LITURGIA, INSIGNIAS LITÚRGICAS
El uso de insignias, emblemas u otros distintivos, como signos de grados
jerárquicos, autoridad, pertenencia a una profesión (v.) o asociación (v.),
etc., es frecuente y universal en muchos órdenes de la vida: así en los
tribunales (v.), en actos académicos de las Universidades (v.), en ceremonias
civiles, en el ejército (v.), etc.; otro tipo de insignias son las
condecoraciones (v.), los escudos (v. HERÁLDICA) y los emblemas a veces con
leyendas o frases explicativas (v. EMBLEMÁTICA). Todas ellas son muy variadas y
con diversos significados, a veces de particular interés, o, como en el caso de
algunas condecoraciones y escudos, de larga historia o de peculiar tradición, y
en ocasiones han sido o son objeto de especiales realizaciones artísticas. Las
llamadas i. l. son signos exteriores de los distintos grados jerárquicos de los
ministros del culto cristiano usados en las celebraciones cultuales y, en
algunos casos, también fuera de ellas; su estudio presenta particular interés
por su uso universal y constante en la Iglesia, así como por su peculiar
historia y significación.
Las i. l. son inseparables, en su origen y desarrollo, de las vestiduras
litúrgicas (v.), y así como éstas proceden en general de distintos trajes usados
en la antigüedad, las i. l. derivan de prendas u objetos accesorios al vestido,
o de otras insignias antiguas. En general, el simbolismo de las i.l. gira
alrededor de la idea de autoridad; su significado espiritual, como en las
vestiduras litúrgicas, se deduce de la tradición y de las oraciones de
imposición, bendición y vestición.
Insignias litúrgicas mayores. a) Estola: Es una faja de tela de hasta tres
metros de larga por casi un decímetro de ancha usada por el obispo, el sacerdote
y el diácono en determinados actos del culto. El origen de la estola es difícil
de conocer, pues los datos conocidos dan lugar a confusiones en la etimología,
uso, aplicación, etc. Según la teoríá de Wilpert, que parece la más lógica y
consistente, atribuimos un origen distinto a la estola diaconal de la que usan
el presbítero y el obispo. La procedencia de ambas es de tipo práctico.
El diácono (v.) tiene, además de la función pastoral por la que fue
instituido (Act 6,1-6), la misión de servir al altar en las funciones
litúrgicas; en consecuencia, y a imitación de los banquetes de la vida civil,
llevaba un paño en el hombro o brazo. El tiempo y la restricción de sus
funciones redujo el lienzo a una franja puramente decorativa (s. 1v). Por su
parte, la estola episcopal y presbiteral proviene de una prenda propia, sobre
todo, de las personas de superior dignidad, y que era una especie de corbata o
bufanda con la finalidad de preservar el cuello y la boca y, en definitiva,
objeto de adorno. La iglesia griega que conservó mejor sus tradiciones da
nombres diversos a la estola del diácono y a la del obispo y presbítero: orarion
(de oro, custodio) y epitrajelion (sobre el cuello), respectivamente. El diácono
la llevaba sobre el hombro izquierdo dejándola caer verticalmente sobre el pecho
y la espalda; los sacerdotes y obispos alrededor del cuello: ambos usos
confirman la hipótesis aducida, y lo mismo el hecho de que la estola del diácono
fuera blanca. La semejanza de forma determinó luego un mismo nombre para ambas
insignias: orarium, posible latinización de la palabra griega, a partir de su
función protectora (latín os, boca).
La primera prescripción canónica la encontramos en el Conc. de Laodicea
(s. iv) que restringe el uso del orarium a diáconos, sacerdotes y obispos. Poco
después es conocido ya en España y en las Galias donde se le da (s. vi), por
primera vez, el nombre de estola y cuya introducción se debe a un texto de la
Vulgata (Ecli 15,5) que dice: «En medio de la Iglesia abrió sus labios y el
Señor... le vistió con estola de gloria», y que se aplicaba al diácono por su
oficio de predicación. Durante bastante tiempo conviven las dos denominaciones
hasta que en el s. xil se impone el término de estola. Es natural que así fuera,
puesto que para esta época la estola ha abandonado su sencillez primitiva, color
blanco, sin ornamentación, y ha ido enriqueciéndose, de modo que se ve en ella
un ornamento precioso, reducción de la stola , romana, que era prenda de
categoría. Distintos concilios ,provinciales limitan su uso (p. ej., el Conc. IV
de Toledo prohíbe llevar dos). En Roma su introducción es tardía, aunque ya en
el s. x era distintivo de las tres órdenes mayores.
