Autor: P. Paulo
Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
Tema 29:
¿Quiso
Jesús una
sola Iglesia?
Queridos hermanos:
No es raro escuchar de labios de algún católico: «Yo amo a
Jesús pero no me importa la Iglesia». Creo que esta opinión, para muchos, es
simplemente un pretexto para seguir viviendo como «católicos a su manera». No
hacen caso a la Iglesia, no van a la Misa, no quieren prepararse para recibir
dignamente los sacramentos, no hay obediencia a la Jerarquía eclesiástica, sólo
cuando les conviene se acercan a la Iglesia y dicen que siguen la religión «a
su manera».
Otros, no sin dolor, van repitiendo que su aspiración es
amar a Cristo pero al margen de la Iglesia. Ellos se separan de su Iglesia
porque no ven una clara coherencia entre lo que se dice y lo que se hace;
sienten que el lenguaje y la vida de los católicos están alejados del
Evangelio.
La Iglesia no es algo abstracto. Somos nosotros, laicos y
pastores, comunidad creyente, su rostro visible. La Iglesia es humana y divina a
la vez. Y sabiendo que esta Iglesia lleva en sus miembros las huellas del
pecado, es necesario que nos preguntemos muy en serio: ¿Qué Iglesia
confesamos, en qué Iglesia creemos, en qué Iglesia servimos? La respuesta es
clara: Pertenecemos a la Iglesia que Jesucristo soñó, la Iglesia que
Jesucristo realmente quiso. Todo lo que digo aquí no es un invento de hombres,
es Cristo mismo el que nos lo enseñó. Leamos con atención en la Biblia y
meditemos juntos las enseñanzas sagradas acerca de Jesucristo y su Iglesia.
¿Qué nos enseña la Biblia?
En el Antiguo Testamento, Dios quiso santificar y salvar a
los hombres no individualmente, sino que quiso hacer de ellos un pueblo. De
entre todas las razas Yavé Dios eligió a Israel como su Pueblo e hizo una
alianza, o un pacto de amor, con este pueblo.
Le fue revelando su persona y su plan de salvación a lo
largo de la Historia del Antiguo Testamento. Todo esto, sin embargo, sucedió
como preparación a la alianza más nueva y más perfecta que iba a realizar en
su Hijo Jesucristo. Es decir, este pueblo israelita del Antiguo Testamento era
la figura del nuevo Pueblo de Dios que Jesús iba a revelar y fundar: la
Iglesia.
¿Cómo preparó Jesús su Iglesia?
1. Jesús comenzó con el anuncio del Reino de Dios. En su
primera enseñanza el Señor proclamó: «Ha llegado el tiempo, y el Reino de
Dios está cerca. Cambien de actitud y crean en el evangelio de salvación»
(Mc. 1, 15). Pero el pueblo de Israel rechazó a Jesús como Mesías y Salvador
y no aceptó sus enseñanzas. Por eso Jesús comenzó a formar un pequeño grupo
de discípulos y mientras enseñaba a la multitud con ejemplos, a sus discípulos
les explicó los misterios del Reino de Dios (Lc. 8, 10)
2. Entre los discípulos, el Señor escogió a Doce Apóstoles
(enviados) con Pedro como cabeza. «Los Doce» serán las células fundamentales
y las cabezas del nuevo pueblo de Israel ( Mc. 3, 13-19 y Mt 19, 28). Para los
judíos «doce» era un número que simbolizaba la totalidad del pueblo elegido
(como las doce tribus de Israel). Y el hecho de que haya Doce apóstoles anunció
la reunión de todos los pueblos en el futuro nuevo Pueblo de Dios. Jesús
preparó a sus apóstoles con mucha dedicación: Los inició en el rito
bautismal (Jn. 4, 2), en la predicación, en el combate contra el demonio y las
enfermedades (Mc. 6, 7-13), les enseñó a preferir el servicio humilde y a no
buscar los primeros puestos (Mc 9, 35), a no temer las persecuciones (Mt. 10), a
reunirse para orar en común (Mt. 18, 19), a perdonarse mutuamente (Mt. 18, 21).
Y también preparó a sus apóstoles para hacer misiones dentro del pueblo de
Israel (Mt. 10, 19). Después de la Resurrección de Jesús recibieron la orden
de enseñar y bautizar a todas las naciones (Mt. 28, 19).
3. Entre los Doce, Pedro es quien recibió de Jesús la
responsabilidad de «confirmar» a sus hermanos en la fe (Jn. 21, 15-17). Además
Jesús lo estableció como una roca de unidad: «Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán nada contra
ella» (Mt. 16, 18).
A Pedro, «la roca» que garantizó la unidad de la Iglesia,
Jesús le dio la responsabilidad de mayordomo sobre la Iglesia. Es Pedro el que
abre y cierra las puertas de la Ciudad celestial y él tiene también en sus
manos los poderes disciplinares y doctrinales: «Yo te daré las llaves del
Reino de los cielos; lo que tú prohíbes aquí en este mundo quedará prohibido
también en el cielo, y lo que tú permitas en este mundo quedará permitido en
el cielo».
