DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 7, 1-17.23-27

La visión del Hijo del hombre que recibe el reino

El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño, visiones de su fantasía, estando en la cama. Al punto escribió lo que había soñado.

Tuve una visión nocturna: los curo vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas.

La primera era como un león con alas de águila; la estaba mirando, cuando le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron una mente humana.

La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: «¡Arriba! Come carne en abundancia».

Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder.

Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos, y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias.

Durante la visión miré y vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó:

Su vestido era blanco como nieve
su cabellera como lana limpísima;
su trono, llamas de fuego;
sus ruedas, llamaradas.
Un río impetuoso de fuego
brotaba delante de él.
Miles y miles le servían,
millones estaban a sus órdenes.

Comenzó la sesión y se abrieron los libros.

Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada.

Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que me explicase todo aquello. El me contestó explicándome el sentido de la visión:

--Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo.

Después me dijo:

--La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y la triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo, e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley. Lo dejarán los santos en su poder, durante un año, y otro año, y otro año y medio. Pero cuando se siente el tribunal a juzgar, le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2: PG 73, 283-286)

Cristo se rebajó, para que siendo el primero en regresar
al reino, fuera para nosotros el principio y el camino
hacia la gloria real

Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. ¿Ves cómo en estas palabras no pide el comienzo de la glorificación, sino la renovación de la que ya poseía antes, y que esto lo pide hablando como hombre? Además, que al Hijo se le ha dado todo en atención a la encarnación, cualquier estudioso podrá comprenderlo y deducirlo de numerosos textos de la Escritura, pero particularmente de aquella horrible visión de Daniel, en la cual dice haber visto a un anciano, sentado en el trono, y que miles y miles le servían y millones estaban a sus órdenes. Y añade: Y vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él le fue dado poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.

¿No ves cómo aquí se nos describe detalladamente todo el misterio de la encarnación? ¿Ves en qué sentido se dice que el Hijo recibió el reino de manos del Padre? No se trata de la simple descripción del profeta, sino que nos asegura que apareció una especie de hombre. Como está escrito: Se despojó de su rango, pasando por uno de tantos, para que siendo el primero en regresar al reino, fuera para nosotros el principio y el camino hacia la gloria real. Y habiendo asumido una vida según la naturaleza humana, por nosotros se rebajó hasta la muerte de sucuerpo en beneficio de todos, para liberarnos de la muerte y de la corrupción, dada la semejanza .que con nosotros tiene al haberse, en cierto modo, confundido con nosotros y haciéndonos partícipes de la vida eterna: así, aunque como Dios sea el Señor de la gloria, sin embargo ha cargado sobre sí con nuestra vergüenza, para reconducir la naturaleza humana al honor regio.

De hecho, como dice Pablo, es el primero en todo: es el camino, la puerta, la primicia de todos nuestros bienes; el paso de la muerte a la vida, de la corrupción a la incorrupción, de la debilidad a la fortaleza, de la esclavitud a la adopción de los hijos de Dios, de la vergüenza y la ignominia al honor y la gloria regios.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 5,1-2.5-9.13-17.25-30 6, 1

Juicio de Dios en el banquete de Baltasar

En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas.

De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban.

A gritos, mandó que vinieran los astrólogos, magos y adivinos, y dijo a los sabios de Babilonia:

«El que lea y me interprete ese escrito se vestirá de púrpura, llevará un collar de oro y ocupará el tercer puesto en mi reino».

Acudieron todos los sabios del reino, pero no pudieron leer lo escrito ni explicar al rey su sentido. Entonces el rey Baltasar quedó consternado y palideció, y sus nobles estaban perplejos.

Cuando trajeron a Daniel ante el rey, éste le preguntó:

«¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Aquí me han traído los sabios y los astrólogos para que leyeran el escrito y me explicaran su sentido, pero han sido incapaces de hacerlo. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino».

Entonces Daniel habló así al rey:

«Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido.

Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido". La interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido": tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas».

Baltasar mandó vestir a Daniel de púrpura, ponerle un collar de oro y pregonar que tenía el tercer puesto en el reino.

