PAULO III, PAPA
En la historia de la Iglesia, los quince años de su pontificado significan un
gran cambio: el papa, después de conjugar innumerables dificultades, inició y
puso en marcha un Concilio cuya existencia habría parecido quimera poco antes;
y, en segundo lugar, el pontífice rompió la cadena de «papas renacentistas» para
dar entrada a la nueva figura de los «papas reformadores», al embarcarse en una
acción valiente y profunda, previa a Trento, pero que fue el factor decisivo que
posibilitó la reunión y la eficacia del Concilio.
Personalidad de Paulo III. La identificación de P. con los deseos de
reforma de la cristiandad no fue algo espontáneo ni, mucho menos, casual; viene
determinada por una evolución clara en su biografía que nos permite presenciar a
un Alejandro Farnesio (1468-1549) en un ambiente renacentista, con todo lo que
esto implica: dedicación secular, vida mundana sin paliativos que, antes de
llegar al sacerdocio, le dio varios hijos naturales. Pronto, sin embargo, su
vida va a ir registrando una crisis muy clara, de la que saldrá un Alejandro
Farnesio con un estilo nuevo. En 1509 su actuación como obispo de Parma refleja
ja un cambio al nombrar como vicario de la diócesis a Guidiccioni, lleno de
preocupaciones pastorales; en 1513 toma contacto con el Concilio V de Letrán
como representante del papa en su apertura y, a continuación, se impone por
todos los medios el cumplimiento de las directrices conciliares en su diócesis
de Parma; en 1519, con ocasión del sínodo celebrado para tornar eficaces estas
medidas, el cardenal se muestra ya identificado del todo con la nueva línea
pastoral.
El cónclave que le eligió (12 oct. 1534) -extrañamente corto- y el voto
unánime de los cardenales de todos los partidos indican la popularidad de que
gozaba el nuevo pontífice, bien recibido por los reformistas, por el pueblo
romano y hasta por los protestantes.
El Papa reformador. Durante su papado, dio a entender con claridad que su
gestión tenía como meta la convocatoria de un Concilio universal; pero procedió
con una táctica bien definida y condicionada por su larga carrera política
previa, que le permitió observar la raíz de los fracasos de anteriores intentos
similares a los suyos. Su punto de partida le coloca a enorme distancia de su
antecesor Clemente VII (v.), pues, en lugar de comprometerse en los conflictos
franco-imperiales, seguirá una diplomacia menos quebradiza, aunque difícil, y
basada en una estricta neutralidad; ha sabido asimilar, por otra parte, la
enseñanza del frustrado Conc. V de Letrán y se lanzará por una reforma integral
que llegue también a los más altos organismos de la curia; pero su proceder, en
este sentido, es más fluido y mucho menos inflexible que el de Adriabo VI.
Por de pronto, se percibe en Roma una actividad acogedora hacia los grupos
reformistas que impulsan «desde abajo» (teatinos, Compañía de Jesús, cte.); más
decisivo, aún, las promociones de Paulo III dieron un rostro nuevo al colegio
cardenalicio. Junto con otros nombramientos de juristas curiales que constituían
la resistencia organizada a las innovaciones, eligió a todo un equipo que haría
posible la reforma tridentina: Pole, Caraffa, Sadoletto, Álvarez de Toledo,
Morone, Cervini, Fregoso, Cortese, Badia y, a la cabeza de todos ellos por su
prestigio y su capacidad, Contarini. Parte de ellos integraron la Comisión que
redactó el Consilium de emendanda Ecclesia, un documento excepcional, reformador
a ultranza, y que con valentía y franqueza inauditas ataca los abusos
delpontificado, de la curia, del episcopado, de la disciplina eclesiástica, del
pueblo. El Papa vio en las directrices del Consilium un buen punto de partida
para configurar el programa del Concilio que ya tenía convocado en Mantua.
