Proselitismo. Teología
Celo por ganar prosélitos, etimológicamente proviene
del griego proselytos, que significa advenedizo o añadido. Antiguamente -hasta
la llegada del cristianismo-, se denominaba prosélito al pagano que se convertía
y abrazaba la religión mosaica (v. PROSÉLITOS). Según que cumpliesen o no todo
lo prescrito por la Ley, se les llamaba respectivamente «prosélitos de justicia»
y «devotos de Dios». Estos últimos eran los más numerosos, dispersos por todo el
Imperio romano, cuando los Apóstoles comenzaron la difusión del Evangelio.
Debieron de ser numerosos los que también en Jerusalén, el día de Pentecostés,
oyeron las primicias de la predicación yabrazaron la fe de Cristo recibiendo el
Bautismo (Act 2,11.41). Igualmente, S. Pablo los encuentra en diversas ciudades
y con una buena disposición para acoger libremente la palabra de Dios (Act
13,43).
Desde entonces prosélito, con sentido amplio, se aplica al que se adhiere a
cualquier religión o al que se gana para cualquier causa o doctrina; y el
término p. en concreto se aplica también a la acción apostólica dirigida a
difundir la fe católica para que todos los hombres lleguen al conocimiento de
Cristo (v. APOSTOLADO).
No ha de entenderse el p. únicamente como un derecho que incumbe sólo a la
Jerarquía y que procede, en última instancia, del mandato de Cristo: «Id por
todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Me 16,15). El p. es
también un deber, exigencia que brota en el corazón del creyente cuando la fe
informa su vida. Y así lo ha entendido siempre la Tradición cristiana según las
palabras del Apóstol: «Con el corazón se cree para la justicia; mas con la boca
se confiesa la fe para la salvación» (Rom 10,10). Prueba fehaciente de ello es
el afán proselitista de los primeros cristianos, a los que S. Agustín exhortaba
vivamente: «Conocéis lo que cada uno de vosotros tiene que hacer en su casa con
el amigo, el vecino, con su dependiente, con el superior, con el inferior.
Conocéis también de qué modo da Dios ocasión, de qué manera abre la puerta con
su palabra. No queráis, pues, vivir tranquilos hasta ganarlos para Cristo,
porque vosotros habéis sido ganados por Cristo» (In loann. Ev. 10,9).
La esencia misma de la vocación (v.) cristiana entraña, por tanto, un recto afán
proselitista: «Predicad, pues, a Cristo cuando pudiereis, a cuantos pudiereis,
como pudiereis. Se exige de vosotros fe, no elocuencia; hable la fe en vosotros
y hablará Cristo. Porque si tenéis fe habita en vosotros Cristo. Habéis oído el
salmo: `Creí, por lo cual hablé'. No puedo creer y a la vez enmudecer. Quien no
desborda, es desagradecido a Aquel que le llena; cada uno debe derramar aquello
de que ha sido llenado» (S. Agustín).
Esta enseñanza debe transmitirse en la catequesis cristiana; por eso el
Catecismo Romano (1, cap. II, n° 4) señala también como un deber de quienes la
realizan el mostrar «que quien dice creo, aunque en esto declare el asenso
interno de su entendimiento -que es el acto interior de la fe-, debe manifestar
con pública profesión de la fe lo mismo que tiene encerrado en su alma,
confesarlo a las claras, y predicarlo con suma prontitud. Porque deben los
fieles tener aquel espíritu, con el cual decía confiado el profeta: `Creí y por
esto he hablado' (Pc 115). Deben imitar a los Apóstoles, que respondieron a los
príncipes del pueblo: `No podemos dejar de predicar lo que vimos y oímos' (Act
4). Deben alentarse con aquella esclarecida voz del Apóstol: `No me avergüenzo
del Evangelio, porque es virtud de Dios para salvación de todos los creyentes' (Rom
1,16)».
Este mismo espíritu proselitista, siempre presente en la vida de la Iglesia, ha
sido recogido también en diversos documentos del Conc. Vaticano 11 como un
derecho y un deber urgentes: «A todos los cristianos se impone la gloriosa tarea
de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado
en todas partes por todos los hombres» (Decr. Apostolicani actuositatem, 3; cfr.
también n° 1,2,4,5; Const. Lumen gentium, 35).
Se alejan de la auténtica naturaleza del p. dos extremos que contradicen
igualmente a su verdadero espíritu. De una parte, en base a una mal entendida
libertad religiosa (v. LIBERTAD Iv) -como si ésta nada tuviese que ver con la
obligación de buscar y abrazar la verdad allí donde Dios la ha manifestado-, se
propugna dejar a los demás a merced de su propia ignorancia, gustos e
inclinaciones, desentendiéndose de ese derecho y deber urgentes de difundir el
mensaje cristiano. Y, en el extremo opuesto -como contrapunto de lo anterior-,
la acepción igualmente errónea, y no menos extendida en ciertos ambientes, que
identifica el p. con la coacción o el uso de procedimientos menos nobles para
atraer a los hombres a la fe o a un camino y vocación particular en el amplio
marco de la Iglesia. Ambas posturas adulteran la verdadera naturaleza del p.
porque desvirtúan simultáneamente la esencia de la libertad, que está en la base
de toda acción proselitista rectamente entendida. Si Dios propone la Verdad para
que ésta sea aceptada, pero deja libre al hombre para que la abrace, esos dos
elementos -proposición del mensaje y libertad personal- han de estar presentes
en el p. de los discípulos de Cristo. Una vez propuesta la verdad, «es claro que
las decisiones que determinan el rumbo de una vida, ha de tomarlas cada uno
personalmente, con libertad, sin coacción ni presión de ningún tipo» (J. Escrivá
de Balaguer, Conversaciones, 9 ed. Madrid 1973, n° 104).
La doctrina hasta aquí expuesta puede aplicarse, con las debidas proporciones, a
la vida de las instituciones de carácter apostólico cuyos miembros, conscientes
del valor de la particular vocación reciba de Dios, se esfuerzan
sobrenaturalmente por difundirla.
V. t.: APOSTOLADO.
J. A. GARCÍA-PRIETO SEGURA.
BIBL.: C. GANCHO, Proselitismo, en Enc. Bibl. V,1295-97; F. SPADAFORA, Prosélito, en Diccionario bíblico, 2 ed. Barcelona 1968; G. RICCIOTTI, Historia de Israel, II, Barcelona 1947, 206-21; v. t. la bibl. de APOSTOLADO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991