Baltasar, rey de los caldeos, fue asesinado aquella misma noche, y Darío, el medo, le sucedió en el trono a la edad de sesenta y dos años.


SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (10, 1-12,1; 13, 1: Funk 1, 157-159)

Perseveremos en la esperanza

Hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado y esforcémonos por vivir ejercitando la virtud con el mayor celo; huyamos del vicio, como del primero de nuestros males, y rechacemos la impiedad, a fin de que el mal no nos alcance. Porque, si nos esforzamos en obrar el bien, lograremos la paz. La razón por la que algunos hombres no alcanzan la paz es porque se dejan llevar por temores humanos y posponen las promesas futuras a los gozos presentes. Obran así porque ignoran cuán grandes tormentos están reservados a quienes se entregan a los placeres de este mundo y cuán grande es la felicidad que nos está preparada en la vida eterna. Y si ellos fueran los únicos que hicieran esto, sería aún tolerable; pero el caso es que no cesan de pervertir a las almas inocentes con sus doctrinas depravadas, sin darse cuenta que de esta forma incurren en una doble condenación: la suya propia y la de quienes los escuchan.

Nosotros, por tanto, sirvamos a Dios con un corazón puro, y así seremos justos; porque si no servimos a Dios y desconfiamos de sus promesas, entonces seremos desgraciados. Se dice, en efecto, en los profetas: Desdichados los de ánimo doble, los que dudan en su corazón, los que dicen: «Todo esto hace tiempo que lo hemos oído, ya fue dicho en tiempo de nuestros padres; hemos esperado, día tras día, y nada de ello se ha realizado». ¡Oh insensatos! Comparaos con un árbol; tomad, por ejemplo, una vid: primero se le cae la hoja, luego salen los brotes, después puede contemplarse la uva verde, finalmente aparece la uva ya madura. Así también mi pueblo: primero sufre inquietudes y tribulaciones, pero luego alcanzará la felicidad.

Por tanto, hermanos míos, no seamos de ánimo doble, antes bien perseveremos en la esperanza, a fin de recibir nuestro galardón, porque es fiel aquel que ha prometido dar a cada uno según sus obras. Si practicamos, pues, la justicia ante Dios, entraremos en el reino de los cielos y recibiremos aquellas promesas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar.

Estemos, pues, en todo momento en expectación del reino de Dios, viviendo en la caridad y en la justicia, pues desconocemos el día de la venida del Señor. Por tanto, hermanos, hagamos penitencia y obremos el bien, pues vivimos rodeados de insensatez y de maldad. Purifiquémonos de nuestros antiguos pecados y busquemos nuestra salvación arrepintiéndonos de nuestras faltas en lo más profundo de nuestro ser. No adulemos a los hombres ni busquemos agradar solamente a los nuestros; procuremos, por el contrario, edificar con nuestra vida a los que no son cristianos, evitando así que el nombre de Dios sea blasfemado por nuestra causa.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 6, 4-27

Daniel en el foso de los leones

Daniel sobresalía entre los ministros y los sátrapas por su talento extraordinario, de modo que el rey decidió ponerlo al frente de todo el reino. Entonces los ministros y los sátrapas buscaron algo de qué acusarle en su administración del reino; pero no le encontraron ninguna culpa ni descuido, porque era hombre de fiar, que no cometía errores ni era negligente.

Aquellos hombres se dijeron:

—No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar un delito de carácter religioso.

Entonces los ministros y sátrapas fueron a decirle al rey:

—¡Viva siempre el rey Darío! Los ministros del reino, los prefectos, los sátrapas, consejeros y gobernadores están de acuerdo en que el rey debe promulgar un edicto sancionando que en los próximos treinta días nadie haga oración a otro dios que no seas tú, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones. Por tanto, majestad, promulga esa prohibición y sella el documento, para que sea irrevocable, como ley perpetua de medos y persas.

Así, el rey Darío promulgó y firmó el decreto.

Cuando Daniel se enteró de la promulgación del decreto subió al piso superior de su casa, que tenía ventanas orientadas hacia Jerusalén. Y, arrodillado, oraba dando gracias a Dios tres veces al día, como solía hacerlo.

