Psicoanálisis y Moral.
Introducción. Como se ha dicho (v. I), la imagen del
hombre que tenía Freud era la del materialismo positivista de la época, y la
psicología de ella derivada la revela claramente: la psique es concebida como un
aparato mecánico; elementos de esta máquina serían el yo, el superyo, el ello;
regiones de la misma son el consciente y el inconsciente; en ella se desarrollan
fuerzas que se transforman, se reprimen,se descargan, en una ensambladura causal
dinámica, característica de todos los sistemas físicos. Todas estas fuerzas o
energías se reducen a una sola: el instinto o libido, cuyas alteraciones o
falsas conexiones constituirían la causa de las eventuales averías o
disfunciones del aparato psíquico. Esta «causa», según los cánones del
pensamiento científico-natural debe ser más simple que los fenómenos observados
-para poder reducirlos a ella-, y debe encontrarse al principio cronológico
(infancia) de la cadena causal fenoménica. Todo lo que aparece en el neurótico
esconde algo detrás -el instinto y su historia-; esto sería lo auténtico, lo
propio, lo real mientras que lo que observamos correspondería siempre a lo
falso, lo inauténtico, lo ilusorio. Lo que precede en el tiempo no es solamente
causa de lo que sigue, sino que se considerará la verdad, y, al contrario, el
fenómeno que aprehendemos -el amor, la cultura, la religión-, será degradado a
la categoría de «producto secundario», de «reacción», «proyección»,
«sublimación», o «epifenómeno» de lo primitivo.
La crítica fenomenológica pone de manifiesto cuanto de artificial, de
prejuzgado, hay en esta concepción, que en el fondo no hace más que trasladar al
plano psicológico los postulados del positivismo más tradicional. En realidad,
la teoría psicoanalítica, en cuanto pretende que el fenómeno directamente
aprehendido deje paso a un juego de elementos meramente hipotéticos, pero
aceptados dogmáticamente, renuncia a la posibilidad de captar la realidad
inmediata de las cosas y su verdadera esencia (M. Boss). Cuanto se ha dicho
hasta aquí permite deducir las dificultades que se encuentran cuando médicos y
moralistas católicos se esfuerzan por arrinconar la «filosofía» de Freud, para
aceptar en cambio su psicología y su método terapéutico. La «filosofía» acuña
dogmáticamente a la investigación psicológica, que no encuentra más que lo que
busca y apriorísticamente ha admitido que debe encontrar. Con gran sinceridad lo
declaró Freud mismo a su discípulo Jung: «tenemos que hacer de la teoría sexual
un dogma, una fortaleza inexpugnable» (C. G. Jung, Memorias, Zürich 1962, 154).
Las reservas morales que suscita el p. son de variada naturaleza, y algunas ya
han sido enunciadas implícitamente líneas más arriba, al mencionar la concepción
positivista y materialista sobre la que se funda el p. original. De hecho, p.
ej., la postura de Freud frente a la religión fue siempre negativa, aunque con
atenuaciones al final de su vida.
El Magisterio de la Iglesia ha puesto en guardia contra algunos elementos
esenciales del p. -por lo menos en su forma primitiva o freudiana ortodoxa-, que
enumeramos a continuación: a) no puede admitirse «el método pansexual de una
cierta escuela de psicoanálisis» (Pío XII, Discurso... 14 sept. 1952, o. c. en
bibl.) de manera que se han de rechazar «los métodos terapéuticos que, incluso
siendo aparentemente ventajosos, resultan nocivos, sin embargo, para la parte
mejor del hombre» (Pío XII, Discurso... 2 oct. 1953, o. c. en bibl.); b) la
evocación de las experiencias sexuales, como método terapéutico, aunque no es
intrínsecamente mala, implica un serio peligro moral (cfr. Pío XII, Discurso...
14 sept. 1952 y Discurso... 13 abr. 1953, o. c. en bibl.); c) no se puede buscar
la curación de los disturbios de origen sexual, mediante la libre satisfacción
de las tendencias instintivas: «es contrario al orden moral someter libre y
conscientemente las facultades racionales del hombre a sus instintos inferiores.