Las prescripciones litúrgicas señalan distinta forma de llevar la estola
para las tres órdenes. Los diáconos, según antiquísima tradición, la llevan
sobre el hombro izquierdo, pero, a partir del s. xv, la cruzan sobre el pecho
uniendo ambos extremos bajo el brazo derecho. Por su parte, los sacerdotes y
obispos siempre la llevaron colgada del cuello, según la etimología griega, pero
los sacerdotes la cruzan sobre el pecho a partir del s. vtt y los obispos dejan
caer los dos extremos paralelos por razón del pectoral. La estola está prescrita
en la colación de los sacramentos y siempre que el ministro sagrado entra en
relación con la Eucaristía. El actual movimiento litúrgico (v.) ha realzado esta
insignia, que se confecciona en materiales nobles. La estola del diácono,
insignia de su oficio, es símbolo de sacrificio y generosidad en el servicio de
la comunidad cristiana. En el sacerdote o presbítero, (v.), que la lleva
cruzada, indica su asimilación con el Crucificado, y en el obispo (v.), y
también en el sacerdote, por llevarla sobre el cuello, es imagen del yugo leve y
suave del Señor, y signo de la autoridad, poder y responsabilidad que asume el
pastor de almas.
b) Manípulo: Es una franja de tela que se lleva en el antebrazo izquierdo
dejando caer a ambos lados los dos extremos; es la insignia propia del
subdiácono que se le entrega en la ordenación. El origen del manípulo hay que
buscarlo en un pañuelo (mappa) puramente decorativo usado entre las clases
aristocráticas de la antigua Roma, indudable derivación de un uso contra el
sudor, lágrimas, etc. Cuando la jerarquía eclesiástica recibió consideración
social empezó a usar el manípulo si bien sosteniéndolo en la mano izquierda;
señal de que ya no tenía función práctica, puesto que la mano izquierda casi
nunca se utiliza. Poco a poco el uso se extendió a los clérigos romanos que
siempre se mostraron reticentes a que esta distinción se concediera a otras
iglesias.
Sin embargo, se extendió, y así el manípulo volvió a su uso práctico en el
servicio del altar. Lentamente, s. ix, va volviendo a su categoría ornamental en
sucesivos pliegues a que se somete el primitivo paño de lino blanco: de ahí el
nombre de manipulus (haz). En el s. xiv tiene ya la forma de tira de tela que ha
conservado desde entonces, aunque con notables variaciones en su ornamentación
que en determinadas épocas (s. tx-xtti) era de gran riqueza. El manípulo sólo se
usa en la Misa; además del subdiácono lo usan el diácono, el sacerdote y el
obispo; una disposición reciente deja su uso facultativo. Las interpretaciones
sobre el manípulo están en relación con la función práctica que se le ha dado en
diversas épocas, como acabamos de ver. La oración que se dice al ponérselo es:
«Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto y del dolor, para que reciba con
júbilo el premio de mi trabajo».
c) Palio arzobispal: Es una banda estrecha de lana blanca cosida en forma
circular y adornada con cruces, de la cual caen dos tiras cortas en sentido
vertical, sobre el pecho y espalda; lo usan los arzobispos y algunos obispos
como signo de autoridad y jurisdicción. Unos lo consideran insignia de origen
imperial concedida al Papa; otros lo creen de origen puramente eclesiástico,
nacido ya con la intención de que fuera insignia propia del Sumo Pontífice;
también se ha considerado al palio como esquematización del pallium de los
filósofos, que a impulsos de una moda tardía se habría usado plegado, y en forma
de bufanda alrededor del cuello. Esta última teoría -de Wilpert- puede resultar
chocante en un principio, sin embargo, aunque no goza de pruebas documentales a
su favor, es cierto que las primeras formas de palio concedidas recuerdan la
manera de llevar el pallium antiguo (así se observa en un mosaico del s. vi).
