DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Libro del profeta Abdías 1-21

Vaticinio contra Edom

Visión de Abdías. Así dice el Señor a Edom:

Hemos oído un mensaje del Señor al embajador enviado a las naciones: «¡Arriba, a combatir contra ella!» Te convierto en la nación más pequeña y despreciable: tu arrogancia te sedujo; porque habitas en rocas escarpadas asentada en las cimas, piensas: ¿Quién me derribará en tierra? Pues aunque te remontes como un águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré —oráculo del Señor—. Si te invadieran salteadores o ladrones nocturnos, ¿no te robarían con medida? Si te invadieran vendimiadores, ¿no dejarían racimos? ¡Ay Esaú, destruido! Lo han registrado y requisado sus tesoros; te han empujado a la frontera tus aliados, tus amigos te han engañado y sometido, tus comensales te ponen trampas debajo. Pues aquel día —oráculo del Señor— acabaré con los sabios de Edom, con los prudentes del monte de Esaú y no le quedará habilidad. Se acobardarán tus soldados, Temán, y se acabarán los varones del monte de Esaú; por la violencia criminal contra tu hermano Jacob, te cubrirá la vergüenza y perecerás para siempre.

Aquel día estabas tú presente, el día que bárbaros capturaron su ejército, cuando extraños invadían la ciudad y se rifaban Jerusalén, tú eras uno de ellos. «No disfrutes del día de tu hermano, su día funesto, no te alegres por los judíos el día de su desastre, no hables con insolencia el día del aprieto, no entres en la capital de mi pueblo el día de su ruina, no disfrutes tú también de su desgracia el día de su ruina, no eches mano a sus riquezas el día de su ruina,no aguardes a la salida para matar a los fugitivos, no vendas a los supervivientes el día del aprieto».

Se acerca el día del Señor para todas las naciones: lo que hiciste te lo harán, te pagarán tu merecido. Como bebisteis en mi monte santo, beberán todas las naciones por turno, beberán, apurarán y desaparecerán sin dejar rastro. Pero en el monte Sión quedará un resto que será santo y la casa de Jacob recobrará sus posesiones. Jacob será el fuego, José será la llama, Esaú será la estopa: arderá hasta consumirse; no quedará superviviente al pueblo de Esaú —lo ha dicho el Señor—. Ocuparán el Negueb, el monte de Esaú, ocuparán la Sefela y Filistea, Benjamín y Galaad, los campos de Efraín, los campos de Samaría; los desterrados israelitas, esos desgraciados, ocuparán Canaán hasta Sarepta; los desterrados de Jerusalén que viven en Sefarad ocuparán los poblados del Negueb; después subirán victoriosos al monte Sión para gobernar el monte de Esaú, y el reino del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comienza el discurso sobre el bautismo (PG 415-418.419)

Venid a curaros los que os sentís enfermos

Mirad, el buen dispensador de todas las cosas, que renueva los años y gobierna los tiempos, ha hecho nacer el día santo en que solemos invitar a los huéspedes a la adopción de hijos, a los necesitados a la participación de la gracia, y a la purificación de los pecados a quienes se hallan manchados por la sordidez de los pecados. Esta es aquella antigua predicación que tuvo lugar poco antes de que el Salvador hiciera su aparición: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Y aunque yo no soy ni Juan ni David, sin embargo la bajeza del siervo no desvirtúa la ley del Señor. Pues si nosotros obedecemos las disposiciones emanadas de los que promulgan las leyes, no lo hacemos por reverencia hacia ellos, sino que nos sometemos a lo establecido por temor al poder del legislador. Viene la amnistía real condonando la pena a dos tipos de penados: la liberación a los encarcelados y la cancelación de la deuda a los deudores. Por eso también yo puedo ofrecer una adecuada medicina a estas dos categorías de personas, y confiadamente prometo que si se empeñan, recibirán la ayuda.

