DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 22, 1-14

Contra las falsas seguridades del pueblo de Dios

Oráculo del Valle de la Visión:

Pero ¿qué te pasa que te subes en masa a las azoteas?
Llena de ruido, urbe estridente, ciudad divertida.
Tus caídos no han caído a espada, no han muerto en combate.

Tus jefes desertaron en bloque,
sin disparar el arco cayeron prisioneros;
tus tropas fueron copadas cuando se alejaban huyendo.

Por eso digo: Apartaos de mí, lloraré amargamente;
no porfiéis en consolarme de la derrota de mi pueblo.
Porque era un día de pánico, de humillación, de desconcierto,
que enviaba el Señor de los ejércitos.

En el Valle de la Visión socavaban los muros
y subían gritos hacia el monte.

Elam se cargaba la aljaba,
los jinetes aparejaban los caballos,

Quir desnudaba el escudo.

Tus valles mejores se llenaban de carros,
los jinetes cargaban contra la puerta,
quedaba
al descubierto Judá.

Aquel día inspeccionabais el arsenal en el palacio de maderas
y descubríais cuántas brechas tenía la ciudad de David;
recogíais el agua del aljibe de abajo,
hacíais recuento de las casas de Jerusalén,
demolíais casas para reforzar la muralla;
entre los dos muros hicisteis un depósito
para el agua del aljibe viejo.

Pero no os fijabais en el que lo hacía,
ni mirabais al que lo dispuso hace tiempo.

El Señor de los ejércitos os invitaba aquel día a llanto y a luto,
a raparos y a ceñir sayal;
pero ahora: fiesta y alegría,
a matar vacas, a degollar corderos,
a comer carne, a beber vino,
«a comer y a beber, que mañana moriremos».

Me ha revelado al oído el Señor de los ejércitos:
Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis
—lo ha dicho el Señor de los ejércitos—.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 9 (6: PG 77 599-602)

Dios Padre domina todas las cosas

Un señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Realmente, Dios Padre reina e impera sobre todas las cosas, todo lo gobierna comunicándole interiormente la vida y sustentándosela por el Hijo en el Espíritu, no como a través de un instrumento del que eventualmente pudiera servirme: no, al Verbo Dios engendrado por él, Dios lo tiene como asesor y partícipe del mismo trono, y juntamente con él reina su propio Espíritu. Y como quiera que El Hijo es la fuerza y la sabiduría del Padre, llevando a la perfección todas las cosas en el Espíritu que es como su fuerza y su sabiduría, lo mantiene todo en su ser, y Dios Padre domina sobre todas las cosas.

Así pues, coloca previamente y a título de fundamento en nuestros corazones y antes de cualquier otro equipamiento, una fe íntegra e incontaminada, y a continuación —y muy oportunamente por cierto— todas aquellas cosas que nos harán ilustres, es decir, toda clase de virtudes, estaremos en situación de llevar a cabo también todas las acciones propias de un corazón inflamado por el amor divino. Y así como la fe si no tiene obras está muerta por dentro, lo mismo ocurre con las obras, que si no están interiormente informadas por la fe, no serán en absoluto útiles a nuestras almas. Pues, como está escrito: Un atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento.

Porque aun cuando uno esté muy versado en el arte de la palestra, aun cuando sea incluso considerado más fuerte que los demás atletas, jamás se dará el caso de premiarle con la distinción de la corona, si antes no hubiere cubierto la serie de pruebas, condición para obtener la gloria, teniendo al presidente del estadio como espectador de los ejercicios por él diestramente realizados. Luchemos, pues, en presencia de Dios, teniendo en gran honor su divina ley, y dirijamos el curso de nuestra vida hacia donde fuere más de su agrado, prontos siempre a su servicio. Mostrémonos entonces inflamados en el deseo de toda obra buena, ardiendo en incontenibles ansias, situándonos ante Dios, que preside los certámenes de los santos, como olor de suavidad.

