DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 16, 3.5b-7a.8-15.35.37a.40-43. 59-63

Jerusalén, esposa adúltera de Dios

Así dice el Señor:

«¡Jerusalén! Eres cananea de casta y de cuna: tu padre era amorreo y tu madre era hitita. Te arrojaron a campo abierto, asqueados de ti, el día en que naciste.

Pasando yo a tu lado, te vi chapoteando en tu propia sangre, y te dije mientras yacías en tu sangre: "Sigue viviendo y crece como brote campestre". Creciste y te hiciste moza, llegaste a la sazón. Pasando de nuevo a tu lado, te vi en la edad del amor; extendí sobre ti mi manto para cubrir tu desnudez; te comprometí con juramento, hice alianza contigo —oráculo del Señor—y fuiste mía.

Te bañé, te limpié la sangre, y te ungí con aceite. Te vestí de bordado, te calcé de marsopa; te ceñí de lino, te revestí de seda. Te engalané con joyas: te puse pulseras en los brazos y un collar al cuello. Te puse un anillo en la nariz, pendientes en las orejas y diadema de lujo en la cabeza. Lucías joyas de oro y plata, y vestidos de lino, seda y bordado; comías flor de harina, miel y aceite; estabas guapísima y prosperaste más que una reina. Cundió entre los pueblos la fama de tu belleza, completa con las galas con que te atavié —oráculo del Señor—.

Te sentiste segura de tu belleza y, amparada en tu fama, fornicaste y te prostituiste con el primero que pasaba.

Por eso, prostituta, escucha la palabra del Señor: Voy a reunir a todos tus amantes; traerán un tropel contra ti que te apedreará y te descuartizará a cuchilladas. Prenderán fuego a tus casas y ejecutarán en ti la sentencia en presencia de muchas mujeres; así dejarás de prostituirte y no volverás a pagar el precio Aplacaré mi ira contra ti y apartaré de ti mi cólera; me serenaré y no volveré a irritarme. Por no haberte acordado de tu juventud, por haberme provocado con todas estas cosas, también yo te pagaré según tu conducta —oráculo del Señor—. ¿No has añadido la infamia a todas tus abominaciones?

Pues así dice el Señor: Actuaré contigo conforme a tus acciones, pues menospreciaste el juramento y quebrantaste la alianza. Pero yo me acordaré de la alianza que hice contigo cuando eras moza y haré contigo una alianza eterna. Tú te acordarás de tu conducta y te sonrojarás, al acoger a tus hermanas, las mayores y las más pequeñas; pues yo te las daré como hijas, mas no en virtud de tu alianza. Yo mismo haré alianza contigo, y sabrás que yo soy el Señor, para que te acuerdes y te sonrojes y no vuelvas a abrir la boca de vergüenza, cuando yo te perdone todo lo que hiciste». Oráculo del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 13: CCL 41, 539-540)

Los cristianos débiles

No fortalecéis a las ovejas débiles, dice el Señor. Se lo dice a los malos pastores, a los pastores falsos, a los pastores que buscan su interés y no el de Jesucristo, que se aprovechan de la leche y la lana de las ovejas, mientras que no se preocupan de ellas ni piensan en fortalecer su mala salud. Pues me parece que hay alguna diferencia entre estar débil, o sea, no firme —ya que son débiles los que padecen alguna enfermedad—, y estar propiamente enfermo, o sea, con mala salud.

Desde luego que estas ideas que nos estamos esforzando por distinguir las podríamos precisar, por nuestra parte, con mayor diligencia, y por supuesto que lo haría mejor cualquier otro que supiera más o fuera más fervoroso; pero, de momento, y para que no os sintáis defraudados, voy a deciros lo que siento, como comentario a las palabras de la Escritura. Es muy de temer que al que se encuentra débil no le sobrevenga una tentación y le desmorone. Por su parte, el que está enfermo es ya esclavo de algún deseo que le está impidiendo entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo.

Pensad en esos hombres que quieren vivir bien, que han determinado ya vivir bien, pero que no se hallan tan dispuestos a sufrir males, como están preparados a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el mal. De manera que aquellos que dan la impresión de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se les echan encima, son en realidad débiles. Y aquellos que aman el mundo y que por algún mal deseo se alejan de las buenas obras, éstos están delicados y enfermos, puesto que, por obra de su misma enfermedad, y como si se hallaran sin fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena.