Aquellos hombres lo espiaron y lo sorprendieron orando y suplicando a su Dios. Entonces fueron a decirle al rey:

—Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración a cualquier dios fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?

El rey contestó:

—El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.

Ellos le replicaron:

—Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios.

Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de salvar a Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo. Pero aquellos hombres le urgían diciéndole:

—Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas un decreto o edicto real es válido e irrevocable.

Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leones. El rey dijo a Daniel:

—¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras fielmente!

Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese modificar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a su palacio, pasó la noche en ayunas, sin mujeres y sin poder dormir.

Madrugó y fue corriendo al foso de los leones. Se acercó al foso y gritó:

—¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras fielmente?

Daniel le contestó:

—¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió a su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.

El rey se alegró mucho; mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los que habían calumniado a Daniel, y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y esposas. No habían llegado al suelo y ya los leones los habían atrapado y despedazado.

Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra:

«¡Paz y bienestar! Ordeno y mando: Que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. El es el Dios vivo, que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin».


SEGUNDA LECTURA

De una homilía de un autor del siglo II (Caps 13, 2-14, 5: Funk 1, 159-161)

La Iglesia viva es el cuerpo de Cristo

Dice el Señor: Todo el día, sin cesar, ultrajan mi nombre entre las naciones; y también en otro lugar: ¡Ay de aquel por cuya causa ultrajan mi nombre! ¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es fábula y mentira.

Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis sólo a los que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo ni amamos a los que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de nosotros, y con ello el nombre de Dios es blasfemado.

Así, pues, hermanos, si cumplimos la voluntad de Dios perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, que fue creada antes que el sol y la luna, pero si no cumplimos la voluntad del Señor, seremos de aquellos de quienes afirma la Escritura: Vosotros convertís mi casaen una cueva de bandidos. Por tanto, procuremos pertenecer a la Iglesia de la vida, para alcanzar así la salvación.

Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó, el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos de los profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de este tiempo, sino que existe desde el principio; en efecto, la Iglesia era espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente en los últimos tiempos para llevarnos a la salvación.

Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si nosotros conservamos intacta esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en 'el Espíritu Santo, pues nuestra carne es como la imagen del Espíritu, y nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo esto quiere decir, hermanos, lo siguiente: Conservad con respeto vuestra carne, para que así tengáis parte en el Espíritu. Y si afirmamos que la carne es la Iglesia y el Espíritu es Cristo, ello significa que quien deshonra la carne deshonra la Iglesia, y este tal no será tampoco partícipe de aquel Espíritu, que es el mismo Cristo. Con la ayuda del Espíritu Santo, esta carne puede, por tanto, llegar a gozar de aquella incorruptibilidad y de aquella vida que es tan sublime, que nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para sus elegidos.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Daniel 8, 1-26

Visión del carnero y el macho cabrío.
Victorias y derrotas de los reyes griegos

El año tercero del rey Baltasar, yo, Daniel, tuve otra visión (después de la que ya había tenido). Me vino la visión estando yo en Susa, capital de la provincia de Elam, mientras me encontraba junto al río Ulay.

Alcé la vista y vi junto al río, en pie, un camero de altos cuernos, uno más alto y detrás del otro. Vi que el carnero embestía a poniente, a norte y a sur, y no había fiera que le resistiera ni quien se librase de su poder; hacía lo que quería, alardeando.

Mientras yo reflexionaba, apareció un macho cabrío que venía de poniente, atravesando toda la tierra sin tocar el suelo; tenía un cuerno entre los ojos.

Se acercó al carnero de los dos cuernos, que había visto de pie junto al río, y se lanzó contra él furiosamente. Lo vi llegar junto al carnero, revolverse contra él y herirlo; le rompió los dos cuernos, y el carnero quedó sin fuerza para resistir. Lo derribó en tierra y lo pateó, sin que nadie librase al carnero de su poder.

Entonces el macho cabrío hizo alarde de su poder. Pero al crecer su poderío, se le rompió el cuerno grande y le salieron en su lugar otros cuatro orientados hacia los cuatro puntos cardinales.