Tengamos también presente aquella exhortación de Dios: Sed santos, porque yo soy santo. De esta forma estaremos ante Dios como unos muertos que han vuelto a la vida; de esta suerte el puro nos recibirá puros; de este modo, acercándonos a la comunión de la mística bendición, colmaremos nuestras almas de la plenitud de todos los bienes.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 30, 1-18

Inutilidad de los pactos con pueblos extranjeros

«¡Ay de los hijos rebeldes! —oráculo del Señor—, que hacen planes sin contar conmigo, que firman pactos sin contar con mi profeta, añadiendo pecado a pecado; que bajan a Egipto sin consultar mi oráculo, buscando la protección del Faraón y refugiarse a la sombra de Egipto. La protección del Faraón será su deshonra, y el refugio a la sombra de Egipto, su oprobio. Cuando estén sus magnates en Soán, y lleguen sus mensajeros a Hanés, todos se avergonzarán de un pueblo impotente, que no puede auxiliar ni servir, si no es de deshonra y afrenta.

Oráculo contra la Bestia del Sur: Por tierra siniestra y temible, de leones y leonas rugientes, de víboras y áspides voladores, llevan sus riquezas a lomo de asno y sus tesoros a giba de camellos, a un pueblo sin provecho, a Egipto, cuyo auxilio es inútil y nulo; por eso lo llamo así: "Fiera que ruge y huelga".

Ahora ve y escríbelo en una tablilla, grábalo en el bronce, que sirva para el futuro de testimonio perpetuo. Es un pueblo rebelde, hijos renegados, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor; que dicen a los videntes: "No veáis"; y a los profetas: "No profeticéis sinceramente; decidnos cosas halagüeñas, profetizad ilusiones. Apartaos del camino, retiraos de la senda, dejad de ponernos delante al Santo de Israel"».

Por eso, así dice el Santo de Israel:

«Puesto que rechazáis esta palabra y confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas; por eso esa culpa será para vosotros como una grieta que baja en una alta muralla y la abomba, hasta que de repente, de un golpe, se desmorona; como se rompe una vasija de loza, hecha añicos sin piedad, hasta no quedar entre sus añicos ni un trozo con que sacar brasas del brasero, con que sacar agua del aljibe».

Así decía el Señor, el Santo de Israel:

«Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos; pero no quisisteis, dijisteis: "No. Huiremos a caballo". Está bien, tendréis que huir. "Correremos al galope". Más correrán los que os persiguen.

Huirán mil ante el reto de uno, huiréis ante el reto de cinco; hasta que quedéis como mástil en la cumbre de un monte, como enseña sobre una colina».

Pero el Señor espera para apiadarse, aguanta para compadecerse; porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en él.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 48 (13-14: CSEL 64, 367-368)

Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres,
el hombre Cristo Jesús

El hermano no rescata, un hombre rescatará; nadie puede rescatarse a sí mismo, ni dar a Dios un precio por su vida; esto es, ¿por qué habré de temer los días aciagos? Pues, ¿qué es lo que puede perjudicarme? No necesito yo redención. Al contrario, yo mismo soy el único redentor de todos. En mis manos está la libertad de los demás; y ¿yo voy a echarme a temblar por mí? Voy a hacer algo nuevo, que trascienda el amor fraternal y todo afecto de piedad. A quien no puede redimir a su propio hermano, nacido de un mismo seno materno, lo redimirá aquel hombre de quien está escrito: Les enviará el Señor un hombre que los salvará; aquel que, hablando de sí mismo, afirma: Tratáis de matarme a mí, el hombre que os ha hablado de la verdad.

Pero, aunque se trate de un hombre, ¿quién será capaz de conocerlo? ¿Por qué no podrá nadie conocerlo? Porque, así como Dios es uno solo, así también uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Sólo él podrá redimir al hombre, aventajando en amor fraternal a los propios hermanos. Porque él, por los que no eran de su propia familia, derramó su propia sangre, cosa que no se hace ni por los propios hermanos. Y así, no tuvo consideración con su propio cuerpo, a fin de redimirnos de nuestros pecados, y se entregó en rescate por todos. Así lo afirma el apóstol Pablo, su testigo veraz, como se califica a sí mismo cuando dice: Digo la verdad, no miento.

