Tercer monarca de la casa de Borbón en España. Cuarto hijo de Felipe V y
de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya. N. en Madrid el 23
sept. 1713. Pocos meses después de su nacimiento, murió su madre.
Sobrevivió a los tres hermanos, el primogénito de los cuales, Luis
Fernando, reinó con el nombre de Luis I en 1724, y a su muerte, en ese
mismo año. F. fue jurado heredero en la iglesia de S. lerónimo (Madrid).
En enero de 1729 casó en Badajoz con la princesa Bárbara de Braganza
(1711-58), hija de los reves de Portugal luan V y Mariana de Austria, al
mismo tiempo que su hermanastra María Ana Victoria contraía matrimonio con
el heredero de Portugal, rey con el nombre de losé 1 (1750-77). Con esta
doble boda parecían reconciliarse los clos reinos peninsulares, después de
casi un siglo de rivalidad.
F. y Bárbara de Braganza no tuvieron hijos. Por ello, a la muerte de
Fernando VI (Villaviciosa de Odón, 10 ag. 1759) le sucedió su hermanastro
Carlos 111 (v.). Un año tintes había muerto Bárbara de Braganza (Aranjuez,
27 aro. 1758), mujer de carácter dulce, asmática, melancólica y aficionada
a la música, que contó siempre con la confianza de su esposo; se mantuvo
no obstante alejada de los negocios de Estado y procuró no influir
directamente en el ánimo real. Sin embargo, con inteligencia y bondad,
complementó la personalidad de Fernando VI, proporcionándole la firmeza de
que carecía en muchas ocasiones. Por su parte, Fernando VI, distanciado de
los asuntos de gobierno mientras fue príncipe de Asturias y tratado con
poco afecto por su madrastra Isabel de Farnesio, se formó en un ambiente
de melancolía, que pesó en su voluntad apática, hasta el punto de
descuidar sus f1111CÍ0nes de rey, especialmente en los últimos años de su
vida. Este temperamento y las circunstancias de la época pueden explicar
la política neutralista española (te abstencionisino, que caracteriza el
reinado de Fernando VI. Pero este monarca apático, sin iniciativas
personales y de escaso talento, poseía un carácter recto, un elevado
concepto de la dignidad real, una prudencia ilimitada y un ' buen sentido
común para rodearse de colaboradores eficaces, que realizaron su propia
política, contando con el asentimiento real.
Ministros de Fernando VI. Los más destacados fueron cl marqués de la
Ensenada (v.), José de Carvajal y Lancáster (1698-1754) y Ricardo Wall (m.
1778). Cuando Fernando VI heredó el trono a la muerte de Felipe V (1746),
el logroñés de ascendiente vasco por línea materna Zenón de Somodevilla y
Bengoechea, ennoblecido con el titulo de marqués de la Ensenada (1736) por
el rey de Nápoles (luego rey de España con el nombre de Carlos 111), era
secretario de Hacienda, de Guerra, de Marina y de Indias, entre otros
títulos y cargos que ostentaba. Neutralista y francófilo, preocupado por
la protección de las provincias americanas y decidido reformista en
política interior, cuyas realizaciones contribuyeron a mejorar la
economía, la hacienda, las obras públicas, la agricultura, Ctc., fue
confirmado en sus cargos por Fcrnsndo Vi. Ensenada, que de escribiente de
una compañía consignataria de buques en Cádiz había pasado a Ocuparlos
puestos más elevados de gobierno, aportó más que nadie las ideas y las
realizaciones que matizan el reinado de Fernando V1 como una época de
incipiente reformismo.