A los Doce, Jesús les encargó la renovación de la Cena del
Señor: «hagan esto en memoria mía» (Lc. 22, 19). También les dio la
responsabilidad de «atar y desatar», que se aplicará especialmente al juicio
de las conciencias. (Mt. 18, 18). «Reciban el Espíritu Santo. Si ustedes
perdonan los pecados de alguien, éstos ya han sido perdonados; y si no los
perdonan, quedan sin perdonar» (Jn. 20, 22-23).
4. Estos textos de los evangelios revelan ya la naturaleza de
la Iglesia, cuyo creador y Señor es Jesucristo mismo. Jesús dio claras
indicaciones de una Iglesia organizada y visible, una Iglesia que será acá en
la tierra signo del Reino de Dios. Además Jesús quiso realmente su Iglesia
construida sobre la roca, y quiso su presencia perpetua en su Iglesia por el
ejercicio de los poderes de los Apóstoles y por la Eucaristía. Y el poder del
Infierno no podrá vencer a esta Iglesia.
La Iglesia nació en la Pascua y en Pentecostés
La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, es aquella por la
que El murió. Con su muerte y resurrección en la Pascua, Jesús terminó la
obra que el Padre le encargó en la tierra. Pero el Señor no dejó huérfanos a
los apóstoles (Jn. 14, 16), sino que les envió su Espíritu en el día de
Pentecostés para reunir y santificar a estos hombres en un Pueblo de Dios (Jn.
20, 22).
Es en el día de Pentecostés cuando la Iglesia de Cristo se
manifestó públicamente y comenzó la difusión del Evangelio entre los pueblos
mediante la predicación (Hch. 2). Es la Iglesia la que convoca a todas las
naciones en un nuevo Pueblo para hacer de ellas discípulos de Cristo (Mt. 28,
19-20). (La palabra griega «ecclesía», que aparece en el N. T. 125 veces,
significa en castellano «asamblea convocada» o «Iglesia»). Quienes crean en
Jesucristo y sean renacidos por la Palabra de Dios vivo (1 Ped. 1, 23) no de la
carne, sino del agua y del Espíritu (Jn. 3, 5-6), pasan a constituir una raza
elegida, un reino de sacerdotes, «una nación santa».
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo
El Apóstol Pablo es el autor inspirado que más escudriñó
el profundo misterio de la Iglesia. Cuando en aquel tiempo Saulo perseguía a la
Iglesia, el mismo Señor se le apareció en el camino de Damasco. Allí Saulo
tuvo la revelación de una misteriosa identidad entre Cristo y la misma Iglesia:
«Yo soy Jesús, el mismo a quien tú persigues» (Hch. 9, 5). Y en sus cartas,
Pablo sigue reflexionando sobre esta unión misteriosa entre Cristo y su
Iglesia. Sigamos ahora la meditación del apóstol Pablo sobre la Iglesia. La
realidad de la Iglesia como «el Cuerpo de Cristo» ilumina muy bien la relación
íntima entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia no está solamente reunida en
torno a Cristo; está siempre unida a Cristo, en su Cuerpo. Hay cuatro
aspectos de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo» que Pablo resalta específicamente.
1 «Un solo Cuerpo». La Iglesia para el Apóstol Pablo no es
tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud y universalidad, un solo
Cuerpo (Ef. 4, 13). Es el lugar de reconciliación de los judíos y gentiles.
(Col. 1, 18, 23). El Espíritu Santo hace a los creyentes miembros del Cuerpo de
Cristo mediante el bautismo: «Al ser bautizados, hemos venido a formar un sólo
Cuerpo por medio de un sólo espíritu» (1 Cor 12, 13). Además esta viva unión
es mantenida por el pan eucarístico «Aunque somos muchos, todos comemos el
mismo pan, que es uno solo; y por eso somos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17).
2. Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia» (Col.
1, 18). Dice el Apóstol Pablo: «Dios colocó todo bajo los pies de Cristo para
que, estando más arriba de todo, fuera Cabeza de la Iglesia, la cual es su
Cuerpo» (Ef. 1, 22). Cristo es distinto de la Iglesia, pero El está unido a
ella como a su Cabeza. En efecto, Cristo es la Cabeza y nosotros somos los
miembros; el hombre entero es El y nosotros. Cristo y la Iglesia es todo uno,
por tanto, el «Cristo total» es Cristo y la Iglesia.
3. La Iglesia es la Esposa de Cristo. La unidad de Cristo y
su Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica para Pablo también una relación
muy personal. Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por ella. (Ef. 5, 25). Esta
imagen arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y
Cristo: «Los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, se lo digo
respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef. 5, 31-32).