Y ¿por qué sólo él es capaz de redimir? Porque nadie puede tener un amor como el suyo, hasta dar la vida por sus mismos siervos; ni una santidad como la de él, porque todos están sujetos al pecado, todos sufriendo las consecuencias del de Adán. Sólo puede ser designado Redentor aquel que no podía estar sometido al pecado de origen. Al hablar, pues, del hombre, nos referimos a nuestro Señor Jesucristo, que tomó naturaleza humana para crucificar en su carne el pecado de todos y borrar con su sangre el protocolo que nos condenaba.

Alguno podría replicar: «¿Por qué se dice que el hermano no rescatará, siendo así que él mismo dijo: Contaré tu fama a mis hermanos?» Pero es que, si pudo perdonar nuestros pecados, no es precisamente porque era hermano nuestro, sino porque era el hombre Cristo Jesús, en el cual estaba Dios. Por eso está escrito: Dios mismo estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo; en aquel Cristo Jesús, el único de quien pudo decirse: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Por eso, al hacerse carne, acampó entre nosotros en cuanto Dios, no en cuanto hermano.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 18, 17-36

Amenazas de los embajadores del rey de Asiria
contra Jerusalén

Desde Laquis, el rey de Asiria despachó al general en jefe, al prefecto de eunucos y al copero mayor para que fueran con un fuerte destacamento a Jerusalén, al rey Ezequías. Fueron, y cuando llegaron a Jerusalén se detuvieron ante el Canal de la Alberca de Arriba, que queda junto a la calzada del Campo del Batanero. Llamaron al rey, y salieron a recibirlos Eliacín, hijo de Jelcías, mayordomo de palacio; Sobná, el secretario, y el heraldo Yoaj, hijo de Asaf. El copero mayor les dijo:

—Decid a Ezequías: Así dice el emperador, el rey de Asiria: «¿En qué fundas tu confianza? Tú piensas que la estrategia y la valentía militares son cuestión de palabras. ¿En quién confías para rebelarte contra mí? ¿Te fías de ese bastón de caña quebrada que es Egipto? Al que se apoya en él, se le clava en la mano y se la atraviesa; eso es el Faraón para los que confían en él. Y si me replicas: yo confío en el Señor, nuestro Dios, ¿no es ése el dios cuyas ermitas y altares ha suprimido Ezequías, exigiendo a Judá y a Jerusalén que se postren ante ese altar en Jerusalén? Por tanto, haz una apuesta con mi señor, el rey de Asiria, y te daré dos mil caballos, si es que tienes quien los monte. ¿Cómo te atreves a desairar a uno de los últimos siervos de mi señor, confiando en que Egipto te proporcionará carros y jinetes? ¿Te crees que he subido a arrasar esta ciudad sin consultar con el Señor? Fue el Señor quien me dijo que subiera a devastar este país».

Eliacín, hijo de Jelcías, Sobná y Yoaj dijeron al copero mayor:

—Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos. No nos hables en hebreo ante la gente que está en las murallas.

Pero el copero les replicó:

—¿Crees que mi señor me ha enviado para que os comunique a ti y a tu señor este mensaje? También es para los hombres que están en la muralla, y que con vosotros habrán de comer sus excrementos y beber su orina.

E, irguiéndose, gritó a voz en cuello, en hebreo:

—¡Escuchad la palabra del emperador, rey de Asiria! Así dice el rey: «Que no os engañe Ezequías, porque no podrá libraros de mi mano. Que Ezequías no os haga confiar en el Señor, diciendo: El Señor nos librará y no entregará esta ciudad al rey de Asiria. No hagáis caso de Ezequías, porque esto dice el rey de Asiria: rendíos y haced la paz conmigo, y cada uno comerá de su viña y su higuera y beberá de su pozo, hasta que llegue yo para llevaros a una tierra como la vuestra, tierra de trigo y mosto, tierra de pan y viñedos, tierra de aceite y miel, para que viváis y no muráis. No hagáis caso a Ezequías, que os engaña, diciendo: El Señor nos librará. ¿Acaso los dioses de las naciones libraron sus países de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y Arpad, los dioses de Sefarvain, Hená y Avá? ¿Han librado a Samaria de mi poder? ¿Qué dios de esos países ha podido librar sus territorios de mi mano? ¿Y va a librar el Señor a Jerusalén de mi mano?»