En tal disposición interior se encontraba aquel paralítico al que, como sus portadores no podían introducirle ante la presencia del Señor, hicieron un agujero en el techo, y por allí lo descolgaron. Es decir, para conseguir lo mismo en lo espiritual, tienes que abrir efectivamente el techo y poner en la presencia del Señor el alma paralítica, privada de la movilidad de sus miembros y desprovista de cualquier obra buena, gravada además por sus pecados y languideciendo a causa del morbo de su concupiscencia. Si, efectivamente, se ha alterado el uso de todos sus miembros y hay una auténtica parálisis interior, si es que quieres llegar hasta el médico —quizás el médico se halla oculto, dentro de ti: este sentido verdadero se halla oculto en la Escritura—, tienes que abrir el techo y depositar en presencia del Señor al paralítico, dejando a la vista lo que está oculto.

En cuanto a los que no hacen nada de esto y descuidan hacerlo, ya habéis oído las palabras que les dirige el Señor: No curáis a las enfermas, ni vendáis sus heridas; ya lo hemos comentado. Se hallaba herida por el miedo a la prueba. Había algo para vendar aquella herida; estaba aquel consuelo: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De libro del profeta Ezequiel 17, 3-15.19-24

Vaticinio de la ruina y la restauración

Dirás: Esto dice el Señor:

El águila gigante, de gigantescas alas,
de gran envergadura, de plumaje tupido,
de color abigarrado, voló al Líbano;
cogió el cogollo del cedro,
arrancó su pimpollo cimero
y se lo llevó a un país de mercaderes,
plantándolo en una ciudad de traficantes.

Después cogió simiente de la tierra
y la echó en terreno sembradío.

La sembró ribereña, junto a aguas abundantes,
para que germinara y se hiciera vid aparrada, achaparrada,
para que orientara hacia ella los sarmientos,
y le sometiera las raíces.

Y se hizo vid,
y echó pámpanos y se puso frondosa.
Vino después otra águila gigante,
de gigantescas alas y de espeso plumaje,
y entonces nuestra vid,
aunque estaba plantada en buen terreno,
junto a aguas abundantes,
sesgó sus raíces hacia ella
y orientó hacia ella sus sarmientos,
para recibir más riego
que en el bancal donde estaba plantada,
y así echar ramas y dar fruto y hacerse vid espléndida.

Di: Esto dice el Señor:
¿Se logrará?, ¿o la desceparán
y se malogrará su fruto y se marchitarán sus renuevos?
No hará falta un brazo robusto
ni mucha gente para desceparla.

Mirad, ya está plantada: ¿se logrará?,
¿o se agostará cuando la azote el viento solano,
en el bancal donde germinó se agostará?

Me vino esta palabra del Señor:

Dile a la casa rebelde:
¿No entendéis lo que esto significa?
Di: Mirad, el rey de Babilonia fue a Jerusalén,
y cogiendo a su rey y a sus príncipes
se los llevó a Babilonia.

Tomando a uno de estirpe real,
hizo con él un pacto
y lo comprometió con juramento
llevándose a los nobles del país,
para que fuera un reino humilde
que no se ensoberbeciera y observara fielmente el pacto.

Pero se rebeló contra él y envió mensajeros a Egipto
pidiendo caballos y tropas numerosas.

¿Tendrá éxito?, ¿escapará con vida el que hizo esto?
El que violó el pacto, ¿escapará con vida?

Por tanto, así dice el Señor:
Juro por mi vida que los castigaré
por haber menospreciado mi juramento
y por haber violado mi pacto.

Tenderé mi red sobre él y lo cazaré en mi trampa;
lo llevaré a Babilonia para juzgarlo allí
por haberme traicionado.

Todas sus huestes caerán a espada
y los supervivientes se dispersarán a todos los vientos,
y sabréis que yo, el Señor, he hablado.

Esto dice el Señor:
Cogeré un guía del cogollo del cedro alto y encumbrado,
del vástago cimero arrancaré un esqueje
y yo lo plantaré en un monte elevado y señero,
lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.
Echará ramas, se pondrá frondoso
y llegará a ser un cedro magnífico;
anidarán en él todos los pájaros,
a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves.

