Elías al cielo en el torbellino, Elías y Eliseo se marcharon de Guilgal. Elías dijo a Eliseo:

«Quédate aquí, porque el Señor me envía solo hasta Betel».

Eliseo respondió:

«¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré».

Bajaron a Betel, y la comunidad de profetas de Betel salió a recibir a Eliseo. Le dijeron:

«¿Ya sabes que el Señor te va a dejar hoy sin jefe y maestro?»

Él respondió:

«Claro que lo sé. ¡Callaos!»

Elías dijo a Eliseo:

«Quédate aquí, porque el Señor me envía solo hasta Jericó».

Eliseo respondió:

«Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré».

Llegaron a Jericó, y la comunidad de profetas de Jericó se acercó a Eliseo y le dijeron:

«¿Ya sabes que el Señor te va a dejar hoy sin jefe y maestro?»

El respondió:

«Claro que lo sé. ¡Callaos!»

Elías dijo a Eliseo:

«Quédate aquí, porque el Señor me envía solo hasta el Jordán».

Eliseo respondió:

«¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré».

Y los dos siguieron caminando. También marcharon cincuenta hombres de la comunidad de profetas y se pararon frente a ellos, a cierta distancia. Los dos se detuvieron junto al Jordán; Elías cogió su manto, lo enrolló, golpeó el agua, y el agua se dividió por medio, y así pasaron ambos a pie enjuto. Mientras pasaban el río, dijo Elías a Eliseo:

«Pídeme lo que quieras antes de que me aparten de tu lado».

Eliseo pidió:

«Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu». Elías comentó:

«¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás; si no me ves, no lo tendrás».

Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba:

«¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!»

Y ya no lo vio más. Entonces agarró su túnica y la rasgó en dos; luego recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a la orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua diciendo:

«¿Dónde está el Dios de Elías, dónde?»

Golpeó el agua, el agua se dividió por medio, y Eliseo cruzó. Al verlo, los hermanos profetas que estaban enfrente comentaron:

«¡Se ha posado sobre Eliseo el espíritu de Elías!» Entonces fueron a su encuentro y se postraron ante él.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre los misterios (52-54.58: SC 25bis, 186-188.190)

Este sacramento que recibes
se realiza por la palabra de Cristo

Vemos que el poder de la gracia es mayor que el de la naturaleza y, con todo, aún hacemos cálculos sobre los efectos de la bendición proferida en nombre de Dios. Si la bendición de un hombre fue capaz de cambiar el orden natural, ¿qué diremos de la misma consagración divina, en la que actúan las palabras del Señor y Salvador en persona? Porque este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo. Y si la palabra de Elías tuvo tanto poder que hizo bajar fuego del cielo, ¿no tendrá poder la palabra de Cristo para cambiar la naturaleza de los elementos? Respecto a la creación de todas las cosas, leemos que él lo dijo, y existieron; él lo mandó, y surgieron. Por tanto, si la palabra de Cristo pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podrá cambiar en algo distinto lo que ya existe? Mayor poder supone dar el ser a lo que no existe que dar un nuevo ser a lo que ya existe.

Mas, ¿para qué usamos de argumentos? Atengámonos a lo que aconteció en su propia persona, y los misterios de su encarnación nos servirán de base para afirmar la verdad del misterio. Cuando el Señor Jesús nació de María, ¿por ventura lo hizo según el orden natural? El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con el varón. Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue algo por encima del orden natural. Y lo que nosotros hacemos presente es aquel cuerpo nacido de una virgen. ¿Por qué buscar el orden natural en el cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una virgen, fuera de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne.

El mismo Señor Jesús afirma: Esto es mi cuerpo. Antes de las palabras de la bendición celestial, otra es la realidad que se nombra; después de la consagración, es significado el cuerpo de Cristo. Lo mismo podemos decir de su sangre. Antes de la consagración, otro es el nombre que recibe; después de la consagración, es llamada sangre. Y tú dices: «Amén», que equivale a decir: «Así es». Que nuestra mente reconozca como verdadero lo que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos externamente.

Por esto, la Iglesia, contemplando la grandeza del don divino, exhorta a sus hijos y miembros de su familia a que acudan a los sacramentos, diciendo: Comed, mis familiares, bebed y embriagaos, hermanos míos. Compañeros, comed y bebed, y embriagaos, mis amigos. Qué es lo que hay que comer y beber, nos lo enseña en otro lugar el Espíritu Santo por boca del salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. En este sacramento está Cristo, porque es el cuerpo de Cristo. No es, por tanto, un alimento material, sino espiritual. Por ello, dice el Apóstol, refiriéndose a lo que era figura del mismo, que nuestros padres comieron el mismo alimento espiritual, y bebieron la misma bebida espiritual. En efecto, el cuerpo de Dios es espiritual, el cuerpo de Cristo es un cuerpo espiritual y divino, ya que Cristo es Espíritu, tal como leemos: El espíritu ante nuestra faz, Cristo, el Señor. Y en la carta de Pedro leemos también: Cristo murió por vosotros. Finalmente, este alimento fortalece nuestro corazón, y esta bebida alegra el corazón del hombre, como recuerda el salmista.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 3, 5-27

