Generalidades. El e. es una palabra de nuevo cuño y de un sentido señalado
por una enorme vaguedad; de ahí la pluralidad de existencialismos entre sí
irreductibles (v. I-II). El más conocido de ellos, el de J. P. Sartre
(v.), afirma la prioridad de la existencia sobre la esencia, carente ésta
de toda normatividad, con la consiguiente exaltación de la libertad. Se
hace todo ello difícilmente inteligible, ya que la palabra existir carece
de sentido si no se refiere a algo como existente, y este algo es una
ese}Icia presupuesta a toda existencia, ya sea condición elemental (p. ej.,
esencia de color o de sonido), ya con sus relaciones regidas por teoremas
matemáticos y por leyes físicas, cuya necesidad es manifiesta (v. ESENCIA;
EXISTENCIA).
La especie de «moral» que se puede deducir de este paradójico e.
considera, pues, que no existen normas, o leyes, morales objetivas y
universales; y la bondad o rnaldad de cada acción se mediría sólo por la
libertad con que se realiza en cada caso o situación; una libertad difícil
de entender y valorar como ya se ha dicho. Es evidente el subjetivismo e
individualismo radical que estas ideas comportan, en contradicción, por
otra parte, con otras pretensiones del e. (v. I), y es evidente la
parcialidad de esta clase de ética que considera sólo uno de los factores
o aspectos de la moralidad de los actos humanos, el de la libertad, pero
no el de la ley moral. Esta moral suele denominarse «ética de la
situación»; su estudio se hace en otro artículo de la Enciclopedia (v.
SITUACIÓN, ÉTICA DE), por ello trataremos aquí únicamente de los aspectos
que podríamos llamar existenciales de la moral general.
Sin entrar en mayores precisiones sobre la definición y análisis de
la distinción entre esencia y existencia -tema hondamente considerado, a
nivel metafísico, por los escolásticos- y limitándonos a una
caracterización de orden más bien fenomenológico de lo existente frente a
lo puramente esencial, de lo real frente a lo ideal. Esta caracterización
se reduce a lo siguiente: lo esencial o ideal es único, ilimitado,
perfecto y simple; lo existente o real es múltiple, limitado, imperfecto y
complejo. Así es una sola la definición del triángulo, pero se dan muchos
triángulos trazados por ahí; una sola la definición del perro, pero hay
una muchedumbre de variedades e individuos perrunos. El hombre no tiene
una estatura limitada por su esencia, pero la tienen los hombres
existentes entre una dimensión máxima y mínima registrada por la
estadística. La circunferencia ideal o perfecta tiene todos sus puntos
equidistantes del centro, pero las circunferencias reales son imperfectas,
como también lo son los cuerpos en su condición de sólidos, líquidos o
gaseosos. En el mundo ideal las esencias se hallan separadas entre sí,
aunque caben combinaciones de ellas; en el mundo real éstas se dan de
hecho en cada punto del espacio y momento del tiempo. Finalmente, la
desigualdad es condición obligada de lo real: no hay dos granos de arena
ni dos gotas de agua iguales, y las diferencias individuales aumentan a
medida que se asciende a la escala de los seres. Tal es el balance del
auténtico existencialismo.
Los principios y su aplicación práctica. En el orden moral, se dan
principios esenciales y aplicaciones casuísticas a la realidad. El
escritor francés Lévy Bruhl, en su libro La moral y la ciencia de las
costumbres, trata de desvirtuar la moral normativa alegando el contraste
que se echa de ver en los moralistas entre la unanimidad de sus principios
y las discrepancias en las soluciones prácticas. Este contraste es cierto,
pero no por carecer de valor las normas morales sino por su posible
interferencia en la realidad. Se da en ella algo parecido a lo que sucede
en mecánica con la composición de fuerzas. Cada móvil tiene en ella una
dirección y una velocidad determinada, pero al coincidir varios de diversa
dirección y con diversa intensidad, prevalece como resultante el más
fuerte. También en la vida moral caben valores heterogéneos de diversos
grados de obligatoriedad, y su resultante o valor llamado a prevalecer
puede ser variable y prestarse a discusión, pese a la uniformidad en el
reconocimiento de aquellos valores. Ésta es la primera manifestación del
e. en el orden moral: el de la casuística que divide a los moralistas,
aunque estén de acuerdo en los principios.
