1. Consideraciones previas. Se suele entender por c. el lugar en el que se
habita, donde se duerme, aunque, por extensión, pueda entenderse como tal
todo gran conglomerado de casas y agrupaciones humanas. Considerada desde
esta última perspectiva, la sociedad moderna es típicamente urbana, hasta
el punto de que, de acuerdo con S. A. Greer (Organización social, Buenos
Aires 1966, 111), podamos asegurar que actualmente la c. es la norma más
bien que la excepción. Como dice Sorokin (o. c. en bibl., 482), las
sociedades urbanas han desempeñado un papel cada vez mayor en el
moldeamiento de la cultura, de la personalidad humana y de los grupos
sociales, determinando así el curso del proceso histórico.
La c., desarrollada en diverso grado, ha eXIstido prácticamente en
todas las civilizaciones. Las primitivas urbes nacieron y se desarrollaron
con base exclusiva en la agricultura. Las aglomeraciones urbanas tuvieron
en principio un carácter eminentemente rural. Eran aldeas cuyos habitantes
accedían directamente a los medios de producción. Desde el punto de vista
de la organización, la sociedad se componía de pequeños grupos locales con
alto grado de autosuficiencia en los que se daban como notas predominantes
el aislamiento social y la uniformidad de costumbres. Las sociedades
urbanas arcaicas se asemejaban más bien al grupo social de una cierta
extensión. En cambio, la verdadera c. supone la existencia de una economía
de trueque, al no tener sus habitantes acceso directo a los bienes
primarios de consumo. Pero dentro de estas concentraciones primarias
fueron destacando algunas, sede generalmente de mercado, en las que se
asentaba una serie de individuos que desempeñaban los papeles integradores
más rudimentarios en una organización incipiente (recaudadores de
impuestos, mílites, comerciantes, administradores gubernamentales,
servidores del culto religioso, etc.), a la vez que ciudadanos componentes
de la aristocracia rural, cuyas propiedades trabajaban esclavos y colonos.
Así fue como la c. empezó a cumplir un rudimentario papel de integración
dentro de un sistema de interdependencia funcional entre poblaciones
relativamente alejadas, pero, a medida que se desarrollaba, nacían en la
c. la especialización y división de las diferentes tareas y
responsabilidades, que se fueron integrando a través de una jerarquía
formal.
Gracias a este proceso evolutivo, en el Imperio romano los
habitantes de las c. llegaron a significar el 10%. de la población total,
pero la llegada de los pueblos bárbaros supuso también para la c. una
regresión. En la Edad Media, los grandes señores feudales establecieron su
residencia en el campo. Las c. quedaron prácticamente abandonadas para
cobrar importancia, con ayuda de los reyes, a medida que decaía eJ
feudalismo. Queda con ello caracterizada la c. medieval como sede
principalmente de artesanos, comerciantes y personal administrativo.
Luego, en el mundo bajomedieval, vuelve a plantearse la antinomia
pueblo-c., comunidad rural y sociedad urbana.
Puede decirse que hasta la era industrial (1800 aprox.) no comienza
el moderno desarrollo de las c. La falta de medios económicos y de
comunicaciones impedía el crecimiento urbano en la c. del Antiguo Régimen;
la simplicidad de las técnicas de producción y los transportes
rudimentarios originaban la escasez de trabajadores no agrícolas. Pero,
con las nuevas técnicas, la fuente principal de riqueza dejó de ser la
aplicación de la fuerza animal a la tierra; al mismo tiempo, el incremento
de las comunicaciones daba lugar a que se intensificara la
interdependencia funcional. Desde entonces, la evolución de las c. fue tal
que los dos últimos siglos de la historia de Occidente se han
caracterizado por su incremento rápido y constante, a expensas de las
comunidades campesinas. El principal factor de este incremento ha sido el
auge de la industria manufacturera. Pero esto último, que es condición
suficiente, no lo es necesaria, ya que también la existencia y evolución
de una serie de servicios (gubernamentales, universitarios, sanitarios,
recreativos, mercantiles, etc.) puede originar el mismo desarrollo. Ahora
bien, estos factores son interdependientes con el crecimiento. La relación
causa-efecto es recíproca: el incremento y la diversificación de
industrias o servicios lleva implícito un aumento de la población, y
viceversa. La presión de la población en las áreas productoras, a la vez
que la multiplicación de las oportunidades laborales en los centros de
intercambio y administración, originan las migraciones centrípetas y el
auge, como consecuencia, de las poblaciones urbanas. Cuando las necesarias
funciones sociales se especializan en grupos diversos, estos grupos
aumentan de tamaño. A la vez, las mismas especializaciones, la división
del trabajo, originan una interacción más acusada. Las funciones sociales,
la interdependencia social, integran en una totalidad a las poblaciones
esparcidas. Por todo ello, la organización ur. bana domina hoy por
completo a la rural.