De uno de ellos salió otro cuerno pequeño que creció mucho, apuntando hacia el sur, hacia el este, hacia La Perla.

Creció hasta alcanzar el ejército del cielo, derribó al suelo algunas estrellas de ese ejército y las pisoteó. Creció hasta alcanzar al general del ejército, le arrebató el sacrificio cotidiano y socavó los cimientos del templo. Le entregaron el ejército y el sacrificio expiatorio; la lealtad cayó por los suelos, mientras él actuaba con gran éxito.

Entonces oí a dos santos que hablaban entre sí. Uno preguntaba:

«¿Cuánto tiempo abarca la visión de los sacrificios cotidiano y expiatorio, de la desolación del santuario y del ejército pisoteado?» El otro contestaba: «Dos mil trescientas tardes y mañanas; después el santuario será reivindicado».

Yo, Daniel, seguía mirando y procurando entender la visión cuando apareció frente a mí, en pie, una figura humana. Oí una voz humana junto al río Ulay que gritaba: «Gabriel, explícale a éste la visión».

Se acercó adonde yo estaba, al acercarse caí espantado de bruces; pero él me dijo: «Hombre, has de comprender que la visión se refiere al final».

Mientras él hablaba, seguí de bruces, aletargado; él me tocó y me puso en pie. Después me dijo: «Yo te explicaré lo que sucederá en el tiempo final de la cólera; porque se trata del plazo final».

El carnero de dos cuernos que viste representa los reyes de Media y Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia; el cuerno grande entre sus ojos es el jefe de la dinastía. Los cuatro cuernos que salieron al quebrarse el primero son cuatro reyes de su estirpe, pero no de su fuerza.

Al final de sus reinados, en el colmo de sus crímenes, se alzará un rey osado, experto en enigmas, de fuerza indomable, prodigiosamente destructivo, que actuará con gran éxito. Destruirá a poderosos, a un pueblo de santos. Con su astucia hará triunfar el fraude en sus acciones. Se creerá grande y destruirá con toda calma a muchos. Se atreverá con el Príncipe de los príncipes, pero su intervención humana fracasará.

La visión en que hablaban de tardes y mañanas es auténtica. Pero tú sella la visión, porque se refiere a un futuro remoto».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 15, 1-17, 2: Funk 1, 161-167)

Convirtámonos a Dios, que nos llama

Creo que vale la pena tener en cuenta el consejo que os he dado acerca de la continencia; el que lo siga no se arrepentirá, sino que se salvará a sí mismo por haberlo seguido y me salvará a mí por habérselo dado. No es pequeño el premio reservado al que hace volver al buen camino a un alma descarriada y perdida. La mejor muestra de agradecimiento que podemos tributar a Dios, que nos ha creado, consiste en que tanto el que habla como el que escucha lo hagan con fe y con caridad.

Mantengámonos firmes en nuestra fe, justos y santos, para que así podamos confiadamente rogar a Dios, pues él nos asegura: Clamarás al Señor, y te responderá: «Aquí estoy». Estas palabras incluyen una gran promesa, pues nos demuestran que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Ya que nos beneficiamos todos de una benignidad tan grande, no nos envidiemos unos a otros por los bienes recibidos. Estas palabras son motivo de alegría para los que las cumplen, de condenación para los que las rechazan.

Así, pues, hermanos, ya que se nos ofrece esta magnífica ocasión de arrepentirnos, mientras aún es tiempo convirtámonos a Dios, que nos llama y se muestra dispuesto a acogernos. Si renunciamos a los placeres terrenales y dominamos nuestras tendencias pecaminosas, nos beneficiaremos de la misericordia de Jesús. Daos cuenta que llega el día del juicio, ardiente como un horno, cuando el cielo se derretirá y toda la tierra se licuará como el plomo en el fuego, y entonces se pondrán al descubierto nuestras obras, aun las más ocultas. Buena cosa es la limosna como penitencia del pecado; mejor el ayuno que la oración, pero mejor que ambos la limosna; el amor cubre la multitud de los pecados, pero la oración que sale de un corazón recto libra de la muerte. Dichoso el que sea hallado perfecto en estas cosas, porque la limosna atenúa los efectos del pecado.

