Prostitución. Teología Moral.
Valoración moral. La Iglesia al exponer la moral
cristiana rechaza la p., al igual que cualquier otro tipo de relación sexual
fuera del matrimonio (v.), ya que constituyen pecado (v.) grave,
independientemente de la legislación estatal al respecto. Es unpecado de
fornicación (v.), que excluye del reino de los cielos al que lo comete, como
declara S. Pablo a los de Corinto: «No queráis engañaros, ni los fornicarios, ni
los idólatras, ni los adúlteros..., poseerán el reino de los cielos» (1 Cor
6,9-10), y a los de Efeso: «Porque tened esto bien entendido que ningún
fornicario o impúdico..., será heredero del reino de Cristo y de Dios» (Eph
5,5).
Es doctrina de fe que nuestro cuerpo es miembro de Cristo y templo del Espíritu
Santo (cfr. 1 Cor 6,15-19), que será glorificado el día de la resurrección.
Además, en la economía sacramental de la gracia, es -o debe sermedio para
nuestra santificación. Si es, pues, el cuerpo una cosa santa, hay que tratarlo
santamente, con todo el respeto que merece, glorificando y llevando a Dios en él
(cfr. 1 Cor 6,20). Con la fornicación se viola la santidad del cuerpo, pues «el
que fornica, contra su cuerpo peca» (1 Cor 6,18), dice el Apóstol. Además, la
fornicación no sólo se opone a la ley divino-positiva sino también a la misma
ley natural (cfr. Denz.Sch. 2148), ya que comporta un abuso de la facultad
procreativa puesta por Dios en el hombre para el bien y la conservación de la
especie humana -generación y educación de la prole-, objetivo que sólo puede
alcanzarse dentro del matrimonio (v.).
Todo lo dicho respecto a la fornicación es aplicable al meretricio, que en sí
mismo no cambia la especie moral de la fornicación. Sin embargo, puede decirse
que agrava su malicia en cuanto presupone el propósito de permanecer en el vicio
(v.), y la voluntad habitual de permanecer en el pecado hace que sea más grave,
aunque la ignorancia (v.) y la falta de formación puedan constituir atenuantes.
Por otro lado, no es raro que se cometan además pecados de escándalo (v.), de
solicitación, de adulterio, etc., con lo que se añade una nueva malicia al
pecado de simple fornicación. (Respecto a la legislación eclesiástica, cfr. CIC,
can. 2.357,2; 693,1; 855,1 y 1.240,1).
Efectos. El más doloroso es la ofensa a Dios que supone este pecado, que
-destruyendo la ordenación querida por el Creador- reduce al hombre al nivel de
los brutos. Además, tiene repercusiones morales y físicas tanto en el individuo
como en la sociedad, que convendrá tener presentes para despertar en las
conciencias cristianas la necesidad de luchar para acabar con él cuanto sea
posible. Podemos reseñar los siguientes:a) En cuanto a los males morales, se
puede encontrar un breve elenco en S. Alfonso Ma Ligorio (Teología moral,
111,434): «El meretricio facilita la frecuencia del pecado de fornicación,
aumenta la libido que echa raíces más profundas, se suelen cometer otro tipo de
pecados nefandos, favorece la solicitación a las mujeres honestas. Muchas
jóvenes se prostituyen, los adolescentes desprecian a sus padres, gastan más
dinero del que tienen, no estudian, se vuelven pendencieros y rechazan el
matrimonio».
No es infrecuente la aparición del lenocinio junto al meretricio. El lenocinio o
proxenetismo es el pecado que se comete haciendo de intermediarios, con fines
lucrativos, entre una prostituta y terceras personas. A veces el lenocinio está
organizado a nivel nacional e incluso internacional, dando lugar al triste
fenómeno social conocido con el nombre de trata de blancas, que es el
reclutamiento de mujeres (con violencia, engaño, amenazas, o también con
proposiciones económicas) para hacerlas prostituir, o al menos, sabiendo que
serán empleadas con este fin.
b) Como males físicos, encontramos frecuentemente el contagio y transmisión de
las enfermedades venéreas (v.). Nadie duda de la importancia de estas
enfermedades sobre la persona y sobre la sociedad. Baste recordar que un
grandísimo número de tarados (ciegos, sordomudos, cardiópatas, dementes,
estériles, etc.) deben su triste condición a las enfermedades venéreas, de las
cuales algunas de ellas no sólo repercuten en el contagiado, sino también en
cuanto puede contagiar a su vez a su consorte y transmitirla a su descendencia.
Obligaciones de la autoridad civil. Tratándose de un mal social, la autoridad
pública debe intervenir para atajarlo, ya que su misión es velar por el bien
común (v.).
Desde el punto de vista legal son dos las posibilidades para combatir el
meretricio: tolerarlo como un mal menor, o declararlo fuera de ley y perseguirlo
como un delito. Sobre las ventajas e inconvenientes de cada una de estas
posibilidades ha habido grandes controversias desde siempre. Parece que los
autores más antiguos se inclinaban por la tolerancia, mientras que los más
recientes se inclinan por la prohibición.
Los que defienden la legalización, frecuentemente invocan la autoridad de S.
