La circuncisión en Israel. La c. es uno de los ritos fundamentales de la
legislación religiosa israelita. Los relatos bíblicos enseñan que comenzó
a ser practicada por Abraham después de su entrada en Canaán y fue
prescrita por Dios como un signo del pacto de Alianza (v. ALIANZA II)
entre lúl y Abraham (v.): «He aquí el pacto mío, que, habéis de guardar
entre mí y vosotros, así como tu descendencia después de ti: serán
circuncidados todos vuestros varones... Cuando cumplan ocho días, se
circuncidará a todo varón en cada una de vuestras generaciones... Será
circuncidado el nacido en tu casa y el adquirido mediante tu dinero...»
(Gen 17,10-14). El rito se cumplió por primera vez cuando Abraham tenía 99
años, circuncidándose él y circuncidando el mismo día a su hijo Ismael,
entonces de 13 años, y a todos sus siervos (Gen 17,23-27). Al nacer Isaac
fue circuncidado al octavo día (Gen 21,4). La práctica continuó
observándose entre los Patriarcas (Gen 34,13-24) y asimismo durante la
estancia en Egipto (los 5,4-5).
Parece que en el largo periodo de residencia en el país del Nilo se
había abandonado la costumbre, pues Moisés (v.) estuvo a punto de ser
castigado por no haber circuncidado a su hijo. Séfora llevó a cabo el
mandato de Dios y por eso llamó a Moisés «esposo de sangre» (Ex 4,25). La
celebración de la Pascua se reserva exclusivamente a los circuncidados (Ex
12,44.48). los 5,4-9 dice que una vez más la c. se había olvidado en eJ
desierto, por lo que Josué (v.), siguiendo eJ mandato divino, hizo
circuncidar a todo el pueblo al entrar en la Tierra Prometida, empleando
para ello cuchillos de piedra.
De por sí la c. no era signo distintivo de los israelitas respecto
de los demás pueblos semíticos de su alrededor, pero la práctica adquirió
entre ellos un sentido religioso que no tuvo en los demás, ya que, en
virtud de la institución divina, se convierte en signo de la Alianza, con
todas las consecuencias que de ahí derivan. Ello no quita que, al menos en
los primeros tiempos, pudiera tal vez conservar de algún modo el
significado de rito de iniciación al matrimonio, que tenía en algunos de
los pueblos circundantes. Al menos así lo piensan algunos autores basando
en el episodio de los siquemitas (Gen 34, 13-24), y en que nombres hebreos
como «esposo», «yerno», «suegro» y «desposorios» se derivan de la raíz
hatan que en árabe significa circuncidar; también el empleo metafórico del
término «incircunciso» parece confirmar esta interpretación: «labios
incircuncisos» (Ex 6,12.30) son los incapaces de hablar.
La religión dio al rito de la c. un valor más elevado. Al
realizarse, por mandato divino, a los ocho días de nacer, adquirió un
significado de iniciación a la vida religiosa, siendo además la señal de
la alianza de Dios con su pueblo. Como sucede también con otras
instituciones (v.) hebreas, vemos que el pueblo judío no siempre las vive
con igual hondura y que a veces su valor religioso tarda en afirmarse. Así
consta que la práctica fue observada entre los Patriarcas (Gen 34, 13-24)
y asimismo durante la estancia en Egipto. No obstante, parece que en el
largo periodo de residencia en el país del Nilo algunos abandonan la
costumbre, pues Moisés (v.) estuvo a punto de ser castigado por no haber
circuncidado a su hijo. Séfora llevó a cabo el mandato de Dios y por eso
llamó a Moisés «esposo de sangre» (Ex 4,25). La celebración de la Pascua
se reserva exclusivamente a los circuncidados (Ex 12,44.48). los 5,4-9
supone que una vez más la c. se había olvidado en el desierto, por lo que
Josué (v.), siguiendo el mandato divino, hizo circuncidar a todo el pueblo
al entrar en la Tierra Prometida, empleando para ello cuchillo de piedra.