Arrepintámonos de todo corazón, para que no se pierda ninguno de nosotros. Si hemos recibido el encargo de apartar a los idólatras de sus errores, ¡cuánto más debemos procurar no perdernos nosotros que ya conocemos a Dios! Ayudémonos, pues, unos a otros en el camino del bien, sin olvidar a los más débiles, y exhortémonos mutuamente a la conversión.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 9, 1-4.18-27

Plegaria y visión de Daniel

El año primero de Darío, hijo de Asuero, medo de linaje y rey de los caldeos, el año primero de su reinado, yo, Daniel, leía atentamente en el libro de las profecías de Jeremías el número de años que Jerusalén había de quedar en ruinas: eran setenta años. Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, sayal y ceniza. Oré y me confesé al Señor, mi Dios:

«Dios mío, inclina tu oído y escúchame; abre los ojos y mira nuestra desolación y la ciudad que lleva tu nombre; pues, al presentar ante ti nuestra súplica, no confiamos en nuestra justicia, sino en tu gran compasión. Escucha, Señor; perdona, Señor; atiende, Señor; actúa sin tardanza, Dios mío, por tu honor. Por tu ciudad y tu pueblo, que llevan tu nombre».

Aún estaba hablando y suplicando y confesando mi pecado y el de mi pueblo, Israel, y presentando mis súplicas al Señor, mi Dios, en favor de su monte santo; aún estaba pronunciando mi súplica, cuando aquel Gabriel que había visto en la visión llegó volando hasta mí, a la hora de la ofrenda vespertina. Al llegar, me habló así:

«Daniel, acabo de salir para explicarte el sentido. Al principio de tus súplicas, se pronunció una sentencia, y yo he venido para comunicártela, porque eres un predilecto. ¡Entiende la palabra, comprende la visión!:

Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y tu ciudad santa; para encerrar el delito, sellar el pecado, expiar el crimen, para traer una justicia perenne, para sellar la visión y al profeta y ungir el lugar santísimo.

Has de saberlo y comprenderlo: desde que se decretó la vuelta y la reconstrucción de Jerusalén hasta el Príncipe ungido pasarán siete semanas; durante sesenta y dos semanas estará reconstruida con calles y fosos, en tiempos difíciles.

Pasadas las sesenta y dos semanas, matarán al Ungido inocente; vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el templo. El final será un cataclismo, y hasta el fin están decretadas guerra y destrucción. Hará una alianza firme con muchos durante una semana, durante media semana hará cesar ofrendas y sacrificios y pondrá sobre el altar el ídolo abominable, hasta que el fin decretado le llegue al destructor».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 18,1—20,5 Funk 1, 167-171)

Practiquemos el bien, para que al fin nos salvemos

Seamos también nosotros de los que alaban y sirven a Dios, y no de los impíos, que serán condenados en el juicio. Yo mismo, a pesar de que soy un gran pecador y de que no he logrado todavía superar la tentación ni las insidias del diablo, me esfuerzo en practicar el bien y, por temor al juicio futuro, trato al menos de irme acercando a la perfección.

Por esto, hermanos y hermanas, después de haber escuchado la palabra del Dios de verdad, os leo esta exhortación, para que, atendiendo a lo que está escrito, nos salvemos todos, tanto vosotros como el que lee entre vosotros; os pido por favor que os arrepintáis de todo corazón, con lo que obtendréis la salvación y la vida. Obrando así, serviremos de modelo a todos aquellos jóvenes que quieren consagrarse a la bondad y al amor de Dios. No tomemos a mal ni nos enfademos tontamente cuando alguien nos corrija con el fin de retornarnos al buen camino, porque a veces obramos el mal sin darnos cuenta, por nuestra doblez de alma y por la incredulidad que hay en nuestro interior, y porque tenemos sumergido el pensamiento en las tinieblas a causa de nuestras malas tendencias.