Con la influencia de Ensenada, el marqués de Villadarias, que
propugnaba continuar la política de Felipe V, fue sustituido en la
secretaría de Estado por el extremeño ilustrado y anglófilo José de
Carvajal y Lancáster (16981754), hijo del duque de Linares y de una
inglesa perteneciente a la familia Lancáster. Carvajal había iniciado su
carrera política en la Real Chancillería de Valladolid como oidor de la
misma. Cuando fue elevado a ministro de Estado era miembro del Consejo de
Indias, con una extraordinaria capacidad de trabajo, que no presumía su
escasa apariencia ni su timidez. Durante toda su vida se mantuvo en una
línea de austeridad e integridad que le permitió desempeñar con acierto la
presidencia de la junta de Comercio y Moneda, la superintendencia de
Postas y Correos y la dirección de la R. A. Española de la Lengua. Su
protección a la cultura fue decidida y entusiasta. Con este ministro y con
Ensenada pudo Fcrnan; do VI mantener su política de equilibrio, sin
inclinar demasiado la balanza de las influencias o de las decisiones ni
hacia el lado francés ni hacia el inglés, hasta que, tal vez por
intervención de los ingleses, que no podían perdonar a Ensenada la gran
obra realizada en la construcción naval y en el perfeccionamiento del
ejército, el poderoso ministro fue destituido y desterrado a Granada,
acusado de efectuar negocios en beneficio propio.
De los dos partidos existentes, el continentalista y el
Atlántico-mundial, predominó éste dirigido por Ensenada y Carvajal. Ambos
ministros, aunque francófilo uno y anglófilo otro, coincidían en lo
fundamental y diferían en lo accidental. Los dos pretendían conservar las
Indias, frente a las ambiciones francesas e inglesas, por el procedimiento
del equilibrio; Ensenada, mediante la paz armada, de ahí sus esfuerzos por
modernizar la Marina y el Ejército; Carvajal, por la diplomacia, que
desembocó en el tratado de 1750 con los ingleses. Ensenada no quería
fundamentar la paz en la lealtad inglesa, y por eso buscaba la alianza con
Francia y el convincente argumento de una poderosa escuadra. En todo este
juego, F. era el rey al que se reserva la última baza. El resto del
tablero lo ocupaban Ensenada y Carvajal.
A la muerte de Carvajal (1754), le sucede en la Secretaría de Estado
otro anglófilo, reformista y regalista, de origen irlandés y nacido en
Francia: Ricardo Wall (m. 1778). Había servido en el ejército de Nápoles e
Indias con el grado de coronel de Dragones. En 1752 fue ascendido a
teniente general. Se cree que en su nombramiento pudieron influir las
gestiones del embajador inglés Benjamín Keene, pero bastaba la anglofilia
del candidato para que Fernando VI se decidiera por él, a fin de mantener
el equilibrio con la francofilia de Ensenada. Sin embargo, el nuevo
ministro, también neutralista, era más anglófilo que su predecesor, y
pronto se percibió en España una mayor tendencia pro británica. El choque
con Ensenada hubiera sido inevitable, si éste no hubiera perdida la
confianza del rey y sus ministros. Empeñado en llevar la política exterior
por su cuenta (gestiones de alianza con el Gobierno francés a través del
embajador español en París) y enemistado con Fernando VI a causa de su
oposición a ceder a los portugueses parte de Paraguay a cambio de la
colonia de Sacramento, Ensenada fue sustituido por el prudente conde de
Valparaíso.
Política exterior. Fernando VI heredó el segundo pacto de familia
(v.) (tratado de Fontainebleau, de 25 oct. 1743), pero con poco
entusiasmo. Continuar la guerra de Sucesión de Austria (v.) no encajaba
con su idea de neutralidad, pero tampoco se atrevía a desligarse
totalmente de los compromisos adquiridos, pues si pactaba con los
ingleses, Francia no prestaría su apoyo a los infantes españoles: a D.
Felipe, para establecerse en Milán y en los ducados de Parma y Plasencia;
a D. Carlos, para garantizarle el reino de Nápoles. Además, Francia se
había comprometido también a declarar la guerra a Inglaterra, con objeto
de que España pudiera recuperar Gibraltar y Menorca, ambas en poder de los
ingleses. La política de equilibrio se presentaba difícil. El Gobierno
español necesitaba un entendimiento tanto con Francia como con Inglaterra.
Con ésta especialmente, para proteger sus posesiones y el comercio con
América, y porque la esperanza de un Gibraltar español, sobre todo, se
avenía con cualquier alianza. Por otra parte, ni Fernando VI ni sus
ministros estaban dispuestos a ceder a las pretensiones inglesas de tutela
en la Península y en las provincias de América. La guerra, pues, continuó,
combatiendo las tropas españolas junto a las francesas y obteniendo
algunos éxitos en Provenza, al mando del infante D. Felipe, del marqués de
la Mina y del mariscal Belliste. Las victorias de las fuerzas conjuntas
galohispanas entorpecieron la maniobra del ministro inglés duque de
Newcastle (Thomas Pelham Holles), que confiaba obtener algunos triunfos
militares para negociar en buenas condiciones con Francia y España.