Y para que nadie piense que la medicina es demasiado cara, voy a señalar la medicación que ha de aplicarse a los enfermos. Pues a unos les prometo la salud por el agua y el baño, y mediante unas pocas lágrimas, hago desaparecer de los otros la enfermedad. Basta esta simple medicación y el don de Dios para que se produzca un resultado tan maravilloso: ser liberado de las llagas rebeldes, infligidas por la mordedura de la serpiente, sin necesidad de cauterios ni de bisturí. Venid, pues, a curaros los que os sentís enfermos: no descuidéis de hacerlo. Pues cuando una enfermedad es rebelde y crónica, nada puede contra ella ni el arte de curar. Pobres y necesitados, apresuraos: venid a recibir los dones del Rey; ovejas, acudid a ser marcadas con la señal de la cruz, que es salud y remedio contra los males. Dadme vuestros nombres, para que yo los imprima en libros sensibles y los escriba con tinta, y Dios los grabará en losas imperecederas, escribiéndolos —como antiguamente la ley hebrea— con su propio dedo.

Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Lavaos, apartad de mí vuestros pecados. Estas palabras hace ya mucho tiempo que fueron escritas pero su valor no se ha desvirtuado, sino que sigue en vigor y crece de día en día. Salid de la cárcel, os lo ruego. Aborreced los tenebrosos antros del vicio. Huid del diablo, guardián cruel de quienes están encadenados, que se alimenta de la desgracia de los pecadores y especula con ella.

Porque, del mismo modo que Dios se alegra con nuestras obras justas, así el autor del pecado se goza con nuestros delitos. Despójate del hombre viejo como de un vestido sucio, signo de infamia y deshonor, confeccionado con la muchedumbre de los pecados y entretejido con el miserable paño de la iniquidad. Recibe a cambio el vestido de la incorrupción, que Cristo te ofrece desempaquetado y extendido; no rechaces el don, para que el donante no se dé por ofendido. Durante mucho tiempo te has revolcado en el fango, corre a mi Jordán: Juan es el que llama, pero es Cristo quien te exhorta. El río de la gracia fluye por doquier: no tiene sus fuentes en Palestina ni desemboca en el vecino mar, sino que, bordeando la redondez de la tierra, entra en el paraíso y, a través de un recorrido inverso al de los cuatro ríos que allí nacen, introduce en el paraíso aguas mucho más preciosas que las que de allí se exportan. Pues tiene como riquísima fuente a Cristo, y, partiendo de él, inunda el mundo entero. Este río es dulce y potable, sin índice alguno de desagradable salobridad. Se convierte en dulce con la venida del Espíritu, como la fuente de Mará por el contacto con el madero.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Joel 1, 1.13—2, 11

El día del Señor está para venir

Palabra del Señor que recibió Joel, hijo de Fatuel.

Vestíos de luto y haced duelo, sacerdotes; llorad, ministros del altar; venid a dormir en esteras, ministros de Dios, porque faltan en el templo del Señor ofrenda y libación.

Proclamad el ayuno, congregad la asamblea, reunid a los ancianos, a todos los habitantes de la tierra, en el templo del Señor nuestro Dios, y clamad al Señor: ¡Ay de este día! Que está cerca el día del Señor, vendrá como azote del Dios de las montañas.

¿No estáis viendo cómo falta en el templo de nuestro Dios la comida y la fiesta y la alegría? Se han secado las semillas bajo los terrones, los silos están desolados, los graneros vacíos, porque la cosecha se ha perdido.

¡Cómo muge el ganado, está inquieta la vacada, porque no quedan pastos, y las ovejas lo pagan! A ti, Señor, te invoco, que el fuego se ha cebado en las dehesas de la estepa, la canícula abrasa los árboles silvestres. Hasta las bestias agrestes rugen a ti, porque están secas las cañadas y el fuego se ceba en las dehesas de la estepa.

Tocad la trompeta en Sión, gritad en mi monte santo tiemblen los habitantes del país: que viene, ya está cerca el día del Señor; día de oscuridad y tinieblas, día de nube y nubarrón, como negrura extendida sobre los montes, una horda numerosa y espesa; como ella, no la hubo jamás; después de ella, no se repetirá por muchas generaciones. En vanguardia el fuego devora, las llamas abrasan en retaguardia; delante la tierra es un vergel, detrás es una estepa desolada, nada se salva.

Su aspecto es de caballos, de jinetes que galopan; su estruendo, de carros rebotando por las montañas; como crepitar de llama que consume la paja, como ejército numeroso formado para la batalla; ante el cual tiemblan los pueblos, con los rostros enrojecidos. Corren como soldados, escalan aguerridos la muralla, cada cual avanza en su línea sin desordenar las filas; ninguno estorba al camarada, avanza cada cual por su calzada; aunque caigan al lado saetas, no se desbandan. Asaltan la ciudad, escalan las murallas, suben a las casas, penetran como ladrones por las ventanas. Ante ellos tiembla la tierra y se conmueve el cielo, sol y luna se oscurecen, los astros retiran su resplandor.