Todos callaron y no respondieron palabra. Tenían consigna del rey de no responder.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 47 (7: CCL 38, 543-545)

Vamos a subir al monte del Señor

Lo que habíamos oído lo hemos visto. ¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en el tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe; ve cómo se ha cumplido ya aquella predicción: Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. Y aquella otra: Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria. Mira a aquel cuyas manos y pies fueron traspasados por los clavos, cuyos huesos pudieron contarse cuando pendía en la cruz, cuyas vestiduras fueron sorteadas; mira cómo reina ahora el mismo que ellos vieron pendiente de la cruz. Ve cómo se cumplen aquellas palabras: Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Y, viendo esto, exclamó lleno de gozo: Lo que habíamos oído lo hemos visto.

Con razón se aplican a la Iglesia llamada de entre los gentiles las palabras del salmo: Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa paterna. Escucha y mira: primero escuchas lo que no ves, luego verás lo que escuchaste. Un pueblo extraño —dice otro salmo— fue mi vasallo; me escuchaban y me obedecían. Si obedecían porque escuchaban es señal de que no veían. ¿Y cómo hay que entender aquellas palabras: Verán algo que no les ha sido anunciado y entenderán sin haber oído? Aquellos a los que no habían sido enviados los profetas, los que anteriormente no pudieron oírlos, luego, cuando los oyeron, los entendieron y se llenaron de admiración. Aquellos otros, en cambio, a los que habían sido enviados, aunque tenían sus palabras por escrito, se quedaron en ayunas de su significado y, aunque tenían las tablas de la ley, no poseyeron la heredad. Pero nosotros, lo que habíamos oído lo hemos visto.

En la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios. Aquí es donde hemos oído y visto. Dios la ha fundado para siempre. No se engrían los que dicen: El Mesías está aquí o está allí. El que dice: Está aquí o está allí induce a división. Dios ha prometido la unidad: los reyes se alían, no se dividen en facciones. Y esta ciudad, centro de unión del mundo, no puede en modo alguno ser destruida: Dios la ha fundado para siempre. Por tanto, si Dios la ha fundado para siempre, no hay temor de que cedan sus cimientos.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 18, 37-19, 19.35-37

Oración de Ezequías. Isaías lo conforta.
Salvación de Jerusalén

Eliacín, hijo de Jelcías, mayordomo de palacio, Sobná el secretario, y el heraldo Yoaj, hijo de Asaf, se presentaron al rey con las vestiduras rasgadas, y le comunicaron las palabras del copero mayor.

Cuando el rey Ezequías lo oyó, se rasgó las vestiduras, se vistió de sayal y fue al templo; y despachó a Eliacín, mayordomo de palacio; a Sobná, el secretario, y a los sacerdotes más ancianos, vestidos de sayal, para que fueran a decirle al profeta Isaías, hijo de Amós:

Así dice Ezequías: Hoy es un día de angustia, de castigo y de vergüenza; los hijos llegan al parto y no hay fuerza para darlos a luz. Ojalá oiga el Señor, tu Dios, las palabras del copero mayor, a quien su señor, el rey de Asiria, ha enviado para ultrajar al Dios vivo, y castigue las palabras que el Señor, tu Dios, ha oído. ¡Reza por el resto que todavía subsiste!

Los ministros del rey Ezequías se presentaron a Isaías, y éste les dijo:

Decid a vuestro señor: «No te asustes por esas palabras que has oído, por las blasfemias de los criados del rey de Asiria. Yo mismo le meteré un espíritu, y cuando oiga cierta noticia, se volverá a su país, y allí le haré morir a espada».