2. La Sociología urbana. El crecimiento en importancia de la c.
atrajo el interés de los sociólogos desde finales del s. XII, época en que
aparecieron los primeros trabajos sobre los fenómenos y agrupaciones
urbanas en Inglaterra y los Estados Unidos. Estos sociólogos consideraban
a la c. como un laboratorio en el que investigar «la forma en que la
población está estructurada y la manera cómo los individuos están
integrados en grupos funcionales que realizan el trabajo necesario para la
subsistencia» (S. A. Greer, o. c., 104). Se trata de estudiar la c. como
una forma de comunidad urbana en la que hay particulares fuerzas
ecológicas de integración, en la que los seres humanos adquieren ciertas
formas de comportamiento y en la que instituciones y formas de
organización social dan a la vida humana un aspecto característico llamado
urbano. Se pretende indagar en la c. y su civilización como una forma
especial de integración de la actividad de las personas y como una fuente
para la iniciación y control de la vida social.
Entre los pioneros de estos estudios son dignos de mención el inglés
Charles Booth, con su obra Life and Labour of the People in London (Vida y
trabajo del pueblo en Londres), 1889-1903, y los profesores de la Univ. de
Chicago Robert E. Park y Ernest W. Burgess, que fueron los primeros en
crear escuela dentro de la especialidad. Del primero de ellos es
interesantísimo el estudio The City: Suggestions for the Investigation of
Human Behavior in the Urban Environment (La ciudad: sugerencias para la
investigación del comportamiento humano en el entorno urbano), aparecido
en «American Journal of Sociology» de 20 mar. 1915. También son clásicos
los trabajos de. Adna Weber, The Growth of Cities in the Nineteenth
Century. (El crecimiento de las ciudades en el s. XII), 1899; de Scott E.
W. Bedford, Readings in Urban Sociology (Lecturas de Sociología urbana),
1927; y de Nels Anderson y E. C. Lindeman, Urban Sociology (1928). Merced
principalmente a estos sociólogos, la Sociología urbana adquirió la
entidad suficiente para que fuera reconocida como rama de la Sociología
general por la American Sociological Association, en 1925. Actualmente, al
estudiar el número y grado de concentración de los diversos grupos un¡- y
multivinculados de un determinado carácter y de un contexto territorial,
se distingue completamente entre las sociedades urbanas y las rurales, de
las que se ocupan, respectivamente, la Sociología urbana y la rural (v. t.
Sociología rural en AGRICULTURA ii).
3. El concepto sociológico de ciudad. Resumiendo datos anteriores,
cabe decir que, desde el punto de vista sociológico, las c. son
concentraciones muy densas de población o núcleos con caracteres
demográficos especiales (alta nupcialidad, familia móvil, etc.), que son
puntos de concentración máXIma de poderío y cultura de una comunidad o,
también, «lugares donde se reorganiza artísticamente el espacio como
elemento sustantivo» (D. D. Vidart, o. c. en bibl., 363). Pero acerca de
este punto no suelen estar de acuerdo todos los sociólogos. Para L. Wirth,
la c. sería como una colonia grande, densa y permanente formada por
individuos socialmente heterogéneos. Por su parte, en el Diccionario de
Sociología (ed. H. P. Fairchild), México 1949, se recoge la siguiente
definición: «Población asentada de modo más o menos permanente dentro de
una zona relativamente unida, en donde se realiza la vida social y
familiar actual, se llevan a cabo actividades u ocupaciones económicas y
existe por lo común una organización política». Pero quizá una de las
definiciones más completas sea la de L. Mumford, para quien la c. es una
colección relacionada de grupos primarios (tales como la familia y el
vecindario) y de asociaciones que persiguen propósitos determinados. Los
primeros existen en todas las comunidades, mientras que los segundos son
especialmente característicos de la vida de la c. Esos diversos grupos se
mantienen a sí mismos mediante organizaciones económicas que tienen un
carácter más o menos corporativo o que están reguladas públicamente; y
todos ellos se albergan en estructuras permanentes dentro de una zona
relativamente limitada. Para dicho autor, los medios físicos esenciales en
la existencia de la c. son la sede estable, el albergue duradero, las
facilidades permanentes para reunirse, hacer intercambios y depositar
artículos y productos; y el medio esencial es la división social del
trabajo (v. TRABAJO HUMANO III), que no sólo intensifica la vida
económica, sino también los procesos culturales. En resumen, podemos decir
que la c. es «un plexo geográfico, una organización económica, un proceso
institucional, un teatro de acción social y un símbolo estático de unidad
colectiva» (L. Mumford, La cultura de las ciudades, Buenos Aires 1945, cit.
