INCONSCIENTE Y SUBCONSCIENTE
Expresan estos términos la ausencia y la atenuación, respectivamente, de lo
consciente, entendiéndose por éste, lo perceptible, de manera inmediata y
directa, por el sujeto como suyo, p. ej., un dolor, un acto volitivo, etc. En
general se llama i. a todo lo que está fuera del ámbito de la conciencia (v.).
De la Filosofía este término pasó al terreno de la Psicología para designar una
zona psíquica difusa que se opone a la conciencia y que, sin ser advertida,
influye de alguna manera en el actuar humano. Prescindiendo del significado
filosófico, en Psicología se suele llamar i. al conjunto de aquellos procesos
psíquicos (sensaciones, representaciones, etc.) que escapan a la introspección
(v.); se trata de acontecimientos de la vida pasada, caídos en el olvido, y que,
sin embargo, presionan y gravitan en la conciencia del presente, condicionándola
o cualificándola en diversos aspectos.
1. Realidad del inconsciente psíquico. A diferencia de lo mineral y
vegetal, y de cualesquiera funciones exclusivamente biológicas, el ser con
capacidad perceptiva tiene como característico lo consciente. En afecciones,
como el dolor, su misma existencia implica el ser advertidas; en funciones como
el conocer o apetecer, aunque la atención se dirige primariamente al término de
la función, ésta es también advertida. Ello puede hacer pensar que todo en
nuestro psiquismo -lo suprafisiológicoes consciente; sin embargo, siendo
indudablemente psicológicas o psíquicas la asociación (v.) y la memoria (0, no
es menos cierto que se deben ambas, además de a otros factores, a los vestigios
de percepciones retenidos en el psiquismo. De tales vestigios, con cuya ayuda el
sujeto asocia y recuerda, no tiene él percepción inmediata alguna; tampoco la
tiene del modo como se han producido, de su fijación, mutua vinculación,
alteraciones ulteriores, ni del proceso suscitador de ellos, debiendo hacerse de
nuevo presentes conscientemente los contenidos mentales anteriormente
percibidos. Así, entre esta última fase consciente y la primera consciente
también, el proceso asociativo es, en parte, psíquico inconsciente (intrapsíquico).
Se le conoce entonces, no por percepción directa, sino por deducción.
La realidad de lo suprafisiológico o psíquico inconsciente se admitió en
psicología desde antiguo. Cometido principal de ella era, según autores del s.
vi a. C., estudiar la naturaleza del alma humana, y en modo alguno se suponía
que lo ahí implicado en su integridad fuese perceptible inmediatamente por el
sujeto como suyo.
2. Problemática psicológica. Las primeras formulaciones del i. hechas a
fin del s. xix por Janet (v.) y Freud (v.) aparecen en contra de la psicología
de la época. En efecto, la postura Inás general entonces era la negación del
inconsciente. El antecedente de esta postura es Descartes, que había
identificado lo psíquico y lo consciente; posición que fue prácticamente
mantenida durante casi dos siglos por el asociacionismo (v.) y que llegó a la
negación expresa de toda realidad psíquica que no fueran los fenómenos
conscientes. La Psicopatología (v.), por su parte, se centraba entonces en las
causas orgánicas de las anomalías mentales. De otra parte, fenómenos atribuidos
a los i., como las alteraciones de los impulsos, los sentimientos de frustración
y de celos, por ser advertidos, deberían calificarse de los dos modos,
conscientes e i. a la vez. Sin llegar a ese extremo, tampoco eran fáciles de
aceptar las percepciones inconscientes, aunque Leibniz hubiese dado un ejemplo
en la audición no percibida de la caída de cada gota de la ola, siendo
percibidas las mismas no oídas, al ser muchas.
En contraste con esta posición reacia, surgió la favorable (llevada por
cierto por Freud hasta extremos muy exagerados) de atribuir al i. los procesos
de creación artística y análogos, de ver en él la causa de los sueños, la clave
de errores verbales o de acción llamados casos fallidos, el agente decisivo en
la sugestión poshipnótica y en la evocación de recuerdos durante la hipnosis; en
fin, la razón de ser de situaciones psíquicas angustiosas, con sus derivaciones
patológicas funcionales. Estos hechos son indudables y la realidad de lo
psíquico inconsciente no lo es menos. Pero, ¿qué pensar de la relación entre
esta realidad y aquellos hechos?