Y sabrán todos los árboles silvestres que yo, el Señor,
humillo el árbol elevado y elevo el árbol humilde,
seco el árbol verde y reverdezco el árbol seco.
Yo, el Señor, lo digo y lo hago.
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 14-15: CCL 41, 541-542)

Insiste a tiempo y a destiempo

No recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas. En este mundo andamos siempre entre las manos de los ladrones y los dientes de los lobos feroces, y, a causa de estos peligros nuestros, os rogamos que oréis. Además, las ovejas son obstinadas. Cuando se extravían y las buscamos, nos dicen, para su error y perdición, que no tienen nada que ver con nosotros: «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?» Como si el hecho de que anden errantes y en peligro de perdición no fuera precisamete la causa de que vayamos tras de ellas y las busquemos. «Si ando errante —dicen—, si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Para qué me buscas?» Te quiero hacer volver precisamente porque andas extraviada; quiero encontrarte porque te has perdido.

«¡Pero si yo quiero andar así, quiero así mi perdición!» ¿De veras así quieres extraviarte, así quieres perderte? Pues tanto menos lo quiero yo. Me atrevo a decirlo, estoy dispuesto a seguir siendo inoportuno. Oigo al Apóstol que dice: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo.

¿A quiénes insistiré a tiempo, y a quiénes a destiempo? A tiempo, a los que quieren escuchar; a destiempo, a quienes no quieren. Soy tan inoportuno que me atrevo a decir: «Tú quieres extraviarte, quieres perderte, pero yo no quiero». Y, en definitiva, no lo quiere tampoco aquel a quien yo temo. Si yo lo quisiera, escucha lo que dice, escucha su increpación: No recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas. ¿Voy a temerte más a ti que a él mismo? Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.

De manera que seguiré llamando a las que andan errantes y buscando a las perdidas. Lo haré, quieras o no quieras. Y, aunque en mi búsqueda me desgarren las zarzas del bosque, no dejaré de introducirme en todos los escondrijos, no dejaré de indagar en todas las matas; mientras el Señor a quien temo me dé fuerzas, andaré de un lado a otro sin cesar. Llamaré mil veces a la errante, buscaré a la que se halla a punto de perecer. Si no quieres que sufra, no te alejes, no te expongas a la perdición. No tiene importancia lo que yo sufra por tus extravíos y tus riesgos. Lo que temo es llegar a matar a la oveja sana, si te descuido a ti. Pues oye lo que se dice a continuación: Matáis las ovejas más gordas. Si echo en olvido a la que se extravía y se expone a la perdición, la que está sana sentirá también la tentación de extraviarse y de ponerse en peligro de perecer.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 18, 1-13.20-32

Cada uno recibirá la paga de sus acciones

Me vino esta palabra del Señor:

«¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel: "Los padres comieron agraces, y los hijos tuvieron dentera"?

Por mi vida os juro —oráculo del Señor— que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel. Sabedlo: todas las vidas son mías; lo mismo que la vida del padre, es mía la vida del hijo; el que peca es el que morirá.

El hombre que es justo, que observa el derecho y la justicia, que no come en los montes, levantando los ojos a los ídolos de Israel, que no profana a la mujer de su prójimo, ni se llega a la mujer en su regla, que no explota, sino que devuelve la prenda empeñada, que no roba, sino que da su pan al hambriento y viste al desnudo; que no presta con usura ni acumula intereses, que aparta la mano de la iniquidad y juzga imparcialmente los delitos, que camina según mis preceptos y guarda mis mandamientos, cumpliéndolos fielmente: ese hombre es justo, y ciertamente vivirá —oráculo del. Señor—.

Si éste engendra un hijo criminal y homicida, que quebranta alguna de estas prohibiciones o no cumple todos estos mandatos, sino que come en los montes y profana a la mujer de su prójimo, que explota al desgraciado y al pobre, que roba y no devuelve la prenda empeñada, que levanta los ojos a los ídolos y comete abominación, que presta con usura y acumula intereses, ciertamente no vivirá; por haber cometido todas esas abominaciones, morirá ciertamente y será responsable de sus crímenes.

El que peca es el que morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, el padre no cargará con la culpa del hijo; sobre el justo recaerá su justicia, sobre el malvado recaerá su maldad.

Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado —oráculo del Señor—, y no que se convierta de su conducta y que viva?

Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, imitando las abominaciones del malvado, no se tendrá en cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetro y por el pecado que cometió, morirá.

Comentáis: "No es justo el proceder del Señor". Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo seaparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá. Objeta la casa de Israel: " No es justo el proceder del Señor". ¿Es injusto mi proceder, casa de Israel? ¿No es vuestro proceder el que es injusto?

Pues bien, casa de Israel, os juzgaré a cada uno según su proceder —oráculo del Señor—. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no caeréis en pecado. Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de Israel. Pues no quiero la muerte de nadie —oráculo del Señor—. ¡Arrepentíos, y viviréis!»