En todo caso el origen es ciertamente romano y fue considerado siempre
como insignia propia del Papa, por lo menos en Occidente. El primer dato sobre
el palio es del s. tv. Lentamente se concede a obispos más ilustres. La
costumbre de enviarlo a los obispos metropolitanos, como más destacados, hizo
que, con el tiempo, se dispensaran de pedirlo a Roma y lo usaran sin más. Juan
VIII en el s. ix reconoció el palio como insignia de la jurisdicción de los
arzobispos y, al mismo tiempo, estableció las normas de súplica de concesión que
debían hacerse a la Sede Apostólica bajo severísimas penas. En esta época el
palio sufre algunas modificaciones en su aspecto: con alfileres preciosos se le
da una forma circular más simétrica y centrada, procurando que los dos extremos
caigan en el centro del pecho y de las espaldas respectivamente. El paso
siguiente suprime los alfileres dejándolos como elementos decorativos (s. xiii)
y convierte al palio en una banda circular con los dos extremos b. --n
centrados, sobre el pecho y la espalda, y que, por lo menos hasta el s. xv, son
de considerable longitud. Además de los arzobispos (CIC, can. 275 ss.), el Papa
puede concederlo a otros obispos ilustres, a título personal o bien a las sedes
episcopales. El palio lleva seis cruces negras, cuatro de ellas en la banda
circular y las otras dos en los extremos; se lleva sobre la casulla.
El palio posee un significado espiritual profundo. Algunos Padres de la
Iglesia han visto en las cruces el recuerdo de la Cruz del Señor que el prelado
debe llevar con mayor diligencia y amor. Entrando ya en la función de los que lo
reciben, Benedicto XIV, fijándose en la lana de ovejas en que está
confeccionado, lo señaló como imagen de la oveja perdida que el Buen Pastor
buscó y encontró para devolver al redil. La concesión romana, la expresiva
ceremonia de confección del palio y, sobre todo, de su permanencia durante un
tiempo junto al sepulcro de S. Pedro, más su bendición, hablan clarísimamente de
él como de expresión del poder pastoral trasmitido, y como exigencia y signo de
fidelidad y unidad con la Sede del Príncipe de los Apóstoles.
Insignias litúrgicas menores. a) Anillo pastoral: Es un anillo de metal
precioso, con una gema, que se entrega a los obispos y abades mitrados, en la
ceremonia de su consagración y bendición abacial, respectivamente. El anillo es
conocido desde la antigüedad como signo de distinción y poder, con la finalidad,
además, de sellar y autentificar los documentos emanados del poseedor; en este
sentido hay que interpretar un texto de S. Agustín, más que como referencia al
anillo pastoral litúrgico (Epíst. 217, 59). Al parecer se cita ya en tiempos de
Bonifacio IV (610). Otros autores prefieren señalar como primer dato conocido
las menciones que hacen S. Isidoro y el IV Conc.
de Toledo (633). En esta época y en España, es seguro que el anillo
pastoral forma ya parte de las insignias pontificales e incluso con alusiones a
su procedencia y a su sentido espiritual: sello para los documentos secretos,
signo de honor y símbolo de los desposorios místicos entre el obispo y su
iglesia.
La mayoría de autores opina que de España pasó a las Galias, y de allí a
Germania y por fin a Roma. En tiempos de Nicolás I (s. ix) su uso es ya
universal entre los obispos. De finales de este siglo son conocidas algunas
noticias acerca de la desposesión del anillo pastoral que se hacía a los obispos
degradados de su Orden y oficio. En estos siglos se ha ido concediendo el anillo
pastoral a los abades por privilegio extraordinario, cuando se les va
permitiendo el uso de las insignias pontificales, aunque con oposición de los
obispos; a principios del s. xi se concede, ya en general, a los abades; en el
s. xv aparece en los rituales la bendición de un anillo pastoral abacial.