El copero mayor regresó y encontró al rey de Asiria combatiendo contra Alba, pues había oído que se había retirado de Laquis al recibir la noticia de que Tarjaca, rey de Etiopía, había salido para luchar con él.

Senaquerib envió de nuevo mensajeros a Ezequías a decirle:

Decid a Ezequías, rey de Judá: Que no te engañe tu Dios, en quien confías, pensando en que Jerusalén no caerá en manos del rey de Asiria. Tú mismo has oído cómo han tratado los reyes de Asiria a todos los países, exterminándolos, ¿y tú te vas a librar? ¿Los salvaron a ellos los dioses de los pueblos que destruyeron mis predecesores: Gozán, Jarán, Résef, y los adanitas de Telasar? ¿Dónde está el rey de Jamat, el rey de Arpad, el rey de Sefarvain, de Hená y de Avá?

Ezequías tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó; después subió al templo, la desplegó ante el Señor y oró:

«Señor, Dios de Israel, sentado sobre querubines:
Tú sólo eres el Dios de todos los reinos del mundo.
Tú hiciste el cielo y la tierra.
Inclina tu oído, Señor, y escucha;
abre tus ojos, Señor, y mira.

Escucha el mensaje que ha enviado Senaquerib para ultrajar al Dios vivo.

Es verdad, Señor: los reyes de Asiria
han asolado todos los países y su territorio,
han quemado todos sus dioses
—porque no son dioses,
sino hechura de manos humanas,
leño y piedra— y los han destruido.

Ahora, Señor, Dios nuestro, sálvanos de su mano
para que sepan todos los reinos del mundo
que tú sólo, Señor, eres Dios».

Aquella misma noche salió el ángel del Señor e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres. Por la mañana, al despertar, los encontraron ya cadáveres.

Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento, se volvió a Nínive y se quedó allí. Y un día, mientras estaba postrado en el templo de su dios Nisroc, Adramélec y Saréser lo asesinaron, y escaparon al territorio de Ararat. Su hijo Asaradón le sucedió en el trono.
 

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 27 sobre el Cantar de los Cantares (4.6-7: Opera omnia, Edit. Cister. t 1, 1957, 185-187)

Me casaré contigo en misericordia y en fidelidad

Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y añade: Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos». ¿Para qué? Pienso que para adquirirse una esposa de entre los hombres. ¡Cosa admirable! Venía a la esposa y no venía sin la esposa. Buscaba a la esposa y la esposa estaba con él. ¿No serán dos? En absoluto. Una sola —dice— es mi paloma. Sino que así como de los diversos rebaños de ovejas quiso hacer uno solo, de modo que haya un solo rebaño y un solo pastor, así también aunque tenía unida a sí como esposa desde el principio a la multitud de los ángeles, tuvo a bien convocar asimismo de entre los hombres a la Iglesia y unirla a la Iglesia del cielo, a fin de que haya una sola esposa y un solo esposo.

Tienes, pues, que ambos descienden del cielo: Jesús, el esposo, y la esposa, Jerusalén. Y él, precisamente para que pudiéramos verlo, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Pero ella, ¿en qué forma o aspecto, en qué atavío pensamos que la vio descender aquél que la vio? ¿Quizá en la muchedumbre de ángeles, que vio subir y bajar sobre el Hijo del hombre?

Sin embargo, será más correcto decir que vio a la esposa en el momento mismo en que contempló a la Palabra hecha carne, reconociendo a los dos en una sola carne. Porque cuando aquel divino Emmanuel trajo a la tierra el magisterio de la doctrina celestial, cuando en Cristo y por su medio nos fue revelada una cierta imagen visible de la Jerusalén de arriba, que es nuestra madre, y una visión de su dechado de belleza, ¿qué hemos contemplado sino a la esposa en el esposo, admirando al único e idéntico Señor de la gloria: al esposo ornado con la corona y a la esposa adornada con su joyas?

Así pues, el que bajó es el mismo que subió, para que nadie suba al cielo, sino el que bajó del cielo, el único y mismo Señor, esposo en la cabeza y esposa en el cuerpo. Y no en vano apareció en la tierra el hombre celestial, ya que de los terrenos hizo muchos hombres celestes, semejantes a él, para que se cumpla lo que leemos: Igual que el celestial son los hombres celestiales.