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 18-19: CCL 41, 544-546)

La Iglesia, como una vid que crece
y se difunde por doquier

Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas se dispersaron por toda la tierra. ¿Qué quiere decir: Se dispersaron por toda la tierra? Son las ovejas que apetecen las cosas terrenas y, porque aman y están prendadas de las cosas que el mundo estima, se niegan a morir, para que su vida quede escondida en Cristo. Por toda la tierra, porque se trata del amor de los bienes de la tierra, y de ovejas que andan errantes por toda la superficie de la tierra. Se encuentran en distintos sitios; pero la soberbia las engendró a todas como única madre, de la misma manera que nuestra única madre, la Iglesia católica, concibió a todos los fieles cristianos esparcidos por el mundo entero.

No tiene, por tanto, nada de sorprendente que la soberbia engendre división, del mismo modo que la caridad engendra la unidad. Sin embargo, es la misma madre católica y el pastor que mora en ella quienes buscan a los descarriados; fortalecen a los débiles, curan .a los enfermos y vendan a los heridos, por medio de diversos pastores, aunque unos y otros no se conozcan entre sí. Pero ella sí que los conoce a todos, puesto que con todos está identificada.

Efectivamente, la Iglesia es como una vid que crece y se difunde por doquier; mientras que las ovejas descarriadas son como sarmientos inútiles, cortados a causa de su esterilidad por la hoz del labrador, no para destruir la vid, sino para purificarla. Los sarmientos aquellos, allí donde fueron podados, allí se quedan. La vid, en cambio, sigue creciendo por todas partes, sin ignorar ni uno solo de los sarmientos que permanecen en ella, de los que junto a ella quedaron podados.

Por eso, precisamente, sigue llamando a los alejados, ya que el Apóstol dice de las ramas arrancadas: Dios tiene poder para injertarlos de nuevo. Lo mismo si te refieres a las ovejas que se alejaron del rebaño, que si piensas en las ramas arrancadas de la vid, Dios no es menos capaz de volver a llamar a las unas y de volver a injertar a las otras, porque él es el supremo pastor, el verdadero labrador. Mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie, de aquellos malos pastores, las buscase siguiendo su rastro.

Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: ¡Lo juro por mi vida! —oráculo del Señor—. Fijaos cómo comienza. Es como si Dios jurase con el testimonio de su vida. ¡Lo juro por mi vida! —oráculo del Señor—. Los pastores murieron, pero las ovejas están seguras, porque el Señor vive. Por mi vida —oráculo del Señor—. ¿Y quiénes son los pastores que han muerto? Los que buscaban su interés y no el de Cristo. ¿Pero es que llegará a haber y se podrá encontrar pastores que no busquen su propio interés, sino el de Cristo? Los habrá sin duda, se los encontrará con seguridad, ni faltan ni faltarán.



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 20, 27-44

Historia de la infidelidad de Israel

Hijo de Adán, habla así a la casa de Israel: Esto dice el Señor:

Vuestros padres me ofendieron
cometiendo esta traición:

Cuando los introduje en la tierra
que con la mano en alto había jurado darles,
al ver un collado alto, al ver un árbol copudo
allí hacían sus sacrificios,
allí depositaban su irritante ofrenda,
allí ponían sus oblaciones de aroma que aplaca,
allí vertían sus libaciones.

Entonces les pregunté:

¿Qué hay en ese altozano que frecuentáis?
Y se quedó con el nombre de «altozano» hasta el día de hoy.

Por tanto, dile a la casa de Israel: Esto dice el Señor:
Os contamináis igual que vuestros padres,
fornicáis con sus fetiches,
ofrecéis a vuestros hijos pasándolos por el fuego,
os seguís contaminando con vuestros ídolos,
¿y voy a dejarme consultar por vosotros, casa de Israel?

Por mi vida —oráculo del Señor—,
juro que no me dejaré consultar.

Jamás se realizarán los planes que estáis pensando:
«Seremos como los demás pueblos,
como las razas de otros países, sirviendo al leño y a la piedra».

Por mi vida —oráculo del Señor—,
juro que con mi mano poderosa,
con brazo extendido, con cólera incontenible,
reinaré sobre vosotros,
y os sacaré de los países y os reuniré de entre las naciones
por las que andáis dispersos,
con mano poderosa, con brazo extendido,
con cólera incontenible.