Para calificar los actos morales, los antiguos echaron mano de un
enunciado comprensivo de los factores de moralidad que en latín dice así:
quis (quién), quid (qué), cur (por qué), quibus auxiliis (con qué medios),
quomodo (cómo), ubi (dónde), quando (cuándo; v. MORAL III, 1). Todos ellos
se reducen al criterio de finalidad objetiva (quid), subjetiva (cur), de
utilidad (quibus auxiliis, quomodo), de circunstancialidad (ubi, quando).
Ante todo la finalidad. Hay una finalidad natural de carácter
objetivo, que es la fundamental para la calificación moral: cabe
significarla por la palabra quid. Hay otra finalidad adoptada poi el
agente (cur), que la cifra en el placer y el dolor, de suyo no inmorales,
pero posiblemente en relación con el orden moral. De esa manera el finis
operantes (cur) puede ser distinto del finis operis (quid), pero debe
estar de acuerdo con él (V. FIN). Así la embriaguez es agradable, pero es
inmoral porque degrada al hombre de su condición de racional; la limosna
dada por vanidad carece de valor moral, etc.
En segundo lugar se tiene en cuenta en la moral la utilidad o
eficacia y seguridad de los medios conducentes a los fines (quibus
auxiliis, quomodo). De tales medios puede haberlos eficaces, pero a la vez
inmorales -p. ej., la mentira para conseguir un fin honesto-, en cuyo caso
el medio hace inmoral el fin. Finalmente, la circunstancia del espacio (ubi)
y del tiempo (quando), en los que se cruzan una pluralidad de objetivos de
diverso valor sentimental y moral y aun indiferentes, previstos pero no
intentados por el agente. Éste no contrae su inmoralidad si se hallan
neutralizados por los objetivos intentados por él, y por tanto no le son
imputables, si realmente son accidentales y como marginales a su voluntad.
Son los que reflejan el aspecto existencialista de la moralidad o de
composición de valores morales que decíamos antes. A ello se agrega la
diferencia temperamental de los individuos tocante al placer y al dolor
con que las afectan los objetivos de la vida. Se dan circunstancias
objetiva o subjetivamente eximentes, atenuantes o agravantes de la
inmoralidad.
Queda por comentar el epíteto quis. Significa la condición social o
profesional del agente que le puede hacer especialmente responsable de un
acto, p. ej., el médico que atente a la salud de su cliente, el juez que
sentencia en falso, el policía que no vigile o detenga a un delincuente;
la división del trabajo social es de tener en cuenta en este aspecto de la
moralidad.
Moral y Derecho positivo. Lo social entraña lo jurídico, que
pretende una finalidad que no es la del acusativo quid de la moralidad,
sino el dativo cui o sea para quién han de ser los valores morales. Aquí
se da la posible colisión del egoísmo y del altruismo. Jurídicamente
hablando, debemos estimar a la persona ajena como equivalente a la propia,
pero es notorio que naturalmente pesa más en nuestro ánimo ésta que
aquélla, y tiende lo ajeno a ser postergado a lo propio. El amor al
prójimo como a sí mismo, fórmula de la caridad cristiana, los equipara
aunque sin precisar tampoco los límites de ese cómo en caso de colisión.
Las normas del derecho se enderezan a ello por la autoridad imperativa del
bien común con sus leyes y la iniciativa de los ciudadanos con sus
compromisos contractuales. La desigualdad de trato es manifiesta entre
propietarios y trabajadores y las diversas clases de éstos, y se halla aún
muy lejos de la justicia ideal. También aquí la imperfección de lo
existente -prevalencia del egoísmo sobre el altruismo- la obstaculizan (V.
DERECHO Y MORAL).
Pero donde el e. se destaca más en el orden jurídico es en la
pluralidad de comunidades estatales con su derecho privativo llamado
derecho positivo vigente, en contraste con el derecho natural (v.)
universal. El valor de tal derecho positivo se cifra en su conformidad con
el natural, pero acomodado a la variedad de países y de épocas, o sea, a
la geografía y a la historia. Geográficamente difieren los países por su
ambiente físico y su nivel cultural; históricamente, por el desarrollo de
este nivel cultural a lo largo del tiempo y consiguiente progreso del
criterio jurídico. El poder legislativo define este criterio jurídico en
abstracto y el poder gubernativo o ejecutivo (más en concreto, el poder
judicial) lo define casuísticamente y lo avala por la fuerza; a uno y otro
deben los súbditos someterse, sin perjuicios de las reservas mentales que
hagan en orden a su justicia. Las relaciones entre las comunidades
estatales se llaman internacionales, y pueden ser pacíficas o violentas,
ya que, de no ponerse de acuerdo, éste no puede venir más que por la
guerra, cuya universalidad existencial desgraciadamente es un hecho, sin
que se vea la manera de conjurarlo, pese a los crecientes esfuerzos que en
tal sentido se vienen haciendo recientemente. Por lo demás la diferencia
en la formulación del derecho positivo no supone la negación de la esencia
humana, sino sólo su historicidad; de ahí que no implique en modo alguno
el relativismo (v. DERECHO NATURAL).