3. Interpretación. Por lo dicho, tenemos una idea del proceso
consciente-inconsciente-consciente. En la formación de disposiciones operativas,
y en el desarrollo de las aptitudes, la realidad demuestra, que un mismo
ejercicio, hecho primero con gran esfuerzo consciente, llega a automatizarse,
resultando su práctica en unos detalles de forma inadvertida y en otros con
escasa advertencia. Es, pues, triple el modo de actuar de unas mismas
potencialidades psíquicas: consciente, inconsciente, subconsciente. Es además
fundamental en todo ello, según lo visto, la función asociativa con sus
caracteres señalados. A la luz de estos datos habrá de examinarse la
problemática mencionada.
a) Creación artística y análogas. Prevalece en ellas lo intuitivo y rápido
o lo reflexivo y pausado en uno mismo, según autores y según ocasiones. En toda
hipótesis la producción supone siembra y asiduo laboreo, con consciente
atención, tensa unas veces, relajada, pero real otras. Que en unas la actividad
requiera más esfuerzo, y en otras requiera más la percepción de relaciones, es
clave de las síntesis creadoras; que se logre con más o menos facilidad y
rapidez, nada prejuzga respecto de lo consciente o i. de esa actividad, que será
la misma en ambos casos. Lo que sí es importante en orden a su ritmo es la
función asociativa, sobre todo la intelectual, pues en ella sí existe el grado
de inconsciencia ya antes mencionado. Añadamos que la explicación es del todo
coherente con la de los psicólogos estudiosos del problema, entre otros Ribot,
lastrow, Bahler y Allers (v. CREACIÓN, PSICOLOGÍA DE LA).
b) Los sueños. Desde luego, al soñar son advertidos éstos, aunque sea a
veces muy escaso su recuerdo. Hablar de los no advertidos sería como hacerlo,
por propia experiencia, de colores nunca vistos. Es patente el contraste entre
el soñar y el pensar en estado de vigilia; y es natural que lo sea, por la
falta, en el sueño, de dominio sobre la actividad mental y de percepción de
realidades objetivas; en tanto que éstos junto con la reflexión y motivación
intelectual, en estado de vigilia, favorecen la decisión personal y sus
derivaciones. Con estas diferencias, enteramente ajenas a la autopercepción
consciente, agravadas si cabe por las condiciones fisiológicas del d Drmir, es
evidente que en los sueños (v.) impera la función asociativa, nutrida
principalmente por elementos adquiridos en estado consciente de vigilia.
c) En la sugestión poshipnótica y en las evocaciones en hipnosis o en el
narcoanálisis (v. SOFROLOGÍA), la rigurosa proporción entre los productos -orden
cumplida, dato o hecho relatado, etc.- y los antecedentes -mandato entendido y
recibido, conocimiento consciente de lo que luego se declara, etc- hacen ver
claramente la intervención asociativa; resaltada ésta en su actividad (todavía
con secretos para el psicólogo) por el olvido de circunstancias próximas a lo
recordado, por la fácil evocación en hipnosis de lo imposible fuera de ella, y
por la apariencia tal vez de no haberse percibido la pregunta a la que se da
correcta respuesta. ¿Será esto último la percepción de lo no percibido o, al
menos, sin advertencia al hecho de su percepción?
d) No sería eso aún lo consciente-inconsciente, ya que el percibir se
refiere al objeto y el no percibir al acto perceptivo. Sería más bien del estilo
de la llamada ahora subcepción, es decir, percibir sin advertir que se percibe
(«propaganda invisible»). Sobre ello las cuidadosas investigaciones, de Koch y
sus colaboradores entre otros, han fallado contra esa presunta realidad. En
cuanto al caso aducido por Leibniz, no son los ruidos aislados e inaudibles de
cada gota los que se perciben, sino el estruendo total de la masa de todas
juntas, que, como tal, causa intensas vibraciones en el aire, perfectamente
audibles.
e) En los casos fallidos hay que reconocer, ante todo, que las
proporciones de lo consciente superan considerablemente a las de lo
inconsciente. En los aducidos, los motivos típicos de desagrado, preocupación,
etc., son demasiado conscientes al sujeto que los sufre. El que expresiones
verbales o acciones o gestos, en relación con aquellas condiciones afectivas, se
interfieran en la actuación del sujeto y por ello se llegue a exteriorizaciones
inesperadas, es resultado patente de la función asociativa, sobre la que nuestro
dominio no es absoluto.
f) Inconsciente se llamó también al conocimiento intelectual, distinto del
de imágenes sensoriales. Los experimentos, desde Külpe y Binet hasta McGinnies,
Howes, y Solomon, demuestran que lo al parecer inadvertido, por no ser imagen
sensible o verbal, es conocimiento plenamente consciente de significados.
g) La tendencia a exaltar lo i., realzada en los llamados motivos
inconscientes, se ha simbolizado por la gran masa sumergida de un iceberg, cuya
escasa parte emergida representaría lo psíquico consciente, a lo que aquél
arrastraría. Dato empírico ineludible, sin embargo, aparte otras razones, es que
nuestra actividad consciente domina y dirige toda nuestra potencialidad
operativa. El símbolo exacto, sin salir de lo marino, sería más bien el buque de
gran tonelaje, cuya masa y potencia propulsora es gobernada por el timón, aunque
tan inferior en magnitud (V. MOTIVACIÓN).
h) Alteraciones psicofisiológicas y funcionales por causas afectivas
inconscientes. Es sabido, como los casos clínicos lo muestran, que el proceso se
inicia por vía del todo consciente, p. ej., una angustia debida a hechos de que
el aquejado es víctima. Olvidadas con el tiempo las circunstancias
desencadenantes, queda fdja la propensión a volver a sentir la angustia y sus
manifestaciones corporales (temblores, mareos, sudores, etc.), sin aparente
relación con la verdadera causa originaria. ¿Es que ésta, recluida en el i.,
sigue actuando?