Y os llevaré al desierto de los pueblos
para pleitear allí con vosotros cara a cara.

Igual que pleiteé con vuestros padres en el desierto de Egipto,
así pleitearé con vosotros —oráculo del Señor—.
Os haré pasar bajo el. cayado
y os haré entrar uno a uno por el aro de la alianza,
y excluiré a los rebeldes que se sublevan contra mí;
los sacaré del país de su destierro,
pero no entrarán en la tierra de Israel.

Y sabréis que yo soy el Señor.

A vosotros, casa de Israel, esto os dice el Señor:

Cada uno que vaya a servir a sus ídolos
si no quiere obedecerme,
pero que no siga profanando mi santo nombre con sus ofrendas idolátricas.

Porque en mi santo monte, en el más alto monte de Israel
—oráculo del Señor—,
allí en la tierra, me servirá la casa de Israel toda entera.

Allí los aceptaré, allí os pediré vuestros tributos,
vuestras primicias y vuestros dones sagrados.

Como aroma que aplaca os aceptaré
cuando os saque de los países
y os reúna de entre las naciones
en las que estáis dispersos
y muestre en vosotros mi santidad
a la vista de los paganos.

Y sabréis que yo soy el Señor
cuando os lleve a la tierra de Israel,
al país que con la mano en alto
juré dar a vuestros padres.

Allí cuando os acordéis de vuestra conducta
y de las malas obras con que os contaminasteis,
sentiréis asco de vosotros mismos por las maldades que cometisteis.

Y sabréis que yo soy el Señor
cuando os trate como exige mi nombre,
no según vuestra mala conducta
y vuestras obras perversas, casa de Israel
—oráculo del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 20-21: CCL 41, 546-548)

Haced lo que os digan, pero no hagáis
lo que ellos hacen

Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor. ¿Pero qué es lo que tienen que escuchar? Esto dice el Señor: «Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas». Oíd y aprended, ovejas de Dios: Dios reclama sus ovejas a los malos pastores y los culpa de su muerte. Pues, por boca del mismo profeta, dice en otra ocasión: A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: «¡Malvado, eres reo de muerte!», y tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero, si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.

¿Qué significa esto, hermanos? ¿Os dais cuenta lo peligroso que puede resultar callarse? El malvado muere, y muere con razón; muere en su pecado y en su. impiedad; pero lo ha matado la negligencia del mal pastor. Pues podría haber encontrado al pastor que vive y que dice: Por mi vida, oráculo del Señor; pero, como fue negligente el que recibió el encargo de amonestarlo y no lo hizo, él morirá con razón, y con razón se condenará el otro. En cambio, como dice el texto sagrado: «Si advirtieses al impío, al que yo hubiese amenazado con la muerte: Eres reo de muerte, y él no se preocupa de evitar la espada amenazadora, y viene la espada y acaba con él, él morirá en su pecado, y tú, en cambio, habrás salvado tu alma". Por eso precisamente, a nosotros nos toca no callarnos; mas vosotros, en el caso de que nos callemos, no dejéis de escuchar las palabras del Pastor en las sagradas Escrituras.

Veamos, pues, ahora, ya que así lo había yo propuesto, si va a quitarles las ovejas a los malos pastores y a dárselas a los buenos. Y veo, efectivamente, que se las quita a los malos. Esto es lo que dice: «Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas. Porque, cuando digo que apacienten a mis ovejas, se apacientan a sí mismos, y no a mis ovejas: Los quitaré de pastores de mis ovejas».

¿Y cómo se las quita, para que no las apacienten? Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que hacen. Como Si dijera: «Dicen mis cosas, pero hacen las suyas». Cuando no hacéis lo que hacen los malos pastores, no son ellos los que os apacientan; cuando, en cambio, hacéis lo que os dicen, soy yo vuestro pastor.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 24, 15-27

La vida del profeta como signo para el pueblo

Me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, voy a arrebatarte repentinamente el encanto de tus ojos; no llores ni hagas duelo ni derrames lágrimas; aflígete en silencio como un muerto, sin hacer duelo; líate el turbante y cálzate las sandalias; no te emboces la cara ni comas el pan del duelo».

Por la mañana, yo hablaba a la gente; por la tarde, se murió mi mujer; y, a la mañana siguiente, hice lo que se me había mandado. Entonces me dijo la gente:

«¿Quieres explicarnos qué nos anuncia lo que estás haciendo?»