El Señor alza la voz delante de su ejército: son innumerables sus campamentos, son fuertes los que cumplen sus órdenes. Grande y terrible es el día del Señor: ¿quién le resistirá?


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46 420-422.426)

Abre tu alma a una educación esmerada

Imita a Josué, hijo de Nun: lleva el evangelio como él llevó el arca; abandona el desierto, o sea, el pecado; pasa el Jordán; date prisa a entrar en la escuela de la vida, regentada por Cristo, a la tierra que produce frutos portadores de alegría, a la tierra que, de acuerdo con la promesa, mana leche y miel. Arrasa a Jericó, es decir, las inveteradas costumbres, y no la dejes fortificada. Suelta de tu vida el cuervo voraz. Da tiempo a la paloma para que vuelva a ti, aquella paloma que el primer Jesús hizo simbólicamente bajar del cielo: inmune al engaño, mansísima y fecundísima. Esta paloma, si hallare un hombre purificado, bien probado y pulido como la plata, gustosamente habita en él, e, incubando el alma como se incuban los huevos, concibe y le da muchos hijos.

Estos hijos son las buenas acciones y las conversaciones honestas, la fe, la piedad, la justicia, la templanza, la castidad, la pureza. Estos son los hijos del Espíritu y nuestras posesiones. Abre tu alma como un libro y permítenos imprimir en él una educación esmerada, para que no sigas balbuciendo como los niños ni tengas una mentalidad infantil. Me avergonzaría de ti si, habiendo ya encanecido, hubieras de salir fuera con los catecúmenos cual niño inmaduro, incapaz de guardar un secreto cuando haya que desvelar un misterio. Únete al pueblo místico y aprende los discursos arcanos. Repite con nosotros lo que los serafines de seis alas dicen, cantando con los cristianos perfectos. Apetece el alimento que refocila el alma; gusta la bebida que alegra el corazón; ama el misterio que, de modo imperceptible, hace rejuvenecer a los ancianos.

Imita el ardiente deseo del eunuco etíope. Este, después de haber recogido y hecho sentar en la carroza junto a él a Felipe, enviado por el Espíritu, no se dio cuenta, durante el camino, de que no sólo leía, sino que aprendía la sabiduría de Isaías. Le tomó gusto a la interpretación, como le toma gusto el cachorro a la sangre del cordero degollado, ladró furiosamente a Felipe, hasta que fue conducido a la caza perfecta de la profecía que traía entre manos; y, sin diferirlo un momento, recibió el solicitado bautismo, sin esperar llegar a la posada, ni a una ciudad o pueblo, o a un lugar santificado, juzgando correctamente que cualquier agua es apta para el bautismo, a condición de que tenga fe el que lo recibe y esté presente la bendición del sacerdote que lo santifica.

Recibid el don de Cristo, puesto que quien recibe este sublime e incomparable beneficio, con gozo es agregado al número de los que reciben la adopción de hijos; y por este cambio a mejor, todos los conocidos y familiares reciben un inmenso placer y una gran alegría.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 2, 12-27

Convertíos de todo corazón

Pues bien —oráculo del Señor—, convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas. Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios.

Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan:

«Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles, no se diga entre las naciones: `¿Dónde está su Dios?' El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo».

Entonces el Señor respondió a su pueblo diciendo:

«Mirad, os envío el trigo y el vino y el aceite hasta saciaros; y no os entregaré más al oprobio de las gentes, alejaré de vosotros al pueblo del norte, los dispersaré por tierra árida y yerma: la vanguardia hacia el mar de levante, la retaguardia hacia el mar de poniente; se esparcirá su hedor, se extenderá su pestilencia, porque intentó hacer proezas.

No temas, suelo, alégrate y regocíjate, porque el Señor hace cosas grandes. No temáis, animales del campo; germinarán las estepas, los árboles darán fruto, la vid y la higuera, su riqueza.