Cuando la aplicación de test o la práctica del psicoanálisis o de cualquier otro
método llega allí, se vuelve inmoral y debe ser rechazado sin discusión» (Pío
XII, Discurso... 10 abr. 1958, o. c. en bibl.); d) se ha de salvaguardar siempre
que sea preciso la libertad moral del hombre -y por consiguiente, entre otras
cosas, la autenticidad del verdadero sentido de culpa-, sin que sea lícito
declarar la irresponsabilidad moral objetiva y total en cualquier caso de
alteración psíquica: «es falso el método de inducir a estimar como pecado
material el ilícito ejercicio de una facultad, cuando coexiste la clara
conciencia de esa ilicitud» (Pío XII, Discurso... 2 oct. 1953).
En los últimos decenios, debido principalmente a la evolución del p. mismo,
especialmente por las modificaciones introducidas por la fenomenología (v.) y
por el análisis existencial, que permiten el reconocimiento de la autenticidad
de la experiencia religiosa -no reducible al plano instintivo-, la liberación de
los postulados positivistas y materialistas sobre la concepción del hombre y la
interpretación de la conducta humana, la liquidación del pansexualismo
prejuzgado, la admisión y la utilización de la libertad y de la responsabilidad
personales, la actitud moral ante el p. puede ser más benigna, a condición de
que verdaderamente se den los cambios mencionados. No faltan de todos modos
médicos y moralistas que, ignorando las grandes lecciones de Binswanger,
Minkowski, von Gebsattel, Frankl, Boss, Sullivan -por no citar más que a los más
importantes fundadores de orientaciones psicoterapéuticas más modernas y más
purificadas de dogmatismo «acientíficos», todavía comulgan con la ortodoxia
freudiana primitiva, sembrando por doquier perplejidades y confusionismos. Por
este motivo se impone siempre la cautela, cuando se trata de enjuiciar
moralmente esta terapia de las neurosis (v.). Esta cautela ha inspirado el
Monitum del Santo Oficio de 15 jul. 1961, por el que se dan algunas normas
concretas acerca del uso y del ejercicio del p. por parte de sacerdotes,
religiosos y seminaristas. Un trabajo bastante exhaustivo sobre esta materia
ciertamente delicada lo ha publicado el P. Verardo, O. P., Comisario de la
Congregación de la Doctrina de la Fe (entonces Santo Oficio) en la revista
«Divinitas» (septiembre 1961).
V. t.: NEUROSIS II (Neurosis y moral).
JOAN BAPTISTA TORELLÓ.
BIBL.: Pío XII, Discurso al I Congreso Internacional de Histopatología del sistema nervioso, 14 sept. 1952; fD, Discurso al V Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología Clínica, 13 abr. 1953; íD, Discurso a las enfermeras, 1 oct. 1953; íD, Discurso al XIII Congreso de la Asociación Internacional de Psicología aplicada, 10 abr. 1958; íD, Discurso al Colegio Internacional Neuropsicofarmacológico, 9 sept. 1958. La doctrina de Pío XII sobre este tema está recogida en: S. NAVARRO, Pío XII y los médicos, 2 ed. Madrid 1964, pass. y A. ALCALÁ GALVE, Medicina y moral en los discursos de Pío XII, Madrid 1959, 379-414; P. LAÍN ENTRALGO, Introducción histórica al estudio de la Patología psicosomática, Madrid 1950; J. B. TORELLÓ, Psychologie et religion, «La Table Ronden diciembre 1967-enero 1968; íD, Psicoanálisis y confesión, Madrid 1963; J. NUTTIN, Psicoanálisis y concepción espiritualista del hombre, Madrid 1961; M. A. MONGE, Psicoanálisis y moral católica, «Palabra» 42 (1969) 12-15; E. NAVARRO, La dirección espiritual de los neuróticos, Madrid 1967; C. VACA, Psicoanálisis y dirección espiritual, Madrid 1952; H. WALKS, Psicoanálisis y moralidad, Barcelona 1967; VARIOS, Psychanalyse et conscience morale, París 1950.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991