OBSERVANTISSIMAS
LITTERAS
Pío XI
Carta al Episcopado de Colombia
14 de Febrero de 1934
Hemos recibido la carta llena de filial devoción
con que quisiste hacernos saber, en nombre también de los demás Obispos de la
República colombiana, lo que allá se debatió en común y se decretó en la
Conferencia Episcopal celebrada en el mes anterior. Esa carta Nos muestra la
profunda voluntad que os une con ánimo obediente a esta Sede Apostólica,
voluntad de la cual da testimonio la solicitud con que prometéis obedecer a las
normas que os hemos dado, por medio del Nuncio apostólico que reside en medio
de vosotros, respecto a las medidas que juzgamos más oportunas para el bien de
la Iglesia colombiana.
2. Reservamos para otro tiempo manifestaros Nuestra
mente, si fuere necesario, acerca de las demás determinaciones que acordasteis,
y que habéis sometido al juicio de la Santa Sede. Ahora queremos, sobre todo,
felicitaros por el propósito que abrigáis de promover, por medio de la enseñanza
religiosa, y principalmente por el establecimiento -en todas partes- de la Acción
Católica, la recta formación y educación de los fieles, así como el
desarrollo del espíritu cristiano en la sociedad civil.
3. Ahora bien: atendidas las exhortaciones y las
admoniciones que acerca de este asunto hemos hecho en repetidas ocasiones, a
partir de la encíclica Ubi arcano, no dudamos que los Obispos de
Colombia, cuyo celo apostólico e intensas labores en pro de las almas Nos son
harto conocidos, estarán absolutamente persuadidos de que la Acción Católica,
dadas las condiciones que le han creado dondequiera a la Iglesia, no tanto es útil
como necesaria. Mientras los enemigos de la fe no omiten, en efecto, en nuestros
días esfuerzo ninguno para procurar con habilidad múltiple e infatigable los
mayores desastres en el pueblo y de una manera especial en la multitud obrera y
en las filas de la juventud, los ministros de la Iglesia Católica no alcanzan a
resistir y repeler a los fautores del mal, cuyo número aumenta cada día y
cuyos recursos crecen sin cesar. Además: la acción de los sacerdotes no puede
extenderse a todas las capas de la sociedad, porque no faltan personas que la
impiden, impulsadas a ello por el propio interés, o que rechazan la sagrada
autoridad del clero movidas por el propio género de vida, aunque están muy
necesitadas de la solicitud de los pastores de almas. De aquí nace la necesidad
de esa colaboración de los fieles que, no son inspiración divina, hemos
llamado "participación" de los seglares en el apostolado jerárquico
de la Iglesia.
4. A los seglares, en verdad, debe mover también el
mismo precepto de la caridad para impedir, por todos los medios posibles, las
injurias a Dios así como la ruina espiritual de los prójimos; porque no sólo
a los sacerdotes, sino a todos, ha encomendado Dios el cuidado de su prójimo[i].
Más todavía: constituye esto una especie de necesidad noble e ingénita en el
ánimo de quienes, por haber recibido el don precioso de la fe, sientan,
llevados por un sentimiento de gratitud para con Dios, el deseo ardiente de
propagar esa fe y de suscitarla en los demás, conforme a aquello de que
"el bien es difusivo de lo suyo". Y con más razón que nunca en este
año, santo por la memoria de la Divina Redención, deben todos los buenos
moverse a formar parte de esta milicia sagrada que se llama Acción Católica, a
la cual está encomendada la misión de hacer que las aguas saludables de la
Redención se extiendan más y más, y también la de consolidar en todas partes
el reino tan deseado de la paz establecida por Jesucristo. Porque no se trata de
una novedad, ya que, como lo hemos advertido en varias ocasiones, la Acción Católica,
en cuanto a la sustancia, existió desde los primeros siglos de la Iglesia y se
recomienda, en la Sagrada Escritura, ya desde el comienzo del cristianismo, y en
todo tiempo ha contribuido en gran manera a la propagación de la fe católica.
5. La Acción Católica ha adoptado en la actualidad
nuevos métodos y nuevas finalidades, propios de las necesidades presentes; ha
sido establecida en muchas naciones y aun en las mismas regiones en donde
trabajan los misioneros; y dondequiera que ha sido organizada, dondequiera que
ha podido procurar la consecución de sus objetivos y llevarlos libremente a la
práctica, ha producido los mejores y más saludables frutos. En ella caben
todos los fieles, de cualquier edad y de cualquier condición, ya que a nadie se
niega trabajo en la mística viña del Señor; y así como ella reúne a los jóvenes
de uno y otro sexo, también debe agrupar y congregar acertadamente a los
hombres y a las mujeres ya formados; pero conforme a las peculiares condiciones
de los obreros, de los patronos, de los que se consagran al estudio de las artes
o al cultivo de las letras, de los que han obtenido ya un título, debe, para
ser útil, seguir distintos caminos y valerse de distintos métodos.