Les respondí:

«Me vino esta palabra del Señor: "Dile a la casa de Israel: `Así dice el Señor: Mira, voy a profanar mi santuario, vuestro soberbio baluarte, el encanto de vuestros ojos, el tesoro de vuestras almas. Los hijos e hijas que dejasteis caerán a espada. Entonces haréis lo que yo he hecho: no os embozaréis la cara ni comeréis el pan del duelo; seguiréis con el turbante en la cabeza y las sandalias en los pies, no lloraréis ni haréis luto; os consumiréis por vuestra culpa y os lamentaréis unos con otros. Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho. Y cuando suceda, sabréis que yo soy el Señor'.

Y tú, hijo de Adán, el día que yo les arrebate su baluarte, su espléndida alegría, el encanto de sus ojos, el ansia de sus almas, ese día se te presentará un evadido para comunicarte una noticia. Ese día se te abrirá la boca y podrás hablar, y no volverás a quedar mudo. Les servirás de señal y sabrán que yo soy el Señor"».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Nipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 24-25.27: CCL 41.551-553)

Apacentaré a mis ovejas en ricos pastizales

Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países, las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel. Compara a los autores de las sagradas Escrituras con los montes de Israel. En ellas habéis de apacentaros para pacer con seguridad. Saboread bien cuanto en ellas oigáis; rechazad cuanto venga de fuera. Para no extraviaros en la tiniebla, escuchad la voz del pastor. Recogeos en los montes de la sagrada Escritura. En ella se encuentran las delicias de vuestro corazón, en ella no hay nada venenoso, nada extraño; son pastos ubérrimos. Lo único que tenéis que hacer, las que estáis sanas, es acudir a apacentaros en los montes de Israel.

En las cañadas y en los poblados del país. Porque de los montes de los que hemos hablado manaron los ríos de la predicación evangélica, ya que a toda la tierra alcanza su pregón, y la tierra entera se volvió abundante y fecunda para pasto de las ovejas.

Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel, o sea, donde puedan descansar y decir: «Se está bien»; donde digan: «Es verdad, está claro, no nos han engañado». Descansarán en la gloria de Dios, como si fueran sus dehesas. Se recostaran, es decir, descansarán, en fértiles dehesas.

Y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel. Ya hablé de los montes de Israel, de los buenos montes a los que levantamos nuestros ojos para que desde ellos descienda sobre nosotros el auxilio. Pero nuestro auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por eso, para que nuestra esperanza no se detuviese en los montes, por buenos que fueran, después de decir: Apacentaré a mis ovejas en los montes de Israel, añadió en seguida, para que no te quedases en los montes: Yo mismo apacentaré a mis ovejas. Levanta tus ojos hacia los montes, de donde habrá de venir tu auxilio, pero escúchale decir: Yo mismo las apacentaré. Porque tu auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Y concluye así: Y las apacentaré como es debido. Es el único que las apacienta, y que las apacienta como es debido. ¿Qué hombre puede juzgar debidamente a otro hombre? No hay por todas partes más que juicios temerarios. Aquel del que desesperábamos cambia de repente y se convierte en el mejor. Aquel, por el contrario, del que tanto esperábamos falla súbitamente y se vuelve el peor. Ni nuestro temor ni nuestro amor son siempre acertados.

Lo que hoy es cada uno, apenas si uno mismo lo sabe. Aunque, en definitiva, puede llegar a saberlo. Pero, lo que va a ser mañana, ni uno mismo lo sabe. Aquél, en cambio, apacienta a sus ovejas como es debido, dándoles a cada una lo suyo; esto a éstas, aquello a aquéllas, pero siempre a cada una lo que es debido, pues sabe lo que hace. Apacienta como es debido a los que redimió después de haberlos juzgado. Eso es lo que quiere decir que los apacienta como es debido.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 28, 1-19

Vaticinio contra Tiro, la ciudad orgullosa

Me vino esta palabra del Señor:

Hijo de Adán, di al príncipe de Tiro: Esto dice el Señor:

Se hinchó tu corazón y dijiste: «Soy Dios,
entronizado en solio de dioses en el corazón del mar»
tú que eres hombre y no dios;
te creías listo como los dioses.

¡Si eres más sabio que Daniel!, ningún enigma se te resiste.

Con tu talento, con tu habilidad, te hiciste una fortuna;
acumulaste oro y plata en tus tesoros.

Con agudo talento de mercader ibas acrecentando tu fortuna;
y tu fortuna te llenó de presunción.