Hijos de Sión, alegraos, gozaos en el Señor, vuestro Dios, que os dará la lluvia temprana en su sazón, hará descender como antaño las lluvias tempranas y tardías. Las eras se llenarán de trigo, rebosarán los lagares de vino y aceite; os pagaré los años en que devoraban la langosta y el saltamontes, mi ejército numeroso que envié contra vosotros. Comeréis hasta hartaros, y alabaréis el nombre del Señor, Dios vuestro. Porque hizo milagros en vuestro favor, y mi pueblo no será confundido. Sabréis que yo estoy en medio de Israel, el Señor, vuestro Dios, el Único, y mi pueblo no será confundido jamás.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46, 427-430)

Amad los trofeos y las coronas que Dios tiene
preparados para sus atletas

Todos los santos arrostraron los peligros, movidos por su confianza en Dios y la libre confesión de su fe, y ofrecieron su cuerpo a quienes querían desgarrarlo y martirizarlo de mil maneras, pero ninguna dificultad logró doblegarlos o disuadirlos, en la esperanza de conseguir como premio de su sangre y de sus preclaras gestas el honor del reino de los cielos.

Por él aceptó Abrahán la orden de sacrificar a su hijo; Moisés hubo de bandearse entre las asperezas y dificultades del desierto, Elías llevó en la soledad una vida dura; y todos los profetas rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, oprimidos, maltratados. Por él y a causa del evangelio, los evangelistas fueron infamados y los mártires lucharon contra los tormentos de los tiranos.

Y todo el que es realmente hombre racional e imagen de Dios y se ha familiarizado con las realidades sublimes y celestiales, no quiere estar, ni ser resucitado junto con los hombres que vuelven a la vida, a menos de ser considerado digno de ser alabado por Dios y recibir los honores tributados al siervo bueno.

Con este propósito, también David hace suya la sed de la cierva para expresar lo vehemente de su deseo de Dios; ansía ver el rostro de Dios, para gozarse con unos abrazos que caen bajo el dominio de la inteligencia. Y Pablo desea ser despojado del cuerpo, como de un vestido pesado e incómodo, para estar con Cristo: ambos a dos no piensan sino en el gozo bienaventurado e indefectible. De no existir este amor, todo lo demás no pasa de ser —como muy bien dice el Predicador— vaciedad sin sentido.

Por tanto, cristianos, que compartís el mismo llamamiento, huid de este modo de pensar, digno de ladrones y maleantes, y no consideréis una suerte escapar del suplicio; amad más bien los trofeos y las coronas que Dios tiene preparados para los atletas de la justicia; anhelad sinceramente el bautismo, recibid el talento y cuidad de que no quede improductivo: de esta forma —como quiere la parábola— se os dará autoridad sobre diez ciudades. Pues quien, habiendo sido sepultado al recibir el bautismo, esconde su talento en tierra, oirá ciertamente lo que se le dijo al empleado negligente y holgazán. Quien recientemente ha sido iluminado y su modo de obrar no es consecuente con su fe, es como si hubiera cometido un delito.

Estuvo cautivo, reo de innumerables crímenes, vivió bajo el régimen del miedo al juicio y del terror al día de la cuenta. De repente, la benevolencia del rey abrió la cárcel, dejó en libertad a los malhechores. Alabado sea quien concedió la amnistía, el que, con su generosa bondad, conservó la vida a quienes no esperaban vivir. Que este tal tome conciencia de sí mismo y viva en la humildad: que no se gloríe, como si hubiera realizado una gran proeza, por el hecho de haber sido liberado de las cadenas. Porque elperdón de los crímenes es exponente de la misericordia del que lo ha concedido, no signo de la presunta rectitud del perdonado.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 2, 28-3, 8

El juicio final

«Después de eso, derramaré mi Espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu aquel día. Haré prodigios en cielo y tierra: sangre, fuego, columnas de humo. El sol se entenebrecerá, la luna se pondrá como sangre, antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible.

Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán. Porque en el monte Sión y en Jerusalén quedará un resto; como lo ha prometido el Señor a los supervivientes que él llamó.

¡Atención!, en aquellos días, en aquel momento, cuando cambie la suerte de Judá y Jerusalén, reuniré a todas las naciones y las haré bajar al valle de Josafat: allí las juzgaré por sus delitos contra mi pueblo y heredad; porque dispersaron a Israel por las naciones, se repartieron mi tierra, se sortearon a mi pueblo, cambiaban a un muchacho por una ramera, vendían una ramera por unos tragos de vino.