Durante el largo periodo de la cautividad de Babilonia, cuando
vivían entre pueblos que no la practicaban, es muy sentida como signo
distintivo de la pertenencia al pueblo de Israel; en ese periodo fue, en
unión del sábado (v.), el símbolo máXImo del judaísmo (v.). Así fue
también durante las épocas helenística y romana en que los judíos, además
de oponer heroica resistencia a las leyes prohibitivas de la c., como
durante el gobierno de Antíoco Epífanes, impusieron con mayor fuerza la c.
como señal de judaización, obligando a practicarla a los prosélitos y aun,
a veces, a los pueblos vecinos, tal como los idumeos, constreñidos a
circuncidarse por el rey asmoneo. Sin embargo, los judíos que se
helenizaban, para no sufrir las chanzas de los paganos en los gimnasios,
se hacían una operación para restituirse el prepucio (1 Mach 1,15).
Durante el Imperio romano, Adriano decretó la prohibición de la c.
con severas sanciones. Esta ley fue abrogada bajo Antonino Pío. Los
rabinos de esta época, p. ej., Rabbí Aquiba (v.), la defendieron con ardor
contra cristianos y paganos.
Para los judíos sigue siendo la primera y fundamental práctica,
observada fielmente como signo distintivo de pertenencia a su pueblo. EJ
judaísmo reformado, que comenzó en Alemania en el s. XII y se ha extendido
especialmente por Estados Unidos, aboga por considerarla como un rito de
secundaria importancia dentro del judaísmo, y, como tal, no obligatorio
sino facultativo. Sin embargo, aun entre las comunidades pertenecientes a
este judaísmo reformado, se sigue practicando casi unánimemente.
El ritual de la circuncisión. Ha de practicarse el octavo día del
nacimiento. No puede realizarse antes del octavo día, pero, si las
circunstancias lo exigen, puede dejarse para más tarde. Cualquiera que sea
la época, sólo puede efectuarse de día, de la salida a la puesta del sol.
Las funciones del circuncidarse pertenecen en principio al jefe de
familia, al padre, y si, por cualquier razón, éste no puede, ha de ser
suplido por la persona calificada dentro de la familia. En tiempos
posbíblicos, se instituyó para este delicado oficio el operador
especialista llamado mohel. La ceremonia en época bíblica se llevaba a
cabo en casa del recién nacido; nunca en el templo. Más adelante, aunque
en algunos países aún se realiza en el domicilio de los padres, se
trasladó a la sinagoga.
Además del padre y del mohel es indispensable la presencia durante
la ceremonia del padrino o sandaq y de al menos 10 fieles. No obstante, si
resulta imposible reunir a 10 personas, está permitido proceder a la c. El
sandaq, única persona que permanece sentada durante la ceremonia, ejerce
una función de mayor importancia que la de circuncidar al niño; mantiene
al chiquillo en sus rodillas mientras el mohel opera. Además del sillón
donde se coloca el sandaq, se dispone otro para el profeta Elías, quien,
según una vieja tradición, es testigo invisible de todas las c. Antes de
seccionar el prepucio, el mohel recita una bendición y, después de
seccionarlo,el padre reza otra. Si el padre está ausente o no sabe rezar
la bendición en hebreo, es el padrino quien lo hace. Luego el mohel cura
la herida y recita la bendición del vino e impone el nombre al niño. En un
pasaje determinado de esa bendición, el mohel se lava las manos e
introduce con dos dedos un poco de vino en la boca del chico; después toma
él mismo un sorbo y da de beber a los asistentes. Acabada la ceremonia, es
costumbre que los padres del circuncidado den un convite.
La circuncisión y el cristianismo. Jesucristo fue circuncidado (Le
2,21) y a lo largo de su vida cumplió fielmente con las prescripciones de
la Ley. Al mismo tiempo, sin embargo, se refirió a ellas con gran
libertad, presentándose a sí mismo como un nuevo Moisés, como el nuevo y
definitivo legislador que venía a llevar a su cumplimiento la Revelación y
la Ley divinas (v. LEY VII, 4). Su Muerte y Resurrección son la
realización absoluta de las promesas divinas: Cristo, Hijo de Dios hecho
hombre, muriendo por nosotros merece la reconciliación definitiva y,
resucitando, nos conduce a vida nueva. Toda la historia precedente tiene
sentido de anuncio y preparación de su obra, en la que todo culmina.
Resulta, pues, claro que ninguna de las instituciones de la antigua
economía, es decir, la israelítica o mosaica, es salvadora por sí misma:
toda salvación viene de Cristo, a quien tenemos acceso por la fe (v.), el
Bautismo (v.), la Eucaristía (v.) y los sacramentos por Él instituidos.
