PAPIAS DE HIERÁPOLIS
La persona. Como ocurre con casi todos los Padres Apostólicos, pocos datos
precisos tenemos acerca de P. Eusebio de Cesarea (v.) dice que fue obispo de
Hierápolis (Asia Menor) y S. Ireneo de Lyon (v.) que fue «oyente de Juan,
compañero de Policarpo, varón antiguo»; uno, sin duda, de los que integraban el
grupo de los «presbíteros asiáticos» de los que habla el santo obispo de Lyon.
La vida de P. corre paralela a la de S. Policarpo (v.), aunque es poco probable
que alcanzase la edad del obispo de Esmirna. Murió, a lo que parece, ca. 150. La
Crónica llamada pascual cuenta que P. padeció el martirio en Pérgamo, al mismo
tiempo que Policarpo moría en Esmirna. El cronista, sin embargo, confunde el
nombre de P. con el de Pápylos, cuyos martirios menciona Eusebio (Hist. Ecl. IV,15,48).
También Focio (v.) le llama mártir; sin embargo, los antiguos nada dicen de su
martirio.
El prestigio de P. fue grande en la Antigüedad siendo tenido en gran
estima por S. Ireneo. En cambio, Eusebio no parece compartir esta estima,
llegando a decir que P. fue «un varón de mediocre inteligencia, como desmuestran
sus libros» (Hist. Ecl. III,39,13); pone además en tela de juicio el hecho de
que fuese auditor directo del Apóstol Juan: después de haber seguido en su
Crónica el parecer de S. Ireneo y de S. Jerónimo, se aparta de éstos en su
Historia, fundando su opinión en las primeras palabras de la obra de P. (III,39,2);
según el obispo cesariense, P. no fue discípulo de Juan el Evangelista, sino de
Juan el Presbítero. Parecería avalar el parecer de Eusebio el hecho de la
doctrina quiliasta (v. MILENARISMO) de P. que difícilmente se explicaría en un
discípulo directo de S. Juan Evangelista. El asunto es, en cualquier caso,
oscuro.
Escritos. Siendo ya obispo de Hierápolis, P. escribió un tratado en cinco
libros titulado Explicación de las sentencias del Señor. Esta obra fue compuesta
ca. 130, según resulta de la referencia que en ella se hace al gobierno de
Adriano (fragmento XI). Bardenhewer fija la composición entre los años 117 y
139, Harnack entre el 140 y 160, Batiffol ca. 150. Como fuentes utiliza el autor
los evangelios de Mateo, Marcos y Juan y, además, las enseñanzas orales de los
familiares de los Apóstoles y tal vez los testimonios de las hijas del Apóstol
Felipe, que vivían en Hierápolis.
En el prefacio de su obra resume P. el fin que pretende: «No dudaré en
ofrecerte, ordenadas juntamente con mis interpretaciones, cuantas noticias un
día aprendí y grabé bien en mi memoria, seguro como estoy de su verdad. Porque
no me complacía yo, como hacen la mayor parte, en los que mucho hablan, sino en
los que dicen la verdad; ni en los que recuerdan mandamientos ajenos, sino en
los que recuerdan los que fueron mandados por el Señor a nuestra fe y proceden
de la verdad misma. Y si se daba el caso de venir alguno de los que habían
seguido a los ancianos, yo trataba de discernir los discursos de los ancianos:
qué había dicho Andrés, qué Pedro, qué Felipe, qué Tomás o Santiago, o quéJuan o
Mateo o cualquier otro de los discípulos del Señor; igualmente, lo que dice
Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor. Porque no pensaba yo que los
libros pudieran serme de tanto provecho como lo que viene de la palabra viva y
permanente» (Eusebio, Hist. Ecl. III, 39,3-4). En esta obra, P. no sólo explica
el sentido de las palabras de Cristo y narra también relatos de la vida del
Señor, tomados de los Evangelios, sino que añade otras, e incluso presenta
historias maravillosas, que dice que le llegaron por vía de transmisión oral. De
estos escritos de P. que tuvieron en sus manos Ireneo, Eusebio de Cesarea,
Felipe de Side y Andrés de Cesarea, quedan pequeños fragmentos, recogidos casi
todos ellos por el obispo de Cesarea en su Historia Eclesiástica.