Moral y ascética personal. Finalmente, la crisis moral de la
humanidad históricamente existente es reconocida y proclamada por todos
los pensadores. S. Pablo, en su Epístola a los romanos, denuncia la
condición paradójica del hombre que no hace el bien que quiere, sino el
mal que odia, y eso por la lucha interna entre el espíritu conforme con la
razón y la carne que se le rebela y se le impone. El poeta Ovidio dijo
otro tanto con aquello de video meliora, proboque, deteriora sequor, «veo
lo que es mejor, lo apruebo, pero hago lo peor». Los escolásticos
distinguían un doble apetito (v.), el concupiscible y el irascible. El
concupiscible induce desenfrenadamente a la prosecución del placer sobre
todo sensible, y a la huida del dolor; todo ello con vistas
preferentemente a sí mismo y a la postergación de los demás. El irascible
hace reaccionar violentamente ante toda contrariedad. Uno y otro actúan al
margen de toda razón, a la simple vista de sus objetos (v.
CONCUPISCENCIA). La Iglesia, siguiendo la Revelación, enseña que los
primeros padres del género humano incurrieron en el pecado llamado
original, de desobediencia, que se transmite a sus descendientes, con el
consiguiente quebranto de su integridad moral (v. PECADO Iii). En una
palabra, no se da naturalmente en el hombre la obligada subordinación de
lo inferior a lo superior, y así ésta tiene que imponerse por la voluntad
secundada por las aspiraciones más nobles del espíritu, que tampoco
faltan, si bien atenuadas. De este desorden interior debemos partir para
trazar las normas de la conducta moral y enjuiciarlas tras de cumplidas o
incumplidas (v. ASCETISMO II; LUCHA ASCÉTICA).
Contra esta situación se hace preciso reaccionar y ello se logra con
las virtudes (v.) morales, que son adjetivas para la moralidad y no
constitutivas de ella: tales son, además de la justicia, la prudencia, la
fortaleza y la templanza. La prudencia (v.) prevé los objetos futuros y
provee a ellos ordenándolos según su importancia moral jerárquica. La
fortaleza (v.) induce a afrontar con valor los dolores y contrariedades de
la vida, las dificultades y los peligros. La templanza (v.) frena el
apetito del placer y las violencias de la cólera, así como los impulsos
desordenados y estériles de nuestra actividad. Una y otra actúan también
en el proceso de la voluntad, induciendo a la audacia sin incurrir en la
presunción, y moderando el temor sin caer en la temeridad. Sustine el
abstine, decían los estoicos, o sea, aborda con firmeza la adversidad y
sacrifica fácilmente la prosperidad. La mortificación (v.) cristiana no
pide otra cosa, y ello no sólo en el momento de la tentación de faltar al
deber por el placer, sino anticipándose a ella. Contra la apatía o
indiferencia afectiva y la pereza o inactividad efectiva cabe también
reaccionar. Procede asimismo desvanecer la gran ilusión de la vida,
consistente en creerse cada uno de nosotros en el centro de un mundo
dispuesto para servirle, exaltando su propio valor y menospreciando el de
los demás, y perseguir sus objetivos como si fueran perfectos, seguros y
perdurables, o no imperfectos, inseguros y efímeros como lo son de hecho
(la felicidad de este mundo es un mito), terminando todos a la hora de la
muerte. La meditación de la muerte debería ser familiar al hombre; ella le
induciría a juzgar del auténtico valor de los bienes de la vida temporal a
la luz de la eternidad inminente, momento moral decisivo de la existencia
humana para su salvación o condenación (v. ESCATOLOGÍA).
V. t.: MORAL 1; SITUACIÓN, ÉTICA DE; LEY.
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auténtica y sus falsificaciones, Madrid 1960; íD, Morality and situation
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Francfort 1951; F. BATAGLIA, II problema morale nell'esistencialismo,
Bolonia 1949; C. FARRO, Introduzione all'ateismo contemporaneo, Roma 1964,
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Situation et probabilité chez St. Thomas d'Aquin, «Rev. philosophique
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moral de situación (23 mar. 1952 y 19 abr. 1952),
JUAN ZARAGUETA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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