Desde entonces se vive en la tierra según el modelo del cielo, mientras a semejanza de aquella soberana y dichosa criatura, también ésta que vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, se una —aunque con amor casto— al varón celestial, y si bien todavía no se una, como aquélla, movida por la belleza, no obstante está desposada en fidelidad, según la promesa de Dios que dice por boca del profeta: Me casaré contigo en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad. En consecuencia, se esfuerza más y más por adaptarse al modelo que le viene dado del cielo, aprendiendo a padecer y a compadecer, aprendiendo finalmente a ser mansa y humilde de corazón. Por eso, con un comportamiento tal procura agradar, aunque ausente, a aquel a quien los ángeles ansían contemplar, para que mientras arde en deseos angélicos, se comporte como ciudadana del pueblo de Dios y miembro de la familia de Dios, se comporte como la amada, se comporte como la esposa.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 37, 21-35

Vaticinios de Isaías contra el rey de Asiria

Isaías, hijo de Amós, mandó decir a Ezequías:

«Así dice el Señor, Dios de Israel: He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Esta es la palabra que el Señor pronuncia contra él:

"Te desprecia y te burla la doncella de Sión; menea la cabeza a tu espalda la ciudad de Jerusalén. ¿A quién has ultrajado e insultado, contra quién has alzado la voz y levantado tus ojos a lo alto? ¡Contra el Santo de Israel! Por medio de tus criados has ultrajado al Señor: `Con mis numerosos carros yo he subido a las cimas de los montes, a las cumbres del Líbano; he talado la estatura de sus cedros y sus mejores cipreses; llegué hasta la última cumbre y entré hasta lo más denso de su bosque. Yo alumbré y bebí aguas extranjeras; sequé bajo la planta de mis pies todos los canales de Egipto'.

¿No lo has oído? Desde antiguo lo estoy actuando, en tiempos remotos lo preparé, y ahora lo realizo; por eso tú reduces las plazas fuertes a montones de escombros. Sus habitantes, faltos de fuerza, con la vergüenza de la derrota, fueron como hierba del campo, como verde de los prados, como grama de las azoteas, agostada antes de crecer. Me entero cuando te sientas y te levantas, cuando entras y sales; cuando te agitas contra mí; cuando te calmas sube a mis oídos. Te pondré mi argolla en la nariz y mi freno en el hocico, y te llevaré por el camino por donde viniste".

Esto te servirá de señal: Este año comeréis el grano de ricio; el año que viene, lo que brote sin sembrar; el año tercero sembraréis y segaréis, plantaréis viñas y comeréis frutos. De nuevo el resto de la casa de Judá echará raíces por abajo y dará fruto por arriba; pues de Jerusalén saldrá un resto; los supervivientes, del monte Sión: el celo del Señor de los ejércitos lo cumplirá».

Así dice el Señor acerca del rey de Asiria:

«No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella su flecha, no se acercará con escudo ni levantará contra ella un talud; por el camino por donde vino se volverá, pero no entrará en esta ciudad —oráculo del Señor—. Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo".


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 48 (14-15: CSEL 64, 368-370)

Cristo reconcilió el mundo con Dios
por su propia sangre

Cristo, que reconcilió el mundo con Dios, personalmente no tuvo necesidad de reconciliación. El, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y así, cuando le•pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que pagar por el pecado, preguntó a Pedro: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» Contestó: «A los extraños». Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».

Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto, goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los demás.

Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él mismo es el rescate de todos los hombres.

¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre, después que Cristo ha derramado la suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay algún ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre? ¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y dio su vida por nuestro rescate?