Practiquemos, pues, el bien, para que al fin nos salvemos. Dichosos los que obedecen estos preceptos; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este mundo, cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por esto, no ha de entristecerse el justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda un tiempo feliz; volverá a la vida junto con sus antecesores y gozará de una felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza.

Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los malos se enriquecen, mientras los siervos de Dios viven en la estrechez. Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase en seguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad.

Al solo Dios invisible, Padre de la verdad, que nos ha enviado al Salvador y Autor de nuestra incorruptibilidad, por el cual nos ha dado también a conocer la verdad y la vida celestial, a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 10,1-21

Visión de un hombre y aparición del ángel

El año tercero de Ciro, rey de Persia, Daniel, llamado Belsazar, recibió una palabra: palabra cierta, un ejército inmenso. Comprendió la palabra, entendió la visión:

Por entonces yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía manjares exquisitos, no probaba vino ni carne, ni me ungía durante las tres semanas. El día veinticuatro del mes primero, estaba yo junto al Río Grande, el Tigris. Alcé la vista y vi aparecer un hombre vestido de lino, con un cinturón de oro; su cuerpo era como crisólito, su rostro como un relámpago, sus ojos como antorchas, sus brazos y piernas como destellos de bronce bruñido, sus palabras resonaban como una multitud.

Yo sólo veía la visión; la gente que estaba conmigo, aunque no veía la visión, quedó sobrecogida de terror y corrió a esconderse. Así quedé solo; al ver aquella magnífica visión, me sentí desfallecer, mi semblante quedó desfigurado, y no lograba dominarme.

Entonces oí ruido de palabras y, al oírlas, caí en un letargo con el rostro en tierra. Una mano me tocó, me sacudió poniéndome a cuatro pies. Luego me habló:

«Daniel, predilecto: fijate en las palabras que voy a decirte y ponte en pie, porque me han enviado a ti».

Mientras me hablaba así, me puse en pie temblando. Me dijo:

«No temas, Daniel. Desde el día aquel en que te dedicaste a estudiar y a humillarte ante Dios, tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas. El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días; Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso me detuve allí, junto a los reyes de Persia. Pero ahora he venido a explicarte lo que ha de suceder a tu pueblo en los últimos días. Porque la visión va para largo».

Mientras me hablaba así, caí de bruces y enmudecí. Una figura humana me tocó los labios; abrí la boca y hablé al que estaba frente a mí:

«La visión me ha hecho retorcerme de dolor y no puedo dominarme. ¿Cómo hablará este esclavo a tal Señor? ¡Si ahora las fuerzas me abandonan y he quedado sin aliento!»

De nuevo, una figura humana me tocó y me sujetó. Después me dijo:

«No temas, predilecto; ten calma, sé fuerte».

Mientras me hablaba, recobré las fuerzas y dije: «Me has dado fuerzas, Señor, puedes hablar»

Me dijo: «¿Sabes para qué he venido? Tengo que volver a luchar con el príncipe de Persia; cuando termine, vendrá el príncipe de Grecia. Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda en mis luchas si no es vuestro príncipe, Miguel».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t. 1: PG 70, 1151-1155)

Ha aparecido Cristo, nuestra paz

Nosotros, que hemos sido llamados por él, hemos conocido su gloria; y no nos acercamos a Cristo, Salvador y juez universal, como a un hombre, pues, aunque la Palabra se hizo carne, creemos no obstante que es Dios por naturaleza y que, nacido de Dios Padre por modo misterioso, está sobre toda criatura, resplandece rutilante sobre el supremo solio, domina sobre todos y tiene una mano derecha fortísima, capaz de conservar fácilmente bajo su dominio a quienes quisiere, y nada absolutamente puede superar o elevarse, por así decirlo, sobre su poder.

Pero Israel no lo comprendió así. Convivieron con él como con cualquiera semejante a nosotros y no como con Dios hecho hombre. Por eso le dijeron en cierta ocasión: ¿Quién eres tú? y ¿por quién te tienes? Y también: No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios. En cambio —dice él— los que fueren llamados al conocimiento de la verdad contemplarán mi gloria, pues yo, el que hablaba por los profetas, aquí estoy.