Agustín, que se decide por la tolerancia para evitar mayores perturbaciones en
el campo de la lascivia (cfr. S. Agustín, De ordine, 11,4,12: PL 32,1000), y la
de S. Tomás, que citando a S. Agustín, al tratar de la permisión de los ritos de
los infieles, da el fundamento de la tolerancia de las leyes: «Los que gobiernan
en el régimen humano, razonablemente toleran algunos males, para que no sean
impedidos otros bienes, o para evitar peores males» (Sum. Th. 2-2 q10 all; cfr.
1-2 8101 a3). Además de este argumento de autoridad, se suelen aducir otras
razones de conveniencia como el de la posibilidad de un control higiénico
sanitario por parte de la autoridad, que favorezca la disminución de las
enfermedades venéreas, y localice las casas dedicadas a estos fines en lugares
bien determinados, evitando una generalización de este vicio por toda la ciudad,
etc. (V. MAL MENOR).
Los que tienen la opinión contraria, entre ellos S. Alfonso (v.), dicen que si
los autores más antiguos eran partidarios de la legalización era porque las
circunstancias históricas y sociales en que vivieron les hacía pensar así, pero
que hoy han cambiado totalmente. Además, tener lugares determinados y
reconocidos para el meretricio es favorecerlo y dar una ocasión próxima a
aquellos que quieren aprovecharse.
Sin entrar en discusiones sobre las ventajas y desventajas de uno u otro sistema
de represión hemos de decir que la p. es una realidad pecaminosa y en alto grado
nociva para el bien común, y, por tanto, debe ser combatida con todos los medios
lícitos disponibles. De aquí se deduce que la autoridad, en su lucha contra el
meretricio, deberá tener presente:
a) Que nunca será lícito implantar prostíbulos -más o menos encubiertos-, ni dar
permiso para que lo hagan los particulares (hay empresas que explotan el
meretricio a nivel nacional e internacional con grandes medios económicos y de
otro tipo).
b) Que en el caso de que en el país ya exista una tolerancia reglamentada, se
debe valorar con todo cuidado la posible ventaja de su supresión, teniendo en
cuenta que esta tolerancia no significa una solución definitiva del problema.
Debe luchar con todas las posibilidades contra los males que de ella se derivan
y, por tanto, llevar un control riguroso de policía y sanitario hasta llegar, si
es posible, a la supresión total. Además, debe aplicar la ley con todo su rigor
y no transigir fácilmente, como sucede muchas veces, tanto si la p. está
legalizada como si está declarada fuera de ley.
c) Que la lucha no debe ceñirse sólo a un control legalizado o a la supresión
legal radical. Debe ir más lejos tratando de resolver aquellos problemas que
pueden ser causas remotas: problema de la vivienda, pobreza material, trabajos
inadecuados para la mujer, etc., y sobre todo, fomentar la educación cristiana
elevando el nivel moral de los ciudadanos por medio de la vigilancia de las
publicaciones, espectáculos, publicidad, moralidad en la vía pública, etc.
d) Debe procurar también que las mujeres que por desgracia ejercen este oficio
tengan posibilidades de redimirse, creando instituciones idóneas y favoreciendo
las ya existentes, tanto oficiales como privadas.
Actitud de las personas singulares. A nivel particular y privado, la actitud de
un cristiano ante la p. debe ser, como ante cualquier mal, la de poner en
práctica todas las posibilidades lícitas que tiene a su alcance para combatirlo.
No puede desentenderse y quedar indiferente ante este mal. Habrá profesiones que
permitirán un mayor influjo y eficacia en esta lucha, como son los médicos,
educadores, etc., que deberán tener en cuenta:a) Que la legislación que tolera y
regula el vicio de la p. no la hace moralmente lícita; las eventuales medidas
legales sobre higiene, etc., tienden a disminuir los males que se siguen para el
bien común, no a fomentar o favorecer el vicio. Por tanto, bien a nivel personal
como colectivo, no pueden emplearse modos de hablar o expresiones que impliquen
una aprobación -aunque sea tácitade la p. en sí misma.
b) Que deben dar razones morales, más altas, para apartar de este mal a las
personas: en primer lugar han de enseñar que se trata de una ofensa a Dios y, en
consecuencia, a la misma dignidad humana; además, se podrán dar otras razones de
orden natural: el posible daño a su salud, a su familia, mujer e hijos. Sólo
así, y aconsejando medios sobrenaturales -las normas de piedad y ascesis que
exige el cumplimiento del sexto mandamiento-, se podrá influir en la
erradicación o, por lo menos, en la disminución de este mal.
V. t.: FORNICACIÓN.
J. L. PASTOR DOMÍNGUEZ.
BIBL.: A. LANZA, P. PALAZZIM, De castitate et luxuria, Roma 1953; A. NIEDERMEYER, Compendio de medicina pastoral, 3 ed. Barcelona 1961; D. PRUMMER, Manuale Theologias Moralis, 13 ed. Barcelona 1958; P. PALAZZINI, Meretricium, en Dictionarium morale et canonicum, III, Roma 1966, 232 ss.; M. ZALBA, La prostitución ante la moral y el derecho, Madrid 1942; L. SCREMIN, La prostituzione e la morale, Milán 1945.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991