También vosotros, Tiro, Sidón y comarca filistea, ¿qué queréis de mí?, ¿queréis vengaros de mí?, ¿queréis que os las pague? Pues muy pronto haré recaer la paga sobre vosotros: porque me robasteis mi oro y mi plata, llevasteis a vuestros templos mis objetos preciosos; vendisteis los hijos de Judá y Jerusalén a los griegos para alejarlos de su territorio. Pues yo los sacaré del país donde los vendisteis, haré recaer la paga sobre vosotros; venderé vuestros hijos e hijas a los judíos, y ellos los venderán al pueblo remoto de los sabeos —lo ha dicho el Señor—».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46, 430-432)

Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo

El que ha recibido el baño del segundo nacimiento es como un recluta recientemente enrolado en los cuadros del ejército, pero que todavía no ha llevado a cabo hazaña alguna ni nada digno de un aguerrido soldado. Pues lo mismo que el recluta no se considera un hombre fuerte por el mero hecho de haberse ceñido el cinturón y vestido la clámide, ni se presenta confiadamente al rey hablándole como un familiar, ni le pide recompensas reservadas para quienes trabajaron y se portaron valerosamente; así tampoco tú, no pienses que, por haber conseguido la gracia, vas a poder vivir con los justos y compartir con ellos la herencia si antes no soportas muchos peligros por la fe, si no has declarado la guerra a la carne y, con ella, no hubieras resistido con valentía al diablo y a todas las saetas de los espíritus malignos.

Más aún, echemos mano, si os parece, de las mismas palabras del Señor, que serán pronunciadas en el juicio universal, y que aclara lo que venimos diciendo: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿Por qué razón? No porque os habéis revestido de incorruptibilidad, ni porque habéis lavado vuestros pecados, sino porque os habéis conducido correctamente en el área de la caridad. Y sigue a continuación el catálogo de los que fueron alimentados, saciada su sed, vestidos. Y con razón juzga así el Juez que no puede equivocarse. De hecho, la gracia es un don del Señor. Ahora bien, el que es honrado, lo es justamente por el comportamiento de la propia vida.

En cambio, nadie pide una recompensa por la gracia recibida, sino que más bien se convierte en deudor. Por lo cual, cuando fuéremos iluminados por el bautismo, debemos estar agradecidos a nuestro bienhechor. Y nuestra gratitud para con Dios consiste en practicar la misericordia con nuestros consiervos, en procurar nuestra salvación y en ejercitarnos en la virtud.

Abandonad, pues, vuestra inconsistente opinión, vosotros los que retrasáis el bautismo hasta la hora de la muerte, en la convicción de que la fe requiere a su hermana, la esperanza, o sea, la conducta que nace de la caridad de la vida. De ella nos haremos dignos por la voluntad y ayuda de Dios, a quien le es debida la adoración ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 3, 9-21

Después del juicio, la felicidad eterna

«Proclamadlo a las gentes, declarad la guerra santa; alistad soldados, vengan y lleguen todos los hombres de armas. Fundid los arados para espadas, las podaderas para lanzas, que diga el cobarde: «Me siento soldado». Venid presurosas, naciones vecinas, reuníos: el Señor llevará allá a sus guerreros.

Alerta, vengan las naciones al valle de Josafat: allí me sentaré a juzgar a las naciones vecinas. Mano a la hoz, madura está la mies; venid y pisad, lleno está el lagar. Rebosan las cubas, porque abunda su maldad. Turbas y turbas en el valle de la Decisión, se acerca el día del Señor en el valle de la Decisión.

El sol y la luna se oscurecen, las estrellas retiran su resplandor. El Señor ruge desde Sión, desde Jerusalén alza la voz, tiemblan cielo y tierra. El Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel.

Sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, que habita en Sión, mi monte santo. Jerusalén será santa, y no pasarán por ella extranjeros.

Aquel día, los montes manarán vino, los collados se desharán en leche, las acequias de Judá irán llenas de agua, brotará un manantial del templo del Señor, y engrosará el torrente de las Acacias. Egipto será un desierto, Edom se volverá árida estepa, porque oprimieron a los judíos, derramaron sangre inocente en su país. Pero Judá estará habitada por siempre, Jerusalén, de generación en generación. Vengará su sangre, no quedará impune, y el Señor habitará en Sión».


