ASCENSIÓN
LITURGIA.
Origen de la fiesta. Sabemos de
una manera cierta que a partir del s. II se destaca, sobre el ciclo
dominical en que se celebraba el recuerdo de la vida, muerte y
resurrección de Jesucristo, una fiesta propia de la Resurrección, en el
domingo que se consideraba el aniversario de este acontecimiento (v.
PASCUA II). A partir, por lo menos, del s. III, se prolonga, durante 50
días, la solemnidad de la Pascua. En su origen todos esos días tenían un
mismo valor y una misma finalidad: conmemorar el misterio pascual en
toda su amplitud.
En el s. IV el quincuagésimo día toma ya un relieve especial,
hasta convertirse en una fiesta propia de clausura de la Pascua; se
celebra en esta fecha la memoria de la venida del Espíritu Santo sobre
los Apóstoles (Act 2, 1 ss.). Sin embargo, existen diferentes
testimonios de la época en que se instituye la fiesta de Pentecostés
(v.), que hacen suponer que en este día se conmemoraba igualmente la A.
del Señor. Probablemente lo que sucede es que nacen a la vez dos
tradiciones que subsisten durante algún tiempo. En el fondo, una y otra
tratan de solemnizar la plenitud pascual, pero mientras que algunas
liturgias subrayan la Glorificación de Jesucristo y su retorno al Padre
(Ascensión), otras se fijan más en la Venida del Espíritu Santo y la
fundación de la lslesia (Pentecostés). En algunas partes, como en
Jerusalén, en el día quincuagésimo coexiste una doble celebración:
Pentecostés por la mañana y la A. por la tarde (Peregrinación de Egeria.
Madrid 1963, 43; v. ETERIA).
Pero, posteriormente, esta doble celebración se desglosó, a fines
del s. IV o a comienzos del s. V. Testimonios no muy posteriores a la
Peregrinación de Egeria dan cuenta de que en el mismo Jerusalén se
celebra una fiesta de la A. 10 días antes de Pentecostés, es decir, 40
días después de Pascua (v. la lista de estos testimonios en R. Cabié, o.
c. en bibl., 177). Tal fecha vino decidida, sin duda, siguiendo la
cronología de los Hechos de los Apóstoles: Jesús, «después de su pasión
se dio a ver en muchas ocasiones, apareciéndose a los discípulos durante
cuarenta días» (Act 1, 3).
En otras comunidades, como las de Antioquía y las de Italia del
norte, ese desglose se produjo antes que en Terusalén. Pero la fiesta de
la A., como solemnidad distinta y universal, no la encontramos propagada
definitivamente hasta el s. VI.
Liturgia y significado de la Ascensión. La fiesta de la A. estuvo
precedida de tres días preparativos llamados Rogativas o Letanías (v.
ROGATIVAS). Fueron introducidos hacia el 470-475 por el obispo galo
Mamerto, con el fin de suplicar a Dios, con oraciones y actos
penitenciales, su protección ante las calamidades que azotaban al pueblo
en aquella época. En Roma se establecen a fines del s. VIII o principios
del s. IX. Los ritos orientales siempre los han ignorado. Especialmente
en la liturgia galicana hay una abundante lectura bíblica para esos tres
días, pero sin relación directa con la A. Posteriormente se han
considerado las Rogativas como días de plegaria intensa al Resucitado,
para que al subir al cielo se vea acompañado espiritualmente de sus
fieles e interceda por ellos al Padre según sus aspiraciones. A partir
de 1960 se desligaron estos días de rogativas de la fiesta de la A. y se
concedió a los obispos la facultad de trasladar ese triduo a otras
fechas (cfr. Codex Rubricarum, AAS, 15VIII1960, c. X, 87). En el nuevo
Calendario promulgado por Paulo VI se dice que las Conferencias
Episcopales ordenan las Rogativas en lo que se refiere al tiempo y al
modo de celebrarse, pudiéndose elegir para cada uno de estos días la
Misa más adecuada entre las votivas del nuevo Misal (cfr. Calendarium
Romanum, Typis Polyglottis Vaticanis, 1969, p. 17, nn. 4547).
La fiesta de la A. tiene un esquema simple: se centra en la
narración bíblica de ese hecho histórico. Con todo, al analizar los
textos que nos ofrecen los diferentes ritos, hallamos una explicación
muy completa del significado del misterio de la A.: la plenitud de la
perspectiva escatológica de la Pascua. Al mismo tiempo pone a los fieles
que la celebran en tensión hacia la inmediata venida de Jesucristo por
medio de su Espíritu. A este respecto se insiste, bajo diversos puntos
de vista, sobre el sentido de las palabras del Redentor: «Os conviene
que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros»
(lo 16, 7).
La plenitud de la perspectiva escatológica de la Pascua se traduce
particularmente en el significado del encuentro para siempre de
Jesucristo, Hombre, con el Padre. Jesucristo sube al cielo «para
hacernos partícipes de su divinidad» (Prefacio II de la A. en la
liturgia romana), «para que a todos los que Tú el Padre le diste, les dé
Él la vida eterna» (lo 17, 2). Por la glorificación del Señor se revela
más el sentido de la vida eterna: es el encuentro, el perfecto
«conocimiento de Ti, único Dios verdadero, y de Tu Enviado» (lo 17, 3).
