JESUITAS, II. HAGIOGRAFIA
Es numerosa y significativa la cantidad de santos, beatos y siervos de Dios, que
ha dado la C. de J., que tan intensamente ha colaborado en la renovación de la
Iglesia. Daremos a continuación, por orden cronológico, una brevísima síntesis
de los datos fundamentales sobre los santos y beatos de la Compañía, remitiendo
para más detalles a los que tienen voz propia en esta Enciclopedia.
Primer siglo: 1540-1640. Nombremos, ante todo, cuatro santos
fundamentales: S. Ignacio de Loyola (v.), su fundador; S. Francisco Javier (v.),
insigne misionero; S. Francisco de Borja (v.), ejemplo de renuncia a las
grandezas del mundo; S. Pedro Canisio (v.), apóstol de Alemania. Añadamos a
ellos al primer compañero de Ignacio de Loyola, el b. Pedro Fabro (m. 1546), uno
de los j. más destacados en la dirección de almas. Cuando era estudiante en la
Univ. de París, se unió en 1530 con Ignacio y, como era el único sacerdote, fue
él quien celebró la misa en el acto de Montmartre, de 1534, que significó el
principio de la Compañía. Sigue luego a Ignacio en Italia y se distingue ya
desde entonces como consumado maestro en los Ejercicios espirituales y en la
dirección de conciencias. Desempeñó legaciones y misiones especiales en
Alemania; en 1543 dio los Ejercicios a S. Pedro Canisio y en 1544 fundó el
colegio de Colonia. Luego desarrolló una extraordinaria actividad en Portugal y
en España, donde puso la primera piedra del Colegio fundado en Gandía por S.
Francisco de Borja, y, enfermo, volvió a Roma, donde murió. Su ejemplo y su
palabra atrajeron a muchos a la naciente Compañía de Jesús.
Además de S. Estanislao Kostka (v.), S. Luis Gonzaga (v.), y S. Roberto
Belarmino (v.), Doctor de la Iglesia, puede incluirse dentro del grupo de santos
y beatos confesores del primer siglo de existencia de la Compañía a los
siguientes: S. Bernardino Realino (m. 1616), uno de los modelos de predicación
popular, que fue uno de los ministerios preferidos por los j. Primero en Nápoles
y luego en Lecce, se distinguió de tal modo por su celo apostólico que, ya a
punto de morir, se obtuvo de él la promesa de tomar, desde el cielo y para
siempre, a la ciudad bajo su protección. S. Alfonso Rodríguez (v.), que ofrece
al mundo el ejemplo de una vida de santidad oculta. Durante los 46 años que
vivió como hermano coadjutor en el Colegio de los j. de Montesión, en Palma de
Mallorca, dio el más sublime ejemplo de santidad. Como premio de su absoluta
entrega, Dios le concedió extraordinarios dones místicos y sobrenaturales, que
aparecen consignados en los numerosos apuntes espirituales que nos legó. No
menos interesante bajo este mismo concepto de santidad oculta en el cumplimiento
de los deberes de su estado, modelo en el estudio, es el joven S. Juan Berchmans
(m. en 1621, a los 22 años de edad).
Mártires jesuitas del primer siglo de la Compañía. Al lado de este primer
grupo de santos y beatos confesores, hay que colocar el segundo, más numeroso
todavía, de santos y beatos mártires:
a) Mártires de Inglaterra. En primer lugar, los diversos grupos de j. que
dieron su sangre por la fe de Cristo en Inglaterra. En cabeza se presenta S.
Edmundo Campion y compañeros, mártires en 1573 en tiempos de Isabel I. Edmundo
se mostró intrépido defensor de los derechos pontificios. Uno de sus más
insignes compañeros fue S. Alejandro Briant, martirizado a los 28 años. Los dos
fueron canonizados en 1970 por Paulo VI. Añadamos al b. Tomás Cottam y a los
sacerdotes Tomás Woodhouse y Juan Nelson, entonces recientemente admitidos entre
los j. El segundo grupo es el de S. Roberto Southwell y compañeros, 21 en total,
pertenecientes a muy diversos tiempos. Todos, menos dos, eran sacerdotes. El
primero, cronológicamente, es el b. Juan Cornelio, de origen irlandés,
martirizado en 1594 en Dorchester. Pero el más célebre es S. Roberto Southwell,
canonizado en 1970, ilustre por su linaje y por su virtud y letras, que murió en
la horca en 1595; distinguióse igualmente como gran escritor y delicado poeta.