Fernando VI consideró como cuestión personal oponerse a cuanto
pudiera perjudicar los intereses de los infantes D. Felipe y D. Carlos en
Italia, y no ceder en lo referente a Gibraltar y al asiento de negros. Por
lo que respecta al asiento, convenio o acuerdo entre la corona y un
particular, mediante el cual este último recibía una explotación comercial
con carácter de monopolio, lo ejercía Inglaterra en América, en exclusivo
provecho suyo, beneficiándose también, desde la paz de Utrecht (v.), del
navío de permiso. Por esta concesión, que afectaba al tráfico comercial
con las posesiones españolas en América, Inglaterra no sólo había
conseguido enviar un buque de 500 t. anualmente, sino que había
introducido la idea de la libertad de comercio y efectuado un intenso
contrabando, que desembocó en el acaparamiento de las importaciones en los
puertos con los que establecía contacto.
Olvidándose de los compromisos contraídos con España por el segundo
pacto de familia, Francia comenzó a negociar unilateralmente con
Inglaterra. El resultado fue que el Gobierno español se vio obligado a
aceptar el tratado de Aquisgrán (1748), que ponía fin a la guerra de
Sucesión de Austria. Por este tratado, al infante D. Felipe se le
reconocía el derecho a los ducados de Parma y Plasencia, pero se le
sustituía el más importante de Milán por el insignificante de Guastalla.
De Gibraltar y Menorca no se decía nada. Inglaterra continuaba
beneficiándose del asiento de negros y del navío de permiso. Dentro del
marco de la guerra de Sucesión de Austria, pero en América, se desenvolvió
la guerra de la Oreja de Jenkins (1739-48) entre España e Inglaterra, que
los españoles denominaban guerra del Asiento. Terminado el conflicto,
Fernando VI pudo llegar a un acuerdo con los ingleses, a través de la
política de entendimiento hispanoinglés, propugnada por Carvajal y
encaminada a favorecer la seguridad de las posesiones españolas en América
y a garantizar la devolución de Gibraltar y Menorca. En octubre de 1749 se
concertó con el embajador inglés, Keene, un convenio por el que España
indemnizaba a la Compañía inglesa del Sur por los cuatro años que había
estado en suspenso el asiento de negros y se confirmaban los tratados
anteriores en lo referente a la navegación y comercio de los ingleses en
los puertos españoles.
El esquema de neutralidad española se completó, respecto a Portugal,
con la firma del tratado de 13 en. 1750, por el que se fijaban los límites
de los dominios de ambos países en América. Portugal devolvía a España la
colonia de Sacramento, a cambio del territorio paraguayo de Ibicuy, donde
los jesuitas habían fundado misiones; pero la oposición surgida en
Portugal, y en España por parte del Consejo de Indias, de Ensenada, de los
jesuitas y del infante D. Carlos, impidió que se ratificase el tratado.
Con Cerdeña, se estrecharon las relaciones, concertándose el matrimonio de
la infanta María Antonia Fernanda, hija menor de Felipe V e Isabel de
Farnesio, con Víctor Amadeo, duque de Saboya, heredero del trono sardo.
Con Austria, se formó una alianza defensiva, cuyo objeto era mantener la
paz en Italia y asegurarse mutuamente sus dominios en Europa. El
instrumento de esta alianza fue el tratado de Aranjuez de 14 jul. 1752.
Las relaciones con la Santa Sede, enturbiadas por la cuestión de las
regalías (prerrogativas reales en asuntos de competencia eclesiástica) y
desde el reconocimiento por el papa Clemente XI del archiduque Carlos de
Austria como rey de España (1709), no se habían mejorado a pesar de la
concordia de 26 sept. 1737. Fernando VI que, aunque regalista, deseaba
llegar a un acuerdo, firmó el Concordato de 11 en. 1753, con el papa
Benedicto XIV, por el que éste reconocía el derecho universal de patronato
en todo lo que no contradijera a los patronatos particulares, y
concretamente al rey de España el derecho de nombrar y representar, en
todas las iglesias metropolitanas, catedrales, colegiatas y diócesis, las
dignidades, canonicatos, prebendas y beneficios de cualquier clase,
excepto lo que se reservaba el Papa.