Eliseo, profeta de los reyes de Judá y de Israel,
en la guerra contra los moabitas

Cuando murió el rey Ajab, Mesá se rebeló contra Israel. Entonces el rey Jorán salió de Samaria, pasó revista a todo Israel y mandó este mensaje a Josafat de Judá:

—El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Quieres venir conmigo a luchar contra Moab?

Respondió:

—Sí. Tú y yo, tu ejército y el mío, tu caballería y la mía somos uno.

Luego preguntó:

—¿Por qué camino subimos?

Jorán respondió:

—Por el camino del páramo de Edom.

Así, pues, los reyes de Israel, Judá y Edom emprendieron la marcha. Pero después de un rodeo de siete días, sele acabó el agua al ejército y a las acémilas. Entonces el rey de Israel exclamó:

—¡Ay, el Señor nos ha reunido a tres reyes para entregarnos en poder de Moab!

Pero Josafat preguntó:

—¿No queda por ahí algún profeta para consultar al Señor?

Uno de los oficiales del rey de Israel respondió:

—Ahí está Eliseo, hijo de Safat, que daba aguamanos a Elías.

Josafat comentó:

—¡La palabra del Señor está con él!

Entonces el rey de Israel, Josafat y el rey de Edom bajaron a ver a Eliseo, pero Eliseo dijo al rey de Israel:

—¡Déjame en paz! ¡Vete a consultar a los profetas de tu padre y de tu madre!

El rey de Israel repuso:

—Mira, es que el Señor nos ha reunido a tres reyes para entregarnos en poder de Moab.

Eliseo dijo entonces:

—¡Vive el Señor de los ejércitos, a quien sirvo! Si no fuera en consideración a Josafat de Judá, ni siquiera te miraría a la cara. Pero, bueno, traedme un músico.

Y mientras el músico tañía, vino sobre Eliseo la mano del Señor, y le dijo:

—Así dice el Señor: «Abrid zanjas por toda la vaguada». Porque así dice el Señor: «No veréis viento, ni veréis lluvia, pero esta vaguada se llenará de agua y beberéis vosotros, vuestros ejércitos y vuestras acémilas». Y por si esto fuera poco, el Señor os pondrá en las manos a Moab: conquistaréis sus plazas fuertes, talaréis su mejor arbolado, cegaréis las fuentes y llenaréis de piedras los mejores campos.

En efecto, a la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, vino una riada de la parte de Edom, y se inundó de agua toda la zona. Mientras tanto, los moabitas, sabiendo que los reyes iban a atacarlos, habían hecho una movilización general, desde los que estaban en edad militar para arriba, y se habían apostado en la frontera. Madrugaron. El sol reverberaba sobre el agua, y al verla de lejos, roja como la sangre, los moabitas exclamaron:

—¡Es sangre! Los reyes se han acuchillado, se han matado unos a otros. ¡Al saqueo, Moab!

Pero cuando llegaron al campamento israelita, Israel se levantó y derrotó a Moab, que huyó ante ellos. Los israelitas penetraron en territorio de Moab y lo devastaron: destruyeron las ciudades, cada uno tiró una piedra a los campos mejores hasta llenarlos, cegaron las fuentes y talaron los árboles mejores, hasta dejar sólo a Quir Jareset, a la que cercaron y atacaron los honderos. Cuando el rey de Moab vio que llevaba las de perder, tomó consigo setecientos hombres armados de espada para abrirse paso hacia el rey de Siria, pero no pudo. Entonces cogió a su hijo primogénito, el que debía sucederle en el trono, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla. Y se levantó una oleada tal de indignación contra Israel, que tuvo que retirarse y volver a su país.


SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón sobre el rapto de Elías (Edit C.H. Talbot, SSOC vol 1, 102-103)

Considerad, hermanos, vuestra vocación

Tomemos en consideración estas cuatro realidades: el comportamiento vital de Cristo, su pasión, su resurrección y su ascensión. En efecto, apareció en el mundo y vivió entre los hombres para llamar a los suyos. Padeció para redimir, resucitó para justificar, subió a los cielos para glorificar. Llamó a los suyos de tres maneras: con la doctrina, con el ejemplo, con los milagros. Lo que enseñó con la palabra lo cumplió con las obras, lo confirmó con los milagros. Y con esta trilogía todo el mundo se convirtió a Dios. Pues los apóstoles fueron, proclamaron el evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.