Asimismo son dignos de especial mención David Lewis, martirizado en Usk en 1679;
S. Nicolás Owen (canonizado en 1970), particularmente benemérito por el intenso
auxilio prestado a los misioneros. Además de estos dos grupos, hay que citar de
un modo especial al b. Juan Ogilvie, quien dio su sangre por Cristo en 1615, en
medio de grandes torturas (v. INGLATERRA, MÁRTIRES DE).
b) Mártires de las Indias de Oriente y de Occidente. La lista se completa
con diversos grupos de j. mártires en las misiones o mientras se dirigían a
ellas. El primero es el de los b. Ignacio de Azevedo y sus 40 compañeros,
martirizados en 1570: eran dos sacerdotes, siete escolares, ocho legos y 23
novicios. El b. Azevedo, visitador y gran misionero del Brasil, había recorrido
España y Portugal y volvía con 70 nuevos misioneros. Pero, habiendo sido
acometidos por los piratas calvinistas, fue apresada una de las naves con 40 de
ellos, todos los cuales sufrieron el martirio en defensa de su fe católica.
El segundo grupo, encabezado por el b. Rodolfo Aquaviva, sufrió el
martirio en Salsete en 1583. Este insigne misionero y protomártir de la India,
era sobrino del general de los j. Claudio Aquaviva. En 1578 salió de Lisboa con
13 compañeros, entre los que se contaban C. Spínola y M. Ricci. Desarrolló una
intensa actividad como profesor de Filosofía y sobre todo como misionero ante el
gran mogol, Akbar. Todo prometía excelentes resultados, cuando un grupo de
paganos organizaron una conjura, y cuando el b. Rodolfo con sus compañeros se
aprestaba a elegir lugar para la erección de una capilla, se arrojaron sobre
ellos para vengar a sus ídolos. Conociendo que Rodolfo era el jefe, le dieron
muerte, y a continuación fueron sacrificando a los demás: al hermano Arana, al
P. Pedro Berno y al P. Alfonso Pacheco. La sangre de estos insignes mártires fue
semilla de cristianos.
En América del Sur debe destacarse a los mártires del Paraguay (v.
RIOPLATENSES, MÁRTIRES), Roque González de Santa Cruz, Alfonso Rodríguez y Juan
del Castillo. Habían contribuido eficazmente a la organización de las célebres
reducciones del Paraguay, y después de innumerables trabajos y sufrimientos por
su misión, fueron sacrificados por los indígenas, a quienes tanto habían amado.
c) Mártires jesuitas en el centro de Europa. Habiéndose dedicado los j.
tan de lleno al trabajo de la reforma católica en el s. xvi frente a las
innovaciones protestantes, no es de sorprender que, dado el apasionamiento de la
época, resultaran de aquí algunos martirios. Notemos, en primer lugar, a los
llamados mártires de la Eucaristía, los b. Santiago Sales y Guillermo
Saultemouche, m. en 1593. Oriundos ambos de Albernia, en Francia, se
distinguieron por su intensa devoción a la Eucaristía. Ordenado sacerdote el P.
Sales, fue enviado a predicar una misión a Aubenas, acompañado del hermano
Saultemouche. Ante el éxito de su predicación, los innovadores calvinistas se
aprestaron a la lucha y organizaron una gran discusión entre el predicante Labat
y el P. Sales. Pero, en lugar de presentarse a la disputa, Labat, seguido de un
puñado de fanáticos, asaltó la población de Aubenas y, después de apresar a los
j., los juzgó rápidamente y los martirizó con gran crueldad, mientras ellos
persistían en la defensa de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Entre los j. que dieron su sangre en su lucha contra el protestantismo se
encuentran los b. mártires de Cracovia: Marcos Crisino, Esteban Pongracz y
Melchor Grodecz, m. en 1619. El primero era canónigo de Strigonia y como tal
colaboraba eficazmente con los j. en la lucha contra los innovadores
protestantes. Los PP. Pongracz y Grodecz trabajaban también en defensa de la fe
católica contra los luteranos. En estas circunstancias la ciudad cayó en manos
de los protestantes, quienes asaltaron la casa de los tres misioneros y, después
de maltratarlos y mutilarlos, les dieron muerte.
d) Mártires del Japón. Particularmente glorioso es el grupo de mártires j.
de la gran persecución del Japón de fines del s. xvi y principios del XVII. En
cabeza figuran los tres santos, Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai, quienes
en 1597 sufrieron en Nagasaki la horrible muerte de cruz. A estos héroes
japoneses siguieron: el b. Juan Bautista Machado de Tavora, insigne misionero
durante ocho años, que fue decapitado en 1617. Asimismo sus compañeros León
Tanoca, martirizado tres días después, y el catequista japonés Matías, tres años
más tarde.