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 7 sobre el salmo 90 (1.3.5.6.12: Opera omnia, edit Cister. t. 4, 1966, 412-416. 421)

Vivimos en la esperanza

Vivimos, hermanos, en la esperanza y no nos desanimamos en la prueba presente, pues vivimos a la espera de los gozos indefectibles. Y esta nuestra espera no es vana ni incierta, apoyada como está en las promesas de la eterna verdad. Además, la comprobación de los dones presentes afianza la espera de los futuros, y la eficacia de la gracia presente hace en alto grado creíble la felicidad de la gloria prometida, que indudablemente ha de seguirle. En efecto, el Señor de los ejércitos, él es el Rey de la gloria.

Por lo cual, la piedad ha de sostener varonilmente en este siglo la confrontación, y habrá de padecer con ánimo sereno cualquier persecución. ¿Cómo no va a tolerarlo todo la piedad, ella que es útil para todo, y que tiene en su haber la promesa de la vida presente y de la futura? Resista esforzadamente al impugnador, pues el propugnador asistirá incansable al que resiste, ni faltará al que triunfa el liberalísimo remunerador. Su verdad te rodeará como un escudo.

Glorificad, pues, amadísimos, y llevad entretanto a Cristo en vuestro cuerpo, carga deleitable, peso suave, equipaje saludable, aun cuando a veces pueda antojársenos pesado, aun cuando en ocasiones golpee el costado y flagele al que se muestra recalcitrante, aun cuando alguna vez dome su brío con freno y brida y lo frene para colmo de felicidad. Escuchad, y escuchad en la alegría de vuestro corazón, lo que parece pertenecer a la promesa de la vida futura y es objeto de vuestra esperanza. Donde está vuestro tesoro, allí esté vuestro corazón.

Escuche, pues, el que, con el pensamiento y la avidez, se acerca ya al puerto de salvación; el que habiendo lanzado ante sí, cual áncora, su esperanza, parece haberse firmemente aferrado a aquella tierra envidiable, aguardando todos los días que dura su servicio a que le llegue el relevo. Este es sin ningún género de duda el principal y más seguro acercamiento al puerto; este tipo de vida, en que os desenvolvéis, es una preparación para la partida, es decir, para la llamada de Dios.

Esta, finalmente, es la gracia y la misericordia de Dios para con sus siervos y la visitación para sus santos: que como desentendiéndose de momento de su izquierda, centre toda su solícita protección sobre la derecha. Es lo que el profeta testifica de sí mismo: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. ¡Ojalá estés, oh buen Jesús, siempre a mi derecha! ¡Ojalá me agarres la mano derecha! Pues sé y estoy cierto de ello que no me dañará ninguna adversidad, si no me domina ninguna maldad.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Malaquías 1, 1-14; 2, 13-16

Vaticinio contra los sacerdotes negligentes
y contra el repudio

Mensaje del Señor a Israel por medio de Malaquías: «Dice el Señor: "Yo os amo." Objetáis: "¿En qué se nota que nos amas?" Oráculo del Señor: ¿No eran hermanos

Jacob y Esaú? Sin embargo, amé a Jacob y odié a Esaú, reduje sus montes a un desierto, su heredad a majadas de la estepa. Si Edom dice: "Aunque estemos deshechos, reconstruiremos nuestras ruinas", el Señor de los ejércitos replica: Ellos construirán, y yo derribaré. Y los llamarán Tierra Malvada, Pueblo de la Ira Perpetua del Señor. Cuando lo veáis con vuestros ojos, diréis: "La grandeza del Señor desborda las fronteras de Israel".

Honre el hijo a su padre, el esclavo a su amo. Pues, si yo soy padre, ¿dónde queda mi honor?; si yo soy dueño, ¿dónde queda mi respeto? El Señor de los ejércitos os habla a vosotros, sacerdotes que menospreciáis su nombre. Objetáis: "¿En qué despreciamos tu nombre?" Traéis al altar pan manchado, y encima preguntáis: "¿Con qué te manchamos?" Con pretender que la mesa del Señor no importa, que traer víctimas ciegas no es malo, que traerlas cojas o enfermas no es malo. Ofrecédselas a vuestro gobernador, a ver si le agradan y os congraciáis con él —dice el Señor de los ejércitos—. Eso traéis, y ¿os vais a congraciar con él?

Pues bien, dice el Señor de los ejércitos, aplacad a Dios para que os sea propicio. ¿Quién de vosotros os cerrará las puertas para que no podáis encender mi altar en vano? Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos.