Por eso, así dice el Señor:
Por haberte creído sabio como los dioses,
por eso traigo sobre ti bárbaros pueblos feroces;
desnudarán la espada contra tu belleza y tu sabiduría profanando tu esplendor.

Te hundirán en la fosa,
morirás con muerte ignominiosa en el corazón del mar.
Tú, que eres hombre y no dios, ¿osarás decir: «Soy Dios»,
delante de tus asesinos, en poder de los que te apuñalen?

Morirás con muerte de incircunciso, a manos de bárbaros.

Yo lo he dicho —oráculo del Señor—.

Me vino esta palabra del Señor:

—Hijo de Adan, entona una elegía al rey de Tiro. así dice el Señor:

Eras cuño de perfección,
colmo de sabiduría, de acabada belleza;
estabas en jardín de dioses, revestido de piedras preciosas:
cornalina, topacio y aguamarina,
crisólito, malaquita y jaspe, zafiro, rubí y esmeralda;
de oro afiligranado tus zarcillos y dijes,
preparados el día de tu creación.

Te puse junto a un querube protector de alas extendidas.

Estabas en la montaña sagrada de los dioses,
entre piedras de fuego te paseabas.

Era irreprensible tu conducta desde el día de tu creación
hasta que se descubrió tu culpa.

A fuerza de hacer tratos,
te ibas llenando de atropellos, y pecabas.

Te desterré entonces de la montaña de los dioses
y te expulsó el querube protector
de entre las piedras de fuego.

Te llenó de presunción tu belleza
y tu esplendor te trastornó el sentido;
te arrojó por tierra,
te hice espectáculo para los reyes.

Con tus muchas culpas, con tus sucios negocios, profanaste tu santuario;
hice brotar de tus entrañas fuego que te devoró;
te convertí en ceniza sobre el suelo, a la vista de todos.

Tus conocidos de todos los pueblos se espantaron de ti;
¡siniestro desenlace!, para siempre dejaste de existir.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 29-30: CCL 41, 555-557)

Todos los buenos pastores
se identifican con el único pastor

Cristo apacienta a sus ovejas debidamente, discierne a las que son suyas de las que no lo son. Mis ovejas escuchan mi voz —dice— y me siguen.

En estas palabras descubro que todos los buenos pastores se identifican con este único pastor. No es que falten buenos pastores, pero todos son como los miembros del único pastor. Si hubiera muchos pastores, habría división, y, porque aquí se recomienda la unidad, se habla de un único pastor. Si se silencian los diversos pastores y se habla de un único pastor, no es porque el Señor no encontrara a quien encomendar el cuidado de sus ovejas, pues cuando encontró a Pedro las puso bajo su cuidado. Pero incluso en el mismo Pedro el Señor recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles, pero sólo a Pedro se le dice: Apacienta mis ovejas. Dios no quiera que falten nunca buenos pastores, Dios no quiera que lleguemos a vernos faltos de ellos; ojalá no deje el Señor de suscitarlos y consagrarlos.

Ciertamente que, si existen buenas ovejas, habrá también buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas salen los buenos pastores. Pero hay que decir que todos los buenos pastores son, en realidad, como miembros del único pastor y forman una sola cosa con él. Cuando ellos apacientan, es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no pretenden hacer oír su propia voz, sino que se complacen en que se oiga la voz del esposo. Por esto, cuando ellos apacientan, es el Señor quien apacienta; aquel Señor que puede decir por esta razón: «Yo mismo apaciento», porque la voz y la caridad de los pastores son la voz y la caridad del mismo Señor. Esta es la razón por la que quiso que también Pedro, a quien encomendó sus propias ovejas como a un semejante, fuera una sola cosa con él: así pudo entregarle el cuidado de su propio rebaño, siendo Cristo la cabeza y Pedro como el símbolo de la Iglesia que es su cuerpo; de esta manera, fueron dos en una sola carne, a semejanza de lo que son el esposo y la esposa.

Así, pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» El respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo». Y le pregunta aún por tercera vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo, el que es único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único.

Y parece que no se habla de los pastores, pero sí se habla. Los pastores pueden gloriarse, pero el que se gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el pastor, esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de apacentarse a sí mismo al margen de Cristo. No fue por falta de pastores —como anunció el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia—que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas, como si dijera: «No tengo a quien encomendarlas». Porque, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que es el único pastor, en el que todos los pastores son uno, dijo: Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

Que todos se identifiquen con el único pastor y hagan oír la única voz del pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único pastor, y no a éste o a aquél, sino al único. Y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tenga cada uno su propia voz: Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía, y que sigan a su pastor, que les dice: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 34, 1-6.11-16.23-31

Israel, rebaño del Señor

Me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza, diciéndoles: "¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo. Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie las buscase, siguiendo su rastro.