Con respecto a la materialidad del anillo pastoral, Inocencio 111 en el s.
xit ordenó fuera de oro puro y con una piedra preciosa, pero sin inscripción. En
los s. xv y xvt se llegaron a llevar hasta tres y cuatro anillos, aumentando así
el sentido de honor y autoridad del prelado, pero con evidente pérdida de la
expresión espiritual. Lo habitual ha sido el uso de un solo anillo. Su expresión
espiritual, de autoridad y entrega en y a la Iglesia, quedó bien significada
cuando el papa Paulo VI, al concluir el Conc. Vaticano II y como recuerdo del
mismo, regaló un anillo de plata dorada, de sencillo diseño, con las imágenes de
S. Pedro y S. Pablo, a cada uno de los Padres conciliares, como signo de
pobreza, humildad y servicio, y de unión mutua y con la Cabeza en el ejercicio
de la autoridad episcopal. El anillo pastoral significa además el don del
Espíritu Santo y es, también, símbolo de soberanía y de la confirmación en la
fe.
b) Báculo: Es un asta de madera noble o metal terminada en su parte
superior en forma de voluta, usada por los obispos y otros prelados en las
funciones litúrgicas, como símbolo de jurisdicción. De origen oriental, el
báculo es, con toda probabilidad, sucesor del cetro que usaban los obispos
antiguos, por equiparación a las jerarquías civiles e incluso, quizá, por
concesión de éstas. Un báculo de plata de 35 cm. hallado en una tumba cristiana
en Hungría confirmaría esta tesis. En todo caso la mención cierta más antigua es
del s. v<< en el Liber Ordinum. En el Conc. de Toledo (633) se le menciona y
también lo hace S. Isidoro de Sevilla. Algunos historiadores aseguran que de
España pásó a las
Galias, Germanía y llegó por fin a Roma, donde se incluyó su uso en los
libros rituales. En el s. viit abundan las representaciones monumentales y en el
s. tx es conocido como insignia común de los obispos de las Galias. Sobre si el
Papa usó el báculo como insignia, sabemos que, en el s. x, Benedicto V usó
ferula (vara), pero es dudoso que fuera i. L; otros testimonios posteriores
aseguran que el Sto. Padre no usaba, y, de hecho, es la costumbre tradicional
tenida hasta hoy.
Indudablemente el cetro primitivo fue alargándose por influencias
bíblicas, simbólicas e, incluso, por motivos de comodidad; terminan en forma de
T o bien con una bola y una cruz como remate. Además es frecuente el báculo con
terminación ligeramente curvada que, progresivamente, se convierte en voluta
completa y que se impone a los demás en Occidente, puesto que en Oriente ha
prevalecido en forma de T. En el s. xitt son conocidos los báculos terminados en
espiral, casi siempre con figuras religiosas o símbolos; esta época señala el
principio de un enriquecimiento que ha llegado a producir auténticas obras de
arte de gran valor. La concesión a los abades es bastante antigua, extendida
también a las abadesas, por el significado directamente pastoral del báculo. La
feliz transformación del báculo-cetro en cayado pastoral se ha mantenido
inalterable, y, actualmente, hay un proceso, siempre dentro de esta simbología,
de simplificación de esta insignia, haciendo resaltar su aspecto de cayado. El
papa Paulo V I ha introducido en su uso litúrgico un báculo terminado en cruz
con crucifijo, signo de su misión pastoral y del mensaje evangélico que
representa.
S. Isidoro de Sevilla (s. vit) ve el báculo como símbolo de la autoridad
episcopal; esta idea, junto con la de la potestad sacerdotal ha prevalecido. La
fórmula de entrega, siguiendo este pensamiento, habla de las cualidades del
pastor de almas: suavidad decidida en la corrección, impulso para el cultivo de
las virtudes, serenidad en la aplicación de castigos.
c) Mitra: Es una especie de bonete, circular en la parte que se asienta
sobre la cabeza, y que luego se divide en dos hojas, una delante y otra detrás,
que van disminuyendo hasta formar dos puntas. El nombre de mitra es conocido
desde la antigüedad y se aplicaba genéricamente a todo turbante o tocado
precioso, para uso civil o religioso; la versión latina Vulgata de la Biblia usa
la palabra muchas veces; las vestales y sacerdotes paganos la usaban en sus
ritos. Sin embargo, la liturgia cristiana de los primeros tiempos no la conoció;
p. ej., S. Pablo expresamente manda rezar descubiertos a los hombres (1 Cor
11,4). S. Isidoro de Sevilla en las Etimologías llama mitra a un tocado propio
de las vírgenes cristianas. Sin embargo, la mitra tuvo su origen con toda
probabilidad en un gorro -pileus- de procedencia oriental, usado ordinariamente
por hombres y mujeres; era de muchas clases, más o menos enriquecidos según las
circunstancias. Una descripción de la entrada del papa Constantino (708-715) en
Constantinopla lo señala tocado con un camelaucum, antecesor del kamelaukion,
birrete clásico de los clérigos orientales, usado hoy día, y que sería el
precedente histórico de la mitra. Igualmente, también en el s. viii, se habla de
un gorro pequeño regalado por el Emperador al papa Silvestre. Entre los s. ix y
x es frecuente el phrygium, blanco, como distintivo no litúrgico propio del
Santo Padre.