por D. D. Vidart, o. c. en bibl., 361 ss.).
4. Comunidad rural y sociedad urbana. Frecuentemente, los sociólogos
estudian la sociedad urbana sobre la referencia de la comunidad rural. Tal
modo de proceder transciende, e incluso es llevado por algunos a sus
últimas consecuencias, en ciertas definiciones de la sociedad urbana. Así,
Refield califica a ésta simplemente como opuesta a la rural, a la que
define, a su vez, como pequeña, aislada, homogénea, cuyos miembros tienen
un fuerte concepto de solidaridad.
Sin radicalizar de tal modo la contraposición, dicho punto de
partida parece realmente válido. Por eso nos acogeremos a él, señalando,
por un lado, que es obligada la referencia al sobrio estudio que hace
Sorokin al respecto (o. c., 481 ss.) y, por otro, que al hablar de
sociedad urbana nos referimos a la constituida en las c. de gran volumen y
alta densidad de población. Dentro de éstas haremos tabla rasa,
considerando que en todas se dan los mismos grupos de población, de
trabajo y ambiente cultural, con independencia del carácter peculiar que
les confiera la naturaleza de sus funciones primarias (c. industrial o
turística, p. ej.), o la estructura de sus servicios (que se adapta, por
lo general, a la composición de la población. Así, p. ej., los servicios
de una c. cuyos habitantes disponen de elevados ingresos diferirán de los
de aquella otra en que predomine una población con ingresos reducidos).
La primera característica diferencial a reseñar entre campo y c. es
de tipo demográfico. El índice de natalidad en las c. de gran densidad es
más bajo que el de las comunidades campesinas (aunque con el proceso de
industrialización los índices de ambas tienden a igualarse), lo que se
traduce en una menor proporción de población infantil. Al mismo tiempo,
las mayores oportunidades laborales que se dan en ellas originan la
existencia en las c. de una mayor población relativa de adultos y jóvenes.
Puede decirse que cuanto mayor es la c. menor es la proporción de niños y
ancianos sobre los jóvenes. Asimismo, se ha comprobado que las mujeres son
relativamente más numerosas en las grandes c. Como es natural, dentro de
la población activa predomina la mano de obra cualificada sobre el
peonaje.
Una segunda característica importante de la c. es la gran mescolanza
que se da en ella entre gentes de muy diversa procedencia, clase social y
posición económica. A veces, dentro de su gran extensión, diversos grupos
económicos o regionales diferenciados tienden a agruparse en distintos
barrios en los que surgen relaciones con cierta semejanza a las que se dan
en la pequeña c. Los emigrantes, que viven por lo general en los barrios
alejados del centro, suelen orientar su vida económica hacia la c., pero
al mismo tiempo intentan reproducir en la comunidad en que viven las
características de una pequeña c. aislada. Tales barrios tienen entre sí
características diferenciales. Los hay residenciales e industriales, ricos
y pobres, etc. A veces, las vecindades formadas por grupos raciales o
regionales (que suelen reflejar al exterior el origen de sus componentes)
son núcleos de tensiones y conflictos con el resto de la sociedad (p. ej.,
los ghettos de la población negra en los EE.UU..).
