Optatissima
Pax
Carta
Encíclica de PÍO XII
Sobre
la Necesidad de volver al recto camino,
tanto
en la vida privada como en la pública,
para
lograr la concordia
De
18 de
diciembre de 1947
Venerables
hermanos, salud y bendición apostólica.
1.
La paz vacilante, sobre todo en el campo social
La tan deseada paz, que debe ser la tranquilidad en el orden[i]
y la libertad tranquila[ii],
tras las cruentas vicisitudes de una larga guerra, vacila hoy, como todos notan
con tristeza y amargura, todavía insegura, y tiene suspendido en un angustioso
afán el espíritu de los pueblos, mientras que en no pocas naciones, devastadas
últimamente por el conflicto mundial y por las destrucciones y miserias que han
sido su dolorosa consecuencia, las clases sociales, movidas recíprocamente por
amargo odio, amenazan, como todos ven, minar y convertir, con tumultos y
turbulencias sin cuento, los cimientos mismos de los Estados.
2.
El Papa exhorta a pedir a Dios la pacificación
Una
profunda amargura oprime Nuestro espíritu ante tan funesto y lamentable
espectáculo, y Nos parece que el mandato paterno y universal que de Dios hemos
recibido no sólo Nos impulsa a encarecer a todos que procuren apagar los
secretos odios y renovar felizmente la concordia, sino también a exhortar a
cuantos son nuestros hijos en Cristo a que eleven al cielo con mayor frecuencia
sus plegarias, porque, como muy bien sabemos, todo o que sin la protección
divina se lleva a cabo, resulta defectuoso y estéril, según la sentencia del
salmista: Si el Señor no edifica la casa, en vano se fatigan los que la
fabrican[iii].
3.
El desastre económico después de la guerra no se debe explotar
Son inmensos los males que exigen un inaplazable remedio. Porque por una parte,
en muchas naciones la economía, por los enormes gastos militares, y las
inmensas destrucciones bélicas, se halla en tas situación de inseguridad y
agotamiento, que muchas veces no está en condiciones de resolver los problemas
que se van planteando y de sostener las oportunas iniciativas, que podrían dar
trabajo a quienes por desgracia contra su voluntad, se ven constreñidos a un
ocio inútil. Por otra parte, desdichadamente, no faltan quienes exasperan y
explotan la miseria de las clases proletarias, con secreto y astuto cálculo,
obstaculizando así los nobles esfuerzos enderezados a la reconstrucción en el
recto orden y la justicia de las fortunas deshechas.
4.
La recuperación de la crisis no se obra por la agitación
Es
necesario que, finalmente, comprendan todos que no se pueden conseguir de nuevo
los bienes perdidos, ni conservar os que peligran, mediante las discordias, los
tumultos y las matanzas entre hermanos, sino solamente mediante la laboriosa
concordia, la mutua comprensión y el trabajo pacífico. Los que con plan
premeditado agitan inconsideradamente las multitudes, excitándolas al tumultos,
a la sedición y a las injurias a la libertad ajena, sin duda alguna no ayudan a
mitigar la indigencia del pueblo, sino que más bien la aumentan, provocando la
ruina final, exacerbando el odio e interrumpiendo el curso de las actividades de
la vida social. De hecho, las luchas de los partidos fueron y serán para muchos
pueblos una calamidad mayor que la guerra misma, que el hambre y la peste[iv].
5.
Necesidad de la pacificación por el espíritu cristiano
Pero al mismo tiempo, todos deben comprender que la crisis social es tan grande
hoy y tan peligrosa para el porvenir, que es necesario que todos y cada uno, y
especialmente los que más tienen, antepongan el bien común a los provechos y
utilidades privadas. Y, antes que nada, urge la pacificación de los espíritus,
trayéndoles a la concordia fraternal, la comprensión mutua, a la recíproca
colaboración. Hasta el punto de que puedan llevarse a la práctica aquellas
doctrinas y aquellas normas directivas que están de acuerdo con las enseñanzas
cristianas y con las circunstancias del momento
6.
El abandono de Cristo trajo los males; hay que volver a Él para conjurarlos
Tengan todos presente que el acerbo de males que en los últimos años hemos
tenido que soportar se ha descargado sobre la humanidad principalmente porque la
Religión divina de Jesucristo, que promueve la mutua caridad entre los hombres,
los pueblos y las naciones, no era, como habría debido serlo, la regla de la
vida privada familiar y pública. Si, pues, se ha perdido el recto camino por
haberse alejado de Jesucristo, es menester volver a Él tanto en la vida
privada como en la pública. Si el error ha entenebrecido las inteligencias, hay
que volver a aquélla verdad divinamente rebelada que muestra la senda que lleva
al cielo. Si, por fin, el odio ha dado frutos amargos de muerte, habrá que
encender de nuevo aquel amor cristiano, que es el único que puede curar tantas
heridas mortales, superar tan tremendos peligros y endulzar tantas angustias y
sufrimientos.
7.
Invitación a todos, en especial a los niños, a rezar en la fiesta de
Navidad por la concordia
Y puesto que se acercan ya las suaves fiestas de la Navidad que nos hacen
contemplar a aquel Niño Jesús, que en el pesebre deja oír su vagidos y
aquellos angélicos coros, que invocan para los hombres la paz, juzgamos
oportuno exhortar calurosamente a todos los cristianos, y especialmente a los
que están en la flor de los años, para que corran en gran número a los
nacimientos y allí derramen sus plegarias para hacer que el Niño Dios quiera
benignamente apagar y alejar las amenazadoras teas que agita el odio en las
sediciones y en los tumultos.
Que él ilumine con su luz las inteligencias de los que muchas veces, más que
movidos por terca malicia, son arrastrados al engaño por errores que se
disfrazan bajo las especiosas apariencias de la verdad; que reprima y aplaque el
odio de los espíritus, componga las discordias, haga vivir y florecer de nuevo
la caridad cristiana; que a los que gozan de abundante fortuna les enseñe la
abundante generosidad con los pobres; que a los que padecen de necesidad y
pobreza les aporte y con su ejemplo y con su ayuda los consuelos del espíritu y
enderece sus deseos hacia todas las cosas celestiales, que son las mejores y las
que nunca se pierden.
Entre las angustias presentes, ponemos gran confianza en las oraciones de los
niños inocentes, escogidos y preferidos por el Divino Redentor de modo
especial. Alcen, pues, ellos sus cándidas voces y su débiles manecitas,
símbolo de su inocencia interior, implorando la mutua caridad, y que a las
fervorosas plegarias unan aquellas prácticas piadosas y aquellos óbolos
generosos con que la divina justicia, por tantas culpas ofendida, se puede
aplacar y, al mismo tiempo, los indigentes puedan recibir, en la medida que
permite la disponibilidad de cada uno, los socorros convenientes.
8.
Esperanza de que se cumplan los deseos papales
Tenemos plena confianza, Venerables Hermanos, en que con el empeño y la
diligencia de que habéis dado tantas pruebas, haréis que estas paternales
exhortaciones Nuestras sean acatadas y produzcan dichosos frutos, y en que
todos, y de modo especial los niños, correspondan con decisión y entusiasmo a
esta invitación Nuestra, que vosotros haréis vuestra.
9.
Bendición Apostólica
Confortado
con esta suave esperanza, como prenda de Nuestra paternal benevolencia y
auspicio de las gracias celestiales os damos a todos y cada uno de
vosotros, Venerables Hermanos, lo mismo que a la grey confiada a vuestro
cuidado, la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 18 de diciembre del año 1947, noveno de Nuestro Pontificado. Pío XII