INICIACIÓN CRISTIANA
Concepto etimológico y real. Los SS. Padres y la tradición de la Iglesia llaman
«iniciación cristiana» a los sacramentos del Bautismo (v.), Confirmación (v.) y
Eucaristía (v.) para indicar que con ellos es llevado el cristiano a ser tal. Es
posible que esta terminología esté tomada del uso precedente pagano (v.
INICIACIÓN, RITOS DE); tal vez sea por eso oportuno subrayar que las diferencias
son absolutas y definitivas, ya que en el cristianismo todo proviene de la
intervención gratuita de Dios que da lugar a la Encarnación (v.), prolongada en
los sacramentos (v.) cristianos.
La i. c. se consuma en la trilogía de los sacramentos del Bautismo,
Confirmación y Sacrificio eucarístico: los tres, unidos íntimamente en el
espacio y en el tiempo, constituyen la ¡.c. Esa íntima unión se ha expresado de
diversas maneras a lo largo de la historia de la Iglesia, de acuerdo con el
poder que la Iglesia tiene de, salvo lo determinado por la misma institución
divina, reglamentar la vida litúrgico-sacramental. Así en los principios de la
vida de la iglesia los tres sacramentos de la i. c. se administraban
sucesivamente en un mismo acto litúrgico. El primero que se separó en Occidente
de esa unidad temporal fue la Confirmación (ca. s. vi) y luego la Eucaristía
como primera comunión (ca. s. XII-XIII); en cambio, en Oriente se siguen dando
juntos, pues el mismo sacerdote bautiza, confirma y da también a los niños la
sangre del Señor. En Occidente es prescriptivo que se den los tres sacramentos
seguidos en la iniciación de los adultos (CIC, can. 854) y en la disciplina
actual, a partir sobre todo de S. Pío X (1910), los niños entran, inmediatamente
después de llegar a los albores de su razón; a participar de la Confirmación
(v.) y Eucaristía (v.). El Bautismo lleva en su propia naturaleza el consumarse
en la Eucaristía. «No quiero, hermanos -dice S. Pablo- que ignoréis que nuestros
padres estuvieron todos bajo la nube (Espíritu Santo) y que todos atravesaron el
mar y todos siguieron a Moisés bajo la nube y por el mar (Bautismo) y que todos
comieron el mismo pan espiritual y todos bebieron de la misma bebida espiritual,
pues bebían de la roca espiritual que les seguía y la roca era Cristo»
(Eucaristía) (1 Cor 10,1-4.16-17). La i.c. es, por tanto, la unidad del misterio
pascual (Muerte y Resurrección) de Cristo que el hombre recibe consumadamente en
el acercamiento a su misma consumación y fuente: la Eucaristía, pues en ella se
nos da actualmente la muerte y resurrección de Cristo.
Cristo, después de su Ascensión, ejerce su señorío salvador de los
hombres, llegando personalmente a cada uno. Unirse a Cristo no es meramente
asentir con la inteligencia a su mensaje, sino transformarse misteriosamente,
místicamente, en Él. Y ello ocurre en los sacramentos (v.), ritos por los que
Cristo nos comunica la acción salvadora de su sacerdocio por medio de la acción
y la palabra de la Iglesia (v.), que lo hace visible en el tiempo. Así lo dice
S. Pablo en palabras ricas de contenido en su carta a los fieles de Éfeso (Eph
1,3-22), proclamando que en Cristo tenemos todos' el poder de acercarnos al
Padre en un mismo Espíritu, para salvarnos y llegar así a ser conciudadanos de
los santos, familiares de Dios, templo y morada de Dios en el Espíritu (Eph
2,17-22). Esta realidad se nos anuncia con la palabra, comienza a actuar con
nosotros en la fe y llega a su plenitud en los sacramentos, hasta informar toda
la vida y producir una alegría íntima que hace prorrumpir en alabanza de acción
de gracias. Tertuliano ha expresado esa hondura de la i.c. con palabras densas:
«Se lava la carne para que se purifique el alma, se unge la carne para que quede
consagrada el alma; se marca la carne con el signo de la cruz para que el alma
quede fortificada; la imposición de mano hace sombra a la carne para que el alma
quede iluminada por el Espíritu; se alimenta la carne con el cuerpo y la sangre
de Cristo para que el alma quede repleta de Dios» (De resurrectione, 8).
Proceso de la iniciación cristiana. El proceso profundo que implica la i.
c. ha quedado descrito en los párrafos anteriores. La acción sacramental ha sido
rodeada siempre por la Iglesia de algunos ritos litúrgicos que ayudaran a
penetrar en su sentido, simbolizaran algunos de sus efectos, etc. Vamos a
continuación a dar las líneas generales del proceso litúrgico, comentando, junto
con los momentos sacramentales culminantes, algunos de esos ritos.