No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí nuestros trabajos. Y así decía: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 21, 1-18.23—22, 1

Reinados de Manasés y de Amón.
Comienzo del reinado de Josías

Cuando Manasés subió al trono tenía doce años y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Su madre se llamaba Jepsibá. Hizo lo que el Señor reprueba, imitando las costumbres abominables de las naciones que el Señor había expulsado ante los israelitas. Reconstruyó las ermitas de los altozanos derruidas por su padre, Ezequías, levantó altares a Baal y erigió una estela, igual que hizo Acaz de Israel; adoró y dio culto a todo el ejército del cielo; puso altares en el templo del Señor, del que había dicho el Señor: «Pondré mi nombre en Jerusalén»; edificó altares a todo el ejército del cielo en los atrios del templo, quemó a su hijo; practicó la adivinación y la magia; instituyó nigromantes y adivinos. Hacía continuamente lo que el Señor reprueba, irritándolo. La imagen de Astarté que había fabricado la colocó en el templo del que el Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo y en Jerusalén, a la que elegí entre todas las tribus de Israel, pondré mi nombre para siempre; ya no dejaré que Israel ande errante, lejos de la tierra que di a sus padres, a condición de que pongan por obra cuanto les mandé, siguiendo la ley que promulgó mi siervo Moisés». Pero ellos no hicieron caso. Y Manasés los extravió, para que se portasen peor que las naciones a las que el Señor había exterminado ante los israelitas.

El Señor dijo entonces por sus siervos los profetas:

—Puesto que Manasés de Judá ha hecho esas cosas abominables, se ha portado peor que los amorreos que le precedieron y ha hecho pecar a Judá con sus ídolos, así dice el Señor, Dios de Israel: Yo voy a traer sobre Jerusalén y Judá tal catástrofe, que al que lo oiga le retumbarán los oídos. Extenderé sobre Jerusalén el cordel como hice en Samaria, el mismo nivel con que medí a la dinastía de Aj ab, y fregaré a Jerusalén como a un plato, que se friega por delante y por detrás. Desecharé al resto de mi heredad, lo entregaré en poder de sus enemigos, será presa y botín de sus enemigos, porque han hecho lo que yo repruebo, me han irritado desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta hoy.

Además, Manasés derramó ríos de sangre inocente, de forma que inundó Jerusalén de punta a punta, aparte del pecado que hizo cometer a Judá haciendo lo que el Señor reprueba.

Para más datos sobre Manasés y los crímenes que cometió, véanse los Anales del Reino de Judá.

Manasés murió, y lo enterraron en el jardín de su palacio, el jardín de Uzá. Su hijo Amón le sucedió en el trono. Sus cortesanos conspiraron contra él y lo asesinaron en el palacio; pero la población mató a los conspiradores, y nombraron rey sucesor a Josías, hijo de Amón.

Para más datos sobre Amón y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Judá.

Lo enterraron en su sepultura del jardín de Uzá. Su hijo Josías le sucedió en el trono. Cuando Josías subió al trono tenía dieciocho años, y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, hija de Adaya, natural de Boscat.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Sobre los bienes de la paciencia (3-4: CSEL 3, 398-399)

Volved a mí, dice el Señor

Nosotros, amadísimos hermanos, que somos filósofos no de palabra sino con los hechos, que a la apariencia preferimos la verdad de la sabiduría, que hemos conocido el profundo sentido de la virtud más que su ostentación, que no hablamos de cosas sublimes sino que las vivimos, cual siervos y adoradores de Dios, debemos dar pruebas, mediante obsequios espirituales, de la paciencia que hemos aprendido del. magisterio celestial.

Porque esta virtud nos es común con Dios. De aquí arranca la paciencia, de aquí toma su origen, su esplendor y su dignidad. El origen y la grandeza de la paciencia tiene a Dios por autor. Digna cosa de ser amada por el hombre es la que tiene gran precio para Dios: la majestad divina recomienda el bien que ella misma ama. Si Dios es nuestro Señor y nuestro Padre, imitemos la paciencia a la vez del Señor y del Padre, pues es bueno que los siervos sean obsequiosos y que los hijos no sean degenerados.