En efecto, el Señor Dios se nos ha aparecido, como está escrito: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. En este texto hay que subrayar lo siguiente: que Dios Padre esencialmente ha creado todas las cosas por medio del Hijo y por su medio nos ha hablado a nosotros en estos últimos tiempos: pero no como si él fuese otro hijo según la carne, nacido de una mujer, sino que el Verbo es el único Hijo encarnado en razón de la humanidad asumida, que es además el creador de las edades del mundo.

Pero ha aparecido Cristo, nuestra paz, que ha removido el obstáculo del pecado y nos ha reconciliado con el Padre, uniéndonos a él: y por él efectivamente tenemos acceso al Padre. Que es como si dijera: lo mismo que si viniera alguien veloz y rápido con la noticia de que los enemigos han sido cogidos prisioneros, anunciase la paz y proclamase la buena noticia, así se presentó en el mundo encarnado el Salvador de todos, y fue constituido mediador de paz ante Dios Padre, después de haber eliminado a Satanás y haber quitado de en medio a todos sus satélites; y como quiera que urge el tiempo en que todos cuantos lo desean pueden participar de todos los bienes, él está siempre cerca de los que creyeron en él y que gustan y secundan las cosas de Cristo, a fin de poder llegar a participar plenamente de las gracias celestiales y ser colmados de toda buena esperanza: de hecho, el Salvador es rico en toda clase de bienes.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 12, 1-13

Profecía sobre el último día y la resurrección

El ángel me dijo:

«Por aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

Tú, Daniel, guarda estas palabras y sella el libro hasta el momento final. Muchos lo repasarán y aumentarán su saber».

Yo, Daniel, vi a otros dos hombres de pie a ambos lados del río. Y pregunté al hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río:

«¿Cuándo acabarán estos prodigios?»

El hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río, alzó ambas manos al cielo, y le oí jurar por el que vive eternamente:

«Un año y dos años y medio. Cuando acabe la opresión del pueblo santo, se cumplirá todo esto».

Yo oí sin entender y pregunté:

«Señor, ¿cuál será el desenlace?»

Me respondió:

«Ve, Daniel. Las palabras están guardadas y selladas hasta el momento final. Muchos se purificarán y acendrarán y blanquearán; los malvados seguirán en su maldad, sin entender; los maestros comprenderán. Desde que supriman el sacrificio cotidiano y coloquen el ídolo abominable pasarán mil doscientos noventa días. Dichoso el que aguarde hasta que pasen mil trescientos treinta y cinco días. Tú, vete y descansa. Te alzarás a recibir tu destino al final de los días».


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Tomo 10, 20: PG, 14, 370-371)

Cristo hablaba del templo de su cuerpo

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los amadores de su propio cuerpo y de los bienes materiales —se deja entender que hablamos aquí de los judíos—, los que no aguantaban que Cristo hubiera expulsado a los que convertían en mercado la casa de su Padre, exigen que les muestre un signo para obrar como obra. Así podrán juzgar si obra bien o no el Hijo de Dios, a quien se niegan a recibir. El Salvador, como si hablara en realidad del templo, pero hablando de su propio cuerpo, a la pregunta: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? responde: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Sin embargo, creo que ambos, el templo y el cuerpo de Jesús, según una interpretación unitaria, pueden considerarse figuras de la Iglesia, ya que ésta se halla construida de piedras vivas, hecha templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, construido sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, que, a su vez, también es templo. En cambio, si tenemos en cuenta aquel otro pasaje: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro, parece que la unión y conveniente disposición de las piedras en el templo se destruye y descoyunta, como sugiere el salmo veintiuno, al decir en nombre de Cristo: Tengo los huesos descoyuntados. Descoyuntados por los continuos golpes de las persecuciones y tribulaciones, y por la guerra que levantan los que rasgan la unidad del templo; pero el templo será restaurado, y el cuerpo resucitará el día tercero; tercero, porque viene después del amenazante día de la maldad, y del día de la consumación que lo seguirá.

Porque llegará ciertamente un tercer día, y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello, podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo. Pues de la misma forma que el cuerpo visible de Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice, pues, como Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.