Por otro lado debemos recordar al b. Leonardo Kimura con cuatro
compañeros, que sufrieron el tormento del fuego lento en 1619; a Carlos Spínola
con otros nueve compañeros¡. y 41 de otras órdenes religiosas y del estado
secular. Preso Spínola en Omura, sufrió horriblemente durante cuatro años y, al
fin, conducido en 1622 con los demás a Nagasaki, fueron todos quemados vivos.
Asimismo, a Camilo Constanzo, quien después de nueve años de trabajar en medio
de la persecución, apresado finalmente, sufrió en 1622 el martirio junto con
otros cuatro j.; al b. Pablo Navarro y sus tres compañeros, quemados igualmente
el mismo año 1622; a Jerónimo de Angelis y Simón Yempo, quienes en plena
persecución trabajaron incansablemente, pero presos al fin, murieron en la
hoguera en 1623; a Diego y Miguel Carvalho, el primero fue martirizado en un
pozo helado en 1624, el segundo sufrió el martirio del fuego el mismo año; a los
japoneses Tomás Tzugi, muerto con sus compañeros en la hoguera en 1627, Miguel
Nacaxima, quien murió en las aguas sulfurosas del monte Ungeno, y Antonio Ixida,
martirizado en 1632 en las mismas aguas (v. TAPÓN, MÁRTIRES DEL).
Segundo siglo: 1640-1740. En esta época cuenta igualmente la C. del. con
muchos confesores y mártires. En cabeza de los primeros debe ir S. Pedro Claver
(v.), el gran apóstol de los negros. Le siguen otros dos santos, dedicados a la
predicación popular: S. Francisco de Regis (m. 1640), apóstol del sur de
Francia, y S. Francisco de Jerónimo (m.1716), misionero de Nápoles. Hay que
señalar también a dos beatos, particularmente dignos de recuerdo: Claudio de la
Colombiére (m. 1682; v.), consejero de S. Margarita Ma Alacoque, y el gran
misionero popular, Antonio Baldinucic (m. 1717), consumido en el trabajo
apostólico entre el pueblo cristiano.
El segundo grupo lo forman los mártires del Canadá (v.), al cual siguen
dos de los mártires más insignes de los j. El primero es S. Andrés Bobola, de
origen polaco, incansable apóstol de Bolonia y Lituania, por lo que despertó la
furia de los cosacos, que lo martirizaron en 1657. El segundo es S. Juan de
Brito (v.), quien asimismo, después de ímprobos trabajos en la India, fue preso
y sometido a las más horribles torturas.
Tercer periodo: desde 1740. En este tiempo debemos señalar, ante todo, a
los mártires de París. Entre las víctimas de las matanzas de septiembre de 1792,
se contaban 23 que habían pertenecido a la C. del., entonces extinguida: Jacobo
Bonnaud, vicario general del arzobispo de Lyon; Guillermo Del f aud, arcipreste
y diputado de la Asamblea, y el b. Lanfant, apóstol popular.
Conmemoración muy particular merece S. José Pignatelli (v.), lazo de unión
entre la antigua y la nueva C. de J. Notemos finalmente los beatos recientemente
elevados a los altares: b. Julián Maunoir, gran apóstol de la Bretaña francesa a
principios del s. xvii, beatificado por Pío XII. Asimismo, los mártires León
Ignacio Mangin, Pablo Denn, Modesto Andlauer y Remigio Isaré, mártires de la
persecución de los bóxers en China, en 1900.
BIBL.: Monumenta Historica S. J., 75 vol., Madrid 1894-1967; L. KocH, Jesuiten Lexikon. Die Geselschaft Jesu einst una jetzt, Paderborn 1934; C. TESTORE, Santos y Beatos de la Compañía de Jesús, Madrid 1943; C. SOMMERVOGEL, J. JUAMBELZ, índices de Analecta bollandiana; «Archivum Historicum Societatis Iesu», 1932 ss. (contiene informaciones biográficas); J. LEAL, Santos y beatos de la Compañía de Jesús, Santander 1950; J. M. GRANERO, Vidas heroicas, Bilbao 1947; v. t. la bibl. particular de los santos y beatos de la Compañía citados en el texto, que tienen art. propio.
B. LLORCA VIVES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991