Todo ello es predicado por los Apóstoles y recibido por los primeros
cristianos. Surge entonces una cuestión: aunque los ritos mosaicos, y
entre ellos la c., no sean lo central y radical, ¿deben conservarse e
imponerse su práctica o pueden ser abandonados? La libertad y señorío con
que Cristo se había referido a la parte ritual de la Ley mosaica; la
parábola en la que se indica que no debe volcarse el vino nuevo en odres
viejos (Mt 3,17); la conveniencia de evitar todo lo que pudiera desdibujar
de algún modo el carácter absolutamente culminante y definitivo que tiene
la obra de Cristo; la intervención misma de Dios en el caso del centurión
Cornelio, cuando el Espíritu Santo desciende con toda fuerza sobre una
familia de incircuncisos (Act. 10-I 1), inclinaban claramente a afirmar
que prácticas rituales como la c. habían perdido su obligatoriedad: signos
de la antigua economía debían dejar paso a los de la nueva. No obstante
grupos de cristianos judaizantes (v. JUDI-OCRISTIANOS) intentan
mantenerlos. La situación es clarificada por el Concilio de Jerusalén
(v.), en el que se sanciona su no obligatoriedad: los cristianos de origen
judío pueden seguir practicándola si lo desean, pero no pueden en modo
alguno imponerla a los demás (cfr. Act. 15,1 ss.). S. Pablo vuelve
repetidas veces sobre cl tema, demostrando la inutilidad del rito después
de la muerte redentora de Cristo (cfr. Gal 5,2 ss.; Rom 2,25 ss.; Col 2,11
ss.). Finalmente, difundido cada vez más el cristianismo y disperso el
grupo judeocristiano con la caída de Jerusalén el año 70, desaparece
definitivamente.
Simbolismo de la circuncisión. Su simbolismo hace pensar en la c.
espiritual de la mente y del corazón (purificación del espíritu, sumisión
a Dios), condición necesaria mucho más que la c. carnal para gozar de los
beneficios de la promesa divina. S. Pablo observa que la c. fue dada a
Abraham como signo y «sello de la justicia de la fe» (Rom 4,1 1 ). De aquí
se deduce que la c. de la carne supone c impone la del espíritu, de la
cual es símbolo, como reiteran los profetas acusando a los «incircuncisos
(le corazón» (Ier 9,26). Con la llegada de Cristo y la institución del
Bautismo la necesidad de la c. desaparece, y ese rito se nos presenta como
símbolo que anunciaba algo que lo supera: el Bautismo cristiano. Lo que
constituye a uno en justo ante Dios no es la c. ni el prepucio sino la fe
que obra por la caridad: Gal 5,6; 6,15; cfr. Rom 2,27-29.
Fiesta de la Circuncisión del Señor. Esta fiesta, el 1 de enero,
tuvo probablemente origen en las Galias, desde donde se extendió incluso a
Roma, dando el sentido de recuerdo de la Circuncisión a la antigua Octava
Domini u octava de Navidad que conoce la liturgia romana de los primeros
siglos. Así fue mantenida en los libros litúrgicos postridentinos. En la
reforma litúrgica realizada por Paulo VI la fiesta del día 1 de enero ha
vuelto a recibir el título de Octava Domini, como Solemnidad de Santa
Maria, Madre de Dios: el Evangelio continúa recogiendo la escena de la
Circuncisión.
V. t.: INSTITUCIONES BíBLICAS 11, 4; ALIANZA (Religión) 11.
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hébra'ique» XVI-XVIII (1953) 37-56, 91-103, 159-168, y XX11-XXIV (1954)
145-1_57, 229-236, 247-258; E. DHORMr:, La religion des Hébreux nomades.
Bruselas-París 1937, 287 ss.; R. DE VAux, Les institutions de l'Ancien
Te.stanieni, l, París 1958, 78-82; E. BARAS, La circoncision, son histoire
et son iniporiance ctu point de vuc ti ygiéniyue, París 1936; O. CULLMAN,
Die Taq/lehre des Ncuen Tesiametit, Zurich 1949, 50-73; F. SPADAFORA,
Circuntcisio, en P. PALAZZINI (di¡.), Dictionarium ntoralc et canonicurn,
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J. L. LACAvF RIANO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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