Jesucristo sube al cielo porque en «la casa del Padre hay muchas
moradas... y yo voy a prepararos el lugar. Cuando me haya ido y os haya
preparado el lugar, de nuevo volveré a vosotros y os tomaré conmigo,
para que donde yo estoy estéis también vosotros. Pues para donde yo voy,
vosotros conocéis el camino» (lo 14, 24: lectura señalada para la A. en
el leccionario galicano de Luxeuil). Seguir el camino de Jesucristo es
«amarse los unos a los otros como yo os he amado» (lo 13, 3335: lectura
del mismo leccionario para el mismo día). S. Pablo insiste en algunos
aspectos del amor; lo considera como promoción de la unidad con los
hombres y con Dios «que está sobre todos, por todos y en todos» a través
de los diferentes dones que nos ha otorgado por la gracia de Jesucristo,
quien «subiendo a las alturas llevó cautiva la cautividad y repartió
dones a los hombres... El mismo que bajó es el que subió sobre todos los
cielos para llenarlo todo» (Eph 4, 1 ss.: lectura para la A. en las
liturgias galicana y ambrosiana, y desde el vers. 7 al 13 también para
el rito romano en la vigilia de la fiesta).
Para llegar al término del camino de Jesucristo es necesaria una
transformación, prefigurada ya en las ascensiones del A. T. (la liturgia
hispánica determina en el día de la A. la lectura del texto bíblico que
narra el arrebato al cielo del profeta Elías: 2 Reg 2, 115). Este
término nos viene descrito por el Apocalipsis, en la visión sobre la
innumerable muchedumbre que participa de la gloria del Cordero (texto
escogido por el antiguo leccionario de Bobbio para la misma fecha: Apc
7, 913). Subir Jesucristo al cielo significa que Él establece su
presencia entre los hombres para siempre. Una oración del Sacramentario
Gelasiano sintetiza el sentido de esa realidad: «Que según Tu promesa
nosotros merezcamos que T ú vivas con nosotros sobre la tierra y
nosotros siempre contigo en el cielo» (ed. H. A. Wilson, The Gelasian
Sacramenaary, Oxford 1894, 107). La manifestación de la presencia de
Jesucristo en los hombres y la de éstos en Él, se realizará plenamente
por la efusión de su Espíritu, signo de unidad y de comunión: «En aquel
día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en
vosotros» (lo 14, 20: lectura del leccionario galicano de Wolfenbüttel,
seguramente para la A.). En todos los ritos hay una referencia constante
al misterio de Pentecostés (v.), principio del camino de la Iglesia
hacia el encuentro con los hombres y con Dios, hacia el día en que
volverá Jesucristo «lleno de gloria» como Juez de la salvación.
Antiguamente, después del Evangelio de la Misa de la A. el diácono
apagaba el cirio pascual, signo de la Resurrección de Jesucristo, como
para significar su A. Según el nuevo Misal el cirio ha de encenderse
hasta la fiesta de Pentecostés. Después es conveniente tenerlo en el
bautisterio y encenderlo durante la administración del Bautismo.
En el nuevo Misal se han introducido además otras modificaciones.
Además del antiguo prefacio, que ha sido corregido en sus últimas frases
según el estilo propio de los prefacios del Tiempo Pascual, se ha
añadido otro que desarrolla más el misterio de la A. La colecta está
inspirada en estas palabras del sermón 1° sobre la A. de S. León Magno:
«pues la ascensión de Cristo constituye nuestra elevación, y el cuerpo
tiene la esperanza de estar algún día allí donde le ha precedido su
gloriosa Cabeza; por eso, con dignos sentimientos de júbilo, amadísimos,
alegrémonos y gocémonos con piadosas acciones de gracias» (PL 54, 396
B). La la y 3a lecturas bíblicas son las
mismas que en el Misal anterior, la 2a se ha tomado la Epístola a
los Efesios, 1, 1723, que expresa la misma idea que la colecta y da el
sentido dinámico de la obra salvadora de Cristo. La poscomunión ha sido
compuesta con dos oraciones del antiguo Sacramentario Veronense o
Leoniano (v.) y alude a la llegada al Reino, tema muy común en todo el
Tiempo Pascual. En los días que siguen a la A. se hace presente la
imagen de la Virgen y de los discípulos del Salvador que, ante la
inminente venida del Espíritu Santo, «perseveraban unánimes en la
oración» (Act 1, 14).
A. ARGEMÍ ROCA.
BIBL.: R. CABiÉ, La Pentecóte. L'évolution de la cinquantaine pascale au cours des cinq premiers siécles. Tournai 1965, especialmente 117197; P. MIQUEL, Le Mystére de l'Ascension, «Les Questions Liturgiques et Paroissiales» 220 (1959) 105126; I. DANIÉLou, Les Psaumes dans la liturgie de l'Ascension, «La MaisonDieu» 21 (1950) 4056; Asambleas del Señor. Fiesta de la Ascensión, n« 49; P. BENoiT, L'Ascension, «Rev. Biblique» 56 (1949) 160203; B. CAPELLE, Une messe de S. Léon pour l'Ascension, « Ephemerides Liturgicae» (1953) 201209.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991