DISCURSO
A los superiores y superioras generales de institutos que
actúan en territorios de misión, viernes 31 de mayo
La Congregación para la evangelización de los pueblos organizó un encuentro con los superiores y superioras generales de los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica que ejercen su actividad misionera en los cinco continentes. En las reuniones, que se celebraron del 27 al 31 de mayo, participaron doscientos veinte superiores y superioras generales o sus delegados, en representación de cerca de doscientos institutos o congregaciones misioneros, y dieciséis invitados especiales. Participó también en las reuniones el cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. El encuentro se clausuró con una misa, presidida por el cardenal Crescenzio Sepe, prefecto del dicasterio misionero, y la audiencia con el Santo Padre en la sala Clementina, la mañana del viernes 31 de mayo. Ofrecemos seguidamente el discurso del Papa Juan Pablo II, traducido del italiano.
Señor cardenal; venerados
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra encontrarme con
vosotros, con ocasión de la reunión organizada por la Congregación para la
evangelización de los pueblos con los superiores y las superioras de los
institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica comprometidos
al servicio de la misión ad gentes.
Saludo al señor cardenal
Crescenzio Sepe y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, haciéndose
intérprete de los sentimientos de los presentes. Os saludo a cada uno de
vosotros, queridos hermanos y hermanas que representáis a los numerosos
institutos y sociedades dedicados al trabajo misionero. Os agradezco a todos el
servicio eclesial que prestáis según vuestro carisma propio, y la cooperación
que dais cada día a la difusión del Evangelio en todo el mundo.
En la encíclica Redemptoris
missio escribí que, después de dos mil años, "la misión de Cristo
Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse" (n.
1). El concilio Vaticano II reafirmó que toda la Iglesia es misionera y, por
tanto, todo bautizado debe sentirse llamado a dar su contribución al anuncio
del Evangelio.
Llevar
a todo hombre el mensaje del Evangelio
2. Además, si se mira bien, la misión y la vida consagrada son realidades
estrechamente interdependientes. En efecto, la dimensión misionera, al formar
parte de la naturaleza misma de la Iglesia, no puede ser facultativa para los
religiosos y las religiosas, los cuales, "dado que, por su misma consagración,
se dedican al servicio de la Iglesia, están obligados a contribuir de modo
especial a la tarea misional, según el modo propio de su instituto" (ib., 69; cf. Código de derecho canónico, c.
783). Así pues, se puede decir que el espíritu misionero se halla en el corazón
mismo de toda forma de vida consagrada (cf. Vita consecrata, 25).
A lo largo de los siglos las personas consagradas
han estado siempre en la vanguardia de la acción misionera ad gentes.
Muchas de ellas han dejado su casa, su familia y su país de origen para ir con
valentía "hasta los confines de la tierra" (cf. Hch 1, 8), a
fin de llevar a todo hombre y a toda mujer el mensaje del Evangelio. Han debido
afrontar a menudo dificultades y obstáculos, renuncias y sacrificios. Algunos,
ciertamente no pocos, han sellado con el martirio su testimonio de Cristo.
Tras esas huellas también vuestros institutos siguen caminando con una única
finalidad, la de hacer que la luz del Evangelio ilumine a cuantos "habitan
en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79).
Tener
el celo ardiente del apóstol san Pablo
3. Aprovecho de buen grado este encuentro para agradeceros vuestro generoso
compromiso en favor de la misión. Al mismo tiempo, os quisiera invitar a
dedicaros con mayor determinación aún a esta causa, reviviendo en vosotros el
celo ardiente de san Pablo, que exclamaba: "¡Ay de mí si no
predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16).
Ciertamente, la misión es exigente y ante los problemas, las incomodidades, las incomprensiones y la disminución de las vocaciones misioneras ad vitam, podría surgir a veces la tentación del desaliento y del cansancio. Podríais contagiaros del peligro de la rutina o de una cierta aridez espiritual. Resistid a estos peligros, hallando en la unión profunda con Dios el vigor para superar todo obstáculo.
Que os sostenga la certeza de que Cristo está
presente. Él nos asegura: "He aquí que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). El Señor está
siempre con nosotros, tanto en los momentos de intensidad espiritual y de
"cosecha de frutos", como en los tiempos del trabajo y el dolor
"de la siembra". Como recuerda el salmista, también el misionero
"al ir va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando
trayendo sus gavillas" (Sal 125, 6).
Comunión
con los obispos
4. En la prometedora etapa de la nueva evangelización, que estamos
viviendo, es necesario seguir cultivando una fecunda comunión entre los
institutos misioneros, los obispos y las Iglesias particulares, manteniendo un
diálogo constante, animado por la caridad, tanto a nivel diocesano como
nacional, con las Uniones de superiores y superioras, en el respeto de los
diversos carismas, tareas y ministerios.
A este propósito, son muy útiles los convenios
estipulados entre los obispos y los moderadores de los institutos que se dedican a
la tarea misional (cf.
El
espíritu de comunión, que nace del sentir cum Ecclesia (cf. Vita
consecrata, 46), se desarrolla de modo significativo en la colaboración con
la Sede apostólica y con los organismos encargados de la actividad misional,
principalmente con la Congregación para la evangelización de los pueblos, a la
que compete "dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de evangelización"
(Pastor bonus, art. 85). Por tanto, me alegra el encuentro organizado
durante estos días, dedicado a la reflexión, al intercambio y a la búsqueda
de una colaboración más intensa y fecunda. Os invito a repetir esta
experiencia y a mantener siempre vivo el clima de comunión que se crea en estas
reuniones.
La
protección de María Estrella de la evangelización
5. Amadísimos hermanos y hermanas, os acompaño y estoy cerca de vosotros
con la oración, a la vez que invoco sobre vuestro compromiso la protección
celestial de los numerosos mártires y santos misioneros, y de los fundadores y
fundadoras de vuestros institutos. Os encomiendo, en esta fiesta de la Visitación
de la santísima Virgen María, a la Estrella de la evangelización, para que os
sostenga en vuestro servicio misionero diario y sea vuestro modelo de entrega
total al Evangelio.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón una bendición
apostólica especial, que extiendo de buen grado a todos los miembros de
vuestras comunidades respectivas y a cuantos encontréis en vuestro apostolado.