Sigue la pasión: y muy oportunamente por cierto. Pues de tal modo hemos de amar la doctrina de Cristo, de talmodo hemos de abrazarnos a la obediencia de sus preceptos, tan sabroso ha de sernos el amor de Cristo, que ni muerte, ni vida, ni aflicción, ni angustia puedan apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo.

Muchos, en efecto, animados por el ejemplo de Cristo, fieles a la doctrina recibida, combatieron felizmente hasta la efusión de la sangre por la fe en que fueron iniciados. A la pasión sigue la resurrección. Porque quien ha muerto con Cristo, necesariamente ha de resucitar con él. Pero existe una primera resurrección consistente en la justificación del alma: a ésta le sigue la segunda, es decir, la glorificación de los cuerpos, para que, salvados en cuerpo y alma, participemos de aquella maravillosa ascensión, por la que el Cristo total, esto es, cabeza y cuerpo, es acogido en la Jerusalén celestial.

Pero considerad, hermanos, vuestra vocación; considerad también los frutos de esta misma vocación. Fijaos cómo fuisteis llamados por Cristo; a qué fuisteis llamados, cuál es la utilidad de vuestra vocación. Fuisteis llamados por Cristo; fuisteis llamados a compartir los sufrimientos de Cristo, con la expresa finalidad de que reinéis eternamente con Cristo. Y hemos sido llamados de tres modos: mediante un aviso exterior, a través de la emulación de los buenos, por una oculta inspiración.

El aviso exterior dice relación con la doctrina, la emulación de los buenos apunta al ejemplo, la oculta inspiración connota el milagro. Y ¿cabe mayor milagro que aquella admirable transformación de nuestro ser, por la que, en un momento, el hombre de impuro se convierte en puro, humilde de soberbio, de irascible en paciente, santo de impío. Pero que no se adscriba este milagro ni al predicador elocuente, ni al que lleva a los ojos de los hombres una vida laudable, sino que la alabanza ha de recaer más bien en aquel que, así como sopla donde quiere, así también sopla cuando quiere, e inspira el bien en la medida que quiere.

Así pues, de estos tres modos hemos sido llamados a seguir las huellas de aquel que cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas. Imitemos, por tanto, su pasión: pues quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 4, 8-37

El hijo de la sunamita

Un día pasaba Eliseo por Sunán y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y siempre que pasaba por allí iba a comer a su casa. Ella dijo a su marido:

—Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y así cuando venga a visitarnos se quedará aquí.

Un día que Eliseo llegó a Sunán, subió a la habitación de la azotea y durmió allí. Después dijo a su criado, Guejazí:

—Llama a la sunamita.

La llamó y se presentó ante él. Entonces Eliseo habló a Guejazí:

—Dile: Te has tomado todas estas molestias por nosotros. ¿Qué puedo hacer por ti? Si quieres alguna recomendación para el rey o el general...

Ella dijo:

—Yo vivo con los míos.

Pero Eliseo insistió:

—¿Qué podríamos hacer por ella?

Guejazí comentó:

—Qué sé yo. No tiene hijos y su marido es viejo. Eliseo dijo:

—Llámala.

La llamó. Ella se quedó junto a la puerta y Eliseo le dijo:

—El año que viene por estas mismas fechas abrazarás a un hijo.

Ella respondió:

—Por favor, no, señor, no engañes a tu servidora.

Pero la mujer concibió, y dio a luz un hijo al año siguiente por aquellas fechas, como le había predicho Eliseo. El niño creció. Un día fue a donde estaba su padre, que estaba con los segadores, y dijo:

—¡Me duele la cabeza!

Su padre dijo a un criado:

—Llévalo a su madre.

El criado lo cogió y se lo llevó a su madre; ella lo tuvo en sus rodillas hasta el mediodía, y el niño murió. Lo subió y lo acostó en la cama del profeta. Cerró la puerta y salió. Llamó a su marido y le dijo:

—Haz el favor de mandarme un criado y una burra; voy corriendo donde el profeta y vuelvo en seguida. El le dijo:

—¿Por qué vas a ir hoy a visitarlo si no es luna nueva ni sábado?

Pero ella respondió:

—Hasta luego.

Hizo aparejar la burra y ordenó al criado:

—Toma el ronzal y anda. No aflojes la marcha si no te lo digo.

Marchó, pues, y llegó donde estaba el profeta, en el monte Carmelo. Cuando Eliseo la vio venir, dijo a su criado Guejazí:

—Allí viene la sunamita. Corre a su encuentro y pregúntale qué tal están ella, su marido y el niño.

Ella respondió:

—Estamos bien.

Pero al llegar junto al profeta, en lo alto del monte, se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:

—Déjala, que está apenada, y el Señor me lo tenía oculto sin revelármelo.