Cuál y cuán grande no será la paciencia de Dios que, soportando con infinita tolerancia los templos profanos, los ídolos terrenos y los santuarios sacrilegos erigidos por los hombres como un ultraje a su majestad y a su honor, hace nacer el día y brillar la luz del sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y, cuando con la lluvia empapa la tierra, nadie queda excluido de sus beneficios, sino que manda indistintamente las lluvias lo mismo sobre los justos que sobre los injustos. Y aun cuando es provocado por frecuentes o, mejor, continuas ofensas, refrena su indignación y espera pacientemente el día de la retribución establecido de una vez para siempre; y estando en su mano el vengarse, prefiere escudarse largo tiempo en la paciencia, aguantando benignamente y dando largas, en la eventualidad de que la malicia, largamente prolongada, acabe finalmente cambiando, y el hombre, después de haber sido el juguete del error y del crimen, si bien tarde, se convierta al Señor, escuchando la admonición del Señor que dice: No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. Y de nuevo: Volved a mí, dice el Señor, volved al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Sofonías 1, 1-7.14—2, 3

El juicio del Señor

Palabra del Señor que recibió Sofonías, hijo de Cusí, hijo de Godolías, hijo de Azarías, hijo de Ezequías, durante el reinado de Josías, hijo de Amón, en Judá:

«Acabaré con todo en la superficie de la tierra —oráculo del Señor—: acabaré con hombres y animales, acabaré con las aves del cielo y los peces del mar, con los escándalos y los malvados; extirparé a los hombres de la superficie de la tierra —oráculo del Señor—.

Extenderé mi mano contra Judá y contra todos los vecinos de Jerusalén, extirparé de este lugar lo que queda de Baal y el nombre de sus sacerdotes y su clero, a los que adoran en las azoteas el ejército del cielo, a los que, adorando al Señor y jurando por él, juran también por Moloc, a los que apostatan del Señor, a los que no lo buscan ni lo consultan.

¡Silencio en presencia del Señor!, que se acerca el día del Señor. El Señor ha preparado un banquete y ha purificado a sus invitados. Se acerca el día grande del Señor, se acerca con gran rapidez: el día del Señor es más ligero que un fugitivo, más rápido que un soldado. Será un día de cólera, día de angustia y aflicción, día de turbación y espanto, día de oscuridad y tinieblas, día de nublado y sombra, día de trompetas y alaridos, contra las ciudades fortificadas, contra las altas almenas.

Acosaré a los hombres, para que anden ciegos, porque pecaron contra el Señor; su sangre se derramará como polvo, sus entrañas como estiércol, ni su plata ni su oro podrán librarlos, el día de la cólera del Señor, cuando el fuego de su celo consuma la tierra entera, cuando acabe atrozmente con todos los habitantes de la tierra.

Agrupaos, congregaos, pueblo despreciable, antes de que seáis arrebatados como el tamo que se disipa en un día. Antes de que os alcance el incendio de la ira del Señor, antes de que os alcance el día de la ira del Señor. Buscad al Señor, los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor».
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núm. 39)

La esperanza de la tierra nueva

No conocemos ni el tiempo de la nueva tierra y de la nueva humanidad, ni el modo en que el universo se transformará. Se termina ciertamente la representación de este mundo, deformado por el pecado, pero sabemos que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra, en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y sobrepasará todos los deseos de paz que brotan en el corazón del hombre. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que se había sembrado débil y corruptible se vestirá de incorrupción y, permaneciendo la caridad y sus frutos, toda la creación, que Dios creó por el hombre, se verá libre de la esclavitud de la vanidad.

Aunque se nos advierta que de nada le vale al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo, sin embargo, la esperanza de la tierra nueva no debe debilitar, al contrario, debe excitar la solicitud de perfeccionar esta tierra, en la que crece el cuerpo de la nueva humanidad, que ya presenta las esbozadas líneas de lo que será el siglo futuro. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Dios, con todo, el primero, por lo que puede contribuir a una mejor ordenación de la humana sociedad, interesa mucho al bien del reino de Dios.

Los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que, en el Espíritu del Señor y según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. En la tierra este reino está ya presente de una manera misteriosa, pero se completará con la llegada del Señor.