Tales formas de agrupamiento son las menos frecuentes. La vecindad
consiste en una comunidad de tipo más bien reducido, agrupada en un
espacio limitado, cuyos habitantes mantienen un contacto personal que
puede alcanzar cierta intimidad. Por ello, la vecindad sólo se da
espontáneamente en aquellas comunidades cuyos habitantes se mantienen
unidos por determinados vínculos. Uno de éstos es la propiedad de la
vivienda, al originar la permanencia en ella de sus propietarios que se
sienten solidarios con sus vecinos en cuanto a tareas de conservación,
embellecimiento, etc. En cambio, las relaciones de vecindad serán muy
precarias allí donde los habitantes varíen frecuentemente de residencia.
Tal suele ocurrir en la gran c., donde las personas cambian de alojamiento
por motivos familiares, económicos, laborales, de posición social, etc.
Predomina el inquilinato y la consiguiente falta de solidaridad con un
hogar o un barrio, al no existir conciencia de pertenencia a ellos; desde
luego, las relaciones de vecindad desaparecen por completo allí donde
constituye mayoría la población flotante.
Ello ha dado lugar a que se pretenda por diversos medios (acceso a
la propiedad de las viviendas, consejos de comunidad de vecinos,
incentivos de embellecimiento y conservación, etc.) estimular estas
relaciones de vecindad, aunque sin mucho éXIto. Aun en aquellos lugares
donde se ha intentado, las familias que viven en una misma casa, e incluso
en una misma planta, siguen desconociéndose. Cuando se consigue que los
habitantes de un núcleo determinado desarrollen el espíritu de vecindad,
las personas destacan más fácilmente del anonimato.
Este anonimato de sus habitantes, a que acabamos de referirnos, es
otra de las características de la c. La sociedad urbana es una malla de
integración de personas y grupos amplia y enormemente compleja. Cada
persona, cada grupo, vive en contacto y dependencia con multitud de otras
personas y grupos. Pero tales contactos, si bien muy numerosos y
frecuentes, suelen ser también causales y efímeros en vez de personales y
duraderos. Tienen un marcado carácter superficial. Las personas pueden
verse a diario sin llegar a conocerse nunca. Abundan más las relaciones
complejas, multiformes, superficiales y externamente convencionales que
las sinceras, simples y hondas. El ciudadano se ve sometido a una serie de
relaciones fugitivas, esporádicas, indirectas o secundarias (en actos
sociales, teatros, conferencias, etc.), que a veces llegan a ocupar todo
su tiempo. En cambio, en las comunidades campesinas las relaciones son
menos fleXIbles v más duraderas. El sistema de interacción en las c. es en
cambio más complejo, estereotipado y mecanizado. Se dice a veces que el
ser urbano es un solitario, presa del aislamiento psicológico dentro de
una estructura social de gran amplitud, impersonalidad y complejidad. Hay
en ello exageraciones, pero sí puede considerarse cierto que el anonimato
que es posible en la c. engendra mayores oportunidades de conducta
antisocial: el crimen, el vicio, la delincuencia abundan más en las
grandes c. y aumentan de manera preocupante en las sociedades más
típicamente urbanas. Pero todas estas desventajas tienen una compensación
de considerable entidad: las mayores oportunidades de enriquecimiento
mental y espiritual que originan el desarrollo cultural y la frecuencia de
los contactos sociales propios de la c. Podríamos decir que en ella se dan
tanto los grandes vicios como las grandes virtudes.
La sociedad urbana se encuentra constituida por grupos unidos y
multivinculados mucho más numerosos que en la comunidad rural. De ahí que
esté mucho más diferenciada que ésta. La disimilitud de los rasgos
biológicos y psicosociales es mayor en las c. Su población es más
heterogénea desde los puntos de vista racial, étnico, político, religioso,
moral, artístico, ideológico, etc., lo cual, unido a las grandes
diferencias de condiciones ambientales que se produce en ellas en el
simple periodo de dos generaciones, da lugar a un incesante flujo y
reflujo de individualidades. Las personas pueden ascender o descender más
rápidamente en las escalas intelectuales, sociales, políticas y
económicas. En el campo, en cambio, las escalas sociales son primitivas.