La palabra: la Palabra de Dios recogida en la S. E. es un elemento
sustancial del cristianismo (v.). Dios se reveló, vino hacia el hombre por su
palabra creadora y reveladora. Dios se reveló por palabras y por acciones o
hechos y se hace presente hoy en la Iglesia como alma de la acción sagrada. Por
eso, en el proceso de la i. c. lo primero que se da es la palabra-kerigma (v.),
que al exponer por la predicación (v.) la verdad de Dios, su voluntad salvadora
y los acontecimientos que de ella derivan, provoca el deseo de alcanzar la
salvación prometida y crea el movimiento de conversión (v.) que se actúa y
realiza en los sacramentos que le siguen (Act 8,30-38; Le 24,17-33) (V. t.
PALABRA I1-111).
Ante este movimiento previo que lleva a alguien al deseo de cambiar de
camino y convertirse a la acción salvadora, la i. c. se sirve ya del culto de
los sacramentos como medio normal para llevar al hombre a la salvación.
La elección de padrino: es necesario un garante o responsable del fiel que
se entrega a la conversión, que guíe al convertido en el camino de conocer la
voluntad de Dios (v.) y sea como el padre que le vaya engendrando a la vida de
salvación en los sacramentos. En este garante o padrino, la Iglesia, como
comunidad de salvación, actúa eficazmente.
Una signación: la señal de la cruz marcada sobre los sentidos corporales
marca la pertenencia del que se está iniciando a la Iglesia, que lo va a
engendrar a la vida de salvación, ya que la cruz (v.) es la clave y sello de
toda la vida cristiana.
Exorcismos y escrutinios: es la respuesta de la Iglesia a la presencia del
«misterio de iniquidad», el mal, frente al misterio de la luz, Cristo, pues por
la oración (v. ExORCISMo) y la acción de Dios en la naturaleza (escrutinio) la
gracia va transformando al hombre natural y anulando esa presencia de la
desobediencia voluntaria de las creaturas, que es el mal (Eph 2,1-10).
Una entrega: de la fe que se va a profesar (Símbolo o conjunto de
verdades) y de la oración que se va a pronunciar (Padrenuestro), como también de
la síntesis de la Revelación toda (el Evangelio). Todo ello se devolverá, como
comprobación de que se ha asimilado, antes del Bautismo y consumación de la
iniciación.
Una renuncia a Satanás y una promesa a Cristo: signos de cambio, lucha y
compromiso que se simbolizará y vivificará por la acción santificadora del óleo
del exorcismo.
La vigilia pascual: la noche de Pascua (v.), con su simbolismo vivo de luz
y tinieblas, aurora de resurrección, asamblea en gozo, es un recuerdo vivo del
clima de salvación que los hebreos experimentaron bajo la columna de fuego
cuando se acercaban a las aguas salvadoras del Mar Rojo. En cada vigilia pascual
se actúa de nuevo el gran paso de salvación de Cristo al Padre para hacer a los
hombres, mediante su Pasión (v.), Muerte y Resurrección (v.), nuevos hijos de
Dios. En la liturgia de la vigilia pascual está prevista una bendición solemne
de agua bautismal (V. SEMANA SANTA).
La bendición del agua bautismal: comienza a poner en un plano sobrenatural
la transparencia natural del simbolismo del agua (S. Tomás, Summa Theol. 3 q66
a3) y su significado bíblico en orden al Bautismo (Gen 1,2; Ez 36,25-26; Is
33-15-18) y, sobre todo, la presencia en ella de la acción salvadora de Cristo
en su Espíritu (Mt 3,1316; lo 7,37-38; 4,1; 16.17; 19,30).
El Bautismo: el bautizando recibe las aguas santificadoras, para ser
salvado por la co-sepultura y co-resurrección con Cristo, purificado, iluminado,
unido en esponsales, nacido a una nueva vida, que es vida de filiación adoptiva
en el Hijo por la virtud del Espíritu (Act 2,33; Mt 28,18-19; 1 Cor 10,1-5; Apc
15,1-4; 22,1-3; Eph 5,25-27; Rom 6; Col 3,1-4) (v. t. JUSTIFICACIóN).
La Confirmación: El bautizado, rodeado de quienes rezan por él, va a
recibir del Obispo, por la imposición de manos y unción, la consumación del
mismo Bautismo: le consagra por la plenitud del Espíritu Santo en templo
perfecto del Padreen el Señor y en el Espíritu (Eph 2,22); le perfuma en
virtudes; le concede las dignidades real, mesiánica, profética y sacerdotal; le
reconquista la paz de la gracia; repite en él la actuación definitiva que tuvo
en el mismo Cristo el Espíritu Santo en el Jordán y en el Tabor (lecturas de la
Misa crismal: Is 6,1-4.8; Le 4,16-22) para que también él sea testimonio
viviente de la salvación dentro de la Iglesia, proclamando claramente con sus
obras la alabanza de la gloria de Dios (Eph 1,14; 2,10) por la presencia
completiva y poderosa del Espíritu (Rom 8,1517; Gal 4,5-6).
El beso de paz de la comunidad: es una manifestación de la nueva
fraternidad de salvación en la que ha entrado el iniciado y que se va a
completar en la Eucaristía.