En el conocido caso de la joven angustiada, al cuidado de su padre enfermo
y que, en una ocasión, al ir a beber agua encuentra un repugnante perrillo con
el hocico en el vaso, el asco presente sumado a la congoja habitual la
descompone y hace perder el sentido. Más adelante, olvidada de lo pasado, al ir
a beber agua en un vaso le aparecen extrañas angustias y alteraciones, sin que
se explique por qué. ¿Cuál es la causa? ¿La vivencia permanente, actual e
inconsciente de aquel primer trance, cuyos efectos son en las futuras ocasiones
lo único perceptible?
Sería el caso de lo inconsciente-consciente. Desde luego, el origen ha
sido asociativo; ahora bien, en la asociación es normal que de la variedad de
elementos percibidos, impregnados todos, cuando es el caso, de fuerte
emotividad, los que luego se evocan habitualmente sean sólo algunos, cargados
con la respectiva intensidad emocional y sus consecuencias. Esto se debe, como
en todos los casos normales de asociación, al influjo de los vestigios
permanentes característicos. Permanece así i. no el vivenciar imperceptible sino
el vestigio de lo anteriormente experimentado, capaz de revivir como vivencia o,
con más exactitud, de hacer que se produzca un hecho o estado consciente como el
que ella fue (v. PSICOANÁLISIS).
Es de notar, por fin, que de hecho las orientaciones psicológicas basadas
en el llamado i. (con aspecto, según esa denominación, de realidad consistente
en sí misma como diversa de toda entidad y potencialidad originarias de lo
consciente en el psiquismo) apelan a la asociación como a recurso clave para sus
investigaciones y aplicaciones.
i) Inconsciente colectivo. Es un término acuñado por C. G. Jung (v.) quien
observando la universalidad de ciertos símbolos en la mitología, en los sueños,
etc., llega a la afirmación de que existen en la psique inconsciente elementos
estructurales (que él llamó arquetipos, v.), que, sin embargo, no pueden
explicarse como experiencias individuales sino que son debidos a la herencia (cfr.
Jung, The Collected Works, Londres 1964). El hecho básico, según él, es la
coincidencia de la diversidad de pueblos en ideas, sentimientos, ritos,
relativos a lo religioso. Sobre ello Jung elabora la mencionada interpretación,
más propia de la historia de las religiones: él habla del «hombre arcaico», en
cuya mente, a la vista de la naturaleza, surgieron los motivos e imágenes
mitológicas, que, sedimentadas y enriquecidas, se trasmitiesen por los estratos
de lo i. a la descendencia. El paso habría de ser por la célula germinal, pues
la colectividad sucesora es la reunión de los individuos descendientes.
La comunicación, por esa vía, de un contenido del tipo indicado no parece
fácil: el germen es sólo orgánicofisiológico (no se habla de alma espiritual,
que de darse es creada, no trasmitida); los contenidos son en buena parte,
aunque más o menos erróneos, intelectuales. Además, el hombre más reciente, que
también contempla la naturaleza, podrá formarse, a base de ella, sus ideas,
símbolos, ritos, imágenes, no menos que su viejo antecesor. La igualdad de la
naturaleza y la semejanza de sus contempladores podrá explicar las analogías. La
trasmisión es, además, cosa bien sabida, que se realiza cuidadosamente de padres
a hijos por la enseñanza verbal y por la práctica de hechos, todo ello en forma
consciente.
4. Subconsciente. Lo consciente atenuado es de frecuente experiencia en lo
que cruza la mente distrayendo, agradando, molestando, interfiriéndose con el
debido objeto de la atención. Si un contenido molesto se reitera insistente, el
interés psicológico está en excluirlo. De ese estilo son impresiones de
preocupación, contrariedad, fracaso, remordimiento, etc.
Es claro lo asociativo, a lo que lo afectivo refuerza. La exclusión podrá
intentarse por simple repulsa, diri giendo la atención a otros contenidos, o por
reflexión justificada. Lo humano es esto último; pero no requiere menos esfuerzo
que lo primero, tanto para aceptar las propias responsabilidades, de lo hecho o
por hacer, como para ejecutar con valerosa decisión lo que la reflexión
imparcial y objetiva exija.
V. t.. PSICOLOGÍA PROFUNDA; PSICOANÁLISIS; PSICOTERAPIA.
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J. MUÑOZ PÉREZ-VIZC.AíNO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991