Fue en esta primera época cuando se comienza la reforma de la curia
(Dataría, Penitenciaria, Rota, Cancillería); pero fue un intento ambicioso y
fallido, por la oposición inexorable de los curialistas, por los nombramientos
un tanto desconcertantes -pero explicables- del Papa, por la confirmación de
privilegios curiales y, sobre todo, por la resistencia de algunos cardenales que
veían en el audaz programa la posibilidad de dar la razón a la queja de los
protestantes. Por eso el Papa, ante el fracaso de la convocatoria de Mantua,
pensó llevar a cabo la reforma al margen de un Concilio que, de momento, se veía
inviable; pero una reforma de tono moderado que, desde 1541, ante la nueva
decisión en favor del Concilio será la base del ambiente, de las decisiones y de
los logros de Trento. Conforme apunta H. ledin con agudeza, «Trento no fue el
resultado del movimiento reformista, sino del encuentro feliz de éste con las
fuerzas conservadoras». Sobre las vicisitudes que tuvo que superar el Papa para
conseguir que se celebrara la primera parte del Conc. de Trento que afrontó a la
vez cuestiones dogmáticas y -contra los deseos del Emperador- las principales
cuestiones disciplinares, V. TRENTO, CONCILIO DE.
Suspensión del Concilio. La marcha vigorosa del Concilio se vio truncada
inesperadamente por la confluencia de una serie de factores que hacen más
complejo el episodio de la interrupción. En la primavera de 1547 murieron varios
padres y ello hizo pensar en la existencia de una epidemia, que sería normal
dadas las condiciones insalubres de Trento, pero que no acabó de convencer a los
padres del partido imperial. En el fondo, lo que explica el traslado, sancionado
por P., es una serie de sucesos que se acumulan en estos meses y que condujeron
a una ruptura entre el Papa y el Emperador. Éste vio cómo aquél retiraba sus
mermadas tropas del ejército imperial que luchaba contra el de la Liga de
Smalkalda, lo que no impidió el gran triunfo de Mühlberg. La victoria hacía más
temible el poder de Carlos V para los que veían con reticencia su prestigio
creciente y la posibilidad de una injerencia desmesurada en los asuntos
conciliares llevados en una ciudad imperial. El oscuro asesinato del hijo del
Papa Pierluigi Farnesio contribuyó a enturbiar más aún las relaciones
pontificio-imperiales, que se agriaron hasta el punto de hacer inevitable la
decisión conciliar del traslado, y la imperial de solucionar el problema
protestante unilateralmente. Éste es el sentido que entraña el Interim de
Augsburgo (1548), que no satisfizo a nadie.
Pero el verdadero factor, determinante del giro de los hechos, fue un
cambio del pontífice, que trocó su política neutral en una actitud francamente
hostil al Emperador. En efecto, llegó a una inteligencia con el monarca francés
Enrique II y a pensar incluso en una Liga amplia, indirectamente relacionada con
el Turco y que -por elloescandalizó tanto a algunos círculos protestantes. En
vista de estas circunstancias, amargado por esto y por los disgustos que se
encargó de proporcionarle su nieto Octavio Farnesio, murió en noviembre de 1549.
Con estas últimas medidas P. demuestra su actitud desconcertante. No hay
que olvidar que fue un Papa de transición, a caballo entre dos mundos: el
renacentista y el reformista, de los que sería anacrónico querer desvincularle.
De hecho, en su gestión es imposible dejar de percibir elementos viejos
(nepotismo, política postrera antiimperial) y nuevos (decisión reformadora). Lo
cierto es que gracias a su energía y a su buen deseo, y pese a algunas notas
negativas, fue el Papa que logró crear un ambiente renovador que a su vez
posibilitó el que Trento encauzase unos deseos seculares de la cristiandad,
irrealizables hasta entonces.
V. t.: TRENTO, CONCILIO DE.
BIBL.: Aparte de la refente a Trento (P. SARPI, S. PALLAVICINI, HEFELE-LECLER, MERKLE, EHSES, MIRET) cfr. L. PASTOR, Historia de los Papas, XI; C. CAPASSO, Paolo III, 2, Messina 1923; W. FRIEDENSBURG, Kaiser Karl V und Papat Paul III, Leipzig 1932; L. DOREZ, La Cour de Paul III, París 1932; 1. EDWARDS, Paul 111. order die geistliche Gegenrejormation, Leipzig 1933; FlicheMartin XVII; H., IEDIN, Historia del Concilio de Trento, 3 vol. Pamplona 1972 ss.; íD, Manual de Historia de la Iglesia, IV, Barcelona 1970; W. GRAMBERG, Hamburger Bronzebüste Pauls III, en E. Meyes Fetschri/t, Hamburgo 1959, 160-172; G. SCHWAIGER, Paul III, en LTK VIII,198-300.
TEÓFANES EGIDO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991