Así dice el Señor Dios: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países, las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país. Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel; se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel.

Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear —oráculo del Señor Dios—. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Les daré un pastor único que las pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David, príncipe en medio de ellos. Yo, el Señor, lo he dicho.

Haré con ellos alianza de paz: descastaré de la tierra los animales dañinos; acamparán seguros en el desierto, dormirán en los bosques. Ellos y mi colina toda a la redonda serán una bendición: enviaré lluvias a su tiempo, una bendición de lluvias. El árbol del campo dará su fruto, y la tierra dará su cosecha, y ellos estarán seguros en su territorio. Sabrán que yo soy el Señor, cuando haga saltar las coyundas de su yugo y los libre del poder de los tiranos. No volverán a ser botín de las naciones, ni los devorarán las fieras del campo; vivirán seguros, sin sobresaltos.

Les daré un plantío famoso: no volverá a haber muertos de hambre en el país, ni tendrán que soportar la burla de los pueblos. Y sabrán que yo, el Señor, soy su Dios, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel —oráculo del Señor—. Y vosotros sois mis ovejas, ovejas de mi rebaño, y yo soy vuestro Dios —oráculo del Señor—"».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilía sobre el libro del profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 4, 19-20: CCL 142, 271-273)

Cristo se hizo carne para hacernos
a nosotros espirituales

Es bueno considerar quiénes somos los que reflexionamos sobre estos temas. No hay duda de que venimos de la gentilidad, y no es menos cierto que nuestros antepasados adoraron al leño y a la piedra. ¿De dónde, pues, nos viene a nosotros la posibilidad de explorar aquellos misterios del profeta Ezequiel, tan profundos que ni siquiera los hebreos han conseguido hasta la fecha explicar? Demos, pues, gracias al único que llevó a la práctica todo cuanto de él estaba escrito en la sagrada Escritura, de modo que lo que no era posible entender con la simple escucha, quedase patente a los testigos oculares.

Allí, efectivamente, se contiene la encarnación, allí la pasión, la resurrección y la ascensión de Cristo. Pero, ¿quién de nosotros hubiera dado fe a estas cosas por el simple testimonio del oído, si no le constase de su realización? El león de la tribu de Judá abrió, pues, el rollo sellado, como leemos en el Apocalipsis de Juan, rollo que nadie podía abrir y ver su contenido, porque en su pasión y resurrección nos reveló todos sus misterios. Y al tomar sobre sí los males de nuestra debilidad, nos mostró los bienes de su poder y claridad.

En efecto, él se hizo carne para hacernos a nosotros espirituales, en su bondad se rebajó para enaltecernos, salió para hacernos entrar, apareció visible para mostrarnos lo invisible, aguantó la flagelación para sanarnos, soportó los ultrajes y las burlas para liberarnos del eterno oprobio, murió para darnos la vida. Demos, pues, gracias al muerto y dador de vida, y tanto más dador de vida cuanto que fue muerto. Por eso, Isaías, que había contemplado claramente nuestra salvación y su pasión, dice: El Señor se alzará para ejecutar su obra, obra extraña; para cumplir su tarea, tarea inaudita.

Ahora bien, la obra de Dios es reunir las almas que él creó y conducirlas a los goces de la luz eterna. En cambio, ser flagelado, cubierto de salivazos, crucificado, muerto y sepultado, esto no es en absoluto obra de Dios, sino obra del hombre pecador, quien mereció todo esto por el pecado. Jesús, cargado de nuestros pecados, subió al leño. Y el que en su naturaleza permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se ha dignado ser comprendido y flagelado, pues de no haber asumido lo que es propio de nuestra debilidad, jamás nos habría sublimado a la fortaleza de su poder.

Así pues, el Señor se alzará para ejecutar su obra, obra extraña; para cumplir su tarea, tarea inaudita, pues Dios se encarnó para cobijarnos al amparo de su justicia; por nosotros quiso ser azotado como un hombre pecador. Ejecutó la obra ajena, para realizar la propia, ya que al asumir nuestra debilidad y soportar nuestra taras, nos condujo, a nosotros, que somos criaturas suyas, a la gloria de su fortaleza, en la que vive y reina con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.