4. El Espíritu Santo es el principio de la acción vital en
todas partes del cuerpo. El Espíritu Santo actúa de múltiples maneras en la
edificación de todo el Cuerpo. «Hay un solo cuerpo y un solo espíritu». Y
por Cristo todo el cuerpo está bien ajustado y ligado, en sí mismo por medio
de la unión entre todas sus partes; y cuando una parte trabaja bien, todo va
creciendo y desarrollándose con amor (Ef. 4, 4). Los distintos dones del Espíritu
Santo (dones jerárquicos y carismáticos) están ordenados a la edificación de
la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. (1 Cor. caps.
12 y 13).
Diversas imágenes bíblicas de la Iglesia
En el Nuevo Testamento encontramos distintas imágenes que
describen el misterio de la Iglesia. Muchas de estas figuras están ya
insinuadas en los libros de los profetas, y son tomadas de la vida pastoril, de
la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los
esponsales. No podemos en esta carta analizar todas estas figuras que
representan la Iglesia. Sería demasiado largo. Solamente quiero referirme a las
imágenes más importantes de la Iglesia con sus respectivos textos de la
Biblia. Es una buena oportunidad para que ustedes lean y mediten personalmente
con la Biblia. En el N. T. la Iglesia es presentada como: «aprisco o rebaño»
(Jn. 10, 1-10), «campo y viña del Señor» (Mt. 21, 33-34 y Jn. 15, 1-5), «edificio
y templo de Dios» (1 Cor 3, 9), «ciudad santa y Jerusalén Celestial» (Gál.
4, 26), «madre nuestra y esposa del Cordero» (Ap. 12, 17 y 19, 7).
Resumiendo
1. La Iglesia es creación de Dios, construcción de Cristo,
animada y habitada por el Espíritu Santo (1 Cor. 3,16 y Ef. 2, 22).
2. La Iglesia está confiada a los hombres, apóstoles «escogidos
por Jesús bajo la acción del Espíritu Santo (Hch. 1, 2). Y los apóstoles
confiaron la Iglesia a sus sucesores que, por imposición de las manos,
recibieron el carisma de gobernar (1 Tim. 4, 14 y 2 Tim. 1, 6).
3. La Iglesia guiada por el Espíritu Santo (Jn. 16, 13) es
«columna y soporte de la verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de guardar el depósito
de las «sanas palabras recibidas» (2 Tim. 1, 13). Es decir, de explicarlo sin
error.
4. La Iglesia es constituida como Cuerpo de Cristo por medio
del Evangelio (Ef. 3-10), nacida de un solo bautismo (Ef. 4, 5), alimentada con
un solo pan (1 Cor. 10, 17), reunida en un solo Pueblo de hijos de un mismo Dios
y Padre (Gál. 3, 28).
5. La Ley de la Iglesia es el «mandamiento Nuevo: amar como
el mismo Cristo nos amó» (Jn 13, 34). Esta es la ley «nueva» del Espíritu
Santo y la misión de la Iglesia es ser la sal de la tierra y luz del mundo (Mt.
5, 13).
Después de esta breve reflexión bíblica acerca de la
Iglesia de Cristo, no puedo comprender cómo un cristiano puede decir: «Creo en
Jesucristo, pero no en la Iglesia». Esta manera de hablar es simplemente
mutilar el Mensaje de Cristo y refleja una gran ignorancia de la verdadera Fe
cristiana.
La Iglesia es la continuación de Cristo en el mundo. En ella
se da la plenitud de los medios de salvación, entregados por Jesucristo a los
hombres, mediante los apóstoles. La Iglesia de Cristo es «la base y pilar de
la verdad» (1 Ti. 3, 15); es el lugar donde se manifiesta la acción de Dios,
en los signos sacramentales, para la llegada de su Reino a este mundo.
Así que aceptar a Cristo significa aceptar su Iglesia. El «Cristo
total» es Cristo y la Iglesia. No se puede aceptar a Cristo y rechazar su
Iglesia. Dijo Jesús a sus Apóstoles y discípulos: «El que a ustedes recibe,
a Mí me recibe. Y el que me recibe a Mí, recibe al que me ha enviado. Como el
Padre me envió a Mí, así Yo los envío a ustedes».
Queridos amigos:
La verdadera Iglesia de Jesús se reconoce en la Iglesia Católica
a la que nosotros tenemos la dicha de pertenecer. Cierto que la Iglesia es a la
vez santa y pecadora, porque está formada por seres humanos, pero es la única
que entronca y conecta con los Apóstoles y con Cristo. A nosotros corresponde
crecer día a día en santidad para que brille en ella el rostro de la verdadera
Iglesia de Cristo. Y, siendo esto así, cometería un grave error quien la
desconociera. Así que no más cristianos «a mi manera», sino a la manera que
Cristo dispuso. Y Cristo quiso salvarnos en su Iglesia que es Una, Santa, Católica,
y Apostólica.
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