6. Y no creemos que sean del todo superfluas estas
advertencias; porque como no pueden prestar su ayuda a las empresas del
apostolado jerárquico de un modo digno y eficaz, los que no muestran una manera
cristiana de vivir, los que no están bien formados en la doctrina cristiana,
los que no están inflamados por el amor de Jesucristo y de las almas, que El
redimió con su sangre preciosísima, el fin que debe proponerse como primero la
Acción Católica será, sin duda, el de que el alma de todos los congregados en
las asociaciones de los jóvenes y, si fuere necesario, en las de los hombres y
en las de las mujeres, se forme en la religión, en la pureza de costumbres y en
el cumplimiento de la verdadera doctrina "social" bajo la inspiración
de la piedad y de la virtud, unidas con una solícita devoción a la Iglesia y a
su Jefe supremo, el Romano Pontífice.
7. No dudamos, por lo tanto, que vosotros,
Venerables Hermanos, persuadidos de que el conveniente y apropiado conocimiento
de las verdades religiosas es el fundamento y base de la formación espiritual
de las almas y de toda la vida cristiana, cuidaréis con todo empeño y por
todos los medios de que la instrucción religiosa se extienda convenientemente a
todas partes y pueda darse a todos. Porque ella, así como es necesaria a los
hombres en todas las clases sociales, ya se trate de ricos, ya de pobres, también
comprende a todas las edades: a los niños, a los jóvenes y a los adultos. La
enseñanza del Catecismo, como hace pocos años en cierta ocasión advertíamos,
abarca todas aquellas cosas que son necesarias a todos los cristianos para que
puedan servir fielmente a Dios, conservar la dignidad humana y, finalmente,
cumplir con sus propios deberes, entre los cuales se cuentan también los
deberes cívicos.
Al crecer los hombres en edad y en conocimientos,
esta instrucción catequística se hace más vasta, y las verdades que estaban
contenidas en un diminuto volumen, estudiadas con mayor detenimiento, las
desarrolla y explica en forma cada vez más detallada y más clara, ajustándose
a los diversos estados, necesidades y profesiones de cada uno. Sin embargo, como
el espíritu de los jóvenes, aunque puede recibir y asimilar más fácilmente
las verdades de la fe, con todo está más expuesto que el de cualquier otra
clase de personas a sucumbir a los errores que hoy por dondequiera se insinúan,
a las dudas y aun a la misma pérdida de la fe, es muy conveniente, Venerables
Hermanos, que vosotros dirijáis con preferencia vuestro principal cuidado y
solicitud a la juventud, y en especial a los estudiantes, procurando que ellos
sean benévolamente acogidos por los sacerdotes y por los catequistas, quienes,
bien formados en las humanas y divinas disciplinas, con todas las fuerzas y por
todos los medios que les sugiera el celo de las almas, les enseñen la doctrina
de la religión católica, los ilustren y los confirmen.
8. Para esta tarea de formar a los jóvenes en la
sana doctrina, es absolutamente indispensable preparar, ya desde los últimos años
del seminario, sacerdotes que conozcan a fondo la naturaleza propia de la Acción
Católica y sus fines peculiares; sacerdotes, que estén bien dispuestos a
trabajar abnegadamente, que tengan celo por la educación de los adolescentes,
que se distingan por su devoción a la Iglesia Santa de Dios y al Sumo Pontífice.
De estos sacerdotes los Obispos cuidarán de entresacar con madura reflexión
los mejores, los seguirán con paternal solicitud, y les encomendarán el
cuidado de aquellos que, ofreciendo su ayuda a la Jerarquía eclesiástica,
miran animosos la causa de la Iglesia como suya propia. Tales sacerdotes serán,
sin duda, como el fundamento de las asociaciones y los promotores del celo apostólico;
y de tal modo representarán a los Obispos en esta obra, que, dejando a los
seglares el régimen externo y la administración de las asociaciones, lograrán
que sean fielmente llevados a la práctica los principios y las normas que la
Jerarquía eclesiástica haya establecido.
Este oficio, que implica la voluntad decidida de
abnegación y sacrificio, si es cierto que no carece de dificultad, es, sin
embargo, muy propio de los sacerdotes, que han sido llamados a la heredad del Señor,
y, además, con la gracia de Dios les proporcionará dulces consuelos, puesto
que de cuando en cuando verán como fruto de sus generosos esfuerzos surgir para
Cristo valientes soldados totalmente dispuestos a librar los combates del Señor.