Política interior. Se ha descrito la época de Fernando VI como de
paz plácida, en la que el P. Feijoo (v.) sintetiza la modesta cumbre del
pensamiento español. El mismo Feijoo enjuicia el bajo nivel de la cultura
española, sintiendo que no progresaran las ciencias, como en otros países,
a causa principalmente de inútiles discusiones metafísicas. No obstante,
en el reinado de Fernando VI se inicia modestamente un cambio que será más
profundo en el de Carlos 111. Financieramente, se resolvió la crisis del
reinado anterior. Mediante la reorganización de la Hacienda, obra de
Ensenada, se simplificó el sistema tributario, se elevaron los ingresos
del Tesoro y las rentas de las provincias americanas. Las obras públicas,
hasta entonces descuidadas, experimentaron un notable impulso: carretera
de Madrid a La Coruña (1749), de Santander a Reinosa (1754), etc. Se
estimularon los estudios hidrológicos para hacer navegables los ríos y
extender los riegos. Las obras del canal de Castilla, abandonadas durante
siglos, se reanudaron en 1753. Al mismo tiempo se inició el canal del
Manzanares al Jarama, y el canal de Campos. Se mejoraron los puertos de La
Coruña, Gijón, Bilbao y Málaga. Los recursos naturales del país se
explotaron más racionalmente con el asesoramiento de extranjeros. Se
mejoró la industria, especialmente la naval, y se favoreció el desarrollo
de la industria de la seda, aplicando los métodos proteccionistas del
colbertismo francés. En Sevilla se instaló la mayor fábrica de tabacos del
mundo. Por las Ordenanzas de 1752, debidas al conde de Campomanes (v.), se
perfeccionaron los servicios de correos: reparto a domicilio, buzones y
pliegos certificados. La Compañía de Santo Domingo o de Cataluña (1755)
permitió el comercio de este principado con Santo Domingo, Puerto Rico e
isla Margarita, en condiciones privilegiadas. La compañía de Aragón (1746)
pretendió la recuperación económica de este reino, aunque con poco éxito.
Peor resultado tuvo la Compañía de Zarza la Mayor (1746), que exportaba
lanas y frutos a Portugal. La Compañía de San Fernando, creada en Sevilla
(1747), fracasó en su comercio con Indias. Otras compañías creadas para
estimular el comercio interior también decayeron. El nuevo espíritu
chocaba con el antiguo. En un reinado de transición como éste, poco
brillante y aún no suficientemente estudiado, era difícil que triunfara el
espíritu de reformas, tal vez porque éstas no se realizaban a fondo y
porque, en definitiva, apenas se modificaban las viejas estructuras.
Los últimos años del reinado de Fernando VI fueron de casi completa
paralización de la vida nacional y de la diplomática. En 1756 comenzaba la
guerra de los Siete Años (v.), y el monarca español se empeñaba en
continuar una neutralidad que los modernos investigadores consideran un
error. Los franceses, que habían conquistado Menorca a los ingleses,
ofrecieron la isla a cambio de la alianza española. Fernando VI rechazó la
propuesta, así como la inglesa de Gibraltar, si España tomaba parte en la
lucha de su lado. Tal vez la oferta inglesa fuera insincera, pero la
actitud oficial española contribuyó muy poco a cambiar el rumbo de la
historia.
V. t.: BORBÓN, CASA DE (España).
BIBL.: J, L. COMELLAS, Historia
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Amadeo 111 (1749), Turín 1953; M. D. GóMEZ MOLLEDA, El pensamiento de
Carvajal y Lancáster y la politica internacional española del siglo XVIII,
«Hispania» 57, XIV (1954); ÍD, La política de neutralidad del absolutismo
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Madrid 1905; A. GARCíA RIVEs, Fernando VI y doña Bárbara de Braganza
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inédita del P. Rácago, confesor de Fernando VI, Madrid 1936.
CARLOS R. EGUÍA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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