El nombre de mitra, aplicado al tocado de que venimos hablando, no aparece
hasta el s. x u xi, precisamente cuando empieza a concederse a obispos, abades y
otros sacerdotes. Los primeros en solicitar el privilegio de la mitra fueron los
abades de la Ciudad Eterna, que, en aquella época, gozaban de gran preeminencia.
Su uso 'se va extendiendo lentamente, con la forma de la época: un gorro cónico
más bien. bajo o, a veces, terminado en punta. En el s. x11 empieza su evolución
a causa de su uso general; Inocencio II la menciona como distintivo del obispo,
y su imposición se introduce en el rito de la ordenación episcopal; en el centro
de la mitra se forma una depresión acentuada generalmente por un galón. Hacia la
mitad del s. x11 aparecen los primeros documentos en los que la mitra ha sufrido
un giro y se usa ya en la disposición actual: una punta delante y otra detrás,
que van creciendo lentamente hasta unos 19-22 cm. El estilo de ornamentación del
s. x111 va ensanchando la mitra para darle solemnidad y riqueza y así se llega a
los ejemplares desmesurados de los s. xvl-xvil.
Las mitras son dos «simple» o «blanca» y «preciosa», es decir, adornada
con bordados o piedras de valor. La mitra se usa en algunos momentos de la Misa
Pontifical y en otros actos litúrgicos importantes: una y otra según la
solemnidad. Los abades tenían prescrita una mitra más sencilla que los obispos,
y es ésta la tendencia actual en su confección para todos los prelados: tamaño
medieval y mesura en la ornamentación. Se conserva todavía el uso de las
ínfulas, dos pequeñas bandas que cuelgan de la parte posterior de la mitra y
que, primitivamente sirvieron para sujetarla debajo el mentón. La mitra,
insignia característica del obispo, en su calidad de Pontífice entre su pueblo y
Dios, representa, según S. Tomás, la ciencia de los dos Testamentos
(simbolizados por las dos hojas), que reside en él y que él interpreta para su
Iglesia. La oración de imposición del Pontifical Romano ve en la mitra, de
acuerdo con la interpretación citada, la imagen del escudo con que defiende el
Pastor a los fieles, con la fuerza de ambos Testamentos contra el mal que les
acecha.
La tiara papal tiene el mismo origen que la mitra. La generalización de
ésta, según hemos visto, la modificó; sin embargo, en Roma, mantuvo su forma
cónica con tendencia, más bien, a aumentar de volumen. En tiempos de Pascual 11
se hace la primera mención de la tiara que se debía usar en grandes ocasiones.
En un fresco del s. xI aparece Nicolás II llevando la tiara, que tiene forma de
cono y con una franja dorada en su parte inferior, sobre la cabeza. Lentamente
este cerco o franja va adquiriendo importancia y a fines del s. xlll es ya una
corona, que recibe el nombre de regnum. En tiempos de Bonifacio VIII (1294-1303)
adquiere más valor: enriquecimiento de oro, piedras, etc. Se le añaden también
las ínfulas, indudablemente para establecer un paralelismo entre la insignia
propia del Papa y la de los obispos; por último, se le añade el globo superior,
indicación del poder universal, y también una segunda corona. En el s. xlv en
tiempos de Clemente V la tiara, ya para esta época estructura interna
consistente, recibe la tercera corona: de ahí su nombre de trirregnum, por los
tres poderes del Papa (v.). A partir del s. xv tiene ya, prácticamente, su
aspecto actual.