Doctrina. Entre los fragmentos que Eusebio nos ha transmitido de la obra
de P. se encuentran dos observaciones sobre los dos primeros evangelios que
arrojan luz sobre su origen. Con respecto al evangelio de Marcos, dice P.: «El
anciano decía también lo siguiente: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso
puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes
a los dichos y hechos del Señor. Porque ni había oÍDo al Señor ni le había
seguido, sino que más tarde, como dije, siguió a Pedro, quien daba sus
instrucciones según sus necesidades, pero no como quien compone una ordenación
de las sentencias del Señor. De suerte que en nada faltó Marcos, poniendo por
escrito algunas de aquellas cosas, tal como las recordaba. Porque en una sola
cosa puso cuidado: en no omitir nada de lo que había oÍDo y en no mentir
absolutamente en ellas» (Eusebio, Hist. Ecl. 111,39,15). Por lo que se refiere
al evangelio de Mateo, Eusebio cita estas palabras de P.: «Mateo ordenó en
lengua hebrea las sentencias del Señor y cada uno las interpretó conforme a su
capacidad» (Hist. Ecl. 111,39,16). Esta afirmación prueba que en tiempos de P.
la obra original de Mateo ya había conocido algunas traducciones, entre ellas,
es lógico suponerlo, la griega. Estas traducciones no hay por qué pensar que
fuesen auténticas versiones escritas; es más, el tenor de la frase de P. hace
suponer, por el contrario, que se trataba de versiones orales, en lengua
vernácula, de las perícopas contenidas en el evangelio.
Otro de los fragmentos del obispo de Hierápolis, el del prefacio de su
obra ya citado, suscita una cuestión no resuelta hasta ahora unánimemente por
los investigadores: la identificación de los dos Juanes, nombrados por él entre
los garantes de la ortodoxia de su doctrina. ¿Son, en realidad, dos o uno? ¿Se
trata del apóstol Juan, del presbítero Juan, o de los dos a la vez? Si es esto
último, ¿cómo puede compararlos hasta el punto de que, prácticamente, los
equipara en la fuerza y autoridad de su testimonio doctrinal? (v. JUAN
EVANGELISTA, SAN).
Finalmente, como decíamos, otros fragmentos de la obra de P. contienen
leyendas e historias, más o menos fabulosas. Escribe Eusebio: «Y así por el
estilo, inserta Papías otros relatos como llegados a él por tradición oral, lo
mismo que algunas enseñanzas suyas y algunas otras cosas que tienen aún mayores
visos de fábula. Entre esas fábulas hay que contar no sé qué milenio de años que
dice ha de venir después de la resurrección de entre los muertos y que el reino
de Cristo se ha de establecer corporalmente en esta tierra nuestra; opinión que
tuvo, a lo que creo, por haber interpretado mal Papías las explicaciones de los
Apóstoles y no haber visto el sentido de lo que ellos decían místicamente en
ejemplos». Otras narraciones «que tienen aún mayores visos de fábula», son sin
duda alguna, las leyendas del espantoso fin del traidor judas, el asesinato de
Juan, hermano de Santiago, perpetrado por los judíos y también lo que él había
oído decir a las hijas de Felipe, que residían en Hierápolis; según dice, le
hablaron de los milagros que habían sucedido en sus días: de la resurrección de
la madre de Manaimo y de la historia del justo Barsabás, que se tragó una
porción de veneno sin experimentar efecto alguno.
Juicio crítico. P. es uno de los personajes más discutidos de la
Antigüedad cristiana, a pesar de que sólo nos han llegado pequeños fragmentos de
su obra o tal vez por eso mismo. Desde Eusebio ya sus relaciones con el Apóstol
Juan y su testimonio acerca de los evangelios de Marcos y Mateo, son objeto
permanente de estudios críticos; algo análogo sucede con su milenarismo. No
resulta por eso fácil enjuiciar a P. De ahí nuestra indecisión en aceptar el
severo juicio que Eusebio hace de él: es verdad que profesa doctrinas extrañas,
pero de otra parte manifiesta una piedad sincera y un gran deseo de ortodoxia.
Digamos, más bien, que P. aparece como un autor un tanto confuso, a pesar de su
deseo de informarse de la verdad y pese a su celo por beber en las más genuinas
fuentes de la tradición. Pero, por encima de esos límites de sus escritos, hay
algo que hace importante la obra de P. y notabilísima su contribución a la
historia del dogma cristiano: el testimonio que nos brinda sobre la transmisión
de la enseñanza oral de los discípulos de los Apóstoles y su conservación en los
Evangelios (v.). P. se nos presenta así como un testigo de excepción de la
autenticidad de la doctrina evangélica.
V. t.: PADRES DE LA IGLESIA II.
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S. AZNAR TELLO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991