Y los mismos ministros de Dios sentirán que reciben un premio indudablemente
mayor y una gracia más suave del cielo cuando vean que algunos de aquellos a
quienes ellos han unido tan íntimamente con Cristo Jesús reciben la ordenación
sacerdotal o hacen votos como religiosos.
9. Y no se debe temer que las asociaciones
religiosas, beneméritas sin duda, y que hacen labor tan fructuosa en la formación
de la juventud de uno y otro sexo, poco a poco vayan a ser abolidas o padecer
disminución a causa de la Acción Católica. Por lo contrario, estas
asociaciones que trabajan parcialmente con el mismo fin de establecer el Reino
de Cristo, serán muy estimables auxiliares de la Acción Católica, a la cual
procurarán estar unidas en colaboración fraternal y armónica.
La Acción Católica tampoco se sustituye a las
asociaciones económicas o profesionales, que se proponen como fin
directo el obtener los bienes temporales para quienes se dedican al trabajo
fabril o a las artes liberales. Conviene que estas asociaciones se rijan por sus
leyes propias y tengan ellas mismas la responsabilidad de sus asuntos, como es
indispensable también que los partidos políticos, aunque estén formados por
católicos, tengan absoluta independencia en toda su propia actividad. Debiendo
la Acción Católica mantenerse alejada de toda actuación política, tampoco
puede asumir ni aceptar la carga o gestión de asunto alguno en lo político y
en lo económico. A estas asociaciones les será, no obstante, sumamente útil
la Acción Católica; ella les suministrará personas probas, formadas y
educadas por ella; ellas les proporcionará y les explicará los principios que
han de servir como norma para procurar el bien de los asociados; y, finalmente,
la Acción Católica hará que se coadunen las fuerzas de todos siempre que se
trate de defender o promover los intereses de la religión o de la moral: todo
lo cual contribuirá, sin duda, más que ninguna otra causa, a la prosperidad y
a la paz.
10. De todo esto se colige que la Acción Católica,
como la Iglesia, a la cual se ocupa en prestar ayuda, tiende solamente a las
cosas espirituales y sobrenaturales, es decir, a la conquista de las almas y a
la propagación del reinado de Cristo; por consiguiente, deberá extender su
actividad cuanto más pueda. Y así, no solamente busca el bien privado de los
individuos formando a todos los fieles de acuerdo con la voluntad de Cristo,
sino que también procura el bien de la sociedad entera, puesto que se esfuerza
en formar y suscitar apóstoles que pongan todo su empeño en cumplir el
mandato, que les ha dado la Iglesia, entre toda clase de hombres, así privada
como públicamente.
No dudamos, por lo tanto, que también en esa República,
o mejor, en cada una de sus diócesis, surgirán numerosos los católicos que,
obedeciendo al llamamiento de los Prelados, mirarán como título de honor el
ejercitar -en las filas de la Acción Católica- toda su capacidad, poder e
influencia. Y como toda la esperanza de lo futuro está en los jóvenes, y en
primer lugar en la juventud estudiosa, a ellos ante todo hay que dirigir la
mayor solicitud, de modo que por el conocimiento perfecto de las verdades que
deben informar sus vidas, se despierte su fe y el deseo de promover la causa
santísima del nombre cristiano. Sin duda, ese celo ardiente les proporcionará
un auxilio contra el fuego de las pasiones y será prenda de salvación y, además,
hará que ellos vengan a ser más tarde muy buenos soldados y dirigentes de la
Acción Católica, dándole así los mayores progresos. Por esta razón conviene
que la Acción Católica llegue a florecer no sólo en las Universidades y en
las escuelas secundarias, sino también en toda clase de escuelas para que, ya
en ellas, los adolescentes se vayan instruyendo, encaminando y preparando, para
la Acción Católica, a la cual más tarde darán su nombre en las Asociaciones
superiores; todo lo cual, en verdad, contribuirá grandemente a su mejor formación
cristiana.
Y, entre tanto, Venerables Hermanos, fundados en la
esperanza cierta de que seguiréis con ánimo pronto y decidido las normas dadas
por Nos, persuadidos de que la grey que a cada uno de vosotros os ha sido
encomendada y los ministros sagrados serán también dóciles a vuestros
mandatos, impartimos amorosamente en el Señor la Bendición Apostólica, prenda
de Nuestra paternal benevolencia y auspicio de celestiales favores, tanto a
vosotros todos, como a cada uno de aquellos que tenéis a vuestro cuidado.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 14 de febrero de
1934, año decimotercero de Nuestro Pontificado.
PIO XI