La mayoría de los grupos se hallan aquí mucho menos estratificados. El
número de clases sociales es menor, aunque no dejen de presentarse en su
seno fenómenos de polarización. Las diferencias sociales son menores. La
pirámide de la estratificación es, en consecuencia, mucho menos alta; sus
extremos no están tan separados como los de la sociedad urbana. Tampoco
los extremos de riqueza y miseria, autoridad y sumisión se encuentran tan
separados. La idea de casta es más acentuada y sus clases son más rígidas
e impermeables. En la población de las c., en cambio, existe una mayor
movilidad tanto horizontal como vertical. A las mayores oportunidades
culturales, de trabajo y relaciones se une el anonimato en que se mueve el
ciudadano. Pocas personas conocen sus antecedentes familiares; para bien o
para mal, el ciudadano es hijo de sus obras y no de su estirpe.
Generalmente, no desempeñará la misma función que su familia y con
frecuencia será un transhumante laboral, inestable en una determinada
categoría o estatuto social. Tal movilidad permite que se compensen los
vacíos provocados en la cima de las más altas clases sociales, en las que
se dan reducidos índices de natalidad (v. MOVILIDAD SOCIAL).
También el tempo del cambio sociocultural es más acelerado en las
poblaciones ciudadanas. Las c., con sus oportunidades culturales, son
fácil cuna de pensamientos y corrientes nuevas.
Los vínculos que unen entre sí a los miembros de unas y otras
agrupaciones son distintos. En la urbana predominan los de ciudadanía, y
los restantes (laborales, económicos, religiosos, políticos, nacionales,
raciales, parenterales, de clase) se hallan más diluidos. Tienen menor
fuerza integradora. Contrariamente, la población rural es más homogénea en
sus aspectos psicosociales, opiniones, costumbres, normas de conducta y,
en muchas regiones, también en el étnico, puesto que a los vínculos
territorial y de ciudadanía estatal se unen eficazmente los otros
enumerados.
En las sociedades urbanas predominan los grupos laborales dedicados
a empresas manufactureras, comerciales, mecánicas, profesiones liberales y
burocráticas. El ambiente es artificial, es decir, forjado por la mano del
hombre. En cambio, en las poblaciones rurales prevalecen las actividades
agrarias en sus formas más diversas, en un ambiente natural.
Como consecuencia de todas las diferencias reseñadas, la atmósfera
sociocultural en conjunto, el estilo y patrón de vida, la psicología y la
conducta de la sociedad urbana difieren grandemente de los de la rural.
Son dos mundos socioculturales ampliamente distintos en los que se
desarrollan de modo diferente las facultades personales de los individuos
y se moldean dos tipos de personalidad diferenciados. Por ello, el
individuo componente y fruto de la comunidad rural, el campesino, se
define casi opuestamente al ciudadano. De otra parte desempeña en la
actividad económica un papel fundamentalmente activo. Es un productor
nato. Obtiene directamente de la tierra sus medios de subsistencia y por
ello mismo le afectan gravemente los cambios ambientales y estacionales.
El ciudadano, en cambio, es fundamentalmente consumidor, en lo que a
bienes de subsistencia se refiere. Obtiene sus alimentos en el mercado y,
en consecuencia, le afecta más gravemente la carencia de dinero, tal como
se pone de manifiesto en casos de catástrofes o guerras. Sin embargo,
apenas le afectan las condiciones ambientales o estacionales.
5. Consideración final. Actualmente se da una creciente aproximación
en los países más industrializados y urbanizados entre el campo y la c.
Las nuevas fuentes de energía, las grandes facilidades de comunicación y
transnorte creadas nor la radio, el teléfono, la televisión, los
automóviles y demás logros técnicos modernos provocan una tendencia hacia
la homogeneización que abocará, en su punto de pleno desarrollo, a la
configuración de un mundo sociocultural distinto al de cualquier otra
época anterior.
BIBL.: P. A. SOROKIN y C.
ZIMMERMANN, Principies of RuralUrban Sociology, Nueva York 1929; P. A.
SOROKIN, Sociedad, Cultura y Personalidad, 3 ed. Madrid 1963, 481 ss.; M.
WEBER, Economía y Sociedad, III, México 1944; N. P. GIST y L. A. HALBERT,
Urban Society, Nueva York 1932; L. T. SMITH y C. A. MAC MAHAN, The
Sociology of Urban Life, Nueva York 1951; N. ANDERSON, Sociología de la
comunidad urbana, México 1965; E. E. BERGEL, Sociología urbana, Buenos
Aires 1955; D. D. VIDART, Sociología rural, Barcelona 1959; A. H. HAWLEY,
Ecología humana, Madrid 1962.
FRANCISCO RAFAEL ORTIZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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