d) Pectoral, o cruz pectoral: Cruz de materiales preciosos que sostenida
por un cordón o una cadena pende del cuello de obispos y prelados autorizados a
llevarla. Es antiquísima la costumbre de llevar siempre consigo objetos o
símbolos de carácter religioso, generalmente pendientes del cuello con una
cadena, como señal de devoción, o de deseo de protección divina; puede decirse
que es uso nacido con el hombre. Los primeros fieles de Cristo siguieron esta
costumbre pero dándole, como en otros casos, un sentido cristiano; existen
documentos del
s. iv en los que consta que los cristianos usaban encolpia (del griego
encolpion, sobre el pecho) y philacterias, no solamente los obispos. Eran
pequeñas cajitas con reliquias de mártires, frases del Evangelio, o trozos de la
Cruz del Señor; con mucha frecuencia eran de metal y no raramente tenían forma
de cruz (v.). El tiempo restringió su uso, no sabemos si por disposición
eclesiástica, a los obispos, que usaban pectoral-relicario, según documentos de
épocas diversas; entre los fieles ha permanecido siempre, en cambio, el uso de
simples cruces u otras imágenes.
En tiempos de Inocencio III (1198-1216) aparece el pectoral-relicario como
insignia litúrgica del Papa; y es este mismo Pontífice, siguiendo el clásico
paralelismo de la época, el que lo relaciona con la lámina de oro que llevaba el
Sumo Socerdote de Israel en la frente: en la Nueva Ley, la Ley del Amor, el
Pontífice lleva el pectoral sobre el corazón. En este s. x11 el uso del pectoral
es prácticamente general entre los obispos, si bien no está prescrito y, de
hecho, no aparece en la consagración de obispos de los libros pontificales, sino
como facultativo. El derecho de los abades al pectoral es más tardío y se
extendió lentamente junto con el derecho a las otras insignias; las abadesas
bendecidas recibieron, posteriormente, el mismo derecho. El uso actual de
obispos y abades tiende a la sencillez; aunque sigue en vigor la prescripción de
la reliquia que debe contener, en ocasiones se omite lamentablemente la cavidad
correspondiente; se confeccionan incluso de maderas preciosas. No está prescrita
la bendición del pectoral, sin embargo, su simbolismo es claro como insignia
llevada por un representante del Señor Crucificado. Además existe una oración
que dice el prelado al ponérselo: en ella pide la defensa del signo de la cruz
contra los enemigos y el tener presente los ejemplos de los mártires y santos
cuyas reliquias el pectoral contiene.
Finalmente, más bien como accesorios de las vestiduras litúrgicas, pueden
mencionarse aquí los guantes y las cáligas (calzado y medias) que usan los
obispos y prelados autorizados en celebraciones pontificales. La primera noticia
acerca del uso de los guantes sería del s. vil, y de las cáligas hay testimonios
desde el s. v. Modernamente, se usan adaptados a los colores litúrgicos (v.).
V. t.: SIMBOLISMO RELIGIOSO 111; VESTIDURAS LITÚRGICAS; LITURGIA; RITO.
BIBL.: Fuentes: L. DUCHESNE, Le «Liber pontificalis», París 1955-57, t. 1; M. ANDRIEu, Les «Ordines Romani» du haut moyen áge, Lovaina 1931-61, t. 11; AMALARIO DE METZ (m. 850), De ecclesiasticis officüs, ed. PL 105,985-1242; E. MARTÉNE, De antiquis Ecclesiae ritibus, París-Lyon 1700-06 (última ed. Bassano-Venecia 1788); Decreta authentica Congregationis sacrorum rituum, 7 vol., Roma 1898-1927.Estudios: J. BONA, Rerum liturgicarum libri duo, Turín-Venecia 1763-64; J. WILPERT, Un capitolo di storia del vestiario, Roma 1898; L. DUCHESNE, Origines du culte chrétien..., 5 ed. París 1920, 399-419; E. ROULIN, Linges, insignes et vétements liturgiques, París 1930; P. SALMON, Étude sur les insignes du pontife dans le rit romain, Roma 1955; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, 1, Madrid 1955, 557-587; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 137-144; C. CALLEWAERT, en «Sacris erudiri»; M. GARRIDo, Las vestiduras sagradas, «Liturgia» n° 86-88.
J. E. PASCUAL BENNASAR.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991