Entonces la mujer le dijo:

—¿Te pedí yo un hijo? ¡Te dije que no me engañaras! Eliseo ordenó a Guejazí:

—Cíñete, coge mi bastón y ponte en camino; si encuentras a alguno no lo saludes y si te saluda alguno no le respondas. Y coloca mi bastón sobre el rostro del niño.

Pero la madre exclamó:

—¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré.

Entonces Eliseo se levantó y la siguió. Mientras tanto Guejazí se había adelantado y había puesto el bastón sobre el rostro del niño, pero el niño no habló ni reaccionó. Guejazí volvió al encuentro de Eliseo y le comunicó:

—El niño no se ha despertado.

Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto tendido en su cama. Entró, cerró la puerta y oró al Señor. Luego subió a la cama y se echó sobre el niño, boca con boca, ojos con ojos, manos con manos, encogido sobre él; la carne del niño fue entrando en calor. Entonces Eliseo se puso a pasear por la habitación, de acá para allá; subió de nuevo a la cama y se encogió sobre el niño, y así hasta siete veces; el niño estornudó y abrió los ojos. Eliseo llamó a Guejazí, y le ordenó:

—Llama a la sunamita.

La llamó, y cuando llegó le dijo Eliseo:

—Toma a tu hijo.

Ella entró y se arrojo a sus pies, postrada en tierra. Luego cogió a su hijo y salió.


SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón «Quomodo referatur» (Edit C.H. Talbot, SSOC vol 1, 120-121)

Irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías

Irá delante del Señor con el espíritu de Elías, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto. Este pueblo es la primitiva Iglesia de los judíos: para llamarla y prepararla, se dirige a ella nuestro Elías, clamando y diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. Se la llama mediante la misericordia, se la prepara por la penitencia. Con razón, pues, se le llama «tesbita», que significa dedicado a la penitencia.

Juan es ciertamente la lámpara que arde y brilla, encendida por aquella mujer de Dios, o sea, la sabiduría, que había perdido una moneda, es decir, el género humano, para que la casa, esto es, el mundo presente cambiara por la penitencia, y encontrar de este modo aquella moneda, que decimos ser la Iglesia de los predestinados. Yo no soy —dice— el Mesías; simplemente he sido enviado delante de él.

¿A dónde?, ¿a qué? Ciertamente a una mujer viuda, para presentarla al esposo glorioso, la Iglesia, sin mancha ni arruga. Viuda era realmente en aquel entonces la población judía, puesto que se había apartado ya de Judá el cetro y el bastón de mando de sus rodillas, y ni era legítimo el rey ni santo el sacerdote. Se esperaba al que había de venir, el esposo legítimo, para quien se reservaba esta esposa. Ella tiene un puñado de harina y un poco de aceite. El grano, separado de la paja, es machacado y triturado por la muela y así se convierte en harina. La paja simboliza la letra de la ley, el grano, la ciencia del Espíritu.

Desde los días de Juan se procede a separar el grano de la paja, el Espíritu de la letra: es triturado el grano con la muela del evangelio y se convierte en harina. Se le añade el aceite de la gracia del Espíritu Santo, y se cuece el pan con el que Elías es alimentado. Verdaderamente, al recrudecerse en aquel tiempo el hambre de la palabra de Dios, a la viuda sólo le quedaba un puñado de harina, es decir, una mínima noticia de Cristo, de la que en el entretanto el profeta se alimenta, hasta que, degollados los profetas de Baal —a saber, eliminado de su corazón hasta el último vestigio del antiguo error—, apareció una nubecilla como la palma de una mano.

Recordad, hermanos, cómo, una vez degollados los profetas de Baal, apareció una nubecilla que subía del mar, e inmediatamente —cayendo una lluvia copiosa— restituyó a la tierra su antigua fertilidad. Contemplad ahora a nuestro Elías, que ha establecido sus reales a orillas del Jordán: predicando, corrigiendo, amonestando y bautizando degollaba en cierto modo a los espíritus inmundos que actuaban en los hijos rebeldes, arrojándolos, mediante el bautismo de quienes confesaban sus pecados, y, mediante la predicación de la venida del divino Salvador, infundía en sí mismo y en el pueblo un saludable temor.

Sube del mar una nubecilla como la palma de una mano. El mar representa a la muchedumbre de pecadores y publicanos, a quienes decía san Juan: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar a la ira inminente? Entre estos tales, como en mar abierto, apareció aquella insignificante nubecilla, de la que dice Isaías: Mirad al Señor que sube montado en una nube ligera. Esta nube es nuestra carne, que la divina sabiduría quiso asumir de nosotros y para nosotros, ligera, es decir, inmune de todo peso de pecado; en cuya nube ciertamente, el sol, como queriendo ocultarse, se dio a conocer en primer lugar a san Juan mientras predicaba. Dijo: Este es el Cordero de Dios; éste es el pan cocido sobre piedras del que se alimentó Elías.