La Eucaristía: la celebración o culto por excelencia en la iniciación es
el memorial de la Muerte y Resurrección del Señor, sacrificio y banquete, en el
que se llega a la unión plena con la divinidad. La Alianza (v.) que Dios
estableció una vez con el pueblo elegido y que Cristo llevó a su consumación en
la Cruz se renueva vitalmente en el sacrificio eucarístico. El rito se abre con
la presentación de las ofrendas y de la propia vida como hostia espiritual
dentro de un canto encendido de acción de gracias. La acción salvadora se
actualiza en la Eucaristía (1 Cor 10,16; 1 Tim 4,4-5) por la presencia real,
verdadera y sustancial, de ese Cordero pascual, que es Cristo, entregado
voluntariamente en servicio a los demás (Lc 22,24-27; lo 13,1-16). Y a ese
sacrificio acabamos de unirnos por la Comunión en la que recibimos a Cristo
hecho prenda de salvación. Toda esta realidad se vive en la seguridad del «hoy»
litúrgico que el mismo Señor atestigua (lo 6). Por eso, la iniciación o unión
viva con Dios se consuma en la comunión del Banquete sacrificial eucarístico (v.
t. MISA).
La leche y la miel: se dan como prendas simbólicas de la gloria futura a
la que la i. c. ha encauzado a los nuevos hijos de Dios. Esa tierra prometida
fue descrita a los israelitas como la tierra de la abundancia y de la paz que
manaba leche y miel. La tierra prometida es ya el cielo o gozo de la presencia y
unión total con Dios.
Los diversos ritos que se acaban de recordar han acompañado a los
sacramentos de la i. c. desde muy antiguo, uniéndose a veces a otros u
ordenándose diversamente según las distintas liturgias. En el rito romano
fueron, después del Cone. de Trento, regulados en los libros litúrgicos (v.)
promulgados por S. Pío V; y, a partir de 1965, en los promulgados por Paulo VI.
Resumimos a continuación los ritos de recepción en la Iglesia de personas
adultas tal y como quedan establecidos en estos libros, para acabar así de
describir el proceso de la ¡.c.
Un responsable (no necesariamente el padrino posterior) presenta a la
Iglesia al que se convierte al Señor y adquiere conciencia de su grave
compromiso. Hay una entrada solemne en el catecumenado (v. CATECúMENO). A lo
largo de él se da la acción santificadora de la Iglesia, que lo instruye en la
fe. Ya dentro de la Cuaresma (v.) se verifica la entrada en los elegidos, bajo
la forma de compromisos de los responsables y del catecúmeno. La inscripción del
nombre y la oración. Se dan las series de escrutinios y entregas y la
participación en la liturgia de la palabra en la Misa. El viernes y sábado
santos son días de preparación inmediata con los ritos del Ef feta y la
devolución del Credo y Padrenuestro. Los sacramentos se reciben en la vigilia
pascual de modo ordinario. El rito de la i. se abre después de las lecturas con
la bendición del agua bautismal. Continúa una triple renuncia. A renglón seguido
se hace la unción con el óleo del exorcismo. Esto prepara la misma profesión de
fe, previa a la recepción del agua bautismal. El rito del Bautismo es la
inmersión o la ablución con la fórmula única del celebrante. Si no bautiza el
mismo Obispo se hace la unción con el crisma; de lo contrario, se pasa a
entregar la vestidura blanca y el cirio, que se enciende del mismo cirio
pascual. La Confirmación, reducida al rito simple, la hace el Obispo o el
sacerdote. En la Eucaristía se puede participar comulgando de las dos especies.
La semana siguiente debe ser una semana en la que se insista sobre la vida nueva
comunicada por los sacramentos de la i. c. La riqueza de lecturas y la
perfección y sentido de las oraciones que acompañan a los ritos intentan poner
de relieve la riqueza de los ritos de la iniciación, procurando darles sencillez
y linealidad.
V. t.: IGLESIA III, 2; BAUTISMO; CONFIRMACIÓN; EUCARISTÍA; CATECúMENO;
CATEQUESIS.
BIBL.: J. L. LARRABE, Los Sacramentos de la iniciación cristiana, Madrid 1969; J. DANIÉLOU, Sacramentos y culto según los santos Padres, Madrid 1964; L. BoUYER, El rito y el hombre, Barcelona 1967; íD, La iniciación cristiana, Madrid 1961; fD, Du catécuménat á la conlirmation, «La Maison-Dieun 58 (1959); A. G. MARTIMORT, Los signos de la nueva alianza, Salamanca 1965; E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, San Sebastián 1965; C. CASTRO CUBELLS, El sentido religioso de la liturgia, Madrid 1964; A. CHAVASSE, Histoire de l'initiation chrétienne des enlants, dés l'antiquité á nos jours, «La Maison-Dieu» 28 (1951) 24-44; A. DUBOSC, Les étapes de la vie chrétienne, París 1934. Para las fuentes, v. la bibl. de los artículos BAUTISMO; CONFIRMACIÓN; EUCARISTfA.
A. GONZÁLEZ FUENTE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991