Del oriente al poniente es grande entre las naciones mi nombre; en todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura, porque es grande mi nombre entre las naciones —dice el Señor de los ejércitos—.

Vosotros lo habéis blasfemado cuando decíais: "La mesa del Señor es despreciable; de ella se saca comida vil". Decís: "Vaya un trabajo"; y me despreciáis —dice el Señor de los ejércitos—. Cuando ofrecéis víctimas robadas, o cojas, o enfermas, ¿podrá agradarme la ofrenda de vuestras manos? —dice el Señor—. Maldito el embustero que tiene un macho en su rebaño, ofrecido en voto, y trae al Señor una víctima mediocre. Yo soy el gran Rey, y minombre es respetado en las naciones —dice el Señor de los ejércitos—.

Todavía hacéis otra cosa: cubrís de lágrimas el altar del Señor, de llanto y de gemidos, porque no mira vuestra ofrenda, ni la acepta complacido de vuestras manos. Vosotros preguntáis: "¿Cómo es eso?" Porque el Señor fue testigo en vuestro pleito con la mujer de vuestra juventud, a quien fuisteis infieles, aunque ella era vuestra compañera y esposa de la alianza. Uno solo la ha hecho, de carne y de espíritu; y ¿qué busca ese Uno? Descendencia divina. Custodiad vuestro espíritu, y no seáis infieles a la esposa de vuestra juventud. El que odiando rechaza —dice el Señor de Israel—, mancha su ropaje con violencias —dice el Señor de los ejércitos—. Custodiad vuestro espíritu y no seáis infieles».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios (Lib 10, 6: CCL 47, 278-279)

En todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre
y una ofrenda pura

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno. Pues así como nuestro cuerpo, en unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado.

Este es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se muestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Malaquías 3, 1-24: Vg 3, 1—4, 6

El día del Señor

Así dice el Señor:

«Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.

De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. Os llamaré a juicio. Seré un testigo exacto contra hechiceros y adúlteros, y contra los que juran en falso, contra los que defraudan el salario al obrero, oprimen viudas y huérfanos, hacen injusticia al forastero, sin tenerme respeto —dice el Señor de los ejércitos—.

Yo el Señor, no he cambiado, pero vosotros, hijos de Jacob, no habéis terminado. Desde los tiempos de vuestros antepasados os apartáis de mis preceptos y no los observáis. Volved a mí, y volveré a vosotros —dice el Señor de los ejércitos—. Objetáis: "¿Por qué tenemos que volver?" ¿Puede un hombre defraudar a Dios como vosotros intentáis defraudarme? Objetáis: "¿En qué te defraudamos?" En los diezmos y tributos: habéis incurrido en maldición porque toda la nación me defrauda.

Traed íntegros los diezmos al tesoro del templo, para que haya sustento en mi templo; haced la prueba conmigo —dice el Señor de los ejércitos—, y veréis cómo os abro las compuertas del cielo y derrocho sobre vosotros bendiciones sin cuento. Os expulsaré la langosta para que no os destruya la cosecha del campo ni os despoje los viñedos de las fincas —dice el Señor de los ejércitos—. Todos los pueblos os felicitarán, porque seréis mi país favorito —dice el Señor de los ejércitos—.

Vuestros discursos son arrogantes contra mí. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y quedan impunes".

Entonces los hombres religiosos hablaron entre sí: "El Señor atendió y los escuchó". Ante él se escribía un libro de memorias a favor de los hombres religiosos que honran su nombre. Me pertenecen —dice el Señor de los ejércitos— como bien propio, el día que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven.

Porque mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir —dice el Señor de los ejércitos—, y no quedara de ellos ni rama ni raíz.

Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas; vosotros saldréis saltando como terneros del establo. Pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo las plantas de vuestros pies, el día en que yo actuaré —dice el Señor de los ejércitos—.

Recordad la ley de Moisés, mi siervo, que yo le entregué en el monte Horeb para todo Israel: preceptos y mandatos. Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra».
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (40.45)

Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último

La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.

La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación en la vida divina, sino que también difunde, de alguna manera, sobre el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la dignidad de la persona humana, afianzando la cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez más la familia humana y toda su historia.

Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga el reino de Dios y que se establezca la salvación de todo el género humano. Por otra parte, todo el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio del amor de Dios hacia el hombre.

Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. El es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.